Tus Secretos - No. 2 Saga Tu...

Virginiasinfin

2.6M 245K 24.2K

Ana ha llegado a la ciudad junto con su mejor amiga y sus hermanos para cambiar, para ser libre, para mejorar... Еще

...Introducción...
...1...
...2...
...3...
...4...
...5...
...6...
...7...
...8...
...9...
...10...
...12...
...13...
...14...
...15...
...16...
...17...
...18...
...19...
...20...
...21...
...22...
...23...
...24...
...25...
...26...
...27...
...28...
...29...
...30...
...31...
...32...
...33...
...34...
...35...
...36...
...37...
...38...
...39...
...40...
...41...
...42...
...43...
...44...
...45...
...46...
...47... Final

...11...

60.5K 5.2K 865
Virginiasinfin

Llegó al restaurante en menos de nada, y la encontró con los codos apoyados en la mesa, el rostro entre las manos y mirándolo con picardía. Carlos sentía que la sangre no le llegaba a la cabeza. Miró en derredor; era un buen restaurante. ¿Qué rayos estaba pasando aquí?

—¿Es esto una broma?

—No, claro que no. Siéntate.

—¿Y por qué sonríes?

—Señor Soler —dijo ella imitando su voz—, aunque no lo parezca, soy capaz de sonreír.

—No a mí —eso la hizo reír.

—Tú pagarás la cuenta.

—Ah —dijo él, sentándose al fin, pero sin dejar de mirarla. La encontraba particularmente hermosa ese día, su risa juguetona y la manera como lo miraba no era ni parecido a como ella solía ser cerca de él. Sabía que reía y que jugaba porque la había visto hacerlo con sus hermanos y amigos, pero él nunca había sido destinatario de este tipo de atenciones.

Ana llamó al mesero, éste se acercó y ella le informó que ya podía traer los platos. Carlos frunció el ceño, entonces ella se explicó:

—Tu ex novia me trajo aquí. Tal vez dije algo que la disgustó, porque salió corriendo. Yo no puedo permitirme pagar esta cuenta, y tampoco puedo quedarme lavando los trastos en compensación ya que tengo que ir a trabajar. Así que decidí que era tu culpa y te hice venir. Fin.

Carlos no había dejado de mirarla ni un momento mientras hablaba. Tan enamorado, tan enamorado. Parpadeó y bajó la mirada. Sospechaba que sus pupilas se habían convertido en dos corazoncitos.

—E... está bien. No es como si hubiese sido tu primera opción, y esto parece más un cobro de responsabilidades, pero está bien—. Ella volvió a sonreír, y era una sonrisa auténtica. El corazón de Carlos se saltó un latido.

—Eres demasiado sumiso.

—No lo soy.

—Sí, yo creo que lo eres. Y ya deja de mirarme así.

—Así cómo.

—No sé. Me pones nerviosa—. Carlos sonrió. Tan feliz, tan feliz... Que alguien le trajera papel y lápiz, ¡¡¡tenía un soneto que componer!!!

Cálmate, se dijo. Controla tus impulsos. Además, que ella estuviera de este humor no significaba nada.

Aclaró su garganta, y volvió a llamar al mesero. Le pidió dos copas del mejor vino que tuviera, y ya que era él quien iba a pagar la cuenta, Ana lo dejó.

—Entonces viniste con Isabella.

—Tuvimos una conversación de chicas. Concluimos que te odia, pero no me dice por qué. ¿Quieres contarme tú? —él se puso visiblemente incómodo.

—Tal vez... tal vez no sea el momento de revelar algo así.

—Vaya, ahora me has dejado intrigada. Tiene que ser algo del tamaño de un elefante.

—Algo así.

—¿Le fuiste infiel?

—No —contestó él frunciendo el ceño.

—¿Le pegaste?

—¡Claro que no!

—¡Te fuiste sin pagar la cuenta! —Carlos sonrió, sacudiendo su cabeza.

—Ella tiene motivos, créeme eso.

—No, no... si tú admites haber metido la pata, es que es... Dime, ¿qué fue? —Carlos estaba rojo. Ana se dio cuenta de que nunca lo había visto tan sonrojado. Llegó el vino, y él casi vació la copa. Lo vio tomar aire.

—No es algo que un caballero ande diciendo, de todos modos.

—Ah, fue en la cama —eso le produjo tos. Ana estaba disfrutando—. Anda, dime. Recuerda que nada puede hacer que te odie más.

