La chica de la bicicleta

By JanePrince394

558K 26.6K 12.4K

HISTORIA GANADORA DE LOS WATTYS 2019. La vida de Lucas es un desastre. Después de la muerte de su padre, su... More

Sinopsis
Aviso importante
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 23(Parte 2)
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 25(Parte 2)
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 30 (Parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
1994
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo Extra #1
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo final
El chico que no olvidé

Capítulo 12

5.3K 317 234
By JanePrince394

El sonido del oleaje lento arrastrando la espuma entre sus garras empieza a calar en mis oídos, es un ir y venir que en lugar de arrullarme me alerta. Estoy sonriendo, tengo un gesto tan apacible que no encaja para nada con lo que estoy sintiendo dentro de mí, una mezcla de incertidumbre y nostalgia que parece jamás llegar a mi rostro. Mi vista sigue clavada en un punto lejano del mar, ese donde se pierde el sol cuando termina su turno, no sé qué espero encontrar ahí, no sé a decir verdad que estoy haciendo aquí.

Una voz sutil, apenas audible, me roba el tiempo de preguntármelo, estoy demasiado ocupado intentando comprobar que está ahí que todo a mi alrededor se desvanece de a poco. Solo deseo saber qué dice, por su volumen debe estar a cientos de metros. Debería ignorarla pero no puedo. No sé por qué, pero solo no puedo. Aún conservo el rostro lleno de paz del inicio, pero ahora luzco un poco desconcertado mirando de un lado a otro, no parece una búsqueda desesperada, me da la impresión de que estoy jugando a las escondidas. Entonces es mi turno de jugar, de hallar lo que sea que necesito encontrar, y sin proponérmelo lo hago.

Una figura que conozco se arrastra fuera del agua que empapó su camisa celeste y sus pantalones cortos que compró para las vacaciones. Mi sonrisa se engancha cuando sus ojos coinciden con los míos en un reencuentro que anhelaba. Tiene los mismos ojos oscuros que me contemplaron tantos años, la barba que dejó sin afeitar y el cabello que aún pegado a la cara deja ver uno que otro rizo de los que lo caracterizaban. Es él. Intento buscar su sonrisa, pero no está, su lugar lo cubre una mueca de dolor. Viéndolo mejor creo que está más pálido que de costumbre lo que me indica que algo no va bien. Me levanto de un salto de la arena para acercarme a él y es hasta entonces que visualizo el color carmín que mancha su ropa. La sangre es tan espesa que apenas logro notar lo que la provoca.

—Ayúdame. —El sonido de su voz jamás llega a mis oídos, pero el movimiento de sus labios me es suficiente para entenderlo. Me lo pide con una compasión que es capaz de conmover al más duro, está sufriendo, se está marchando.

Intento gritar para pedir auxilio, pongo todas mis fuerzas en mi suplica, pero nada sale de mi voz. Las palabras se atoran, literalmente, en mi garganta, sofocándome, se niegan a salir con tanta convicción que mi lucha por hacer algo no sirven de nada. El aire se escapa, se escapa al punto de obligarme a sujetar mi cuello en busca de liberarlo de alguna cuerda que se oculta de mi vista. Se siente como si el nudo de una correa se apretara con lentitud hasta tirarla por completo.

Desperté de un golpe sobre mi cama, bañado en sudor. El corazón me latía con tanta fuerza que un dolor pulsante se instaló entre mi pecho. Palpé mi cuello desesperado buscando la presión que impidiera el paso del aire, pero no encontré nada físico que bloqueara su entrada. Todo está en mi cabeza. Repetí eso, miles de veces mientras me obligaba a respirar lentamente para tratar de recomponerme. No me fue fácil lograr que el oxígeno llegara a mis pulmones. Sabía que los hacía, pero me parecía que apenas lograba colarse antes de volver a huir.

La sensación de morir no me abandonó, al igual que las ganas de llorar, pero sabía que ninguna llegaría. No importaba cuánto dolor cargara encima, ni el frío que recorriera mi espalda, las náuseas y el ritmo desenfrenado de mi corazón, no moriría, ni lloraría, porque el nudo era imaginario pese a que se sentía real.

