Serie Amigas Duquesas III: Po...

By EdicionesFrutilla

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En 1818, un beso hace que la vida de un duque se ponga patas para arriba antes de que puedas decir "Penélope... More

Sinopsis
Dedicatoria
Prólogo

CAPÍTULO I

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By EdicionesFrutilla


DE CÓMO WILLIAM CRAWFORD CONOCIÓ A PENÉLOPE STORM...

Tres años antes...

Londres, 1815

William Crawford, duque de Silversword estaba enfadado.

No.

Furioso.

¿Por qué? A él no le gustaban nada los eventos que organizaba la sociedad. Y los bailes se encontraban entre ellos.

En su opinión, lo único bueno que había tenido la guerra (aparte de la victoria, claro está), fue que durante ese período de tiempo, su presencia en los actos sociales no era obligatoria (básicamente por que no estaba en Gran Bretaña) y, por tanto, se libró del desfile incansable de jovencitas debutantes frente a sus ojos. Debutantes que, junto a sus madres, no cejaban en su empeño de perseguirlo continuamente e intentar convencerlo de que sus respectivas hijas eran la mejor candidata para esposa (y con ello duquesa) que podía encontrar en Londres, Gran Bretaña y toda Europa juntas...

Los tiempos estaban cambiando, sin duda, ya que ni su fama de libertino conseguía repelerlas.

Cierto que, al contrario que otros muchos libertinos londinenses, él no se vanagloriaba públicamente del número de sus conquistas femeninas ni tenía hecha una lista con sus nombres (no le hacía falta, recordaba todos los nombres de memoria) Ése no era su estilo. Lo suyo era más la privacidad.

Quizás por eso les caía más simpático.

De todas maneras, él era el único que tenía la culpa de la situación en la que se había visto entrometido (involuntariamente, por supuesto).

Si pudiera echar el tiempo atrás, cambiaría sin dudar su forma de proceder y publicaría a bombo y platillo todas y cada una de sus conquistas femeninas. Así, la sociedad londinense se enteraría de que había tenido una amante en cada uno de los países de Europa que había visitado (que no eran pocos), e incluso descubrirían y se escandalizarían cuando conociesen que, durante el tiempo que pasó en la India, consiguió que la maharajaní de Jaipur cayese rendida a sus pies y se convirtiera en su amante. La de mayor rango social hasta entonces, para ser precisos.

Pero lo hecho, hecho está y de nada servía quejarse. Por eso, ahora mismo pagaba las consecuencias de ser diferente al resto de los libertinos...

Temía el regreso a la sociedad porque ahora que el conflicto había concluido, iba a ser diez veces peor porque, al gran número de debutantes de antes de la guerra, debían añadírsele el número de las que se habían presentado durante el mismo y aún permanecían solteras (y que serían casi con total seguridad, las tres cuartas partes).

William gimió.

El mero pensamiento de esto le ponía enfermo.

Además, debía añadir como incentivos a un más que seguro acoso asfixiante, que durante la guerra había sido distinguido y condecorado como un héroe por el mismísimo Nelson. Eso, sumado a que era amigo íntimo y compañero de juergas del regente Jorge lo convertían en un horror para él y algo genial para las mujeres, que lo veían aún más apetecible, si es que eso era posible.

Y, por si todo lo relatado antes no fuera suficiente, él, pese a su juventud (25 años) era el duque de Silversword; uno de los títulos nobiliarios más antiguos ("¡Malditos antepasados y su valentía en las batallas!" se quejó mentalmente), y de los pocos que no tenían deudas económicas.

Pero para ser justos y hacer honor a la verdad, esto último no había sido gracias a él, el "culpable" de la buena situación económica de su ducado era su hermano menor Christian (menor dos minutos, porque eran mellizos), un experto en matemáticas y economía que, en vez de seguir su ejemplo y alistarse en el ejército como voluntario, prefirió quedarse en Inglaterra a "cuidar el fuerte".

Suspiró.

Poco después, William decidió cambiar de estrategia y punto de vista y concentrarse en lo positivo, buscando buenas razones por las que debería asistir a ese baile. Solo encontró una: la amistad.

Cierto es que si colocásemos en sendas balanzas comparativas las razones positivas y negativas, la amistad llevaría todas las de perder; a priori. Sin embargo, era una razón tan poderosa que había ganado la partida a los innumerables inconvenientes que el baile planteaba.

