Rewrite [Nathaniel, Corazón d...

By Ningyolita

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No a todo el mundo le gustan los cambios. Algunas personas prefieren quedarse donde estaban, respetando una r... More

I. Venus de Milo
II. El grito
III. Sátira del suicidio romántico.
[EXTRA] El sueño de la razón produce monstruos.
IV. La Autómata
V. Two ladies
VI. El despertar de la conciencia
VII. Después del baile
VIII. Ceci n'est pas une pipe o La traición de las imágenes
[EXTRA] San Sebastián
X. Boreas
XI. Los amantes
XII. Narciso
XIII. El caminante sobre el mar de nubes
XIV. American Gothic
[EXTRA] Flaming June
XV. La noche estrellada
XVI. La gran ola de Kanagawa
XVII. The soul of the rose
XVIII. Naufragio en el claro de luna
XIX. La Goulue
[EXTRA] The Cursed Woman
XX. Composición 8
XXI. The artist is present
XXII. Ophelia
XXIII. The Rose Bower
XXIV. Circe
XXV. El acróbata
XXVI. Pigmalión y Galatea
XXVII. Kintsugi
XXVIII. Hilas y las náyades
XXIX. Snow Storm
XXX. La muerte de Marat
XXXI. Orfeo y Eurídice
XXXII. El ángel caído
Epílogo. Romeo y Julieta
Gracias

IX. Duelo a garrotazos

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By Ningyolita

A los pocos pasos llegamos a la puerta del bar.

Y lo cierto es que hay gente, mucha gente.

Demasiada para mi gusto.

Algunos nos miran, otros cuchichean y otros simplemente pasan (seamos sinceros, esto no es ningún tipo de película americana donde nosotros seamos los reyes del baile o algo por el estilo).

Pero él me sigue cogiendo de la mano.

- Vaya tela con el rebelde sin causa. Quién diría que sería capaz de convocar tales multitudes.

Me señala a un grupito de chicas que aparentan estar en su época de adolescencia profunda. Se han pintado la cara y llevan sendas pancartas en las manos.

- ¿Celoso?

- ¿Yo? ¿Por qué iba a estarlo?

- Creo que esa chica se acaba de quitar el sujetador para lanzarlo.

- Nena, yo no necesito recurrir un escenario para atraer a las chicas a mi cama.

- ¿Sabes, Nathaniel? A veces estás tan guapo cuando guardas silencio. En serio, quizá tú no te des cuenta, pero te aseguro...

- Coincido completamente con ella.

Esa melena digna de Mucha. Y esa cintura más bien propia de Marilyn Monroe.

Ámber.

Me quedo cortada y cierro la boca mientras Nath le da un beso en la mejilla.

- Hermanito, pero... ¿qué llevas en la mejilla? ¿Pintalabios? – Se chupa el pulgar y se lo intenta restregar por la cara – No se te puede dejar solo...

Espera, espera, espera...

Yo no lo he besado, ¿verdad?

¡Empezó él!

Me muero por gritarlo a los cuatro vientos, pero...

Ámber se ríe. Nathaniel le da un puñetazo en el hombro.

Está rojo.

Madre mía, está más rojo que el pelo de Castiel en sus mejores momentos.

- ¡Era broma! Madre mía, deberíais haberos visto las caras... ¿Estáis juntos?

- ¡Claro que no!

- Juntos y bienhallados.

Lo miro y me mira.

"Duelo a garrotazos" es una obra atribuida a Francisco de Goya en la que aparecen dos hombres hundidos en el barro hasta las rodillas dándose de palos hasta que uno de los dos... en fin, deje de moverse.

Pues a veces nosotros somos iguales.

Cada uno hundido en sus palabras y acciones.

Armado con un garrote de negación, sarcasmo e ironía.

Uno de los dos acabará herido.

Y, llamadme tonta, pero creo que voy a ser yo.

Los momentos fluyen, pero el poso que dejan más bien es como el barro.

- Bueno, creo que antes que nada vais a tener que llegar a un consenso, ¿no? Pórtate bien.

Ella se va. Y él le coge de la muñeca.

Este chico debería dejar de hacer esas cosas.

- Y tú ten cuidado, ¿me oyes?

- Eres un poquito pesado.

- Ámber.

- Que sí... No te preocupes. Está todo controlado.

Le guiña un ojo y se va por donde ha venido.

- ¿A qué ha venido eso?

- ¿A ti que te importa?

¿Qué acabo de decir? Sí, los garrotes y tal.

- Eh, relájate. Ella también es mayorcita.

- Si lo digo es por algo.

- Pues muy bien.

- Pues eso.

- ¿Tienes que tener siempre la última palabra o cómo va esto?

Me sonríe como un niño travieso.

Un niño travieso y estúpido.

Sin soltarme la mano me lleva hacia dentro.

Y yo me hundo aún más en el barro.

Pero tampoco me da tiempo a pensar mucho en ello. El interior del bar me deslumbra, y no precisamente por la abundancia de luz, más bien por las cantidades de gente, la atmósfera.

- Vaya...

Seguro que alguna vez lo habéis notado. Ese momento previo a una tormenta, cuando el cielo está en su punto más oscuro y el aire se carga de electricidad. Todo el mundo parece respirar a la vez esperando, sólo un instante, que se desate...

- Somos Crowstorm.

Su voz es un rayo.

Y los primeros rasgueos de la guitarra, el trueno.

Lo veo y no lo creo.

Él.

Más mayor, puede que más alto. Tatuajes, el pelo más largo. La misma mirada y la misma sonrisa.

