Suspiros Robados (Libro 1) [D...

By AnnRodd

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Todos tenemos una prueba que cumplir. El primer paso es descubrirla. Serena creyó que había perdido todo, per... More

Nota de autor - ¡Información importante!
Prefacio
1. Lo que fue de mi
2. El instinto es más fuerte
3. La friki en el camino
4. ¡Sí, señora!
5. Mentalizarse
6. Sangre y pánico
7. En su sitio
8. Casualidad
9. Las conjeturas
10. Infamias
11. Trampa
12. Millones de dudas
14. Guerra
15. Todo fue historia
16. La terapia no es tan mala
17. Restos del pasado
18. Cosas que marcan
19. Nombres que anotar
20. Halloween
21. Las diez
22. Desaparición
23. Las verdades de Nora
24. La fiesta
25. Miedos e ilusiones
26. Luna Mora
27. Círculo de sangre
28. La verdad
29. La familia es el pilar
30. Verdades absolutas
31. El encuentro
32. Planes
33. Amarres
34. Invocación
35. La casa de la bruja
36. El robo
37. La última noche
38. La muerte
39. Juntos
Segunda parte: SUEÑOS ENTERRADOS
¡Suspiros robados en físico!

13. Dejando los miedos atrás

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By AnnRodd

Dejando los miedos atrás


Después de los divinos besos de Luca, que me dio hasta la madrugada, me sentía bastante mejor. Creía que estaba fuerte otra vez y por las dudas probé mis habilidades antes de entrar en casa y volver a la cama. Al menos, podía brincar unos tres pisos sin problema.

Me fui a dormir un poco risueña y más relajada con el tema "Norita", porque pensé que el efecto de la moneda mágica se había pasado. Sin embargo, cuando me desperté el sábado, a eso de la una del mediodía, tenía hambre de más de un tipo.

Me senté a almorzar con una expresión contrariada que todo el mundo notó en mi casa. Bueno, mamá y papá. Comieron en silencio mirándome de reojo mientras yo notaba ya una ligera molestia en mi pecho. Calculaba que estaría con las primeras señales de sangrado a la noche, e iba a necesitar a Luca otra vez, cuando mi papá carraspeó.

—Serena.

Parpadeé y levanté la mirada de mi plato.

—¿Sí?

—No estás comiendo, ¿no tienes hambre? —siguió mamá. Me di cuenta de que me había enfrascado tanto en mis problemas que me había quedado con el tenedor a mitad de camino. Me apresuré a meterme la comida en la boca y asentí, esbozando una sonrisa.

—Sí, sí, muero de hambre.

Otra vez llegó el incómodo silencio y durante el siguiente rato me la pasé masticando sin parar, tratando de llenar el hambre humano para después ocuparme del inhumano. Tenía que hablar con Luca de vuelta, porque la moneda de Nora seguía teniendo un efecto sobre mí, bastante prolongado.

—Serena —insistió mi papá, cuando terminé de comer—. Tenemos que hablar, ¿lo sabes, verdad?

Me quedé en mi lugar con ganas de salir huyendo. Ellos ya sabían lo que supuestamente había pasado esa noche en la que morí, buena excusa para mis aparentes ataques de pánico en el colegio y el cambio en mi relación con todo el mundo, pero quizás... Quizás el desmayo que había tenido el jueves los había alertado de que pasaba algo más.

—Mmm, no, no sé —contesté, medio temblando.

Mamá apartó los platos y acercó su silla a la mía.

—Cariño, queremos que seas sincera con nosotros. ¿Pasó algo más aquel día?

En la tecla. Mis padres podían ignorar muchas cosas de mí, como que todas las noches me fugaba para saciar mis instintos, pero sí me prestaban atención cuando estaba despiertos, al menos.

—No...

—Serena. —Mi papá también acercó la silla, por el otro lado. Me cercaron—. Creemos... sentimos que no nos has dicho toda la verdad. Nos ocultas cosas incluso ahora; te encierras en tu habitación por horas y en la noche también mantienes la puerta cerrada. Sabes que somos tus padres y queremos lo mejor para ti, queremos acompañarte y apoyarte, pero si no nos permites acercarnos, no podemos hacerlo.

—Estoy bien —dije, pero la voz me salió algo ahogada. Yo podía perjurarles que nada más había pasado, pero la verdad es que, aunque creía que mi asesino nunca había llegado a violarme, no podía poner las manos al fuego. Después de todo, cuando la muerte me despertó, tenía la ropa corrida y rota, posibles señales de un abuso. Si así había sido, me alegraba no recordarlo.

