Xian
—Brooke —llamo, pero tira con furia del dobladillo de su camisa hacia abajo—. Las últimas semanas he notado que…
—¿Qué? ¿Las últimas semanas qué? —dice entre dientes al recoger la falda del piso.
Por un momento quiero retroceder en el tiempo, a cuando sonreía debajo de mí. Incluso más, a cuando entró por la puerta de la sala y me abrazó desde atrás mientras recalentaba la cena. Me cuesta horrores no maldecir a Preswen y Tasha por esto, pero al final es lo que yo quería: preguntar sin rodeos. El problema es que no lo hice de la forma correcta, ¿pero hay una? Ojalá alguien hubiese inventado una manera de desconfiar de las personas y decírselo a la cara sin originar malestar o inseguridad en ellos.
Miro a mi prometida sin moverme, todavía sentado en la cama y en ropa interior. No recuerdo alguna vez haberla visto tan alterada. Dolida sí, pero jamás presencié su irritación llegar con solo una pregunta.
—¿Me engañas? —repito, ignorando todo lo demás.
La vida nunca entrega todas las respuestas, pero me esfuerzo en conseguir todas las que pueda. Vivir a la sombra de la incertidumbre siempre me inquietó.
Me mira como si no estuviera cuerdo. Su mano va a su frente, como cada vez que intenta poner en orden sus pensamientos. No tiene un interruptor de «Ordénate, cerebro» en la frente, pero seguro que le gustaría.
¿Siente culpa? ¿Debería? ¿Que parezca atónita es buena o mala señal?
—¿En serio? —Se mofa con una risa agridulce.
No contesto verbalmente, pero el mutismo le hace saber lo que pienso.
—Los últimos meses he estado trabajando sin parar —recuerda. ¿Meses? Yo estaba hablando de semanas, no especifiqué cuántas. Preswen dijo que no lo hiciera, que de cada detalle se podía rescatar una pista—. Todo para pagar la boda. ¡He ido como loca de cita en cita, de reunión en reunión con el florista, tus hermanas, la modista, el contador, el pastor, la pastelera y quién sabe cuántos más! Me he roto el alma para costearlo todo, ¿y tú me vienes a acusar de serte infiel cuando apenas tengo tiempo para respirar?
—La boda la pagamos los dos. ¿Segura que esa no es una excusa?
Bajo de la cama para estar frente a frente. Sus ojos son vidrio fragmentado.
—¡No, no la pagamos los dos! Me dices que harás los cheques y me dejas el resto a mí, como si casarse no fuera cosa de a dos. Me lanzas todo el trabajo, pero siempre te andas quejando del dinero porque no quieres gastar de más. —Me estrella la falda hecha un bollo en el pecho—. ¡Ni siquiera sabes cuánto cuesta todo para empezar porque te pierdes las citas a propósito! Entonces, debo asegurarme de trabajar el doble dado que no voy a conformarme. Sabes la clase de boda que he querido siempre, y cuando estás constantemente criticándome por los gastos solo me haces sentir culpable. Pues no me importaba, a decir verdad. Si quiero algo trabajo por ello porque en este caso sé que te da exactamente igual, pero a mí no. No quise molestarte y oírte hablar sobre el presupuesto, así que lo siento si me sientes ausente cuando me rompo el trasero para conseguir lo que quiero.
Me da la espalda y tiro la prenda sobre la cama. La llamo y trato de agarrarla del codo para hacer que me mire, pero se zafa de mi agarre con ira.
—Engañándote… —repite, divertida y triste a la vez, mientras niega con la cabeza.
—Se supone que tendrías que conformarte conmigo. No te vas a casar con los arreglos florales o el vestido que lleves puesto, por más lindo que sea, sino con la persona que está frente a ti. ¿Por qué anhelas algo ostentoso? Tú no eres presumida.
