Fruto Prohibido

By Kgoatred_Shine

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El fruto prohibido es el más apetecido. Jelsa adaptación More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20- Final
Epílogo

Capítulo 12

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By Kgoatred_Shine

30 de mayo de 1617

  Todas las cotillas hablan de mí. Incluso la señora Bidley se atrevió a negarme el saludo el otro día, a la salida de la iglesia. Pero no me importa en absoluto. Lo único que deseo es que mi querido Jack regrese de Londres. Su odiosa madre insistió para que acudiera a un baile en la última semana, pero me prometió que volvería tan pronto como pudiera. Estoy contando los días.

  —del diario de Isabelle Dorring

  —Entonces te vas a Spinster House.

  —Sí, padre.

  Elsa había esperado hasta la cena, cuando toda la familia estuviera reunida, para dar la noticia. Y la cosa no había ido nada bien, tal como se temía.

  Bueno, era mucho peor que eso. Había ido horrorosamente mal. Como si hubiera arrojado una bomba en medio de la mesa. Se cortaron todas las conversaciones y todos la miraron con las bocas abiertas como platos. Hasta su madre, y era la primera vez que Elsa veía algo semejante, se había quedado sin habla.

  Y entonces su madre… se desplomó. O al menos esa era la única palabra que acudió a su mente para describir lo que vio. Sus hombros, sus ojos, todo descendió o se hundió, como arrastrado por una decepción insoportable.

  Mikey empezó a llorar, y hasta Tom moqueó.

  —¿Pero por qué, Elsa? —preguntó su padre, absolutamente desbordado—. ¿No eres feliz aquí?

  —Por supuesto que lo soy, padre. —En cierto modo, eso era verdad. Amaba de verdad a su familia—. Pero tengo veinticuatro años. Es hora de que me vaya —afirmó, forzando una sonrisa—. Aquí no tengo ni siquiera una cama propia.

  —Pronto la tendrás —dijo Anna—. En cuanto me case con Kristoff.

  —Sí, y entonces madre trasladará a Pru a la habitación —dijo Elsa intentando reírse, y por poco lo consigue.

  Transmitir a su familia su decisión estaba siendo muchísimo más difícil de lo que se había imaginado.

  —No, Elsa—dijo al fin su madre, recuperando la voz—. Te hubiera dejado a ti la cama, y la habitación, si me hubieras dicho que era lo que querías. Ahora tendremos espacio suficiente. Pru y Sybbie pueden seguir compartiendo cuarto.

  —Claro, Elsa. A mí no me importa —afirmó Pru con voz temblorosa—. Por favor, no te vayas.

  ¡Por Dios! Había pensado que Pru sería precisamente la que le abriría gustosa la puerta y le daría un fraternal empujón para que se fuera más deprisa.

  Sybbie gimoteaba y se limpiaba las lágrimas con la servilleta, y Walter y Henry miraban los platos sin levantar la cabeza. Estaban muy serios y parecían tristes. ¡Hasta habían dejado de comer…!

  Aquello era absurdo.

  —¡No es como si me fuera a Londres, por Dios! Estaré al otro lado de la calle.

  Era una decisión acertada. Llevaba muchos, muchos años deseándolo. Entonces, ¿por qué se sentía como si estuviera cometiendo un terrible error?

  Simplemente, no se esperaba una reacción como esa en su familia, eso era todo. Una pena, ciertamente, pero el cambio siempre resulta costoso y difícil de asumir. Seguramente, una vez que cada cual se acostumbrara al hecho de que vivía en Spinster House las cosas volverían a su cauce.

  Además, cuando Susan y Ruth se marcharon no se armó este revuelo. Y Anna se marcharía dentro de poco más de una semana. Nadie lloraba por ello.

  El problema no era que se fuera de casa. El problema era que se iba sin casarse.

  —Pero, vamos a ver, ¿cómo no iba a aprovechar esta oportunidad? ¿Quién iba a imaginarse que la señorita Franklin se iba a casar y que dejaría libre Spinster House?

  —Pero yo pensaba que tu ama… —Anna se corrigió—, que a ti te gustaba el duque, Elsa.

  —Pues claro que me gusta —afirmó, pero le echó una mirada extraordinariamente amenazadora a Anna, por si se le ocurría sacar a colación la charla nocturna—. ¿Y eso qué tiene que ver con el asunto?

  Mikey se había acercado a abrazarla y le estaba empapando el vestido con sus lágrimas. Levantó la cara para hablar entre sollozos.

  —Pero se supone que te vas a casar con el duque, Elsa.

  —No, no me voy a casar con él, Mikey —le dijo abrazándolo con fuerza.

  —¡Sí, claro que sí! —intervino Tom, que se había quedado sentado en la silla, aunque tenía los ojos rojos y se mordía el labio, como hacía siempre que intentaba contener las lágrimas.

  —¡Venga, Tom! —le dijo sonriéndole. Después dio una vuelta a la mesa con la mirada y soltó una risa forzada—. Menuda tontería. El duque ni siquiera ha pedido mi mano.

  —Pero lo hará.

  —¡Padre!

  —Me di cuenta de cómo te miraba la otra noche durante la cena, Elsa. Y también vi cómo lo mirabas tú a él. No puedes decirme que te es totalmente indiferente, porque no me lo creeré.