—Sí, eso es un alivio.

—¿Y entonces? —apuró Ana. Carlos hizo una mueca. Estar aquí y conversar así era casi un sueño. De alguna manera, él siempre había sabido que las cosas entre los dos podían ser así— Estaban en la cama y...

—Y dije tu nombre. Eso hice—. Ana se quedó pasmada. Su boca se cerró de golpe, y cuando se dio cuenta de que no estaba respirando, parpadeó y buscó el oxígeno. Gracias a Dios por el instinto de supervivencia.

—Eso sí que es una auténtica canallada. Yo te habría matado allí mismo.

—No, la verdad, es que presiento que eso ella me lo perdonó. Lo que no pudo perdonarme es que además al día siguiente yo... terminara la relación.

—¿Qué? ¿En serio? —Ana frunció el ceño poniendo su cerebro a pensar a toda máquina, recordando cada cosa que ella le dijera en su anterior conversación—. Eso la deja muy mal puesta a ella —dijo al final.

—¿En qué sentido? —preguntó él.

—Bueno, ¿cómo va a perdonarte semejante cosa?, y cuando tú haces lo que se supone que debes hacer, terminar, ¿ella explota? ¡Debió explotar antes! ¡En esa cama, por ejemplo! Ah, claro —dijo de repente Ana, cambiando su tono de voz. Carlos la miró intrigado, pero ella no dijo nada.

Aquello era demasiado personal de Isabella, pues intuía que su actual resentimiento en realidad era contra sí misma, primero por no haber podido retener a Carlos, ni aun cuando de eso dependía el futuro de su familia; y segundo, por haberse visto obligada a perdonar la peor ofensa que le podían hacer... para al final quedar con las manos vacías, de todos modos.

Ella, de veras, tenía razones para odiarlo.

Lo sentía por Isabella, profundamente, pero ahora todo tenía sentido, pues sólo se había interesado en saber más de ella cuando escuchó su nombre, pues ya lo había escuchado antes, ¡y de qué manera! Y luego, las cosas que había hecho y le había contado eran en parte para conocerla, tal como había dicho, y en parte para conseguir que ella odiara a Carlos. Sólo que había provocado el efecto contrario.

Miró al hombre que tenía delante, y encontró qué él la miraba a ella. La luz le daba perfectamente, creando una especie de halo a su alrededor, con su cabello oscuro y ojos de color tan fascinante.

Realmente él era guapo. Para dibujarlo. Tenía la misma nariz y estatura de Juan José, pero eran diferentes en todo lo demás. Mientras Juan José era más despreocupado y risueño, Carlos se tomaba todo en serio, y pocas veces hacía una broma.

Tal vez con ella podía bromear si lo pinchaba un poco, pensó.

El mesero trajo los platos, y Carlos miró el suyo alzando sus cejas.

—¿Pedí esto?

—Lo pidió tu ex. Si no te gusta, bueno, ya sabes qué hacer— Carlos la miró entrecerrando sus ojos. Isabella era más del tipo light, vegetariano, pocas calorías. Miró el plato de Ana con añoranza, había carne allí. Suspiró resignándose, y tomó los cubiertos.

—¿Por qué esperaste a que yo llegara para comer? Si lo que te urgía era que pagara la cuenta, no era necesario esperarme.

—Mmm, haces muchas preguntas. No creas que esto significa algo especial, sólo creí cortés que comieras parte de lo que estabas pagando, y no me gusta comer sola. Eso es todo.

—Ya. Yo detesto comer con la gente que odio, ¿sabes? —ella lo miró con ojos entrecerrados, pero no podía simplemente molestarse, todo lo contrario.

—Te odio, pero no odio tu dinero. En este momento tu billetera me cae muy bien—. Carlos la miró meneando su cabeza.

—¿Y eso es todo? —dijo—. ¿Que estemos conversando no significa nada?

—Podemos comer en silencio, si te molesta—. Carlos hizo un ruido de exasperación.

Ana lo miraba, y no entendía por qué sonreía por dentro. Tal vez era que descubrir que ya no lo odiaba la ponía de mejor humor, o el ver que con sólo una llamada él se había venido desde algún punto en la ciudad hasta aquí en volandas sólo para verse con ella. Saber que tenía cierto poder sobre el hombre que hasta hacía poco le había parecido inconmovible, era... raro.

—¿Entonces no estabas en un restaurante comiendo? —preguntó ella al cabo de un rato. Carlos negó mirando su plato.

