Amor Secreto

By Anmisan

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Unos años después de la última Guerra Mágica, Draco Malfoy se encuentra huyendo del Ministerio de Magia para... More

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Te lo prometo
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Cuatro años después

Discusiones

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By Anmisan


Aparecieron en el salón de su pequeño apartamento muggle. Era una sala pequeñita. Disponía de un cómodo sofá de dos plazas, una mesita de té, un pequeño mueble con un viejo televisor, y una librería que ocupaba la mayor parte de una de las paredes de la estancia. La vivienda era sencilla pero acogedora. Se notaba que estaba decorada con mucho gusto.

Hermione, comprobó que nadie hubiera sufrido daños por la desaparición, tras esto soltó a Crookshanks, y con cuidado, y como bien pudo, recostó al rubio en el sofá. Es cierto que el chico no tenía sobrepeso ni mucho menos, de hecho, al cogerlo para llevarlo a casa, notó que parecía más delgado que en los días que estudiaban en Hogwarts, pero también es cierto que era unos veinte centímetros más alto que ella y que la musculatura de la chica no era nada en comparación con la del muchacho.

Al dejarlo en el sofá, le retiró la capucha y le colocó un cojín bajo la cabeza para que estuviera más cómodo. Tras esto comprobó que la expresión de su cara había cambiado. Se mostraba con el ceño y los labios fruncidos, como si alguno de los movimientos realizados le hubiera causado dolor.

La castaña sabía que estaba herido, ya que el rostro del muchacho mostraba golpes y magulladuras, algunas de ellas con sangre seca, pero todavía no conocía en qué condiciones se encontraba el resto de su cuerpo. Antes de empezar a revisarlo, realizó un movimiento de barita, y del cuarto de baño salió flotando un botiquín. Tras otra floritura más, aparecieron varios fuegos mágicos que en poco tiempo consiguieron caldear toda la estancia. Tenía que descubrirlo para poder curarlo, y no quería que se enfriara más todavía, consideraba que ya había pasado suficiente frio durante el tiempo que había estado a la intemperie en aquel estrecho callejón, como para seguir pasándolo ahora, y más teniendo en cuenta que ella podía ponerle remedio.

Cuando ya lo tuvo todo preparado volvió a mirarlo, comprobando que continuaba en la misma posición en la que lo había dejado. Abrió la capa que cubría al chico y comprobó que iba vestido con un jersey negro de cuello vuelto y un pantalón de pinza del mismo color, que en otra época debieron lucir muy bien, pero, ahora, ambos se encontraban desgastados por el uso y llenos de rasgones y suciedad. Levantó el jersey levemente comprobando que el costado izquierdo del chico estaba manchado de sangre, continuó levantando la prenda, ahora con más cuidado, hasta que vio la herida.

- ¡Por las barbas de Merlín!- Exclamó sorprendida y preocupada a partes iguales.

No se esperaba que la herida fuera tan profunda. Era un corte limpio, probablemente provocado por un hechizo cortante, que le cruzaba la parte baja del costado de forma horizontal. La herida, aunque de manera moderada, seguía sangrando. Rápidamente abrió el botiquín y sacó una poción que servía para limpiar las heridas y desinfectarlas. Inmediatamente después le aplicó Esencia de Díctamo, haciendo que cicatrizara de forma instantánea. A continuación le echó Esencia de Murtlap para calmarle el dolor. Tras realizar las curas pertinentes comprobó que la herida había quedado con un aspecto considerablemente mejor. Si seguía realizando las curas de manera correcta y diariamente, tal vez conseguiría que la cicatriz quedara casi imperceptible.

