Hypnos

By EstherVzquez

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¡Obra ganadora de los Watty 2020! La línea que separa el mundo de los sueños del real es especialmente delgad... More

Nota de Autor - ¡HYPNOS GRATIS!
Prólogo
1 - Día 1
2 - Día 2
3 - Día 3
4 - Día 6
5 - Día 7
6 - Día 10
8 - Día 15
9 - Día 16
10 - Día 17
11 - Día 23
12 - Día 26
13 - Día 40
14 - Día 42
15 - día 43
16 - día 44
17 - Día 47
18 - día 48
19 - Día 58
20 - Día 59
21 - día 62
22 - Día 63
23 - Día 80
24 - Día 90
Epílogo

7 - Día 11

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By EstherVzquez


Aquella mañana vomité. No quise hacerlo, de hecho intenté cuanto estaba en mi mano para evitarlo, pero no lo conseguí. Caí de rodillas frente a la taza del váter y eché cuanto tenía en el estómago mientras Daniela me sujetaba el pelo.

En otras circunstancias, con los roles cambiados, yo también habría acabado vomitando. Era muy escrupulosa con aquel tipo de situaciones. Daniela, en cambio, ni se inmutó. Según me contó después, estaba bastante acostumbrada.

—¿Te acuerdas de la chica a la que siempre te digo que te pareces? —dijo un rato después, mientras contemplábamos el techo de mi habitación, tumbadas en la cama—. Ella acababa como tú cada dos por tres. No aguantaba bien la bebida.

—Pues qué bien, ¿no?

—Un show. Cada vez que volvíamos de fiesta y subía a su piso, su madre sabía que la cosa pintaba mal. Por suerte me tenía bastante aprecio. Hubiese preferido que fuese otro tipo de persona, por supuesto, ella era una artista famosa, pero dentro de lo malo prefería que Vanessa estuviese conmigo antes que sola.

Volví la mirada hacia ella.

—Vanessa... —dije, saboreando el nombre—. Hasta ahora no me habías dicho su nombre.

—Ya, bueno. —Se encogió de hombros—. No me gusta demasiado hablar de ella. La cosa no acabó demasiado bien, ¿sabes?

Asentí con la cabeza. Me hubiese gustado poder profundizar un poco más, pero era evidente que no le apetecía, así que no dije palabra. Volví a mirar al techo, aún con el cuerpo revuelto, y cerré los ojos. El mero hecho de pensar que tenía que ir al laboratorio me daba náuseas.

—No tengo ganas de moverme.

—Yo tampoco —aseguró ella—, pero no puedo faltar. Me comprometí a acudir a todas las sesiones. ¿Tú puedes saltarte alguna?

Negué con la cabeza. Otras de las ochocientas mil estúpidas cláusulas que había firmado en el contrato era que, a no ser que fuese por razón de fuerza mayor, no podía saltarme ninguna de las visitas acordadas.

—Que va, pobre de mí... pero te juro por mi alma que hoy pagaría por no ir. —Volví a mirarla de reojo—. No sé tú, pero me paso los días haciendo pruebas médicas y rellenando papeluchos. Es una mierda.

Daniela chasqueó la lengua. Era curioso, pero, incluso despeinada, con los ojos hundidos por la falta de sueño y sin maquillaje, seguía siendo una chica muy guapa. A su lado, con las ojeras tan negras como el carbón y la piel del color de la cera derretida, yo parecía un ratón enfermo.

—Yo formo parte de un estudio sociológico —confesó—. Deben pensar que soy una lunática, o una fiestera empedernida, no lo sé, pero me paso horas y horas hablando de las noches de fiesta en Madrid. De dónde iba, qué hacía, con quién me relacionaba... —Soltó una carcajada sin humor—. ¡Me preguntan hasta con quién me acostaba! Como si les importase, vaya. Ver para creer... pero bueno, me pagan bastante bien, así que no me importa. En el fondo, el pasado es pasado.

