DRAKONS: Hijos de la Luna

By Minnaliquid

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En la antigüedad el mundo fue dividido en 4 puntos principales. 4 Jinetes Originales que resguardaban el bien... More

Sinopsis
Sobre la Historia
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
II Parte: Estigmas del Sol
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
III Parte
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
IV Parte
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo Final.
Agradecimientos.

Capítulo 20.

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By Minnaliquid

Recordaba muy poco lo que era vivir en un castillo. Más aún tener tanta vigilancia todo el tiempo y que un séquito de doncellas tratara de hacerte lucir menos letal. No me gustaba tener un perro faldero mágico que me siguiera a todos lados con tal de brindarme protección. Sabía perfectamente cómo cuidarme sola. Me había alejado de este castillo por una simple razón: lo odiaba, más aún, odiaba estar sola en él.

Yo había sido la hermana mayor, mi hermano Doroteo por ser el varón tendría el trono. Jamás me molestó, de hecho era una dicha. Aunque las reglas no podían cambiarse. A veces cuando él tenía que ir a la guerra temía que muriera, pues supondría que yo estaría al mando en su ausencia y por lo tanto me convertiría en Reina. No había un evento especial que me hiciera odiar estar aquí. Era simplemente que no era para mí. Las paredes de este sitio me ahogaban. Se sentía como una prisión de la que nunca podría escapar. Todavía en los pasillos podía ver a las doncellas tratar de animarme. En los salones aún podía escuchar la música de los bailes en los que quisieron emparejarme con un guapo rey de una tierra muy lejana.

Aún escuchaba la voz de mis consejeras que insistían en que consiguiera un buen esposo. Lo único que adoraba de este lugar era la comida. Mi padre vivió más años metido en la cocina al lado de la gente de servicio que en guerra. Él había sido un buen hombre, así que sabía que si Doroteo regía... también sería un gran rey pues había tenido un buen ejemplo.

La primera vez que escapé del castillo Doroteo acababa de obtener la corona y pronto tendría qué encontrar una esposa. Recuerdo que ofrecieron un enorme baile. Vinieron princesas de ocho reinos. Todas dispuestas a ser escogidas por el más generoso y joven rey de todos. Mi hermano estaba aterrado nunca había estado enamorado antes y ni siquiera sabía cómo funcionaba eso de los matrimonios arreglados, al menos nosotros no teníamos una ley que nos dijera con quién emparentarnos, pero sabíamos que teníamos qué elegir en algún momento de nuestras vidas, si nosotros no lo hacíamos, la familia lo haría primero. Doroteo no había podido dormir la noche anterior a su compromiso y recuerdo que me dijo: "Quien tú creas que deba quedarse conmigo lo hará".

Durante el baile conocí a quince princesas. Ninguna parecía estar lo suficientemente interesada en él. En sus pláticas solo hablaban sobre el reino, el castillo, Flox –dragona de mi hermano-, sus dones como jinete y los planes de conquista y paz que tenía el ejército. Por primera vez sentía algo de pena por él.

Casi al final de la noche, noté que había una señorita sentada en una de las mesas más alejadas del trono. Ella usaba un vestido que parecía estar hecho a mano. El tono de su capa era lo que había llamado más mi atención, era un azul profundo. Su cabello era muy negro, tenía seis lunares en su frente, parecían formar una constelación. Al ver que me acercaba, fijo sus ojos en mí. El peculiar dorado del iris fue lo que terminó por atrapar a mi curiosidad.

—No te conozco —dije al verla— ¿De quién es tu familia?

—Soy Rahe de Tallulah, soy de la familia de nadie —la observé, estaba demasiado bien vestida para no ser de ningún pueblo.

—¿Eres invitada de alguien? —ella negó e hizo media sonrisa—. ¿Por qué estás aquí, entonces?

—Escuché que el Rey encontraría esposa esta noche —volví la vista hacia donde estaba mi hermano. Estaba solo, sentado en una mesa rodeado de mujeres acompañadas de sus padres, reyes de naciones poderosas, algunas otras estaban solo cerca de la mesa con sus casamenteras.