—No, tienes razón, no lo soy. Si quiero una boda de ensueño no es para impresionar a nadie, es para mí, para nosotros. He anhelado esto más de lo que nunca anhelé otra cosa. Mis padres lo querrían. Y no pasa por el hecho de que no seas suficiente, sino de que quiero un recuerdo memorable. El problema es que tú no te involucras. ¿Cuándo fue la última vez que me preguntaste acerca de algo relacionado? ¿Alguna vez te ofreciste a acompañarme?
—Será memorable siempre y cuando estemos juntos —insisto, sin comprenderla.
—¿Pero por qué te molesta? —inquiere incrédula—. Todos los gastos extras he trabajado para cubrirlos. Lo único que te pedí fue que te interesaras un poco más al respecto, al menos por mí, pero ahora me sales con esta tontería y continúas hablando de estar juntos mientras me recriminas ser infiel. Decídete —pide—, o me acusas de engañarte o tratas de convencerme de que somos lo único que necesitamos.
Soy contradictorio, lo acepto, pero se debe a que todavía no sé qué pensar. Estoy dividido por mi amor y fe en ella y las pruebas e inseguridades que me han carcomido la cabeza en el último tiempo.
—Ambas.
—No, si tienes dudas de lo mucho que te amo y respeto, no puede ser ambas. Me duele que me creas capaz de eso. Herirte es lo último que haría —jura—, pero si no estás, seguro tal vez es mejor así. Al menos sé que no me dejarás en el altar esperando a decidirte si arriesgarte por una posible infiel es la mejor opción.
Tiene la intención de pasarme para regresar por su ropa, pero la toma de la muñeca y la retengo. Me siento terrible. Requiere de toda mi voluntad no limpiar las lágrimas que ruedan por su rostro, pero temo acercar la mano y que me suelte un mordisco.
—Entiéndeme, Brooke —ruego—. Nos distanciamos en el último tiempo…
—Por eso me puse tan feliz cuando llegué y me estabas esperando. ¿Es que no te das cuenta? Siempre te estoy diciendo a dónde voy o lo que tengo que hacer, incluso cuando no lo preguntas. No tengo que darte explicaciones, pero te mantengo informado en el intento de que sigamos conectados, que te intereses en mí y te abras para que yo pueda hacer lo mismo contigo. Soy consciente que no estamos tanto tiempo juntos como el que solíamos estarlo, pero no se trata solo de mí. Cuando llego, tú te vas, y por teléfono eres una auténtica cucharada de moco con tus monosílabos en respuesta. No te esfuerzas tampoco, Xian.
¿Me acaba de decir que soy una masa viscosa, apática y fea de moco? Eso es nuevo, pero es verdad que uno siempre tiende a ver los defectos del resto antes que los propios. Sé que no es fácil lidiar conmigo. No debe ser sencillo amarme.
Lo sé porque mi madre y todas mis hermanas no me dejan olvidarlo.
—Será mejor que ordenes tus ideas, porque no voy a casarme con alguien que desconfía de mí.
Al final no va por el resto de su ropa, solo por su teléfono. Oigo la puerta del baño cerrarse y luego el correr del agua en la tina. Suele poner música cuando está teniendo un mal día.
Yo soy su mal día, el peor de los peores.
Me quedo de pie ahí, en calzoncillos y perdido en medio de una habitación que contradictoriamente conozco muy bien. Exhalo con pesar y me sueno el cuello, cansado. La posibilidad de que me sea infiel cobra fuerza, pero ver esos ojos dolidos refuerza esa parte de mí que sí confía en ella. Estoy bifurcado, y a diferencia de antes, ambas partes están balanceadas. Me pregunto cuál va a terminar ganando sobre la otra al recoger mi móvil y enviar un rápido texto a Preswen.
Me visto. Le daré a Brooke algo de espacio e iré a quejarme internamente sobre todos mis problemas a otro lugar, pagando un café de diez dólares que lo terminaré de un puto sorbo.
Estoy bajando las escaleras cuando me llega otro mensaje.
Brooke se llevó su celular al baño.
Freno en seco y levanto la vista hacia la escalera. Sopeso la idea de regresar sobre mis pasos y hacerle frente otra vez.