Continuó levantando el jersey en busca de más heridas importantes que curar. Había golpes y rasguños por el pecho y la espalda que carecían de importancia en comparación con la herida que acababa de curar. Igualmente aplicó las pociones y ungüentos necesarios para realizar las curas, e hizo lo propio con las heridas del rostro del muchacho. En cuanto a la zona de las piernas, todavía no estaba mentalmente preparada para ver al Slytherin en ropa interior, de modo que levantó los camales del pantalón para poder observárselas. Al igual que el resto del cuerpo, las tenía con rozaduras y moratones. Los curó lo mejor que pudo y cuando terminó le hizo beber a sorbos una poción reabastecedora, pues suponía que la palidez extrema del muchacho era debida a la pérdida de sangre causada, sobre todo, por la herida del costado. Después le limpió toda la sangre y suciedad que tenía adheridas a la piel. La cara, los brazos, las piernas, el pecho y la espalda; pero sobre todo el costado y la mano con la que se había sujetado este eran los que más sucios estaban.

Cuando terminó volvió a su habitación a por un par de mantas. Una la echó sobre el chico y la otra se la puso ella sobre los hombros. Se sentó en el suelo con la espalda recostada sobre el sofá y cogió un libro que tenía sobre la mesita de té a medio leer. Si tenía que vigilar al chico no podía permitirse dormir esa noche, y qué mejor forma de permanecer despierta para Hermione Granger que con un buen libro entre las manos.

Miró al rubio por última vez. Parecía tener algo de mejor color tras llevar a cabo las curas y darle de beber las pociones. Aunque todavía continuaba más pálido de lo habitual ya no semejaba un cadáver. Sus labios todavía no tenían un tono sonrosado, pero al menos el color mortecino había desaparecido. Tocó nuevamente su frente. Le apartó el flequillo con delicadeza y pasó su mano por la suave piel del Slytherin. Todavía continuaba estando caliente, pero no ardía como antes.

Lo observó durante un rato casi sin ser consciente de ello, pero lo cierto era que no podía reprochársele dicho comportamiento, después de todo, nunca, jamás en los siete años que habían compartido en Hogwarts, había tenido oportunidad de mirarlo tan detenidamente. De hecho era la primera vez en su vida que notaba al chico tan cerca de ella. Ni qué decir de la expresión de su rostro, que después de las curas realizadas volvía a estar relajado. Jamás en su vida imaginó que vería tanta paz en esas facciones. Su expresión denotaba tranquilidad; toda la vanidad, la prepotencia e incluso el asco con el que la había mirado siempre, habían desaparecido. Casi como si nunca hubieran estado ahí.

Finalmente, la Gryffindor, sacudió la cabeza, ocasionando que sus rizos golpearan su rostro suavemente, tratando de sacar todos esos tontos pensamientos de su cabeza. Abrió el libro por la última página marcada y emprendió la lectura con la intención de no dormir.

***

Apenas estaba empezando a amanecer cuando dos ojos grises, como el mercurio más puro, se abrieron lentamente, casi como si dolieran. Cuando su vista empezó a acostumbrarse a la penumbra que todavía reinaba en la estancia, vio un artilugio muggle de forma cuadrada sobre un pequeño mueble, una diminuta mesa y lo que le pareció una ridícula estantería de libros. ¿Es que todo era pequeño en aquel desconocido lugar?

Intentó enderezarse para levantarse y averiguar dónde demonios estaba, cuando sintió un dolor punzante en uno de sus costados. Entonces recordó la herida que le habían causado los carroñeros.

¡Demonios, los carroñeros! Los había olvidado por completo. ¿Qué había pasado finalmente? ¿Lo habían atrapado? Lo último que recordaba era que se había ocultado tras un numeroso montón de contenedores llenos de apestosa basura hasta los bordes, pero, después de eso, todo se tornaba borroso y ya no había nada más. ¿Qué había ocurrido después? La verdad es que no tenía la menor idea de donde se encontraba, pero aquel lugar no parecía ni de lejos la guarida de unos cazarrecompensas. ¿Pero, entonces, dónde estaba?

Había estado tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que había alguien más junto a él en la estancia, hasta que dicha persona se removió en el suelo, junto al sofá donde él se hallaba recostado.

- ¿Pero, qué demonios...? - Se preguntó sorprendido, dejando la frase a medias cuando vio de quién se trataba.- ¡Maldita sea!- Exclamó cabreado, en un susurro. No quería despertarla, todavía no, hasta que no lograra deducir con qué intención esa chica lo tenía allí.

