El mundo oculto del Espejo [S...

By monicadcp10

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¿Conocéis a los vampiros? ¿Habéis escuchado sus historias? Bien. Porque este cuento no va de los vampiros que... More

[Adelanto]
Prólogo
Adiós, Neptuno
Conversión
El rey
Primera toma
¿Por qué a mí?
Asskiv
El diario
Primera Luna llena
Cárcel
Descendencia
Sed de sangre
Liberación
Poder vampírico
Reina
ESPECIAL - Día del Libro (23 de abril)
Proposición
Contrarreloj
Gota de sangre
Sedientos
Hipnosis
Una lección para el maestro
El anillo
Nolan
Lágrimas de diamante
La carta
Confesiones
Despedida
Incógnitas
Luna de sangre
Nadie podrá
Sin poder vampírico
Duelo
Tigres
La disculpa tardía
Padre
Epílogo
AGRADECIMIENTOS

El Espejo

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By monicadcp10



—¡Ámarok!

Mis cosas flotaban por el lago de manera absurda, vagando por él sin que merecieran ni una pizca de mi atención. El lobo, en cambio, sí me preocupaba, puesto que había desaparecido delante de mis narices, tragado por la inmensidad de aquellas aguas. Pero, ¿cómo era eso posible si yo estaba tocando el fondo con mis pies? Desesperada y sin saber muy bien qué hacía, metí la cabeza bajo el agua y traté de abrir los ojos, pero segundos después la volví a sacar. Uno de mis mayores pavores: mirar bajo el agua. Nunca había podido hacerlo, lo cual era un foco para las burlas puesto que en mi planeta el agua era el elemento más abundante. Es más, antes de caminar, lo primero que hacíamos era aprender a nadar. A mí no se me daba nada mal pero, al contrario que los demás niños, yo siempre había nadado a oscuras, sin ver absolutamente nada, salvo cuando me otorgaban unas gafas especiales de buceo.

Haciendo caso omiso a esto, me sumergí en aquel lago, tratando, quizás, de alcanzar al lobo. Cuando estaba buceando, descubrí que no llegaba a tocar el fondo, a pesar de que estaba segura de haber ahondado un par de metros. Sin entender nada, decidí volver a la superficie pero una extraña fuerza trató de empujarme hacia el fondo. Asustada, no me dejé llevar y nadé hasta sacar mi cabeza al aire libre y respirar, aunque realmente no me hacía falta porque descubrí que los vampiros aguantábamos mucho más la respiración que los neptunianos.

Una vez arriba, y tocando nuevamente el suelo con mis pies, miré a todos lados. ¿Algo había tratado de ahogarme? ¿Habría animales en aquel lago? No, no había sido un animal, sino, más bien, una corriente de agua.

«Sumergíos», recordé aquella voz.

Calmándome un poco, miré hacia abajo. Gracias al agua tan pura casi podía ver el fondo de tierra, pero no estaba del todo segura. Tomé aire y me dispuse a meter de nuevo la cabeza bajo el agua. En aquella ocasión, traté de bucear más profundo, hasta sentir nuevamente aquella corriente de agua. En lugar de resistirme a ella, me dejé llevar. Dejé que me arrastrara cada vez más y más al fondo, tanto que pensaba que había llegado mi final.

Unos segundos más tarde (aunque podrían haber sido minutos u horas porque perdí la noción del tiempo), noté que ya no estaba rodeada de agua y que el suelo estaba bajo mi cuerpo. Abrí los ojos lentamente y vi que estaba tendida, bocabajo, en una piedra gris bastante pulida. A mi derecha, casi de espaldas a mí, había una pequeña cascada que brotaba de una pared de piedra marrón cuya agua formaba un pequeño estanque que casi llegaba hasta mis pies descalzos. Al mirar hacia arriba, descubrí que me encontraba en una cueva, iluminada por no sé qué tipo de magia, puesto que la luz parecía emerger directamente de las mismas paredes.

