Capítulo 13

954 86 74
                                    

10 de junio de 1617

  ¡Jack ha vuelto! Soy inmensamente feliz. Aunque sé que algo le preocupa. Espero que me diga pronto de qué se trata.

  —del diario de Isabelle Dorring

  Elsa estaba sentada en la biblioteca de Spinster House rodeada por un montón de papeles desperdigados sobre la mesa. Ciertamente, muchas de las frases estaban tachadas, pero la historia empezaba por fin a tomar forma. Su dócil, aburrida y pobre heroína por fin había tomado el control de su vida. En lugar de quedarse sentada en un rincón esperando a que el atractivo duque de Worthing se fijara en ella por casualidad, había decidido librarle de una malvada bruja y de su pariente, una gata taimada y astuta.

  Amapola se estiró, sin duda disfrutando de la luz del sol que entraba a raudales por la ventana.

  Elsa sonrió. Sí, puede que la historia estuviera más o menos inspirada en acontecimientos reales. Pero lo importante era que había conseguido por fin pasar de la maldita primera frase. Puede que fueran bobadas, pero al menos estaba escribiendo algo. Seguro que la dama que escribió Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio tampoco fue capaz de pergeñar esas extraordinarias novelas al primer intento.

  Sumergió la pluma en el tintero y empezó a pensar en un personaje que se iba a parecer mucho a la señora Barker, en todos los aspectos. Primero la describiría…

  ¡Vaya! Alguien estaba llamando a la puerta.

  Puede que la persona, fuera quien fuese, se marchara si no abría a la primera. Se inclinó de nuevo sobre el papel.

  No. Volvían a llamar. Arrugó el entrecejo y se tocó los labios con la pluma. Seguro que era uno de sus padres, o de sus hermanos. Había conseguido que llamaran a la puerta en lugar de irrumpir por las buenas.

  Bueno, era cierto que cerrar con llave había ayudado a que lo hicieran.

  El volumen de la llamada crecía. No cabía la menor duda de que el visitante no iba a parar hasta que abriese la puerta. Suspiró y se levantó.

  —¿Por qué la gente no me deja en paz, Amapola?

  La gata se quedó mirándola.

  Bueno, estaba claro. Gracias a la malicia de Mérida la gente la estaba dejando muy tranquila. Al parecer, su reputación no podía ser peor, aunque era difícil de creer que un simple beso en la oscuridad y entre los arbustos se hubiera convertido en un pecado tan terrible.

  Se puso colorada. La verdad es que la gente hablaba de mucho más que un simple y casto beso. No creía que fuera Mérida quien hubiera inventado tantas cosas, pero su traición le dolía, y mucho. Aunque puede que ella hubiera hecho algo parecido si no llega a ganar. La frustración engendra el mal.

  Tenía que dejar pasar la tormenta. Todo se calmaría en cuanto el duque se fuera de Loves Bridge.

  Pasó a toda prisa por la sala de estar. El maldito sonido de la puerta era cada vez más alto e insistente.

  —¡Ya voy, ya voy! —dijo mientras abría la puerta, y se quedó de piedra—. Pero ¿qué hace usted…?

  ¡Santo cielo! Era el duque. Le pareció que el corazón hacía una extraña pirueta en su pecho mientras miraba su atractivo rostro.

  —¿Qué está usted haciendo aquí?

  No fue un recibimiento cordial ni mucho menos, pero al parecer la sorpresa y una emoción bastante más carnal no conducían a un comportamiento bien educado.

  —Pues estoy aquí para hablar con usted, por supuesto. ¿Puedo entrar, señorita Arendelle?

  —¡No! —Era lo único que le faltaba. Las personas razonables podían dudar de hasta dónde podría haber llegado en los arbustos con él, pero solos en una casa… No es que tuviera mucha idea de qué pecados podía llegar a cometer, pero no le cabía duda de que el duque sí. Seguro que se le ocurrirían un montón de posibilidades.

Fruto ProhibidoWhere stories live. Discover now