—No, no lo estás —me dijo mamá—. Cariño, ¿te hizo algo más?

—No lo sé —empecé a decir, cuando ella me tomó la mano. Di un respingo y quise alejarme, porque sabía que estaba hambrienta y que no podía tomar demasiado de ella. Pero papá me sujetó del otro lado, porque me estaba deslizando fuera de la silla, sin darme cuenta de que mis propios sentimientos me estaban superando —el miedo, la ansiedad, los recuerdos pesados—, y solo allí noté que su piel estaba en contacto con la mía también. Absorbí de su energía, más de lo que hacía normalmente cuando estaba ansiosa y me horroricé cuando no pude frenarlo. No estaba controlándolo.

Rompí contacto con papá de manera brusca. Lo empujé hacia un costado, con más fuerza de la que una niña de mi edad tendría, y me levanté de la silla, corriendo la mesa unos centímetros.

—Estoy bien —dije, temblando—. Por favor, no vayamos por ahí.

Mi papá se miró la mano y se la frotó. Peor me puse cuando entendí que lo había herido, que había sido demasiado para él. Un nuevo miedo surgió en mi pecho, relacionado con la culpa de haber dañado a mis progenitores.

«No eres humana, eres peligrosa para ellos», dijo una voz en mi cabeza que hasta sonaba como Nora. Quizás ella tenía razón.

—Serena —Papá se puso de pie—. Tenemos que hablar y no puedo permitir que te hundas en esto. Si no estás dispuesta a hablar con nosotros... lo mejor va a ser que recibas tratamiento.

Me giré hacia él.

—No estoy loca —siseé.

—No, hija, no —Mamá quiso tocarme, pero le rehuí con agilidad y en dos segundos estaba al otro lado del comedor. Ambos notaron que me moví demasiado rápido y se quedaron con la boca abierta. Sin embargo, cuando mamá pudo hablar de nuevo, siguió con su idea—: sabemos que no estás loca. Pero también sabemos que sufres y queremos que dejes de hacerlo. Ir al psicólogo no significa que estés loca. Te ayudará a descargar todo lo que te está lastimando.

—No me violó, ¿está bien? —solté, frenándolos con las manos en alto—. No me acuerdo muy bien, pero no lo hizo. Y por favor, realmente voy a estar bien si dejamos de hablar de eso. No quiero hablar nunca más de eso.

Corrí a mi habitación y cerré la puerta con llave. Me derrumbé contra la madera oscura y me llevé ambas manos a la frente.

No, ya no podía asegurar que no hubiese sido así. Ya no podía estar segura de que él no me hubiese violado. No tenía todo tan claro. Recordaba más a la muerte misma, cerniéndose sobre mí, que todo el jaleo y mi lucha para sobrevivir antes de la puñalada.

Pero sabía que tenía que dejarlo atrás si quería recuperarme. Habían pasado muchas cosas desde la última vez que había atacado a una persona para garantizar mi propia supervivencia y había estado trabajando en mi autocontrol. Yo no era peligrosa, no importaba lo que Nora pensara de mi o lo que yo creyera que Nora pensaba.

Este era solo un exabrupto, un momento de debilidad que la misma Norita había causado y yo ya había pasado por demasiadas cosas en esos meses como para rendirme así de fácil. Saldría adelante, sí. Tenía a Luca como aliado ahora, no estaba completamente sola. Lo peor había pasado y había sido el comienzo de todo ese lío: mi muerte. Si había podido superarlo, claro que podía con esto. Le demostraría a mamá y a papá que no me pasaba nada.

Me quedé en el cuarto el resto de la tarde. Mamá tocó la puerta una vez para preguntarme cómo estaba y le contesté que me sentía bien, que solo quería estar sola. Pasaron unas cuántas horas hasta que empezó a picarme la herida de verdad y tomé el teléfono para hablar con Luca.

Él no tardó en responderme los mensajes y aunque hubiese deseado mandarle audios, no lo hice por miedo a que mamá y papá pudiese escucharme. Cuando salí del cuarto para ir al baño y buscar algo más que comer, además de unas gazas de refuerzo, por si la herida se abría, me encontré con que mamá lloraba en su habitación y papá le hablaba en voz baja.

