Capítulo 36:
— ¡No! — Mason quitó al niño de mis manos — ¡Elif! ¿Qué hiciste Elif? — estaba en shock, la joven de sonrisa amable había sido destrozada, llevada hasta al límite, hasta el callejón sin salida sin posibilidades de regresar, de vivir.
Las manos de Mason se aferraron en mis brazos apartándome todo lo que podía del lugar completo en llamas.
— ¡Aidan! — Mason gritaba hasta el cansancio para que fuera con él, el fuego seguía sin descanso.
—Llévatelo— lloré —llévatelo a la casa de la Manada Fuego, llévalo a casa y p-protégelo.
— ¿Qué vas hacer? —No respondí — ¡¿Qué vas a hacer?!
— ¡Lo que sea necesario! — Me acerqué a Mason—ten lealtad Mason, por tu Compañera, por tu hija, por la niña a la que proteges, por Ilikai, por favor, no me traiciones— le supliqué con el corazón en mi mano, le supliqué lealtad al chico solitario.
Sus pozas negras me observaron unos segundos, él tenía al niño de tres años en sus brazos, y sudor en sus sienes y sus puños presionados.
—Te arrepentirás de tenerme a tu lado.
Mason me dio la espalda y se fue con el pequeño.
Sorpresivamente la sonrisa ladeada del chico me confortó y caí de rodillas sosteniendo mi pecho, miré hacia abajo, un juguete en el jardín de la casa de Elif, un juguete roto, lloré con más fuerza.
Tambaleante me dirigí a la salida, unos soldados que cargaban heridos me miraron.
— ¿Está bien? ¿Tiene una herida? — negué.
—Alfas, ¿Dónde están los Alfas?
—En los alrededores, por favor necesita salir de aquí, los futuros Alfas...
Salí corriendo desesperada.
— ¡Alfas! — cerca de la franja donde todo parecía comenzar los Alfas ayudaban a lo que podían, las Lunas calmaban a todos y a los heridos los protegían.
— ¿Qué estás haciendo ahí? — mi padre no parecía creer lo que veía.
—Ayúdame— una palabra sencilla que implicaba grandes sentimientos.
— ¿Ayudarte? —Parecía incrédulo —tenemos mucho de que encargarnos y tu desapareces de la nada, anda sal de ahí.
—Por favor, necesito a los Alfas.
—No seas egoísta y ayúdanos, Aidan muévete de ahí.
— ¿Egoísta? — Di un paso al frente, la Luna Caterina se detuvo en lo que hacía y me vio con más detenimiento —necesito su ayuda, ¿quieren acabar con esto?
Esta vez sí obtuve la atención de los cuatro Alfas.
—Vuelve aquí Aidan.
— ¡Escúchame! ¡Por una vez en tu vida, te suplico que me escuches! —Mis piernas parecían flaquear —escúchame— susurré.
Los Alfas pasaron la franja de fuego y se acercaron a mí, mi padre no parecía feliz.
— ¿Cómo te atreves a gritar de esa manera? Aidan, tenemos a una aldea completa en llamas, y solo esperas que porque tú nos llamas iremos a ti.
—Erick, basta— La Luna Caterina lo silenció.
—Puedo detenerlo, los Cuatro Elementos los tengo ¿no? Puedo manipularlos, utilizarlos, p-puedo detener el fuego, pero necesito que me protejan, por favor.
El negó.
— ¿Qué tan poca confianza me tienes? — Estaba furiosa —las vidas de todas esas personas cambiarán a partir de hoy, no puedo detener ese cambio, pero puedo al menos detener la destrucción, puedo rescatar...
—He dicho no— dio media vuelta, mi corazón se rompió un poco más.
—Dices ser mi padre, pero me mandaste lejos solo por "protección" aun cuando era una niña que necesitaba el cariño de sus padres ¡me lo negaste! Ahora que puedo al menos hacer algo por la aldea te niegas ¿por qué? ¿De nuevo es por la estúpida protección? —Lentamente se giró— No haré nada, no cambiaré nada todo por tu culpa, porque me crees una inútil, pero te equivocas, cambiaré, ayudaré al cambio, no sé cómo, pero lo haré, con o sin tu ayuda.
Esta vez fue mi turno de dar media vuelta y alejarme.
Mi padre era una persona necia y temía perder a la única persona que le recordaba a mi madre, pero durante esa protección me dañó mucho, tanto que pronto me sentí asfixiada, perdida. Cuando pierdes la confianza en alguien jamás podrás recuperarla, jamás lo logró.
Me alejé y cuando estaba en el centro me detuvieron.
—Lo haremos— la mano del Alfa Henry, cubrió la mía —te protegeremos.
Sonreí un poco, pero flaqueó al darme cuenta que él no venía.
—Entiéndelo— susurró el Alfa Dariel, manada Tierra.
— ¿Cómo lo harás? — preguntó el Alfa Eliot.
—Basado en mis sentimientos puedo hacerlo, lo leí, Illazki probaba mediante sus emociones cuanto poder podría dar, entre más sentimientos, más poder, eso lo dice el libro de las manadas, puedo hacerlo.
— ¿Y nosotros que haremos? —preguntó agitado el Alfa Eliot, no estaba lo suficiente seguro de que si iba a funcionar o no, así que veía a su alrededor mientras todo se consumía.
