El mundo oculto del Espejo [S...

By monicadcp10

6.8K 840 93

¿Conocéis a los vampiros? ¿Habéis escuchado sus historias? Bien. Porque este cuento no va de los vampiros que... More

[Adelanto]
Prólogo
Adiós, Neptuno
El Espejo
El rey
Primera toma
¿Por qué a mí?
Asskiv
El diario
Primera Luna llena
Cárcel
Descendencia
Sed de sangre
Liberación
Poder vampírico
Reina
ESPECIAL - Día del Libro (23 de abril)
Proposición
Contrarreloj
Gota de sangre
Sedientos
Hipnosis
Una lección para el maestro
El anillo
Nolan
Lágrimas de diamante
La carta
Confesiones
Despedida
Incógnitas
Luna de sangre
Nadie podrá
Sin poder vampírico
Duelo
Tigres
La disculpa tardía
Padre
Epílogo
AGRADECIMIENTOS

Conversión

260 24 2
By monicadcp10


—Tiempo restante: ochenta y una horas y veintiséis minutos —informó Marthya.

Era el tiempo que tendríamos que pasar en aquella nave, la duración del trayecto hasta los Pirineos del planeta Tierra. No era la primera vez que hacía aquel viaje y siempre se me hacía igual de pesado, igual de eterno. Sin nada que hacer ni con qué entretenerme, los minutos en aquella jaula parecían horas. Y mientras más lo pensara, peor sería.

Me tumbé en una de las literas de abajo y Ámarok me hizo compañía. Los dos en silencio, ya que no teníamos nada que decir, disfrutábamos el uno del otro.

Mientras tanto, mi cabeza no dejaba de darle vueltas al asunto de los vampiros. ¿Cómo estaban gobernados en el Espejo? ¿Habría ciudades como en Neptuno? ¿Sería solo un pequeño lugar de aprendizaje parecido a una academia? ¿Cuántos vampiros vería? ¿Podría hacer amigos en aquel lugar? ¿Vivirían allí animales con los que poder charlar? ¿Las clases serían individuales o colectivas? Demasiadas preguntas y nadie a quien poder formulárselas para que me proporcionara las respuestas que necesitaba. Solo cabía esperar.

Sin embargo, ninguna de aquellas cuestiones me preocupaba seriamente, pues algo más cercano e inminente estaba a punto de ocurrir: mi primera transformación. Según los conocimientos de mi madre, esta se produciría aquella misma noche, y no sería agradable. Los colmillos superiores rajarían mis encías para abrirse camino, creciendo y alargándose. Terribles jaquecas atacarían mi cabeza debido a la mejora de mi visión. Mi cuerpo se retorcería de dolor al sentir la fuerza de mis músculos y la nueva dureza de mi piel. Una completa tortura. Y, sin embargo, yo no lo veía tan malo. Solo debía resistir hasta que el cambio hubiera sido completado. Pero después...

—Menos mal que hemos salido de Neptuno al amanecer.

Marthya había salido de la cabina y se encontraba a solo unos pasos de mi litera. Yo estaba situada justo de espaldas a ella, tumbada en la litera, por lo que no la había visto llegar.

—Supongo —musité.

—Médeya estará llena esta noche —me hizo comprender—. Si te hubieras visto afectada por ella... Podrías haber matado a cualquiera que se interpusiera en tu camino. Además, en tu primera transformación. Nunca nos habíamos encontrado con este problema. Jamás.

—Lo habríais solucionado si Médeya me hubiera afectado. Me habríais parado —aseguré.

—Posiblemente. Pero ahora no debemos preocuparnos por eso. ¿Cómo te encuentras? ¿Sientes algo raro?

—¿No se supone que mi transformación será esta noche? —inquirí—. Apenas son las ocho.

—Precaver es mejor que lamentar.

Y dicho esto, caminó de nuevo hacia la cabina. Fruncí el ceño, extrañada. ¿Existirían casos de vampiros cuya primera conversión se hubiera producido antes del anochecer? Lo dudaba. Aun así, supuse que querrían tenerme controlada por si mi transformación iba mal. Era un proceso complicado en el que apenas tendría el control sobre mi cuerpo. Podría durar quince minutos u horas.

—¿Seguro que estás bien? —me preguntó el lobo.