Con mucha cautela, me incorporé y examiné la estancia. Y en ello estaba cuando un reflejo llamó mi atención. Se trataba de un majestuoso y reluciente espejo, más alto que yo y dos veces más ancho. Un fino marco de plata lo recubría por los bordes. Sin embargo, lo más sorprendente era que estaba vacío, no reflejaba nada, ni a mí, ni la cascada, ni la cueva. Rodeándolo, vi que estaba recubierto de plata por detrás. Observé que tenía unas imperfecciones en forma de arco en la parte superior. Poniéndome de puntillas alcancé a poder leer las palabras que estaban allí grabadas: "fasé versile xao ka nuvis". Se trataba de la antigua lengua de Neptuno, algo que, por suerte, nos obligaban a aprender.

—Nuestro destino está ya escrito.

La voz procedía de delante, pero el espejo me impedía ver. Poco a poco fui moviéndome hacia la derecha y una figura de color negro apareció ante mí, apenas unos metros más allá. Era un hombre de cabello muy oscuro, largo y ondulado hasta la barbilla. Su piel era bastante pálida y unos ojos negros resaltaban en su cara. Su nariz era recta y sus labios, bastante carnosos. Aparentaba tener unos veintiocho años y mediría un metro ochenta o más. Llevaba una túnica extraña de color negro que cubría su cuerpo solo por detrás, como una capa. La tela parecía ser impermeable. Unos pantalones también negros y una camiseta del mismo color me impedían ver su cuerpo. Sus brazos, sin embargo, sí estaban a la vista, con cada músculo perfectamente definido, aunque no eran demasiado notorios.

—¿Quién eres? —le pregunté—. ¿Dónde está Ámarok?

—Vienes buscando un espejo y cuando llegas ni siquiera te percatas del más grande que hay —sonrió de lado.

Su voz era muy parecida a la que había escuchado en mi cabeza, pero menos tenebrosa, aunque no dejaba de ser bastante grave.

—¿De qué me hablas?

—El lago era el Espejo, es el Espejo, Silene.

—¿Y Ámarok? Se suponía que él tendría que haberse quedado con mi madre. ¿Por qué hiciste que entrara en el lago? ¿Dónde está ahora?

Trataba de mantener la calma, suponiendo que él sería como todos los neptunianos: frío y sin sentimientos. No obstante, aquella sonrisa que había esbozado momentos antes no me había parecido nada fría.

—Lo he recibido momentos antes, igual que estoy haciendo contigo —me respondió—. No hay tiempo que perder. En breve podrás reunirte con él, pero antes tienes cosas que hacer.

—¿Dónde están mis pertenencias?

—Aquí no las necesitas.

—¿Y cómo voy a...?

Un brillo rojo en sus ojos y un ligero gruñido me silenciaron y, antes de que pudiera darme cuenta, él ya estaba a escasos centímetros de mí, en frente, mirándome a los ojos.

—Deja las preguntas para más tarde, ¿quieres?

Y agarrándome por el brazo derecho con tanta fuerza que creí que me lo partiría en dos, me colocó frente al espejo, el cual seguía sin reflejar nada.

—Si el lago es el Espejo, ¿qué es esto?

Su mirada furibunda no fue suficiente para amedrentarme. Estaba claro que él no era como los neptunianos y que allí podría sacar mi carácter, mis sentimientos a relucir. Y no pensaba ser una vampiresa dócil, sino todo lo contrario. Si quería preguntar, preguntaría; si quería discutir, discutiría; si quería enfadarme, me enfadaría.

—Los vampiros deben presentarse ante el Espejo —me explicó—. Esto que hay aquí es el corazón del Espejo. Él te reconocerá como vampiresa y te hará parte de nosotros.

—¿Cómo?

—Míralo y, pase lo que pase, no apartes los ojos de él.

