Suspiros Robados (Libro 1) [D...

By AnnRodd

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Todos tenemos una prueba que cumplir. El primer paso es descubrirla. Serena creyó que había perdido todo, per... More

Nota de autor - ¡Información importante!
Prefacio
1. Lo que fue de mi
2. El instinto es más fuerte
3. La friki en el camino
4. ¡Sí, señora!
5. Mentalizarse
6. Sangre y pánico
7. En su sitio
8. Casualidad
9. Las conjeturas
10. Infamias
11. Trampa
12. Millones de dudas
13. Dejando los miedos atrás
14. Guerra
15. Todo fue historia
16. La terapia no es tan mala
17. Restos del pasado
18. Cosas que marcan
19. Nombres que anotar
20. Halloween
21. Las diez
22. Desaparición
23. Las verdades de Nora
25. Miedos e ilusiones
26. Luna Mora
27. Círculo de sangre
28. La verdad
29. La familia es el pilar
30. Verdades absolutas
31. El encuentro
32. Planes
33. Amarres
34. Invocación
35. La casa de la bruja
36. El robo
37. La última noche
38. La muerte
39. Juntos
Segunda parte: SUEÑOS ENTERRADOS
¡Suspiros robados en físico!

24. La fiesta

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By AnnRodd

La fiesta

Caminamos durante un largo rato esa noche y cuando Luca no podía más, insté en volver a casa. No pudimos encontrar Penélope.

Llegué a mi cama con un nudo en el pecho y no pude dormir. Tenía mil cosas en la cabeza y todas juntas me atacaban cada vez que intentaba dejar la cabeza en blanco. Todo lo que había dicho Nora sobre mí, el destino de las demás chicas, el paradero de Penélope, mi prenda, no me iban a dejar en paz ni esa noche ni ninguna otra y me dije que tendría que aprender a lidiar con eso y pensar en soluciones.

Sin embargo, la noche siguiente salí sola a buscar a Penélope por la ciudad y terminé deambulando con muchísimas ganas de llorar. Sabía que ella no podía estar ya viva.

No me vi con Luca por el resto del fin de semana, porque no quería sacar el tema otra vez, y el lunes fui a la escuela algo cansada. Nora no se acercó a mi para nada, pero la capté observando a Luca con una mirada algo triste y molesta y me dieron ganas de ir a golpearla para que dejara de andar poniendo sus ojos sobre mi hombre, pero eso era echar leña al fuego. Además, en la escuela todos estaban preocupados y asustados porque nadie sabía dónde estaba nuestra compañera de clases.

Luca se acercó a mi en uno de los recreos, delante de Edén, que disimuló muy bien la sorpresa, y me preguntó escuetamente como estaba.

—Un poco cansada —musité, sin mirar a Edén, a propósito, que nos vigilaba de reojo—. ¿Y tú?

—Nora intentó hablar conmigo —dijo, de mala gana, también haciendo como si Edén no estuviera ahí—. No quise contestarle —añadió, cuando puse mala cara—. Todo va a estar bien, Penélope va a aparecer —Me palmeó el hombro y saludó a Edén con un gesto—. Nos vemos, chicas.

Cuando se alejó, pude ver a Caroline observándonos con la boca abierta del otro lado del patio de recreos. Antes que ella pudiera recorrer los cincuenta metros que nos separaban, Edén me agarró el brazo y me empezó a arrastrar a las escaleras para ir al baño.

—Tenemos que hablar —me dijo y la verdad es que solo agradecí que lo hiciera para alejarme de Caroline. La seguí hasta el baño y me obligó a meterme en un cubículo con ella. Allí apretujadas, me puso ambas manos en los hombros—. ¿Qué está pasando?

—¿Por qué estamos las dos aquí adentro? —susurré.

—Porque no quiero que escapes —contestó, poniéndose contra la puerta y obligándome a ponerme contra el retrete—. Sé que puedes escapar rápido.