Incliné la cabeza hacia abajo para poder mirarlo. Su cabeza, con su hocico casi apuntando hacia mi cara, reposaba sobre mi abdomen. Entre los dos ocupábamos toda la cama. Quizás cuando volviera a Neptuno podría terminar mis estudios, si es que no lo hacía en el Espejo, encontrar un buen trabajo e independizarme, irme a vivir con Ámarok. Tendríamos una casa en el campo y una cama grande donde pudiéramos dormir los dos sin pasar calor en los días más cálidos.

—Me temo que voy a estar muy ensimismada en mis pensamientos estos días, lobito —respondí—. No puedo dejar de pensar, ¿sabes?

Algo te preocupa. ¿Qué es?

Quise contestar, pero no sabía muy bien cómo hacerlo. Había hablado de esos temas con Ámarok miles de veces. Siempre podía contar con él, para lo que fuera. No iba a juzgarme ni a enfadarse porque me echara a llorar. Él era el único que me comprendía. Pero no era nada fácil para mí derrumbarme y a veces sentía que si abría la boca, las lágrimas saldrían antes que mis palabras.

—Silene.

Volví a mirarlo a los ojos porque sin percatarme de ello había dirigido la vista hacia arriba, a la balda que sujetaba la cama de arriba. Me sumergí en aquellos profundos ojos oscuros y me relajé.

No tienes que contármelo ahora —me dijo—. Es perfectamente comprensible que estés asustada, pero todo pasará. Lo sé.

Esbocé una pequeña sonrisa y me incorporé un poco para coger su cabeza con mis manos. Su pelaje acariciaba mis dedos. Era suave y reconfortante. La cura para todos mis males era él. Incliné mi cabeza hasta que mi frente tocó lo que sería la suya.

—No tendría miedo si tú vinieras conmigo —suspiré.

Lo haría si pudiera. No quiero dejarte.

Permanecimos así varios minutos. Necesitaba recomponerme y aceptar que no había otro camino. Debía centrarme en superar todas las pruebas que me pusieran en el Espejo y volver con Ámarok. Ese era mi objetivo.

Durante las siguientes horas no hicimos nada más que continuar tumbados en aquella cama. Pensé en hacer algo, lo que fuera, ¿pero qué? Allí no había nada con lo que entretenernos y los libros que había decidido llevarme estaban en la maleta. Echaría de menos a Ámarok cuando los leyera, ya que siempre leía en voz alta para el lobo. Los recuerdos me inundarían y tenía que hacerme a la idea.

A la hora de comer, más o menos, decidí que ya era hora de ponerme en pie. Ámarok se bajó de la cama y se estiró mientras yo caminaba hacia la cabina para informar a Marthya y a mi madre de que pronto sería la hora de comer algo.

Sin embargo, al llegar a la puerta de la cabina de control, sus voces, algo amortiguadas, llegaron hasta mí.

—Estoy... preocupada, quizás sería el término correcto.

Eso había dicho mi madre. ¿Era por mí? ¿Ella estaba preocupada por mandarme a un lugar lejano? Era lo más parecido a un sentimiento positivo hacia mi persona que había presenciado en la vida.

—Es normal. Yo también lo estoy un poco.

¿Marthya? No era posible que se preocupara por mi suerte. Puede que lo dijera por decir, para que mi madre no se sintiera tan mal, pero eso en Neptuno era algo inconcebible. ¿Qué estaba pasando?

Justo cuando quería seguir escuchando su conversación, la puerta se abrió, delatándome. La primera en mirar fue mi madre, quien no pareció darse cuenta de que había estado escuchando. O si lo hizo, no lo demostró.

—¿Tenéis hambre? —me preguntó.

—Bueno, sí, un poco —respondí—. ¿De qué hablabais?

—De nada —a mi parecer, Marthya respondió demasiado deprisa.

—Podéis coger lo que queráis de la cocina. Marthya y yo iremos a por algo después.

—De acuerdo.

Y, dicho esto, salí de la cabina con un mal sabor de boca. Sospechaba que había algo que las dos mujeres me estaban ocultando, pero no tenía ninguna lógica.

¿Vamos a la cocina? —me preguntó Ámarok.

Asentí, apenas consciente de las palabras del lobo, y nos dirigimos a por algo de comer.

El resto del día lo pasé en la misma litera con Ámarok. Marthya y mi madre se iban turnando para vigilarme, como si temieran que no las fuera a avisar si notaba algo extraño. Eso me ponía aún más nerviosa y al estar en el espacio no era consciente de cuándo se ponía el sol en mi planeta.