  —No le es indiferente, padre —soltó Anna, como si no pudiera contener las palabras—. Ella…

  —He dicho que me gusta, eso es todo —dijo Elsa mirando a su hermana con ojos asesinos. Anna se puso colorada y dejó de hablar.

  Su madre sacudió la cabeza. Estaba absolutamente perpleja.

  —Puedo entender tus reservas respecto al señor Barker, pero el duque no tiene nada que ver con él.

  —Ya lo sé. —Por supuesto que lo sabía. En unas circunstancias diferentes…

  Pero las circunstancias eran las que eran. El duque estaba completamente atormentado por la maldición, y ella quería ser escritora. Un marido, incluso un marido como el duque, supondría una distracción enorme. Vivir en Spinster House era el único modo de asegurarse de que iba a escribir de verdad en lugar de simplemente querer hacerlo.

  Miró alternativamente a su madre y a su padre.

  —Os he dicho a los dos muchas veces que no tengo planes de casarme. Quiero escribir. Y necesito estar en un lugar tranquilo y solitario para poder hacerlo.

  —Pues no sé por qué —insistió su padre—. Yo pensaba que para escribir solo se necesitaba papel y pluma.

  Por supuesto que su padre no lo entendía. Nadie la había entendido nunca, quizá con la excepción de la señorita Franklin. Escribir una novela era mucho más complicado que juntar palabras en hojas de papel.

  —La cosa no es tan sencilla. Si me caso y tengo que sacar adelante un hogar, y sobre todo si en él hay muchos niños, solo tendré tiempo para eso —explicó, mirando de reojo a su madre—. ¿Acaso no estoy en lo cierto?

  —Me imagino que, como duquesa de Overland —empezó su madre, levantando una ceja—, tendrías un ejército de sirvientes preparados para hacer todo lo que quisieras, atentos al más simple movimiento de tu dedo meñique.

  —¡Oh! —exclamó Pru abriendo mucho los ojos—. Es verdad. Si te casas con el duque, serías duquesa—. Casi se puso a dar botes sobre la silla—. Mis amigas se morirían de envidia.

  —Y me apuesto lo que sea a que el conde tiene unos establos impresionantes —dijo Walter—. O al menos los tendrá cuando decida vivir en el castillo.

  —Y tiene una cocinera que hace unas galletas buenísimas —apuntó Tom.

  —Y un caballo que no muerde —añadió Mikey.

  —Y podría ayudarme a pagar la cuota para entrar en la caballería…

NA: El cuñado millonario XDDD

  —Ni se te ocurra, Henry —le cortó su madre frunciendo el ceño—. No te vas a alistar en la caballería.

  —Pero madre…

  —¡Parad! —gritó Elsa, y tomó aire—. No. Voy. A. Casarme.

  —Pero mamá tiene razón —insistió Prudence, pese a su categórica negativa—. Si te casas con el duque, tendrás criados que se harán cargo de todo. Y el castillo es tan grande que pasarían días sin que tuvieras que verlo, si es que no quisieras.

  Pero no era eso lo que ella quería. Se dio cuenta de que lo que quería era compartir su vida con Jack. Quería despertarse cada mañana junto a él e irse a la cama con él todas las noches.

  Y ahora se estaba poniendo colorada. No era nada bueno para ella pensar al mismo tiempo en Jack y en camas.

  —No voy a casarme con el duque de Overland. ¿Cuántas veces y de cuántas formas tengo que decíroslo? —Luchó por mantener el control—. He de contradecirte, padre. ¿Acaso has olvidado la maldición?

  —Pues todavía mejor —dijo Walter encogiéndose de hombros—. Si te casas con él, serás una viuda muy rica al cabo de poco tiempo. Dispondrás del castillo, de mucho dinero y de todo el tiempo que quieras para escribir. Yo diría que es lo que deseas, y bastante más de lo que vas a tener yéndote a Spinster House.

  —¡No es eso lo que quiero! —exclamó Elsa poniéndose de pie—. ¿Cómo puedes decir algo tan odioso? —Tiró la servilleta en la mesa y se marchó de la habitación.

  Su madre fue a buscarla y la encontró sentada en la cama que todavía compartía con Anna.

  —Walter no debió decir eso —dijo su madre sentándose junto a ella.

  —Desde luego que no.

  —Tu padre lo ha castigado con un montón de traducciones de latín y griego, pero enseguida va a venir a pedirte perdón. Está arrepentido de verdad.

  —Sí, tendría que estarlo. —Elsa rehuyó la mirada de su madre, aunque en realidad estaba segura de que sabía lo que sentía aunque no la mirara a los ojos. Elsa había mostrado sus sentimientos a toda la familia.

  —Lo siento, Elsa —dijo su madre tomándola de la mano—. Me gustaría que hicieras algo para arreglar todo esto.

  Casi se atragantó intentando evitar las lágrimas. Al cabo de unos momentos, logró tranquilizarse y tragó saliva con determinación.

  —Si Isabelle no estuviera muerta, yo misma la ahogaría —espetó su madre apretándole los dedos—. El dolor que os está causando al duque y a ti es inconmensurable.

  —No hay nada entre el duque y yo —logró decir Elsa, a pesar de que se le volvió a formar un nudo en la garganta.

  Su madre dejó pasar la mentira sin rebatirla.