Tras un breve instante de duda, hice lo que me había pedido. Poco a poco, la superficie del Espejo me fue absorbiendo, modelando la realidad para envolverme en una fantasía. Ya no me encontraba en una cueva, sino en un jardín con una preciosa y enorme casa a mis espaldas. Estaba ataviada con lo que parecía ser una especie de traje de guerra o armadura de color negro. Un chico apareció, de cabello corto y negro, con los ojos tan negros como el carbón y una sonrisa con la que fácilmente podría haber iluminado el cielo. Una sensación de tranquilidad me inundó, como si conociera a esa persona de toda la vida. Entonces, él me ofreció su mano y yo le di la mía, entrelazando sus dedos con los míos. Su mano era fuerte, más grande que la mía, con dedos largos y piel un poco áspera, como de quien trabaja con ellos.

—Tenemos tiempo, Silene —me dijo—. Todo el tiempo del mundo.

Su voz me resultó familiar, como si la hubiera oído antes, pero apenas me dio tiempo a fijarme mejor. La visión desapareció y regresé a la cueva, con el misterioso y oscuro personaje y el Espejo. Me sentí fría, casi como si hubiera perdido algo que me hiciera feliz.

—Creí que a los vampiros se les presentaba esta visión al transformarse —comenté en voz alta.

—No son pocas las mentiras que se cuentan de nosotros —terció—. Por eso debo someterte, a ti y a todos los que llegan, a una prueba mental. Una pequeña pérdida de memoria.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué es lo que quieres borrar de mi mente?

—Todo aquello que sabes o crees saber sobre nosotros, sobre ti. Es mucho más fácil así que con todo lo que han metido en tu cabeza. Algunas cosas serán verdad, pero otras no. Prefiero trabajar con una mente en blanco, ¿no te parece?

—¿Cómo puedo estar segura de que solo borrarás eso? ¿Cómo puedes incluso estar tú seguro de que no te excederás? —tenía miedo, eso era innegable.

El hombre apretó la mandíbula, irritado, quizás, por mis muchas preguntas, además de que acababa de cuestionar el trabajo que hacía. Entendía que no estuviera muy contento, pero yo tampoco estaba para pegar saltos. ¡Iban a modificarme el cerebro!

—No lo sabes y no puedes estar segura —respondió—. Sin embargo, es necesario. Así que, a menos que quieras pasarte aquí, en esta cueva, el resto de tu vida, te aconsejo que muevas tu culo hasta aquí y te estés quietecita.

Bufé, pero sabía que no tenía otra opción. Solo esperaba no olvidarme de Ámarok y de los recuerdos que tenía de él. Era lo único valioso que me quedaba. Inspirando profundamente, obligué a mis pies a moverse hasta quedar de frente a aquel oscuro hombre.

—¿Cómo lo harás? —le pregunté.

—Poseo la habilidad de modificar, cambiar mentes, recuerdos —alzó ambas manos, colocando cada una a un lado de mi cabeza pero sin llegar a tocarme—. No sentirás nada.

Cerré los ojos, puesto que así me daba menos miedo y me enfrentaba mejor a todo aquello. Estaba a punto de darle acceso a mi cabeza a un perfecto desconocido que además se comportaba como un capullo. Y lo peor era que no podía negarme.

El hombre tenía razón: no sentí absolutamente nada.



—Te aseguro que es verdad.

—¿Otro? No puede ser. Es imposible.

—Aún es demasiado pronto para sacar conclusiones precipitadas.

—Sabes tan bien como yo que esto no es algo normal.

—Le queda mucho camino por delante. No sabemos qué don se le presentará, ni siquiera ella lo sabe. Es pronto.

—Ya, pero aun así...

—Calla. Se está despertando.

Una de aquellas voces pude identificarla como la del hombre que había estado conmigo en la cueva. Estaba tumbada bocarriba en algo mullido que intuí que sería una cama. Abrí los ojos, dispuesta a enfrentarme a los dos autores de las voces, pero no hallé a nadie. Me encontraba en una habitación que más bien parecía otra cueva. Efectivamente, me encontraba en una cama con una sábana blanca que tapaba parcialmente mi cuerpo. Olía a tierra. No me disgustaba, pero me resultaba un tanto extraño.