Alrededor de las ocho de la tarde, mi corazón latía frenético en mi pecho. Si se lo hubiera comunicado a las dos neptunianas seguramente lo habrían entendido como un primer síntoma de mi transformación, sin tener en cuenta que yo podría estar histérica debido a la situación agobiante que estaba viviendo.

—¿Te encuentras bien? —me volvió a preguntar mi madre por enésima vez.

—Normal —respondía siempre.

Un poco reacia, la neptuniana se acabó marchando a la cabina, pero se notaba que le habría gustado permanecer allí para mantenerme controlada. Yo prefería la compañía de Ámarok, quien realmente estaba preocupado por mí.

Más cerca de las nueve que de las ocho, ocurrió, por fin. Al principio sentí un extraño calor recorrer todo mi cuerpo, bastante cálido y acogedor. Sin embargo, minutos después se transformó en un fuego abrasador que comenzó a quemarme por dentro. Asustada, me levanté de la litera lo más rápido que pude, alertando a Ámarok y cayendo al suelo. Pensé en levantarme, pero un dolor agudo en el pecho me lo impidió, cortando mi respiración en el proceso. No podía hablar ni mucho menos gritar a pesar del dolor insoportable que sufría. Marthya y mi madre no tardaron en llegar junto a nosotros.

—Ya ha comenzado —comentó mi madre.

«No me digas. ¿En serio?», pensé yo. Mientras me retorcía en el suelo de un avión en marcha, mi progenitora soltaba comentarios inútiles, obvios e innecesarios que aumentaban mi ira y, por ende, la quemazón en mi interior.

—No podemos hacer nada por ti, Silene —me informó Marthya—. Debes resistir.

Muy fácil decirlo cuando solo tienes que ser espectador del sufrimiento de otra persona. Fue entonces cuando comprendí que la transformación resaltaba mi parte irascible.

Una cuchillada en el estómago me hizo doblarme sobre mí misma, abrazándome como si aquella postura me ayudara a disminuir el dolor, cosa que no sucedía. Traté de inspirar profundamente, pero no lo conseguí.

Tranquila, Silene —escuché a mi lobo—. Todo pasará pronto.

Quise sonreír, pero creo que en lugar de eso esbocé una mueca bastante horripilante. Era mejor no hacer nada y esperar a que las cosas siguieran su curso. De modo que cuando mi respiración volvió a la normalidad, pero el dolor no disminuyó, hice lo imposible por no gritar. No quería preocupar a Ámarok. Sin embargo, no pude mantenerme en mis trece cuando un terrible ardor se apoderó de mi mandíbula, haciéndome soltar un grito desgarrador. El lobo se tumbó a mi lado, gimoteando.

Aguanta, por favor, aguanta —me suplicaba con la mirada.

Y supe que lo conseguiría. Por él. Además, ¿qué vampiro moría en su transformación? Aquello no era el fin del mundo. ¿Pero cuánto tiempo llevaba así? ¿Cuánto me quedaba?

Si pensaba que el dolor de la boca eran mis colmillos saliendo, me equivocaba. Estos aún seguían en su estado normal. Cerré los ojos lo más fuerte que fui capaz, sabiendo lo que venía a continuación. No obstante, ni siquiera yo podía imaginarme el dolor inigualable de aquellos dos dientes alargándose, rajando mis encías y afilándose. Mis colmillos rasgaron mi labio inferior y yo me llevé la mano a la boca, no sé muy bien por qué. Pero al separarla, la vi toda manchada de sangre. Mi vista se tornaba borrosa y no conseguía enfocar bien lo que había a mi alrededor. Creo que fue en aquellos momentos cuando comencé a perder el conocimiento.


Abrí los ojos horas después, bastantes horas después. Me encontraba tumbada en la litera del día anterior, en la misma cama. La cabeza de Ámarok yacía en mi regazo. Su respiración era normal, dormía. ¿Pero cómo es que no se había dado cuenta de que yo había despertado?

Fue entonces cuando recordé que mi conversión a vampiro había tenido lugar y que me había desmayado antes de que esta pudiera completarse. Sin querer molestar al lobo, alcé mis manos para observarlas con detenimiento. Ninguna de ellas estaba manchada de sangre. Parecían iguales que siempre y también mi cuerpo, pero me sentía extraña. Entonces me llevé los dedos a mis colmillos superiores, pero eran normales. Ni rastro de que hubieran crecido y tampoco había sangre.