Y es que, hasta ahora, había conseguido evitar cualquier compromiso social y quedar bien ante los numerosos anfitriones enviando a Christian como embajador y representante familiar.

Pero esto con los Aubrey no funcionaría.

¿Por qué? Porque George, el marqués de Aubrey había sido uno de sus camaradas durante la guerra y durante el tiempo que el conflicto duró, forjaron una sólida amistad; pese a la diferencia de edad (lord Aubrey era diez años mayor que él).

Además, en numerosas ocasiones su esposa y él venían a cenar a su casa, invitados personalmente por él.

Así que, lo menos que podía hacer por ellos era asistir al baile que habían organizado y que servía de inauguración oficial de la temporada, sino por amistad ya, por pura cortesía.

Henry, su cochero habitual (y acompañante en esta noche), dio tres golpecitos suaves al carruaje para avisarle de que estaban enfilando la calle donde vivían los Aubrey. Esto significaba dos cosas: La primera, que debería empezar a prepararse, dándose los últimos retoques al vestuario para salir impoluto e impecable del carruaje. O la segunda, que esperaba su respuesta mediante otros tres golpes en el interior del carruaje para comunicarle que diese la vuelta de inmediato.

William optó por la primera tras mucho pensárselo.

Entonces, cuando se ajustaba correctamente el nudo de la corbata, solo entonces, recordó un detalle que hasta ese momento había permanecido oculto y olvidado.

Bien, un detalle no. Una persona, para ser más precisos: lady Hornston, su amante de antes de la guerra; quien, no solo no lo había estado esperando, sino que cada vez que se encontraba con Christian le encargaba que le transmitiera sus mensajes de entera disponibilidad o le exigía que le entregase a él sus cartas de amor.

Cartas que él ni se molestaba en leer, pero que por los resúmenes de las mismas que Christian le hacía, de amor se hablaba bastante poco.

"Genial. Un problema más añadir", pensó con fastidio.

Sin embargo, tras pensarlo un momento más detenidamente, se dio cuenta de que lo que realmente tenía que hacer con ella era romper definitivamente su relación y destruirle de una buena vez y por todas las falsas ilusiones y sueños que ella se había creado acerca de: anillo, boda, ambos y el ducado de Silversword.

Todas esas cosas que él no había alentado de ninguna manera. De hecho, pensaba dejarle bastante claro de que no tenía intención alguna de casarse con ella.

Ni con ella ni con ninguna mujer. Ni ahora ni nunca.

Bueno, nunca tampoco. Pero iba a pasar mucho tiempo antes de que contrajese matrimonio...

Lo que William quería realmente era disfrutar de su soltería emborrachándose y jugando a las cartas en Boodle's[1], participando en combates ilegales junto a antiguos camaradas como "Beau" Brummell y olvidarse por un tiempo de las compañías femeninas.

Sus peores sospechas se confirmaron en cuanto puso un pie en el recibidor de los Aubrey, ya que en cuanto saludó a los anfitriones, sintió la presencia a su izquierda de lady Hornston, quien (al contrario que él) no era para nada discreta y le lanzaba unas miradas muy sugerentes acompañadas de unos gestos de cabeza y cuello bastante exagerados. Incluso los Aubrey se dieron cuenta, provocando que William se avergonzase profundamente.

"Cada vez tengo menos ganas de estar aquí" pensó William.

Pero no podía irse. No ahora, porque estaba seguro de que en cuanto se diese la vuelta e intentase salir por la puerta, ella le seguiría hasta fuera.

Así que, tras disculparse con los anfitriones, enfiló el pasillo en dirección a los escusados, rezando mentalmente para que ella no lo hubiese tomado como una invitación y también le siguiese hasta allí.

Una vez dentro de los escusados, se echó agua en la cara para despejarse y comenzó a pasearse por ellos mientras esperaba que un plan brillante surgiera de su mente, ya que no llevaba ni diez minutos en Aubrey Hall y toda su planificación para esa noche se había ido al traste.

"Piensa, piensa, piensa. ¡Tiene que haber algo que puedas hacer!" se autoreprendió y exigió a sí mismo.