¿Por qué ella? ¿Por qué, de todo el mundo, tenía que ser precisamente ella? Estaba claro que lo odiaba, de hecho, siempre se habían odiado mutuamente. Además, la chica era amiga de Potter, lo que le daba más puntos para desconfiar. Y eso sin contar con que era una asquerosa sangre sucia, lo que directamente la convertía en una traidora, enemiga de todos los sangre limpia y por extensión de su familia.

Pero, por otro lado, había ciertas cosas que no le cuadraban. Por ejemplo, si la Gryffindor pretendía realmente entregarlo al Ministerio, ¿por qué no lo había hecho ya? ¿Y por qué parecía haberlo cuidado? Es más, estaba a los pies del sofá, ¿significaba eso que había pasado la noche velándolo? No tenía sentido. Pero, ahora mismo, en ese preciso momento, se la veía tan desvalida, tan indefensa... Podría atacarla y no sería capaz de defenderse de ninguna manera. Si quería, solo tenía que hacerlo. Después de todo, la castaña ni siquiera se había tomado la molestia de esconder su varita, o mejor dicho, la varita que había sustraído días atrás. La tenía en la mesita, al alcance de su mano. Solo tenía que estirar el brazo y la tendría a su merced para hacerle lo que quisiera: herirla, torturarla, matarla... Sería tan sencillo acabar con aquella ingenua.

No supo explicarse el porqué, pero decidió espantar todos esos pensamientos de su mente.

- ¡Oye, tú!- Exclamó despectivamente en voz alta.- ¡Despierta, sangre sucia!- Añadió con su varita en la mano. No iba a matarla por el momento, pero tampoco era tan tonto como para quedarse desprotegido ante ella. Sabía que por muy impura que fuera, también era la mejor bruja de su generación -por más que le pesara reconocerlo-, y ante eso debía ser precavido.

La chica, al escuchar esto, se levantó sobresaltada, varita en mano. Al ver que se trataba del rubio, se relajó frotándose los ojos con ambas manos para despejarse un poco el sueño.

- Veo que ya vuelves a ser el de siempre.- Dijo con lo que al Slytherin le pareció un tono de decepción en la voz.- Me gustabas más anoche cuando estabas inconsciente.- Añadió levantándose del suelo y frotándose la espalda. Por más que lo había evitado se había acabado durmiendo.

- Pues, tú a mí no me gustas de ninguna manera.- Soltó el chico con desprecio bajando su barita al no considerarla una amenaza.

- No esperaba menos de ti.- Mencionó la muchacha, sin sentirse dolida, mientras se dirigía a la cocina a preparar algo para desayunar.- ¿Te apetece un café?

- ¿Y cómo sé que no intentarás envenenarme?- Interrogó mordaz.

- Tendrás que correr el riesgo.- Dijo la castaña desde la cocina.- De todas formas, te informo que si hubiera querido envenenarte lo hubiera tenido muy sencillo anoche, cuando estabas medio inconsciente y te tragabas todas las pociones sanadoras que te daba como si fueras un maldito desagüe.

- Maldita engreída.- Susurró furioso el platinado, al sentirse vencido por ella.

- Te he oído.- Anunció ella de manera impasible, mientras entraba en la salita cargada con una bandeja que contenía dos tazas de café y un poco de pan tostado con mermelada.

- ¿Qué demonios es esto?- Interrogó con gesto asqueado.

- El desayuno.- Respondió ella con simpleza mientras se llevaba un trozo de tostada a la boca.

- ¿A esta bazofia le llamas desayuno?

- ¿Y qué esperaba el señorito?- Dijo de forma despectiva empezado a perder la paciencia.

- Zumo de calabaza recién exprimido, fruta, bacón, pastel... Todo eso hubiera estado bastante bien.

- Pues lamento decirte que esto es lo que hay. Dudo mucho que últimamente hayas desayunado o comido cosas mucho mejores que esta, teniendo en cuenta el tiempo que has pasado a disposición del Ministerio de Magia, en Azkabán e incluso fugado de la justicia.- Soltó con dureza, sabiendo que sus palabras estaban hiriendo profundamente el orgullo del rubio.- Si no te gusta lo que te ofrezco, márchate. Estoy segura de que siendo quien eres, el Gran Draco Malfoy- añadió con burla –habrá mucha gente dispuesta a acogerte y darte los lujos que precisas.