—No dejen que nadie observe.
Y en medio de la agitación, entre el miedo y la desolación habría un pequeño rayo de luz en una tormenta sin descanso, el fuego se sumiría ante el llanto de los que perdieron todo, el agua transformaría el dolor en paz.
Uní mis manos frente a mí, mis ojos rebosaron entre el color azul y gris.
La felicidad y la tristeza.
El agua y el viento.
Unidas para acabar con el abrazador fuego.
Mi corazón latía desenfrenado ante estas dos emociones, mis manos temblaban mientras una palma descansaba en la otra, y en medio de amabas el rayo de esperanza apareció.
Mi cabeza daba vueltas a la par que los recuerdos se aglomeraban a mi vista, una imagen tras otra, las risas, el llanto, los momentos felices, la desesperación.
Todas unidas para un solo objetivo, paz.
Una franja de viento se formó alrededor de mí sin llegar a tocarme, mis manos no soportaron el agua furiosa y de pronto una línea de agua, como una línea vertical a mí se alzó.
Agua electrizada se enaltecía ante mí como si fuera un rayo desde el cielo hasta mis manos.
Las nubes grises se aglomeraron en el cielo, el rayo de agua permanecía constante y furioso a la vez.
Las lágrimas se deslizaban con rapidez, algo dolía en mi pecho, nombres pronunciaban mis labios sin descanso.
Mi madre.
Mi Nana.
Elif.
Ilikai.
Jev.
Y de pronto, a través de toda esa bruma, la lluvia comenzó a caer y mi cuerpo poco a poco comenzaba a empaparse, la lluvia caía con fuerza.
El agua llegó, así como el control de los elementos a voluntad.
Con mis manos soportando el rayo de agua me arrodillé para que la lluvia siguiera fluyendo con la misma intensidad, dejé al elemento Agua en una pequeña flor creciente color blanca.
El viento rugía a mi alrededor, los pétalos de la pequeña flor se mecían ante la fuerza del viento y de las gotas de lluvia, poco a poco comencé a retroceder hasta salir del vehemente viento.
Estaba débil, mis sentimientos estaban en constante choque mientras miraba a mí alrededor y veía como el fuego iniciaba lentamente a suprimirse.
Mi vista quedó en frente, miraba asombrada como el círculo de viento se mantenía inmutable protegiendo al rayo de agua que se apoyaba en la pequeña flor.
Sonreí, el fuego se acabaría, el humo se dispersaría y el pequeño Ilikai volvería a su hogar, poco a poco mi rostro se contrajo en dolor cuando recordé que eso jamás sucedería.
Caí de espaldas, la lluvia cayendo en mí como miles de alfileres, escuchaba la exclamación de muchos, la alegría de todos porque la pesadilla acababa.
Pero para el niño dormido pronto empezaría.
Cubrí mi rostro mientras mi cuerpo temblaba.
— ¡Lo hiciste, Aidan, lo hiciste! — las manos de los Alfas me pusieron de pie, no podían ver nada más allá de su propia felicidad, de la rebosante alegría que daba saber que esto se acabó.
Asentí un par de veces, me sofocaba sus miradas, sus abrazos, sus risas, así que poco a poco levanté mis manos para ponerlas en mis oídos, cerré mis ojos.
Hablaban demasiado rápido, demasiado lento.
Ojos cargados de felicidad, llenos de incertidumbre.
Abrazaban, se alejaban.
Egoísta, altruista.
Felicidad, tristeza.
Ruido, silencio.
Di media vuelta, mi pie izquierdo pisando el profundo charco que la lluvia había provocado.
Mis zapatos negros se hundieron en el lodo, en la desesperación y encierro.
El bosque movía sus hojas verdosas gracias a la precipitación, sus hojas me invitaban hacia un abrazo, a un lugar seguro, el frio del viento calaba en mis brazos y piernas desnudas mientras me internaba.
Mis manos apretando mis orejas para evitar el ruido.
Y cuando me sentí lo más segura grité con desesperación.
Grité tal y como mi corazón lo quería, hasta que mi garganta dolió, hasta que el sol se escondió y la lluvia paró.
Mi cuerpo débil era manchado por el lodo y las verdosas raíces, la noche me susurró como vieja amiga, la luna me miró en la desesperación como tantas veces lo había hecho desde pequeña.
Mi vista comenzó a hacer borrosa a la par que mi cabeza palpitaba, mi alrededor daba vueltas y sentía el sudor bajar por mis sienes, el crujido de una rama me alertó girándome para ver, pero la oscuridad no ayudaba, mucho menos el color negro en su vestimenta, mi conciencia estaba por perderse, e imagine los cálidos brazos de mi Amicum.
—Ethan— pronuncié con fuerza hasta perderme en la oscuridad.
Cada quién enfrenta a sus demonios y miedos de manera distinta, no somos iguales, unos lo demuestran, otros lo esconden, cualquiera que sea la manera de escapar del dolor es válida si eso te ayuda, sin embrago, no olvides ser los brazos protectores de alguien, una palabra, un abrazo, es válido.
"Necesitaba de sus palabras, de sus "está bien" pero desde pequeña me lo negaron."