La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 48 Lazos de Sangre

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By DeyaRedfield

Esa noche neblinosa.
Esa luna sombría, los muertos buscan a sus familiares.
Mientras los ángeles cantan, en la interminable oscuridad, los muertos buscan el pecado.

Hometown - Joe Romersa.

Las lágrimas recorrían las pálidas y refinadas mejillas de Eurus Holmes a la vez que aferraba su cuerpo al de su hermano. Sherlock oía el llanto de su hermana junto a su oído, aquel sonido dolía, quebraba en pedazos su corazón. El detective trató de alzarse junto con ella, al llevar sus manos sobre su cintura sintió los huesos de sus costillas, el peso de su hermana era ligero y preocupante. Una vez de pie Eurus llevó su rostro al hombro de su hermano, enganchó sus brazos a su cuello y sus lágrimas caían en el abrigo de este.

—Eurus —llamó cálidamente, ella no respondió—. Hermanita, hay que salir de aquí y buscar a John y Enola —ante la pronunciación del último nombre, un quejido doloroso surgió de ella—. ¿Dónde están? —suplicó.

—Oh, estoy perdida. ¿Quién me encontrara? Debajo del viejo acre, ayúdame a socorrerme ahora que soplan los vientos del este. ¡Dieciséis por seis, hermano! Y debajo vamos.

Sherlock se alejó un poco de ella, aquellas palabras, que salían en un cantico susurro, le hicieron sentir un fuerte golpe de confusión y viejas memorias. Su mente reflejó la niñez de ambos, después de que Víctor desapareciera, Eurus nunca paró de cantar aquella inquietante y confusa canción. Mientras ella seguía susurrando, Sherlock trató de entenderle. Había un mensaje, uno que en su momento, no pudo descifrar.

—Eurus. ¿Dónde están John y Enola? —insistió.

—No temas de caminar en la sombra. Salva uno, salva a todos, ¡inténtalo! Mis pasos... cinco por siete. La vida está cercana al cielo. Mira abajo, con una ojeada oscura, desde lo alto.

El detective frunció el ceño ya que no pudo comprender aquella canción. Ambos caminaron y salieron de la habitación y mientras se dirigían por aquel pasillo oscuro, a la lejanía, con la poca luz que había al final, Sherlock distinguió unas siluetas. Trató de acelerar sus pasos; Eurus no podía seguirle el ritmo, así que hizo lo mejor posible para acercase a esas figuras. Al otro lado del pasillo Mycroft, llevando en brazos a Rosie Watson y a su lado izquierdo yacía Thomas Hooper, presenciaron ruidos curiosos por aquel pasillo oscuro.

—Señor Holmes —llamó temeroso el pequeño, mientras se apegaba a él—. ¿Qué hay ahí?

—No lo sé, joven Hooper, pero pronto lo averiguaremos.

Al acercarse a esa oscuridad Mycroft detuvo sus pasos, junto con los del niño, y se armaron de valor para recibir lo que provenía de esa negrura. De entre las sombras aparecieron un agotado Sherlock y una temerosa Eurus.

—¡Hermanos! —exclamó preocupado Mycroft, mientras corría hacia ellos. Al escuchar la voz de su hermano mayor, Eurus alzó su mirada azul y le observó, con ojos cubiertos en lágrimas y fuera de su realidad—. ¡¿Qué ha pasado?!

—Barba roja —soltó Sherlock. El mayor de los Holmes palideció de golpe—. Recuerdo a barba roja.

—Eurus te lo dijo...

—Me dijo todo, de principio a fin.

Mycroft tragó difícilmente y un leve escalofrío le cubrió de pies a cabeza. Sherlock fijó mejor su mirada en su hermano, llevaba a su ahijada en brazos y el pequeño Hooper se escondía detrás de él, debido a la presencia de Eurus, la cual le causaba terror.

—John —susurró Sherlock, al momento que dirigía su mirada a su hermana—. Eurus, por favor, te lo suplico hermanita, dime donde están John y Enola.

—¿Enola no está aquí? —inquirió Mycroft preocupado. El detective le miró y preocupado se encogió de hombros.

La respuesta de Eurus fue el repetir de su canción. Mycroft suspiró desesperado ante ello y posó la vista en ambos.

—Esa canción... esa canción la cantaba después de la desaparición de barba roja.

—Esa canción es la clave —mencionó Sherlock—. John está en un pozo, pude hablar con él y me lo dijo.

—Aquí no hay pozos, ni norias, nada. Este lugar es nuestro antiguo hogar...

—Musgarve —interrumpió—. Lo sé. No hay más que un rio al este.

—Entonces era verdad —dijo Tommy y ambos adultos le miraron.

—¿De qué verdad habla, joven Hooper?

—Cuando veníamos para acá, Eric mencionó un juego con su tía Eurus.

—¿Qué juego? —inquirió el detective.

—Un juego que involucraba una canción, creo que esa que está cantando ella.

Los hermanos Holmes volvieron a fijar su mirada en Eurus, quien ya no paró en cantar.

—En el jardín hay tumbas —soltó Sherlock—. Tumbas con fechas que no cuadran.

—Si...

—Esas fechas, la letra de la canción... —se detuvo y miró a su hermana— Eurus, en las tumbas está la clave, la clave de donde están John y Enola —ella alzó su mirada y ambos se miraron profundamente, develando la respuesta que él pedía—. Hay que ir a ese jardín —dijo con tono firme.

Mycroft y Sherlock dejaron a Eurus sentada en los escalones, sabían que no se movería y no pararía de cantar, salieron del antiguo hogar y todos se dirigieron hacía aquel curioso jardín. Llegando al lugar Mycroft, con su mano libre, alzó la lámpara para iluminar el lugar y Tommy se sintió aterrado ante las tumbas que veía.

—¿Aquí hay muertos? —le preguntó al mayor de los Holmes, este, con una aire desesperante miró al pequeño.

—No joven Hooper, solo son adornos en honor a la familia Holmes.