Y es que, si por algo era aún conocido en el ejército (y había sido la razón por la que le habían condecorado) era por diseñar planes de estrategia casi infalibles. Por eso mismo, escapar y evitar a una loca obsesa una noche, no debería ser muy difícil.

Al menos, en teoría.

Y de repente, como le ocurría siempre con sus planes más brillantes, le vino una idea a la cabeza: iría a esconderse al único lugar donde jamás sería molestado por nadie y que ninguna jovencita debutante que asistiera a un baile con la intención de cazar un marido visitaría: la biblioteca.

Además, tenía ganas de leer un libro que George, el marqués de Aubrey, le había recomendado encarecidamente mientras estuvieron en la guerra. Se titulaba Waverley y lo había escrito un escocés llamado Walter Scott.

Penélope estaba disfrutando enormemente del libro.

Mañana tendría que agradecerle infinitamente a Christian Crawford tan buena recomendación literaria. Waverley era tan, tan...Bueno, debía parar de desarrollar su imaginación o perdería el hilo y no recordaría donde lo había dejado; otra vez.

Pero ¿cómo imaginar que el protagonista a través de sus ojos haría tan interesante la historia de Gran Bretaña? Y más a sus ojos ¡A ella! Que la novela histórica nunca le había gustado especialmente...

Además, estaba aprendiendo muchas costumbres escocesas y, un poco de conocimiento añadido nunca estaba de más.

Y es que estar sentada en el sillón de la biblioteca de los Aubrey descalza, con un moño casero que recogía su pelo largo llevando puestas sus gafas de lectura y, sobre todo, sin que nadie la incomodase o la interrumpiese, eran una serie de pequeños "lujos" derivados de pertenecer (ahora y, gracias a su madre) a la aristocracia rural que Penélope podía permitirse casi a diario.

A priori, algo tan horrible como llegar bastante más temprano que sus amigas por estar un escalón por debajo de ellas en la escala social (eso que estaba marcado por las normas de etiqueta, que están ahí y son las que son desde tiempo inmemorial) eso, que sería el culmen del aburrimiento para una jovencita casadera y un horror para una persona con problemas de socialización por su gran timidez como era el caso de Penélope Storm, se convirtió de repente en el momento favorito de todos y cada uno de los bailes a los que su madre casi la arrastraba y obligaba a asistir.

¿Cómo?

Aprovechándolo y dedicándose un tiempo para sí misma en cada baile.

Así que, mientras la mayoría de las debutantes y jovencitas aristócratas rurales se aburrían enormemente en los salones de baile, esperando a los nobles solteros (que normalmente no aparecían o si lo hacían, nunca llegaban temprano), ella disfrutaba de la lectura en las bibliotecas de cada una de las mansiones.

Eso sí, en torno a las once, debía incorporarse al baile, reaparecer abajo y confundirse entre la masa ingente de mujeres casaderas siendo " uno más de los cebos a la espera de que un buen pez pique".

Totalmente sumida en sus pensamientos y, a punto de comenzar a releer el principio del capítulo por tercera vez, le pareció escuchar de repente el cierre de la puerta de la biblioteca, algo improbable, aunque no imposible, porque en más de una ocasión se había quedado encerrada mientras leía.

Por suerte para ella, Rosamund le había enseñado a forzar cerraduras cuando estudiaban juntas donde miss Carpet, pero si eso había ocurrido realmente, ya tendría tiempo de ocuparse de ello después.

"Preocúpate de prestar atención al libro, que ya van cuatro intentos con este para intentar leerte el capítulo" pensó, regañándose a sí misma.

A la cuarta vez lo consiguió y se enfrascó de nuevo en la lectura en la historia, tanto, que al levantar la vista del libro para hacer una pequeña reflexión mental sobre lo que acababa de leer, (una costumbre muy suya) tuvo que reprimir un grito al encontrarse con un perfecto desconocido que la observaba con gran interés y una mezcla de incredulidad y enfado.

"Cuando pensaba que había visto todo en la vida al estar en la guerra, la providencia vuelve a sorprenderme de nuevo" pensó William, mientras miraba atentamente el descubrimiento que acababa de realizar.

Uno cuando va a una biblioteca extraña a esas horas de la noche espera encontrar libros allí.

Obvio.