—¿Y qué quiere saber?

Poniendo cada una de las manos en las paredes de cerámica de los cubículos, Edén arqueó una ceja.

—De Luca —dijo, bajando la voz cuando escuchamos que entraban chicas de otros grados—. Habla.

—No hay mucho que decir —dije, haciéndome la tonta—. Hablamos un poco por chat, como ya te dije a tí y a Caroline en la fiesta de Silvana —le recordé, pero Edén arqueó ambas cejas esta vez. Ella sabía que había más entre nosotros—.   Ayer le dije que estaba preocupada por Penélope. Le dije que estaba muy asustada por lo que me pasó a mí y se ve que logré hacer que se interesara un poco... Después de todo, él me ayudó la otra vez que me desmayé.

Edén apretó los labios y continuó con las cejas arqueadas, como si estuviese analizando mi expresión, buscando la mentira o la duda en mi discurso, pero me había salido tan directo y tan poco forzado que no pudo dudar de mi, al final.

—Demonios, Serena, ¿y me tengo que enterar así de que hablaste muuucho más con él?

—No te lo dije porque Caroline se va a poner como loca. Nunca estamos nosotras dos solas —mentí, otra vez—. Y prepárate para cuando salgamos de aquí.

Alguien empezó a golpear la puerta, pidiendo que saliéramos de una vez porque querían orinar, así que Edén bufó, abrió la puerta y salió. La seguí y casi me llevo puesta a Nora, que retrocedió abruptamente.

—Ups —dije, por inercia, antes de darme cuenta del todo que era ella—. Ah, eres tú —contesté.

Nora casi que me enseñó los dientes.

—Monstruo —saludó.

—Friki —contesté y pasé de ella, mirando a Edén que me esperaba en la puerta, con los ojos como platos. Las demás chicas que estaban en el baño estaban mudas. Seguí con lo mío y no volteé a ver a Nora ni una sola vez, pero cuando salimos del baño, Edén me dijo que ella pateó el suelo. Al parecer, el "friki" le había dolido más de lo que "monstruo" podría dolerme a mí.

Bajamos las escaleras solo para encontrarnos con Caroline y fingí que me sentía mal para que no me atormentara. En eso, Edén sí que no me creyó, pero se calló la boca y respetó mi decisión de huir de todo ese desmadre.

Las clases terminaron con una sensación de pesadumbre en todo el alumnado y apenas salí de la escuela me llegó un mensaje de audio de Luca.

—«¿Puedo ir a tu casa a la tarde? Se me ocurrió algo que podría funcionar para saber más de todo esto».

—Claro que sí —le contesté, mientras caminaba en dirección a casa.

Al llegar, le avisé a mamá que Luca vendría a hacer tarea y le rogué que por favor no hiciera preguntas extrañas delante suyo. Ella me sonrió con complicidad y dijo que tenía una reunión de trabajo y que nos iba a dejar solos, pero que mejor que nos comportáramos.

Puse los ojos en blanco y marché a mi habitación para quitarme el uniforme. Revisé mi tatuaje, por las dudas, porque hacia como diez días que no recibía buenas dosis de energía y me dije que tendría que besar un poco a Luc esa tarde.

Él llegó pasadas las cuatro y trajo un poco de budín casero que su mamá insistió que me convidara. Por suerte, mamá ya no estaba a esa hora y no nos hizo pasar vergüenza a ninguno de los dos.

—Ella quiere saber cómo estás —me dijo, sentándose en la mesa del comedor—. Le conté que... que bueno, tuviste una experiencia un poco traumática. Espero no te moleste.

A esa altura, todo el mundo sabía de mi experiencia traumática. Que lo supiera su mamá no me parecía malo. Tomé un poco de su budín y negué.

—Está bien. Ya lo sabe medio colegio —le recordé—. Si hasta se alegraban de lo que viví.

—Son unos idiotas —me contestó, comiendo budín también—. ¿Cómo estás de la herida?

