Capítulo 9 - Paria

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Afortunadamente, mis heridas habían sanado más rápido de lo que imaginaba, aunque de no haberlo hecho el Commotio Magus me habría enviado de todas maneras a esta misión de… ¿cómo calificarla?¿reclutamiento?

Dado que el juicio no había devorado mi día tanto como había supuesto y, probablemente, Angie aún estaría recuperándose, decidí visitar a Magnus otra vez. Por un lado, lo hacía para matar el tiempo, mientras que, por otro, entre el equipo de mi nueva compañera de habitación no había encontrado más que un simple revólver con balas de plomo y un cuchillo de combate, por lo que quizás mi nuevo amigo tecnófilo podría facilitarme algún tipo de armamento. Me retiré del rincón apartado del cuartel en que estaba la biblioteca y volví a salir a la calle principal justo cuando unas gruesas gotas comenzaron a caer. Intenté cubrirme con la capucha, pero un Zarigüeya con prisas conducido por una adolescente me cubrió de barro por segunda vez en dos días. ¿Qué rayos? ¿Una joven de unos catorce años manejando un transporte cruzado? Ni siquiera había podido vislumbrar un uniforme en los pocos segundos que estuvo cerca, tan sólo una sonrisa burlona al comprobar por el espejo mi estado, junto con un fugaz mechón rojo. Suspiré resignado, me quité la capucha y proseguí mi camino. Las pocas gentes que encontré me ignoraron, siquiera me dirigían la mirada, lo cual no tendría nada de novedoso dado que yo no era más que un miembro más de la organización, pero una vez que las dejaba atrás sentía sus ojos clavarse como agujas en mi espalda. Quizás estuviese volviéndome paranoico.

Para cuando llegué, nuevamente, a la plaza central, mis ropas se habían convertido en lo más parecido a las sopas de barro que hacía de pequeño en el terreno yermo que lindaba con el campo de mi familia, lejos de la mirada de mi padre. De todas maneras, siempre sabía que me esperaría un reto por haberme llenado de barro hasta el cuello en vez de haber estado trabajando. Dejando mi pasado más remoto en el lugar que le corresponde, continuaré relatando los tiempos pretéritos más cercanos.

Abrí la puerta y esta vez el pánico había desalojado al usual rencor inexplicable de la mirada de la recepcionista del edificio. De hecho, el miedo había desalojado cualquier otra sensación de los ojos de quienquiera que se percatase de mi presencia, incluyendo a los guardias que antaño me habían conducido, indiferentes, a las entrañas del fuerte. Bueno, cualquier sensación excepto, quizás, el asco.

Intentando ignorar la excesiva frialdad con que me trataban ambos hombres, luego de que ambos discutieran entre sí por lo bajo, fui escoltado hasta la enorme puerta subterránea que conducía a las entrañas del taller por uno de ellos que, si mi memoria no falla, respondía al nombre de Gerard o algo así.

Los pasillos estaban vacíos, lo cual consideré una fortuna debido a que la mayor parte de los miembros participantes del juicio tenían sus talleres y oficinas en el subsuelo. Esta vez, a pesar de encontrarme en un ambiente tenso, presté mayor atención al recorrido. Descendimos por unas escaleras de caracol que se me hicieron infinitas, salimos al tercer subsuelo y caminamos por el pasillo principal hasta llegar al noveno cruce. No recuerdo haberlo dicho antes, pero a mayor distancia de la superficie, mayor prestigio dentro de la organización, por lo que Magnus debía de ser bastante apreciado por los altos mandos.

Nos detuvimos delante de la enorme puerta metálica remachada y mi escolta me pidió que me diese vuelta mientras colocaba el código de desbloqueo. Un poco cansado por el exceso de precauciones, miré en dirección contraria hasta que me avisó que podía darme vuelta. Agradecí a regañadientes y entré. La puerta se cerró a mis espaldas.

Nuevamente el lugar estaba a oscuras. Sin embargo, no me dejé engañar y me mantuve alerta, buscando al anciano mecánico entre las sombras.

Un ruido a mi derecha me sobresaltó y, antes de que pudiera hacer nada, me encontraba sobre el suelo con algo metálico alrededor de mi cuello. Mis manos se dirigieron, desesperadas, hacia lo que fuese que me estaba sofocando y cuánto me sorprendí al descubrir que era un brazo metálico. Las luces se encendieron y me encontré cara a cara con una joven cuyo rostro me resultaba familiar. Sus ojos verdes se abrieron mucho al verme, como si me hubiesen reconocido y, automáticamente, me soltó. Qué raro,-pensé irónicamente.-más tratos extraños.

Cruzados -El infierno en la Tierra- (EDITANDO)Where stories live. Discover now