Hasta ahí, la biblioteca de Aubrey Hall cumplía esas características habituales.

Lo que uno no espera encontrar de ninguna de las maneras, ya que no era en absoluto habitual, era a una mujer sola allí.

Encima una mujer ¡descalza, con gafas y sin peinar!

Una mujer que, tan absorta estaba en la lectura de su libro que ni siquiera había sido consciente de su "espectacular" entrada. Por lo que William no pudo hacer otra cosa que observarla minuciosamente mientras ella no se daba cuenta de su presencia allí...

"El libro debía ser bastante bueno" pensó William, puesto que llevaba allí diez minutos y ella nada. Aún no se había percatado de su visitante.

La curiosidad pudo con él y se agachó levemente para saber el título de la obra: Waverley de Walter Scott.

"¡Fantástico William! Sin duda, hoy es tu día de suerte. De todos los libros posibles que tiene esta biblioteca, ha ido a escoger y leer aquel por el que tú estás interesado. ¡Bravo!" pensó molesto.

Justo en ese momento, ella le vio y reprimió un grito.

"Bien. Chica lista. Aclaremos de una buena vez quién es y qué es lo que está haciendo aquí " pensó William, antes de acercarse a ella.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó, más enfadado de lo que pensaba en un principio.

Penélope no gritó, no porque no quisiera o no tuviera la suficiente potencia de voz, sino porque el miedo la paralizó por completo.

¿Quién era él?

¿Qué hacía allí?

Y lo más importante de todo ¿cuánto tiempo llevaba observándola?

Avergonzada hasta el extremo y roja como un tomate, Penélope intentó ponerse los zapatos (Cosa que consiguió realizar al tercer intento, tal era su estado de nervios). Acto seguido, se recogió el pelo decentemente, se quitó las gafas y, superando su timidez con un coraje que desconocía poseer, le respondió:

—Yo... yo podría preguntarle a usted lo mismo.

"Muy bien Penélope, Estás aquí, a punto de morir y a ti lo único que se te ocurre es hablar de usted al desconocido. ¡Cómo si eso lo fuese a espantar de inmediato! ".

Tras superar la sorpresa inicial del "hallazgo" y fruto de la observación concienzuda que le había realizado durante diez minutos, William se relajó. Y es que durante la guerra había estudiado, aprendido y perfeccionado la capacidad de conocer algunos de los rasgos de la personalidad únicamente con la observación de los gestos y costumbres de las personas. Por eso, esta joven (en principio) le inspiraba confianza.

Tras el análisis que acababa de realizarle sin que ella supiera, había sacado unas conclusiones, que eran las siguientes:

Era lógico y saltaba a la vista que era una mujer.

Soltera, pues no llevaba anillo. Además, el color de su vestido era un indicador inequívoco de que era una mujer casadera en busca de marido. Este motivo fue más que suficiente para descartarla de inmediato.

"¿Descartarla? ¿Descartarla de qué? Dios... ¡Si ni siquiera la había mirado bien a la cara!" se autoreprendió nuevamente.

Dicho y hecho. Su cerebro ordenó a la mente de William a mirarla con detenimiento para descartarla totalmente de donde fuese que debía hacerlo...

No era guapa en el sentido de la belleza imperante y según los cánones establecidos por la incomparable de la temporada, pero eso no quería decir que fuese fea; ni mucho menos.

Al contrario.

Incluso ahora, con el peinado improvisado que había intentado mejorar el desastre anterior fruto del nerviosismo y la sorpresa, a William le parecía que estaba muy guapa.

Era diferente.

Eso es.

No era fea, lo que ocurría era que su belleza no llamaba la atención al primer instante, solo la mirarías y apreciarías en su totalidad en un segundo vistazo, como le había ocurrido a él.

Ya lo tenía. La descartaba como amante.

Como mujer en general. Ella no era su tipo. Él las prefería más... Bueno. No sabía cómo las quería, pero desde luego como ella no.

Punto.

Lo cual le llevaba directamente a romper su propósito creado horas antes acerca de su nueva relación con las mujeres del mundo.

Necesitaba compañía femenina.

Y cuanto antes mejor.

Pero no una como ella.

Ella no.

Punto.

Más bien, punto y coma, porque pese a que ella no era su tipo, no podía dejar de observarla...

