El secreto de Nicolás

By MarchelCruz

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Sarah se acaba de mudar, no conoce a nadie y las circunstancias en las que se encuentra no son las que ella d... More

Dedicatoria.
Cita
Prefacio
Capítulo 1: Aburrimiento
Capítulo 2: El muchacho de la casa de la esquina
Capítulo 3: Los cuadernos de la señora Rosalía.
Capítulo 4: Rarezas
Capítulo 5: El beso.
Capítulo 6: El amor de Nicolás.
Capítulo 7: Soledad.
Capítulo 8 La otra niña.
Capítulo 9: Solo Nicolás y yo.
Capítulo 10: Un minuto de silencio.
Capítulo 11: El otro comienzo.

Epilogo.

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By MarchelCruz

EPILOGO

UNA PEQUEÑA FRACCIÓN DE LA ETERNIDAD


Nicolás.


Todo el espolvoreado parque era inundado por las risas de la pequeña Sarah, le había dicho ya un par de veces que bajara la voz, pero ella era muy terca. Seguramente era de allí de dónde venían las leyendas de espectros que aparecen en medio de la noche jugando solos.

—¡Más alto! —me gritó cuando le acababa de dar un ligero empuje al columpio en el que ella se encontraba. E hice lo que me pidió, siempre lo hacía.

Y siguió exclamando exactamente lo mismo un par de veces. Mientras lo hacía no paraba de reír, y yo no imaginaba que podría ser tan divertido de estar en un columpio en mitad de la noche en este lugar tan desolado.

Le acababa de dar un impulso cuando a lo lejos divisé una figura, una figura que a pesar del tiempo trascurrido pude reconocer perfectamente. Una figura que no me trajo buenos recuerdos, eran una oleada de malos días, los primeros días, de hecho.

—Sarah corre...—le dije en voz baja en medio de un empuje. Por un instante estuve agradecido de que ella saltó inmediatamente del columpio, siendo obediente, y aterrizó grácilmente a unos cien metros de distancia, pero la maldije por desobediente cuando regresó corriendo a mi lado.

—¿Qué pasa? —preguntó, mientras me miraba con esos ojos redondos y expresivos, repentinamente alarmada. Pero no tuve tiempo de responder.

—Tiempo sin verte, Nicolás. ¿Cuánto ha pasado? —dijo acercándose la figura que hace unos segundos estaba a trecientos metros; alto, de piel blanca como la mía, ojos cafés como su cabello, y su voz sumamente amable.

Aquella pregunta había sido pura falsa cortesía. Abram sabía más que de sobra que nosotros sabíamos el tiempo exacto, habían sido nueve décadas y tres años.

—Realmente no tanto —respondí modulando mi voz, logrando que sonara despreocupada, como siempre, y extendí la mano para estrechar la suya.

Él la recibió inmediatamente pero sólo la mantuvo entre las suyas por un par de segundos, después la soltó y llevo sus curiosos ojos a mi niña. Casi podía verla sacándole la lengua y mirándolo con esos ojos insolentes que tenía, pero no lo hizo y lo agradecí.

Estaba a punto de presentarla formalmente para sacarlo de dudas y curiosidades, para demostrarle que nada en ella deseaba ser oculto, cuando el muy inoportuno preguntó primero;

—¿Quién es la niña?

Odie que la llamara de esa forma, pudo usar cualquier calificativo, sin embargo uso ese. Eso quería decir que tenía intenciones que esto se saliera de una conversación normal, ya lo había notado, ¡Por supuesto!

—Ella es Sarah...—dije, señalándola con un leve movimiento de la barbilla. Mi voz seguía siendo segura.

—Nicolás —me interrumpió él, casi aterrado —Es tu pareja —lo estaba afirmando sin asomo de duda, me imaginé que pudo deducirlo por la manera en que ella me miraba, y no podía culparla, yo siempre la mirada de la misma manera, aclarándole a cualquiera que la viera que era mía. Esa creatura de uno cincuenta y cabellos castaños claros era mía.

—Sí —dije y empecé a flaquear, pero aún sin miedo. Éramos dos y él solo uno.

—Creí que dijiste que querías una pareja humana...bueno por lo menos así fue la última vez que nos vimos... ¿Cuál era el nombre de la humana...? —Dejó la pregunta flotando en el aire para lograr un efecto dramático; así era él, eso ya lo sabía y lo detestaba —Rosalía...—dijo al fin, como si lo hubiese recordado de pronto. Sentí a Sarah agitarse en mis brazos —¿Qué? ¿Ya se murió?

—Sí —se me adelantó Sarah escupiendo la palabra —...ya se murió, además ahora estoy yo, ya no la necesita.

—Bueno, bueno...—comentó Abram, haciendo un gesto tranquilizador con las manos mirando hacia abajo. Se estaba divirtiendo a costa nuestra, el muy maldito —Tienes una fiera—Se rió, haciendo que mi Sarah se agitara. Pero adiviné que no había sido por ese comentario, sino por el anterior, sobre Lía. Había llevado a Sarah a conocer a varios amigos míos, y odiaba que todos le preguntaran si era aquella niña —Pero bueno, como sea, debería irme...—continuó Abram y no pude evitar suspirar de alivio —pero antes...—se detuvo, parecía haberse acordado de pronto de algo de suma importancia, entonces comencé a ponerme nervioso de nuevo.  

