Hypnos

Por EstherVzquez

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¡Obra ganadora de los Watty 2020! La línea que separa el mundo de los sueños del real es especialmente delgad... Mais

Nota de Autor - ¡HYPNOS GRATIS!
Prólogo
1 - Día 1
2 - Día 2
3 - Día 3
4 - Día 6
5 - Día 7
6 - Día 10
7 - Día 11
8 - Día 15
9 - Día 16
11 - Día 23
12 - Día 26
13 - Día 40
14 - Día 42
15 - día 43
16 - día 44
17 - Día 47
18 - día 48
19 - Día 58
20 - Día 59
21 - día 62
22 - Día 63
23 - Día 80
24 - Día 90
Epílogo

10 - Día 17

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Por EstherVzquez

—¡Quiero una explicación! ¡Maldita sea, ¿qué demonios se supone que me está pasando!? Lagunas, malestar, mareos... ¡y ahora un desmayo! ¡Esto no es normal, es evidente! ¡Me está pasando algo! ¡Me está...! ¡Dios! ¡Estoy preocupada joder!

A pesar de que mis gritos se oían en toda la octava planta, la expresión de tranquilidad con la que Julián me miraba no varió. Entendía mi nerviosismo. De hecho, decía comprenderlo mucho más de lo que yo creía, por lo que prefería que mostrase abiertamente mis sentimientos. Que lo dijese todo, que me liberase.

Y así lo hice. No era de las que perdía los nervios prácticamente nunca, era una persona bastante moderada, pero cuando el miedo se apoderaba de mí no era capaz de controlarme. Y aquel día no pude hacerlo. Grité, golpeé la mesa con el puño e incluso lloré, pero no fueron lágrimas de tristeza ni angustia. Fueron lágrimas de rabia que, unidas a mi tono de voz, lograron que mi mensaje calase en Delgado. Quería respuestas, y las quería ya.

—No me extraña que estés preocupada, Alicia —admitió tras aguantar el chaparrón—. En tu lugar, yo también lo estaría. Por suerte, para eso estoy yo aquí: para explicártelo todo. Todo tiene una explicación.

—Pues venga: suéltala. Estoy ansiosa por escucharla.

Sin perder la calma, Julián se acercó a la puerta, la cual siempre estaba entreabierta, y la cerró. A continuación, dedicándome una sonrisa tranquilizadora, volvió a sentarse al otro lado de la mesa.

—El desmayo de ayer está directamente relacionado con la sesión de Hypnos a la que te sometimos. En teoría debería haber durado solo tres horas, pero dados los buenos resultados decidí alargarla un poco más de lo debido, y eso provocó que, al tener que administrarte una dosis de sedante algo más alta, tu tensión cayese en redondo. —Se encogió de hombros—. Lo lamento, Alicia. Creía que estabas preparada para soportarlo, que siguiendo a rajatabla la dieta que te habíamos impuesto tu cuerpo tendría la suficiente resistencia como para una hora más de tratamiento, pero es evidente que no. Ahora la cuestión es, ¿qué ha fallado? ¿El cálculo de la dosis de sedante o tu preparación física? —Negó suavemente con la cabeza—. He pedido a Joan que rehaga los cálculos para la medicación. Doy por sentado que estás cumpliendo con lo estipulado en el contrato, que no te saltas ninguna comida y sigues la dieta estrictamente, por lo que entiendo que hemos sido nosotros quiénes hemos fallado... —Hizo una pausa—. Entendería que exigieras responsabilidades. Es más, comprendería que quisieras que el culpable fuese despedido de inmediato. Hemos jugado con tu seguridad. No obstante, quiero pensar que dadas las excepcionales condiciones económicas del contrato, podrás pasar por alto este pequeño incidente.

Julián acompañó aquellas últimas palabras de una sonrisa tan gélida que logró helarme la sangre. Su respuesta había sido elegante: en ningún momento me había culpado abiertamente de lo ocurrido a pesar de que, visto lo visto, probablemente lo fuese. No estaba cumpliendo con la dieta ni con las horas de sueño. Lo había intentado al principio, pero no lo estaba logrando. Tampoco me estaba tomando las pastillas a la hora adecuada, ni cumplía con las horas de descanso. Era incapaz de ello... y todo apuntaba a que mi falta de preparación física era la culpable de lo ocurrido.

Sentí que las manos empezaban a sudarme de puro nerviosismo. Me sentía culpable. Había llegado al laboratorio hecha un basilisco, pero aquel hombre no había necesitado más que un par de minutos para aclararlo todo, para señalarme como la culpable por no cumplir con las condiciones del contrato y, ya de paso, recordarme que estaba ganando mucho dinero con todo aquello.

Vaya, que me había dado una bofetada sin mano. Una de aquellas que escocía enormemente y que te dejaba una marca bien fea por fuera durante unos cuantos segundos, pero durante meses por dentro.

