Susurros [DISPONIBLE EN AMAZO...

נכתב על ידי Ginnylight

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Sus bocas se rozan y sienten como el fuego de la pasión las envuelve mientras luchan contra sus fantasmas. ✨... עוד

Nota importante
Sobre la publicación
🔥 Susurros 🔥
🔥Aviso🔥
🔥Prólogo: El color del fuego🔥
🔥Capítulo II: La joven Lovelace🔥
🔥Capítulo III: Cristales rotos🔥

🔥Capítulo I: Ojos amatista🔥

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נכתב על ידי Ginnylight

Polvo, lo único que levantaba el viento era polvo. Las botas de Taylor pesadas y negras estaban cubiertas de tierra al igual que su vestido de luto. Pasado de moda, con un corpiño apretado que no la dejaba respirar, oprimiendo el pecho hasta provocando que tuviera que boquear buscando aire entre sus lágrimas. Su pelo rubio estaba recogido e invisible para todos debajo del sombrero de ala ancha con una pluma de faisán que lo coronaba. Un ligero velo negro cubría su cara. Lágrimas de dolor cubrían su delicada piel. Deslizó su pañuelo de seda negra debajo de la tela y se secó la cara con cuidado. Sus ojos azulados con un halo cerca de la pupila de color lila miraban sin ver al horizonte.

A lo lejos se vislumbraba unas manchas oscuras, los portadores del féretro. Al verlos oprimió un sollozo. Quería ser fuerte, aunque empezaba a molestarle los músculos por estar tanto tiempo de pie. El frío de otoño comenzaba a hacer estragos en su salud, como cada año.

Taylor siempre había estado delicada, su madre se ocupaba de su bienestar y de cuando sufría sus recaídas. Ahora que ya no estaba no sabía quién podría ayudarla. Agarró el pañuelo entre las manos y lo estiró, oprimiendo así la sensación de desasosiego que azotaba su corazón.

Los hombres estaban acercándose, cuando estuvieron cerca los otros miembros de la casa dejaron el féretro en la tumba que habían creado en el jardín trasero de la mansión. El cura de Emberville carraspeó para empezar con el rito de sepultura. No podía apartar la mirada del ataúd de caoba que llevaba el cuerpo de su difunta madre, más lágrimas frías se deslizaron por sus mejillas. Ronalee, su ama de llaves, la acunó en su pecho mientras sostenía su mano con la suya de dedos cálidos y piel de ébano. Las palabras del cura se las llevaba el viento y no les prestaba atención, solo lloraba mientras se sentía cada vez más sola.

Su padre había muerto cuando ella tenía cuatro años, en un viaje al viejo continente. El barco fue azotado por el mar y el viento, se hundió con él y toda su tripulación. A veces incluso soñaba con la despedida de su padre y el ataúd lleno de piedras que simulaban su cuerpo, que ahora, reposaba cerca de su madre.

El párroco seguía recitando todas aquellas palabras banales para ellas, los criados de la casa contestaban al hombre, pero ella no tenía fuerzas para todo aquello. El débil sol de la estación de la caída de las hojas le daba en su cara haciendo que se reflejara más el velo negro que la cubría.

A Taylor le empezaban a temblar las piernas, se agarró fuertemente a Ronalee. No quería volver dentro de la casa y perderse la despedida de su madre, pero ya no podía más dado que el pesado ropaje y el corpiño se estaban llevando toda su energía.

─Señorita, ¿se encuentra bien ? ¿Quiere volver a casa? ─ dijo Ronalee sujetando a Taylor.

─Estoy cansada, pero no voy a volver a dentro. No puedo perderme el último adiós a mi madre.

─Como guste, señorita ─la criada la miró con un profundo pesar.

Ronalee hizo un gesto a Roxanne con la cabeza, que era una de las criadas y esta se fue a la mansión, al cabo de unos minutos volvió con una silla. Taylor se sentó en ella y le dio las gracias a la joven que se retiró y volvió a la fila de los criados que estaban para despedirse de su señora.

La muchacha recuperó un poco el aliento y pudo calmar el dolor de sus extremidades. Le estaba costando mucho todo aquello, pero no iba a rendirse, no ahora al final. Pasó sus ojos lacrimosos por todos los presentes, las criadas lloraban silenciosamente, el antiguo jardinero y su hijo también mostraban su dolor reflejado en sus mejillas. Para su madre todas aquellas personas habían sido parte de la familia y ella debía de continuar ahora todo aquello.

No sabía que debía de hacer, se sentía perdida. Nunca había sido de dar órdenes, se había pasado muchas semanas en la cama y la habían cuidado y jamás había mandado a ninguno de ellos. Se preguntaba como ahora sería capaz de llevar la casa y a todas las personas que trabajan en ellas, sin olvidar nunca el negocio familiar. Las fábricas de tela de su familia que abastecían a todo el pueblo y muchos pueblos de alrededor. Su madre se había encargado de ello una vez que su padre había fallecido. Sabía diferenciar todas las clases de tela y para ella todas eran semejantes.