Sherlock caminaba entre las tumbas, recordando cada palabra de la canción de Eurus, y analizó las fechas erróneas que estas llevaban. Su mente trabajó a una increíble velocidad, que ni él mismo asimiló, y cada imagen, cada fragmento de la canción y cada fecha llegaron a tener sentido en la cabeza del detective.

—Coordenadas —soltó, con una impresión angustiosa en su rostro.

—¡¿Qué?! —exclamó Mycroft mientras iluminaba el rostro de su hermano.

—¡Son coordenadas! ¡Las fechas son coordenadas y la canción nos da pistas de donde esta John!

Sherlock volvió a hincarse, empezó a juntar los números en su cabeza hasta que la imagen apareció y forjó las coordenadas.

—51°31′24″N 0°09′30″O —soltó.

—Eso es mas allá de la zona boscosa —dijo Mycroft—. Padre y madre jamás nos dejaron ir allá.

—Vayamos... —mencionó con tono firme.

John concibió el frío en aquel pozo, el agua se tornaba helada y sus piernas parecían ya no responder. Alzó su cabeza para tener vista de la enorme luna y un vacío lleno su interior.

—¡¡Eric!! —Clamó de nuevo, el pequeño ni se inmutó—. ¡¡Por favor asómate!! —Espero y nada—. ¡¡Sebastian!! —y ante la pronunciación de ese nombre, vio un pequeño punto asomarse en la entrada.

—¡¿Qué quiere?!

—¡¡Por favor Eric, te lo vuelvo a suplicar, sácame de este lugar!!

—¡¡Ya le dije que no y no insista!!

—¡¡Eric, por favor!! —Gritó, con un nudo formándose en su garganta y las lágrimas a punto de salir —. ¡¡Por favor!! ¡¡Quiero ver a mi hija, aunque sea una última vez!! —John no dijo nada más, sus sollozos surgieron a la par que se sostenía de la roca y Eric apreció el eco que surgía—. Solo quiero ver a mi hija... saber que está bien... solo una última vez.

John llevó su cabeza a sus brazos y su llanto no paró. Eric se dejó deleitar por el llanto del Doctor Watson, era increíble que lograra hacer llorar a un adulto. Su padre una vez se lo dijo, el día que hiciera llorar a alguien, ese sería el mejor de día de su vida. Y tuvo razón.

—Lo lamento mucho Doctor. Ordenes son ordenes —dijo mientras se alejaba del pozo.

Eric se dejó guiar por la luz de la luna y se acercó a una leve montaña de rocas, con su peso las empujó y miró como un desborde de agua había surgido. Se alejó rápidamente y contempló al agua dirigirse hacia aquel pozo. John seguía derramado sus lágrimas, sabía que el suplicarle al niño Moran era una pérdida de tiempo y debía aceptar el destino que le toco. Solo rezaba porque su bebé estuviera bien y nada malo le pasara, y mientras en su cabeza las suplicas a una entidad divina no paraban, John sintió como unas gotas caían sobre sus hombros. Lentamente fijó su mirada en uno de ellos y percibió unas cuantas gotas mojándole. Se extrañó, miró al frente y era imposible que de las rocas cayeran las gotas, la cuales su ritmo se hacía más intenso. John alzó su mirada y vio que venían desde la entrada del pozo.

—¡¿Qué demonios?! —chilló mientras buscaba alejarse de un inminente chorro de agua.

Eric miró a con una leve sonrisa al agua cayendo en el pozo, en ello, un ligero viento sopló. Las copas de los árboles, alrededor del lugar, se agitaron con brusquedad, provocando un sonido terrorífico uniéndose con el desborde del agua.

—Los vientos del este —dijo, mientras su sonrisa se ampliaba.

En lo que el viento sopló, Eric no escuchó varios pasos aproximarse al lugar donde se encontraba.

—¡¡Eric!! —gritaron. El joven Moran se giró y descubrió quien le había llamado, era Thomas Hooper.

—¡¿Cómo llegaste aquí?! —preguntó furioso.

—¡Sherlock adivinó la canción! —exclamó mientras apuntaba sus espaldas.

La figura de los hermanos Holmes se hizo presente y, desde su visita en Northampton, Sherlock y Eric se volvían a encontrar.

—Joven Moran —saludó severo el detective.

—¡Vaya, el maravilloso Sherlock Holmes! —exclamó irónico—. ¡Todo un placer volverle a ver! ¡Sabe que soy un gran admirador!

—No creo decir lo mismo sobre ti, Sebastian.

—Sherlock —interrumpió Mycroft—, ¿estas discutiendo con un niño de diez años?

—Este niño, con el que me afronto a discutir mi querido hermano, es el hijo del general Sebastian Moran.

El mayor de los Holmes abrió enormemente sus ojos y observó al pequeño. Lucía unos dos centímetros más bajo que el niño Hooper, su cabellera era castaña clara al igual que sus ojos, que desataban su falta de cordura y detonaba una increíble elegancia, una que había visto en un pasado.

—¿Entonces no murió?

—Para nada. Fingieron la muerte del niño Moran, utilizando los restos de Víctor. Sobornaron al forense para hacerlo pasar por él. Una estrategia algo riesgosa pero fabulosa.

El pequeño Eric sonrió.

—¿Se asustó al ver el cuerpo de Barba Roja? —interrogó, intentando herir al detective.

Sherlock se mantuvo sereno.

—Para nada.

—No le creo, pero haré que si, porque estoy seguro que esa cara de susto la conoceré en cuanto vea el cuerpo del Doctor Watson flotando sobre ese pozo —dijo, a la par que apuntaba.

Los tres sincronizaron sus mirada hacía ese lugar, contemplando el desborde del agua caer en el pozo.

—¡¡John!! —gritó Sherlock.

Eric comenzó a reír y perturbó a los presentes. El horror que abrazó a los Holmes era indescriptible, sin embargo, con aquel miedo que les abrigaba Tommy se armó de valor y se acercó a toda velocidad hacía él. El niño Moran reaccionó tarde, Tommy se había lanzado sobre su cuerpo, cayendo al lodoso suelo. Sorprendidos Sherlock y Mycroft clamaron el nombre del niño Hooper por su tan repentina acción, Tommy se enderezó y contempló lo sorprendido que Eric estaba.