—¿Has decidido observar? —ella señaló hacia la puerta.

—Vengo todos los días a regar el campo de girasoles, quiero saber quién estará a cargo de ellos de ahora en adelante.

—Creí que los jardineros se encargaban de ello —ella sonrió y asintió— ¿formas parte de ellos?

—Ellos compran las semillas a mi familia, nosotros nos encargamos de regar y hacer que crezcan —respondió—. Si mi presencia le es inconveniente, puedo retirarme. Estoy muy consciente que no soy una invitada. Es la última vez que estaré cerca del castillo.

—¿Por qué? —pregunté notando que ella se ponía de pie.

—No nos quedamos en el mismo sitio, princesa —respondió ella con una sonrisa amable y sincera.

Me puse de pie y la acompañé hasta donde estaba la puerta del salón. Ella se inclinó para hacerme una reverencia y me acerqué un poco más a ella.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Lo que usted quiera saber, mi señora —respondió ella.

—No eres de un reino. Ni siquiera sé si perteneces aquí. ¿Me dirás entonces de qué tribu eres?

—Mi familia era de la tribu Akeshta, sin embargo por cuestiones personales tuvimos qué ser expulsados. Ahora somos nómadas. Así que dudo que si un día pide información sobre nosotros, la obtenga.

—¿Hicieron algo malo? —pregunté y ella negó.

—Nací —fue su respuesta.

Recuerdo que luego de irse, di por terminado el baile. Mi hermano y yo seguimos sentados en ese salón por más de tres horas hablando sobre las posibles princesas dispuestas a asumir el papel de reina en el lugar. Ninguna parecía convencernos a ninguno de los dos, hasta que hablé con él de Rahe de Tallulah.

—¿Una nómada? —preguntó arqueando una ceja— ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?

—Solo te estoy diciendo que agotes las posibilidades.

—Necesito casarme con una princesa —aclaró él con firmeza—. ¿Qué dirán los consejeros si les presento a una nómada?

—Dirán que es una mala idea, que estás perdiendo la cordura y que probablemente llevarás al reino a la ruina. Querrán quitarte la corona y dársela a algún primo —respondí convencida, pues conocía a las personas que estaban en mi castillo—. Pero eres el Rey. Nadie puede cuestionar tus decisiones. Es cierto, tal vez un par de reinos se enojen y declaren algunas guerras.

—Innecesarias y caras —secundó mi hermano—. Debería dejar de escucharte y escoger la menos odiosa de todas las que vinieron hoy. Estás diciendo locuras.

—No te estoy pidiendo que te cases con ella. Lo único que te pido es que vayas al maldito jardín de girasoles y te despidas de aquella fiel sirviente que ayudó a que estuviera tan bonito todo el tiempo. Se va mañana, seguramente la encontrarás ahí despidiéndose o sembrando algunas semillas. Sé un buen Rey y agradece sus servicios. Entonces, después de que hayas hablado con ella. Enviaremos cartas con la princesa a la que hayas elegido.

La mañana siguiente, él fue a despedirse de Rahe de Tallulah, a quien yo tres semanas después conocí como la mejor Reina en la historia de Reg.

Aún no sé qué sucedió durante esa conversación que duró más de ocho horas, tampoco supe qué fue lo que dijo o hizo para que mi hermano regresara al castillo con una sonrisa enorme y ganas de ser el mejor hombre de la historia. Pero sé que ha sido lo mejor que le pudo haber sucedido a él.

Durante años la vi organizar eventos, la vi atender al pueblo, la vi lidiar con los problemas que acontecían con la gobernación y también entendí la manera correcta para tratar a las personas que componían un castillo.

Mi hermano estaba locamente enamorado de ella. A pesar de que había llegado de manera poco convencional al castillo, ella nunca dejó que nada la hiciera sentir inferior a los demás. A pesar de recibir insultos de otros reinos, ella jamás bajó la cabeza y no olvidó de dónde había venido.