Todos estos pensamientos atormentaban a Taylor mientras el cura terminaba sus últimas palabras. Cuando acabó la chica se levantó, se agachó con todo su pesar y agarró un trozo de tierra para soltarlo encima del féretro, vio como toda la tierra desaparecía de su mano. Cayendo lentamente sobre de la tapa del féretro de madera. Alguna lágrima también cayó, su dolor no hizo más que aumentar.

─Adiós Mamá, te quiero.

Un temblor de piernas la azotó, su cabeza empezó a dar vueltas, sus ojos azul violeta perdieron visión y su cuerpo se desestabilizó. El hijo del jardinero se acercó a ella para recogerla antes de que tocara el suelo. El hombre junto a Ronalee se la llevó a dentro de la casa mientras comenzaba la sepultura. Taylor había dado sus últimas fuerzas por su madre.

Dejaron a su nueva señora en su cama, el jardinero se fue y en su lugar apareció Alice con un vaso de agua que dejó en la mesa tocador. Las criadas se pusieron a desvestirla mientras Taylor dormía profundamente. Toda la situación la había dejado muy debilitada. La criada le quitó las pesadas botas, el velo y el vestido, después, le retiró el corsé y las enaguas. El pecho de la joven se expandió buscando el aire que tanto necesitaba. Cuando la desvistió por completo le puso un camisón, para luego meterla en la cama previamente preparada por Alice. La cubrió con las sábanas y unas cuantas mantas de pelo para que estuviera caliente. Ronalee sacó de uno de sus bolsillos una pequeña pastilla y cogió el vaso del tocador.

Deslizó por su boca entreabierta la pequeña píldora junto al agua, procurando que no se atragantase. Debía de tomárselo cada noche desde hacía doce años y ahora que no estaba su madre la tarea caía en los hombros de Ronalee.

Cuando le dio la medicación dejó el vaso al lado de la mesilla de noche que estaba junto a los postes de su cama. Después avivó las llamas de la chimenea para que la habitación estuviera caliente. Antes de marcharse comprobó la frente de la joven, que estaba fría como siempre. Su cuerpo siempre estaba helado como si jamás la sangre de sus venas pudiera calentarse. Desde que había caído enferma la luz se había perdido en ese joven cuerpo. Ronalee sintió lástima por la joven y le dio un beso en la frente antes de salir por la puerta.

A media noche cuando el reloj dio las tres, la casa se encontraba vacía, excepto por Taylor y por la criada que le tocaba hacer turno de noche. Los muros de piedra acallaban cualquier sonido procedente de las habitaciones. Taylor comenzó a moverse dentro de su cama, sudaba bajo todas las mantas en las cuales estaba enterrada. El fuego hacía tiempo que se había extinguido, pero aun así la habitación estaba sofocante. Sus ojos amatista bailaban bajo sus cerrados párpados en una danza sin fin. Para cuando la muchacha los abrió su frente estaba empapada de sudor viscoso y frío. Su camisón se había pegado a toda su piel. Su cabellera rubia se había enredado y el cabello de su cráneo se había adherido a él como si una masa dorada se tratase.

Con una débil mano encendió uno de los candiles que estaba a su alcance con el que dio un poco de luz a su enorme habitación. La luz proyectaba sombras extrañas en la piedra negra además de hacer que las paredes brillasen pareciendo cristales oscuros. El calor del ambiente era sofocante. Decidió abrir la puerta para despejar la pesada atmósfera.

Bajó de su cama con cuidado, posó sus delicados pies descalzos en la alfombra de piel de oso del suelo. Era marrón, aunque por la luz parecía una enorme mancha negra. Con el candil aún en la mano llegó hasta la pesada puerta de roble y la empujó con su hombro para poder abrirla. La madera al chocar con la piedra del suelo emitió un fuerte chirrido. Cuando dejó la puerta abierta como le gustaba decidió volver a la cama para ver si podía volver a dormirse.

Cuando estaba volviendo a su lecho una brisa fría traspasó su piel, haciendo que la luz del candil se meciera sin apagarse. Las sombras de las paredes cambiaron durante ese instante haciendo que se volvieran más amenazantes. Una atmósfera extraña llenaba aquella estancia.

Ya no tenía calor, su cuerpo se había puesto en tensión. Despacio, midiendo todos sus pasos se acercó a la salida que conectaba con el pasillo. Con el corazón palpitante, asomó la cabeza con el candil por encima para poder iluminarse. Miró despacio hacia su derecha y luego a su izquierda. No vio nada, solo oscuridad infinita. Suspiró de alivio pensando que era una tonta por asustarse de la noche. Así que decidió volver a intentar conciliar el sueño. 

Hola a todos:

A veces pienso en lo brutal y horroroso que debe de ser perder a uno de tus padres y sobre todo cuando estas tan unidos a ellos.

Es algo que no se lo deseo a nadie, pero se que alguno de vosotros le ha pasado. Espero que alguna vez encontréis el consuelo que tanto necesitáis.

Nos vemos pronto y cuidado con el fuego.

Ginny Light.

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