—Estaba en el hospital.

—¿Estás enfermo?

—No, yo no —contestó él, mirándola y tratando de saber si aquello era preocupación—. Luis Manuel Manjarrez.

—Ah, el de Jakob.

—Has oído de él, por lo que veo.

—Le pregunté a Ángela —Carlos la miró otra vez, atento—. Bueno, Isabella te acusaba de ser un ladrón —se explicó ella—. Decía que le habías quitado todo, su herencia, y no sé qué más... —se quedó en silencio evaluando si contarle que ella había revisado papeles para verificar las cosas por sí misma. Alzó su mirada a él, y los azules ojos de Carlos estaban clavados en ella.

No, mejor no contarle. No sabía qué tan celoso era él de ese tipo de cosas, y podía contar como una traición. Nunca había visto a Carlos enfadado, y no estaba segura de querer descubrirlo tampoco.

—Si quieres... puedo contarte qué sucedió en verdad.

—¿De verdad? ¿Acaso no son cosas confidenciales y eso?

—Sabes que me interesa lo que pienses de mí—. Ana lo miró en silencio, dándole así una respuesta, y en los próximos minutos se concentró en acabar su plato, que, entre otras cosas, estaba muy bueno.

Cuando ambos terminaron, Carlos pagó la cuenta, tal como se esperaba de él, y salió con ella del restaurante.

—¿Y tu chofer? —preguntó cuando estuvieron frente al auto, y él le abría la puerta para que ella entrara.

—Edwin —corrigió él—. Cuando me llamaste, le pedí que me dejara solo—. Carlos cerró la puerta y le dio la vuelta al auto para ponerse frente al volante.

—O sea, ¿que hoy es uno de esos días en que te apetece conducir? —preguntó ella cuando él se hubo subido.

—Sólo quería estar a solas contigo—. Ella lo miró de reojo.

—Para qué—. Él guardó silencio, recordando que había prometido que no le volvería a hablar de sus sentimientos, pero caray, qué difícil era eso cuando éstos salían a borbotones por sus poros. Aún se preguntaba cómo era posible que no llegaran a ella y la inundaran.

Ana suspiró audiblemente, teniendo muchas preguntas que hacer, pero sin atreverse. Qué extraño era estar con él sin estarse peleando, o buscando frases hirientes para lanzárselas. Lo miró mientras maniobraba para salir de la zona de parking del restaurante, y admitió lo que Silvia venía diciendo toda la vida: que era guapo.

Fabián también lo era, quizá mucho más, las facciones de su rostro eran mucho más armoniosas, simétricas, y la expresión de calidez en sus ojos definitivamente era atrapante. Pero eso no había ayudado mucho a desarrollar o madurar sus sentimientos. Carlos, en cambio, la afectaba de una manera especial.

Recordó la primera vez que lo vio. Había sido en un hospital, cuando Juan José se accidentó y casi pierde una pierna. Había venido con Ángela desde Trinidad sólo para enterarse de cómo estaba, y se habían encontrado con que su hermano mayor se había encargado de todo, y estaba cuidando de él. Carlos había sido gentil en ese momento, a pesar de que ni Ángela, ni Eloísa, ni ella, eran conocidas.

Luego todo había cambiado. Él se comportaba siempre odioso, la miraba desaprobador, como si le fastidiara su sola existencia. Se preguntaba ahora el porqué de todo eso, siendo que, usando sus propias palabras, llevaba enamorado de ella muchos años.

Iban en silencio, cada uno pensando en mil cosas; por parte de Carlos, deseando mil cosas. Deseaba poder contarle todo, todo lo que había hecho, las razones por las que las había hecho... quería revelarle cada detalle, pero ella al parecer no estaba interesada en escuchar. Bueno, no debía esperar demasiado. Hacía unas semanas, ella daba la espalda si lo veía, o salía del lugar para no estar en la misma habitación que él. Hoy ella lo había llamado, para sacarla de un apuro, pero había acudido a él, y eso era un avance como de mil pasos. No quería retroceder ni uno solo.

Vamos despacio, se dijo. Tal vez en otro par de semanas, ella deje de odiarte otro poco.

Cuando se había emborrachado aquella vez, se había propuesto olvidarla; ahora se reía de ese propósito, no solo no la había olvidado, sino que estaba más enamorado que nunca, y ahora, con el pequeño avance que ella había mostrado, casi estaba saltando en un pie.