Silene.

Ámarok se había despertado y parecía entre sorprendido y aliviado, lo segundo seguramente porque lo habría pasado muy mal y estaría preocupado por mí.

—¿Te encuentras bien? ¿Hace cuánto que has despertado? —me preguntó.

—Estoy bien —le dediqué una suave sonrisa—. ¿Qué pasó? ¿Qué hora es? ¿Cuánto he dormido?

Te desmayaste. Marthya y tu madre te estuvieron examinando para ver cuándo se completaba la transformación. Ellas fueron quienes te lavaron y te metieron en la cama.

—Lo he supuesto. ¿Sangré mucho?

No demasiado, pero me asustaste.

Quise decirle que no pasaba nada, que ya me encontraba perfectamente y que jamás volvería a hacer que se preocupara por mí, pero una voz me detuvo.

—Al fin. Estaba empezando a pensar que algo iba mal.

Se trataba de mi madre, la cual imaginé que había salido de la cabina del avión donde aún nos encontrábamos.

—¿Y eso por qué? —inquirí.

—Has dormido casi un día entero, hija —me comunicó—. Nunca habíamos visto a ningún vampiro que tardara tanto en despertar.

—¿Es algo malo?

—Solo es distinto, ni bueno ni malo.

Sus explicaciones no eran demasiado tranquilizadoras, pero no podía esperar mucho más de ella. Al menos ya había pasado por la transformación y todo había acabado. Pensé que todo estaba bien, pero entonces recordé una de las cosas que todos sabían de los vampiros: una parte de su futuro se revelaba cuando nacían.

Un sudor frío recorrió mi espalda y traté por todos los medios de recordar algo, lo que fuera, pero ni siquiera había soñado en todas las horas que supuestamente yacía dormida. ¿Y si se me había olvidado? ¿Y si era un bicho raro y en realidad nada se me había desvelado? No era que me disgustase, la verdad, pero me preocupaba ser distinta a los demás. ¿Habría alguien en aquel Espejo a quien preguntar mis dudas? En mi cabeza bullían el deseo de llegar y el de quedarme con Ámarok.

—Tendrás que comer algo en cuanto puedas ponerte en pie —me dijo mi madre—. No es bueno que estés sin alimentarte tanto tiempo.

—Pero... —dudé en formular la pregunta en voz alta, aunque al final me armé de valor—. Creía que los vampiros se alimentaban de sangre.

—Sí, es su principal alimento, y por eso encontrarás pequeñas bolsas de sangre en el frigorífico. No obstante, la mayoría de los convertidos desechan la idea de alimentarse así hasta que llegan al Espejo. No están acostumbrados y el olor de la sangre los hace sentirse extraños. Así que, hasta que llegan, comen alimentos naturales, que no les hacen daño e incluso algunos son muy buenos. Como la carne, por ejemplo. Les gusta comerla cruda. Puedes experimentar por tu cuenta, si lo deseas.

Tras aquella conversación, lo único de lo que tenía ganas era de vomitar. No quería comer absolutamente nada y con solo pensar en comida se me revolvía el estómago. De modo que la mejor idea era continuar tumbada en la litera hasta que me calmara un poco, y así pensar en cómo iba a pasar toda la noche despierta por haber dormido un día entero.

Mientras tanto, percibí que la mirada de Ámarok estaba clavada en mí. Algo pasaba por aquella cabeza suya y me preocupaba pensar que el lobo ya no me veía de la misma manera, que había cambiado.

Ya no hueles como antes —dijo—. De hecho, ya no hueles. No tienes ningún olor personal. Solo... nada.

—¿Y eso es malo? —le pregunté.

No, no del todo. Simplemente estaba acostumbrado a sentirte: tu olor, tu cuerpo, incluso tu mente. Ahora estás un poco cambiada, aunque en el fondo sigues siendo la misma Silene de siempre.

—Eso ni lo dudes —sonreí.

—¿Por qué tus ojos no han cambiado?

Fruncí el ceño sin entender muy bien lo que me estaba preguntando, de modo que él se explicó:

Creía que a los vampiros les cambiaba el color de los ojos para atraer a sus presas. Pero tus ojos siguen siendo igual de negros. No lo entiendo.

