Cuentos de Delonna I

By mbelenmcabello

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«Una sombra amenaza con corromper el mundo tal y como lo conocemos; extrañas criaturas emergen de las profund... More

Bienvenid@
Capítulo 1: La Gema Misteriosa
Capítulo 2: El Despertar del Dragón Helado
Capítulo 3: La señora de la llama
Capítulo 5: Partida
Capítulo 6: Brodain
Capítulo 7: Monstruo
Capítulo 8: La búsqueda del guardián despierto
Capítulo 9: Xiafang
Capítulo 10: El Templo de la Luz
Capítulo 11: La ofrenda
Capítulo 12: Revelaciones
Capítulo 13: El ejército de Iluminación
Capítulo 14: El Santuario de Huoyan
Capítulo 15: Lutthellbard
Capítulo 16: La maldición de Icla
Capítulo 17: Testamento
Capítulo 18: La Puerta de Delonna

Capítulo 4: Guardiana

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By mbelenmcabello

Un aire frío recorrió el cuerpo del pobre chico que inmovilizado contemplaba cómo su talismán le era arrebatado, impotente cerró los ojos y esperó el certero pero dulce final que aquella mujer de seguro le daría. Sus dorados ojos le condenaban, le atravesaban y le hacían sentir un mísero gusano más del cementerio. Su belleza era insólita, divina, tan bella como mortal, su propio cuerpo la consideraba una deliciosa combinación para encontrar la muerte. Sus labios perfectamente perfilados eran rojos y carnosos, su tez pálida y suave. Bernoz olvidó que se encontraba en un cementerio, olvidó la gema y perdió por completo la noción del tiempo. Solo estaba ella. No era cruel, era solo fuego. El fuego de una cálida chimenea cuando llega el crudo invierno.

La gema azul brilló en las blancas y finas manos de la mujer que hacía de la llama su único vestido. Al percatarse del extraño brillo sonrió, asió a Bernoz del cuello de su camisa, su delicada mano izquierda ahora lucía tan  mortal como la garra de un ave rapaz. La misteriosa mujer cerró los ojos y volviendo su rostro hacia el firmamento inspiró profundamente. Una intensa vibración envolvió el lugar, las venas en la frente de Bernoz comenzaron a pronunciarse. El chico emitió un grito de dolor que resonó en el cementerio, pequeñas gotas de sangre comenzaron a emerger de entre cada uno de los poros de su piel. Bernoz contrajo su cuerpo y lloró amargamente de dolor, no tardó en estar cubierto en su propia sangre. Su rostro aún infantil y redondeado comenzó a afilarse, el contorno de sus pómulos se pronunciaba cada vez más. El oscuro color de sus ojos se aclaraba, el brillo de la muerte podía vislumbrarse en sus iris, como se aprecia en el ojo de un pez que aún se contrae al ser pescado. Los huesos de su muñeca amenazaban con salir de entre la capa de carne que los recubría, su masa corporal disminuía por momentos conforme aquella mujer inspiraba y se concentraba en extraer lo que parecía la energía vital del pobre chico que desfallecía. Las llamas que rodeaban a la atacante habían cercado por completo a Bernoz, parecían acunarle dulcemente mientras perdía la vida en cada sorbo fatal que ella tomaba de su cuerpo.  En el cementerio ya solo podían oírse los gritos demenciales del chico que se agitaba y convulsionaba con los ojos vacíos. El flujo de energía que se dirigía hacia los rojos labios de ella adquiría una tonalidad verde esmeralda a medida que el chico se debilitaba. Las llamas de sus ojos ardían salvajes e indómitas, encontraba placer en la actividad que estaba llevando a cabo. De seguir así, Bernoz no tardaría en morir. Sus dedos habían comenzado a tornarse azulados, el hálito de la vida comenzaba a abandonarle. Su cuerpo ahora yacía inmóvil, rindiéndose a la muerte que casi le estrechaba entre sus brazos, debilitado, pendía de aquella funesta garra que le impedía reposar sobre el camposanto.