—Nicolás...—comenzó —hay algo que me sorprende más que el hecho de que hayas decidido tener una  pareja después de aquella mujer, es que hayas quebrantado las normas.

—No lo he hecho —dije, ahora furioso y empujando un paso atrás a Sarah.

—Pero es que parece que ha sido así, o quizá tu estadía con una humana te hizo olvidarlas —Abram parecía estar en el espectáculo más entretenido al que había asistido en siglos.

—No, no ha sido así —repliqué.

—No puedo evitar pensarlo al ver a tu pareja.

—Era pequeña para su edad —la defendí.

—¿Ah sí? —agachó la cabeza y le envió una mirada a Sarah. —¿Qué tanto? Porque las normas dicen, Nicolás, que...

—Esas normas, Abram,  —lo interrumpí, intentando sonar tranquilo, — no están escritas en ningún lado. Son más bien como una sugerencia que dice que no puede haber nosotros, de apariencia joven.  Tienen que tener por lo menos dieciséis años. Ella tenía dieciséis y medio cuando lo hice.

—Pues la veo...—meneó la cabeza —...y no lo creo, perece haber tenido unos tiernos catorce años en su momento —dijo y el muy desgraciado acertó a la perfección.

En ese momento deseé que hoy fuera una de esas veces en las que ella se levanta en la tarde con ánimos de verse mayor, y se compra ropa entallada para lucir sus pocas curvas que logró en sus años de humana, pero no, justo hoy tenía puesto un abrigo largo blanco con botones grandes, que terminaba en vuelo la parte de la falda, debajo sus delgadas piernas estaban enfundadas con medias blancas, usaba zapatos negros de correas, su cabello, que en algún momento fue castaño claro, ahora casi rubio, estaba sujetado con un espumoso moño blanco, y sus labios tenían un pincelazo de rosa pálido para parecer más humana. Se veía encantadora, pero demasiado joven.

Allí tan pequeña como estaba, la sentí indefensa, y distante, casi podía oír lo que me había dicho ayer en la noche, cuando llegamos, en el aeropuerto.

—¿Nick, es cierto? —me había preguntado jalando de mi abrigo.

—¿Qué es cierto? —le respondí con otra pegunta.

—Eso que dicen.

—¿Y qué es lo que dicen? —le volví a preguntar, ahora sonriendo.

—Que Rusia es tan helado como cuentan.

—¿Eso importa? Tú no sentirás el frio.

—A mí sí me importa, aunque no sienta el frio, ya sabes que amo la nieve.

—Entonces es cierto, Sarah, es incluso más helado de lo que dicen.

Y se rio con dulzura...

—¡Pues no! —Gritó Sarah, trayéndome de vuelta al presente  —¡Tenía dieciséis años y seis meses! —Sonaba casi indignada. Yo no le había enseñado a mentir así.

Abram se agachó a la altura de Sarah y la examinó.

Al verlo hacer eso sabía que estábamos en serios problemas, así que tomé la mano de Sarah y la arrojé lejos de nosotros, no me tomé el tiempo de ver en donde había caído, sabía que estaría bien con solo alejarse, y ponerse a salvo. Aproveché el aturdimiento de Abram y lo arrojé al suelo pero de alguna manera se zafo de mis brazos y me arrojó a un árbol, me estrellé estrepitosamente pero me recuperé de inmediato y lo volví a agarrar ya que vi que iba tras Sarah que corría a toda prisa al lado contrario. Buena niña, pensé. Aléjate lo más que puedas.

Estrellé a Abram contra el suelo, y pretendía atravesarle el corazón con la mano, pero él me la atrapó.

—¡Eres un desgraciado...! —Exclamó—¡...te estoy haciendo un favor! —y se logró zafar una vez más.

—¡Pues no lo quiero! —lo atrapé de los hombros y  empujé al suelo hundiendo su cuerpo en la nieve.

Intentaba atravesarlo con la mano pero Abram evidentemente no se iba a rendir. Con un giro mortal, como el de los cocodrilos, cambió nuestros puestos y ahora la presa era yo, con su mano desgarró mi grueso abrigo y atravesó mis costillas, por un instante me sentí sin aire. Aunque el aire nunca lo necesité, ahora me parecía que era lo que más quería. Sentí un dolor, algo que jamás sentí luego de mi trasformación, pero lo sentí. Cuando Abram llegó a mi corazón y lo estrujó con su mano, mi perfecta vista comenzó a llenarse de rojo. Cada vez que él tiraba de mi única ancla a esta tierra, me sentía un poco más abajo, en el infierno.