—La verdad es que no lo sé... Quizás solo les pasa a algunos o se me cambian en algún momento concreto.

Supongo que para eso te envían a una escuela: para aprender.

Y razón no le faltaba. Desconocía muchas cosas de los vampiros. No dejé de darla vueltas a todo durante el resto del día y de la noche, ya que tal y como me temía no era capaz de conciliar el sueño.

No puedes dormir porque no es el momento de hacerlo.

Las palabras de Ámarok me desconcertaron, por lo que miré al lobo con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Por qué dices eso? No tiene sentido.

Ahora eres un vampiro, Silene. Y los vampiros duermen durante el día y se mantienen activos durante la noche. A partir de ahora deberás acostumbrarte. Técnicamente, según el horario que has seguido desde que naciste, ahora sería de noche en Neptuno.

—No lo había pensado de esa forma... pero es cierto.

El lobo permaneció toda la noche despierto conmigo. Traté de comer algo, pero el estómago se me cerraba al abrir el frigorífico. Me daba miedo que mi apetito no volviera y no sabía cuánto podía estar un vampiro sin alimentarse. Todo resultaba muy frustrante.

Sobre las diez de la mañana, dos horas después de que en mi planeta hubiera salido el sol, comenzó a entrarme un dulce sopor que recibí con alegría. Con una sonrisa dedicada a Ámarok, ambos nos acomodamos en la cama.

—Silene.

La voz de mi madre me despertó. Tenía la sensación de que había dormido muy poco y me sentía un poco cansada, como fatigada. A pesar de eso, mi cuerpo nunca se había sentido más fuerte. Resultaba una mezcla un tanto peculiar.

—¿Qué ocurre? —le pregunté mientras me incorporaba ligeramente.

—Estamos llegando. Sería adecuado que te dieras una pequeña ducha y te arreglaras —me dijo.

Tras aquellas palabras, mi madre desapareció. Ámarok se encontraba junto a la litera, mirándome. Me levanté e hice lo que mi madre me había aconsejado.

Una hora después, cuando ya había pensado mil veces qué ponerme para dar buena impresión y me había decantado por unos pantalones negros y una camiseta blanca de manga corta y cuello redondo, me encontraba en la cabina, observando el planeta Tierra con su característico color azul y sus franjas de color verde. Un cosquilleo se adueñó de mi barriga y los nervios estuvieron cerca de hacerme perder el control sobre mí misma. Sin embargo, por lo que deduje, nadie se percató de ello. ¿Sabrían los vampiros que estaban a punto de recibir a un nuevo miembro?

—A vuestros asientos. Vamos a descender —nos informó Marthya.

Ámarok y yo no tardamos en abrocharnos los cinturones y esperar, expectantes, a que la nave entrase en la atmósfera de la Tierra y pudiéramos ver, al fin las grandes montañas que constituían los Pirineos. Estas no se hicieron de rogar. Varios minutos después, vislumbramos aquellos picos donde debíamos detenernos.

—¿Dónde es exactamente? —les pregunté.

—Al lado de un lago que, en esta época del año, estará descongelado —respondió mi madre.

Las esponjosas nubes bañadas por la luz solar fueron quedándose cada vez más arriba al descender nosotros. Solo unas pocas se vislumbraban cuando Marthya paró los motores y anunció que estábamos en el lugar exacto, por lo que debíamos bajar del avión. Miré mis cosas y poco a poco las cogí. Tenía una extraña sensación de querer llorar y no poder. El pelaje de Ámarok me había acompañado allá donde había ido. ¿Cómo sería no tenerlo?

Las escaleras se desacoplaron de la nave hasta que el final de esta tocó tierra firme. No alcanzaba a ver el lago por la neblina que se extendía sobre el lugar, pero esta poco a poco se fue disipando para dar paso a un fabuloso paisaje. La temperatura, fresca y agradable, acompañaba a la verde hierba que adornaba un hermoso lago de aguas cristalinas. Tan pura y tranquila eran sus aguas que reflejaban perfectamente el cielo y la luz del sol.

Es precioso, ¿no crees?

Los ojos de Ámarok se iluminaban con todo aquello que veían, deleitándose con aquel maravilloso escenario. Poco a poco nos fuimos acercando, maravillados, mientras yo buscaba aquello por lo que había viajado hasta el lugar: el Espejo. ¿Dónde tenía su entrada? ¿Sería un espejo de verdad?