Tallulah, o Reina Tally, como la conocía yo, se había convertido en una gran bendición en este lugar. Todo el mundo la adoraba. Pero sabía que de alguna forma no todo era perfecto.

Una noche mientras mi hermano estaba en batalla contra el reino de Loftus, ella se quedó dormida en mi habitación. La preocupación de que él se hiciera daño la hacía permanecer despierta durante días enteros. Esa noche ella estaba teniendo una pesadilla. Estaba por acercarme a consolarle, cuando noté como su cuerpo se llenaba de marcas negras, era como si listones negros se enredaran en sus brazos y en sus piernas. Siluetas con estigmas desconocidos marcaban su rostro y aparecieron grandes garras en sus manos.

Me asusté tanto que terminé paralizada a su lado, sin saber exactamente qué hacer. Ella abrió los ojos y noté cómo la pupila de estos se había adelgazado y ahora parecía que fueran iguales a los de un dragón.

Ella al verme se sentó sobre la cama, enterró las manos entre las cobijas y permaneció anclada en esa posición, hasta que se calmó. Las líneas negras de su piel se fueron desvaneciendo y las garras desaparecieron por completo.

Yo no podía gritar, así que no lo hice. No pedí ayuda, simplemente la observé y ella ahora más serena me sonrió.

—Hay algo que tengo que decirte... —dijo encendiendo la vela que había a un costado de mi cama.

Esa noche entendí la razón por la que la habían expulsado de la tribu. Esa noche conocí la historia de los cuatro jinetes originales. Esa noche entendí que todas las historias sobre criaturas de la noche, criaturas del mar, criaturas sobre los cielos y debajo de los suelos existían. Esa noche entendí que todos esos cuentos que mi padre nos leía al dormir eran reales y que solo estaban a una puerta de distancia para que yo los viera también.

Tally me dijo que la espada que le había obsequiado a mi padre para el día de su nombramiento como reina era un artilugio mítico y que lo protegería en cada una de las peleas a las que él fuera. Ella también usaba un collar, que más bien se parecía a una cadena con una piedra ambarina. Dijo que esa roca contenía la mayoría de sus recuerdos y que cuando fueran necesarios serían utilizados de la mejor manera.

Yo escuché cada una de las historias que ella me contaba. Doroteo conocía mucha parte de lo que ella dijo. Sin embargo, sabía que le ocultaba muchas otras simplemente para protección de él. Esa noche hablamos hasta que amaneció. Esa noche entendía que había todo un mundo en el exterior y que yo quería explorarlo.

Hablé con Doroteo el día en que él regresó de la guerra. Habían acordado tratados de paz con Loftus, así que pronto muchos de nuestros pueblos serían seguros. Siendo así, supe que era el momento para irme de aquí.

Recorrí todos los pueblos de Reg únicamente con una pequeña bolsa con monedas, un caballo y un arco con flechas. Descubrí lo que era tener hambre, descubrí lo que eres capaz de hacer cuando tienes frío y lo mucho que odiaba a algunas personas. Conocí la amabilidad de la gente, y encontré el mal de la peor manera. Me encerraron en mazmorras un par de veces, y encontré gratificación en encontrar a personas por dinero.

Me volví una experta en intercambios de mercancías y disfrutaba de mi libertad para relacionarme con todos sin ser mal vista o como superior a los demás. Conocí mi primer demonio de la noche un año después de haber recorrido gran parte del reino. Supe lo que era enfrentarse a un cambia formas. También cómo funcionaba la ponzoña de los Trueles, me hice amiga de un Adhlex. Jugué con un cachorro de pantera y nadé entre las sirenas. Le hice un favor a una Grachod y me mudé a la posada de un hombre que parecía ser un mendigo. El mundo se había vuelto tan pequeño que pronto me enteré de que jamás regresaría al castillo que una vez fue mi hogar.