—¡¡Saca al Doctor Watson de ese pozo!!

—¡¡Nunca!!

Ante ello la rabia se apoderó de Thomas y, sin creerlo, le dio un puñetazo a una de las mejillas de Eric. El dolor que el niño Moran sintió lo dejó aturdido unos segundos mientras que el sabor a hierro recorría el interior de sus mejillas.

—¡¡Qué saques al Doctor...!! —sin terminar su frase, Eric golpeó a Thomas haciendo que este cayera. En ese momento Sherlock corrió hacía él y le asistió—. ¿Watson? —soltó atontado.

Eric llevó sus manos sobre sus labios, le pasó duramente y vio la sangre en ella.

—Idiota —susurró.

—Joven Hooper, ¿está bien? —preguntó Mycroft una vez se acercó.

—¡Lo golpeé! —Exclamó asombrado, en lo que un leve hilo de sangre salía de sus labios—. ¡¿Vieron eso?! ¡Lo golpeé!

—Si Thomas... lo golpeaste —dijo Sherlock molesto mientras lo alzaba.

—Todos ustedes son unos infelices —habló Eric, mientras se alzaba—. Ahora comprendo porque mi padre los odia tanto.

El trío quedo extrañado, especialmente los Holmes.

—No tuvimos el placer de conocer a tu padre, Sebastian.

—No me refiero a él, al general... —paró y sus piernas flaquearon.

Los Holmes se mantuvieron extrañados y en ello un grito desesperado surgió del pozo.

—¡¡John!! —gritó el detective.

—¡¡Sherlock!! —clamó.

—¡¡Si, aquí estamos!!

—¡¡Sácame, ese engendro del diablo me quiere ahogar!!

—¡¡No desesperes, ya voy!!

—No va poder sacar al Doctor Watson de ese pozo —respondió ante los gritos y Sherlock miró aterrorizado al pequeño—. Primero, pasan sobre mí para salvarlo.

Sherlock y Mycroft se miraron con esa sensación que les acompañó desde Sherrinford. Tommy gruñó, estaba harto de Eric y supuso que los Holmes no actuarían, por ser niños, así que se volvió armar de valor y corrió de nuevo con Eric, quien esta vez se defendió del golpe.

—¡¡Thomas basta!! —gritó Sherlock.

Eric y Tommy comenzaron a darse manotazos y patadas, ninguno de los dos iba a desistir, el coraje que ambos tenían era inmenso y este resulto ser el mejor momento para liberar su verdadero sentir. Sherlock y Mycroft observaron confusos y alterados la escena, no sabían cómo actuar ante unos niños pelándose. Mycroft llevaba en brazos a Rosie, quien comenzó a llorar, y su desesperación aumento.

—¡Haz algo Sherlock! —demandó.

El detective se anonado en frustración y corrió hacía los niños, tomó de los hombros a Hooper y Eric aprovechó para golpearlo a él también. Debido a esos golpes Sherlock retiró, en varias ocasiones, sus manos de los hombros de Tommy, pero no cedió.

—¡Thomas para ya!

Ambos niños seguían avanzando por el sendero, rumbo al pozo, Sherlock y Mycroft lo notaron. Eric y Thomas dejaron de empujarse, se separaron; los manotazos y patadas no pararon.

—¡Eres un tonto! —insultó Tommy.

—¡Y tú un imbécil!

Sherlock trató de alejar al niño Hooper; ambos niños respiraban agitados y sus insultos infantiles no paraban.

—¡¡Ayúdenme!! —suplicó John. Y la cabeza de Sherlock no paró de pensar como detener a esos dos niños y sacar a su amigo de ese pozo, recordando que no paraba de hundirse.

En ese momento de desesperación Sherlock empujó con gran fuerza a Thomas y lo alejó del niño Moran, quien sonrió alocadamente por tal acto.

—¡Vaya, Sherly ya terminó de defenderte! —exclamó furioso y, ante ese apodo, el detective frunció su ceño.

—¿Dónde escuchaste eso? —preguntó alterado, y sin soltar a Thomas.

Eric miró fijamente a Sherlock, ambos se miraron pero ninguna respuesta surgió. El niño Moran comenzó a reírse a la par que el detective sentía una rabia recorrer su cuerpo.

—¡¿Dónde lo escuchaste?! —demandó.

—¡¡Usted lo sabe!! —gritó, mientras daba ligeros pasos hacia atrás.

—No, no lo sé, ¿por qué no me lo dices Eric? ¿Por qué no finges ser un buen niño y me lo dices?

—¿Para qué? Sería aburrido el juego.

A cada palabra que Eric escupía, aquel rostro llegaba a su mente, ese rostro que había intentado bloquear por todo este tiempo.

—No es posible —susurró.

—¿Oh, qué le pasa a Sherly? ¿Está recordando? —preguntó y el detective le miró de una manera espantosa.

—No... —soltó aterrado.

Thomas miró el horror en el rostro de Sherlock Holmes, petrificándolo a él también. Nunca, en todo este tiempo que había visto al gran detective de Inglaterra, imaginó ver miedo en él. Debido a ese momento, que jamás saldría de su cabeza. Tommy descubrió a su lado una piedra de buen tamaño, se agachó por ella y al tenerla en su mano, la lanzó hacía la cara de Eric. El niño Moran no divisó aquel disparó hasta cuando la piedra le golpeó en su sien derecha. El dolor fue inevitable y un mareo se hizo presente, Eric vio todo borroso y unos pasos atolondrados lo hicieron caer al pozo.

Sherlock soltó a joven Hooper al ver como Moran caería al pozo, pero sus reflejos actuaron tarde y las yemas de sus dedos rozaron la tela de su camisa y pantalón, sin poder sostenerle.

Mientras el agua empapaba a John, y comenzaba a subir, este alzó su mirada y vio un bulto caer hacía él. Se pegó a la pared rocosa y boquiabierto contempló lo que había caído al agua.

