Los Tenis Blancos

By Just-PARADIDDLE

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En 1988, se encontró en el parque, el cadáver de un niño de aproximadamente 15 años, con algunos moretones y... More

Prólogo
Capitulo 1
DAVID HEREDIA
Capítulo 2
Capítulo 3
Dtve. ORTEGA
Capítulo 4
Capítulo 6
PRESA
Capítulo 7

Capítulo 5

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By Just-PARADIDDLE

Ambos oficiales elegantes demostrando su masculinidad, salían de las instalaciones.

El sol estaba a punto de caer en el horizonte rojizo. El calor que estampaba subrayaba el parque de arboledas que se localizaba en frente, así como el cabello del detective Fernández, y su cara, esa cara de pensativo; de nostálgico.

-Hasta mañana Elena – ambos se despidieron de la secretaria, la cual tenía un centro de trabajo muy llamativo a lado de la sala principal, grande y estremecedora. Una sala para darle impresión a la gente, al igual que le daba a los reporteros que esperaban al alcalde.

-Mejor nos vamos de aquí – dijo Ortega con una risita que se apagó.

Mientras tanto, el Dtve. Fernández caminaba como si anduviera a soñolientas. Caminaba atrás de Julio y veía como bajaba las escaleras blancas y alargadas que se enrecian cada escalón hacia abajo. De una roca blanca como si fuera agua deslizándose.

-Julio – exclamo Fernández. Sin embargo, el Detective siguió caminando - ¡Julio! – volvió hablar pero más fuerte.

-¿Si? ¿Qué sucede? – lo mira normal como si fuera un niño chiquito regañando actuando con disciplina para no demostrar su travesura.

-¿Por qué estaba tu numero ahí?

Julio Ortega lo miro por un buen rato. Hubo un silencio sin expresiones.

-No lo se

-¿Y no te preocupa? ¿No te preocupa que hayan puesto tu número telefónico en una carta manchada de sangre?

Volvió haber un silencio.

-No, de seguro fue un mal entendido.

-¿Cómo que un mal entendido carajo? – Dtve. Fernández exploto de inmediato.

-Lo que quiero decir, es que el asesino claramente quiere provocar una pelea entre tú y yo. Sí yo fuera el asesino, ¿Por qué pondría mi propio número telefónico? Somos compañeros desde hace 10 años. ¿Qué no sabes de mí?

Regreso el silencio, pero esta vez de parte de Jorge. Asintió con la cabeza sin decir nada. Solo se quedaba ahí, observando detalladamente como su compañero bajaba hacia su BMW blanco. Un lindo auto. Pero lo que observaba a parte de la gran carrosa era la forma de andar de su compañero. Saco su teléfono del bolsillo y empezó a teclear.

Ya en el BMW, Ortega cerró la puerta. Después se pasó el cinturón pero no salo eso se apretó, sino también un nudo de la garganta. Acomodo su brazo y observo las manecillas del reloj de su muñeca: 16:28. Regreso su mirada al de su compañero, esta vez se hallaba en las escaleras hablando por teléfono con alguien. Ortega se despidió con la mano, pero Fernández miro hacia otro lado, concentrado en la llamada.

Abrió la guantera, en donde saco entre los papeles una llave; la del auto. La agarro pero al instante se resbalo hacia abajo. Con nerviosismo, cerro la guantera y acto siguiente busco las llaves entre la oscuridad. Paso su mano de un lado a otro, al final encontró aquella pieza de metal escurridiza, gracias a un pequeño rayo de luz, del sol, que venía de la ventana del copiloto. Al lado de la llave había una mancha roja apenas seca, la observo con miedo por un lapso de tiempo. Como si aquel punto rojo, le dictara sus pecados uno por uno.

Agarro la llave finalmente y se levantó, regresando al volante, pero no antes de esconder el pequeño punto con el tapete del suelo. Alzo la mirada y en el cristal del copiloto, de manera tenebrosa, se encontró a su compañero.

Parecía que llevaba parado ahí un buen tiempo.

Ortega estaba a punto de introducir la llave, como señal de prender el auto para abrir el cristal.

-No, no es necesario – dijo del otro lado su compañero – Solo quería felicitarte por la cinta verde de tu hija. Has sido un buen padre. Yo me quedare aquí haber unas cosas.

Ortega asintió con la cabeza.

-¿Por qué estas así? ¿Te veo nervioso? – Dijo su compañero, al parecer tan preocupado - ¿Tienes prisa? ¿O huyes de mí? – Comento con una pequeña carcajada-

-No claro que no. Es que debo estar en casa antes de la cinco para preparar la comida. No me queda tiempo.

-Okey, cuídate.