—Me da la sensación de que son un poco morbosos —admití con cierta diversión—. A mí también me hacen preguntas sobre ese terreno. —Reí con ganas—. Me parece a mí que al doctor Delgado no le debe ir demasiado bien con su mujer.

Por el modo en el que se rio supuse que ella opinaba lo mismo. Julián era un hombre que caía bien. Tenía una simpatía natural que, sumada a su peculiar forma de ser, lo convertía en un tipo de lo más interesante. Era una lástima que fuese tan mayor, al menos desde mi perspectiva, claro, porque de lo contrario podría haber sido alguien lo suficientemente interesante como para poder fijarme en él.

—Es muy personaje —dijo—. Siempre con la sonrisita y el guiñito... pero no te engañes, hace su trabajo. Y lo hace muy bien. A mí ha logrado sacarme cuánto ha querido y más. Y no me gusta, te lo aseguro. Parece demasiado interesado en Vanessa para mi gusto. —Negó con la cabeza—. Las partes en las que aparece ella son a las que más atención les presta. ¡Y no es que esté celosa, eh! Ni muchísimo menos, pero me hace sentir un poco incómoda. En fin... ¿te importa si me doy una ducha?

Aproveché que Daniela entraba en el baño para mensajearme con mi madre y con Ana. Aquella era la primera vez que pasaba tanto tiempo alejada de mi madre y lo notaba. Echaba de menos sus cosas. Su mala leche por la mañana, su manía obsesiva con el desorden, el olor de la comida a mediodía, las duchas eternas... incluso echaba de menos sus "besitos". Por suerte, ella siempre estaba ahí, con el teléfono en la mano para responder a mis mensajes. Ana, por el contrario, debía estar ocupada.

Una hora después Rosa nos vino a recoger y pusimos rumbo al laboratorio, donde nos separamos. Prometimos hablar más tarde y comer juntas, y así lo hicimos. Eso sí, no solas; Miguel se unió a nosotras.

Fue un día extraño. Estaba cansada después de la escapada nocturna del día anterior, seguía con el estómago revuelto y, en general, me dolía todo, pero incluso teniendo la posibilidad de quedarme descansando en casa tras una cortísima sesión con el doctor Delgado, decidí salir. Él me recomendó que recuperase fuerzas. No dijo abiertamente lo que ambos sabíamos, que venía de resaca y que me había pasado por el forro las normas, pero aquella mañana no se mostró especialmente satisfecho conmigo. Le molestó mi falta de compromiso, aunque por suerte, lo camufló lo suficientemente bien como para no enturbiar nuestra relación. Dijo que prefería verme al día siguiente, cuando estuviese más descansada, y llamó a Rosa. Una hora después y sin tan siquiera haber pisado el apartamento, me encontraba ya en el paseo marítimo aprovechando el anochecer.

La brisa marina me ayudó a recomponerme. Paseé tranquilamente entre la gente, escuchando una larga pista de música de The Muse, y disfruté de las vistas hasta alcanzar el saliente al final del cual se encontraba el faro. Lo observé durante unos segundos desde la distancia, viendo como el cielo se encapotaba a su alrededor, y me adentré en el camino de piedras que lo conectaba con el paseo. Me sentía tan absurdamente atraída por aquel tranquilo lugar que ni tan siquiera me importó que estuviese vacío.

No me importó nada.

No debería haberme acercado, lo sé. Últimamente, me sentía observada y anochecía rápido, pero, sin embargo, fui. ¿El motivo? No lo sé, supongo que me apetecía. Quería probarme a mí misma. Fuera como fuese, la cuestión es que bordeé el edificio y tomé asiento en las rocas, de cara al mar. Subí el volumen de la música...