Su cara estaba bien proporcionada y tenía un ligero toque infantil, sus ojos eran de color negro, su nariz pequeña aunque ligeramente respingona y sus labios eran carnosos y no tenían resto alguno de maquillaje en el inferior de tanto rozarlos con la lengua al pasar las páginas del libro. Y su pelo...

Su pelo era un enigma.

Era rubia, eso sí, pero tampoco una rubia normal. Más bien estaba a mitad de camino entre el rubio y el castaño claro.

A él le recordaba algo parecido a ¿la miel envejecida?

— Disculpad ¿habéis terminado?—le preguntó ella, interrumpiendo sus pensamientos.

—¿Cómo dices? —preguntó él, sacudiendo ligeramente la cabeza. "Como si eso te ayudase realmente a ubicarte más rápido...".

—Sí. Que si ya habéis terminado con vuestra exploración. Por cierto, es melífero —le informó.

—¿Qué? —preguntó un William cada vez más perdido, desorientado y desconcertado en la conversación.

Sí. Increíble, aunque no por ello menos cierto.

William Crawford que hablaba cinco idiomas con total fluidez y que había conquistado mujeres de cada país que había visitado, era incapaz de hilar dos frases con sentido y mantener una conversación decente frente a esta pequeña ratón de biblioteca.

"Lo que daría Christian por estar presenciando esto ahora mismo..." pensó William.

Al ver la confusión que sus palabras habían creado al extraño, Penélope decidió explicarse mejor:

— Es que he visto que mirabais mucho mi pelo mientras fruncíais el ceño. Pues bien, es melífero. Ni rubia ni castaña totales. Melífera. Como la miel envejecida. Así soy yo.

El sentido de una aclaración era provocar que quien no hubiese entendido lo anterior y tuviese dudas, dijese algo después para hacer saber a quién lo había aclarado que éste lo había comprendido.

Con un único "gracias" de cortesía, bastaba. Al menos, así lo creía Penélope, sin embargo, el extraño no decía nada. Estaba ahí enfrente. Callado y parado.

"¡Dios! ¡Jamás he conocido a un hombre tan tonto! "pensó Penélope.

Hecha esta reflexión, Penélope decidió que el desconocido le caía mal.

"¡Lo sabía! " pensó William con cierta satisfacción. "¡Caramba! Es más inteligente de lo que aparenta. O eso, o ha leído muchos libros porque no todo el mundo introduce epítetos en una conversación así como así. Y menos una debutante".

—¿Va a quedarse mucho? —le preguntó ella.

De nuevo, William vio cómo se interrumpían sus pensamientos, solo que esta vez ella había errado al mostrar sus pensamientos.

Le había mostrado su punto débil: la ponía nerviosa.

Sonrió.

Como todo buen seductor experto, los nervios eran algo que sí podía manejar.

—¿Por qué? ¿Te pongo nerviosa acaso? —le preguntó, acercándose a ella utilizando su tono de voz más seductor.

—O, ¿es que acaso te doy miedo? —volvió a preguntar, cambiando el registro hacia el tono amenazador.

"¿Me está tomando por estúpida? A lo mejor es un actor y está ensayando sus gestos y diferentes registros de voz conmigo... Porque otra explicación... no tienen sus cambios tan repentinos" pensó Penélope.

—Oh sí. Estoy muerta de miedo, señor —respondió, irónica.

De todas las respuestas posibles que William había imaginado para esta situación, la que ella acababa de darle era totalmente inesperada. Esperaba miedo, terror, pánico, risa...pero ¿ironía?

Jamás. ¡Vaya! La había subestimado por completo.

Decidió poner distancia entre los dos y empezó a caminar de un lado para otro nervioso, sorprendido e indignado por dicha respuesta.

—¿Me estás diciendo... —dijo, caminando cada vez más deprisa para intentar controlar su creciente ira— que no te doy miedo? ¿Es que eres completamente estúpida? —le preguntó haciendo aspavientos con las manos—. ¿Qué pasaría si fuese un asesino, un violador o un ladrón? ¿Eh? ¿Qué pasaría? ¿No eres consciente del peligro que podrías estar corriendo ahora mismo, pequeña niña tonta?

—Nullum argumentum, nihil dici[2] —respondió ella tranquilamente, y muy segura de sí misma.

