El Secreto De Nadie

By MineisMina

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Daniela Calle se da cuenta de que los sentimientos por su novio Sebas no son tan fuertes, cuando acuden a la... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo

Capítulo 18

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By MineisMina

Poché Garzón se había enfrentado a muchas adversidades a lo largo de su carrera. Se había acercado a caballos a los que tenía pánico. Se había lanzado desde lo alto de un edificio para caer sobre una red que no le inspiraba nada de confianza. Había rodado escenas de sexo de mala gana y dado entrevistas que no le apetecía dar. Quienes la conocían, la tenían por una persona valiente, del tipo que no se arruga ante las adversidades. Ella misma se hubiera descrito así, si alguien se lo hubiese preguntado. Al menos, hasta ese momento.

Llevaba tanto tiempo de pie frente a aquel portal que se alegró de haber elegido sus gafas de sol más grandes para que nadie pudiera reconocerla. Cuando ya estaba en el ascensor, pulsó el botón del quinto piso e inhaló aire profundamente, pensando que le ayudaría a tranquilizarse. Pero la gran bocanada solo consiguió marearla y para colmo le seguían temblando las manos. Nunca antes se había sentido tan débil, tan minúscula y miserable.

Recién llegada de su desastrosa luna de miel, a Poché solo le quedaban dos opciones. Podía buscar compañía y airear sus penas con alguien de confianza o directamente huir e intentar resolver sus problemas sola. Pero se sentía tan perdida que estar sola no era una opción, aunque escoger compañía tampoco resultara sencillo.

Había barajado la posibilidad de regresar a casa de su madre, pero Poché no se sentía con fuerzas para explicarle a Marla el verdadero motivo de por qué su matrimonio había sido una pésima idea desde el principio. Su madre la regañaría. Le recordaría que Will no era nadie para empujarla a tomar ese tipo de decisiones y solo después de una larga sucesión de reproches se acercaría a ella, la abrazaría con todas sus fuerzas y empezaría a darle el consuelo que necesitaba.

Marley tampoco era una opción. Se trataba de su mejor amiga, pero tenía demasiada relación con la industria del cine y lo último que necesitaba en esos momentos era tratar con alguien que le recordara las consecuencias que iba a tener todo aquello. Así que Sebas se había convertido en su último recurso. El último, pero también el más necesario.

Poché sabía que tenía pendiente una conversación seria y adulta con él. Una conversación sincera, a corazón abierto, en la que sacaría a la luz partes tan oscuras de su ser que no sabía cómo iba a ser la reacción de su primo. Se lo debía a él y se lo debía a sí misma, pero cada vez que pensaba en ello notaba que el miedo conquistaba hasta su última fibra y se sentía como una frágil hoja arrastrada por una violenta corriente de aire.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, tiró de su pequeña maleta hasta el interior de casa de Sebas mientras él le indicaba que pasara. Acto seguido le abrazó y se sintió tan segura en los brazos de su primo que supo que había tomado la decisión correcta, aunque no fuera capaz de evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas culpables cada vez que pensaba en lo que tenía que decirle.

—Eh, eh, eh, ¿qué son esas lágrimas? —Sebas se sentó a su lado en el sillón y la rodeó con sus brazos.

Poché apretó la cara contra su pecho y comenzó a sollozar. Hacía tanto tiempo que no lloraba que algo dentro de ella se rompió y su cuerpo se estremeció en un estrepitoso llanto. Fue como si las compuertas de su interior se hubieran abierto de golpe y lo que estaba comprimiendo sus entrañas se hubiera liberado de una manera tan virulenta que Poché tardó un buen rato en calmarse.

Sebas sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió, mientras le acariciaba el pelo con la otra mano. Permanecieron varios minutos abrazados, la actriz con la cabeza hundida en su pecho hasta que consiguió calmarse y dejar de llorar. Tras unos largos minutos, Poché por fin se incorporó. Miró a Sebas a los ojos y entonces se dio cuenta de que ya no sentía deseos de seguir llorando, sino unas ganas enormes de liberarse de lo que comprimía su pecho. Una necesidad imperiosa de ser sincera con su mejor amigo.

—Sebas, quiero que sepas que soy una persona horrible.

Él frunció el ceño. No era la primera vez que Poché le hacía una confesión así de dramática. Normalmente, ese tipo de comentario venía acompañado de alguna confesión pequeña y absurda, a la que él siempre restaba importancia, pero esta vez parecía diferente. Sebas pudo ver la desesperación en los ojos de su prima. Estaba más delgada que nunca y sintió ganas de apretarla muy fuerte contra su pecho para defenderla de lo que la estaba perturbando.

—De acuerdo —dijo, acomodándose en el sofá. —Te escucho. ¿Qué ha pasado?

Poché miró el suelo, intentando encontrar las palabras adecuadas. ¿Cómo se contaba algo así? ¿Existía alguna manera fácil de decirlo? Quería pensar que sí, pero la ausencia de vocabulario probaba que no existía ninguna frase mágica para sincerarse.