—Por ahora está bien —respondí, mirándome el pecho a través de mi musculosa. En esos días, los primeros de calorcito de noviembre, me preocupaba un poco andar ligera de ropa delante de mamá. Si veía mi tatuaje iba a estar en problemas—. Ya sabes que el sexo me deja bien por más de una semana —dije, guiñándole un ojo. Me sonrió apenas y me di cuenta de que estaba pensando más bien en otra cosa—. ¿Qué querías decirme?

Luca se enderezó en la silla.

—Estuve pensando en todo lo que sabe Nora de ti, de lo que eres, de... estos "seres", como lo llama ella. Pero aún así no sabemos qué eres, qué va a pasar contigo, aunque resuelvas la prenda. Tenemos qué saber qué sucede y Nora no es ninguna opción.

—Por supuesto que no —dije, enervándome—. Ni muerta.

Él no me sonrió ni un poco. El ni muerta podía aplicar y a ninguno le hacía gracia.

—La Muerte, justamente, es quien te dio esta oportunidad. Entonces debe saber.

Me incliné hacia delante y apoyé los codos en la mesa. Si seguía su hilo, me parecía entender por dónde quería ir, pero de igual manera creía que era imposible.

—Sí, ¿y dónde encontramos a la Muerte? —le pregunté—. ¿No hablamos de esto ya?

Luca hizo una mueca y se encogió de hombros.

—Sí, y como antes, definimos que era mejor que preguntarle a Nora. Debe de existir algún modo de contactar a la Muerte, Serena.

Suspiré, con pena. Yo ya había tenido tiempo para considerar ese tema días atrás, cuando Cassandra nos habló el día de la fiesta de Halloween y la verdad era que descartar hablar de vuelta con la muerte frustraba mucho, pero me parecía lo más lógico y además seguro.

—Sí, cuando estés muerto. Por algo es la muerte, Luc —le recordé—. Solamente aparece cuando vas a morir. No puedes verla antes.

—¿Cómo estás tan segura?

—Porque solo la vi cuando me morí —dije, con elocuencia, poniéndome de pie—. Sí, ella seguro lo sabe todo, pero no podemos encontrarla. Creo que sería más factible hablar con un muerto, propiamente dicho, como Cassandra.

Fui a buscar un poco de agua a la heladera, mientras él seguía pensando y cavilando sobre nuestras posibilidades y qué deberíamos hacer con los muertos y con los vivos. Mientras tanto, yo tenía mis propias ideas.

—Bueno, quizás Cassandra si pueda decirnos algo esta vez —dijo, cuando le serví un vaso de agua fría—. La otra vez quería hablar contigo. Te buscaba a ti.

—Sí —dije, arrastrando la palabra. La ouija no me gustaba, pero tocar mi bota tampoco y estaba a punto de proponerle que me acompañara el fin de semana a hacerlo—. Es una opción —añadí, resignada—. La otra opción es volver a donde me mató a buscar más pistas. Penélope sigue desaparecida y necesitamos encontrarla. Quizás me de alguna pauta de mi asesino.

Se quedó un largo minuto observándome en silencio. Finalmente, después de que me metiera medio budín en la boca, carraspeó.

—¿Estás segura?

—Sí —dije, con la boca llena, apoyando la mejilla en mi mano—. No me gusta para nada la idea, pero encontrar a esa chica es más importante. No puedo pensar solamente en mi en estas circunstancias.

Él estiró su mano y tomó la mía, la que estaba libre. Me la apretó con fuerza y asintió.

—El viernes —me dijo.

Le sonreí con esfuerzo, más que nada por él y no por lo que íbamos a hacer.

—El viernes —repetí, estando de acuerdo.

Caminamos por el descampado casi a oscuras. Yo no tenía problemas para ver en la oscuridad, pero Luca estaba utilizando la linterna de su teléfono para no tropezarse con ningún cascote o arbusto.

