Tus Secretos - No. 2 Saga Tu...

Oleh Virginiasinfin

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Ana ha llegado a la ciudad junto con su mejor amiga y sus hermanos para cambiar, para ser libre, para mejorar... Lebih Banyak

...Introducción...
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...47... Final

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Oleh Virginiasinfin

—Qué cara tan larga —dijo Mateo, sentándose al lado de Fabián en un restaurante bar. El sitio era más bien cómodo para sentarse y conversar, no para sacar la pareja a bailar, y alrededor se escuchaban los diferentes murmullos de las conversaciones de los demás comensales.

—La de siempre —contestó Fabián, saludando a su amigo.

—No, hoy la tienes de verdad larga. ¿Todo anda bien? —Fabián hizo una mueca. Antes, solía estar también Juan José con ellos, y mucho más antes, Miguel Ortiz.

Con el paso del tiempo, habían comprendido que lo de Miguel era inevitable, y para siempre, pues estaba en la cárcel; y poco a poco, también se habían ido acostumbrado a las ausencias de Juan José, que, aunque seguía siendo el mismo de siempre, ahora era un hombre de familia, con una esposa que adoraba, una hija a la que idolatraba, y otro bebé por nacer. Salían de vez en cuando con él, pero ya no era como antes. Ahora sólo estaban Fabián y Mateo, y de alguna manera, ambos habían cambiado; sus costumbres de salir y arrasar con media ciudad, y la mitad de la población femenina casi había desaparecido. Ahora estaban enfrascados en sus trabajos, sus proyectos, o sus familias. Habían madurado.

—Tengo algo que contarte.

—Eso parece serio.

—Tal vez lo sea —sonrió Fabián.

—Dispara—. En el momento, llegó una camarera con la carta de bebidas, pero Mateo pidió de inmediato una cerveza negra.

—Tal vez... —siguió Fabián, como si no les hubiesen interrumpido— tal vez estoy saliendo con Ana, o estoy en una relación con ella —Mateo se echó a reír a la vez que preguntaba:

—¿Qué?

—Lo que te digo...

—No, no, no... —interrumpió Mateo, ya más serio—. Estás diciendo la cosa más incoherente del mundo: ¿"tal vez" estás saliendo con alguien? Se sale o no se sale, estás en una relación o no estás en una relación... Espera... ¿y con Ana? Ana, ¿la Ana de Ángela y Eloísa?

—Sí, esa Ana.

—Te quieres morir, ¿verdad?

—¿Por qué dices eso?

—¡Porque Ana es la niña de los ojos de ese par! Donde le toques un pelo, ¡esas dos van a caer directo a tu yugular como fieras! No son amigas, ¡son una mafia! —Fabián volvió a reír.

—No seas exagerado.

—A ver, explícame, ¿cómo es eso? ¿Y por qué "tal vez", y por qué Ana? ¿Te enamoraste y no me habías contado? —Fabián hizo una mueca antes de contestar.

—Ella me gusta, sí... No sé si decir que estoy enamorado, o no. No lo sé, pero le propuse que saliéramos para averiguarlo, y ella aceptó.

—Ajá... —dijo Mateo mirando a su amigo sin decir nada más por un rato. Fabián se miraba las manos, como esperando a que él agregara algo, diera su opinión, pero Mateo entonces recordó algo que sucedió tiempo atrás con Carlos—. Mierda —dijo entonces. Había estado pendiente de las actitudes de Carlos todo ese tiempo, pero no vio avance en la relación Ana-Carlos, por el contrario, parecía que iba hacia atrás. Pero todavía, de vez en cuando, intuía que los sentimientos del hermano de su amigo no habían cambiado.

—Qué —preguntó Fabián.

—No, nada... ¿Ella te ha hablado de sentimientos?

—Al parecer, son los mismos que los míos.

—Así que están en nada.

—No, de verdad estoy poniendo de mi parte para averiguar qué siento por ella.