Y el peso de una mano sobre mi hombro me hizo dar un brinco de pura sorpresa. Volví la vista atrás, donde la sombra de alguien se alzaba sobre mí, y me levanté con rapidez. De hecho, lo hice con tanta velocidad que incluso uno de mis pies resbaló. Perdí el equilibrio y a punto estuve de caer. Por suerte, de nuevo sentí el peso de la mano aferrarse a mi brazo para sujetarme. Su dueño me sostuvo con fuerza y tiró de mí hacia el camino, donde al fin pude asegurar los pies sobre tierra firme.

Me quité los auriculares y alcé la mirada hacia el tipo. Para mi sorpresa se trataba de un chico joven, de no más de veinticinco años, alto y delgado, vestido con tejanos y un abrigo negro. Tenía el cabello castaño claro y ondulado, con algún que otro rizo, y los ojos marrones. Su piel era clara, son sonrisa agradable... y había algo en él que por alguna extraña razón me resultó familiar.

Muy familiar.

—¡Cuidado! —exclamó con un llamativo acento andaluz—. ¡Casi te caes!

—Ya, ya, me he dado cuenta... —Guardé el teléfono y los auriculares en el bolso y lo cerré con la cremallera—. Pero solo porque me has asustado. ¿Por qué me has cogido?

El chico se cruzó de brazos con incomodidad. Miró a su alrededor, tenso al sentir mi mirada fija en él, hasta que finalmente lanzó un suspiro.

—¡Me estás persiguiendo! —dijo en tono acusador—. Joder, ¡es muy incómodo! No sé muy bien qué quieres, pero...

—¿Qué yo te persigo a ti? —pregunté con perplejidad, y rompí a reír—. ¡Estás loco!

El chico empezó a ponerse nervioso.

—Llevo semanas viniendo a esta farola cada noche y no había nadie. Estaba tranquilo... era mi sitio. ¡Mi momento para pensar! Y de repente apareces tú un día, como una turista perdida, me miras y empiezas a aparecer cada noche... —Negó con la cabeza—. Eso de toda la vida es que me estás persiguiendo, chica.

—¡Mentira! —me defendí—. No te he visto en mi vida, y si nos hemos cruzado, que no lo creo, ni me he dado ni cuenta, te lo aseguro. ¡Esto es... joder, no sé, una maldita casualidad, nada más!

Poco convencido, el chico me miró de reojo con el ceño fruncido. Me observó de arriba abajo durante unos segundos en completo silencio, probablemente calibrándome, hasta que finalmente se dio por vencido. Se llevó las manos a la cintura y lanzando un suspiro negó con la cabeza.

—¡Vaya! Y yo que pensaba que una chica se había fijado en mí... —Rio—. Estoy un poco maharón, ¿no?

—¿Maharón? —Reí—. No sé, supongo, aunque si te sirve de consuelo yo también creía que alguien me observaba. Que alguien me perseguía... y vaya, tiene toda la pinta de que ese alguien eres tú. Eso sí, no logré verte ni una maldita vez. ¿Te escondías?

El chico se sonrojó, avergonzado. Volvió la mirada hacia el mar y se alejó unos pasos de mí, disimulando una sonrisa nerviosa.

—Bueno, no sabía si eras una ladrona. ¡Yo qué sé! Hay mucho chalao suelto. Además, yo no conozco apenas este sitio, vine hace tan solo tres meses, así que voy con cuidado. No es un delito, ¿no?

—Bonita forma de decir que eres un poco cobarde —me burlé.

No solía vacilar a la gente de aquella forma. Alguna vez lo hacía, pero solo si tenía un muy mal día. En definitiva, de primeras no solía hacerlo. Sin embargo, en aquella ocasión fue diferente. Había algo en aquel chico que me daba confianza: quizás fuese su expresión de pura bondad, o quizás porque que me resultaba ligeramente familiar, pero tan solo necesité mirarlo a los ojos una vez para comprender que no era una peligro. Al contrario.