Las únicas veces que regresé fueron porque mi hermano solicitaba mi presencia mediante una carta sellada. No me mandaba hablar como familia, lo hacía como Rey.

La primera vez que lo hizo fue para presentarme a su primer y única hija: Rahe. A pesar de haber conocido animales extraños y criaturas míticas... verla a ella era como si saliera por la puerta del castillo por primera vez. Era tan pequeña y tenía las pestañas tan largas y negras. Las pequeñas uñas rosadas de sus manitas y los bordes de su nariz me tenían hipnotizada. No podía separar mi mirada de esa niña. Contaba el número de veces que respiraba. Observaba como lucía al dormir. Me gustaba oírla renegar y más aún me gustaba ver lo feliz que hacía a mi hermano y a su esposa.

Esa pequeña criatura se había ganado mi corazón y ella ni siquiera lo sabía. Me quedé en el castillo el primer año de su vida. Me quedé hasta que la hice pronunciar sus primeras palabras: "Tita Lela".

La segunda vez que regresé a Reg fue por una emergencia: la Reina moría. Había viajado por todas partes tratando de encontrar a los Akeshta. Fue en ese momento cuando conocí a Tala. El hombre había pertenecido a los Akeshta cuando aún eran una tribu. Una bestia de los cielos –un dragón- los había atacado y pocos habían salido con vida.

Él se había encargado de darme mezclas de hierbas y aceites que ayudarían a la reina a no sufrir. Al decirle los síntomas que ella padecía, él no me dio esperanzas, dijo que aguardara el final de su vida. Regresé al castillo con un bolso lleno de esencias que ayudaron a darle mejor aspecto. Durante mi estancia no hacía nada más que atenderla a ella y a la pequeña, quien apenas sabía lo que sucedía. Una noche ella solo se quitó la cadena que llevaba al cuello y la puso en mis manos. Antes de irse me susurró que la colocara sobre su cuello la próxima vez que volviera a verla. Yo lo prometí.

A pesar de todos mis esfuerzos porque ella se quedara y las súplicas de mi hermano para que permaneciera unos años más con él, ella tuvo que irse.

Nunca había visto a todo un reino unirse ante la muerte de alguien. Recuerdo perfectamente que ese día llovía. Todas las entradas al castillo estaban abiertas y el pueblo entero fue invitado. Hubo música, aunque nadie parecía estar interesado en ella. Mi hermano permanecía de pie, junto a la entrada del pequeño Mausoleo que construyó para ella. Podía ver cómo sostenía la empuñadura de su espada y trataba de conservar la calma. Yo sabía que él estaba a punto de quebrarse. Jamás lo había visto amar nada como la había amado a ella. Diez años fueron suficientes como para hacer que el corazón de él se sellara para siempre y ella grabara su nombre dentro de él.

Dos días después, cuando yo estaba por irme, decidí ir a despedirme de ella. Fue entonces cuando noté que había sobre la tumba de mi Reina un pequeño cachorro azulado. Estaba confundida, la cripta estaba cerrada, no pudo haber entrado nada aquí.

Me senté frente al cachorro y al percatarse de mi presencia, se posó en mi regazo. Sus ojos azules me observaban con interés. Acaricié sus pequeñas orejas y sonreí al ver que él permanecía quieto mientras yo lo estudiaba. Traté de hacer que me siguiera, pero él no se movía de la lápida de la reina. Seguía sentado ahí y nada más. Entonces lo supe...

Saqué de mi mochila la cadena que usaba la Reina como collar y lo coloqué alrededor del cuello del lobo.

—Bienvenida otra vez —susurré para después salir de ahí.

No regresé otra vez. No regresé cuando supe que mi hermano se había casado de nuevo. Él tampoco me lo pidió. No regresé cuando supe que mi sobrina había cometido su primer asesinato. No regresé tampoco cuando me enteré de los bailes ridículos que la nueva reina hacía. Tampoco cuando supe del malgasto que cometía como recaudadora de impuestos y tampoco regresé cuando las cosas se pusieron mal y mi hermano tuvo que estar en guerra otra vez. Regresaba a ver a Rahe solo una noche por año, pero cuando cumplió once dejé de visitarla.