—No, Fabián, así no funcionan las cosas —Fabián frunció el ceño mirando a su amigo de toda la vida, Mateo parecía muy pensativo—. El amor es... algo que llega y te aplasta, simplemente. Mira a Juan José.

—Mmm, creí que lo estabas diciendo por experiencia propia, y me asusté —Mateo sonrió mirando a otro lado.

La camarera llegó al instante con la cerveza de Mateo y la puso delante, y en la servilleta que dejó, su número telefónico. Mateo miró a la mujer y le sonrió guardando el número en el bolsillo de su camisa, y volvió a mirar a Fabián, que ni había prestado atención a la situación, tan acostumbrado como estaba a ese tipo de cosas.

—Pero —siguió Fabián, a la vez que se pasaba la mano por la nuca—, ¿no puede ser el amor algo más tranquilo? Algo que se pueda ir construyendo poco a poco...

—No lo creo... O más bien, no me gustaría. Para elegir una mujer con la que he de estar toda la vida, se ponga gorda o no, se enferme o siga sana, tenga cambios de humor, o malas mañas de vez en cuando... tendré que estar muy enamorado para aguantarla, créeme —Fabián volvió a reír.

—A veces olvido que eres un cínico.

—Es mi forma de ver la vida; demasiado realista para el gusto de algunos.

—Sí, sí... ¿Entonces no apruebas mi relación con Ana?

—No se trata de si la apruebo o no.

—Qué bien, porque no te estaba pidiendo tu aprobación, de todos modos —Mateo le echó malos ojos, pero igual, siguió:

—Se trata de que funcione, no importa cómo haya empezado, y avance al otro nivel. Tal vez sí pueda darte un consejo —dijo Mateo mirando a su amigo muy serio—: Si te quedas estancado más de una semana en el mismo punto... es decir, que tus sentimientos no evolucionan, y ves que los de ella tampoco... abandona—. Fabián frunció el ceño y miró su vaso de cerveza.

—Eso es bastante práctico, pero podría equivocarme, ¿no?

—Lo ideal sería que salieras con ella ya estando enamorado, no para averiguarlo. ¿Es que quieres enamorarte? —siguió Mateo—. ¿No estás muy joven para eso?

—A lo mejor no quiero estar solo.

—Elegir a una persona para escapar de la soledad... —Mateo meneó su cabeza haciendo una mueca— No lo veo muy inteligente.

—Gracias.

—Pero sólo es mi cínico punto de vista—. Ambos sonrieron, y Fabián guardó las palabras de su amigo, intuyendo que eran bastante sensatas.


—¡Feliz Navidad! —exclamó Judith cuando Juan José llegó con Carolina en brazos y una muy embarazada Ángela a su lado. Ésta última estaba ya en su séptimo mes, y se le notaba.

—Feliz Navidad —correspondieron ambos, pero Judith se centró en su nieta, a la que tomó en brazos y se dedicó a mimar; siempre que estaba Carolina cerca, era como si el resto del mundo dejase de existir para ella, y los padres ya estaban acostumbrados. Carlos se acercó a ellos sonriendo, besó la mejilla de su cuñada, y palmeó la espalda de su hermano.

—Bienvenidos —les dijo.

—¡Qué hermoso todo! —se admiró Ángela al ver la decoración navideña.

—El crédito es todo de madre. Por favor no le preguntes de dónde trajo nada, se enfrascará en una historia interminable.

—Pues el árbol está precioso —insistió Ángela, y era verdad. Un pino se situaba en uno de los rincones de la sala divinamente adornado. Era tan alto que casi rozaba el techo, y eso que este era tan alto como lo era el segundo nivel de la casa.

Cuando Ángela vio en la sala a Arthur Adams, sonrió. Éste se puso en pie al momento y se encaminó a ella para saludarla.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó Juan José, mirando el saludo de su esposa al rubio con cara de pocos amigos.

—Madre casi enloquece cuando le dije que seríamos once invitados.

—Oh, el problema del número impar —dijo Juan José, haciendo rodar sus ojos en sus cuencas.

—Ah, y cuando le dije que habría niños...