—Lo que hay que aguantar —murmuró entre dientes, fingiendo indignación—. En fin, pues eso, te iba a decir que dejases de perseguirme, pero... —Rio ante la situación, sin saber muy bien qué decir—. ¡Intentaré no perseguirte yo a ti! Eso sí, no voy a dejar de venir. Este sitio... —Volvió la mirada hacia el faro y asintió con la cabeza—. Este sitio es para flipar.

—Mola, sí —admití—. Es guay. Yo tampoco llevo demasiado tiempo aquí, solo diez días, y es uno de los pocos sitios donde me siento realmente a gusto. Me llamo Alicia, por cierto.

—David —respondió él, que se acercó para darme dos besos—. ¡David Baena Díez para servirla, señorita!

—Andaluz, ¿verdad?

—¿Yo? Malaguita a mucha honra. ¿En qué lo has notado?

A pesar de lo abrupto de nuestro encuentro, David resultó ser un chico de lo más simpático. No tenía la chispa andaluza de la que tanto se hablaba, pero no le faltaba encanto. Era muy hablador, tremendamente hablador, y divertido. Mucho más de lo habitual, aunque sin pasarse: nunca me habían gustado los listillos. Por suerte, él no lo era.

—¿Y qué se supone que pinta un malaguita en este pueblo abandonado de la mano de Dios? —pregunté un rato después, cuando tras las presentaciones nos acomodamos entre las rocas para disfrutar de las vistas. Las estrellas y la luna se reflejaban sobre las olas, arrancando destellos de color al agua—. ¿Trabajo?

—¡Qué va! Estudios. Estoy sacándome un máster en la universidad de periodismo. En unos meses, si todo va bien, podrás leer mi nombre firmando artículos en prensa.

—¿Qué tipo de artículos? Espero que no sean deportivos: paso por completo de la prensa deportiva. Es un auténtico coñazo.

—Nah. Lo mío es el periodismo de investigación. Hace dos años estuve trabajando como reportero en el descubrimiento de unas nuevas ruinas romanas no muy lejos de aquí, al norte de Tarragona, y me gustó la zona. Total, que cuando tuve que elegir centro donde realizar el máster, dado que tenía la posibilidad de elegir Barcelona, me vine. Me gusta esta tierra. No hace tanto calor como en Málaga. ¿Y tú? ¿Qué pinta una valenciana en...?

—¡Eh! ¡Cuidado! Sin pasarse, ¿eh? —Le guiñé el ojo. Era una broma, claro—. Alicantina, si no te importa. Y estoy por trabajo. Se podría decir que he hecho un alto en los estudios.

Antes incluso de darme cuenta ya le estaba explicando que estudiaba veterinaria, que vivía con mi madre y que no me estaba yendo bien aquel curso. Demasiadas distracciones... demasiado pasotismo. Le conté también que mi madre y yo vivíamos solas, pues mi padre había muerto unos años atrás, y que el dinero no había sido el único motivo para aceptar aquel trabajo. En el fondo, necesitaba un cambio. Un soplo de aire fresco en una vida que empezaba a oler a añejo. David me preguntó al respecto algo sorprendido, profundizando en cuestiones que incluso yo jamás había pensado, y durante largo rato charlamos amistosamente, como si nos conociésemos de otra vida. Como si en el fondo ambos hubiésemos estado esperando años para encontrarnos.

Decidimos ir a cenar a uno de los restaurantes del paseo. Ninguno de los dos tenía demasiada hambre, pero era lo que tocaba. Además, empezaba a hacer frío y la calle se estaba convirtiendo en un escenario demasiado poco apetecible como para poder seguir charlando. Así pues, David me llevó al que él consideraba el mejor restaurante de todo el pueblo y cenamos pescado a la luz de un cartel de neón fluorescente, junto a una mesa donde un grupo de ancianos alemanes disfrutaban de la noche catalana y de una gran jarra de sangría. Enorme, por cierto.

Comimos tranquilamente, ignorando los gritos cada vez más altos de los ancianos, y finalizada la cena David se ofreció a acompañarme hasta el portal de mi casa. Según decía, había mucho tipo raro.