Estando en estas cavilaciones, me encontré en la orilla de aquel lago que tanto llamaba mi atención. Me sentí tentada de tocar aquellas aguas con las manos, pero me infundía un respeto que no llegaba a comprender.

—Silene.

Una voz cavernosa y sepulcral pronunció mi nombre. Con el corazón en un puño, giré sobre mí misma, mirando hacia todos lados para encontrar al autor de esa voz, pero allí no había nadie. ¿Lo había imaginado?

Silene.

Aquella vez fue Ámarok quien me llamó. El lobo había trotado hacia mí y había adoptado una posición defensiva delante de mí.

—¿Qué ocurre? —le pregunté.

He escuchado una voz.

—¿Tú también la has escuchado?

Ha dicho mi nombre. ¿Cómo ha sabido quién era?

¿Su nombre? ¿No había dicho el mío? ¿Habíamos oído voces distintas? Fuera como fuese, sabían quiénes éramos. Sin embargo, por mucho que mirábamos, nadie nos salía al paso. Estábamos solos en aquel paraíso, acompañados tan solo por Marthya y mi madre.

—No puedes verme porque no estoy ahí, pequeña.

De nuevo la misma voz. Entendí, entonces, que no la escuchaba por el aire, sino por la mente. Aquella voz, más bien de hombre, estaba en mi cabeza.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —traté de plantarle cara.

Una suave risa procedente de la misma voz.

—Entra... y lo sabrás.

—¿Entrar?

—El lago es la clave. Sumérgete en sus aguas. Sumergíos... ambos.

Miré a Ámarok y deduje que él también había escuchado la voz, aunque no exactamente cuánto de la conversación. Después miré hacia el lago, como si aquel que me hablaba estuviera allí.

—Si esto es la entrada al Espejo, Ámarok no puede ir, ¿me equivoco? De modo que, ¿es esto el Espejo que busco?

Silencio. La tensión era palpable en el ambiente mientras esperaba una respuesta que no sabía si llegaría. ¿Estaba jugando con nosotros? ¿Acaso no me había oído?

—Sumergíos.

Solo esa palabra y, por lo que deduje, no iba a sonsacarle ninguna más. Con un suspiro, acaricié por última vez la cabeza del lobo antes de mirar el lago. ¿Qué hacía? No tenía más remedio que obedecer. Pero, ¿y mis cosas? ¿Las metía también? Decidí que así lo haría. Y ambos, al mismo tiempo, nos adentramos en las frías aguas. Al principio solo nuestros pies y patas se mojaban, pero luego el nivel fue subiendo a medida que avanzábamos hasta que llegó a mi cintura. Me pregunté cuánto tendríamos que avanzar y si el objetivo sería ahogarnos. ¿Pero qué ganarían con ello?

El agua alcanzó el cuello de Ámarok en pocos instantes, haciendo que le fuera imposible seguir avanzando si no era a nado. De modo que, tomando aire, comenzó a mover las patas, provocando alteraciones en el agua cristalina. Todo sucedió muy rápido y lo poco que recuerdo es un chapoteo enorme que me hizo cerrar los ojos. Cuando miré de nuevo, el lobo había desaparecido y las claras aguas volvían a estar en calma. 

- - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Espero que te haya gustado este nuevo capítulo. Si ha sido así, te agradecería enormemente que lo votaras y, si quieres, que comentes aquí abajo qué te ha parecido. Muchísimas gracias por tu apoyo y por haber leído una parte más de esta obra. ¡Nos leemos pronto! :D

Continue Reading

You'll Also Like

329K 36.4K 69
Una historia de misterio en un universo de vampiros. ¿Quieres encontrar las verdades disfrazadas de mentiras? 1 en Misterio 21/06/2021 2 en Vampiros...
442K 4.1K 4
Cuando Rebeca López conoce a Gaël Bessette, su mundo se pone patas arriba. Una intensa relación cargada de sexo, intriga y drama, son las escenas que...
1.3K 177 6
Un sucedo que trajo consecuencias y creaciones inesperadas. Descendientes que se encuentran. Seres superiores a otros, pero unidos por el destino. ¿C...
20.7K 1.2K 97
Dean Gallagher ha cometido errores durante su vida pensando que tal vez nunca tendría consecuencias. Evitando los acontecimientos que trae su present...