—No me digas, casi muere —sonrió Juan José.

—Así que tuve que ceder y permitir que invitara a Arthur —siguió Carlos, sacudiendo su cabeza, y pasándole a Juan José la primera copa de vino de la noche—. Dijo que él era cercano, no sólo de la empresa, y que tenía la suficiente cultura como para tolerar niños en la misma mesa que él. De cualquier manera, está solo en el país, no pudo viajar para la temporada, ya que estamos hasta arriba de trabajo. Quedamos en que todo absolutamente era mi responsabilidad, lo de los invitados y lo de Arthur y ya está.

—Qué paciencia la que tienes, hombre—. Carlos sonrió negando.

—Madre es fácil de manejar.

—Para ti.

—¡Juan José! —exclamó Arthur, acercándose y saludándolos—. Veo que has hecho bien tu trabajo —dijo, mirando significativamente a Ángela mientras ésta se sentaba en un sillón e intentaba controlar a Carolina, que se había dedicado a correr por el lugar y a mostrar sus dientecitos coqueteando.

—Sí, lo hice —Carlos miró a su hermano sonriendo, sabiendo que entre los dos nunca se habían llevado demasiado bien, sobre todo porque Arthur, otro de los socios de Texticol, no perdía oportunidad para flirtear descaradamente con Ángela.

La campana de llamada sonó, y entró Mateo con una botella de un excelente vino en sus manos, que Carlos recibió agradecido. Este año su padre estaba en algún lugar de Asia, su hermana menor seguía en el extranjero, así que, como siempre, estaba solo en Navidad y se unió a los Soler, también como siempre.

—¿Y Fabián? —preguntó Carlos, extrañado al no verlos juntos, como era costumbre.

—Viene con Ana y sus hermanos —informó Mateo.

—Ah...

—Le he preguntado a Carlos quién es Ana —dijo Judith—, pero por más que intento, ¡no la recuerdo!

—Es mi amiga —respondió Ángela—. Mi muy querida amiga —implícita, había una advertencia. Judith la miró pestañeando un poco, preguntándose el porqué de su tono.

La campana volvió a sonar. Esta vez era Eloísa.

—¡Viniste! —exclamó Ángela extendiendo hacia ella sus brazos reclamando un abrazo, pues ésta había dicho que tal vez lo pasara en Trinidad con sus padres.

—Pues verás, a última hora convencí a mis padres para que tomaran su segunda luna de miel en un crucero y se olvidaran de mí y funcionó —Ángela se echó a reír y recibió el abrazo de su amiga, cuando la tuvo cerca, Eloísa susurró en su oído—: La verdad es que Judith me llamó advirtiéndome que por ningún motivo podía cancelar...

—¡Te creo!

Cuando volvieron a llamar a la puerta, Carlos se puso visiblemente nervioso. Sólo faltaban Ana y su familia. Había estado inquieto por lo que podía suceder; como en el trabajo apenas si se veían, no había problema, no era necesario fingir ante nadie, pero aquí estaba la familia en pleno y era otra cosa. Esperaba que por lo menos pudiesen tratarse con cordialidad.

Efectivamente, instantes después entraron Silvia, Paula y Sebastián, seguidos de Fabián, que tenía puesta su mano en la cintura de una muy hermosa Ana.

—¡Estás preciosa! —exclamó Eloísa, y preciosa era poco. Llevaba puesto un vestido color marfil de una tela vaporosa y con pequeños bordados del mismo tono, era largo, con un buen escote que, en ella, al no tener demasiado busto, se veía decente; el cabello recogido a medio lado le caía en suaves ondas sobre el pecho y su suave maquillaje realzaba su belleza. Carlos intentó no mirarla demasiado, y agradeció que Fabián lo distrajera con su saludo.

—Bien, ¡ya estamos todos! —exclamó Judith. Hoy estaba particularmente feliz, tal vez se debía a que por fin de nuevo se organizaba una fiesta en su casa. Caminó decidida a las cocinas; había contratado un personal de catering ya que eran doce los comensales, había dispuesto la mesa de doce puestos con toda su vajilla y cubertería de plata, y estaba usando sus viejas joyas... se sentía en la gloria.