El sitio que había sido la cuna de nuestra muerte, la de Cassandra y mía, ya no tenía custodia policía. Ya no había nada que buscar o cuidar allí; solo quedaban los restos de los gritos en el silencio, cosas que solamente yo podía oír.

—Creo que es por aquí —le dije, haciendo memoria. Más allá, llegando casi a la otra calle, quedaban algunos restos de cinta policial.

Yo había preferido seguir el camino que había seguido la otra vez, entrando por la otra punta del descampado, porque me pareció que podría hallar mejor mi escena de muerte. Y así fue, porque un par de pasos después, encontré mi bota en el suelo.

Luca se detuvo detrás de mí.

—¿Estás segura? —me dijo, al igual que el lunes en mi casa.

—Ya estamos aquí, ¿o no? —murmuré, agachándome—. Por favor, toma mi mano mientras lo hago. Por momentos no puedo distinguir qué es memoria y qué es realidad.

No solo tomó mi mano, si no que se agachó a mi lado y me abrazó. Cerré los ojos, concentrándome en su tacto lo más posible, en su energía vibrante y poderosa que todos los días me mantenía con vida. Estiré la mano y tomé mi bota.

El cuero del calzado me disparó un mar de sensaciones familiares. No solo porque las recordaba del día de mi muerte, sino porque las recordaba de la última vez que la había tocado. Pude oír mis gritos, el jadeo de mi asesino tratando de inmovilizarme, sentí mis ganas de pelear, mi miedo y cuánto deseé que alguien me escuchara.

Vi su rostro con claridad otra vez y cuando supe que lo que estaba por venir era el cuchillo en mi pecho, apreté los parpados y me forcé a continuar. Necesitaba saber más que solo eso.

Luego lo sentí, en carne propia, el filo que quemaba entre mis costillas, que tiraba de mí en esa memoria turbulenta y espantosa. Luca, en la realidad, me apretó con fuerza y me recordé que todo eso ya había pasado y que yo era más fuerte. Podía superarlo.

Me pareció ser consciente de cómo me ahogaba con mi sangre, algo que hasta entonces no había podido recordar; de cómo un sonido ronco se escapaba de mi garganta, parecido al que solté cuando reviví. Y luego, en aquel lapso de lo que yo creí que había sido una apagada mental, en la que no recordaba nada hasta que fui consciente de que realmente estaba atrapada en mi cuerpo, vi a mi asesino retirar el cuchillo, limpiarlo en un trapo que sacó de un bolsillo y guardarse el puñal en la cintura del pantalón, como si nada.

Me echó una leve mirada sin un sentimiento alguno. No sentía culpa, no le causaba remordimiento lo que acababa de hacer. Fue como hacer un trámite, un papeleo, y eso me indignó y me enfureció mucho más con él.

Entonces, sacó un papel del bolsillo de su chaqueta de mezclilla gastada y escribió algo con un bolígrafo. Guardó esa nota en el mismo lugar, con el pañuelo lleno de mi sangre, sin asco. Luego, se puso de pie, se sacudió un poco la tierra, se alineó la ropa, y se encogió de hombros cuando notó algunas manchas rojas encima suyo.

Se marchó de allí, como si nada, y yo solté mi bota. Mi energía vital atada a ese objeto se acabó en ese instante. Ya no había más, pues yo estaba verdaderamente muerta para cuando él me dejó. No podía quedar más del espanto porque mi vida había terminado y ya no podía infundir más en ese objeto.

Sin embargo, cuando jadeando me dejé caer en el suelo, contra el pecho de Luca, me pregunté cómo había sido capaz de ver incluso cuando él anotó el papel. ¿Qué tanto quedaba de mi corazón o mi cerebro funcionando en aquel momento? Podía ser que todavía perdurara alguna reacción neuronal involuntaria, pero para aquel entonces sí que yo ya no estaba viva.

—¿Estás bien? —me urgió Luca, preocupado, en mi oído—. ¿Serena, me oyes?