Me incorporé, pensando en si había imaginado o no aquellas voces. De repente, una puerta que había justo delante de la cama, un poco a la izquierda, se abrió, dejando ver a aquel hombre que clavó sus ojos en los míos. Solo en aquel momento recordé que él había borrado de mi memoria todo lo que sabía sobre los vampiros. Traté de recordar algo, lo que fuera, pero lo único que sabía a ciencia cierta era que había visto una visión del futuro en un espejo.

—Tu reacción es normal —me dijo—. Tu cerebro trata de recuperar aquello que ha perdido. Es posible que sientas molestias durante unas horas.

—Estoy bien —aseguré.

—Hola, Silene.

Una voz nueva, la misma que recordaba que había escuchado hablando con el hombre. Era una mujer con un abundante y rizado cabello rubio que enmarcaba una cara ovalada y unos ojos verdes. Era bastante alta, sobre el metro setenta de estatura. Su piel era tan pálida como la del hombre que estaba a su lado. También vestía de color negro: pantalones ajustados que parecían de cuero, camiseta ajustada de tirantes y botas de estilo militar cortas. Tenía un aspecto entre fiero y dulce; una combinación extraña.

—Bienvenida —siguió diciendo—. Me llamo Schatt y este es Asmord.

Cada nombre parecía haber sido creado específicamente para cada uno de ellos. Nunca había pensado si realmente mi nombre definiría lo que era o cómo era, pero en aquellos momentos me lo planteaba seriamente.

—¿Dónde está Ámarok?

La mujer, quien aparentaba ser más o menos de la misma edad que el hombre o incluso mayor, esbozó una amplia sonrisa, mostrando su fantástica y perfecta dentadura blanca.

—Te reunirás con él muy pronto. Antes, sin embargo, convendría darte una lección rápida sobre vampiros y dar un paseo contigo para enseñarte el lugar en el que te encuentras —dijo.

Tras esto, entró en la habitación y se sentó en el borde de la cama. Asmord dio un paso hacia delante y se giró para cerrar la puerta tras él. Volvió a mirar hacia nosotras, clavando directamente sus oscuros ojos en los míos. Sintiéndome incómoda, desvié mi mirada hacia Schatt, quien me sonreía tranquilizadoramente.

—Corrígeme si me equivoco, pero creo que lo único que recuerdas sobre nosotros es la visión que el Espejo nos ofrece de una parte de nuestro futuro —me dijo con voz suave.

—Así es.

—Ese espejo mágico, esa visión, no lo poseían los vampiros antes de que el Espejo se creara —me explicó—. Es un objeto de gran poder que nos otorga el don o la maldición, según se vea, de observarnos a nosotros mismos en algún momento importante de nuestra vida. Es frecuente, por ejemplo, que cada vampiro vea a su pareja, a la persona con la que está destinada a pasar el resto de su vida. Otros ven un paisaje que en unos años será muy relevante para ellos.

—¿Qué ocurre si ves las dos cosas? —pregunté, recordando la casa y el jardín que habían aparecido ante mis ojos.

—Que eres afortunada —amplió su sonrisa—. Algunos incluso ven una situación con una persona que ya conocen y se vuelven locos pensando en silencio.

—¿En silencio?

—La única ley que rige el Espejo —intervino Asmord con voz grave y gesto serio—: no revelar a nadie la visión que él te ha regalado.

—Eso debe quedarse en la intimidad —afirmó la mujer—. Al menos hasta que tu visión se haya hecho realidad.

—¿Y si alguien lo cuenta? ¿Se le castiga de algún modo?

—Esa ley no nos atañe a nosotros, sino al Espejo. Por tanto, es él quien debe impartir justicia, por decirlo de algún modo —contó Schatt—. Sin embargo, no es una ley que esté ahí sin ningún motivo. Hay una buena razón para acatarla.

—¿Y cuál es? —pregunté, curiosa.

—Tu mente se vuelve loca —respondió—. Dime, ¿qué pasaría si hubieras visto a tu madre en esa visión? ¿Y si la ves hacer algo malo? Imagínate que ves a una persona que amas matar a otra persona. Tratarías de evitarlo a toda costa, ¿verdad?