—Parece que fue acertado celebrar aquí —comentó Juan José, sentándose en el mueble más cercano a Ángela. Carlos sonrió viendo a su madre desaparecer de la sala y encaminarse a la cocina.

—Sí, realmente, hace tiempo que no se celebraba nada en esta casa

—¿Por qué? —preguntó Paula mirándolo fijamente.

—Bueno...

—No seas indiscreta, Paula —la reprendió Ana.

—No, no me molesta contestar —contestó Carlos, mirándola apenas. Se giró a Paula y habló—: Desde que mi padre murió, hace casi diez años, estuvimos en una mala situación económica.

—¿No tenían dinero? —preguntó Sebastián, interesado, y abriendo sus enormes ojos dorados.

—No, no teníamos dinero.

—Pero ahora eres rico —dijo Silvia, alzando una ceja, y Carlos encontró ese gesto tan parecido al de Ana que sonrió.

—Trabajé muy duro.

—Demasiado —murmuró Juan José—, no he visto a nadie trabajar tanto como mi hermano.

—Y nos hizo trabajar duro a nosotros también —intervino Arthur, no queriendo quedarse atrás—. Tampoco creas que todo el mérito es suyo.

—Claro —concedió Carlos—. Tuve un excelente equipo de trabajo, y Arthur está entre ellos.

Sebastián miraba a Carlos en silencio, y Ana notó que en sus ojos ahora había aún más admiración que antes. Carlos se estaba convirtiendo en su héroe. Miró debajo del árbol el regalo que su hermano pequeño le había preparado. Judith había exigido que todos los presentes fueran enviados a su casa con días de antelación para organizarlos bajo el árbol, y había muchos de ellos.

—¿Qué tal si bailamos? —propuso Mateo, subiendo el volumen a la música y ofreciendo su mano a Silvia, que, encantada, la recibió.

Alrededor, empezaron las conversaciones y se organizaron varias parejas de baile. En una mesa había aperitivos, y Ana tuvo cuidado de decirle a sus hermanos que no comieran tanto como para arruinar su apetito antes de la cena; ellos, fiándose de su conocimiento adquirido en clases de etiqueta, le hicieron caso.

Eloísa bailó con Juan José, y luego con Arthur. Conversaban, reían y contaban historias. Ana se asombró cuando vio a Carlos bailar con Silvia, que reía abiertamente por algo que él le decía, y ella también salió a bailar con Fabián. Como siempre, bailar con él era muy fácil.

—¿Bailamos? —le pidió Sebastián a Eloísa, y ésta, incapaz de negarse ante semejante caballero, salió a la mitad de la pista que habían formado en la sala de los Soler tomada de la mano del niño.


Intentaba ignorarla. Hablando con la verdad, Carlos estaba decidido a ignorarla, pero constantemente sus ojos se iban tras ella, pues estaba tan hermosa... y un ramalazo de celos lo azotaba cada vez que la veía sonreír con Fabián. Ya sabía que sólo eran amigos, que siempre lo habían sido, pero no podía evitarlo. Eran los mismos celos que lo habían atacado en la boda de su hermano, cuando la vio sonriéndole tan feliz, como si hubiese descubierto el elixir de la eterna juventud allí mismo.

—Señor —dijo una de las muchachas del servicio, no una de las contratadas por esa noche por Judith, sino una de la casa. Ella le traía un teléfono.

—Leti, ahora no...

—Insiste, señor—. Resignado, Carlos tomó el teléfono. Tenía muchos clientes que se preciaban de llamarlo a las horas más inoportunas. Disculpándose con Juan José, que era con quien conversaba, tomó la llamada y se fue a otra sala donde había menos ruido para hablar.


—¿Está preciosa la noche verdad? —dijo Fabián, asomándose al jardín de Judith, uno del que estaba muy orgullosa. Ana miró en derredor e inhaló profundamente el aroma mientras se arropaba con su chal.