Latín. De improviso.

Eso sí que era un buen desarme.

Tanto, que William se quedó con la boca abierta (literalmente) y era incapaz de cerrarla.

No solo no le tenía miedo, sino que siempre iba un paso por delante de él y le hacía quedar como un tonto en su presencia.

"¿Latín? ¿Quién iba a imaginar que usaría el latín en una conversación? Pero... ¡Si era una lengua muerta!".

Definitivamente, era una mujer inteligente.

Tras ese nuevo descubrimiento, se olvidó del propósito inicial que le había encaminado a ir a la biblioteca y decidió quedarse para conocerla mejor.

Estaba seguro de que no iba a aburrirse con ella.

"¿Qué hace? No, no, no, ¡no te sientes!" pensó Penélope enfadada, ella solo quería que se fuera y la dejara en paz con su lectura. Incluso había utilizado su tono más pedante (latín incluido) y... nada. No había funcionado. No solo no se había ido, sino que se había sentado frente a ella, al parecer, con ganas de hablar.

Suspiró.

"Petardo"

—Un latín excelente —la felicitó.— Dado que no te doy miedo y que no pareces peligrosa, he pensado que quizás podríamos empezar de nuevo, ¿te parece? —dijo, teniéndole la mano.

Penélope le miró enarcando una ceja.

No entendía a este hombre.

No entendía la situación.

No entendía nada.

Y desde luego... ¡no quería conocerle!

Inspiró aire para sosegarse y dijo:

—La razón de por qué no me dais miedo es simple. Muy simple en realidad. Nunca he visto ni a un ladrón, ni a un violador y ni mucho menos a un asesino, así que os concedo el beneficio de la duda señor y me fío de vos. Además, vinisteis directamente hacia la zona de sillones de la biblioteca, sin chocaros con el apoyapiés puntiagudo para lady Aubrey que hay en la entrada, de lo que se deduce que conocéis a los anfitriones y bastante bien, porque le han permitido visitar su biblioteca, el lugar predilecto de lord Aubrey. Por tanto, si fuerais un ladrón, hubieseis ido directamente a las estancias de los anfitriones y, si fueras un asesino o un violador ni se os hubiese pasado por la cabeza entrar en la biblioteca, sino que estaríais escondido en las zonas oscuras de la planta baja de la mansión a la espera de vuestras víctimas: una mujer, si fuerais un violador, y os daría igual el sexo si fuerais un asesino.

—Así que, si sumo dos y dos...es más, me atrevo a ser presuntuosa y, por la manera en que estáis mirando el Waverley que tengo en mis manos, la única conclusión a la que llego es que viniste a la biblioteca a por este libro en particular —dijo, elevándolo para que lo viese mejor— Pues, lo lamento señor. Este libro está ocupado ahora mismo

Asombroso.

Increíble.

Extraordinario.

Era la mejor argumentación que había escuchado en mucho tiempo, y eso que era abogado y miembro de la Cámara de los Lores...Por tanto, debía estar acostumbrado a este tipo de situaciones...

"¿De dónde demonios ha salido este pequeño ratón de biblioteca?" pensó, maravillado.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó.

—¿Perdón? — dijo una Penélope desarmada por primera vez en toda la conversación.

—Sí. Quiero saber cuál es tu nombre —repitió William tranquilamente.

—Y ¿por qué debería identificarme yo primero? Le recuerdo que yo ya estaba aquí cuando usted llegó y el hecho de que no tenga aspecto ni sea un ladrón, un asesino o un violador no le otorga el privilegio de conocerme personalmente —respondió ella desafiante.

—Tienes razón. En todo. Touché —dijo William, sonriente.— Me llamo...—dijo, mientras pensaba un nombre falso

"Esto de inventarse un nombre es mucho más difícil de lo que parece en un principio" pensó con fastidio.

—Adam. Me llamo Adam —afirmó rotundamente para sonar convincente.

—Supongo que Adam tendrá un apellido... ¿o me equivoco? —preguntó ella, no muy convencida.

—¡Oh sí! Claro. Me llamo Adam... —"No puedo creer que no se me ocurra un nombre falso completo. ¡Yo! ¡Yo, que he utilizado un sinfín de pseudónimos! Vamos William ¡tú puedes! Piensa en apellidos corrientes..."— Smith. Me llamo Adam Smith milady, y es un placer el conocerla —dijo, de nuevo sonriente y reofreciéndole la mano otra vez.