—¡¡Por Dios!! —gritó aterrado, en lo que veía como el cuerpo del niño Moran salía a flote.

John, aun impactado por ello, se acercó a él y lo tomó entre sus brazos. Distinguió el hilo de sangre de su sien y boca; acerco sus dedos, índice y medio, hacía su cuello verificando algún pulso. Por unos momentos John quedó horrorizado al no sentir el pulso, una ansiedad le acobijo a la par que el nivel del agua incrementaba y, entre tanto insistir, una ligera palpitación se hizo presente.

—Gracias —susurró en lo que alzaba su mirada hacía la entrada.

—¡¡John!! —escuchó, dos puntos se hicieron presentes en la entrada.

—¡¡¿Sherlock?!! —Clamó, con cierto alivio—. ¡¡Sherlock, ¿si eres tú?!!

—¡¡Ya voy a sacarte John!!

—¡¡Tengo al niño Moran en brazos!!

Sherlock y Tommy se miraron, el pequeño Hooper estaba aterrado por lo que había pasado, pensando que había hecho algo terrible con Eric.

—¡¡¿Moran está bien?!! —cuestionó Sherlock, esperanzado que si y para aliviar el horror que Tommy llevaba consigo.

—¡¡Si, esta inconsciente pero bien!!

El detective miró al sobrino de su amiga y este lloró agradecido de que nada fuera a mayores.

—¡Mycroft! —llamó Sherlock mientras voltea a verle—. ¡Trae el maletín! —ordenó.

El mayor de los Holmes obedeció y sostuvo un pequeño maletín que habían preparado antes de llegar a ese lugar. Al estar junto a su hermano, Sherlock se dispuso a preparar todo para sacar a John y Eric de ese lugar.

El Doctor Watson se había pegado a la pared, procurando que el agua no les alcanzara a él y el niño, pero todo se volvía inevitable, el agua aumentaba y por más que John buscó proteger a ambos, todo se volvía difícil.

—¡¡Sherlock!!

—¡¡Resiste!! —suplicó.

El detective preparó una cuerda de aproximadamente seis metros de largo, le pidió a Mycroft que le ayudase y él le entregó a Rosie a Tommy, quien a tener a su amiguita a su lado, le abrazó asustado y con unas lágrimas en sus ojos. Sherlock lanzó la cuerda y John la miró caer frente a él. El Doctor llevó a Eric sobre su pecho, colocando su cabeza en su hombro y amarró la cuerda a su cintura, una vez listo abrazó al niño y la estiró, en señal de que pudieran empezar a jalar de ella.

Poniendo todas sus fuerzas en ella Mycroft y Sherlock estiraron la cuerda. En periodos alguno de los dos se cansaba pero no se rindieron siguieron jalando hasta que la cabeza de John y del niño aparecieron.

—¡Mas fuerte Mycroft!

—¡Eso hago hermano!

Difícilmente John colocó el cuerpo de Eric en el lodoso suelo, llevó ambas manos a la tierra y, sosteniéndose de un poco de césped, buscó estirarse para facilitar la ayuda. John sintió como uno de sus pies salía de ese tortuoso lugar y, al dejar caer todo su cuerpo sobre el lodo, miró a sus amigos con una desgarradora expresión de alivio y terror.

—¡Sherlock...! —Ambos hermanos soltaron la cuerda, el detective corrió hacía él para asistirlo—. ¡Sherlock! —imploró.

—Ya estas a salvo John —dijo el detective mientras le examinaba—. Ya lo estas.

Al asistir a el Doctor Watson y alzarlo del lodo suelo, este se abalanzó hacía su amigo y le dio un fuerte abrazo, dejando escapar unas lágrimas por el momento que había vivido. Sherlock llevó sus manos a la espalda de él y trató de consolarlo, diciendo que esto ya había terminado, aunque él sabía que no era verdad.

John retiró su rostro del pecho de Sherlock y vio a todos lados hasta que descubrió a Thomas Hooper con su hija en brazos.

—¡¡Rosie!! —exclamó aun en llanto.

Tommy se acercó hacía él y la nenita, al ver a su padre, extendió sus bracitos y lloró para estar con él. Al tener a su hija en brazos John le bañó en besos y palabras de amor, que había deseado hacer y decir desde hacía mucho tiempo.

Sherlock miró aquella escena y una leve tranquilidad se hizo presente. John estaba con su hija pero él aún no había rescatado a su niña.

—Sherlock —interrumpió Mycroft, quien está a a lado del niño Moran, examinándolo si había más heridas. El detective volteó y con un leve asentimiento se acercó a él para asistir al pequeño.

Todos regresaron a Musgrave. Sherlock llevaba en brazos al niño Moran, de vez en cuando lo observaba, el pequeño lucía tan indefenso y al recordar la mente que poseía le hacía sentir un escalofrió en todo su cuerpo. Aquellas palabras que le mencionó eran tan familiares como privadas, solo una persona podría llamarlo de esa manera y actuar de esa manera. Llegaron a la residencia, a la distancia se percibió el sonido de unas sirenas y John, confuso por ello, miró a su amigo.

—Logramos comunicarnos con Lestrade, antes de ir por ti.

—¿Y Eurus?

Sherlock tragó difícilmente, miró a Mycroft y con esa sola mirada le dio a entender que cuidara al niño Moran. Un tanto indeciso el mayor de los Holmes aceptó la oferta, tomó al pequeño en sus brazos y el detective fue en busca de su hermana. Al abrir la enorme puerta de Musgrave la tenue luz se coló sobre Eurus, quien aún sentada en los escalones y con una mirada perdida, no había parado de cantar. Sherlock se aceró a ella, alzó su mirada, vio a su hermano y paró de cantar. Él se hincó, tomó sus manos y la miró con ternura.

—Hermanita, encontramos a John, encontramos donde habías dejado a Barba Roja —Eurus ladeó la cabeza y una lagrimas querían salir—. Eurus, por favor, dímelo. Te lo suplico, ¿dónde está Enola?