Al ver mi expresión, Julián dulcificó un poco su sonrisa. Extendió la mano sobre la mesa para que se la cogiese y la apretó con suavidad.

—¿Qué tal si te tomas un descanso y te lo piensas? Sé que no es lo que quieres escuchar ahora, o lo que necesitas, pero la sesión de Hypnos de ayer fue muy bien. He sacado muchas cosas en claro. Relájate y te lo explicaré, ¿de acuerdo? Hay cosas muy interesantes escondidas en tu mente.

Acepté la pausa que me ofrecía y bajé a la cafetería, donde cogí un café para llevar. Después, consciente de que un poco de aire frío me sentaría bien, salí a la azotea, donde un par de enfermeros aprovechaban para fumarse unos cigarros. Los saludé con un ligero ademán de cabeza y me acomodé en la barandilla a cierta distancia para poder contemplar el tráfico matinal que cruzaba la Diagonal. A aquellas horas los universitarios ya se encontraban en sus respectivas aulas, cumpliendo con las primeras clases del día.

Me pregunté qué estarían haciendo mis compañeros de la facultad de veterinaria. Hacía poco más de dos semanas que lo había dejado, pero sentía como si hubiesen pasado meses. Saqué el teléfono y me paseé por Instagram en busca de historias que curiosear. En la mayoría de las ocasiones mis amigos colgaban mensajitos de autoayuda, selfies y alguna canción, poco más. Nada demasiado interesante. A pesar de ello, aquella mañana sus insípidas publicaciones me sirvieron para distraerme un rato. Me pasé unos buenos quince minutos cotilleando, pasando de un perfil a otro, hasta que reuní las suficientes fuerzas como para buscar el nombre de David en la lista de contactos y apretar el botón de llamada.

Sentí que el corazón me iba a estallar mientras escuchaba el sonido de los tonos. Uno, dos, tres...

—¡Alicia! —La voz de David sonaba agitada—. ¡Por Dios, me tenías asustado! ¿Te ha pasado algo? Estuve llamando a tu casa y después te llamé al teléfono y nada de nada... ¡estabas desaparecida!

—Ya, ya... lo siento. Debí avisarte, pero... —No sabía ni qué decir—. Lo siento, en serio. Tuve un problemilla.

—¿Algo grave?

—Bueno, un poco... pero luego te cuento. Vaya, si aún te apetece que cenemos juntos, claro. Eso sí, invito yo. Sé que no es la mejor disculpa, pero...

David suspiró.

—No hace falta que me invites a nada. Con que me digas que simplemente quieres quedar conmigo porque te apetece y no por compromiso, me vale.

—¿Por compromiso? ¡Anda ya! Si no me apeteciese no te estaría llamando, malaguita... ven a buscarme a las ocho, ¿vale? Esta vez no faltaré, te lo prometo.

—Vale, vale, pues nos vemos luego entonces.

Colgué la llamada con un sabor de boca muy amargo. David estaba enfadado, se notaba, pero su personalidad le impedía mostrarlo abiertamente. Una mierda, vaya. Jugueteé con el móvil en la mano, preguntándome si debería decirle la verdad sobre lo ocurrido, hasta que la repentina aparición de Miguel captó mi atención. Guardé el teléfono en el bolsillo y alcé la mano a modo de saludo al ver que se acercaba a mí con un amago de sonrisa en los labios.

Parecía tan relajado que no parecía ni él.

—¡Dios mío! Tú sonriendo. ¿Nos vamos todos a la mierda, verdad?

Chasqueó la lengua a modo de respuesta. Me empujó suavemente con el hombro al situarse a mi lado y, con la mirada fija en la ciudad más allá de la barandilla, señaló los edificios con el mentón.

—No te rías, anda —me pidió.

—¿Buenas noticias?

Me alegró enormemente verlo asentir. Miguel ensanchó ligeramente la sonrisa, aliviado, y apoyó los brazos sobre la baranda. Más allá de los cristales de sus gafas, sus ojos brillaban esperanzados.

—He recordado algo. Es nada, una miseria, pero algo es algo.

—¿El qué? Si se puede saber, claro.

Miguel asintió.

—¿Recuerdas la reunión de la que te hablaba? ¿La de la universidad? Pues no fui solo. No soy capaz de recordar con quién, pero fui acompañado de alguien... de un compañero de facultad, creo. Es genial, ¿no crees?

—Hombre, genial, genial...

Su positivismo me sorprendió. A mi modo de ver no era un gran avance. Había recordado algo, sí, pero nada realmente importante. Ir acompañado o no era lo de menos... Por suerte, Miguel era un tipo de recursos y sabía que podía tirar de aquel hilo.