—Por supuesto.

—¿Y cómo crees que eso influiría sobre ti, sobre esas personas, sobre el mundo? —aquella vez, su sonrisa fue triste—. Es mejor no jugar con el destino, Silene.

Me pareció lógico aquello que decía, aunque asustaba un poco. Igual que amedrentaba conocer una parte de lo que estaba por venir.

—Esa visión... ¿Se cumple siempre? ¿Se hace realidad en todos los casos? —inquirí.

—Sí —la respuesta de Asmord fue tajante.

—El Espejo jamás se equivoca... o eso creemos —asintió Schatt.

De modo que tenía que hacerme a la idea de que conocería al muchacho que había visto en aquella visión. ¿Sería mi pareja, como había dicho Schatt? ¿Qué más podría ser? La situación tampoco me daba muchas opciones. ¿Un amigo muy cercano?

—Bueno, basta de hablar del futuro —terció la mujer—. Hablemos del presente. Bien. Los vampiros somos criaturas nocturnas, es decir, dormimos por el día. Al estar en la Tierra nos vemos afectados por su clima, su horario y todo lo demás. De modo que tenemos veinticuatro horas al día. En verano, nueve de estas horas suelen ser de oscuridad, mientras que en invierno lo son trece o catorce. Te enseñaron el planeta Tierra en Neptuno, ¿verdad?

—Todos los planetas cercanos con y sin vida son estudiados —afirmé—. Recuerdo la Tierra y he estado aquí varias veces.

—Perfecto, entonces. Su clima no te resultará extraño. Otra cosa que tienes que saber de nosotros es que no comemos personas, ¿de acuerdo? Nos alimentamos de los animales que hay aquí y, a veces, de bolsas de sangre que tenemos guardadas.

—¿No coméis nada de comida normal? ¿Solo sangre?

—Y carne. Sobre todo sangre y carne, pero tú puedes tratar de comer lo que quieras. No somos las únicas criaturas dentro del Espejo, así que disponemos de otros alimentos: frutas en los árboles, bayas, incluso hay algunos que cultivan su propio huerto de...

—¿Pueden entrar aquí otras criaturas? —me sorprendí.

—Ese tema tendrás que hablarlo con el rey —terció Asmord.

—¿El rey?

Era demasiada información para procesarla tan deprisa. ¿Tenían un rey que los gobernaba a todos? ¿Se trataba de una monarquía? ¿Qué era lo que hacía exactamente ese rey? ¿Cuáles eran las normas que había establecido para el Espejo?

Schatt se giró para mirar a Asmord con mala cara, pero el hombre ni se inmutó. Sus ojos seguían fijos en mí y yo no era capaz de mirarlo en aquellos momentos. Me ponía muy nerviosa su mirada penetrante.

—Iremos poco a poco, ¿quieres? —la mujer había vuelto a girarse hacia mí.

—Mejor, sí.

—De acuerdo. Dejemos eso para más adelante. Lo siguiente en mi lista de cosas que debes saber sobre los vampiros es que poseemos grandes habilidades: nuestra fuerza es superior a la de cualquier criatura que hayas conocido y somos más rápidos que ninguno; nuestra saliva es curativa, aunque no milagrosa; nuestra mandíbula es poderosa y nuestros colmillos, los cuales se alargan cuando tenemos hambre, son fuertes; nuestros ojos cambian de color y pueden intensificarlo en diversas situaciones...

—¿Qué situaciones son esas? —la interrumpí.

—Cuando tenemos hambre o sed, cuando estamos muy felices o muy tristes...

—Antes creí ver un reflejo rojo en tus ojos —me dirigí entonces hacia Asmord—. Pero los tuyos son... negros, no son...

—Frustración —la tensión en su mandíbula me advirtió de no seguir por ahí—. Los novatos me la producís con asombrosa facilidad, acompañada por el enfado.