—Sí, se está muy bien.

—Y tú, ¿estás bien? —Ana sonrió.

—Sólo sentí calor allí dentro. A pesar de que sólo somos nosotros, somos un grupo grande.

—Y pronto lo será más. De aquí a unos años, sospecho que Juan José tendrá media docena de hijos —Ana se echó a reír.

—Eres un exagerado—. Fabián se acercó más.

—¿Estás feliz? —ella lo miró fijamente, comprendiendo en cierta manera, lo que esa pregunta encerraba.

—Sí, lo estoy. ¿Y tú?

—Sí, sí... Yo... —ella guardó silencio mientras esperaba que él eligiera las palabras, se le veía confundido, y eso no era natural en él. Fabián siempre parecía muy seguro de sí mismo, siempre sonriente, siempre feliz.

—¿Tú qué?

—Tengo que hacer un experimento.

—¿Sí? ¿Qué clase de experimento?

—Quisiera saber si con un beso puedo ver lo que va a ser de nosotros dos —Ana sonrió.

—Tú lo que quieres es besarme.

—También —admitió él—, pero piénsalo. Tal vez así podamos saber si lo que hay entre nosotros tiene futuro, o si... deberíamos desistir antes de que empecemos a lastimarnos—. Ana pestañeó ante la seriedad de su tono. Ciertamente, ella no quería hacerle daño, lo apreciaba demasiado para eso. Y tal vez él tenía razón; además, quería sacarse de la cabeza el beso de Carlos... un beso que había sido recibido en sueños, no en la realidad. Qué patético de su parte.

Fabián se acercó más a ella, y puso su mano en su cintura.

—Ten en cuenta que voy a poner todo mi empeño en este beso—. Sonrió.

—¿Eso es una amenaza?

—Es una promesa —y al decirlo, la pegó a su cuerpo y la besó.

Carlos, que tenía el teléfono aún en la mano, se quedó petrificado al verlos. Fabián estaba besando a Ana, en la boca, así que no eran simples amigos. Al menos ya no.

Algo doloroso estalló dentro, y lo dejó momentáneamente sin aire. Había estado usando una de las salas cuyo ventanal daba al jardín donde estaban los dos para hablar tranquilamente por teléfono con su cliente, que simplemente lo llamaba para desearle una feliz navidad. Sospechaba que esta sería la peor navidad de su vida.

Incapaz de mirar por más tiempo, dio la media vuelta, dispuesto a irse.

Recordó entonces que hacía un tiempo, por no haberse quedado unos segundos más, Ana sólo lo había escuchado llamarla "india", y nunca se enteró de lo arrepentido que él había estado de eso; así que volvió a girarse, lentamente, esperando, casi deseando, que Ana sacara la mano y lo abofeteara. Pero no fue así. Ella sonreía y apoyaba su mano en la mejilla de él, y volvía a besarlo por su cuenta. Entonces sí tuvo que irse.

Caminó por la casa casi sonámbulo hasta que llegó a la sala donde estaban los demás.

—¿Dónde andabas? —le preguntó Juan José. Carlos lo miró sin verlo.

—¿Eh?

—Te estábamos esperando, ya es la hora de la cena —por el rabillo del ojo vio a Ana y a Fabián entrar juntos desde el jardín. Sintió que volvía a quedarse sin aire. Piensa, ¡piensa! Se reprendió a sí mismo, inhaló profundamente y logró ignorarla mientras sonreía a su hermano y explicaba que había tenido una inoportuna y extensa llamada de un cliente.

—¿Preciso hoy? —se quejó Juan José.

—Sí, es un asco —y al decirlo, miró sin querer a Fabián, pero luego no apartó la mirada.


—Mírala, se durmió —dijo Ana mirando a Carolina con su cabecita apoyada en el regazo de Ángela.

—Sí, tiene esa mala costumbre —sonrió Ángela—, pero su hora de dormir ya pasó, así que es comprensible—. Ana se acercó a ella y la alzó con cuidado de no despertarla.