  —Walter ha dicho que te va a ayudar a hacer la mudanza mañana por la mañana.

  —No necesito ayuda.

  —Puede que no, pero sería muy considerado por tu parte el permitirle que se disculpe de esa forma de la barbaridad que ha dicho. Creo que no entiende en absoluto tus sentimientos.

  Eso seguro. Ni ella misma los entendía.

  —De acuerdo.

  Media hora más tarde alguien llamó a la puerta.

  —Adelante.

  Walter entró con precaución.

  —Siento muchísimo lo que dije, Els. No sabía que…, o sea, por lo que dijiste… —Hizo una especie de gallo de adolescente, pues estaba en la edad, se encogió de hombros y se miró las puntas de los pies—. No te puedes imaginar cómo lo siento.

  —Lo sé, Walter. Está bien.

  —¿Me vas a dejar que te ayude mañana por la mañana? —dijo mirándola un momento, pero inmediatamente volvió a bajar los ojos—. Mamá ha dicho que puede que sí.

  —Sí, claro.

****

  Por la mañana, Walter había recobrado su fanfarronería habitual. Hablaba de muchas cosas a las que Elsa prácticamente no prestaba atención mientras le llevaba la maleta camino de Spinster House. Se cruzaron con la señora Bates, que iba camino de su tienda.

  —Buenos días, señora Bates —saludó Elsa inclinando la cabeza.

  La señora Bates no contestó al saludo. Ni siquiera la miró. Es más, se arremangó un poco la falda y cruzó al otro lado de la calle.

  Walter se quedó parado y miró a la señora con los ojos como platos.

  —¿Por qué ha hecho eso?

  —No lo sé.

  La verdad es que era muy extraño, pues la señora Bates siempre era muy amable.

  —Es como si tuvieras la plaga, o algo parecido.

  —A lo mejor es ella la que está enferma.

Elsa no tenía tiempo de quedarse en la calle y preguntarse las razones del peculiar comportamiento de la tendera. La llave de Spinster House empezaba a pesarle en el bolsillo.

  —Vamos, Walter. Quiero instalarme tan pronto como pueda, y papá ha dicho que no tardes mucho. Tienes que hacer más traducciones.

  —Papá no tiene piedad —dijo frunciendo el ceño—. Lo lógico sería que me diera el día libre, dado que mi hermana mayor se va de casa.

  —Tienes más cara que espalda, Walter —gruñó Elsa—. No vas a echarme nada de menos. Y si por lo que fuera me necesitaras, estaré al otro lado de la calle, por el amor de Dios.

  —No será lo mismo.

  —Sí que lo será.

  Llegaron a la puerta de Spinster House. Elsa introdujo la llave en la cerradura y abrió. La puerta no hizo ruido al deslizarse sobre los goznes. Amapola estaba sentada en la entrada, limpiándose las patas delanteras, como si estuviera esperando su llegada.

  La gata le echó una mirada a Walter, e inmediatamente arqueó la espalda y siseó. Pasó entre sus piernas y salió al camino.

  —¡Tú tampoco me gustas a mí! —le gritó Walter. La mayoría de los animales adoraban a Walter, así que se sintió ofendido por la reacción negativa de Amapola.

  —No es más que una gata, Walter.

  —Sí, y bastante estúpida. Si estuviera en tu lugar, no la dejaría entrar.

  —No creo que pueda. Esta casa es más suya que mía, o por lo menos me da la impresión de que eso es lo que piensa ella. Ahora dame la maleta y te puedes ir a casa.

  —La subiré a tu habitación. No querrás hacerte daño al subirla por las escaleras —dijo Walter adentrándose en el salón.

  Estaba claro que no tenía ningunas ganas de regresar a la vicaría y a sus traducciones.

  —No soy tan delicada, Walter, ya lo sabes. Y la maleta no pesa demasiado. Yo misma la he hecho, ¿recuerdas? —La verdad es que podría permitirle subir la maleta pero, extrañamente, la idea de que viera las habitaciones de arriba no le gustaba. Ahora era su casa, el punto de partida para su nueva vida. Aún no estaba preparada para compartirla.

  —Muy bien —dijo Walter, y dejó la maleta en el suelo, pero no hizo ademán de marcharse.

  —¿Has olvidado dónde está la puerta?

  —No —respondió, pero sin hacer ningún movimiento, salvo cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro. Echó un vistazo a la estancia, y sus ojos se detuvieron en la horrible pintura del perro con un pájaro muerto en la boca—. Mira ese cuadro.

  —Sí, ya lo había visto. Y ahora estoy segura de que padre te espera.

  —¿Qué pasa, quieres librarte de mí? —le preguntó frunciendo el ceño.

  Sí, claro que quería. Estaba ansiosa por ver cómo se sentía con toda la casa para ella sola. Pero le pareció que su hermano había sido demasiado fanfarrón al hacer la pregunta.

  —En realidad no me vas a echar de menos. ¿A que no, Walter?

  —¡Pues claro que no! —Sus palabras fueron esas, pero la duda que sintió en su voz demostraba otra cosa.

  ¡Santo cielo, sí que iba a echarla de menos!

  —Sabes que puedes venir a visitarme siempre que quieras.

  ¡Diantre! ¡No debía haber dicho eso! Había venido aquí precisamente para estar sola. No escribiría mucho si sus hermanos no paraban de ir a visitarla.