—¿Raros como tú?

—Nah, no tanto. —Ensanchó la sonrisa—. Yo soy único en mi especie.

—Ya veo, ya... oye, y ahora que me has acompañado hasta aquí, ¿quién va a protegerte a ti? Mira que no siempre vas a tener dónde esconderte si vienen a atracarte, ¿eh?

Acompañé a la broma de una risa a la que David se unió con diversión, ignorando mis burlas.

—¿Vives lejos de aquí? —pregunté.

—A quince minutos más o menos. Al lado, vaya. —Se encogió de hombros—. En fin, me tengo que ir yendo. No sé si te lo he dicho, pero vivo con mi tío y es un poco controlador. No demasiado, pero sí lo suficiente como para empezar a bombardearme a mensajes si llego más tarde de las doce sin avisar. Así que... bueno, ha sido guay conocer a mi acosadora. ¿Nos vemos otro día?

Me despedí con ganas de más. Me hubiese gustado invitarle a que subiese y poder seguir charlando con él, pero me pareció excesivo. Además, necesitaba descansar. Hasta entonces no había sido consciente de ello, pero tan pronto subí al ascensor y la cabina empezó a elevarse, el cansancio acumulado cayó en picado sobre mis párpados. Me apoyé sobre la pared, sintiendo el agotamiento tirar de mí hacia abajo, y en cuanto llegué al apartamento me metí directa en la cama. Comprobé en el cuaderno qué medicación me correspondía aquella noche (mucha más que el día anterior y de lo que me hubiese gustado), me la tomé y me puse el pijama. Una vez en la cama, la presión de las sábanas y las mantas sobre mi cuerpo sumadas a la calefacción central del apartamento empezaron a tirar de mí inevitablemente hacia el reino de los sueños.

Con suerte, aquella noche conseguiría dormir unas cuantas más horas de lo habitual.

Antes de cerrar los ojos, sin embargo, saqué el móvil y abrí el chat de Ana. Imaginaba que a aquellas horas estaría en la cama, pero incluso así decidí escribirle. Estaba emocionada, contenta después de haber compartido la tarde con David, y quería compartirlo con ella. ¿Con quién, si no?

+ Alicia – He conocido a un chico. Se llama David y es muy majo... majísimo. Además, es guapo.

Para mi sorpresa, respondió al instante.

/ Ana – Guapo en plan Mario Casas? O guapo en plan Santi?

¿Mario Casas? Logró hacerme reír. Llevaba tantos años obsesionada con aquel actor que me preocupaba que algún día nos lo cruzásemos por la calle. Conociéndola, capaz era de tirársele encima.

+ Alicia – Guapo en plan el hermano pequeño de Chris Evans... ya sabes, Capitán América. No está cachas ni nada de eso, eh! Pero tiene una cara muy mona, y...

/ Ana – Capitán Barcelona?

Solté una carcajada.

+ Alicia – Capitán Málaga, en realidad.

/ Ana – uuuuhhh, suena sexy. Tienes foto? Cómo se apellida? Voy a buscarlo en redes. Os habéis besado? Dios, Alicia, dime que no te lo has subido a casa!!

+ Alicia – Estás tonta? Claro que no! Y no, ni nos hemos besado, ni me ha dado su número. Me ha dicho el apellido, pero no me acuerdo. Hemos quedado en vernos mañana otra vez... es majete.

/ Ana – Majete?

+ Alicia – Bastante.

/ Ana – Lo suficiente como para que no tenga que patearle al culo a Santi por lo que te ha hecho?

Me encogí de hombros.

+ Alicia – No.

/ Ana – Jajajajaja ya me lo dirás mañana, ya... quiero foto! Y la quiero ya!

+ Alicia – Venga, hablamos mañana. Un beso!

/ Ana – Los besos a Capitán Málaga, idiota! Muak!

Capitán Málaga... parece mentira, pero al final se le quedaría aquel maldito apodo.


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