Hizo una mueca. Nunca se imaginó a sí mismo mendigando atención, pero eso estaba haciendo. Por lo general, era él quien ignoraba los sentimientos de los demás. Cuando sus compañeras empezaban a ponerse exigentes, él simplemente daba por terminada la relación. Siempre había huido de este tipo de cosas, y ahora no solo él estaba envuelto en un sentimiento muy fuerte, sino que quería envolverla a ella también.

Cuán patético debía verse.

Pero no se sentía patético ahora, se sentía feliz teniéndola simplemente al lado. Él era paciente, y tal vez lo único que debía hacer era sembrar... sembrar en el corazón de Ana.

—¿Cómo están tus hermanos? —preguntó—. No los he visto desde navidad.

—Bien. Felices con tus regalos —Carlos sonrió—. Sebastián en particular, parece idolatrarte. Pienso que un iPad era demasiado, pero ya no puedo separarlo de él—. Carlos la miró entonces, y Ana descubrió que estaba orgulloso de sí mismo.

—Tu hermano es muy inteligente, sabrá apreciar el aparato.

—¿Cómo sabes que es inteligente? Podría ser terriblemente tonto.

—No lo es. Y si lo fuera, tú no lo dirías de esa manera —Ana se echó a reír.

—Tienes razón. ¿Algún día me contarás por qué lo ayudaste con las tareas de matemáticas? —Carlos la miró sorprendido. Detuvo el auto por un semáforo en rojo.

—¿Cómo lo supiste?

—La manera como lo saludaste esa vez en el centro comercial fue muy sospechosa, le pregunté, y él me lo contó todo.

—Vaya. Era un secreto.

—¿Por qué? Te has empeñado en dejarme creer que eres la peor persona del mundo. ¿Por qué? —Carlos guardó silencio por un momento, mordiéndose los labios. Puso de nuevo el auto en marcha, pues el semáforo había cambiado a verde.

—No ha sido así —contestó al fin, en voz baja.

—Pues no hiciste nada por sugerir lo contrario —dijo Ana sintiendo que perdía la paciencia— siempre que me mirabas, era como si desaprobaras todo en mí, mi ropa, mi manera de reírme, de hablar. Si bailaba, te enojabas; si reía, peor. No hacías sino restregarme que no sabía nada de vinos, ni de comportarme en la mesa, y la otra vez de los caracoles... eso fue bajo, ¿sabes? ¿Cómo se te ocurrió poner como plato fuerte caracoles, cuando sabías que yo a duras penas sabía usar los tenedores? Como te digo, siempre fuiste de lo peor.

Carlos no dijo nada por un rato, escuchando sus acusaciones y sintiéndolas como pequeños aguijonazos.

—No era así —contestó al fin ante su reclamo—. Nunca desaprobé tu manera de vestir, reír o hablar, todo lo contrario, lo adoraba. Me molestaba cuando bailabas o reías... pero con Fabián; estaba terriblemente celoso. Cuando te veía dudosa acerca de qué vino pedir... yo salía con mis diatribas sólo para darte una idea acerca de qué escoger; la gente es cruel, y si te veían probar un vino sin antes degustarlo como se debía, te marginarían, así que, casualmente, yo soltaba la manera como debía hacerse... Lo de los caracoles... —él se echó a reír— ¿es que no te diste cuenta de que todos hicimos el oso? Juan José hizo volar uno hasta la cara del maître, que lo atrapó como si fuera una pelota de béisbol, y Eloísa no paraba de reír. Pero todo fue porque Juan José me dijo que era un antojo de Ángela. Ya estaba embarazada. Lo siento.

Ana no dijo nada. Esto era increíble. Visto desde el punto de vista de él, todo era tan... Ahora ella había quedado como la tonta, había dado por supuesto que todas las actitudes de él eran para mortificarla a ella, convirtiéndose a sí misma en el centro de su universo, y eso era más egoísta que cualquier cosa que él le hubiera hecho. Lo miró de nuevo preguntándose cómo se habían visto las cosas desde su punto de vista.

Ni de fundas, se dijo. Él no es la santa paloma.

—La vez del beso —dijo Ana, creyendo haber encontrado algo que él no podría justificar jamás—. Fabián, Juan José y Mateo me dieron un beso en agradecimiento por lo de Carolina. Tú simplemente te negaste—. Carlos se echó a reír.