—Aún mantengo buena relación con muchos de mis antiguos compañeros —explicó—. Voy a contactar con ellos para ver si se acuerdan. Imagina que mi acompañante fuese alguien de mi círculo más cercano: ¡él podría explicarme lo que pasó! —Se frotó las manos—. Hoy mismo voy a empezar a escribirles a todos... va a salir bien, ya verás. Tengo un buen presentimiento.

Visto desde aquella perspectiva, admití que era una buena opción. No estaba muy segura de que fuese a tener buenos resultados, pero aquello era mejor que nada.

—Pues algo es algo —dije—. A ver si hay suerte.

—¡Pues sí! Le voy a decir a Daniela si quiere salir esta noche a celebrarlo, necesitamos animarnos todos un poco. Ya me ha contado lo de ayer. ¿Estás mejor? Al menos tienes buena cara.

—Sí, hoy estoy bastante despejada.

—Pues entonces vente con nosotros: te irá bien desconectar. Este sitio... —Lanzó una fugaz mirada hacia el edificio con cara de circunstancias—. Este sitio es demasiado absorbente. Creo que nos irá bien a todos.

Me pareció una buena idea. Me iría bien que me diese un poco el aire. Bailar, escuchar música, ¿y por qué no?, rodearme de gente a la que empezaba a considerar amigos. Con suerte aquella noche me ayudaría a olvidar lo ocurrido en las últimas horas.

—Pues suena bien, pero he quedado con alguien esta noche. Para cenar, ya sabes. ¿Te importa si me lo llevo?

—¿Importarme? ¿A mí? —Se encogió de hombros—. ¡Qué va! Trátelo. Si es chica, me la puedes presentar, y si es chico... —Rio—. Bueno, si es chico mejor no se lo presentes a Daniela. Al menos si te interesa un mínimo. —Me guiñó el ojo—. Lo hablamos, ¿vale?



Le expliqué lo ocurrido a David durante la cena, mientras esperábamos a que nos trajesen el segundo plato. Durante la primera media hora había estado algo más serio de lo habitual, cortante incluso. Estaba enfadado, era evidente. Yo, en cambio, me había mostrado especialmente simpática y cercana. Quería arreglar las cosas, pero visto lo visto no me dejó otra opción. Le expliqué lo que había sucedido y, sin necesidad de entrar en más detalles, las cosas cambiaron. David acercó su mano a la mía, la cual tenía sobre la mesa, apoyada en el mantel blanco que la cubría, y rozó sus dedos con los míos en un gesto lleno de cercanía.

—Y yo pensando que pasabas de mí... perdona. A veces se me va la olla.

—Bueno, yo también lo habría pensado, la verdad —admití—. En fin, ¿vas a empezar a hablarme normal o vas a seguir igual de rancio toda la noche?

—¿Rancio? ¿Un malaguita? ¡Tú estás chalá, Alicia!

El resto de la cena fue mucho más agradable, con un David que no paraba de esforzarse por intentar arreglar la primera media hora. Se sentía culpable por lo ocurrido, y dado que yo me sentía un tanto vulnerable, dejé que me mimase. Pagó la cena de los dos, caminamos por el paseo marítimo bajo la luz de las estrellas y alcanzada la medianoche nos dirigimos a su coche, un León rojo de última generación con algún que otro arañazo en la carrocería. David se adelantó para abrirme la puerta y, dedicándome una leve reverencia burlona, esperó a que me sentase antes de cerrar.

Aquella noche me lo pasé en grande. Antes de ir a la sala Razzmatazz, donde mis amigos ya nos estaban esperando, David me llevó a un bar de la zona donde pasamos un buen rato jugando al billar. La Oveja Negra, decía que se llamaba. Un enorme edificio con música metal de fondo, un ambiente animado y una compañía ideal. ¿Qué más podía pedir? Ah, sí, poder beberme una cerveza. Habría dado cualquier cosa por poder probarla, pero después de la conversación de aquella mañana con el doctor Delgado no me arriesgué.

—¿En serio te vas a beber una Coca Cola? ¡Venga, mujer, que conduzco yo! ¡Aprovecha!

—No, no, que va, no me apetece. Venga, va, ¿tiras o no?

David apenas sabía jugar al billar, por lo que aproveché la ocasión para demostrarle uno de mis grandes talentos ocultos. Siendo una niña mi padre había tenido una mesa de billar en casa, por lo que tenía una técnica bastante depurada. No tanto como él, claro, mi padre había sido un auténtico maestro en la materia, pero sí lo suficiente no solo para darle una soberana paliza al Capitán Málaga, sino también a un par de curiosos que se atrevieron a retarme.

Se fueron con el rabo entre las piernas.