- Eres repugnante.- Soltó destilando odio en cada una de sus sílabas.

- Tal vez.- Aceptó con indiferencia.- Pero soy la única que se ha ocupado de ti. Así que si vas a quedarte aquí, tendrás que conformarte con lo que hay, y tratarme con un mínimo de respeto, de lo contrario, te lo repito, márchate. Me estoy jugando mucho teniéndote aquí, lo último que necesito es que además me trates como a un despojo.

- Yo no te he pedido nada.

- Lo sé. Yo tomé la decisión de traerte. Y por esa razón puedo volver a abandonarte a tu suerte.

- ¿Y por qué no lo haces? ¿Por qué no me echas y acabamos con esto de una vez por todas?- Propuso en tono desafiante.

- Porque de haber querido marcharte lo hubieras hecho ya.- Razonó la castaña.- Cuando yo estaba durmiendo o en la cocina preparando el desayuno, podrías haber aprovechado para escabullirte. Pero sin embargo sigues aquí.- Añadió con una tierna sonrisa en los labios.

- Eres odiosa.- Dijo en tono asqueado. Le reventaba que la chica siempre tuviera razón. No se había marchado porque no sabía dónde ir. Era cierto que convivir con la Gryffindor no era una de las ilusiones de su vida, pero hasta que no supiera qué hacer tendría que permanecer allí.

- Solo te doy un consejo.- Añadió la chica, ajena a los pensamientos del rubio.- Si planeas marcharte, ten claro adónde vas a ir. Esta vez has conseguido salir con vida. Quizás la próxima no tengas tanta suerte.- Concluyó levantándose del sofá y dirigiéndose al baño.

***

- ¿Se puede saber a dónde demonios vas? - Interrogó el rubio secamente, poco rato después, al ver como la chica se dirigía hacia la puerta de salida de la vivienda.

- A trabajar.- Respondió ella con obviedad.

- ¿Trabajar?- Preguntó extrañado.

- Sí, Malfoy. Que tus padres se pasaran la vida sin dar palo al agua, no significa que los demás podamos hacer lo mismo. Para tu información, la gente normal tiene que tener un empleo para poder vivir.- Informó con sorna.

- Escúchame bien, Granger- la nombró el rubio como si escupiera algo realmente repugnante – te voy a decir dos cosas: La primera es que jamás vuelvas a nombrar a mis padres con tu asquerosa boca de impura; y la segunda es que, aunque pases el resto de tu miserable vida trabajando, nunca conseguirás tener ni la centésima parte de la fortuna que tenía la familia Malfoy antes de que los impresentables del Ministerio se apropiaran de todo.

- Muy bien.- Dijo la chica mirándolo fijamente con actitud desafiante.- Ahora escúchame tú a mí, porque yo también tengo dos cosas que decirte: La primera es que me importa un knut la fortuna que tuviera tu familia, yo soy realmente feliz con la vida que tengo y ni mil fortunas cambiarían eso. Y la segunda, te he advertido ya que, si quieres permanecer aquí, tendrás que respetarme. Ya no estamos en la escuela, ésta es mi casa y estás a mi cuidado. O cambias tu actitud o te echaré sin importarme que no tengas dónde ir.- Concluyó, dando media vuelta, cogiendo su abrigo y saliendo de casa con un portazo, sin esperar respuesta por parte del Slytherin.