La única razón por la que regresé alguna vez, fue para el cumpleaños diez y ocho de mi sobrina. Ella era toda una señorita y aunque todo el mundo parecía respetarla. Yo sabía que le temían. Ella se había ganado una reputación que no era buena. Tenía mal temperamento, no le gustaba acatar órdenes y contaba con una madrastra que pondría a prueba la integridad de un santo.

Conocía lo mala que podía ser la gente de la realeza, también sabía lo duro que eran los eventos sociales y sabía que cuando las casamenteras no lograban hacer que te desposaran antes de los dieciséis, significaba que no eras material para gobernar. Sabía que ella tenía el alma de su madre, y que ésta la protegía mediante Laelaps pero a veces eso no era suficiente.

Le obsequié un collar con el dije real del castillo y una piedra ambarina hecha del mismo material que el collar de su madre. Sé que tuvimos una larga conversación sobre principios y sobre no quebrantar su corazón. Pero lo que se quedó grabado en mi mente fue que le dije que si algún día necesitaba que yo viniera a ayudarla que no dudara en buscarme. Le prometí que yo haría lo que fuera para que ella estuviera bien y así fue.

La noche en que me enteré de que mi hermano había sido asesinado yo me encontraba a días de distancia de Reg. No esperé a que Rahe fuera por mí. La encontré en mi camino al castillo. Ni siquiera tuvo qué convencerme de gobernar mientras ella trataba de encontrar una solución al problema. No tuvo que rogarme para que ocupara su lugar, lo haría y con gusto. No me interesaba quedarme con el poder, había vivido suficiente tiempo fuera de este sitio como para saber que no era mi hogar, pero era mi legado, mi familia y mi sangre la que trataba de defender. No tendrían este castillo escorias que no habían sudado ni una gota por merecerlo. Jamás se burlarían de mi familia y jamás nos dañarían sin que uno de nosotros saliera a defenderlo.

Entré al salón de ceremonias en el que mi hermano y yo pasábamos la mayoría del tiempo. Eleonor estaba caminando detrás de mí cual cachorro. No había doncellas, casi todas habían escapado cuando mataron a Georgina. Supongo que eran ayudantes de la reina. No me cansé en buscarlas pero sabía que si alguna era lo suficientemente gallina como para andar divulgando los secretos de este reino, las haría regresar y no precisamente para vivir conmigo en el castillo. Los consejeros intentaban convencerme de que reclutara más soldados pues pronto tendrían que defender el reino. Maximus se enteraría de que habían matado a Alexander, así que sabía que vendría en persona a atacarnos.

Los dos rastreadores de este castillo se encontraban en este momento en campo tratando de encontrar el punto por el que el Rey de Loftus nos atacaría. Tenía guardias vigilando únicamente el ala sur del castillo donde iniciaba el jardín de girasoles.

—¿Hiciste lo que te pedí? —pregunté en cuanto me detuve.

—Sí —respondió Eleonor—, lo he preparado para cuando el rey llegue.

—No debe de estar muy lejos, mis informantes ya lo han visto pasar por Qut. ¿Han respondido los rastreadores? —ella asintió.

—Dijeron que venía con 10,000 soldados a atacarnos, que entrarían por Qut. Los lidera el Rey y viene con él uno de los rastreadores —me le quedé mirando.

—¿Dónde está el segundo?

—No lo sé —respondió ella inclinando la cabeza hacia adelante a manera de disculpa— ¿Está segura de que desea hacerlo?

—Sí —dije observando hacia el centro del salón donde podía ver a Tally y Doroteo bailar una y otra vez. Donde pude ver cómo Rahe se arrastraba con sus pequeñas manitas en el suelo tratando de alcanzarme—. Estoy muy segura.