Alcanzadas las dos de la madrugada entramos en el Razzmatazz. A aquellas horas ya tenía el teléfono lleno de mensajes de Daniela y Miguel preguntando dónde me había metido. Mensajes que, por supuesto, no respondí. Me lo estaba pasando tan bien con David que ni tan siquiera me planteé la posibilidad de contestar. En lugar de ello, fingí no haberlos visto cuando nos encontramos a Miguel. Me inventé una excusa bastante mala aprovechando que ya estaba totalmente borracho y le presenté a David. Los dos chicos se miraron, primero serios, después con una amplia sonrisa, y se estrecharon la mano. Poco después, el médico se perdió entre el gentío con una copa en la mano y con la otra sujetando la de una chica con gafitas bastante mona.

Me pregunté cuántas copas le sacaría antes de volver con su grupo de amigas.

Encontramos a Daniela un rato después en otra de las salas, con los labios unidos a los de un chico especialmente alto cuya camiseta de tirantes negra dejaba a la vista un brazo totalmente tatuado. Tal y como había sucedido la última vez, mi amiga parecía tan concentrada en devorarse con su nuevo amigo que ni tan siquiera hice ademán de acercarme. La señalé con el mentón, indicándole a David quién era, y me encogí de hombros cuando él rio.

—Dios, ¡se lo va a comer! ¿Es su pareja?

—No sé... ¿qué más da?

—No, no, no me malinterpretes. A mí me da igual, pero vaya, me cuesta creer que ella sea la famosa Daniela que tan bien cuidó anoche de ti. —David se cruzó de brazos, adoptando una expresión sagaz—. ¿Estás segura de que todo ese rollo del desmayo es verdad, Ali? Que si estabas con alguien no me importa, eh. Que yo no digo nada.

Puse los ojos en blanco como respuesta. Le golpeé el antebrazo con la mano plana, lanzando un suspiro a su vez, y volví la mirada hacia la pista, donde un grupo de chicas con el cabello de colores saltaban al ritmo de la música. Una lo llevaba rosa, la otra blanco, otra azul. Cogí la mano de David y tiré de él hasta uno de los huecos libres y empezamos a bailar.

Era como si nos conociésemos desde siempre. Como si entre nosotros existiese una conexión que uniese nuestras almas. Él acababa las frases que yo empezaba y yo seguía sus pasos de baile a pesar de no conocer la canción. Él era el día y yo la noche; él la izquierda y yo la derecha. El sol y la luna... el fuego y el agua. No sabría cómo explicarlo, pero sentía que me completaba. Sentía que era una pieza sin la cual el puzle de mi existencia no tenía sentido.

Era el recuerdo que nunca había querido olvidar. Porque no entendía el motivo, pero de alguna extraña manera David formaba parte de mi pasado. Un pasado que no había vivido, pero que poco a poco empezaba a comprender... a disfrutar. A vivir.

Bailamos y reímos. Compartimos confidencias al oído, rozamos nuestros cuerpos y nos cogimos de la mano, pero no llegamos a más. Me apetecía, la verdad. Mentiría si dijese que no me hubiese gustado besarlo, abrazarlo y estrecharlo contra mí. Acariciarlo, mimarlo y no soltarlo en toda la noche. Sin embargo, a pesar de ello, mantuvimos la distancia. Era como si nuestras almas llevasen juntas muchos años, lo que nos permitió tener una relación totalmente diferente a las que había tenido hasta ahora. Había ternura, había un sentimiento de protección... había inocencia.

Volví a sentirme como una quinceañera.

Tres horas después, David paró el León frente al portal de mi edificio. Bajó del coche, me abrió la puerta y me tendió la mano para ayudarme a bajar. Una vez fuera nos acercamos al pórtico para protegernos del viento frío que arreciaba aquella noche. Abrí la puerta y ambos entramos al portal.

—Me lo he pasado genial —aseguré, y no mentía—. Tenemos que repetir.

—Cuando quieras —respondió con una gran sonrisa atravesando su rostro—. Por cierto, muy majos tus amigos...

Reímos.

—A ver si la próxima vez logras conocerlos. Son buena gente, te lo aseguro.

—No lo dudo. —David miró hacia fuera, hacia el coche, y se encogió de hombros—. En fin, ¿nos vemos mañana?

—Vale, ¿en el faro?

—Hablamos.

Nos miramos a los ojos con una mezcla de ternura y cariño, con ganas de besarnos, pero también con cierta timidez. Miramos a un lado, él afuera, yo adentro, y nuestros ojos volvieron a conectar. Reímos, nos estrechamos la mano y nos abrazamos.

Le planté un beso en la mejilla.

—Hasta mañana —dije.

Y me quedé mirándolo mientras salía y subía al coche. De hecho, no me moví hasta que encendió el motor y se alejó. No quería. Alcé la mano cuando una vez más se despidió de mí y, sintiendo un estallido de mariposas en el estómago al verlo marchar, comprendí por fin que me encantaba aquel chico.



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