No supe el tiempo exacto qué pasó entre mi sueño y mi recuperación, pero a mí me pareció una eternidad. Una eternidad que se repetía cada tanto. Me dejé caer en la cama cansado, como si acabara de correr un maratón cuando ni siquiera había puesto un pie fuera del colchón, sabía que pese a que el cuerpo me pedía un descanso no volvería a pegar un ojo en toda la noche. Era demasiado cobarde para enfrentarme a lo mismo.

Restregué mis ojos con fuerza tratando de ahuyentar los últimos rastros de pereza que me quedaban. El corazón seguía latiéndome con fiereza, pero confiaba en que se normalizaría con el pasar de los minutos si seguía aspirando el aire tal como en otras ocasiones me había funcionado.

Siempre que creía que las noches estaban volviendo a la normalidad, una pesadilla volvía acecharme dispuesto a derribar todos mis avances, con el deseo de mandarme a dormir con la inseguridad que todo el día cargaba en mi espalda. A veces creía que la vida disfrutaba de hacerme la existencia una basura, porque cada vez que era un poco feliz tenía que venir a hundirme de nuevo para llevarme al fondo del acantilado.

Estaba sobrecargado. El lío de pensamientos de estas semanas desorientaba mis sentidos, atascaban mi mente de hipótesis y preguntas sin sentido. Isabel. Manuel. Mamá. Mis tíos. Susana. La preparatoria. El dinero. El futuro. El pasado.

Un poco feliz. Un poco triste.

Siempre un poco. Ningún tema pertenecía a un bando. Dan y quitan. Es un juego con las reglas claras: si quieres ser feliz también tienes que sufrir. No puedes pedir más. Es parte del balance de la vida. Y yo en verdad quería ser feliz, pero me asustaba la tristeza. Le tenía tanto miedo, no porque no quisiera vivirla y solo aspirara a ganar, sino porque me conocía tan bien que dudaba cuánto podría resistirla. Había noches, como esa noche, en que me preguntaba qué tanto aguantaría.

Lo malo de vender platillos con mango es que luchar contra esas manchas se convierte en tu batalla diaria. Para mi buena suerte no había tantas personas buscando mesas porque aún era temprano, así que podía tallar para despegar el azúcar sin sentir las miradas de reproche por ser ineficiente. Si bien hay gente que es paciente, en este tipo de trabajo te topas con toda clase de personas.

Miré la hora del reloj que colgaba de una de las esquinas, las manecillas indicaban que aún no pasaba de mediodía, por lo que aún quedaba un rato para que Isabel pasara por ahí. Aunque lo más probable era que después de la fiesta del día anterior no lo hiciera, yo tampoco me levantaría después de trasnochar si no tuviera la necesidad de hacerlo. Además, no estaba seguro de que quisiera verme.

—Oye, ¿cómo te fue ayer en el cumpleaños? Me dijo Damián que estabas muy entusiasmado —me preguntó mi tío cuando crucé la barra para dejar un par de vasos sucios en el fregadero. Por lo que aparentaba no le había contado nada de lo del incidente con Manuel. Le debía una.

—Me fue bien —contesté sin agregar más palabras, sabía que mientras más detalles expusiera la atención que le prestaba al dinero que contaba sería robada por mi experiencia sin relevancia.

Más allá de la presentación de Isabel que seguía revoloteando sobre mi cabeza, sin explicación alguna, y la borrachera de su cliente, ningún hecho parecía querer quedarse por mucho tiempo. Ya suficiente tenía con mis vergüenzas diarias para añadir las de fechas especiales.

El problema era que esos dos sucesos se aferraban con empeño, como una pulga que se trepa hasta succionarte toda la sangre, y no me dejaban concentrarme. Tanto que hasta me levanté temprano para ver el noticiero y verificar que no informaran de alguna muerte en un sector cercano, aunque eso tampoco era definitivo. En Tecolutla pasaban muchas cosas, pero solo las más polémicas se transmitían en el canal estatal.

—Se nota que sí —respondió con un aire alegre que dejaba ver que no me creía nada. No lo culpaba, era un pésimo actor.