  Sin embargo, se dio cuenta de que había acertado. La repentina y radiante sonrisa de Walter se lo dejó claro. No obstante, a sus trece años y siendo un muchacho como era, no se iba a permitir reconocer ningún tipo de sentimiento sensiblero.

  —¿Y para qué iba a querer hacerlo? Estás justo al otro lado de la calle, acuérdate. —Volvió a cambiar el pie de apoyo—. Vendrás a casa para cenar, ¿verdad?

  —Sí, de vez en cuando —contestó, y se dirigió hacia la puerta para que él hiciera lo mismo—. Y ahora márchate. No querrás que papá se enfade, ¿verdad?

  —Malditas traducciones —suspiró Walter—. ¿Por qué esos tipos antiguos no escribieron en inglés, digo yo?

  —¿No será porque eran griegos y romanos?

  Walter le echó una mirada de reproche, pero no contestó y empezó a andar hacia la vicaría.

  Ella cerró con firmeza y, durante un instante, apoyó la frente sobre la puerta.

  ¡Al fin! Por primera vez en sus veinticuatro años de vida no escuchaba a nadie hablando, o llorando, o discutiendo en voz alta, o simplemente moviéndose a su alrededor. Nadie le pedía que se pusiera a jugar o que hiciera un recado. Estaba completamente sola. ¡Qué bendición!

  No se oía ni un ruido…

  ¡Pues claro! Eso era lo que quería. Silencio. Tranquilidad. Espacio y tiempo para pensar.

  Agarró la maleta y subió por las escaleras. El eco de sus pasos se escuchó por toda la casa. Podía invitar a Jane y a Mérida a tomar el té…

  No. Ahora no irían. Por los menos mientras les durara el enfado y las sospecha por no haber ganado el sorteo. Pero dentro de unas semanas aceptarían la invitación. La verdad es que no le gustaría nada perder su amistad. Mientras tanto, el tiempo que no pasara escribiendo lo emplearía en organizar la casa a su gusto.

  Puso la maleta en el suelo de su dormitorio. Lo primero que iba a hacer era abrir las ventanas y dejar que entrara aire fresco y luz. Miró el retrato de Isabelle Dorring.

  «Y la segunda cosa que haré será ponerte a ti en un rincón del cuarto trastero.»

****

  Jack estaba en el estudio. Se puso de pie y miró por la ventana.

  En realidad no fue así. En efecto, estaba de pie junto a la ventana, pero no miraba a ninguna parte ni veía nada, pese a que tenía los ojos abiertos. Estaba perdido en la ciénaga de sus pensamientos.

  Era libre. Ya había terminado de bailar al son marcado por Isabelle Dorring y podía marcharse de Loves Bridge cuando quisiera. La señorita Arendelle solo tenía veinticuatro años. Seguramente viviría hasta los sesenta o setenta.

  Pero no se sentía libre. Hacía dos días que se había decidido la cobertura de la vacante de Spinster House. De hecho, seguro que la señorita Arendelle no habría perdido el tiempo y ya estaría instalada. No obstante, aquí seguía él. Hiccup y Eugene se habían marchado a Londres. Podría haberse ido con ellos, pero les dijo que tenía gestiones que hacer, relacionadas con la hacienda, que lo mantendrían ocupado hasta que volvieran para asistir a la boda de Anna Arendelle. Hiccup había aceptado tocar el pianoforte. Después, los tres podrían ir por fin al Lake District, tal como habían acordado desde un principio.

  Podría ser.

  Era verdad que tenía gestiones que hacer, pero esa no era la verdadera razón por la que permanecía aquí. O, por lo menos, la principal razón.

  Se había quedado porque no podía marcharse de allí sin Elizabeth. Era incapaz de apartarla de sus pensamientos.

  Se frotó los ojos. Maldita sea, Hiccup lo había estado espiando otra vez. Lo había visto con Elizabeth en los arbustos, después de la cena en la vicaría. Esa misma noche, ya en el castillo, y de nuevo a la mañana siguiente, Hiccup no había parado de recordarle la maldición y la necesidad de que tuviera cuidado. Por eso había llegado tarde al sorteo de la vacante de Spinster House.

  Suspiró. Hiccup solo quería protegerlo. Lo entendía perfectamente. Pero tenía que vivir su vida y tomar sus propias decisiones.

  Incluso aunque tales decisiones lo condujeran al peor de los desastres.

  Así que había tenido que mentirle a Hiccup. ¡Dios! Era la primera vez en su vida que lo hacía, pero no le quedó otro remedio. Si le hubiera dicho la verdad, la verdad completa, habría tenido que enfrentarse con él, y sin duda Hiccuo se habría quedado en el castillo, siguiéndole a todas partes como un sabueso y metiéndose en sus cosas, sin dejarle ni respirar.

  Le dijo a Hiccup que él y Elizabeth fueron a la espesura a hablar de Spinster House, y nada más.

  Era verdad.

  Y que no habían hecho otra cosa que hablar.

  No era verdad.

  Que ella era soltera por vocación, y que la opción del matrimonio ni se le pasaba por la cabeza.

  Cierto, pero él esperaba ser capaz de hacerle cambiar de opinión.