Toda la sensación que había experimentado más temprano regresó. Me sentí culpable otra vez por hacerlos sufrir también, pero una vez en mi habitación logré repetirme que eso no era nada comparado con decirles la verdad.

Apenas sí cené con ellos, para no volver a sentir su mirada sobre mí, y en la noche, antes de irme a lo de Luca, cerré la puerta con llave y puse almohadones bajo mi acolchado. No sabía si mis padres tenían una llave de repuesto con la que entrar a mi cuarto; así que, además, trabé el picaporte con una silla.

Salí con precaución y cuando llegué a la casa de Luca, directamente subí a su balcón. Él me esperaba con el pijama puesto y una expresión de incomodidad.

—Si no podías verme o tenías que salir con tus amigos... —dije, cuando me abrió la ventana—. Te obligué a quedarte en casa —suspiré.

Luca se miró el pijama, contrariado.

—Si me quedaba vestido mamá iba a sospechar. Le dije a los chicos que hoy no salía, no te preocupes.

Pero no me quedé tranquila. Significaba que había cancelado sus planes por mí. Yo había sido demasiado atrevida al decirle directamente que lo necesitaba sin poder aguantarme.

—Perdón —gemí, dando un brinquito en mi lugar, mientras él cerraba la ventana—. Soy una desubicada.

—Puedo salir cualquier otro día —me dijo, ahora sí sonriendo—. Después de todo, tengo que esperar siempre hasta el fin de semana para poder besarte.

Me guiñó un ojo y me abrazó antes de que pudiera sentirme terrible por adosarlo a mí, como una solución permanente para mis problemas. Empezó a besarme y nos dirigimos a su cama con ansiedad, mientras me relajaba ante el subidón de energía. La herida en el pecho se me alivió y cuando me soltó, me revisé las gazas que me había puesto antes de ir a "acostarme". Había un par de manchitas de sangre.

—No está funcionando, ¿no? —me dijo Luca, cuando nos sentamos. Me dio otro corto beso en los labios y se inclinó hacia mi para revisarme también el tatuaje y las gazas—. En otro momento, la energía de ayer hubiese durado mucho más.

—Creo que el efecto es prolongado —murmuré, haciendo un bollito con las gazas. Luca suspiró y me pasó un dedo por el tatuaje, otra vez sano.

—No entiendo, anoche estabas bien —contestó, estirándome la piel. Por un momento, puso su cara tan cerca de mi pecho que mis pensamientos, ayudados por sus cálidas manos en mí, volaron a lugares indecentes.

—Sí, estaba perfecta, pero me desperté ansiosa y para colmo la cosa en casa no ayudó.

Como Luca no contestó, resolví que estaba siendo muy quejica y que solo porque él fuese mi único amigo en ese asunto no significaba que tenía que amargarlo con todos mis problemas. Ese razonamiento me ayudó a ignorar sus dedos en mi pecho.

Finalmente, me soltó y se acomodó en la cama. Se arrastró hasta la cabecera y apoyó la espalda ahí. Me llamó con los dedos y acudí, gateando por encima de la colcha después de quitarme las zapatillas de unas sacudidas.

Apenas llegué a su lado, empezó a besarme otra vez. No me preguntó por mi familia, ni por mis problemas. Solo se dedicó a darme energía, o a aprovechar la situación favorable para él, como fuera la cosa. Quizás en ese sentido, el trato era más que justo.

También me olvidé de mis dramas. Disfruté de la caricia de sus labios, de la profundidad de sus besos, y sí me sorprendí de que mantuviera un ritmo lento y pausado. Solo cuando se alejó un poco y me dio varios besos cortos, me di cuenta de lo controlado que estaba y de que eso era intencional.

—¿Está todo bien? —pregunté, cuando nos alejamos unos segundos.

—Sí, ¿por qué?

—No sé —me encogí de hombros—. Generalmente nos vamos de manos muy rápido.

Luca sonrió y se estiró para besarme otra vez. Reprimió una risita juguetona unos momentos más y luego me revolvió el pelo.

—Si quieres, podemos. Es solo que pensé que necesitábamos algo más relajado hoy. Además, cuando nos vamos de manos, te pones nerviosa. Por el tema del sexo y eso —agregó y efectivamente me puse nerviosa. Empecé a tartamudear antes de poder hablar.

—Lo estás haciendo a propósito —me quejé, bajando la cabeza y dejando que el pelo me ocultara la cara. No quería que me viera roja como un tomate.