—No hay una manera fácil de decir esto, así que voy a ir al grano. —Tomó aire y lo expulsó lentamente antes de continuar. —Sebas, me he enamorado.

Las cejas de su primo se curvaron con sorpresa, pero a ese gesto le siguió una sonrisa.

—No, por favor, no sonrías. —Poché esbozó a su vez una débil sonrisa de circunstancia. —Todavía no te he dicho de quién.

— ¡Qué más da! —exclamó él, golpeando sus rodillas con las manos en un gesto de euforia. —Solo dime que no es del idiota de tu marido. En cuyo caso, te pediré disculpas por haberle llamado idiota.

—No es Mario.

Sebas dio una palmada de alegría.

— ¡Lo sabía! ¿Quién es el afortunado? ¿Dónde os conocisteis? ¿Lo sabe ya la tía Marla? ¿Cuándo voy a poder conocerle?

La euforia de su primo complicó más las cosas. Poché echó un vistazo a su maleta, a un escaso metro de ella, preguntándose hasta qué punto iba a necesitarla diez segundos después, cuando le dijera la verdad. La actriz suspiró y agarró a Sebas por las manos en un gesto que no estaba muy segura de si era para tranquilizarle a él o a sí misma. Lo que ocurriera después de aquello le importaba poco. Poché había comprendido que jamás podría ser feliz si no se sinceraba con él. No hubo ni un momento de duda. La voz normalmente baja y ronca de Poché fue más clara y contundente que nunca. Le había costado un matrimonio, pero por fin era capaz de admitir sus sentimientos. Mirándole fijamente, le dijo las cinco palabras más difíciles de pronunciar en toda su vida.

—Sebas, estoy enamorada de Calle.

Poché se esperaba cualquier tipo de reacción. Alegría. Enfado. Rencor. Traición. Melancolía. Cualquiera de ellas habría tenido sentido. Pero Sebas no hizo nada de eso. Su primo se limitó a reclinarse en el asiento, hundiendo más la espalda en los cojines del sofá y dejando caer la cabeza hacia atrás. Entonces miró al techo y, suspirando hondo, dijo:

—Ya lo sabía.

— ¿Lo sabías?

—Bueno, no, pero me lo imaginaba.

— ¿Y no estás enfadado? —se sorprendió Poché, intentando captar su mirada.

— ¿Enfadado? No. Como te he dicho, no me coge de sorpresa —dijo Sebas, dejándole con la boca abierta. —Vamos, no me mires así. Aunque no lo parezca, yo también tengo ojos.

Poché se ruborizó visiblemente. Se llevó una mano a las mejillas para rebajar la temperatura.

— ¿Tanto se me notaba?

—Quizá para alguien que no te conozca, no. Pero todas esas veces en las que parecíais enfadadas la una con la otra... Era un poco raro, Poché. Estaba claro que pasaba algo.

— ¿Y por qué no me lo dijiste?

Sebas encogió de hombros.

—Porque no estaba seguro y tampoco habríamos ganado nada con ello. ¿Se lo has dicho a Mario? —Sus ojos se iluminaron y una traviesa sonrisa se dibujó en su rostro. —Oh, Dios... habría pagado por verle la cara.

—No seas malo —protestó Poché, lanzándole un cojín. —Y no, no se lo he dicho. Tú tampoco se lo hubieras dicho si vieras cómo se puso cuando le dije que quería romper. ¡Estaba histérico!

— ¿Por qué esto tampoco me sorprende? —replicó Sebas, rodando los ojos con desesperación. —¿Y Calle?

— ¿Qué pasa con ella?

— ¿Se lo has dicho? Que la quieres.

—No —se lamentó Poché. —La cagué y no creo que quiera saber nada de mí. —Cabeceó, desconcertada. —¿En serio no estás enfadado? Te lo estás tomando tan bien que me asusta.

—Poché... —Sebas se levantó y fue hasta la cocina a servirse un vaso de agua. —Ya sabes que Calle me gustaba muchísimo. Y de veras hubo un momento en el que creí que podría ser la adecuada. Pero solo llevábamos un mes juntos. No es la muerte de nadie. De hecho, me alegro de que te hayas decidido por fin a ser sincera contigo misma. Ya iba siendo hora —comentó, ruborizándola de nuevo.

Poché miró al suelo, comprendiendo lo estúpida que había sido. Todos esos años se había negado a sí misma sus verdaderos sentimientos. ¿Y todo para qué? Para nada. Ahora estaba en el mismo punto que antes, pero con el agravante de que había hecho daño a una persona que le importaba.

— ¿Y qué piensas hacer? —escuchó que le decía Sebas, como si hubiera leído sus pensamientos en ese momento. —¿Vas a llamarla?

—No, pero había pensado en algo. Si no te enfadabas mucho, quería pedirte ayuda para llevarlo a cabo.

Estas palabras lograron captar la atención de su primo, que sonrió de manera conspiratoria. Sebas se acercó al sillón, se sentó de nuevo a su lado y le dijo:

—Habla. Te escucho

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