Ella me colocó la capa que siempre usaba y me llevó a las caballerizas. Entre tantos desconocidos, pude reconocer al que podría ser de mi hermano. En una esquina estaba el caballo negro más hermosos que había visto. Era fuerte y tenía cicatrices, al acercarme puse una mano cerca de su cabeza para que me olfateara. Cuando lo hizo dio un paso hacia mí, tenía su confianza.

Lo ensillaron y me entregaron la ballesta que llevaba a todas partes. Eleonor dijo que estaría cerca de mí, aunque no sabía si realmente necesitaría de sus servicios.

Una vez que tuve todo listo, vi que un dragón sobrevolaba el castillo. Era uno de mis rastreadores y no traía noticias favorables.

—Han enviado a un informante, te dan hasta el mediodía para que salgas a enfrentarte con tus mejores hombres. Si no lo hacen, entrarán al pueblo y saquearán todo. Robarán el ganado y violarán a nuestras mujeres —sonreí, era la promesa más tonta que me habían hecho—. ¿Confirmamos la batalla?

Negué y él me miró como si estuviera loca—. Dile que voy en camino.

—Pero...

—Obedece —ordené y él sin más regresó su vuelo hacia Qut.

Cabalgué por el pueblo hasta salir de las tierras de mi reino. Me acompañaban cien de mis mejores soldados. El Segundo rastreador sobrevolaba mi camino. Así que sabía que me encontraba segura. No tenía miedo y jamás le huiría a una buena pelea.

El sol comenzaba a intensificarse pero aún no era medio día cuando llegué. El prado que estaba de camino a Qut, estaba rodeado por banderines rojos y soldados de a caballo. Me encaminé hasta el centro donde se encontraba el Rey.

Sabía que estaba furioso y que un ataque se acercaba. Su dragón estaba firme detrás de él. Era una preciosa fiera de un color muy parecido al negro. Al verme avanzó en su caballo con diez hombres acompañándole. Yo también avancé con diez hombres detrás de mí. Mis rastreadores llegaron, ambos se posicionaron lo más cerca de nosotros. Estaban listos para la batalla, lo único que necesitaba era darles una señal para que comenzaran a atacar. Pero no lo hice.

Al acercarme al Rey, él me miró con media sonrisa—. Leyla Kamat, Reina de Reg —dijo en tono despectivo—. Creí que mis ojos jamás verían algo así.

—Me es grato saber que aún puedo sorprenderte Maximus —sonreí y él frunció el ceño—. ¿En qué te puedo ayudar?

Sacó su espada y me señaló con ella a lo que mis hombres respondieron con acercarse más a nosotros. Se pusieron en guardia ahora solo necesitaban que yo alzara la mano para responder.

—Me ofendes al hablar como si no supieras la razón por la que estoy aquí —se acercó a mí, esta vez solo—. Mataron a mi hijo, sabes que no puedo perdonar tal ofensa. ¡Al diablo los tratados de paz! ¡Era mi hijo!

—Tu hijo trató de asesinar a mi sobrina —respondí y él frunció el ceño—. Los informantes te los van a contar de tal manera que nos hagan ver como si nosotros fuéramos los culpables. Mi sobrina solo se defendió. Estaba bajo ataque en su propio castillo ¿cómo esperabas que reaccionara?

—¡Ese no es mi problema! —gritó haciéndome callar— ¡Era mi único heredero y ustedes lo han arruinado todo!

—Según sé aún te queda un hijo —apretó los puños, la ira estaba acabando con su racionalidad tanto que su cuerpo comenzaba a manifestarlo mediante espasmos.

—Voy a matarte y le enviaré tu cabeza a tu sobrina —sonreí y alcé la ballesta que tenía preparada.

Del bosque a nuestro alrededor comenzaron a salir demonios de la noche, también entre nuestras filas había cambia formas. En el cielo aparecieron algunas fieras que había conocido durante mis años andando en el mundo. Tal vez mi ejército era más pequeño, pero era mucho más letal que el suyo. No dejaría que entrara a mis tierras, tampoco permitiría que me amenazara.