Moví la cabeza afirmativamente, me sentía agotada. Me dolía el pecho como si me hubiese apuñalado otra vez de verdad. Estaba mareada y tenía una puntada en la cabeza; fui consciente de todo eso apenas abandoné mis recuerdos.

—Salgamos de aquí —pedí, con la voz echa una pasta—. Por favor.

Me ayudó a ponerme de pie y pasamos por entre las cintas policiales hasta la calle y de ahí hasta el paredón de unas de las fábricas. Me apoyé en una pared y traté de respirar profunda y pausadamente.

—Necesitas energía —me dijo, dándome la mano. No estábamos de ánimos para besos fogosos, la verdad; con eso tenía que bastar.

—El muy hijo de puta ni siquiera tuvo remordimiento —susurré, entonces, absorbiendo sin dudarlo dos veces de su energía vital. Luca frunció el ceño—. Sí, era obvio, pero... pero pensé... No sé qué pensé.

—¿Qué viste?

—Cómo fue todo hasta que mi cuerpo... realmente murió —dije, inspirando—. Unos segundos más después de la puñalada. Me mató y luego... anotó algo... en un papel —añadí, sentándome en el suelo. Luca me acompañó y me frotó la espalda, notando cuando agotada estaba—. Él sí hace una lista, Luc. Estoy segura.

Él asintió.

—Todos los nombres que dijo Cassandra.

—Yo los anoté. Comprobé que al menos una de las chicas fue encontrada muerta y otra está desaparecida. De las demás no encontré nada —añadí, con un poco más de compostura. Después de todo, hacia dos semanas que no teníamos sexo y que encima no me había dado tantos besos. Con esa bota del demonio, estaba llegando a mi límite—. Conmigo somos diez.

Era lo único que sabíamos, en realidad. No había podido sacar más información de él en esos pocos segundos. La ropa que vestía era muy común, el cuchillo era más corto de lo que yo había pensado y apenas si llegué a apreciarlo un poco más. Pero nada de eso nos llevaba a Penélope.

—Es todo lo que tenemos, ¿no?

—Una de las chicas despareció hace poco —contesté—. Bueno, dos meses, en el sur del país. Mientras yo aquí lo buscaba, él estaba matando a otras. Luego volvió y mató a Teresa y a Cassandra, ahora tiene a Penélope.

—Y con ella serían once —contestó Luca, llevándose la mano con la que me había frotado la espalda al mentón—. Pero tiene que haber un patrón más que solo el aspecto físico, ¿o sí?

Negué, sin saber qué decir. Todavía me dolía la cabeza y lo único que quería era tumbarme en una cama hasta la mañana siguiente.

Pasamos un buen rato ahí hasta que un auto con ocupantes un poco sospechosos, que pasaron dos veces por delante nuestro, nos alertó y preferimos irnos. Caminamos rápido por Hochtown hasta una parada de buses y allí me abracé a Luca hasta que llegó el micro. Viajamos a casa en silencio, sin decir mucho. Estábamos los dos cansados, después de todo. No era solo algo físico, era mental.

—Mañana es la fiesta sorpresa de Edén —le dije, girando la cabeza que tenía apoyada en su hombro—. ¿Quieres venir?

—Caroline ya me invitó —contestó—. Es más rápida que tú.

Bufé y luego bostecé.

—No es tonta.

—Para nada —concordó.

Y al día siguiente tendría que soportarla. Una cosa más que agregar a todas mis preocupaciones, pero, sin dudas, la menos terrible de todas.

La fiesta de Edén no resultó ser tan sorpresa como Caroline y yo quisimos, pues al parecer alguien le pasó el chisme y cuando Cinthia la trajo a su casa después de un paseo excusa, ella sabía todo, hasta la temática de la fiesta.

Sin embargo, estaba feliz y todos nos divertimos un buen rato con nuestros collares de flores de papel, tragos armados dentro de cocos y piñas coladas sin alcohol que la mamá de Edén había preparado. Además, su hermano había puesto una decoración con hojas de palmera muy genial en las paredes del jardín.