Alcé la vista para ver si alguien entraba, pero nada. Ni siquiera Isabel. Bien, Lucas, deja de pensar en ella. Tal vez estaba cansada de la fiesta, tenía cosas qué hacer o estaba abriendo regalos, yo que sé. Era momento de abandonar la costumbre de buscar razones para todos. Una manía, de esas que deseaba arrancarme, en la que repasaba los porqués de todo, dentro de mí esa manera era una de las formas en que me analizaba que tanta responsabilidad tenía. Y cada que decía: hasta aquí, Lucas, vas a dejar de ser un dependiente de tus propios líos mentales repetía los mismos errores. Es que la mente es poderosa, si lo es para las personas fuertes, ¿qué le quedaba a un blandengue como yo?

Volví a alzar la vista y esta vez sí encontré algo en el panorama.

Había sido una coincidencia que lo viera entrar porque de lo contrario hubiera tardado un rato en notar su presencia. No recordaba cuándo había sido la última vez que servirle tragos a alguien me había generado tanta paz. El alivio me inundó cuando lo vi, entre tropiezos, hacerse un sitio en la misma mesa de siempre. Estaba más crudo que un pescado, más pálido y ojeroso. A mí, en cambio, poco faltaba para echarme a reír.

—Está vivo.

—Vaya saludo —se burló de mi entusiasmo. Sonreí porque sí había sonado ridículo, pero me daba igual. Qué estuviera ahí era una preocupación menos—. Medio vivo —aclaró.

—Eso es mejor que muerto, ¿no? —le hice ver para que comprendiera mi optimismo. No debatió, se encogió de hombros y me dio la razón.

—¿Te han dicho que eres bastante irresponsable? —cambió de tema de golpe, como si eso fuera lo que deseaba hablar desde que puso un pie dentro.

—Todo el tiempo —mentí, aunque no era una total falsedad. Yo me lo decía con frecuencia—. Tantas veces que he perdido la cuenta.

—Suma una con la mía —indicó con pesadez. Su voz ronca atestiguaba sus andares—. ¿Te paraste a pensar ayer en lo que te estabas metiendo? —me cuestionó a la defensiva. No contuve una mueca de confusión ante su tono. No esperaba un gracias, pero tampoco un cuestionamiento agresivo—. ¿Tienes idea de cómo defenderte?

Guardé silencio.

—¿Qué hubiera pasado si te golpeaba cuando intentaste acercarte? —continuó—. ¿Te pensaste que podrían acorralarte en un sitio que no conocías o te estaba engañando?

No. Las repuestas se resumían a eso. No me lo pensé porque... ¿Por qué? La cabeza no me funcionaba después de medianoche, ni antes de mediodía. Reconozco que tenía parte de razón pero la manera en que me hizo ver mi error, escupiendo las palabras, atestiguando mi ingenuidad, me fastidió.

—No puedes ir por ahí cometiendo tonterías como actos altruistas —sentenció.

—No fue un acto altruista —contradije, pero pronto me arrepentí de asegurarlo porque no había un argumento detrás—. Es solo que... Usted me ayudó el primer día que vino cuando el tipo quería golpearme —le recordé en un flamazo de creatividad en mi búsqueda de razones—. Estaba en deuda. Ahora estamos a mano.

Eso último lo dije para hacerme el interesante. La verdad era otra. La noche anterior el recuerdo no había llegado ni siquiera para asomarse. Manuel dudó para creerme, estudió la seguridad con la que pronuncié mi justificación, pero no hizo más preguntas. Al final, no importaba si me creía o no. ¿Por qué le molestaba tanto que le diera una mano? Lo que me pasara en mis decisiones eran asunto mío.

—Ya ni me acordaba de eso —respondió más para él que para mí—. No lo tomes a mal, muchacho, te debo una después de todo. Me salvaste de tener que lidiar con los vecinos metiches que me echarían la patrulla por perturbar sus calles —comentó con hastío—. Pero es que... Me recuerdas a mí cuando era más joven —agregó con asco. Envidiable comparación si se señalaba con ese tono—. Cometí muchas idioteces por no saber que la ignorancia puede joderte. Nunca sabes con quién te vas a topar en la calle.

