Cruzados -El infierno en la T...

By TheAngelicalMadness

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Un hombre, quien vive en medio de la nada, se despierta debido a unos extraños ruidos, por lo que decide inve... More

Capítulo 1 -Invasores de la noche-
Capítulo 2 -Al otro lado de la puerta-
Al otro lado de la puerta (parte 2)
Capítulo 3 - Unos días en el Limbo
Capítulo 4 - Una vela en la oscuridad
Capítulo 5 -La Huida (Primera parte)
Capítulo 5 -La Huida (Segunda parte)
Capítulo 6-¿A salvo? (Primera parte)
Capítulo 6-¿A salvo? (Segunda parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Primera parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Segunda parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Tercera parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Cuarta parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (quinta parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Sexta parte)
Capítulo 8 - El Juicio
Capítulo 9 - Paria
¡REQUIERO OPINIONES!
Capítulo 10 - FirestormCore

Trailer

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By TheAngelicalMadness

La cabina vibraba con sus brillos metálicos esparcidos como cristales de una botella rota. El silbido del viento contra el fuselaje no calmaba mis nervios en absoluto. Lo extraño era que no era la primera vez que entraba en acción: una y otra vez, durante el último mes, nos habíamos adentrado en territorio enemigo, destrozando portales, aniquilando rebeldes y demonios por igual; jamás había titubeado. Pero hoy era diferente, lo presentía.

La luz roja que avisaba que estábamos a punto de descender iluminó el rostro de mis compañeros, todos con la frente perlada del sudor. La verdad es que daba igual estar dentro del compartimento de última generación de la aeronave o de una olla, la realidad era que estábamos sudando como si nos estuviesen cocinando a fuego lento.

Kaylye, la francotiradora, permanecía serena en su asiento, abrazada por el arnés de seguridad. A su lado, el rifle brillaba con malicia. Repentinamente percibió que la estaba observando y me dedicó una sonrisa tranquilizadora. Sus ojos brillaron y, tan velozmente como percibí el relampagueo, comenzamos a caer. La alarma de emergencia empezó a sonar, aturdiéndonos. Las chispas llovieron sobre nosotros como una ducha anaranjada y un panel de la pared se desprendió. Sentí que el alarido de Jeliel me desgarraba el alma, al igual que la turbina exterior desgarraba su cuerpo. Una explosión sacudió la aeronave una vez más y, por fin, impactamos en el duro suelo. Fue una eternidad de chapas doblándose, quebrándose por el esfuerzo, vidrios astillándose y objetos golpeando por doquier… hasta que nos detuvimos. El silencio parecía casi irreal.

De hecho, el silencio era irreal. Abrí los ojos un instante o un millón de años más tarde. Al parecer el fuselaje había aterrizado de costado, porque me encontraba sujetado a mi arnés pero colgando de lado, teniendo a un metro y medio debajo de mi el cuerpo inconsciente y ensangrentado de Kaylye. Intenté ignorar los fuertes latidos de mi corazón y desprendí el seguro. Caí con todo mi peso sobre el cuerpo inerte de mi compañera, que siquiera lo notó. Intenté incorporarme pero me fallaron las piernas y mi rostro quedó a centímetros del rostro de ella. A través de las heridas de la mejilla podía ver sus dientes. Un estremecimiento involuntario recorrió mi cuerpo y me obligué a incorporarme y mirar a mi alrededor.

Los objetos se contorneaban con líneas naranjas, casi húmedas. Parecía como si nos hubieran sumergido en jugo de naranja. Comencé a avanzar entre amasijos retorcidos de acero y cables de goma y cobre.

Dos asientos estaban completamente arrancados de cuajo. Allí donde había estado Marlowe sólo quedaba un amasijo que preferí no identificar. Del pelotón de diez exploradores tan sólo quedábamos, con suerte, seis. Oí mi nombre a la distancia y me sobresalté. Instintivamente me arrojé al suelo y busqué un arma, pero no encontré nada más que un tubo pegajoso para asir entre mis manos. Me sentí más seguro, aunque de poco serviría contra un enemigo real.

Otra vez. Mi nombre, definitivamente era mi nombre. Intenté identificar la voz, pero no podía estar seguro de quién era. Tan sólo de mi nombre.

Una enorme figura se recortó contra las llamas que crepitaban como una hoguera gigantesca a un par de metros de mi posición. En el estado en que estaba, luego del shock por el impacto, me quedé petrificado. Afortunadamente, reconocí los rasgos de Mathista, artillera y segunda al mando.

