20 - Día 59

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Aquella mañana me desperté algo más tarde de lo habitual, pasadas las diez de la mañana. Tenía que ir al laboratorio como cada día, cumplir con mi rutina, pero David había apagado la alarma del móvil, por lo que había seguido durmiendo. Por suerte para ambos, pues me habría enfadado enormemente con él de lo contrario, Julián se mostró muy comprensivo cuando le llamé para disculparme por la tardanza.

Extrañamente comprensivo.

—No pasa nada, no contaba contigo hoy —dijo en un tono extraño—. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo? Descansa.

¿Qué descansase? Salí de la habitación con una sensación rara. Por primera vez en mucho tiempo no me dolía nada, salvo un poco los tobillos (suponía que por los tacones), y tenía la cabeza despejada. No del todo, aún la notaba algo embotada, pero no como el día anterior. Al menos podía pensar con algo más de claridad.

La suficiente claridad como para saber que había sido una buena noche.

Encontré a David en el salón comiendo unas tostadas. Tenía el pelo aún mojado tras haberse dado una ducha y los ojos hundidos en ojeras. A pesar de ello, estaba genial. El Capitán Málaga tenía esa extraña capacidad de parecerme guapo incluso en los peores momentos.

Alzó la tostada a modo de saludo.

—Buenos días, Ali, ¿te he despertado?

Negué con la cabeza. No me había despertado, aunque era extraño teniendo en cuenta el volumen de la televisión. Me acerqué a coger el mando a distancia y lo bajé varios puntos.

—¿Estás sordo o qué?

—Pues no me extrañaría después de lo de ayer. La música molaba pero retumbaba a lo bestia.

No pude decir lo contrario. Me lo había pasado muy bien, sobre todo bailando y cantando a pleno pulmón en mitad de la pista, pero era innegable que el ambiente era casi irrespirable. Demasiada gente y música para una sala tan pequeña.

—Sí, pero ha sido guay. —Tomé asiento a su lado en el sillón y tendí las manos hacia su plato con la sonrisa pintada en la cara—. ¿Me das?

No me dio sus tostadas tal y como pretendía, pero se ofreció a hacerme un par, por lo que me di por satisfecha. Me senté en el sillón y apoyé los pies sobre la mesa, algo que en otros tiempos me habría horrorizado, y saqué el teléfono para comprobar las redes. Aquella noche había habido decenas de publicaciones por parte de mis amigos más cercanos, todas ellas sobre una macro fiesta que se había celebrado en la zona universitaria, pero ni las más provocativas ni las más irreverentes lograron captar mi atención. Después de lo que había vivido la noche anterior, desde la fiesta hasta la posfiesta en casa, todo me sabía a poco.

Cotilleé las redes sin demasiado interés hasta llegar al perfil de Santi. Curiosamente, parecía muy recuperado tras los humillantes mensajes que me había enviado recientemente. De hecho, parecía muy recuperado en brazos de una chica de cabello decolorado que me resultaba muy familiar. Una compañera de la facultad, si mal no recordaba.

Idiota.

Observé la fotografía durante unos segundos, sin molestarme en leer las estupideces que probablemente habría puesto en la descripción, y dejé el móvil al ver aparecer a David. Cogí el plato y el vaso de zumo con una amplia sonrisa en la cara, profundamente satisfecha, y empecé a desayunar.

—Tienes hambre, ¿eh?

Asentí con la boca llena, logrando con ello arrancarle una carcajada. Me dio un beso lleno de ternura en la frente y regresó a la mesa alta, donde recogió su móvil y tomó asiento a mi lado. Curioseó los WhatsApp, las llamadas perdidas y, de repente, cambió de canal.

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