—Besarte, ¿estás loca? —eso provocó que ella otra vez lo mirara con cuchillos en sus ojos—. Ana, el día que te bese... no va a ser un piquito sobre los labios, como un beso de niños —aquello parecía más una promesa que la exposición de una posibilidad—. Besarte de una manera tan descuidada, tan infantil, y delante de los demás... No, no quise. Y sigo sin querer que sea así—. La miró sonriendo—. Pero si quieres mi beso de agradecimiento por lo de mi sobrina ahora, yo no tengo problema en dártelo.

Ana frunció el ceño y giró la cabeza para mirar por la ventanilla. Él no sabía, pero ella ya tenía pleno conocimiento de cómo eran sus besos, y obviamente, se había imaginado cómo era que él desatara su cinturón de seguridad y se acercara a ella para besarla. El aroma de su perfume, su mirada llena de ese sentimiento que ya casi le era normal notar en él, la suavidad, insistencia y pericia de sus labios sobre los suyos...

Carlos tenía razón. Un besito de niños no sería suficiente. Pero, ¿por qué? ¿Por qué de un momento a otro? No quería sus besos, ¡de ninguna manera! Que él se declarara enamorado de ningún modo cambiaba lo que ella sentía por él.

Pero justo hoy lo había llamado para almorzar juntos. Era para que él pagara, pero el resultado había sido el mismo. Él podía tomar esto como un acercamiento de su parte.

¡Tonta!, se regañó a sí misma. ¡Has traicionando todos tus principios!

Lo miró de nuevo, y esta vez sintió algo muy diferente en su ser. Era raro, pero no incómodo. Era cálido, y en cierta forma... sofocante.

—Estás loco —dijo al fin—. Yo no soy la mujer para ti. Deja de amarme—. Él sonrió.

—¿Sabes cuántas veces me he dicho esas palabras a mí mismo? Que vengan de ti no hará diferencia alguna.

—Tendrá que hacerlo. No quiero que me ames—. El respiró profundo.

—Yo tampoco quería amarte, Ana —ella se giró a mirarlo, él miraba concentrado la carretera—. Pero entre más me opuse, peor se volvió—. Carlos hizo una mueca, algo que denotaba un dejo de tristeza—. En cambio, cuando al fin lo acepté, me sentí libre. Ya sé que no te hace feliz, lo dijiste esa vez, pero a mí sí me hace feliz amarte.

—Por ahora —rebatió ella—. Pero tarde o temprano despertarás de tu sueño.

—Sí, tal vez sólo sea un sueño —dijo él con voz suave—, pero un sueño que estaré feliz de vivir.

Ana inspiró fuertemente, reconociendo las palabras de su sueño. Él las había dicho: "Un sueño que estoy feliz de vivir". Sintió que se ahogaba, y el camino hasta Texticol se le empezó a hacer interminable. Olvidó que él había prometido no volver a hablar del asunto, no volver a declararse. Olvidó que ella debía contestar algo como: no me interesa, o trágate tus sentimientos. Simplemente fue incapaz de pensar con claridad. Sentía miedo, pánico. Ella apenas se estaba haciendo a la idea de que ya no lo odiaba, ¿por qué en todo el mundo tenía que decir él este tipo de cosas? ¿Por qué tenían que provocar esta reacción en ella?

Los ojos se le humedecieron, pero no eran lágrimas motivadas por ningún sentimiento puro, o elevado. Era miedo. Carlos la asustaba.

Cuando al fin llegaron al parqueadero de Texticol, Ana quiso salir disparada, fuera de su alcance, pero tal vez intuyendo lo que estaba pasando en ella, Carlos la alcanzó y le tomó el brazo. Era la primera vez que se tocaban, notó Ana, y en la mirada de él había una súplica.

—Por favor... perdóname. No debí hablar de nuevo de esto, yo...

—Déjame —pidió ella.

—Ana... —él se acercó más, y Ana clavó la mirada en sus labios. Él los apretó, sintiendo impotencia, queriendo poder meter en el corazón de Ana su mano y arrasar con todos esos sentimientos que no iban en su favor.

—Déjame, Carlos. Por favor—. Él la soltó.

Carlos cerró sus ojos, y el deseo de Ana fue calmarlo, poner su mano en su mejilla y quitar lo que fuera que le estaba haciendo daño, pero ese otro impulso terminó por asustarla aún más, y salió de allí prácticamente corriendo.