***

Eran casi las nueve de la noche cuando Hermione entró a su pequeño apartamento. Las luces estaban apagadas, la manta con la que había tapado al chico durante la noche anterior seguía en el mismo lugar, al igual que la bandeja con los restos del desayuno, pero no había ni rastro del rubio. ¿Se habrá ido? Se preguntó la castaña observando la sala en busca de una señal que indicara que el Slytherin continuaba por allí. No lo admitiría nunca, pero le entristecía pensar que el chico se hubiera ido. Aunque no le gustara reconocerlo, desde que terminó sus estudios en Hogwarts y se había independizado, se sentía bastante sola. Harry y Ron habían comenzado a trabajar en el Ministerio de Magia como aurores, lo que les quitaba muchísimo tiempo libre, igualmente, ella también estaba muy ocupada con su trabajo, por lo que la relación con los chicos se había vuelto algo más distante. Eso sin contar con que tras el beso que se había dado con Ronald en la Cámara de los Secretos la relación entre ellos había cambiado. No habían dejado de hablarse ni mucho menos, pero ahora se sentían raros e incómodos cuando coincidían a solas. Además de eso, estaba el hecho de que Ron había empezado a salir con una chica del Ministerio, y que Harry seguía su fantástica relación con Ginny. Hermione había barajado varias veces la posibilidad de volverse a casa de sus padres, pero le gustaba sentirse independiente. La verdad es que le encantaba su pisito alquilado. Era realmente feliz, aunque a menudo se sintiera sola. Por ese motivo algo se quebró en su interior cuando vio la casa vacía. Aunque tuviera que aguantar la insoportable compañía del insufrible Malfoy, la verdad es que le gustaba la sensación de no sentirse tan sola.

Y aunque jamás de los jamases lo admitiría -ni obligándola a beber veritaserum-, es que, en cierto modo, le preocupaba un poco el porvenir del chico. ¿Qué sería de su vida ahora? ¿Tendría dónde ir? ¿Volvería a correr la misma suerte? O, peor aún, ¿acabaría muriendo?

- Que haga lo que le dé la gana.- Sentenció cabreada, quitándose el abrigo, sin saber exactamente el porqué de su estado de ánimo.- No es mi problema lo que pase con ese engreído. Tengo mil cosas mejores que hacer que pensar en él.

- ¿Mil cosas mejores que pensar en quién?- Preguntó una voz a su espalda sobresaltándola.

- ¡Malfoy!- Exclamó asustada.- ¿De... de dónde sales?

- Del cuarto de baño. ¿Acaso no es evidente?- Preguntó con suficiencia, mientras se señalaba a sí mismo.

Iba con una toalla liada a la cintura, que lo dejaba al descubierto desde las rodillas hasta los pies, y desde la cintura hasta la cabeza. En una de las manos llevaba una toalla pequeña con la que se secaba el pelo.

- ¿Qué tal llevas las heridas?- Preguntó ella apartando la vista sonrojada por el escaso pudor del chico.

- Puedes mirarlas tú misma.- Mencionó el Slytherin disfrutando del momento. Sabía que la castaña podía ser fuerte, valiente e inteligente, pero ante todo era una santurrona y una mojigata, y con eso podía reírse un poco de ella.- ¿Tú qué crees?- Añadió con sonrisa pícara acercándosele.- ¿Las ves un poco mejor que ayer?

- ¿Qué?- Dijo la castaña desconcertada.

¿A qué se debía el comportamiento del rubio? De repente le hablaba casi con normalidad, y además se le exhibía sin pudor alguno, como si la conociera de toda la vida.

Estaba muerta de vergüenza. Tenía la mirada fija en el suelo, porque no se atrevía a mirarlo cara a cara.

- ¿Granger?- La llamó con una voz dulce, sensual; una voz que jamás había oído en el chico, y muchísimo menos dirigida a ella.- Mírame.

Ante esta petición, la castaña no pudo evitar levantar la vista. Pasó de sus piernas, delgadas pero fuertes, a su torso, marcado por unos músculos discretos pero fibrosos, seguramente causados por tantos años practicando Quiddicht, después siguió subiendo hasta llegar a su rostro, vio sus labios finos y sonrosados, los cuales mostraban una seductora sonrisa, después ascendió hasta sus ojos, los cuales expresaban una mirada irónica, que parecía estar burlándose de ella.

Lo sabía, algo raro había en ese comportamiento. No era normal que, precisamente él, se comportara de esa forma con ella. Y más después de tantos años de odio declarado. Era obvio que se estaba burlando de ella. ¿Cómo había podido ser tan tonta de dejarse llevar por su fingida cordialidad? Le hubiera gustado darle un buen puñetazo en la nariz, como hizo durante el tercer año en la escuela. O haberle dado una respuesta atrevida que lo dejara en evidencia, pero en ese momento solo pudo reaccionar de una forma.