—Quizás porque tienes poca paciencia —comenté.

—Quizás porque sois unos niños mimados insoportables.

Schatt esbozó una sonrisa conciliadora y ambos lo dejamos pasar. Estaba más que claro que jamás iba a llevarme bien con aquel hombre. Demasiado soberbio para mi gusto.

—Los vampiros aprendemos a salir de caza —prosiguió la mujer—. Será una de las primeras cosas que te enseñe tu profesor.

—¿Y quién será? —le pregunté.

—Solo el rey puede decidir eso.

De nuevo el rey, aquel vampiro misterioso al que aún no había conocido.

—A pesar de nuestra fuerza, nuestra rapidez, la coraza en la que se convierte nuestra piel (capaz de soportar balas) y nuestra poderosa mandíbula, debes tener cuidado con una cosa: la Luna llena.

—¿Por qué?

—Los vampiros nos descontrolamos las noches de Luna llena —indicó Asmord—. Seguro que habrás leído novelas de hombres-lobo de la Tierra. Pues imagina que, en vez de lobos, son vampiros.

—¿Eso significa que no controlamos nuestros actos? —esto me amedrentó un poco.

—Significa que no serás consciente de tus acciones —respondió el vampiro—. Cometerás todas las atrocidades que la bestia que hay en tu interior quiera que hagas. Podrías, incluso, desangrar a ese lobo tuyo y al día siguiente ni siquiera te acordarías.

—Eso es horrible...

—Sí, pero para eso establecemos medidas —Schatt miró a Asmord con reproche antes de volver a mirarme a mí—. Tenemos mazmorras seguras con cadenas donde nos refugiamos durante esas noches. Así no hacemos daño a nadie.

—¿Hay algo más que deba saber?

—No, creo que eso es todo —la mujer se levantó de la cama—. Aunque resumir lo que somos a esto me parece algo chapucero, pero... ¿Qué te parece si te enseño dónde estás?

Y, poniéndome yo también en pie, Asmord nos abrió la puerta a las dos y salimos fuera, encontrándonos en un túnel hecho como de tierra entre anaranjada y marrón que continuaba a izquierda y derecha con curvas, es decir, como si fuera un semicírculo. Todo estaba iluminado con piedras brillantes de un color naranja intenso, semejante al fuego, que se encontraban incrustadas en las paredes a diferentes niveles y sin seguir un orden aparente. Me fijé, entonces, en que la puerta de la habitación en la que me había encontrado era redondeada y bastante ancha, fabricada en madera y con un número grabado en ella: 13. En aquel túnel, tanto en una pared como en otra, había puertas semejantes a esa con otros números. Iban en orden, como si de un hotel se tratara.

—Esta es la Academia de vampiros, Silene —me contó Schatt, permitiendo que observara todo a mi alrededor—. Aquí aprenden los novatos como tú a ser lo que son, a ser buenos vampiros.

—Dejando a un lado la caza, ¿qué más nos enseñan? —inquirí.

—A controlar los dones con los que nacimos... y el don que el vampirismo nos otorga.

Intrigada y frunciendo el ceño, lista para preguntar, Schatt esbozó una enigmática sonrisa y comenzó a caminar hacia la derecha. Tal y como imaginaba, la curva continuaba hasta el infinito.

—Al convertirnos, otra capacidad nos es otorgada —Asmord seguía nuestros pasos por detrás, en silencio—. Por ejemplo, Kinn, una de nuestras alumnas actuales, tenía la telequinesia como don neptuniano. Al convertirse en vampiresa, le fue regalada la velocidad de la luz. Ahora tiene dos poderes en lugar de uno.

—Yo no he notado nada extraño —dije—. A duras penas controlo mis dones como para tener uno más.

—¿Qué dones son esos?

—El aire, el fuego y la comunicación con los animales —enumeré.

—Peligroso elemento el fuego —comentó ella.

—Es el que más me cuesta controlar, incluso cuando no lo utilizo. Es como si quisiera salir de mí a cada instante.

—Debes de ser muy especial para tener tres dones neptunianos...