—¡Arriba! ¡de pie, soldado!—Era su forma de decir “Buenos días, me preocupé por tu estado”. Sin decirme una palabra más, descolgó de su espalda una carabina y me la puso entre mis brazos. Estaba fría, casi helada, pero si con el tubo en mis manos me había sentido seguro, ahora me sentía un semidios. Seguí sus pasos fuera del siniestro, procurando no mirar atrás. De todos modos, mirar hacia delante no era nada alentador: un camino de sangre, al mejor estilo de Hansel y Gretel, conducía hasta el Cabo Sacerdote Lucien. En sus manos, junto a la enorme herida del abdomen, sujetaba aquella biblia que no soltaba siquiera para almorzar. Cinco. Tan sólo quedábamos cinco figuras recortadas en un fondo naranja que bien podría haber sido el ocaso más fantástico que nadie se hubiera imaginado nunca.

Caminamos en silencio durante varios minutos, por el simple hecho de alejarnos. Sabía qué tan turbados estaban los demás, al igual que yo. Una parte de mí quería quebrarse, correr en dirección opuesta, pero la otra mitad se erguía a mitad de camino y le impedía avanzar. Finalmente, Mathista dio la voz de alto. Sus ojos demostraban cansancio, no así su voz.

—Estamos en una situación de emergencia. Nuestros camaradas cayeron sin piedad. Regresemos a la base para luego cobrar venganza. Soldado que se retira sirve para otra batalla. Merci, mapea nuestra posición, avisa a la base y …—dejé de escucharla. Su voz, atronadora y autoritaria, no lograba penetrar las barreras de mi mente. A lo lejos podía verse el sitio en que había caído la aeronave. Una mancha anaranjada sobre la tierra yerma y gris.

Sin darnos cuenta, el cuerpo de Fabián “Alasnegras” cayó al suelo con una espina de varios centímetros de diámetro asomando de su sien derecha. Cuatro.

Corrí para ponerme a cubierto, revisé mi arma y esperé a calmar mis pulsaciones. Mi mente se resistía a morir allí, en ese instante.

Mathista activó su escudo y detuvo a milímetros de su cuello un par de mortíferas protuberancias afiladas. Merci comenzó a chillar horrorizado junto a su amigo caído y, de improviso, corrió en dirección opuesta a los disparos. Aún puedo oír sus gritos mientras lo acribillaban. Tres.

La hermana Enura devolvía el fuego sin darse por vencido, cubriéndose tras el escudo de Mathista. Corrí velozmente hacia un saliente rocoso no muy lejos de mi anterior posición, resbalando reiteradas veces que salvaron mi vida, evitando que los proyectiles enemigos dieran en el blanco. Apunté precariamente y disparé a ciegas, sólo por hacer algo.

¿Qué mierda estás haciendo?—Chilló mi superiora por encima del rugido de su furia de plata y plomo. En mi interior algo se removió como un felino inquieto, buscando libertad, pero el collar alrededor de mi cuello me lo impidió. Maldito supresor. Me contenté con asomarme y apuntar a consciencia.

Dos gigantescos escorpiones lanzaban un aguijón tras otro sobre nosotros, como una lluvia letal. Apunté y disparé una, dos, mil veces, hasta que el martillo golpeó el vacío. Como un autómata, recargué. De reojo pude ver cómo el escudo de Mathista comenzaba a ponerse rojo. En su rostro podía ver el deseo de escapar y de luchar una vez más, en otro lugar, para pedir una y otra vez escapar y luchar otra vez, seguir viviendo. Entonces, lo inesperado. Un rugido estremeció el ambiente y una sombra se cernió sobre los escorpiones. Un enorme cancerbero, de cuya negra piel salían llamas que parecían absorber la luz, se interponía involuntariamente entre los alacranes demoníacos y nosotros.

Aprovechamos el momento y nos retiramos a un socavón en la superficie rugosa de la colina, un poro profundo en su imperfecto rostro.

—¿Qué hacemos?—Preguntó Enura, sin disimular sus nervios. El miedo se leía en sus ojos y en la férrea forma de sujetar la cruz de oro entre sus manos, alrededor del arma. Mathista parecía evaluar la situación, porque no decía nada. O, quizás, ya se había rendido.

—Aprovechando la situación, deberíamos contraatacar.—No, no se había rendido.

—Pero—interrumpió Enura.—si nos retiramos… ¿no sería más fácil?—¿Quién habría dicho que una mujer entrada en años, una veterana como ella, buscaría huir de la muerte tan patéticamente como cualquiera de los tantos rookies que habían pasado frente a nuestros ojos?

—No.—La determinación de la artillera estaba afilada como una navaja.— Si nos retiramos el cerbero nos dará alcance. Y tiene una cabeza por cada uno de nosotros, entramos cómodos en sus mandíbulas. Lo mejor es atacar y rezar porque en su encarnizada lucha se hayan herido lo suficiente como para rematarlos.—Lo cierto era que parecía como si dos ejércitos se estuviesen enfrentando a unos metros de nosotros. Dos ejércitos bestiales.