Había cierta melancolía en su advertencia, de pronto la repentina irritación se desvaneció para cederle el paso a la consideración. Me pregunté qué tantas anécdotas resumían su consejo, las malas decisiones que lo orillaron a su estado, lo frágil que consideraba repetir su patrón. ¿Qué tanto desearía retroceder el tiempo para enmendar sus fallos?

—Lo sé —acepté guardándome para mí uno de mis errores más grandes: para mí bastaba que una persona fuera amable una vez conmigo para hacerme una idea, errónea la mayoría de las veces, de ésta.

—Ayer tuve un día del asco —me contó no sé con qué intención, más tranquilo—, terminé olvidando el motivo hasta que me sacaron del bar por no traer otro quinto para pagar.

—Tampoco tuve un buen día ayer. Tal vez por eso me detuve —solté ante su derrame de amargura. Pocas veces sentía que tomaba buenas decisiones, no quería arruinarlo pensando en el hubiera. No pensé en lo malo que podía pasarme porque estaba más preocupado en lo que a él le sucedía. Porque me paralizaba la idea de la muerte de otros antes que la mía, y no era un acto humanitario, todo lo contrario, era un acto total de egoísmo—. Pero ayer es ayer, hoy es hoy. Quién sabe, en una de esas nuestra vida mejora.

Manuel permaneció en silencio como si reflexionara mi barato parafraseo, hasta que dibujó una sonrisa discreta como si se diera por vencido.

—Eso espero. Bueno, ahora tráeme algo para esta resaca que va a matarme. La cabeza está a punto de estallar —me pidió con más alegría de lo normal—. Con alcohol —especificó. Una pésima idea en mi opinión—. Vamos, no pongas peros que te invito un trago.

—Gracias —respondí—. Aunque no puedo tomar alcohol en el trabajo.

—¿Tú todavía vas al catecismo? —se burló recuperando su faceta común, ese que hallaba muy divertido reírse de mis explicaciones.

—Trabajo aquí.

—Da igual —le restó importancia con un ademán de mano—. Ya te dejaré propina.

Negué divertido antes de alejarme.

Mi tío pareció bastante contento cuando le indiqué el pedido, a él poco le importaba si el tipo se mataba ahí mismo, lo importante era vender. A mí la botella me pesó el doble porque la idea no me agradaba del todo, pero daba igual lo que yo pensaba. No era nadie para meterme en su vida.

Tomé la botella y el vaso de cristal antes de encaminarme a su mesa, casi a la mitad de mi recorrido mis ojos chocaron con los ojos oscuros de Isabel.

Le sonreí para darle la bienvenida, pero dudé que lo notara Isabel porque estaba más ocupada caminando entre las mesas para quedar frente a mí. Esta vez no traía nada consigo, ni siquiera una sonrisa. Quizás era cosa mía, pero sus pasos eran menos seguros que de costumbre.

—Lucas, ¿podemos hablar? Tengo algo muy importante qué decirte —me pidió. Debía ser algo importante para que sonara tan preocupada.

—Sí, claro. —Asentí tantas veces que hasta me dolió el cuello—. Solo entregaré esto y vuelvo.

Isabel bajó la mirada hasta la botella y luego buscó entre las mesas vacías al posible cliente que encontró sin dificultades. Sus ojos oscuros permanecieron unos segundos en Manuel que estaba demasiado ocupado desacomodando las servilletas para reparar en nosotros.

—Sí. Está bien. Perdón por distraerme —se disculpó apenada—. Cuando tengas tiempo, no te apures. Yo te espero aquí —contestó antes de regalarme una sonrisa sutil que apenas percibí en su rostro.

—No tardo —respondí deprisa sin darle la espalda, una pésima idea que casi me hace caer sobre una mesa. El escándalo le robó una risa.

Yo y mis vergüenzas.

—¿Es tu novia? —Isabel no fue la única que notó mi tropiezo. Manuel trató de esconder su sonrisa burlona, pero no tuvo mucho éxito.

—No. Es una amiga.

—Pues has quedado como un tonto.

—¿Gracias?

