Cuentos de Delonna I

By mbelenmcabello

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«Una sombra amenaza con corromper el mundo tal y como lo conocemos; extrañas criaturas emergen de las profund... More

Bienvenid@
Capítulo 1: La Gema Misteriosa
Capítulo 2: El Despertar del Dragón Helado
Capítulo 3: La señora de la llama
Capítulo 4: Guardiana
Capítulo 6: Brodain
Capítulo 7: Monstruo
Capítulo 8: La búsqueda del guardián despierto
Capítulo 9: Xiafang
Capítulo 10: El Templo de la Luz
Capítulo 11: La ofrenda
Capítulo 12: Revelaciones
Capítulo 13: El ejército de Iluminación
Capítulo 14: El Santuario de Huoyan
Capítulo 15: Lutthellbard
Capítulo 16: La maldición de Icla
Capítulo 17: Testamento
Capítulo 18: La Puerta de Delonna

Capítulo 5: Partida

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By mbelenmcabello

Aún me esfuerzo en recordar lo que ocurrió después de que Bernoz desapareciera en aquel halo de oscuridad. Con uñas y dientes luchaba por no ser sepultada bajo un bosque de huesos corroídos por el tiempo. La fuerza me fallaba y el dolor había entumecido mis dedos que aferrados a mis viejos cuchillos de desollar desgarraban sin descanso ligamentos secos. Cuando caían como desmontados por piezas, un nuevo cadáver animado me amenazaba. Sus cuencas vacías brillaban con un extraño resplandor verde que ardía y fluía por aquellos cuerpos que antaño disponían de vida. Desplacé por un momento la mirada del combate para focalizarla en la figura cristalina que avanzaba a paso ligero hacia la hechicera que hace tan solo un momento casi me arrebataba la vida. Sus cabellos rojos se mecían gráciles con el vaivén de la brisa nocturna.  Jamás olvidaré el momento en el que Bernoz acarició la gema que ahora llevaba fijada a su pecho, miró a aquella mujer frente a frente y sin dudarlo ni un solo instante se dispuso a tirar fuertemente de ella. Mi grito de terror invocando su nombre no pareció detener su voluntad. Lloré. Había visto su cadáver reposar pálido sobre la tierra, sus huesos eran visibles y su hálito inexistente. Estaba muerto y ahora vivía gracias al que había llamado desde hace un tiempo, "su talismán". Impotente continué luchando por no morir descuartizada a manos de aquellos despojos malolientes. Mi corazón debía de estar a punto de salirse por mi boca. No podríamos salir del cementerio si aquella hechicera no detenía el despertar indómito que los antiguos pobladores de Hendelborg estaban experimentando gracias a ella. Las piernas me flaqueaban, el cansancio se extendía como un incendio por el resto de mi cuerpo. Eran demasiados. Un dolor punzante y agudo atravesó mi hombro izquierdo. Una risotada salvaje proveniente de uno de aquellos sacos de huesos celebraba que su radio ahora había quedado insertado permanentemente en mi carne. La sangre manó de la herida enseguida como un torrente, un espasmo en mi brazo me anunció que ahora me sería aún más difícil detenerles. Había tratado de avanzar hasta Bernoz con todas mis fuerzas, derrotada  asimilé que no me movería de aquel lugar si no se producía un milagro. Mis oponentes comenzaron a agolparse cada vez más numerosos en torno a mí, inmóvil caí sobre el suelo indefensa ante los dientes e incluso uñas de los pobladores del cementerio. Un golpe seco en la cabeza me hizo perder el conocimiento. Una sonrisa desdentada de uno de mis enemigos fue lo último que contemplé. Después, todo se volvió negro como aquella noche.

***

—¿Estás bien?

Su voz era suave pero varonil. Un acento difícil de ubicar me advirtió de que no se trataba de un poblador de Hendelborg. Si algo había aprendido en la peletería de mi padre, era a distinguir los clientes pudientes de los mirones y en muchas ocasiones el acento jugaba un papel importante. A pesar de mi destreza no logré identificar el de aquella voz que, siendo joven, parecía cargada de los ecos de una época pasada.

Abrí los ojos y le contemplé. Yo yacía sobre el suelo y él me observaba mientras se mantenía a cuclillas. Demasiados eventos se sucedían en mi cabeza para elaborar una respuesta para el que parecía, había sido mi salvador. Nunca había visto unos ojos como aquellos, almendrados y grandes, me observaban estáticos sin parpadear. Algunos cabellos oscuros escapaban de las pieles de zorro que conformaban su indumentaria.

—Me duele...— llevé mi mano a la cabeza donde encontré un claro hinchazón.

—Fue un duro golpe, te recuperarás.