  Hiccup se alegró muchísimo de que Elizabeth ganara el sorteo. Le daba la impresión de que fue el único motivo por el que aceptó irse a Londres con Eugene. Pensaba que el peligro había pasado.

  Pero estaba equivocado.

  Jack apoyó la frente contra el cristal de la ventana. No podría aguantar la soledad mucho tiempo más. Se había convertido en una especie de huracán que lo traspasaba continuamente. Y todo era por Elizabeth, la nueva soltera de Spinster House, una mujer a la que no le interesaba el matrimonio.

  Pero le devolvió el beso en los arbustos. Se inclinó sobre él, y le ofreció sus labios. Todo había sido de una dulzura indescriptible, e insoportable no continuar con ella.

  ¡Dios, quería tenerla allí, con él! Quería abrazarla fuerte, besarla de verdad, no solo con los labios, sino también introducir la lengua en esa boca tan dulce…

  Se dio la vuelta y se sentó en el sillón del escritorio. Tenía que intentar pensar en otras cosas. Igual podía trabajar un poco. Agarró uno de los papeles que había sobre la mesa y leyó el primer párrafo.

  Después lo leyó otra vez.

  No estaba trabajando. No podía pensar en otra cosa, solo en Elizabeth… en su cara, en su voz, en su cuerpo, en el tacto de sus manos, en el aroma de su piel. Era un idiota. Estaba enamorado como un colegial.

  Tenía que hacer algo productivo. Igual podía responder correspondencia, la que tratara de asuntos sencillos. Sí, eso haría… ¡Vaya! Tenía que desbarbar la pluma.

  Empezó a abrir cajones. Todos estaban vacíos. Emmett le había dicho que el escritorio se había limpiado hacía muchos años. De hecho, no se había utilizado desde los tiempos del famoso tercer duque. No obstante, confiaba en que alguien hubiera dejado un pequeño cortaplumas en algún sitio. Metió la mano hasta el fondo de cada uno de los cajones, pero lo único que logró fue llenársela de polvo, y también la manga de la americana.

  Para su sorpresa, en el fondo del último cajón encontró algo largo y fino. Intentó asomarse, pero no lograba ver nada. Tenía que ser un cortaplumas.

  Metió la mano hasta el fondo, tiró y retorció… Fuera lo que fuese, estaba bien atrancado. Igual si apretaba… ¡Sí! Consiguió mover lo que estaba oculto…

  Pero la parte de atrás del cajón se salió y cayó hacia atrás. ¡Por Zeus! Era un compartimento secreto, y había algo dentro: un libro antiguo, un poco roto y de color negro, más o menos como su mano de ancho y de un grosor aproximado de un centímetro y medio.

  —¿S-su excelencia?

  Levantó la cabeza mientras se guardaba el libro en el bolsillo interior del abrigo. No quería compartir con nadie su descubrimiento, por lo menos hasta saber de qué se trataba.

  De pie, casi delante de la puerta, permanecía Kristoff Bjorman, trasladando el peso del cuerpo de un pie a otro nerviosamente.

  —Pase.

  —G-gracias, e-excelencia.

  Bjroman se adentró en la habitación con paso inseguro. Parecía como si fuera a echar a correr si Jack decía algo inadecuado. Mal asunto. Hasta ese momento, Bjroman no se había comportado nunca con tanta inseguridad.

  —¿Cómo puedo ayudarle, Bjroman?

  Parecía que la pregunta era difícil de contestar para el ayudante del administrador. Miró durante un rato a Jack, ¡y le temblaba la mandíbula!

  —Siéntese, por favor —dijo Jack amablemente, señalando los sillones del otro lado del escritorio.

  —Muchas gracias —respondió Bjorman sentándose en el extremo de uno de ellos—. Excelencia.

  Silencio.

  Esto era ridículo.

  —Señor Bjorman, por favor. Está claro que tiene algo que decirme, pues de no ser así no estaría aquí. Dígalo y a ver qué podemos hacer.

  —Sí, excelencia —dijo el rubio grandullón suspirando y asintiendo con la cabeza. Tragó saliva con tanta fuerza que la campanilla le vibró visiblemente. Finalmente, apretó las mandíbulas y empezó a hablar—. Anna, es decir, la señorita Anna Arendelle, me ha apremiado para que hable con usted —empezó, y volvió a tomar aire, visiblemente turbado— acerca de su hermana. —Otra inhalación—. La señorita Elizabeth.

  —¿Y bien?

  «¿Qué demonios…?»

  —Ella…, quiero decir, ellas…, bueno, en realidad Anna, eh…

  —¡Pero dígalo, por el amor de Dios! —exclamó Jacj, que tomó el relevo de los suspiros profundos—. Discúlpeme, Bjorman. No he debido gritar. No obstante, si no va al grano inmediatamente, no respondo de mi reacción.

  —Sí, excelencia, lo entiendo. —Bjroman fijó la mirada en algún punto por encima del hombro derecho de Jack y empezó a hablar bastante rápido—. Anna quería que me asegurara de que usted está al tanto de los rumores.

  Eso no sonaba nada, pero que nada bien.

  —¿Qué rumores?

  —Los que circulan a propósito de Elsa y usted.

  Sintió como si el corazón hubiera dejado de latirle.