Y justo cuando estaba a punto de llenarse de carmesí mi cuadro de visión, ella apareció, mi amada Sarah tenía un pequeño árbol en sus manos, con él, como si Abram fuera una pelota de béisbol lo bateó y alejó de mí, inmediatamente me recuperé cuando el soltó mi corazón.

—¡Sarah corre! —le ordené pero ella se quedó en su lugar con una miraba aterrada.

—Lo siento Nicolás, nunca quise que...que...esto pasara...cuando te pedí que me trasformaras tú no te negaste...  ¡debiste hacerlo! ¡Debiste hacerlo!

Estaba a punto de correr y abrazarla, porque me destrozaba verla llorar, era una de mis debilidades, pero en ese momento como un huracán Abram regresó y me tacleó, caímos juntos, creando un gran cráter en la nieve. Mi pecho estaba abierto y listo para que él me asesinara.

—Lo siento, Sarah, debí protegerte mejor...—dije sintiéndome llegar el infierno con Abram sobre mí.

Pero una vez más ella me salvó. Con una fuerza descomunal, incluso para una creatura de su tamaño, retiró a Abram de mí arrojándolo a diez metros, ahora ambos de pie nos miramos con pesar, al momento que Abram se recuperó fue directo a mí con ojos ardiendo de la furia, pero esta vez lo retuve con más facilidad. Sus manos se aferraron en las mías, clavándome sus uñas y yo las mías en las de él, derramando sangre por todos, manchado el blanco inmaculado de la nieve, cada uno intentando tirar al otro al suelo.

—¡No hagas esto Nicolás, sólo ella es la prohibida!

—¡Me pondré en contra de tu maldita ley si quieres hacerle daño!

Todo mi coraje, enojo, ansiedad y mi más que nada miedo se unieron para ayudarme a empujarlo al suelo, una vez allí, Sarah gritó mi nombre y me arrojó una estaca que ella misma había afilado con sus dientes, noté cuando la tuve en la mano, con la otra junté ambas manos de Abram y mientras éste se revolvía en la nieve le clavé la estaca en el corazón. Se retorció y escupió sangre a borbotones cuando lo hice, me maldijo allí empalado como estaba. Me incorporé del suelo cuando él se disolvió quedando sólo sangre. Una sangre negra y asquerosa, que nada se me apetecía.

Sarah llegó corriendo y la recibí segura en mis brazos. Allí lloró.

—¿Estas herido? —preguntó en un sollozo.

—No —le respondí. Con un encogimiento de mis brazos junté ambas de mis costillas cerrando el agujero de mi pecho.

—Tú sí estas herida Sarah —le dije y me agaché sobre ella, tomando su rostro por la barbilla para hacerla mirarme. Allí cerca de su boca había un pequeño hilito de sangre perfectamente rojo, que había brotado de una herida que ya no estaba. Con la lengua me deshice de él, era un desperdicio total, luego la bese suavemente.

Ella me devolvió el beso arrebatadoramente. Al cabo de un minuto se apartó de mí.

—Eso es injusto —dijo y estaba súbitamente molesta.

—¿El qué? —le pregunté, inocentemente.

—Tú siempre bebes de mi sangre y yo no puedo beber la tuya —me explicó y su voz era más un berrinche. Sus labios de fresa formaban un puchero irresistible.

—Claro que puedes beber mi sangre, Sarah —le dije y fue suficiente para que se impulsara, con sus piernas rodeó mi cadera y con sus flacos brazos enrolló mi cuello, allí,  apretó sus fríos labios contra mi garganta, perforándola después con sus finos dientes y bebió sangre, bebió tanta que me creí desfallecer.

—Es suficiente, Sarah —la regañé.

Ella se puso de pie.

—Sí, es suficiente —respondió como si yo le hubiese hecho una pregunta y me sonrió con su boca llena de sangre, luego se pasó el brazo desde el pliegue del codo hasta la muñeca por la boca en un gesto infantil, para limpiarse.

—Quiero seguir jugando —dijo muy a la ligera —sabes que odio que me interrumpan mientras juego.

Y claro que lo sabía, solía hacer un gran escándalo cuando la interrumpía, sólo con un beso largo y concienzudo la calmaba.  Entonces regresamos a los columpios y jugamos juntos hasta que la claridad del astro rey nos ahuyentó por una noche más.

¿Pero que importaba una noche más cuando teníamos todas las restantes de la eternidad?

___________________________________________________________

Este epilogo es sólo para que se den una idea de como pasaron el resto de sus días Sarah y Nicolás. 

Me encuentro triste porque ya no actualizare cada semana TT_TT Pero bueno, haganme feliz votando o comentando, pero claro, sólo si lo deseean en verdad. 

Espero de corazón que les haya gustado mucho la novela. 

PD: Este epilogo lo escribi antes que toda la novela que leyeron aquí. Fue escrito luego de que terminé con la primera version. Sí, esta es la segunda version de "El secreto de Nicolás"


PD2: Tengo una novela nueva, se llama "sueños de tinta y papel" me harían el día, el mes, el año, la vida si se pasaran a echarle una leídita. <3 <3 <3 

¡¡Muchas gracias por todo!!

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