Enura dirigió su mirada hacia nosotros, suplicante, en busca de apoyo. Sin embargo, conocía mi lugar.—Yo no puedo opinar. No tengo rango ni autoridad. – La mirada de la monja me quebró el alma de pena. Pero el instante duró poco, porque Mathista se irguió cuan alta era, recargó su enorme cañón de mano, y se dirigió al borde de nuestra cobertura con una mano en alto.—A mi señal.

Asentimos con una relativa seguridad y chequeamos el equipo una vez más. Tragué saliva. Sabía a polvo, a suciedad, a desierto. La mano levantó tres dedos. Dos. Uno. Nos lanzamos a la carrera en una frenética búsqueda por la más mínima ventaja que nos permitiera sobrevivir en aquella tierra amarronada y roja. El cañón rugió a mis espaldas y de él surgieron proyectiles cargados de desesperación. El cancerbero rugió cuando impactaron en su lomo y se retorció. Sorprendidos por nuestra aparición, los escorpiones no lograron retroceder con velocidad y el gigantesco canino demoníaco aplastó con sus enormes patas a uno de ellos. Tomé una granada y la lancé. Las esquirlas de plata volaron en todas direcciones, al igual que una de las cabezas del ser del averno, y una lluvia de polvo y terrones cayó sobre nosotros. El sonido cesó y me atreví a mirar a mi alrededor. Mathista corría hacia Enura quien, milagrosamente, se mantenía erguida a pesar de que una espina atravesaba su garganta. Abrió la boca como para decir algo pero una burbuja de sangre ocupó el lugar de sus palabras y se desplomó en silencio. Dos.

Mi superiora estaba pálida, pero, instantes más tarde, suspiro con alivio, como si interiorizara todo lo que había sucedido de una sola vez y lo tirara a la basura. Se sentó en el suelo y miró al cielo. Sin embargo, el destino parecía no querer darnos tregua. Me recordaba a los niños que se la ensañan con un objeto y no paran hasta conseguir su objetivo. Y debíamos de ser unos objetos muy divertidos para nuestro amigo el destino.

Una enorme bola de flema negra voló desde los interiores de la nube de polvo e impactó a Mathista. Al mismo tiempo, escuché el crepitar de la radio que ella cargaba consigo. Curiosamente, el destino nos tendía un comodín.

La artillera, malherida y todo, comenzó a farfullar nuestra posición al tiempo que se arrastraba en busca de cobijo. La tomé del brazo y la ayudé a llegar a una posición segura.

—M 21 a central, M 21 a central, tenemos un…—la tos anegó su garganta durante un instante—…C 33—12. Repito, M 21 a central, tenemos un C 33—12, nos encontramos a 33 km al sur de nuestra posición objetivo. Sólo quedamos dos. Repito, sólo quedamos dos.

Su voz se empastaba a medida que continuaba repitiendo desesperadamente el mensaje. De repente, se calló. Sus ojos, como platos, observaban cómo el cancerbero se regeneraba lentamente, al tiempo que una cabeza nueva crecía en el lugar de la anterior, la cual había estallado en mil pedazos. Mi corazón comenzó a latir muy fuerte, con la necesidad de querer sentirse vivo una vez más antes de morir. El ser de mi interior volvió a retorcerse y me estremecí. Escuché un sonido agudo y miré a Mathista, quien sostenía un cuchillo en su mano derecha, mientras que con la izquierda intentaba tapar la herida que había quemado la mitad de su torso.

—Salvanos.—Susurró, al tiempo que bajaba velozmente el filo en dirección al colgante. Un dolor punzante me recorrió el cuerpo y sentí cómo la sangre manaba de un corte no intencionado y, junto a la sangre que caía, pude ver que también lo hacía el colgante. El ente animal, instintivo, que guardaba en mi interior se transformó, comenzó a crecer, tomando control de cada poro de mi cuerpo. Sentí cómo el miedo desaparecía y los poderes arcanos empezaban a correr por mis venas.

Arrojé el arma, inservible debido al calor que despedía mi cuerpo, y me arrojé contra el perro de tres cabezas que me aguardaba. El comunicador, en ese instante, me susurró con una voz preocupada pero que mil veces había oído seductora y siempre hermosa. –Ya voy a buscarte, mi amor.

Bueno, damas y caballeros... """he vuelto""". Después de un largo hiatus comencé a escribir de nuevo esta fantástica historia.

Lo que acaban de leer no es sino un fragmento de algo que sucederá cierto tiempo después de los sucesos en el Fort. Espero que les guste y que en este tiempo mi estilo haya madurado. Abrazos a todos, mis fieles lectores.

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