  —Bjorman, no he vuelto al pueblo desde que la señorita Arendelle, Elizabeth, ganó la vacante de Spinster House, pero aunque hubiera ido, nadie me habría venido con esos cotilleos, es evidente. Dígame, por favor, de qué demonios está hablando.

  Por un momento los ojos de Kristoff se encontraron con los de Jack, pero de inmediato volvieron a fijarse en ese punto por encima de su hombro.

  —Alguien, quiero decir, alguien aparte de Anna y de mí, vio cómo Elsa y usted se internaban entre los arbustos la otra noche, su excelencia. Y ahora todo el mundo en el pueblo está diciendo que ella y usted están… —Jack no había visto en su vida enrojecer a nadie tan deprisa ni tanto como a Kristoff en ese momento—, que Elsa es… En fin, todo el mundo dice que Elsa no está actuando como debe, sobre todo dado que ahora vive sola en Spinster House y no tiene ninguna carabina que vigile su comportamiento. Todas las mujeres del pueblo han dejado de dirigirle la palabra.

  —¡Por todos los infiernos! —exclamó Jack poniéndose de pie de un salto. ¿Cómo se atrevían a tratar de esa forma a Elizabeth? Las iba a derribar a todas a puñetazos… aunque tampoco se podía imaginar cómo iba a enfrentarse a una marabunta de cotillas, por mucho que se merecieran unos cuantos golpes. Sabía perfectamente que Hiccup no habría soltado prenda—. El vicario y su esposa no se creen esta calumnia, ¿no es así?

  —No, en absoluto —dijo Bjorman poniéndose de pie también, y sonrió brevemente—. Conocen muy bien a Elsa. Anna me ha dicho que el señor Arendelle tiene en mente hablar sobre el cotilleo y la calumnia en su próximo sermón, y el mal que pueden llegar a causar, y la señora Arendelle… —se detuvo un momento y se encogió de hombros—. Me temo que Anna piensa que a su madre, en el fondo, le gustaría que Elsa estuviera… comportándose inadecuadamente con usted, excelencia. La señora Arendelle es incapaz de entender la decisión de Elsa de no casarse. Y Anna tampoco, por cierto. Anna está segura de que Elsa ama a su… —Bjorman cerró la boca con fuerza y volvió a ruborizarse, aunque no tanto como antes.

  —Termine, Bjorman. ¿Qué Elsa ama a…?

  ¿A él?

  Algo cálido y potente empezó a crecer en su pecho.

  —Eh… —Bjorman volvió a batir un récord de rubor—. A… —Sus ojos brillaban igual que los de un zorro que intenta encontrar la forma de librarse de los sabuesos—. Su independencia. Anna está segura de que Elsa ama su independencia por encima de todo.

  ¡Diantre! Eso era verdad, pero estaba seguro de que, cuando se interrumpió, Kristoff iba a decir algo muy distinto. No le cabía duda de que había escuchado «ama a…», y no «ama…». «Su excelencia» podía ir detrás de «ama a…». «Su independencia» también, pero en tal caso la «a» sobraba, y Bjorman normalmente se expresaba con mucha precisión. Eso sí, estaba nervioso como no había visto a nadie en mucho tiempo.

  —Espero no haberle ofendido, excelencia —dijo el rubio interrumpiendo sus digresiones gramaticales—. Comprendo que podría considerarlo una intromisión, pero Anna insistió en que hablara con usted. Creía que debía saber lo que estaba ocurriendo, si es que aún no estaba al tanto. —Se aclaró la garganta—. En realidad, piensa que querría saberlo.

  —Pues tiene toda la razón, dígaselo. Y le agradezco su esfuerzo al decírmelo. Sé que ha sido muy difícil para usted.

  Estaba obligado a pedir la mano de Elizabeth de inmediato, pues de lo contrario ella caería en el más absoluto de los ostracismos.

  Kristoff relajó los hombros y suspiró, aunque esta vez de alivio.

  —Debo admitir que yo no era partidario de decirle nada, excelencia. No es que no me preocupe todo esto, pero no soy quién para meterme en sus asuntos, no sé si consigo explicarme bien. Pero Anna insistió, y no pude negarme.

  —Está claro, Bjroman. Los comprendo a ambos, y le agradezco a ella su insistencia y a usted su valentía.

  Si se casaba con Elizabeth, podía empezar la cuenta atrás. Solo tenía treinta años. Era demasiado pronto.

  Esperó la llegada de ese miedo atroz que le invadía cada vez que pensaba en su matrimonio.

  Pero no apareció. Por el contrario, sintió impaciencia. Quería estar con Elizabeth, y ahora podría tenerla, aunque solo fuera durante unos meses.

  —Voy a ir al pueblo a caballo, Bjorman, por si alguien pregunta por mí.

  —Sí, excelencia.

  Fue a los establos y ensilló a George. ¿Acaso se había vuelto loco? Acababa de escapar de la trampa que le habían tendido la señorita South y su padre, y ahora se dirigía por su propia voluntad a comprometerse.

  Igual no debía hacerlo. El cotilleo se calmaría, sobre todo si él se iba de Loves Bridge.

  Pero no quería marcharse del pueblo. No quería alejarse de Elizabeth.

  Sintió una extraña sensación de alivio. Por fin iba a dejar de rehuir lo que había estado marcando su vida como una auténtica losa. Y al hacerlo sentía una embriagadora sensación de libertad.