Observando lo ocurrido, se encontraba oculta tras unos nichos de piedra una figura encapuchada que  debatía su intervención en el terrible acto que estaba teniendo lugar. Las dos personas implicadas ya se encontraban envueltas en una extraña cúpula de energía esmeralda que parecía girar y emitir una brisa fría, corrupta y que sumía al cementerio en las más oscuras y siniestras tinieblas. Sin esperar un momento más, cuando la figura de Bernoz ya no reaccionaba, la oscura figura encapuchada se abalanzó introduciéndose dentro del torrente de energía que vibraba alrededor de ellos. Aquella entrada inesperada desestabilizó el siniestro sortilegio que estaba teniendo lugar, Bernoz por fin cayó al suelo inanimado, cubierto de su propia sangre  y escuálido como un cadáver.  Ya era demasiado tarde. En el momento en el que los llameantes ojos de la mujer se encontraron con los gélidos fiordos que el desconocido llevaba impresos en sus iris dejó caer la brillante gema al suelo. La esfera de energía desapareció dando paso a un torrente furioso que devolvió el cuerpo del desconocido al nicho donde se había escondido. Un golpe seco contra la piedra no evitó que se volviera a levantar tras recuperarse. Una capa de pieles oscuras recubría al desconocido, tomó de su cinto dos cuchillos de hoja gruesa y retorcida con empuñadura de marfil. Una carcajada fantasmal fue la reacción de la mujer ardiente ante la tentativa de hacerle frente. El encapuchado corrió hacia su objetivo, firme, con las armas empuñadas y esquivando las tumbas que los separaban. Con confianza asestó la primera puñalada al vientre desnudo de la mujer. El vientre en solo un instante había copiado la consistencia de la llama que lo envolvía, una llama que no abrasaba y que había dejado al atacante sorprendido. Pronto se vio envuelto en un círculo de fuego sin forma alguna que aumentaba su calidez peligrosamente. El encapuchado mantenía la mirada fija en el cadáver de Bernoz. La gema aún brillaba, pero se encontraba al otro lado de la muralla de llamas que ahora ardía con gran intensidad. El brillo de la piedra era celeste, contagiaba al observador de un sentimiento de paz imposible de experimentar en las condiciones en las que ahora se encontraban. Sintiendo el calor de las llamas ya abrasándole, el misterioso encapuchado se deshizo de la capa de pieles que le conferían su anonimato.  La capa cayó al suelo dejando a merced del fuego el cuerpo de una chica de complexión alta y de anchura generosa. Volvió a empuñar sus cuchillos de desollar, el miedo a lo desconocido podía leerse en su rostro bronceado por el sol. Las llamas aumentaban su consistencia aproximándose hacia ella, la chica ya sudaba, sus cabellos rubios ahora húmedos se pegaban a su piel.

—¡¿Quién eres?! —la chica gritó angustiada.

Se volvió tras de sí,  de nuevo giró rápidamente buscando una salida. Se encontraba atrapada.

—¡No buscábamos perturbar a los muertos!—Las lágrimas de la joven se deslizaron por sus mejillas con la visión de su amigo en el suelo.

—¡Lo siento mucho! ¡Por favor! ¡Piedad! ¡Por favor!— Se arrodilló sollozando a la espera de que algún tipo de milagro la salvase de la quema.

— ¡Solo quería ayudarme!— Agachó la cabeza contra el suelo sintiendo el látigo de las llamas amenazantes sobre ella.

—Solo quería ayudarme...

La barrera era demasiado gruesa como para proponerse atravesarla sin calcinarse. Sin salida, permaneció arrodillada a la espera de su final. Los ojos le dolían, no podía ya mirar las llamas directamente, solo podía esperar que todo se tratase de una horrible pesadilla.

—Ber...

Envuelta en las fatales llamas, comenzó a sentir el quemazón en su piel.  Recordó a su padre, recordó a su madre  y recordó a Bernoz.

—Nos veremos amigo, muy pronto...

Las llamas habían cubierto el área donde la chica se encontraba, los graves gritos de dolor de la moza ya habían comenzado a oírse cuando una brisa helada comenzó a congelar las horribles llamas. Era brillante, blanca y parecía provenir de la nada. Entre la escultura cristalizada que habían dejado las llamas, a Elianne le pareció discernir un rostro familiar, sin embargo, el shock del momento le impidió continuar con los ojos abiertos hasta que la mayoría de las flamas se paralizaron. Entre la blanca niebla que ahora rodeaba la zona, una figura cuya piel parecía hecha de diamante caminaba hasta la chica despacio. Estaba desprovisto de cabello y a pesar de no poseer una generosa masa muscular, podía distinguirse claramente que se trataba de una figura masculina. Justo en el pecho, donde empieza la boca del estómago, la gema brillaba intacta, incrustada en la figura cuyo rostro le era extrañamente familiar. Su estatura no superaba la de Elianne y sus ojos oscuros enseguida dieron un vuelvo al corazón de la muchacha.

—¿Bernoz?

La figura que brillaba con el resplandor celeste de la gema continuaba aproximándose. La solidez de su cuerpo le asemejaban más a una obra artificial que a un ser vivo. Todos sus músculos podían apreciarse conforme se acercaba, como finas fibras congeladas se unían conformando la musculatura de un delgado cadáver animado cuyos ojos...Eran los de su amigo. Sus labios se mantenían inmóviles aunque sus ojos tuvieran vida.

—Bernoz, ¿Eres tú?— La chica miró hacia donde se encontraba el cuerpo de su amigo. Ya no se encontraba allí. Tampoco la gema.

Una parte de sí misma estaba aterrorizada ante aquella visión. Un no muerto que parecía haber tomado los ojos de su amigo para sus andanzas. El ser se agachó y contempló a Elianne. La chica se mantuvo estoica decidida a desentrañar el misterio que se encontraba frente a ella. La vida parecía haberle dado otra oportunidad y sabía que era gracias a aquel cadáver cristalino que emitía un frío polar.