Añadió más yesca a la hoguera que se encontraba cerca de mis pies, por la orientación del sol aún no oscurecería. Contemplé la estepa en la que me encontraba. Estábamos a varios días de Hendelborg y no recordaba qué había pasado con Bernoz. Me incorporé súbita, dirigí la mirada a mi alrededor tratando de encontrar en lo que ahora se había convertido mi amigo de la infancia. El brazo me ardía. Alguien debió extraer el hueso que me clavé durante el combate en el cementerio.

—Vas a marearte.

No había rastro de él. Mi nuevo acompañante apuraba los huesecillos de algún ave con avidez, sus dientes eran asombrosamente blancos, de colmillos algo afilados. Como había predicho el joven de las pieles, unas arcadas iniciaron mi calvario de vuelta a la consciencia. Cuando terminé de devolver, mis manos acudieron a mi cinto para comprobar que mis viejos cuchillos se encontraban donde debían. No estaban. No sabía si podía fiarme de aquel joven, su constitución era menguada para alguien de su edad, aunque no llegaba a ser comparable con la de los enanos que tuve la oportunidad de ver alguna vez en el poblado.

—¿Quién eres?— dije en un intento de ubicarme.

De nuevo aquellos ojos se clavaron en mí. Tiró los huesos al fuego y cruzándose de piernas tomo aire.

—Mi nombre es Felfalas

Solo había escuchado leyendas acerca de aquellos seres ¿Podría ser? Si hubiera tenido energías de seguro hubiera comenzado la búsqueda de las orejas picudas de las que todo el mundo hablaba cuando los describían.

—¿Qué ha pasado? No recuerdo nada.— mire al suelo cabizbaja, los recuerdos acudieron como un torrente, desestabilizándome de nuevo. En una situación normal habría cogido a aquel orejas picudas del cuello y le hubiera preguntado por mis cuchillos, pero el recuerdo del cadáver de Bernoz aún estaba demasiado presente y mis ánimos estaban muy bajos.

—Te llamas Elianne, ¿Eso lo recuerdas?— la posición de sus labios casi parecía esbozar una tímida sonrisa.

Me fue difícil interpretar si se trataba de un chiste o verdaderamente aquel ser trataba de verificar que me acordaba de mi nombre. En todo caso, sabía mi nombre y solo a día de hoy puedo afirmar que estaba bromeando conmigo, tiene un sentido del humor un tanto peculiar.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Aquellos ojos de belleza inusual se focalizaron en el claro nevado del bosque. Por un momento creía que me estaba ignorando, mis sospechas cayeron por su propio peso al dirigir la vista hacia el mismo punto que él. Una figura escondida en la negrura nos observaba a ambos. Una túnica negra le ocultaba y una bruma blanca oscilaba a su alrededor. Sentí un escalofrío. Me incorporé, había sido despojada de mis pieles y la sensación de frío aumentaba por momentos. Su hálito caliente generaba vaho que se proyectaba desde su boca hacia el exterior.

Felfalas contestó mi última pregunta levantando la cejas, dirigió sus ojos hacia el encapuchado que debía de ser mi amigo Bernoz. ¡Seguía vivo!

—¡Por todos los dioses antiguos! ¡Ber! ¡Sigues vivo!— me apresuré a dirigirme hacia él. El mareo había pasado a un segundo plano y me abalancé sobre su negra figura sin pensarlo dos veces.

Su tacto era gélido, su cuerpo duro como un glaciar. Es difícil de explicar pero, era como si estuviese vacío. No era Bernoz, y no lo sería nunca jamás tal y como lo recordaba. No me sentí reconfortada tras abrazarle, parecía haber abrazado un objeto cualquiera, un trozo de hielo. Me retiré tratando de mirarle a los ojos.

—¿Ber?

Su rostro ahora estaba formado de pequeñas hebras azuladas que unidas formaban el contorno originario de Bernoz. Sentí miedo. Sus labios estaban muertos. Ni siquiera se había inmutado ante mi abrazo. Solo sus ojos guardaban el atisbo de  vida que le diferenciaba de un cadáver congelado. Continuó sumido en un sepulcral silencio, me contemplaba impasible sin articular palabra mientras yo contenía mis lágrimas. Esperé sentimientos, sin embargo, aquella máscara azulada estaba completamente desprovista de ellos. Mis labios trataron de invocar una vez más su nombre, pero el sonido se perdió, quedó congelado y reprimido en mi interior. No tardó en girar sobre sí mismo y darme la espalda. Sus larga capa azabache acariciaba la nieve que decoraba la estepa. Lo observé desaparecer de nuevo entre la negrura, la congoja me hacía sentir una fuerte presión en el pecho que no tardó en convertirse en un llanto desconsolado al que él hizo caso omiso.