—¿Qué hacemos con esta cosita?

—Yo... dispuse una habitación para ella —dijo Judith—. Sabía que esto pasaría. Dámela, yo la llevo.

—Deja que Ana la lleve, madre —pidió Juan José—. Si no, se despertará.

—Leti, indícale dónde está la habitación —ordenó Carlos con una voz apagada, y Ana fue detrás. Mientras, todos iban camino a la enorme sala comedor donde los esperaba la también una enorme mesa.

Ana subió al segundo piso de la mansión, y siguió a Leti, que iba delante de ella. Dejó a Carolina acostada en una cuna que parecía un poco anticuada, pero fina.

—Aquí dormían el señor Carlos y el señor Juan José cuando eran bebés —informó la mujer. Ana no tuvo nada que comentar ante eso, pero entonces, al salir, vio entreabierta la puerta de una de las habitaciones, y fue hasta ella como atraída por un imán. Al estar dentro, vio la habitación de su sueño-pesadilla. Los mismos colores, las mismas cortinas, la misma lámpara de noche...

—Esta es la habitación del señor —informó Leti, extrañada por la actitud de Ana.

Ella no dejaba de mirar, con el pecho subiendo y bajando por el ritmo acelerado de su respiración. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Era su sueño igual que el del accidente de Paula? ¿Una especie de visualización en primera persona del futuro? ¿Terminaría ella aquí, feliz y desnuda? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿¡Cuándo!? ¡En este momento lo odiaba, él seguía siendo el Carlos que ella detestaba en el pasado, no había cambiado ni un ápice, y su voluntad seguía siendo la misma!

Que se le hubiese declarado no había cambiado ese hecho, a pesar de que había descubierto que había ayudado a su hermano, o que Ángela le había dicho que el lío con las tiendas Jakob era debido a su forma tan generosa de ser, y tantas otras cosas que mostraban que él realmente no era un monstruo, sólo alguien normal, con virtudes y defectos, y que casualmente había dicho que la amaba...

No quería ser seducida por él, no quería encontrar en él los encantos que la llevaran hasta aquí, hasta su habitación. ¿Dónde estaba acaso su orgullo? ¡Y él todavía no se había disculpado por haberla llamado "india"!

Y tampoco quería darle la oportunidad, si tenía que ser sincera.

Cuando al fin se dio cuenta de que su comportamiento estaba siendo cuanto menos extraño, salió de allí, pálida, negando una y mil veces que eso tuviera algún significado.


En el comedor, su lugar estaba entre Arthur y Mateo, al frente de Silvia. En un extremo de la mesa estaba Carlos, y en el otro, Judith, la mesa y los invitados, estaban distribuidos de tal manera que indicaba que Judith se había dedicado para que todo quedara lo más formal posible. Empezó a sentir nervios. Miró fugazmente a Carlos, y éste también la miró a ella; Ana se preguntaba si todo esto había sido hecho a propósito, para probarla, o tal vez para avergonzarla.

Tuvo que recordar que él había dicho que la amaba; un hombre que ama no pone este tipo de pruebas, pero bueno, ¿qué sabía ella de Carlos y su manera de amar? Sus ojos estuvieron conectados por un momento, y fue él quien primero esquivó la mirada.

Era inevitable, pero ahora que él le había hablado de los sentimientos que decía sentir, todas sus actitudes, por regla, habían cambiado de significado, y eso era difícil, pues constantemente tenía que recordarse que todo lo que él hacía no era con el fin de mortificarla, como estaba acostumbrada a creer.

En el pasado, ella habría interpretado esa mirada como la de un buscapleitos, y cuando la observó a su llegada, ella habría pensado que desaprobaba el vestido que había elegido para esta noche. Ahora imaginaba que, tal vez, si se la había quedado mirando un segundo más, era porque realmente la había encontrado guapa, y el sólo pensar eso era... inquietante. No quería parecerle guapa, de hecho, ni le importaba...