Y, por suerte, Caroline había estado tan ocupada con la organización que no se le ocurrió preguntarme por Luca ni bien él llegó al cumpleaños.

—¡Felices dieciocho! —gritamos todos, pasadas las doce de la noche, al soplar las velas.

Entre el pastel, las flores de azúcar y la música fuerte, mi amiga Caro se olvidó de todo y Edén vino a abrazarme.

—¡Gracias por todo esto! Con todo lo que ha pasado últimamente, no puedo creer que hayas dedicado tanto tiempo en mí —me dijo.

Le devolví el abrazo y esbocé una sonrisa de disculpa.

—Es lo menos que puedo hacer después de haber sido la peor amiga de todo el mundo este año —le dije, mientras nos apartaba un poco de nuestros amigos—. Oye, Edén, en serio lo siento. Tu eres muy comprensiva conmigo y aún así no he sido del todo sincera contigo, con lo que me pasó.

Edén cambió su expresión, por una que rozaba el cariño y la pena.

—Serena, yo sé que has pasado tiempos difíciles —me dijo—. Y que me dirás las cosas cuando puedas. No te culpo por haber callado antes ni por callar ahora.

Bajé la mirada y apreté los labios.

—Ya no soy la misma de antes, sabes —murmuré—. Muchas cosas cambiaron en mí e intenté alejarlas para que no se vieran afectadas por mis problemas. En serio lo siento mucho. Y te lo digo a ti porque sé que Cinthia vive en un mundo donde Alan es la máxima prioridad y Caroline cambia de objetivo de atención cada cinco segundos. Te lo digo a ti porque has intentado acercarte a mí y te rechacé muchas veces.

Mi amiga me miró, en silencio, tal y como la otra vez en el baño, analizándome. Me quedé esperando una respuesta que tardó en llegar. Al final, ella suspiró, me tomó del brazo y me alejó un poco más de la fiesta, hacia un rincón del jardín que estaba lleno de rosales pinchudos.

—Yo sé que no eres la misma de antes y tampoco puedo juzgar eso —contestó—. Las cosas difíciles pueden cambiarnos mucho y no importa qué tanto cambies, si tienes que ocultarme cosas porque crees que es lo mejor para mí o si tienes que mentirle a todo el mundo y no mostrar lo que realmente eres ahora. Yo siempre voy a ser tu amiga y haré lo posible por ayudarte, ¿entiendes? Porque eso espero de ti y de Caroline y Cinthia cuando las necesite. Aún cuando no me digas la verdad, Serena, aún cuando sigas mintiendo —añadió y su penetrante mirada gris me hizo sentir que ella sabía mucho más de mí. Conté con la mente, entonces, todos los momentos en los que había dejado ver a Edén que no era muy normal y humana que digamos—. Cuando puedas decirme toda la verdad, estaré ahí.

Se acercó para darme un abrazo fuerte, mientras yo mediaba entre la angustia de que realmente ella supiera algo de mí y el cariño atroz que sentía por mi amiga. Cuando Edén me soltó y me dio un beso en la mejilla y me dejó sola junto a los rosales, creí que iba a caerme sobre ellos de la impresión.

—Mierda, mierda, mierda, mierdaaaaa —gemí, dando vueltas en mi lugar cuando me pareció que nadie me estaba prestando atención.

Estaba jodida.

¡Nuevo capítulo! Muchas gracias a todos por acompañar esta historia.

¿Vamos con las preguntas de siempre?:

¿Siguen teniendo dudas de Luca ahora que quedó claro que Serena no conoce a su asesino?
¿Qué piensan que el asesino anotó en ese papel después de matarla? Como ya ven, finalmente sabemos que no la violó.
Y por último, ¿qué podría saber Edén de Serena? ¿Ha sido tan observadora como para darse cuenta de que no es una humana normal?

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