Carlos se quedó quieto en su lugar. Se pasó una mano por el cabello, mirándola alejarse, reprendiéndose a sí mismo por haber perdido el control. Se había prometido ir despacio, pero lo había echado todo a perder. Ahora, tal vez, sólo había avivado en ella su odio hacia él. Sabía lo incómodo que era cuando alguien que no te interesaba te hablaba de sus sentimientos, y él había hecho exactamente eso.


—¡Luces terrible, mujer! —Exclamó Eloísa al verla.

Era la fiesta de año nuevo, esta vez, un poco menos formal que la de navidad. En esta ocasión se celebraba en casa de Ángela, y tal vez Carlos no llegara a tiempo de un viaje que había tenido que hacer por negocios, así que no tendría que verlo... o eso esperaba. Judith ya estaba por allí, y como siempre, sólo estaba pendiente de su nieta. Ana a veces veía eso un poco enfermizo.

—Muchas gracias por esas hermosas palabras —rezongó Ana echándole malos ojos a Eloísa. Sus hermanos ya habían entrado, y se estaban apropiando de la fiesta.

Ángela se acercó a ella y también la abrazó. Su panza parecía cada vez más grande, y elevada.

—Estás preciosa —le dijo Ana. Le recordaba mucho a la época en que esperaba a Carolina y ellas vivían juntas y sólo se tenían la una a la otra. Ahora todo era tan diferente.

—Tú también lo estás. Aunque te veo un poco... ¿estás bien?

—Qué bien me conoces.

—¿Quieres que hablemos? —En el momento, Fabián se les acercó y saludó a Ana. En sus brazos traía a Carolina, que se abrazaba a él con piernas y brazos, como una garrapata, y pronto las dejó para unirse a los que estaban en la sala hablando y riendo. A la distancia, Ana vio a Eloísa sentada en el mismo mueble que Mateo, pero el uno ignoraba al otro olímpicamente.

—¿Y esos dos qué?

—Lo de siempre —contestó Ángela—. Van a terminar como tú y Carlos—. Ana palideció.

—¿Qué sabes?

—¿Yo? Nada. Ven —Ángela la llevó de la mano hasta el segundo piso. Ya arriba, abrió una puerta y ambas entraron. La habitación estaba decorada en azul, una de las paredes tenía pintadas unas letras; decía "Alex". Ana sonrió.

—¿Qué te parece?

—Precioso.

—Contratamos un decorador. Juan José está vuelto loco, aunque aún le falta por nacer, ya incluso compró una pelota de fútbol. Está incontrolable —Ana se echó a reír—. Habla con él todo el tiempo —siguió Ángela, con voz soñadora—, le suelta frases en inglés, le canta por las noches cuando se pone inquieto, y Alex se tranquiliza...

—Está feliz —concluyó Ana—. Supongo que es algo que no puede evitar—. Ángela estaba un poco sonrojada.

—No, no puede.

—No sabes cuánto me alegra que seas feliz también.

—¿Y tú? —preguntó Ángela—. ¿Eres feliz? —Ana la miró con ojos entrecerrados.

—Parece que supieras algo en especial —Ángela se echó a reír.

—Ojalá fuera eso que pienso—. Ana meneó la cabeza dando unos pasos a la vez que admiraba la decoración de la habitación de Alex.

—Hace unos días, hablamos —dijo, y no tuvo necesidad de aclarar con quién—. Es todo tan raro... Es como si me hubiesen cambiado de golpe toda la información que tenía de él. Antes era el ogro, el malo, el odioso, el prepotente... y de repente no, él es bueno, gentil, preocupado, amable y... tan sencillo.

—Pero eso es bueno.

—¡No lo es! Yo estaba muy cómoda odiándolo—. Ángela se echó a reír.

—Te han sacado de tu zona de confort y eso te asusta.

—Me asusto de mí misma. De lo que soy capaz de hacer... de sentir—. Suspiró mirando por la ventana—. El otro día... ¿recuerdas que te pedí su número?

—Sí.

—Almorzamos juntos... No pensé en nada, simplemente lo llamé, y comimos. No sé qué me está pasando, Ángela. Tengo esta sensación —intentó explicar ella—, como si él quisiera volcar todo sobre mí. Decírmelo todo, contármelo todo. Parece que quisiera tomar mi conciencia y fundirla con la suya. Es una locura, pero es como si... Me hace preguntarme, ¿a ese extremo me ama?

—¿Ya has aceptado que te ama? Vaya.