La verdad, es que ya no estaba segura de nada, y eso en cierta forma la molestaba; era más cómodo cuando creía que se odiaban el uno al otro. Ese guion ella se lo sabía de memoria, y se había vuelto fácil de interpretar. Ahora todo era totalmente distinto, y muy seguido, se encontraba haciéndose preguntas acerca de qué pasaría si tan sólo ella...

No, no, y no. Ella no cedería, ni si tenía otro sueño loco y bochornoso como aquél, ni si él volvía a declararse con la misma vehemencia, aunque con mejores palabras. Ni si él le bajaba la luna y las estrellas, que seguramente era capaz de ello, ni si...

—Qué extraño que esta navidad no hayas traído a ninguna rubia que te haga compañía, Carlos —bromeó Eloísa, llevándose a la boca un bocado de la deliciosa ternera que estaba servida en las fuentes en el centro de la mesa. Ana, sin querer, se giró a mirarlo. Él alzó una de las esquinas de su boca en lo que pretendió ser una sonrisa, pero no llegó a sus ojos. Tampoco comía con mucho entusiasmo, notó. Era extraño, al principio de la velada, él parecía el de siempre.

—No. Estoy soltero —contestó Carlos.

—Tengo un hijo muy difícil —se quejó Judith—. Pero bueno, ¿qué mujer podría ser lo suficientemente buena para él? ¡Ni yo he podido encontrarle una candidata aceptable!

—Madre, deja que sea Carlos quien elija —pidió Juan José.

—Si le dejo la tarea a él, ¡se casará cuando tenga cuarenta!

—Tal vez te sorprenda —sonrió Fabián, mirando a su anfitrión—. Tal vez ya eligió, y no ha dicho nada.

—¿Por qué no diría nada? ¡Qué tontería!

—Madre, la ternera está deliciosa —dijo Ángela, cambiando de tema. Había adoptado la forma de su esposo y su cuñado para llamar a Judith.

—¿Cierto que sí? Carlos insistió en que el plato fuerte fuera ternera. Parece que acertó—. Y entonces Ana recordó; el día de la entrevista, él había dado a entender que sabía no sólo cuál era su carne favorita, sino la cantidad que usualmente comía. Ese día, con el plato fuerte y el postre había quedado más que satisfecha, tal como él había predicho.

¿Cuánto tiempo llevaba observándola? ¿Qué más cosas sabía acerca de ella?

Lo miró otra vez; Carlos no levantaba la vista de su plato, y por primera vez en su vida, Ana se puso en su lugar. Si ella estuviera tan enamorada de alguien como él había dicho estarlo, ¿cómo le sentaría que esa misma persona le dijera que la odiaba? Y no sólo eso, sino que ¿ni siendo la última persona en el mundo, le voltearía a mirar?

De repente perdió su apetito.

—¿Estás bien? —le preguntó Mateo, que estaba a su lado.

—Sí, perfecto.

—Oh, cariño, ¿no estás acostumbrada a este tipo de platos? —preguntó Judith, pretendiendo ser solícita. Todos la miraron fijamente, unos sorprendidos, otros, censurándola.

—La ternera está deliciosa —contestó Ana, sonriéndole—, pero lamentablemente, no se compara a las Paupiettes que comí una vez en el Saint Isidro—. Carlos levantó su mirada hacia ella, y la sostuvo allí por un rato. Ella había elevado su copa mientras hablaba, y ahora bebía un sorbo sonriendo, pues había dejado callada a Judith; el Saint Isidro era uno de los mejores restaurantes franceses de la ciudad, y la mayoría allí lo sabía.

Pero no era eso lo que le llamaba la atención; de alguna manera, que ella mencionara esa ocasión en que habían comido juntos era... No sabía qué era, pero le gustó la sensación. Era como si le estuviese enviando un mensaje sólo a él, concluyó.

¿Por qué le hacía esto? Exactamente después de verla besarse con Fabián, uno de los amigos de su hermano, ¿por qué estaba siendo linda? Ana era mala.



N/A: :)

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