- Voy a preparar la cena.- Concluyó Hermione en un susurro, agachando de nuevo la cabeza, antes de dirigirse a la cocina.

- Patética.- Dijo por lo bajo, riéndose de ella, antes de seguirla.- ¡Eh, Granger!- La llamó volviendo a su habitual tono despectivo. Pero la chica no respondió.- ¿Ahora, además de impura también eres sorda?

- ¡Callate!- Chilló, al mismo tiempo que se giraba para darle un tortazo en la cara.- ¡Me tienes harta, Malfoy! Sí, tienes razón, soy patética. ¿Sorprendido?- Preguntó viendo la expresión del chico tras sus palabras.- Te he oído decirlo. Podré ser muchas cosas: patética, ingenua, pobretona e incluso impura, pero no soy tonta. Sé que te estabas burlando de mí. Y, como tú bien has dicho, me siento patética. Patética por recogerte de la calle cuando te encontré medio moribundo, patética por ayudarte cuando nadie más lo ha hecho, patética porque me estoy jugando algo más que la amistad de Harry y de Ronald por tenerte oculto en mi casa, patética por creer que habrías cambiado en lo más mínimo. Pero ya veo que eso no va a suceder. - Concluyó, maldiciéndose en su fuero interno por no poder contener las lágrimas.- ¿Sabes qué? Vete. Si tan mal estás aquí, si tan mal te hago sentir con mi sola presencia, lárgate.- Añadió señalándole la salida.

Durante unos segundos el chico tan solo se dedicó a observarla. Se había vuelto de espaldas a él, apoyada en la bancada mientras sus hombros subían y bajaban convulsionados por el llanto. Todavía podía sentir el calor en la mejilla donde le había golpeado la furiosa Gryffindor. Decidió ignorar el dolor sin reprochárselo, después de todo, él tampoco se había comportado de manera demasiado cordial con ella. Estaba martirizando a la única persona que le había prestado ayuda desde que terminara la guerra.

- ¿Por qué?- Preguntó él de repente. Ni siquiera había planeado hacerlo. Simplemente le salió de manera inconsciente. Viendo que la castaña no parecía dispuesta a hablar volvió a insistir.- ¿Por qué me salvaste? ¿Por qué a mí?

- ¿De verdad quieres saberlo?- Dijo terminando de secarse las lágrimas mientras se giraba a mirarlo.

- Sí.

- Sé que me odiarás, más de lo que ya lo haces, por lo que te voy a decir. Pero, sentí lástima por ti. Te vi tirado, herido, inconsciente... Al principio incluso dudé que estuvieras vivo. No me sentí capaz de dejarte abandonado a tu suerte. Por eso pensé que sería mejor traerte y ocultarte. Al menos hasta que pudieras recuperarte y marcharte a cualquier otro sitio. Ahora veo que cometí un error.- Mencionó con amarga sonrisa en los labios y lágrimas contenidas.- Tú hubieras preferido morir en plena calle antes que ser salvado por mí. Así que, si quieres marcharte, lo entenderé.

Durante unos instantes ninguno de los dos dijo nada.

- Necesito ropa para dormir. - Mencionó él, finalmente, por toda respuesta, dirigiéndose a la puerta de la cocina.

- ¿Qué?- Preguntó insegura de haber entendido lo que quería decir el rubio.

- Por si no lo has notado, Granger, todavía estoy sin vestir.- Explicó, sin mirarla a los ojos, tratando de no sonar borde.- Si sigo así caeré enfermo y será tu culpa, así que será tarea tuya cuidarme. Y, sinceramente, dudo de tus dotes de enfermera.

- ¿Entonces, eso significa que te quedas?

- Vamos, Granger, se supone que la más lista de los dos eres tú.

Hermione no supo si tomarse el comentario del chico como un cumplido, pero no pudo evitar que una sonrisa involuntaria acudiera a sus labios.

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