Ambos aún seguían experimentando las sensaciones que la juventud les estaba entregando. A veces no pasaban de un tierno beso, pero hoy cuando se quedaron a solas en casa del castaño, dieron rienda suelta a algo más.
Tímidamente comenzaron a tocarse por encima de sus ropas puesto que nunca antes habían experimentado con el sexo y se sentía exquisitamente bien. La cosa se dio por si sola y ninguno de los dos ponía freno a recorrer el cuerpo del otro.
―Sakura... ―dijo totalmente cohibido al separarse unos cuantos centímetros de los labios de ella.
―No digas nada Shaoran ―le dijo mirándolo fijamente a los ojos―. Dejémonos llevar...
Se ubicó entre sus piernas sintiendo como sus partes palpitaban a una velocidad abrumadora. El calor seguía subiendo en la sala de estar y el sillón estaba siendo testigo de lo que ellos hacían.
Shaoran estaba muy ansioso, así que sin pensarlo dos veces llevó una de sus manos a tocar esa parte que ―en algún libro leyó― solía ser la una de las partes placenteras de la mujer.
Lo comprobó cuando vio el rostro de Sakura: sus ojos cerrados, respirando agitadamente, llevando su cabeza hacia atrás y escuchando sus pequeños gemidos.
Le encantaba la visión que estaba teniendo de ella. Era algo totalmente nuevo y eso lo estaba excitando. Siguió con aquella maniobra porque vio lo que provocaba en ella y los espasmos en su cuerpo fueron evidentes.
Sakura estaba tan sonrojada ante eso que vio a Shaoran con una hermosa sonrisa, éste le devolvió el gesto algo atontado y ella se recostó, esta vez, sobre él. Quería devolverle el favor y hacerle sentir ese orgasmo tan placentero.