—Yo le dije que todo acabaría... como la canción —respondió mientras una sonrisa aturdida figuraba su rostro.

—Eurus —llamó, ella le miró—. Hermana, no me hagas esto, no me quites lo mejor que me has dado.

La menor de los Holmes ladeó un poco su cabeza, su rostro empezó a tensarse ante las palabras que su hermano había pronunciado.

—¿Lo mejor que te he dado?

—¡Si! Eurus, Enola es lo mejor que me ha pasado en la vida, ella es la que nos une. Tu hija, mi sobrina, es nuestro lazo.

—Enola nos une... —mencionó, con un tono increíble. Eurus dejó escapar más lágrimas y las palabras fueron imposibles de soltar, por ello, Sherlock llevó el rostro de Eurus a su pecho, dejando él salir sus propias lágrimas por la desesperación de no saber dónde estaba su niña.

Las ambulancias y patrullas de Scotland Yard arribaron en aquel terreno olvidado. Al bajar de su coche Lestrade miró las condiciones en las que John, Mycroft y los niños estaban, mandándolos directos a ser atendidos por los paramédicos. A John le cubrieron con una manta, no había querido soltar a Rosie pero tuvo que hacerlo ya que le había empapado, una paramédico la sostuvo en sus brazos en lo que su compañero examinaba los signos vitales del Doctor, aunque el juraba que estaba bien.

Mycroft, con el niño Moran en brazos, y Tommy se dirigieron a otra ambulancia. Al ver las condiciones de Eric, los paramédicos sacaron una camilla, examinaron su temperatura, descubriendo que iba a caer en una hipotermia. Tommy y Mycroft se sorprendieron por ello pero otros paramédicos los guiaron para examinarles.

Lestrade se acercó a John y ambos se miraron.

—¿Sherlock y Bell?

—Sherlock está adentro con su hermana.

—¡¿Hermana?! ¡¿Cómo que hermana?!

—Larga historia Lestrade.

—¿Y Bell? —insistió preocupado.

John resopló cansado y le miró angustiado.

—No lo sabemos.

El inspector Lestrade quedó atónito ante lo revelado, en ello, Sherlock salió de aquella vieja casona junto con su hermana, una mujer vestida de blanco; larga cabellera oscura y un pánico como sello de presentación. Todos veían el momento petrificados.

—Ayúdenme —mencionó Sherlock con un hilo de voz. Los paramédicos corrieron a socorrerles.

El detective observaba como atendían a su hermana, en ocasiones él no dejó que lo tocasen, tratando de él buscar algún signo de herida. Él estaba preocupado por todos y quería saber si estarían bien. Sherlock llevó su mirada a una ambulancia vecina, descubriendo que ahí estaba el niño Moran, con un piquete de curiosidad por el bienestar del niño, se acercó ahí y vio como este, ya despierto, se retorcía en la camilla. No era por dolor, el niño estaba furioso porque el plan no había funcionado, y lo dejaba en claro al maldecir su nombre.

Sherlock aun no podía asimilar que el niño fuera así. Los niños no debería ser así, sin embargo, Eric tenía una historia turbia, una historia que alguien amoldó a transformarlo en lo que era hoy.

—Moriarty... —susurró, sin creer lo que sus labios pronunciaron.

Como si de una luz iluminándose en su cabeza fuese Sherlock corrió a la ambulancia donde estaba Eurus, le pidió al paramédico un momento a solas y este obedeció al ver lo agitado que se encontraba.

—Hermanita —llamó, ella no le miró. Sus ojos estaban hinchados por tanto llorar y estos miraban a un punto muerto en el lugar—. Hermanita, Enola está con él ¿verdad? Él está vivo, ¿cierto? —Eurus seguía inerte—. Dime dónde están, necesito ir por ella antes de que algo terrible pase —sin recibir una respuesta, el detective tomó el rostro de su hermana y le obligo a mirarle—. ¿Dónde está Enola? —insistió con desesperación.

—Ve adonde todo comenzó... —respondió, con una mirada vacía—. Las aguas. Ahí empezó.

Sherlock frunció su ceño mientras sus angustias aumentaban.

—Aquí todo comenzó Eurus, aquí en Musgrave. Enola no está aquí.

—Víctor Trevor es uno, Carl Powers fue el otro.

Sherlock dejó caer sus manos ante la pronunciación de ese nombre. Con Víctor empezó las aguas turbias de su hermana, con Powers fueron las de él, las de James Moriarty.

Sherlock le dio un beso en la frente a Eurus y le agradeció desde lo más profundo de su corazón. Bajó de la ambulancia y, sin avisarle a nadie, dejó Musgrave, tomando prestado una patrulla de Scotland Yard.

Los años no habían pasado en ese lugar, su diseño y arquitectura seguían intactas a como la primera vez, pareciendo que nada fuera de lo normal había sucedió en ese lugar. Sherlock caminó a la orilla de la piscina dejándose deslumbrar por el brillo que emanaba y el olor a cloro que detonaba, era increíblemente impecable. Miró a sus alrededores, en busca de señales de vida, el lugar se veía vació, sin ninguna alma penando. Esa tranquilidad mortificó al detective y dejó a exponer su miedo y preocupación.

—¡Cuñadito! —saludaron a sus espaldas. Sherlock se giró veloz y miró a ese muerto viviente adornando su rostro con una enorme sonrisa—. Ha pasado mucho tiempo —El detective sacó una beretta, la cual llevaba escondida, y le apuntó—. ¡Oh, tranquilo! Estamos en una reunión familiar.

—¿Dónde está Enola? —demandó con tono agrio.

—Tranquilo, mi pequeña no tarda en reunirse con nosotros.

—No es tu pequeña.

—Me temo que sí —dijo con una enorme sonrisa—. Colaboré con su procreación. Por cierto, ¿Eurus ya cayó bajo? Porque sabía que en algún momento se suavizaría —Sherlock no respondió, miró con rabia aquel ser y extendió un poco más sus brazos—. Veo que el arma si formara parte de la reunión.