  Primero se acercó a la vicaría. Le abrió la puerta la señora Arendelle, que tenía a un gemelo a cada lado.

  —¡Señor duque!

  Los niños se abalanzaron sobre él y se abrazaron a su piernas. Él les acarició las cabecitas. Dios, cómo le gustaría acariciar alguna vez a su propio hijo.

  Uno de ellos, Michael, antes de que su madre les ordenara irse, le habló al oído.

  —La gente está siendo mala con Elsa, señor duque.

  —Lo sé. El señor Bjorman acaba de contármelo.

  —¿Va a obligarles a que dejen de hacerlo? —preguntó Tom.

  —Sí.

  —Eso va a ser difícil —espetó la señora Arendelle—. Muchachos, dejad en paz a su excelencia. El pobre no puede ni moverse.

  Los niños lo soltaron, y Jack se sintió extrañamente desnudo.

  Tonterías. Se puso derecho y miró a la madre de Elizabeth.

  —He venido a hablar un momento con el vicario, señora Arendelle.

  —Está en su estudio —dijo ella asintiendo. Después miró a los gemelos—. Saldremos después, muchachos. Ahora vuestro padre y yo tenemos que hablar con su excelencia.

  Estaba seguro de que solo había mencionado al vicario. Quizá la señora Arendelle no se había dado cuenta.

  O quizá sí. Evidentemente, los muchachos lo habían entendido a la perfección.

  —¡¡Hurra!! —gritó Thomas dando saltos de alegría—. ¡El señor duque se va a casar con Elsa!

  Michael aportó al asunto una reflexión impropia de su edad, acompañando las palabras con un movimiento de cejas.

  —Usted le gusta mucho a Elsa, señor duque, pero le costará horrores confesarlo. Es más terca que una mula.

  —¡Michael! —exclamó la señora Arendelle—. ¿De quién has aprendido esa expresión tan fea?

  —De usted, madre.

  —¡Ah! —dijo ella con una risa nerviosa—. Supongo que sí que lo habré dicho en alguna ocasión. Y ahora id a jugar, para que su excelencia, vuestro padre y yo conversemos tranquilamente y arreglemos las cosas.

  No era cosa suya decirle a la señora que a las madres no les correspondía intervenir en ese tipo de conversaciones. Era cosa del vicario, aunque se temió que el hombre no sería capaz de convencer a su esposa de que los dejara solos.

  La verdad es que esta familia no se ajustaba a casi ninguna de las convenciones habituales.

  —Sí, madre —dijo Tom, y miró a su hermano—. Vamos a decírselo a Anna.

  —¡Sí, vamos!

  —Todavía no hay nada decidido, muchachos —les gritó su madre mientras subían las escaleras a toda prisa. Después sonrió y sacudió la cabeza—. Estos dos van a acabar conmigo. Y ahora, excelencia, acompáñeme por favor. Vamos a algún sitio cómodo y lo más tranquilo posible.

  —Tengo que confesarle que me siento muy contenta porque haya venido —dijo mientras le conducía al estudio—, aunque debo advertirle de que Michael tiene toda la razón en lo que ha dicho acerca de Elsa. Aunque todo el pueblo le diera la espalda a ella no le importaría, o al menos actuaría como si le diese igual —afirmó la señora frunciendo el ceño—. Puede ser tremendamente obstinada, es de locos… ¿Se puede creer que no hay quien le quite de la cabeza esa estúpida idea de ser novelista?

  Dado que fue en ese momento de la conversación, o más bien del soliloquio, cuando abrió la puerta del estudio, Jack no tuvo que enfrentarse al compromiso de opinar sobre las aspiraciones literarias de Elizabeth.

  —William, su excelencia quiere verte.

  —¡Ah! —El vicario apartó a un lado los libros y papeles en los que estaba enfrascado y se puso de pie para saludar a Jack—. Pase, excelencia, por favor. Siéntese —dijo, y se quedó mirando a su esposa—. ¿Serías tan amable de traernos unos refrescos, querida?

  —¡Oh, no! —dijo, y se sentó en el sillón que estaba al lado del de Jack—. No se va a librar de mí tan fácilmente, señor mío. Si tienes sed, utiliza el brandy que pretendes esconder entre Aristóteles y Platón, evidentemente sin lograrlo. Estoy segura de que su excelencia va a preferir una bebida como esa en lugar de un té.

  Ahora ya sabía de dónde había sacado Elizabeth la fuerza de su carácter.

  —Es probable —dijo el señor Arendelle en tono resignado—. ¿Le apetece un trago, excelencia?

  —Muchas gracias, caballero, pero prefiero rechazar su amable ofrecimiento. Mi idea es ir a Spinster House desde aquí, y quiero estar completamente sobrio en el momento de hablar con su hija. No creo que vaya a ser una conversación fácil, y no quiero estar en desventaja.

  —Inteligente decisión —aprobó la señora Arendelle muy seria.

  —¿Acierto al pensar que está usted aquí para pedir la mano de Elsa, su excelencia? —dijo el vicario entrando en materia directamente.

  —Sí, así es. —Gracias a Dios, no le tembló la voz, al menos que él notara—. Vine tan pronto como el señor Bjorman me informó de los rumores y cotilleos —. Se aclaró la garganta—. ¿Cómo se los está tomando la señorita Arendelle?