Cierto. Había mentido, pero no podía arriesgarse a revelarle su identidad, no podía decírselo.

Era una mujer soltera en busca de un marido, con todo lo que ello implicaba. En otras palabras: MATRIMONIO dentro de su diccionario personal.

"¿Adam Smith? Ya claro. ¡Y yo soy Ana Bolena! Mentiroso. Molesto y mentiroso ¿podría ser alguien más estúpido por momentos? Parece que sí " pensaba Penélope mientras le miraba con gestos de odio.

—¿En serio? ¡Vaya! Os llamáis como el economista autor de La riqueza de las Naciones. ¡Qué suerte tener un tocayo de tanta prestanza! —dijo Penélope, en un tono burlón que no pasó desapercibido para William y que no le gustó en absoluto.

—Eh...sí. En efecto. De hecho, mi madre me lo puso porque nací el mismo año en que él murió — respondió.

Y era verdad. Al menos en parte; ya que William nació en el año 1790; exactamente el mismo año de la muerte de Adam Smith.

—¿Y tú? ¿Cómo te llamas tú? —preguntó él.

—Penélope —respondió ella de inmediato y sin pensar.

"¡Bravo Penélope" Sabías de sobra que no tenías dotes interpretativas desde tus espantosas representaciones teatrales en la escuela de miss Carpet, pero hablas cuatro idiomas a la perfección ¡por Dios! ¿Qué tal si hubieras probado a mentir? ¿Mentir bien? Él, al menos lo ha hecho. ¡Estúpida! ¡Arréglalo ahora mismo!"

—Penélope Josephine Brunwick. Aunque prefiero el nombre de Josephine. Sin tocayo ilustre, como podrás imaginar — dijo, devolviéndole (por fin) el apretón de manos.

Hechas las presentaciones pertinentes y, tras un breve rato de conversación insustancial, Penélope volvió a su Waverley, enviando una indirecta muy directa al señor Smith para que se marchara.

¿Por qué? No solo era un pésimo mentiroso (era obvio que Adam Smith no era su verdadero nombre. ¡Solo tuvo que ver la cara que puso cuando mencionó al economista!), sino que encima no tenía una conversación interesante (siendo lo más irónico de la situación de que era ella quien se estaba quejando. ¡Ella! que se caracterizaba sobre todo por tener una capacidad de conversación espectacular...).

Volvió a mirar el reloj de pared y maldijo para sí.

¡Había perdido demasiado tiempo por intentar ser sociable y ahora iba a tener que dejar el libro en un capítulo de lo más interesante! Hizo un mohín. Doble: porque no solo iba a dejar el libro inconcluso, sino que encima iba a tener que dirigirse al salón de baile a esperar a que alguien que no fuese su cuñado, Eliah Crew, el famoso arquitecto y diseñador de jardines, la sacara a bailar.

Tal vez el señor Crawford...

De lo único de lo que se alegraba era que iba a perder de vista a este individuo, con mucha suerte, para no verlo jamás.

Enfrente de ella, William estaba atónito.

No, perplejo.

Esta mujer no solo no lo encontraba atractivo (prácticamente se había reído en su cara de su primer intento de seducción. Aunque, bien, cierto que no había sido su mejor ataque...), o si lo hacía, estaba tardando bastante más de lo habitual en demostrarlo.

Además, le había hecho quedar como un tonto en numerosas ocasiones; y, para rematar, le estaba ignorando deliberadamente y, con una serie de indirectas bastante directas, le estaba invitando a marcharse. ¡Y todo porque no le había dado una buena conversación!

Pero... es que era muy difícil sacar temas de conversación seguros, donde no corriese el riesgo de revelar algún dato que le diese alguna pista sobre su verdadera identidad.

Pues bien, no estaba dispuesto a dejar las cosas así.

Volvería a intentarlo.

De hecho, mientras ella fingía leer, había elaborado una lista de temas seguros para mantener una conversación de adultos y así demostrarle que no era ni el patán ni el estúpido que ella creía que era por su comportamiento de momentos antes.

