CAPÍTULO I

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DE CÓMO WILLIAM CRAWFORD CONOCIÓ A PENÉLOPE STORM...

Tres años antes...

Londres, 1815

William Crawford, duque de Silversword estaba enfadado.

No.

Furioso.

¿Por qué? A él no le gustaban nada los eventos que organizaba la sociedad. Y los bailes se encontraban entre ellos.

En su opinión, lo único bueno que había tenido la guerra (aparte de la victoria, claro está), fue que durante ese período de tiempo, su presencia en los actos sociales no era obligatoria (básicamente por que no estaba en Gran Bretaña) y, por tanto, se libró del desfile incansable de jovencitas debutantes frente a sus ojos. Debutantes que, junto a sus madres, no cejaban en su empeño de perseguirlo continuamente e intentar convencerlo de que sus respectivas hijas eran la mejor candidata para esposa (y con ello duquesa) que podía encontrar en Londres, Gran Bretaña y toda Europa juntas...

Los tiempos estaban cambiando, sin duda, ya que ni su fama de libertino conseguía repelerlas.

Cierto que, al contrario que otros muchos libertinos londinenses, él no se vanagloriaba públicamente del número de sus conquistas femeninas ni tenía hecha una lista con sus nombres (no le hacía falta, recordaba todos los nombres de memoria) Ése no era su estilo. Lo suyo era más la privacidad.

Quizás por eso les caía más simpático.

De todas maneras, él era el único que tenía la culpa de la situación en la que se había visto entrometido (involuntariamente, por supuesto).

Si pudiera echar el tiempo atrás, cambiaría sin dudar su forma de proceder y publicaría a bombo y platillo todas y cada una de sus conquistas femeninas. Así, la sociedad londinense se enteraría de que había tenido una amante en cada uno de los países de Europa que había visitado (que no eran pocos), e incluso descubrirían y se escandalizarían cuando conociesen que, durante el tiempo que pasó en la India, consiguió que la maharajaní de Jaipur cayese rendida a sus pies y se convirtiera en su amante. La de mayor rango social hasta entonces, para ser precisos.

Pero lo hecho, hecho está y de nada servía quejarse. Por eso, ahora mismo pagaba las consecuencias de ser diferente al resto de los libertinos...

Temía el regreso a la sociedad porque ahora que el conflicto había concluido, iba a ser diez veces peor porque, al gran número de debutantes de antes de la guerra, debían añadírsele el número de las que se habían presentado durante el mismo y aún permanecían solteras (y que serían casi con total seguridad, las tres cuartas partes).

William gimió.

El mero pensamiento de esto le ponía enfermo.

Además, debía añadir como incentivos a un más que seguro acoso asfixiante, que durante la guerra había sido distinguido y condecorado como un héroe por el mismísimo Nelson. Eso, sumado a que era amigo íntimo y compañero de juergas del regente Jorge lo convertían en un horror para él y algo genial para las mujeres, que lo veían aún más apetecible, si es que eso era posible.

Y, por si todo lo relatado antes no fuera suficiente, él, pese a su juventud (25 años) era el duque de Silversword; uno de los títulos nobiliarios más antiguos ("¡Malditos antepasados y su valentía en las batallas!" se quejó mentalmente), y de los pocos que no tenían deudas económicas.

Pero para ser justos y hacer honor a la verdad, esto último no había sido gracias a él, el "culpable" de la buena situación económica de su ducado era su hermano menor Christian (menor dos minutos, porque eran mellizos), un experto en matemáticas y economía que, en vez de seguir su ejemplo y alistarse en el ejército como voluntario, prefirió quedarse en Inglaterra a "cuidar el fuerte".

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⏰ Última actualización: Mar 09, 2019 ⏰

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