Llegamos a unas escaleras de caracol hechas de piedra que se encontraban a nuestra izquierda, las cuales descendían y ascendían a diferentes niveles. En aquel mismo momento me pregunté dónde estaría y qué clase de lugar era aquel. Todo parecían túneles, como si fuésemos hormigas.

—Este es el primer edificio, por llamarlo de alguna manera, que se construyó en el Espejo —me explicó Schatt, deteniéndose junto a la escalera—. Esta es la Academia y el lugar donde mora nuestro amado rey. Al que, por supuesto, conocerás más adelante, esta misma noche.

—No he visto ninguna ventana desde que estoy aquí —observé—. ¿A qué se debe?

—El sol no nos mata, no nos quema, pero nos hace daño —la voz de la vampiresa retumbaba con un ligero eco por aquella gruta—. Este es un santuario, un lugar donde no hay cabida para el dolor. Todo está completamente sellado para que, sobre todo los novatos, lo paséis lo mejor posible. Tu cuerpo se ha adaptado al cambio nocturno, pero la luz del sol... habrá que ir poco a poco.

—¿Es de noche ahora?

—Así es —suspiró y miró hacia el túnel en el que nos encontrábamos—. En esta planta se encuentran los dormitorios de los novatos, de vosotros, y de aquellos vampiros que buscan refugio o cobijo.

—¿Refugio? ¿Por qué? ¿Hay peligros aquí?

—Hay peligros en todas partes —terció Asmord.

—¡No intentes asustarla! —le reprendió Schatt—. El último con el que lo conseguiste se fue y no volvimos a saber de él. ¿Quieres que nos quedemos sin alumnos?

—Pensaba que nadie podía irse de aquí sin pasar la formación —me sentía fuera de lugar—. Creí que era una enseñanza obligatoria, que no podías salir del Espejo hasta que la completaras.

—¿Y quién ha dicho que salió del Espejo? —el vampiro esbozó una sonrisa que me erizó la piel.

Schatt le dio un codazo, tratando de hacer que mantuviera la boca cerrada, supuse, pero él solo amplió más aquella sonrisa que me producía escalofríos. Si se miraba objetivamente, Asmord era un hombre apuesto, pero la fealdad de su gesto no dejaba verlo. ¿Se habría enamorado alguna vez? ¿Siempre habría sido así?

—Arriba solo hay más habitaciones, una planta idéntica a esta —indicó la vampiresa—. Los baños te los enseñaré después. Ahora, bajemos.

Tomamos las escaleras de caracol y, primero Schatt, luego yo y después Asmord, bajamos los peldaños despacio. Nos detuvimos en el siguiente nivel, aunque no sabría decir si era mejor llamarlos plantas. Estábamos en una sala amplia y semicircular. Las mismas piedras luminosas daban luz a todo el lugar. Unos sofás y varios sillones se dispersaban por toda la estancia, junto a varias mesas bajas. Parecía una sala de estar propia de un hotel, con un aspecto hogareño que me resultaba extraño. Al fondo había una pared recta que terminaba, en la parte derecha, con una puerta que se encontraba abierta. Desde allí podía ver que en la otra sala se encontraban una especie de cámaras frigoríficas con bolsas de sangre perfectamente etiquetadas. Me sorprendió vislumbrar los tipos de sangre desde aquella distancia.

—Tendrás que adaptarte a los cambios de tu cuerpo —me sonrió Schatt antes de desviar la mirada a la sala—. Aquí puedes disfrutar de una buena conversación, un poco de tranquilidad y una buena bolsa de sangre fresquita. Al principio, es mejor que empieces por ellas. No es tan fácil cazar y no desangrar al pobre animal.

—¿No los matáis?

—No es necesario —respondió—. Son seres vivos y tienen tanto derecho a la vida como nosotros. Nos gusta respetarlos como si fueran de los nuestros. No somos superiores.