—¿Dónde está Enola? —repitió con más énfasis.

—Bueno, ya sé que Eurus se dejó llevar por su falta de cariño. Pobrecita. Lo que yo le di no le basto —la cólera se apoderó del detective, pero mantuvo la calma—. ¿Por cierto, no quieres saber cómo es que sobreviví? No te notó tan animado por ello y, personalmente, eso me decepciona.

—Emilia Ricoletti —soltó, Moriarty quedó fascinado por su deducción—. Fingiste tu muerte como la de ella, claro, con variaciones. Debí notar la bolsa de sangre y la segunda pistola escondidas en tu abrigo. Nada mal para seguir los pasos de un falso suicidio.

—Me conoces Sherly, soy muy vintage. El ser clásico forma parte de mí, en cambio tú, creaste toda una orquesta para lanzarte de ese edificio. Muy complicado la verdad.

—Cuando investigue sobre ella, llegué a tener mis sospechas que habías imitado sus pasos, pero me engañe y deje creer que estabas muerto.

—Uy, error número uno.

—Al fingir tu muerte terminaste tus pendientes, aniquilaste a todos tus subordinados y te reuniste con Eurus para llegar a Enola, matando a Samara, quien te debía una, y provocando la muerte de Sarah.

—Pues... sí, es verdad —respondió con picardía.

Sherlock posó una media sonrisa.

—Pero me apena decirte que olvidaste un pendiente muy grande —Moriarty abrió sus ojos, fingiendo sorpresa—. Te olvidaste de mí.

—¡Ay Sherly! Claro que no me olvide de ti, todo esto gira entorno a ti —Sherlock se extrañó ante ello—. ¿En serio no lo has armado? Ouch, no me falles. Lo debes de saber.  

—Sea lo que estés planeando, no caeré, esta vez no pienso dejar que vivas.

—¡Exacto! Hoy, alguien ya no vivirá en esta tierra —Moriarty se dio la media vuelta y posó al mirada en un lejano vestidor—. Ya puedes salir corazón.

Las cortinas se hicieron a un lado y una temerosa y llorosa Bell se hizo presente. Al ver a su niña, Sherlock sintió un alivio; no había heridas en su cuerpo, no parecía haber sido maltratada, su físico estaba intacto.

—Acércate con papi y tío, tenemos que hablar —dijo mientras extendía sus brazos, y con miedo ella le obedeció.

La niña nunca quitó la vista de Sherlock, quien con solo verle, sintió un poco de alivio. Al llegar con Moriarty este la tomó de los hombros, la apegó a su cuerpo y una gran sonrisa apareció en su rostro.

—Que hermoso, toda la familia reunida. Ahora, vas a tener que escoger Sherlock —dijo en tono serio—. Sé que Eurus te dio a escoger entre el Doctor Watson y mi hija, obvio te fuiste por él y después vendrías por ella, ahora, cambiaremos las reglas y las haremos más interesantes. Seré amable y solo te dejare escoger quien vivirá, Enola o tú —Un silencio cubrió el lugar, la niña miró a Jim con horror pero Sherlock buscó mantener la serenidad con él—. Escoge Sherly.

El detective observó con rabia a su némesis, sabía que seleccionaría acabar con su vida, jamás dejaría que algo le pasara a la niña. Lentamente Sherlock llevó el arma y la colocó sobre su sien y la pequeña al ver su acto dejó escapar un chillido desesperante.

—Así me gusta —dijo Jim, sin soltar a su hija.

—¡No...! ¡Sherlock! —clamó la pequeña.

—Yo te lo dije, te dije que te vería arder hasta que tu corazón se extinguiera.

Sherlock tragó difícil y miró a la niña.

—Bell —llamó con una leve sonrisa—. Quiero que sepas que fuiste lo mejor que me pudo pasar y estoy feliz de que seas mi familia. Sé que estarás bien, sé que tendrás una vida plena y quiero que crezcas y seas una gran detective consultora, ¿de acuerdo? —las lágrimas recorrían las mejillas coloradas de su la pequeña—. Te amo, mi niña.

—¡Ah que lindo! —Interrumpió Moriarty—. Ya disparate.

—Prométeme que Enola estará bien —dijo, mirando terriblemente a Jim.

—Respetaré las reglas, palabra. Ahora, quiero esos sesos.

Sherlock cerró sus ojos y respiró profundo, queriendo controlar los nervios que le dominaban. A su mente llegaron todos los recuerdos de su vida, parecía una broma pero era verdad, cada memoria que había plantado en el palacio de sus recuerdos aparecía de súbito golpe y lo hacía reflexionar sobre su ser. Su vida no había sido la mejor, había cometido más bajos que altos pero, cuando sus recuerdos llegaron en John, en Mary, en Enola y todos aquellos que le rodeaban supo que sus errores del pasado quedan como un recordatorio del hombre que era hoy, del gran detective Sherlock Holmes.

Apuntó de jalar el gatillo, Sherlock se lanzó hacía Moriarty, dejando caer el arma lejos de ambos. Bell dejó escapar un grito y miró como su tío quedó encima de su padre y empezó a golpearlo repetidas veces. Moriarty dio inicio a risas alocadas ante cada golpe recibido y poco a poco la sangre escurría por su nariz y labios.

—¡¿Crees que con esto me detendrás, Sherlock?! —gritó. El detective paró sus golpes y lo miró con un inmenso odio—. ¡¿En serio piensas que así me detendrás?!

La mano del detective tembló, estaba cansado, hartado y agotado de estos juegos de Moriarty, pero él tenía razón, no iba tenerlo así. Jim, al ver lo serio que quedó el detective, le dio un rodillazo en la boca de su estómago y se alzó para ir en busca del arma. Sherlock llevó una de sus manos a su estómago, y veloz, logró sostener una de las piernas de Jim y volvió a tumbarlo; ambos empezaron arrastrarse, el detective se sostuvo de las piernas y evitó que avanzara, sin embargo, Jim era duro vencer. Al acercarse a donde estaba la pistola, Moriarty detuvo su andar al ver las delgadas piernas de su hija, este alzó la mirada y vio como la niña tomaba el arma para irse huyendo de ahí.