Porque, no en vano, la música es un arte: el artista comunica con sus emociones, y tengo que decir que Castiel lo hace a las mil maravillas, puesto que su disfrute es contagioso.

Sin darme cuenta quiero unirme a las primeras filas, quiero chillar y empujar a los que me rodean, mover la cabeza y enredar mi pelo al son de la música.

Pero él se acerca aún más.

Y cuando nuestros ojos se encuentran veo algo que me asusta.

Porque es de verdad.

Por eso, y sin pensar, le regalo una sonrisa y tiro de él saltando como una loca.

­- ¡Vamos! ¡Déjese llevar, señor delegado!

- ¿Con la música de ese idiota? Ni de coña.

Pero salta conmigo y me da vueltas cogiéndome de la mano.

Somos la típica pareja arrítmica y feliz de cualquier baile. Envueltos en un halo particular que nos convierte en protagonistas de nuestro propio espectáculo.

A nuestro propio ritmo.

Y el barro parece más liviano.

Hasta la última nota, que queda suspendida en el aire, deteniendo el tiempo por una milésima de segundo en la que puedo verlo, verlo como nunca y como antes, con ojos de sol y sonrisa de luz.

Y me doy cuenta.

Me doy cuenta cuando vuelve a esa máscara, ese rictus burlón, la sonrisa torcida.

Lo echo de menos. Lo echo mucho de menos.

- Creía que esta tortura no iba a acabar nunca. Voy a por algo de beber.

Dejo mi garrote de lado porque he perdido.

Soy la idiota que ha salido herida.

La que no es capaz de alzar el arma ante su rival.

La que ha de recomponerse cuando ve una melena roja a pocos pasos.

Y decide acercase por detrás y susurrarle al oído.

- Eh, Castiel, ¿me firmas las tetas?

Estoy pasando demasiado tiempo con Nathaniel y su particular sentido del humor.

- ¿Dónde están? Yo no las veo por ninguna parte.

- Míralo, igual de majo que en el instituto. ¿Cómo has sabido que era yo?

- Te he visto desde el escenario, como para no fijarse en el espectáculo que estabas dando.

- ¿En un sentido bueno o malo?

- En el mejor de ellos.

Me está abrazando.

Realmente nunca hemos sido excesivamente cercanos. Nos gustaba hacer el tonto y meternos el uno con el otro... Esto es nuevo para mí. Y me gusta, porque no necesito palabras para decirle que me alegro por todo lo que ha conseguido, por volver a verlo y que esté bien, que ha sido fantástico.

A lo lejos veo a Yeelen (alias Chica Conflictiva) taladrarme con la mirada.

¿Qué problema tiene esta chica? Es mi amigo.

A la par, alguien me da un tironcito de la camiseta.

El que faltaba.

- MC, las bebidas.

Castiel me suelta. Coge el bolígrafo que le tiende una de sus admiradoras y sin más dilación garabatea unos números en mi brazo.

- Dame un toque y hablamos.

- Va... vale ¡Qué termines bien!

A lo que me doy la vuelta Nathaniel ha desaparecido.

No me queda otra que dirigirme a la salida, creo que necesito aire.

Y cómo no, ahí está él.

Arrastrando a una chica hacia cierto callejón.

- ¡Eh! ¿A ti qué coño te pasa? ¡Suéltala!

- ¿Te puedes callar?

- ¡Ni loca! ¡Te he dicho que la sueltes!

Me acerco para agarrarlo, y en ese momento me doy cuenta. La chica es una versión de Ámber más pálida y prácticamente desmadejada.

Ups.

- Nathaniel, si es por la bebida es mejor tumbarla de lado tapada con tu chaqueta, no podemos dejar que se quede fría, puedo llamar a una ambulancia...

- ¡Silencio! No voy a dejarla tirada aquí en medio. Nos vamos a casa.

- Pues déjame ayudarte.

- Ni de coña.

- ¿Hola? ¿Estás tonto?

- ¡No! Mira, te conozco, y sé que después de esto vendrán las preguntas y el jugar a los detectives. No es la primera vez, MC, pero será la última ¡déjanos en paz!

- No puedo dejaros con Ámber en ese estado.

- Puedo apañármelas solo. De nada.

Los gestos pueden más que las palabras, y sin darle tiempo a decir más tonterías cojo un brazo de Ámber y me lo paso por los hombros.

- Vamos.

- ¿Estás sorda o algo? Te he dicho que nos dejes en paz.

- ¿Y tú eres gilipollas? Te he dicho que quiero ayudar.

- Me tienes hasta los...

- Nathaniel – por fin habla la tercera en discordia – Déjala, llegaremos más rápido. Por favor, quiero irme a casa.

Sus palabras inclinan la balanza. Él (POR FIN) se calla y sigue adelante.

Es cierto que entre los dos avanzamos mucho más rápido, por lo que no tardamos demasiado en llegar a nuestro destino.

- ¿Vive aquí?

- No, es la casa de una amiga suya, prefiero que no pase la noche sola.

- Genial. En fin... será mejor que me vaya. Espero que se recupere, si necesitas algo llámame, ¿vale? Creo que tienes mi número.

- Sí.

- Ok... pues buenas noches.

¿No seré yo la reina de la incomodidad?

- MC.

- ¿Sí?

- Lo siento.

- ¿Esta vez no vas a ponerte de rodillas?

Un amago de sonrisa.

- Y gracias.

- De nada, Nath.

Me alejo como puedo, hundida en el barro.

Desarmada.

Valiente.

Y enamorada.

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