Aquello me gustó mucho. Los animales eran importantes para mí. Jamás me vería capaz de matar a ninguno de ellos mientras escuchaba sus pobres súplicas sin entender nada. El don de la comunicación animal era muy bonito, pero siendo un vampiro era una tortura.

—Aquella puerta que ves allí —prosiguió la vampiresa, señalando una puerta que se encontraba en la pared del fondo, al lado de las cámaras frigoríficas— conduce a la cocina. Allí no encontrarás otro alimento que no sea agua y sangre, considerando que ambas son bebidas. Si quieres carne, has de cazar por tu cuenta y traer tu presa aquí para cocinarla debidamente. Intenta cazar presas pequeñas o compartir las grandes con otros vampiros.

—¿Y si no quiero hacerlo? —inquirí.

El gesto de extrañeza de Schatt me hizo sentir un poco mal, pero las carcajadas de Asmord disiparon esa emoción por la de incredulidad. Se reía, a pleno pulmón y con la boca abierta como un pez. Resultaba tan extraño que me quedé allí plantada, mirándolo.

—Vaya, parece que esta chica tiene sentido del humor —por fin dejó de reír, clavando sus brillantes ojos en los míos.

Fue entonces cuando regresé al mundo, a la realidad, y recordé el porqué de aquella situación. Sacudiendo un poco la cabeza, me crucé de brazos.

—No era ningún chiste —espeté—. Lo digo en serio. No quiero cazar animales. No soportaría escuchar sus voces en mi cabeza mientras....

Un escalofrío recorrió mi cuerpo con tan solo imaginarlo. No, definitivamente no podría enfrentarme a ello. Schatt pareció comprender y posó una de sus manos, de dedos largos, finos y uñas muy cuidadas, en mi hombro.

—Siempre puedes hablar con algún vampiro y que cace por ambos —me consoló—. Incluso ese lobo tuyo podría ayudarte con eso. No te preocupes.

Asentí, sintiéndome un poco más aliviada. Supuse que era absolutamente necesario alimentarse de carne, así que no me quedaría más remedio que pedirle a Ámarok que cazara por los dos.

—Será mejor que la llevemos con el rey —indicó el vampiro, volviendo a su gesto serio—. Ya habrá tiempo más tarde para terminar la guía turística.

Schatt estuvo de acuerdo, de modo que volvimos a las escaleras, que continuaban hacia abajo, y descendimos un nivel más hasta una sala gigantesca. Era mucho mayor que la anterior y algo más oscura. Las paredes eran rocosas, como de piedra. La temperatura parecía haber disminuido un poco, aunque no me molestaba. Al fondo, en una especie de montaña, iluminados por luces cálidas, se encontraban dos tronos oscuros, muy posiblemente construidos a partir de aquella piedra que constituía la estancia. Ambos estaban vacíos.

—¿Qué es este lugar? —pregunté.

Mi voz resonó por aquella cueva que no parecía tener ninguna salida.

—Es la sala del rey —respondió Asmord—. Nos recibirá en unos instantes.

—¿Para qué se utiliza?

—Es un sitio de reunión con el rey —me explicó Schatt—. Aquí es donde él recibe a los visitantes que quieren tratar con él algún tema. Y donde conoce a los novatos, claro.

—¿Vive aquí? —seguí mirando a mi alrededor.

—Por supuesto que no —replicó Asmord.

—Y, entonces, ¿dónde?

—Nadie lo sabe —se notaba que lo estaba incordiando, ya que no me miraba a los ojos y mantenía la mandíbula apretada.

—¿Por qué? —sonreí, queriendo molestar más, si es que era posible.

—Porque es un lugar al que solo yo puedo acceder.

Una voz desconocida hizo vibrar la sala entera y produjo una sensación de inquietud y alivio, todo al mismo tiempo, en mi interior. Se trataba de una voz varonil, fuerte, grave, poderosa... Y pertenecía, sin ninguna duda, al rey de los vampiros. Estaba a punto de conocer al más poderoso de ellos.


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Espero que os haya gustado este nuevo capítulo ^-^. ¡¡Muchísimas gracias por leer!!

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