—¡¡No hagas enojar a papá!! —le gritó. Moriarty se giró para mirar a Sherlock y empezó a estirar sus piernas, logrando darle una pata en su rostro. Sherlock llevó sus manos a su rostro y así Jim se alzó—. ¡¡Ven con papi, cariño, o la pagarás muy caro!!

El detective logró alzarse y limpió la sangre que escurría por su nariz.

—¡¡Déjala en paz!! —exigió—. ¡¡Aquí me tienes, Jim, solo para ti!! Si de verdad quieres verme arder, hazlo, pero con tus propias manos. Ya basta de juegos, basta de retarnos, ahora que estamos frente a frente, ten el valor de tomar mi corazón y hacerlo arder.

Moriarty observó con sorna al detective mientras llevaba su mano a su espalda, y dio a relucir una pistola, algo pequeña a la que el detective traía consigo, y le apuntó.

—Tienes razón, mi querido Sherlock, tantos años —empezó a dirigirse hacia él—. Tantos años de juego y ya es hora de terminar con esto —Jim llegó con Sherlock y colocó la punta de la pistola en el pecho de este último—. Siempre lo he dicho, estar vivo es algo aburrido, pero cuando hay pendientes tienes que soportarlo. Y ahora debo terminarlos —Sherlock miró con terror el arma, sabía que Moriarty dispararía en cualquier momento. Moriarty alzaba y baja la punta del cañón y miró con locura a su eterno rival e igual—. Te veré arder, Sherly, como siempre lo quise.

El detective cerró sus ojos y el sonido del arma hizo eco en el lugar.

Las aguas de la piscina se ondeaban, el ligero sonido del purificador cubrió el sitio tan pronto el eco de la pistola se deshizo. Sherlock abrió sus ojos y observó la mirada marrón de James Moriarty; sus ojos lentamente perdían el brillo al igual que su sonrisa, el detective bajó la mirada y vio la sangre. No emanaba de él. Tan pronto descubrió el estar intacto, alzó la mirada y descubrió, a espaldas de su enemigo, a la espantada Enola apuntando con el arma que había tomado. La niña había disparado.

Jim dejó caer su arma, llevó sus manos a su espalda y apreció lo hermoso carmesí de su sangre. Lentamente se giró y vio a su hija, temblorosa y sin bajar la pistola. Una sonrisa socarrona fue la respuesta de Moriarty ante lo que veía, su propia sangre le había traicionado; no estaba impactado por ello pero no pensó morir de esa manera. Leves pasos empezaron a forjar sus pies, su cuerpo se ladeaba y por última vez miró a Sherlock, su contraparte y eterno rival, y una tétrica y rojiza sonrisa fue su adiós. El cuerpo de Jim cayó a la piscina y suavemente el agua se tiñó de rojo.

Sherlock se acercó a la orilla y observó espantado lo que había pasado, mirando el cuerpo inserte de James Moriarty flotar con elegancia en la piscina. La niña bajó el arma y quedó paralizada por lo que había hecho y pasado. El detective volteó a verla y reveló lo horrorizada que estaba.

—Bell —llamó, ella no se movió. Sherlock corrió y se acercó a ella—. Bell, mi niña, dame el arma —pidió mientras extendía su mano—. Por favor, dame el arma —La niña volvió en sí, Sherlock estaba hincado frente a ella y con su mano extendida—. Dámela.

Ella parpadeó, observó su mano y aquella pesada arma. Alzó su mano con Sherlock y el detective tomó el arma, activó el seguro y la guardo en el bolso de su abrigo.

—Y-yo... Sherlock... yo... no quería que te hiciera algo y... Mi pa-papá...—balbuceó.

—No digas nada, ya todo termino. Todo acabo.

La niña volvió a llorar, llevó sus manos sobre sus ojos en busca de limpiar sus lágrimas. Sherlock se acercó a ella y la tomó en sus brazos para consolarle. Enola dejó caer su rostro en el hombro de su tío, le abrazó con todas sus fuerzas mientras escuchaba sus cálidas y amorosas palabras.

—Mi pequeña, todo está bien. Es hora de irnos —mencionó, mientras se separaba un poco de ella. Enola movió su cabeza y le observó—. Hay que ir a casa.

Sherlock cogió fuerzas y cargó a la niña, ella se acomodó, colocando sus brazos alrededor de su cuello y recostó su cabeza en su hombro. El detective suspiró y dio una última mirada al lugar. Tomó una gran bocanada de aire y empezó a caminar para salir de ese sitio. 

Un nuevo mañana brillaba sobre Baker Street, la señora Hudson abrió su puerta para recoger el periódico y se llevó la grata sorpresa de ver una patrulla estacionada frente a su edificio. Quedo asustada y salió de casa para ver si había alguien dentro pero nada, estaba vacío. En ese momento un carro se estacionó y Lestrade salió de ahí.

—Señora Hudson, ¿Sherlock?

—No lo sé —respondió extrañada—. ¿Ya regresaron?

Lestrade no pudo responder, la mímica de sus manos era desesperada y rindiéndose entró al edificio. Corrió los escalones y llegó al 221B, de golpe abrió la puerta y descubrió a Sherlock sentado en su sillón, completamente dormido, y en su brazos estaba Bell, acurrucada como una bebé y dormida plácidamente.

—¿Sherlock? —llamó Lestrade. El detective abrió los ojos y miró confuso a su amigo.

—Hola...

—¡¿Qué pasó?! Encontraron el cuerpo de James Moriarty en la piscina de Londres. ¡James Moriarty! —exclamó.

Este trató de acomodarse, sin tratar de despertar a la niña, y una leve sonrisa surgió.

—Sí, yo maté a Moriarty —confesó, sin deshacer esa expresión de su rostro.

Lestrade tuvo que llevarse a Sherlock y la niña a Scotland Yard, al llegar descubrió que John y su hermano estaban ahí, y este, al ver a su sobrina, sintió un alivio anonadar en su pecho.