  —Pues nada bien, por supuesto —dijo el vicario, aunque también se rio, y no forzadamente—. Está furiosa. Se enzarzó en una discusión a gritos con la bru…, con la señora Barker el otro día en el paseo. Henry tuvo que llevarse a Elsa casi a rastras, y el señor Barker se llevó a su madre a casa, aunque por desgracia sin amordazarla.

  —¡Ah, ya veo! —Esa no era la respuesta que esperaba, aunque ahora que lo pensaba con más detenimiento, debería haber esperado algo así. Elizabeth no era una mujer como las demás.

  —Elsa dice que Mérida Dunbroch vio algo que no significaba nada fuera de lugar —intervino la señora inclinándose hacia Jack—, pero que, después del resultado del sorteo de Spinster House, se inventó un cuento con la intención de forzarle a usted a casarse con Elsa y así dejar de nuevo disponible la vacante de la casa.

  —Pero Elsa reaccionó diciendo que Mérida era una estúpida si pensaba que iba a forzarla a casarse con alguien por un simple cotilleo —añadió el vicario—, o incluso por un montón de cotilleo. —En este punto sonrió con una expresión que parecía de orgullo paternal—. Elsa tiene unos principios muy arraigados.

  —Y mucho empecinamiento —puntualizó la señora Arendelle.

  —Sí, ya lo he notado —confirmó Jack con un tono ligeramente apesadumbrado.

  El vicario se miró las manos, que descansaban sobre el escritorio.

  —No obstante, he de confesar que tengo cierta curiosidad. El rumor dice que usted se adentró en la espesura con Elsa, y todo el mundo ha empezado a elucubrar a partir de ese hecho, confirmado por ella, pero llegando hasta extremos inconcebibles y ridículos. Elsa dice que lo llevó a usted allí para tener una conversación privada, pero mi impresión es que, aunque no mienta, tampoco dice toda la verdad. —Miró hacia arriba y encontró los ojos de Jack—. ¿Qué ocurrió?

  —Que la besé —informó Jack, removiéndose un poco en el asiento.

  —¿Y lo abofeteó? —preguntó de nuevo el vicario.

  —No.

  —¿Le devolvió el beso? —intervino la señora Arendelle, hablando con dulzura y poniéndole la mano sobre el brazo. Estaba claro que esperaba que la respuesta fuera afirmativa.

  Pero no estaba en situación de inventarse nada.

  —El intercambio fue completamente casto.

  La señora Arendelle se mostró abatida. Él se aclaró la garganta. Quería y debía ponerlo todo sobre la mesa.

  —En todo caso, me doy cuenta de que no debí hacer lo que hice. Su intención al llevarme a la zona de arbustos era absolutamente inocente. Sin embargo, la mía… —No había intentado hacer algo completamente impropio, pero la verdad es que debía haber evitado estar en un lugar escondido con una mujer, con esa mujer—, la mía no lo era tanto.

  El caso es que la señora Arendelle botó en el asiento y hasta batió palmas.

  —Mi deseo es ofrecerle matrimonio a su hija. Pido su permiso para hacerlo.

  —Vaya, querido —dijo la señora Arendelle arrugando el entrecejo con preocupación. Su estado de ánimo había dado un vuelco—. La verdad es que no parece muy feliz de hacerlo.

  —Por supuesto que no —afirmó convencido el vicario—. Recuerda que Elsa nos informó de que cree en la maldición de la señorita Isabelle Dorring.

  —¡Ah, es cierto! Esa horrible maldición de esa horrible mujer.

  Ambos lo miraron con ojos de genuina preocupación.

  —Supongo que todo el mundo tiene sus impedimentos y debe sobreponerse a ellos —dijo forzando una sonrisa.

  —Pero no todo el mundo cree que su boda es el primer paso hacia su cercano funeral —dijo el vicario suspirando—. Tiene usted mi permiso para cortejar a Elsa, excelencia, aunque no tiene ninguna obligación de hacerlo. Si todos los que roban un beso en la espesura se vieran forzados a casarse, no quedaría ni una sola persona soltera en el mundo. —Se encogió de hombros—. Los rumores son absurdos. Pasarán.

  La señora Arendelle volvió a tocarle en el brazo muy afectuosamente.

  —Pídale a Elsa que se case con usted solo si realmente está enamorado de ella, excelencia. Realmente es lo que necesita. No un marido, sino alguien que la quiera de verdad.

  Y él necesitaba una mujer que le quisiera.

  Pero las cosas nunca eran así de simples, ¿verdad?

  —Muchas gracias —dijo levantándose—. Ahora me voy a ver a su hija. Espero que pronto nos deseen que seamos muy felices.

  —Yo también lo espero —respondió el vicario sonriendo—. Y de verdad que deseo que disfrute pronto de muchos hijos e hijas subidos en sus rodillas.

  —Muchas gracias, señor. —No había ninguna posibilidad de que eso sucediera, ni haciendo pactos con el diablo. Se volvió para dirigirse hacia la puerta.

  —¡Ah! Solo una cosa más.

  —Usted dirá, señor.

  —El brazo derecho de Elsa es muy potente —le informó el vicario sonriendo—. Igual debería estar preparado para neutralizarlo antes de sacar el tema… principal de la conversación.

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