—¡Voy a hacer una única oferta! —grité al ver la manera en que su seguridad se veía afectada al ver mi nuevo armamento—. Regresarás a tu reino y me darás tiempo suficiente como para que mi sobrina te busque y regrese con vida... si lo haces, dejaré que te lleves el cuerpo de tu hijo para que puedas sepultarlo como se merece.

—No.

—Entonces mátame —dije sin apartar la mirada de los ojos de él—. Meterás a tus soldados a una guerra sin sentido. Morirán más de la mitad de ellos y te quedarás sin lo único que quieres.

—¿De qué hablas?

—Sé que lo primero que harás es arrancarme la cabeza. Así que me aseguré de obtener un pequeño seguro contra ti —alcé mi mano y le mostré la herida del pacto que había hecho con Sahale antes de irse—. El hombre a quien ordenaste traer al asesino de tu hija, ha hecho un pacto de sangre conmigo antes de que se fuera. Si algo me sucede, si me matas, él instantáneamente lo hará y mi sobrina con él. Así que te quedarás sin respuestas y dudo que hayas esperado tanto tiempo como para cometer un error tan simple como este. ¿Acaso no solicitabas que los tres estuvieran con vida para realizar ese diabólico plan tuyo?

—¿Cómo es que sabes lo que quiero? —preguntó y yo hice media sonrisa.

—He pasado más de veinte años viajando por el mundo, encontrándome con grachods y fuerzas mucho más fuertes de las que tú y yo conocemos. A mí no me puedes engañar. Quieres hacer un pacto con la sangre de los jinetes originales.

—Se suponía que...

—Retira a tu ejército, llévate el cuerpo de tu hijo y regresa a casa —ordené—. Haré que mi sobrina coopere, que te de una gota de su sangre, pero tendrás que dejarnos después de ello.

Jamás en todo el tiempo que llevaba andando de un reino a otro había visto a un rey quebrarse, pero Máximus estaba a punto de hacerlo.

Los espasmos en su cuerpo se detuvieron, la ira en su sistema comenzó a descender y ahora lo único que veía era a un hombre derrotado, encorvar sus hombros y bajar la cabeza. Negó e hizo una señal que su ejército nunca había visto: el de retirada.

Sus soldados comenzaron a dispersarse en camino a sus tierras. Ordené lo mismo para los míos. Eleonor, se acercó en un carruaje real, dentro se encontraba un ataúd bañado en oro con el cuerpo de su hijo. Había sido conservado y preparado por mi Grachod, así que sabía que estaba en buenas condiciones.

Dos hombres subieron al carruaje y lo llevaron en dirección a Loftus. Maximus asintió a mi oferta y después se retiró dejándome sola en el prado con Eleonor.

—¿Está segura de que es una buena idea cooperar con él?

—Tendremos qué preparar un ataque para cuando mi sobrina esté a punto de llegar a Loftus, la asesinarán en cuanto esté en sus tierras. Ubica el punto exacto en el que está ahora, y encuentra a la grachod que ayuda al Rey.

—¿Una grachod ayudando a un jinete? No es posible.

Las cejas de Eleonor se alzaban en confusión, pero la fuerza con la que la miré la hizo dar un paso hacia atrás.

—Sabía de Sahale y Rahe. No hizo preguntas respecto a por qué ambos estaban enlazados conmigo. Él sabe quiénes son los jinetes de los cuatro puntos. No me vengas a decir que ninguna grachod está ayudándolo. Alguien está traicionando el código —ella me veía con cierto escepticismo, pero había algo en su mirada que delataba el miedo de que eso pudiera ser cierto—. Ahora, mueve tu asqueroso trasero mágico, localiza a cada grachod que conozcas y dile a Madre que necesitaremos toda la ayuda posible. Viene una guerra mucho mayor que esta.

Si sucedía lo que estaba imaginando, esto no solo podría destruir Reg o Loftus, destruiría naciones enteras y pocos saldrían con vida. 

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