La cuestión principal era la estrategia. Con una buena estrategia podría conseguirlo.

Comenzó a mirar hacia todos los rincones de la biblioteca mientras pensaba la estrategia a utilizar.

Inconscientemente, comenzó a repiquetear los dedos sobre el apoyabrazos del sillón y, observó con creciente interés, que eso a ella no le gustaba en absoluto.

"Al infierno el plan. Improvisaré sobre la marcha" pensó.

El siguiente paso consistió en levantarse y empezar a caminar haciendo más ruido del necesario con sus botas sobre el suelo. Miró la cara de Penélope y vio que comenzaba a crisparse.

Iba por buen camino.

El tercer paso y final, consistió en coger indiscriminadamente libros de todas las estanterías existentes en la biblioteca y cambiarlos de sitio. No sabía cómo iba a explicarse esto a sus amigos, sobre todo a lord Aubrey, pero ya se le ocurriría algo más tarde.

Volvió a mirarla y esta vez, ella le descubrió haciéndolo.

Sus miradas se encontraron pero no dijo nada; volvió su mirada al libro.

"Con que quieres jugar fuerte ¿no? Ahora verás" pensó William.

No contento con el jaleo que estaba armando y las respuestas de ella, decidió complicar y mejorar la tercera fase de su plan: desde entonces, solo se dedicó a coger libros de cada una de las estanterías de la biblioteca, pero única y exclusivamente de las baldas más altas.

Baldas a las que no llegaba ni poniéndose de puntillas.

Y, ¿qué es necesario para alcanzar algún objeto cuando no puedes alcanzarlo sin ayuda?

Exacto.

Una escalera.

Una compacta, pesada y ruidosa escalera de madera de roble que no era posible trasladar de otra manera que arrastrándola. Casi se atraganta intentando reprimir una carcajada.

"Ruido. Ruido, ruido, ruido, ruido, ruido, ruido ¡y mucho más ruido! Dedos, pasos, libros e incluso ¡una escalera! ¿Quién es capaz de concentrarse aquí? "pensó una enfadadísima Penélope.

Volvió a mirar la hora, lo que acabó por enfadarla aún más. Por ello, cerró el libro de golpe, se quitó los anteojos, se levantó y le dijo lo más agradablemente que pudo:

—¿Sabe qué lugar es este? No conteste. Yo se lo diré: es una biblioteca y, ¿sabes por casualidad qué se hace en un lugar como este? No abras la boca. ¡Se lee! o al menos, hay quien lo intenta — dijo, encaminándose hacia la puerta.

—¡Espera! ¡Eh, espera! Pero ¿adónde vas? —preguntó un sorprendido William desde lo alto de la escalera.

—Al contrario que vos, señor. Yo tengo otras cosas que hacer aparte de molestar continuamente e interrumpir a la mínima —dijo ella abriendo la puerta.

Había fracasado estrepitosamente.

Quería llamar su atención para volver a tener la oportunidad de hablar con ella, ¡no para que se marchara!

Debía intentarlo de nuevo.

De manera que bajó deslizándose por los bordes de la escalera, salió corriendo hacia la puerta y se colocó a su lado.

Casi sin aliento le dijo, tomándole la mano:

—Espera. Yo no quiero que te vayas, Penny.

Eso fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de Penélope. No le gustaba que la llamasen Penny, sólo su madre lo hacía. Y cuando lo hacía (es decir, siempre) lo pronunciaba de tal forma que a ella le daba la sensación de que la menospreciaba.

Por eso no le gustaba ser "Penny".

Ella era Penélope.

—Mi nombre es Penélope. No Penny —dijo, rechinando los dientes.

Acto seguido, le cerraba la puerta en las narices con un sonoro portazo.

-------

[1]Boodle's: Es un club para caballeros londinenses fundado en 1762 por Lord Shelbourne, futuro Marqués de Lansdowne y Primer Ministro. Recibe su nombre de su camarero jefe: Edward Boodle. En 1782 se trasladó al 28 de James Street en Londres, lugar donde se ubica en la actualidad. Destacar que algunos de sus clientes habituales fueron, entre otros: el verdadero Adam Smith, George Bryan Brummel o sir Winston Churchill, nombrado miembro honorario.

[2]Nada se puede decir de lo que no hay pruebas.


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