—No, te juro que no. Lo estaba haciendo para que no tengamos que hablar de eso en condiciones un poco más... ansiosas para ambos. Ya sabes, en momentos en los que yo estoy muy excitado —agregó, bajando la cabeza también. Cuando levanté la mirada, sorprendida por su reacción, me di cuenta de que también estaba algo rojo.

—Al menos, me alegra no ser la única que se muere de vergüenza cuando hablamos de esto —susurré—. Porque sí me da mucha vergüenza.

Sacudió una mano en el aire, restándole importancia, y recuperó su habitual postura confiada.

—Oye, sabes, puedes hablar conmigo de lo que quieras. Pero si te da vergüenza contarme algo en algún momento, sobre tu familia y eso, no pasa nada.

Me quedé muda por un segundo, procesando el abrupto cambio de tema, hasta que comprendí que quizás él había pensado que no quería contarle nada en realidad y por eso había callado. Me pareció mejor ahondar en eso que seguir hablando de sexo, así que tomé aire y empecé a largar sin parar.

—Mamá y papá creen que necesito un psicólogo. Creen que lo que me pasó hace meses, al menos lo que yo le conté a ellos, me hizo muy mal y que por eso tengo ataques de pánico, desmayos y he cambiado la relación con mis amigos. No es que estén lejos de la realidad total pero... ellos creen que les estoy mintiendo y que mi asesino sí me violó.

Cerré la boca de un golpe y me hundí en la cama. Luca se mojó los labios, buscando qué decir al notar que yo esperaba su opinión al respecto. Tardó más de un segundo, pero al final encontró qué comentar.

—Y... tú crees que no —afirmó—. ¿Estás segura?

—Ya no —murmuré, con otro encogimiento—. No me acuerdo muchas cosas de ese día. Pero papá y mamá están preocupados por mí. O sea, ¡es obvio! Pero no me gusta mucho hablar de eso. Tampoco quiero ir a un psicólogo.

—Quizás no te vendría mal —dijo, sorprendiéndome. Me erguí como una fiera, pero él alzó ambas manos en su defensa—. Has pasado meses sin poder charlar de esto con nadie. Ahora puedes hacerlo conmigo, pero yo solo soy un chico de diecisiete. No tengo idea de cómo tratar bien estas cosas, ya sabes. Y los psicólogos no son malos, saben lo que hacen, ayudan a la gente —contestó—. Créeme, lo sé.

Tal y como el día anterior, me di cuenta de que había algo que no me decía. Pero no lo juzgué, no pude hacerlo. Sabía más que nadie lo que era callarse algo y él no tenía porqué confiar en mi para ciertas cosas solo porque yo lo hacía.

Traté de asentir y aceptar su consejo, pero tenía mis reservas y no quería hacer un tratamiento, por lo que empecé a poner mi excusa favorita.

—¿Y qué va a decir el tipo si le digo que me asesinaron?

—Bueno, vas a tener que omitir eso.

—Es que creo que de verdad funcionaría si no tuviera que omitir nada, para el caso —contrataqué—. Hay un montón de cosas que me preocupan que tienen que ver con lo que soy ahora y no con una supuesta violación y solo mi muerte. La culpa, el miedo de lastimar gente, el miedo y la incertidumbre por mi futuro. No creas que no he pensado mil y una vez en si soy capaz de crecer como cualquier otra persona, si podré tener hijos, si podré ser normal alguna vez o esto es un estado irreparable en el que me mantendré para siempre. Hoy lastimé a papá porque me tomó del brazo, absorbí su energía y entré en pánico. Tal vez Nora tiene razón y si soy peligrosa.

Cuando volví a callarme, estaba acalorada de tanto despotricar. Luca se había quedado mirando hacia abajo y no intentó ni contradecirme ni consolarme rápidamente. Estaba procesándolo, tanto como lo había procesado yo en la tarde.

Aguardó un momento más y me dije que sí, que él solo era un chico de diecisiete años y que realmente, en verdad, yo no podía pretender que me salvara las papas siempre, ni con su energía ni con sus palabras.

—No tienes que decir nada —dije entonces, bajando la intensidad—. Me alcanza con que me escuches. Y eso, aunque entiendo porqué crees que un psicólogo es mejor, es algo que él no puede hacer.

—Sí, lo entiendo. Hay cosas que no puedes decirle —aceptó—. Pero... también creo que en algún momento vas a tener que hablar todo esto con tus papás. ¿Cómo vas a ocultarlo para siempre si... si por esas casualidades no... no creces?