Su salvador le tendió una mano a la muchacha que temblorosa aceptó para levantarse. A pesar de su rigidez se adaptaba con facilidad a las posiciones que debiera tomar una persona de carne y hueso. Su textura era fría pero agradable, aterciopelada. Ya de pie recuperó sus cuchillos y llevándoselos al cinto continuó contemplando aquel rostro delgado y consumido, la cáscara vacía que había quedado de su amigo.

—¿Qué eres?

Nerviosa permaneció junto él, no podía explicárselo a sí misma pero tenía la sensación de que su amigo había muerto. Aun así, estaba segura de que una parte de él vivía en aquel ser que se erguía con el brillo de la gema en su pecho. Podía sentirle. Sentía a Bernoz bajo aquella dura capa de hielo transparente y frío.

—Brigg, una sentimental...— El eco de una voz femenina devolvió el estado de tensión a Elianne. Parecía que la noche aún guardaba más pesadillas.

Caminando entre las tumbas del cementerio, una mujer de cabellos rojos trataba de contener una nueva carcajada. Un vestido negro ceñido hacia más notoria  su figura. Sus ojos dorados brillaban como la llama que antes estuvo a punto de acabar con Elianne. Era ella. Susurró unas palabras para sí misma mientras se aproximaba hasta donde se encontraban.

—¡¿Quién es Brigg?! ¡No sé nada! ¡Déjame ir!— A pesar de ser capaz de pelear con un oso mano a mano, la presencia de aquella mujer ahora le helaba la sangre.

—Necesito esa piedra mocosa, esto no va contigo.

En ese momento Elianne pensó en comenzar una huída. Desconfiaba aún de la extraña transformación que había experimentado Bernoz, pero se trataba de él, podía sentirlo. Cogió la fría mano que antes la levantó del suelo y tiró de ella para comenzar a correr como ya lo hicieron cuando un majestuoso dragón les salvó la vida a ambos.

—Tú lo has querido.

La tierra comenzó a temblar bajo sus pies. Ella que antes estaba cruzada de brazos ahora los abría hacia el cielo con una sonrisa en los labios.

— ¡Salid! ¡Salid cáscaras vacías y llenaros de mi energía!

De nuevo aquel resplandor esmeralda comenzó a manar de la punta de sus dedos.  La tierra del cementerio se agitó. De entre las entrañas de la tierra comenzaron a emerger los esqueletos de los antepasados de Hendelborg. Los cuerpos de los familiares a los que sus ciudadanos mostraron respeto justo aquella noche. Sus huesos corruptos por el tiempo chasqueaban de nuevo en movimiento. Al principio inestables, pronto comenzaron la marcha hacia la pareja que no daba crédito a lo que veía. Un grupo de cientos y cientos de almas poseídas por aquella mujer comenzaron a rodearlos. Elianne, arrepentida de no haber comenzado la marcha anteriormente, se apresuró a caminar sobre las lápidas para saltar la valla de madera que le llevaría de vuelta al poblado. Corrió tan rápido como le dieron sus musculosas piernas, algunos huesudos cuerpos aún emergían bloqueándole el paso. Era escalofriante. A diferencia de Bernoz, su respeto por el mundo espiritual era fervoroso, fruto del miedo y de las historias de terror a la luz de una cálida fogata. Sacó sus cuchillos para deshacerse de una mano esquelética que le inmovilizaba la pierna. Un corte rápido y se llevó un brazo hasta el cúbito aún sujeto a su espinilla izquierda. Los tendones secos aún unían las pútridas articulaciones. Sentía como si cientos de personas la miraran a sus espaldas, sentía el peso de sus almas. Jamás había estado tan asustada. Ahora entendía lo que experimentaban las criaturas a las que ella daba caza en la nieve. Un nuevo cadáver viviente se aferró al cuello de la muchacha que emitió un sonoro grito.

—Vamos Brigg, no te empeñes. Abandona las causas imposibles de una vez por todas...No te salieron bien querida— Elianne podía oírla ahora a menos de un metro de distancia.

— Te la daré si la dejas ir

Era su voz. La voz de Bernoz aún vivía tras la fría carcasa en la que ahora habitaba.

—¡Qué bonito!

La figura cristalina se aproximaba hacia donde se encontraba la mujer pálida de cabellos pelirrojos.

—¡ No! ¡Ber! ¡No se la des! — La muchacha ya casi no podía articular palabra mientras lidiaba con un grupo de esqueletos que le impedían cualquier movimiento.

Su amigo había vuelto a la vida gracias a aquella piedra, si se desprendía de ella... No quería ni pensarlo.

—¡ Nooooo! ¡Ber!

Bernoz caminó sin mirar atrás. Caminó hasta aquella mujer que lo contemplaba sonriente. Parecía estar divirtiéndose.

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