—No me cabe la menor duda. Cuando está cerca, es como si flotara hacia mí.

—Qué bonito es tener esa seguridad.

—Es bonito cuando le correspondes, pero, al contrario, siento que ahora soy yo la que tiene el poder de hacerle mucho daño, y tampoco quiero eso—. Ángela sonrió.

—Con cada día que pasa sin que tú le correspondas, ya él sufre, Ana. Acuérdate de mí—. Ana la miró fijamente—. Así pasaba yo cada día que creía que Juan José nunca me correspondería. Luchaba por ser la mejor esposa, la mejor mujer, así que el daño y el sufrimiento son inevitables; pero no se puede obligar al otro a que te corresponda, es algo que debe venir solo. Si él es paciente, y sé que lo es, te esperará.

—¿Esperar a qué?

—A que tú aclares todas tus dudas.

—Dices cosas como si estuvieras segura de que yo algún día...

—Besaste a Fabián, ¿no es así? —interrumpió Ángela.

—¿Qué tiene que ver eso?

—Lo besaste y no sentiste nada, de no ser así, estarías ahora con él. ¿Te has preguntado qué sucedería si besaras a Carlos?

—Ni lo menciones.

—¿Tanto te asusta sólo imaginarlo? —Ana guardó silencio. Si ella supiera... —¿Qué es lo que más te molesta? ¿El tener que admitir luego ante todos que pasaste del odio al amor?

—¿Del odio al amor? ¡Qué frase más barata! Y no pasaré del odio al amor, no des cosas por sentado.

—¡Está bien! —Exclamó Ángela molesta por la testarudez de su amiga, y Ana la miró extrañada, Ángela nunca se molestaba—. Nunca lo aceptarás. Nunca le perdonarás su existencia. Es más cómodo para ti así, así que dejemos todo tal como está.

Un auto entró por el jardín, y Ana se asomó por la ventana para ver de quién se trataba. Era Carlos. Había llegado a tiempo para asistir a la fiesta, después de todo

—Tengo una fiesta que atender —dijo Ángela, y salió. Ana siguió mirando hacia afuera y entonces Carlos, como atraído por un imán, alzó la cabeza y la vio. Ella no se escondió, sólo permaneció inmóvil frente a la ventana, hasta que la atención de Carlos fue atraída por alguien más, y dejó de mirarla.

La verdad, es que todo se reducía a un miedo: el de ser arrastrada, el de no tener control sobre sus propios sentimientos, deseos o impulsos. Odiarlo había sido su decisión, y se había sentido segura, en dominio mientras lo hacía; pero ahora ya no lo odiaba y no sabía sobre qué estaba parada. Por otro lado, a su mente llegaban constantemente los recuerdos de aquel sueño, tanto, que a veces terminaba preguntándose qué tan malo podía ser dejarse llevar.

Y cuando llegaba a ese punto, entraba en pánico.

Bajó a la sala, donde estaban los demás. Carlos conversaba animado con su hermano, y ella buscó el lado de Eloísa para charlar.

Sin embargo, y por más que intentaba evitarlo, sus ojos se iban tras él.

Su humor empeoró cuando se dio cuenta de que, de alguna manera, ella siempre había sido muy consciente de él, siempre sabía dónde estaba, sus oídos siempre habían estado alertas a su voz. Antes para esperar el momento en que él la desaprobara, ahora, no sabía por qué.


N/A: :D

Продолжить чтение

Вам также понравится

El Dia Que Pueda Amarte. Sabri Gonzalez

Любовные романы

6.9K 687 13
Tres amigas, quienes a pesar de su corta edad, descubren la atracción por los hombres equivocados. Yoli siempre sintió algo más que amistad por Dieg...
Mis Dos Daddys Hanne_Yein

Любовные романы

1M 53K 37
Melody Roberts es una chica muy sencilla, no es muy sociable y solo tiene una mejor amiga. Vive sola en un pequeño departamento, el cual debe de paga...
13.5K 1.6K 106
Elizabeth luego de su ruptura amorosa decide comenzar de cero su nueva vida, dejar el pasado, sin embargo, una prueba se le presentará para ver si en...
Cuestion de Amarte LeslyHolland05

Любовные романы

6.9K 602 24
Segunda parte de "Cuestión de Tiempo". El tiempo lo cura todo, ¿Pero incluso a dos personas que dicen odiarse mientras se aman con toda el alma? -En...