Aún estaba secando las frías lágrimas de mi rostro cuando me percaté de que aquel que había guardando mi sueño se encontraba junto al fuego, canturreando en una lengua extraña, de sonidos suaves y armónicos. Fui a refugiarme en el calor de la hoguera, en el tierno ritmo de aquella canción que no entendía pero que aliviaba mi dolor.

—¿De qué habla la canción?— Traté  de volver  tomar las riendas de mi propia conducta. Tomé nieve limpia que había quedado acumulada junto a un roble y la restregué rápido sobre mi rostro.

Felfalas ,que tenía los ojos entrecerrados, se sobresaltó ante el repentino interés de la moza su cantar.

—Es un canto antiguo, a Madre.— El joven cerró de nuevo los ojos y exponiendo las yemas de sus dedos al calor de la hoguera repitió los versos anteriores entre susurros. Su cantó me tranquilizó, tomé asiento junto a él tratando de olvidar lo ocurrido.

"Verdes son tus ojos, dulce tu cantar.

Desdichados son tus hijos

que aún te oyen llorar.

La montaña, los ríos y el ancho mar.

Vasto es tu reino, Madre,

no permitiremos verlo agonizar.

Dame siempre tu mano,

en tu regazo déjame descansar.

No te rindas nunca, Gea,

 pues el ciclo debe continuar."

— No entiendo ni una palabra de lo que dices.— Sonreí de nuevo y le arranqué una réplica a mi acompañante.

A pesar de que mi casa siempre se había encontrado en mis cacerías, los acontecimientos pasados habían aumentado mi deseo de volver a mi hogar, a la peletería de mi padre. Me incorporé y comencé a caminar a paso ligero, mis músculos aún estaban entumecidos y debía ponerlos a punto.

— Él no puede volver a Hendelborg— dijo Felfalas con un tono seguro y tajante.

Me giré automáticamente  y abandoné mi entrenamiento.

—¿Qué?— De nuevo me aproximé a la hoguera, me pareció ver el vértice de una de sus orejas picudas. Definitivamente debía de tratarse de un elfo.

— Ese espíritu no se detendrá hasta que consiga lo que busca. El alma de un guardián descansa en ese tardaitok.

—¡Sabía que no debíamos perturbas a los muertos! ¡Dioses, Ber! — Tomé airé y recobrando mi temperamento le grité al elfo por el significado de sus palabras—. ¿¡Qué demonios es un tardaitok!?

—Vuestro rescate casi me cuesta la vida. Esa gema no debe caer en las manos equivocadas, si no me equivoco, es una leyenda hecha realidad.

Sus palabras me recordaban a las antiguos cuentos que los ancianos de las tabernas contaban a los pequeños, no pude creerlo la primera vez que oí aquella historia. ¿Tardaitok? ¿Un guardián? ¿De qué demonios hablaba aquel elfo?

—¡Pienso llevar a Ber de vuelta a Hendelborg! ¡No me importa lo que me digas orejas picudas!— Me acerqué a menos de un palmo de donde se encontraba y le mostré mi rostro más fiero.

El elfo no se inmutó. Continuó observando mi iracunda conducta con una media sonrisa.

—Tus intenciones son buenas ¿Eres consciente de qué llevándolo de vuelta a Hendelborg pondrás a tu poblado en peligro?

Detuve por un instante el chorro de palabras soeces que se disponían a salir despedidas por mi boca. Recordé el cementerio y se me erizó la piel. No había duda de que aquella gema era especial y aquel elfo había salvado mi vida. Sin tener oportunidad de asimilarlo ahora estaba dentro de un buen marrón.

— Sé quién puede ayudarnos y sé dónde obtener información sobre esa gema que lleva tu amigo sobre su pecho.— El elfo apagó la hoguera y preparó los petates que aún estaban en el suelo.

Parecía seguro de lo que estaba diciendo. Yo no lo estaba en aquel momento, me sentí perdida. Le vi el rostro a la muerte la noche del cementerio y el miedo aún estaba demasiado presente. Ber aún conservaba la gema sobre su pecho, seguía con vida y todo gracias a Felfalas. A pesar de mi impetuosidad, inconscientemente tomé la decisión de escuchar a aquel elfo y acompañar a mi amigo.

—Aún podemos caminar más antes de que oscurezca, aprovecharemos que ya estas consciente y ganaremos tiempo— dijo mientras se preparaba para recorrer el camino que se escondía entre los árboles.

Emprendimos camino. Buscamos a Bernoz mientras avanzábamos adentrándonos en la espesura. Ya casi íbamos a volver tras nuestros pies cuando nos percatamos de que  su negra figura encabezaba la marcha. Nuestro viaje había comenzado.

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