Ortega se retiró con su lujoso auto. Lo puso andar por la calle mientras veía el rostro de su compañero clavado en la de él. Julio Ortega, ahora como un ciudadano y padre de familia, conducía por una bajada empinada. Después doblo a la derecha en la tienda de pasteles, lugar en donde fue tres veces a comprar el pastel de su hija que, tres veces olvido. Poco después, se encontró con un portón al final de la calle y dio vuelta a mano izquierda, de ahí seguía derecho para tomar una calle ondula que, a continuación, que próximamente lo llevaría a su destino. Condujo por el carril de la derecha de la avenida principal, sin embargo al parecer alguien había tomado las mismas acciones: una honda gris atrás de él. Veía en el reflector que las manos del conductor eran viejas en el volante, pero de ahí en fuera, no lograba ver nada por la dirección del reflejo del espejo.

Espero a que el semáforo tuviera el color verde, pero al parecer el costo era una eternidad con el color rojo deteniendo el tiempo. El rojo era el problema. Si. Era la causante de esto. El rojo en todas partes, siguiendo a Julio desde la tumba. Siempre la vera como duende entre sus sueños.

El semáforo señalo verde.

El detective Ortega giro al volante a la derecha y se dirigió a una subida empinada. Después se dirigió a una calle, un vecindario silencioso, lejos de alguna actividad humana. Se aparcó, apago el auto. Le dio una vuelta a la llave y observo el comportamiento del auto que lo venía siguiendo desde un buen rato; veía en el espejo mientras preparaba la pistola, recargándola y quitándole el seguro. El auto seguía avanzando hasta que también realizo la misma acción que Ortega.

La pistola recargada salió de su bolsillo, pero regreso de inmediato al ver a un anciano con sus nietos bajando del auto. Los nietos venían con playeras de la selección mexicana y unas bolsas de frituras.

Poco tiempo, en una pequeña colina en donde el ruido del tráfico no se sujetaba, aparco su auto, que como siempre, los vecinos siempre lo encontraban afuera de su casa, en medio del vecindario todo silencioso, un lugar tranquilo para vivir sabiendo que tienes al mejor detective de la ciudad viviendo a un lado de ti. Por otro lado a Julio Ortega le parecía una estancia tranquila ya que se hallaba lejos de las preguntas. Lejos de cámaras. Lejos de la prensa. Lejos de su compañero.

Al pisar el suelo, después de cruzar el zaguán, veía ahí su vida, que el mismo construyo con esfuerzo. Una casa que por su propio esfuerzo y sudor, logro poseer. Una digna para darle de comer a sus hijos; y sus hijos a sus hijos. Una casa digna para que el día que muera, no fuera debajo de una choza de lámina.

El detective Julio Ortega era el nuevo Jorge Fernández del siglo XXI ¿Por qué? Ambos en sus tiempos de jóvenes, eran dedicados: resolvían homicidios, traficantes, entre otros. Su trabajo como buen detective lo llevo a la fama, a una buena esposa y a un buen reconocimiento enmarcado, colgado encima de su escritorio para poder ver.

Los señores jubilados de la cafetería debajo del precinto, sabían de él y sabían que era un buen hombre, así como los García (los vendedores del periódico), los señores del tránsito, la escuela de su hija; todos.

Él era un santo, para ser preciso "Y un santo no debe hacer cosas malas"- pienso mientras habría la perilla de la puerta.

No aparco su auto en el garaje porque sabía, que estaba el auto de su mujer allí, aunque la presencia de su mujer no se veía por ninguna ventana de la casa. Atisbo por la sala, que más bien parecía un vestíbulo lujoso en donde podían invitar a todos sus vecinos; sin embargo ese no era su deseo, más bien era el de Judith; ansiaba presumir su casa.

Dio vuelta a la derecha y pudo admirar una cocina con platos sucios, fuera de su lugar. Eso no era habitual de su mujer. Mucho menos dejar los banquillos de la encimera, afuera de cada línea debajo del mosaico. Una cosa era la casa, pero la cocina era un lugar intocable y debía ser ordenado cuando uno salía o entraba. ¿Tanta exageración para llegar y dejarlo así? La respuesta estaba escrito en el refrigerador, en una notita amarilla, de esas que se pegan para un recordatorio. Ahí decía que llegaría tarde "...por una fiesta de una compañera de Angélica" Punto final. No hay más explicación en su carta.

Como antes le había mencionado Julio a Jorge en el pasillo, él y su esposa se hallaban distantes en su matrimonio, y una era culpa de nadie, sino de los imprevistos. Pero con el nuevo problema suelto en las calles no habría de ahora en adelante, un tiempo de amor. La compañía se hará más fría desde el punto de vista de Julio.

Se recargo en la encimera, se pasó la mano por la frente sudorosa.

La casa estaba sola y lo menos que podía hacer en un jueves era una ducha.

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