Tragué saliva y me hundí tanto en la cama que terminé acostada a su lado.

—No lo sé —lloriqueé—. No sé qué hacer. Y todo lo que pasa con Nora... —Me tapé la cara con las manos y esta vez él sí se apresuró a abrazarme. Se tendió junto a mí y me quitó suavemente los dedos de los ojos.

—Oye, Sere, la diferencia es que ahora no estás sola, ¿sí? Yo soy tu amigo, puedes confiar en mí. Y seguro que tus papás lo entenderán, incluso Cinthia, Edén y Caroline si se los cuentas algún día.

Asentí y lo abracé también, poniendo a prueba mi control para no robar su energía de ese modo. Nos quedamos así un largo rato, hasta que el reloj de su mesita de luz dio la una de la mañana y empecé a preguntarme cuánto tiempo más podría quedarme con él así, cuánto tiempo podría resistir sin robarle energía.

—Si mañana necesito energía... —empecé, sin alejarme—. ¿Podría... venir?

—Obvio sí —dijo, contra mi oído—. Pero podemos seguir ahora para que estés más tranquila.

Entonces sentí su lengua en mi oreja y me estremecí. La suave mordida y los cálidos besos que comenzó a dejar en mi cuello me tomaron desprevenida. La sensación de placer me arruinó todo el autocontrol y quedé flácida entre sus brazos, casi regalada a sus caricias y su encanto.

Se me escapó un gemido cuando él subió por mi garganta y llegó a mis labios. Primero, el tacto fue tierno, superficial, medido. Me quedé sin respirar, con el aire contenido y mucha ansiedad pujando por salir. Para cuando Luca se presionó contra mí de todas las maneras posibles, haciéndome notar cada parte de su cuerpo, cada músculo firme bajo mis dedos, la ansiedad explotó.

Nos besamos desenfrenadamente, hambrientos el uno por el otro, como la primera vez que había probado de él para sobrevivir; ese beso lo había sido todo.

Me subí sobre él y sentí sus manos sobre mis caderas, reteniéndome sobre su pelvis, buscando un contacto más profundo entre nosotros aún con toda la ropa que yo tenía encima. No me molestó para nada, no me avergoncé tanto como lo hubiese pensado al sentir que él verdaderamente me deseaba. Luca tenía la excitación a flor de piel; también yo.

A partir de allí, no me di cuenta cuando voló mi saco, mi camisa y su camiseta del pijama. Solo me percaté de eso cuando nuestros pechos se encontraban y lo único que nos separaba era mi sostén. Mi razonamiento se activó de nuevo; supe por dónde íbamos y hacia dónde íbamos. Volví a sentir nervios y miedo, pero continué besándolo porque eso seguía siendo más fuerte, para ambos. La necesidad lo era más.

Sin embargo, cuando llevó los dedos a mi espalda, el mismo Luca se detuvo, apenas separando su boca de la mía.

—Serena —jadeó, aplastando la mano contra el broche del sostén, sin abrirlo—. Yo... pensaba que... quizás, esto podría funcionar más que los besos. Como dijiste anoche. Podría... revertir lo que causó Nora.

Guardé silencio. Sí, claro que podría hacerlo. Y había muchos riesgos de por medio.

No supe qué decir y me mantuve callada sobre él, hasta que me besó de vuelta, notando mi incertidumbre e interpretando mi silencio como duda.

—Podríamos probar... si quieres. Hasta donde quieras tú.

La verdad era que sí quería. Por muchísimos motivos, empezando porque estaba enamoradísima de él desde hacia muchísimo tiempo, pero eso no pensaba admitirlo. Mi atracción era más que solo física y me daba pena decírselo, porque no creía que él se sintiera así hacia mí. Eso no era amor, eso era algo físico. Al menos, en ese plano.

Así que, solo por eso, solo porque pensaba que Luca no me veía de la misma manera en la que yo lo veía a él, asentí sin pedirle que lo hiciéramos por otra cosa que no fuese "la causa".

¡Gracias a todos por leer! 
¡No se preocupen que esto continua en el siguiente capítulo!

¿Y ustedes que creen? ¿Serena debería ir a un psicólogo?
¿Y qué piensan de Luca? ¿Qué será lo que no cuenta? ¿Tendrá que ver con Serena o será algo personal?

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