—Solo la verdad, amigo —respondió despreocupado encogiéndose de hombros. La palabra amigo sonaba extraña en su voz, quizás porque no estaba acostumbrado a escucharla, pero no me quejaba—. Por cierto, ¿cuál es tu nombre? No, espera, déjame tratar de adivinar, seguro tiene que ver con la Biblia.

—Lucas. Y sí, viene en la Biblia —respondí sin mucha emoción, no porque no me gustara que viniera en la Biblia, el libro estaba antes que yo, sino porque la gente solía tomarlo de mofa por lo adecuado de la personalidad. Apostaba que no sabían ni el significado. Ni yo—. Y usted es Manuel, se lo escuché decir al tipo que quería golpearme el primer día que vino. Por cierto, gracias por lo de esa vez.

—No me agradezcas —le quitó importancia en lo que creí era un acto de modestia—. Si te soy sincero no pensaba intervenir porque no me gusta jugar al justiciero y aquí entre nos, ver a alguien con peor suerte que yo siempre me sube el ánimo, pero te veías tan mal que decidí hacer mi obra buena del día. Además, me la estaba jugando porque no estaba seguro de que ese imbécil me recordara.

—Pues... Entonces, doble gracias.

No entendí cómo se podía ser amable y cruel en una misma oración, pero no tenía tiempo de preguntárselo. En ese momento estaba preocupado por saber qué era lo que quería decirme Isabel. No esperaba nada bueno, las personas nunca iniciarán una charla favorable cuando comienza con un tenemos que hablar con un tono que parece haber salido de la ultratumba.

—Perdón por tardar —me disculpé cuando ocupé la silla que estaba frente a ella. Isabel estaba reflexiva, tanto que cuando me acerqué se sobresaltó—. Y también perdón por asustarte.

—No pasa nada. No ha sido tu culpa —respondió con un intento de sonrisa—. He tenido un par de días difíciles.

—¿Puedo ayudarte? —Sabía que era poco probable que yo tuviera la solución, pero de verdad quería poder apoyarla.

—No, muchas gracias, Lucas. No solo por esto, por todo. —Su voz flaqueando desapareció la felicidad que el encuentro con Manuel me había dado.

Isabel estaba rota, sosteniendo los trozos de su corazón que hace rato se habían hecho pedazos, pero yo era demasiado ingenuo como para notarlo. A este punto de mi vida me pregunto qué habría pasado si esa tarde la respuesta no hubiera sido la que di.

—No he hecho nada.

—Sí que lo has hecho. Desde que te conocí has sido una buena persona conmigo, no mereces que alguien no te pague de la misma manera. —Isabel apoyó su cabeza en su mano, las palabras se resistieron a quebrarse, igual que su voluntad. No entendía lo que estaba pasando, y por más que lo intentara no lo haría, no tenía las piezas suficientes para deducir. Nadie puede entender de lleno las batallas que luchan otros en silencio.

—¿Estás bien, Isabel? ¿Quieres que te traiga agua? —Quise golpearme contra la mesa por mi forma tan simplona de consolar. Nadie en el mundo envidiaría mi habilidad para confortar a una persona que quería—. Sé que el agua no te va a ayudar en nada, pero quizás tengas sed —traté de componer tirando el resto de mi dignidad por el barranco. Ya recordaba porque nunca hablaba.

Isabel rio antes de regalarme una mueca que no logré descifrar. Para ser sincero creo que ni ella sabía lo que significaba.

—No, está bien, Lucas. Gracias. Mejor hablemos de otras cosas —pidió después de un largo suspiro—. ¿Es tu amigo? —Isabel había usado de excusa a Manuel para eludir el tema. Una mala idea, cuando algo se guarda en silencio terminas olvidando la llave.

—Pues... No. Creo que no. Pero me cae bien. A veces —reconsideré después de pensármelo un poco—. Tiene un sentido del humor particular.

—Me lo imagino, parece que le simpatizas. Aunque eso no es raro —me explicó sin despegar su mirada de él—. Tienes un encanto para empatizar con las personas, para hacer que confíen en ti, Lucas.

¿Estaba hablando de mí? El nombre no dejaba lugar a dudas, pero yo estuve a punto de girarme hacia los lados para comprobar que no se refería a alguien que había aparecido de la nada. Yo era todo lo contrario a lo que ella describía, ni siquiera yo me fiaba de mi juicio, recomendaba que los otros tampoco lo hicieran. Pero no me atreví a decirlo en voz alta, eso era revelar más información de la cuenta.

—Isabel, qué era lo que querías decirme —pregunté cuidadoso. Quizás si partíamos de ahí podía saber qué era lo que atormentaba su mente, porque aunque Isabel no lo dijo, su vivacidad dormida la delataba.

El silencio nació entre nosotros, tan profundo que creí no habría palabra lo extinguiera, la tenue respiración de Isabel y el parpadeo de sus ojos oscuros eran el único síntoma de que Isabel seguía conmigo.

—Tranquila, no tienes que hablar de eso ahora si no quieres...

—Quería pedirte perdón —soltó de golpe sin mirarme.

—¿Perdón?

—Sí... Vine a pedirte perdón... Por lo de la fiesta —titubeó mientras ordenaba sus palabras—. Vine a pedirte perdón por no hablar contigo en la fiesta, por ignorarte y tratarme mal.

—¿Era eso? —me relajé porque era una bobería a comparación del escenario trágico que supuse—. No pasa nada, Isabel...

—Es que tú me pones nerviosa. —Alcé una ceja confundido, sentí que ya no hablábamos del mismo tema. Tal vez sí me había golpeado la cabeza—. Por eso no te hablé, no quería que los demás lo notaran.

—¿Nerviosa? —repetí desorientado, mi cerebro iba dos calles atrasado.

—En el buen sentido. ¿Me entiendes?

—Sí.

No.

Necesitaba un manual que me descifrara qué sentido tenía la palabra en su oración. Mi rostro debió reflejar que mentía porque Isabel rio con ternura al apoyar su rostro en su mano mientras me observaba a detalle. Si era el mismo significado que yo conocía de nervioso, el que lo estaba ahora era otro.

—Bueno, eso era todo —dijo al notar que estaba al borde del colapso, si Isabel seguía mirándome como si estuviera estudiando cada una de mis facciones empezaría a sudar—. Quería disculparme para que no pensaras que no eres importantes para mí.

¿Importante? ¿Es el día de lo inocentes? Busqué qué decir, repasé en tiempo récord todas las respuestas que conocía, pero me parecieron demasiado simples para lo que sentía, y las que encajaban demasiado complejas para que pudiera pronunciarlas. Tampoco tuve mucho tiempo para probar cómo sonaban en mi cabeza, cuando volví a la realidad Isabel ya se había puesto de pie y yo con ella de manera inconsciente. Yo estaba en modo piloto automático. Lo siento, el conductor acaba de morir, necesito ayuda.

—Nos vemos mañana, Lucas —se despidió con una sonrisa tímida. Sí, Isabel, la chica más intrépida que conocía, la que parecía tener siempre las rendas del juego dibujó una sonrisa cohibida. Y eso no sería raro si el estuviera frente a él fuera más valiente que ella, pero no, irónicamente era lo opuesto.

En verdad necesitaba ese manual. Y mientras eso pasaba yo solo actúe como sabía hacerlo, procesando qué tan real había sido todo mientras la veía alejarse.

La última imagen que conservo de esa tarde fue la mirada que Isabel me regaló antes de desaparecer. Casi puedo jurar que leí un sentimiento que jamás había leído en ella: arrepentimiento.

Continue Reading

You'll Also Like

56.3K 9.6K 45
Mi nombre es Firulais, o bueno, así me llamó un Chihuahua hace un tiempo mientras compartíamos un bocadillo que habíamos conseguido en la basura, seg...
9.6K 1.9K 15
Jungkook debía casarse para cumplir la cláusula que su padre dejó en el testamento, Jimin tenía una gran deuda y necesitaba el dinero que le ofrecía...
443K 21.7K 48
Una historia que promete atraparte desde el principio hasta el final. Camila es una chica humilded, Ignacio Besnier es el heredero de un imperio empr...
323K 17.8K 69
En inglés: Friendzone. En español: Zona de amigos. En mi idioma: Mi mejor amigo me mira como a su hermanita y jamás de los jamases me verá como alg...