—Sherlock, Bell ¿están bien? —preguntó alterado John mientras se acercaba a ellos.

—Estamos bien... —respondió el detective, sin soltar la mano de su sobrina.

John abrazó a Sherlock y luego a la pequeña, quien casi lloró ante la presencia de su tío. En ese momento aparecieron Molly y Tommy, quienes al mirar al detective y la niña, corrieron a abrazarles y soltar el llanto.

El día se basó en declaraciones de todos los presentes en Sherrinford y Musgrave. Todos coincidían a la perfección, la parte de los adultos y los niños; con Bell y Tommy fueron más calmados junto a la presencia de sus tutores.

Terminado ese día, Sherlock y la niña caminaban por los pasillos cuando Lestrade le detuvo.

—Sherlock —llamó Lestrade.

—¿Si?

—Necesito hablar contigo, unos momentos.

—Dime.

—A solas.

El detective y la niña se miraron, ella más que nada asustada. Sherlock le miró con una leve sonrisa y le dijo que fuera con John, que pronto le alcanzaría. A una mala manera la pequeña obedeció y fue en busca de su tío John. Al estar solos Lestrade se cruzó de brazos y suspiró.

—Tu hermana regresó a esa prisión. Después de que desapareciste no pronunció palabra alguna —el ladeó su cabeza, tristemente—. Supongo que iras a verla.

—Sí, lo haré.

—Me parece bien... antes de que te vayas, no te vas a escapar de lo de Moriarty.

El detective resopló hastiado.

—Ya te di mi declaración, fue en defensa propia. Iba a matarnos a mi sobrina y a mí.

El inspector entrecerró los ojos.

—Sherlock, sé que me mientes, sé que tú no mataste a Moriarty —el detective se vio alerta ante ello—. Vi los vídeos de las cámaras de seguridad —un silencio incómodo se forjó— Ella te salvó.

—Lestrade, por favor, es una niña —rogó—. Tú lo viste, estábamos en peligro y...

—No haré nada, puedes estar tranquilo —Sherlock dejó escapar un suspiro de alivio—. Destruiré el vídeo y seguiremos así, tú mataste a Moriarty en defensa propia.

Sherlock asentó con su cabeza y un leve gesto fue como le agradeció a Lestrade por ello.    

El detective y su hermano estaban recargados en el marco de la puerta y observaban a la niña sentada en el sillón de su tío, mirando caricaturas en un pequeño televisor. Los dos no pararon de analizar a la pequeña, en sus cabezas miles de cosas surgían, principalmente su futuro.

—¿Ahora qué? —soltó Mycroft, Sherlock movió sus ojos hacía él.

—¿Tu qué crees? —respondió con cierto sarcasmo. El mayor de los Holmes miró severo al menor.

—Hablo en serio.

—Yo también. Voy adoptarla —dijo, retomando su vista en ella.

—Es nuestra sobrina —soltó extrañando.

—Sí, pero falsificaste su identidad. Ella figura como una Jones, no una Holmes. Tendrás que mover tus influencias para hacer valida la adopción, o, devolverle su nombre. Eso ya es tarea tuya, aun así, ella se queda conmigo.

Mycroft afirmó con su cabeza al momento que respiraba profundo.

—¿Cómo le explicaremos a madre y padre sobre esto? Eurus y Enola.

—Entre los dos lo haremos. Omitiremos muchas cosas, pero hablaremos con la verdad.

—Me van a odiar. Todos estos años, ocultándoles que su hija seguía viva y, además, tuvo una hija... Padre y madre se decepcionarán de mi... —Mycroft llevó su puño a sus labios y la preocupación le acompañó. Sherlock le miró y se preocupó por él.

—No lo harán —dijo y Mycroft le miró—. Se molestarán, sí, eso ni lo dudes. Con el tiempo ellos entenderán las razones y comprenderán porque lo hiciste. Tus acciones no fueron malas Mycroft, actuaste de la mejor manera que pudiste, por el bien de Enola y Eurus.

Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Mycroft Holmes, tragó difícilmente y trató de hacer desaparecer esa emoción.

—Gracias, hermano.

Y Sherlock respondió con una ligera sonrisa.

—Hay que hablar con Enola, tenemos mucho que decir.

El mayor de los Holmes se retiró del marco, ajustó su saco y corbata y aclaró su garganta.

—Estoy listo.

El detective ladeó su cabeza y de igual manera se preparó. Ambos hermanos cruzaron la puerta, atorándose en el marco y los dos se miraron exasperados.

—Déjame pasar —reclamó Mycroft.

—Es mi casa, yo voy primero.

—¡Es en serio!

—¡Por supuesto que sí!

Ante el escándalo creado, la niña se volteó y vio a sus tíos pelearse como niños chiquitos.

—¿Qué pasa? —preguntó extrañada.

Ambos Holmes se detuvieron y miraron a su sobrina, Mycroft aprovechó la distracción y fue el primero en pasar, viéndose victorioso. Sherlock rodó sus ojos y entró a su living room, llevando sus manos a su parte trasera.

—Queremos hablar contigo.

—¿Sobre qué? —soltó preocupada.

—No es nada grave...

—Es... —paró el detective y humedeció sus labios— sobre tu madre y padre.

La niña parpadeó rápidamente, se acomodó en el sillón y se dispuso a escuchar lo que sus tíos tenían que decirle.

El sonido de unos tacones resonaba por el pasillo del hospital infantil. La recepcionista percibió aquel escándalo y alzó su mirada para ver a la dueña de tal tortuoso sonido.

—Moran, Eric Sebastian —sin saludo soltó la mujer.

—Buenas tardes —respondió la mujer mientras agachaba la vista en busca de ese nombre en el registro—. Habitación 3, camilla 313.

La mujer se alejó del lugar y entró hacia el corredor que llevaba a las habitaciones. La recepcionista resopló molesta por la conducta prepotente de ella y retomó a lo suyo.

Eric adormitaba en su camilla, en ocasiones abría sus ojos y se dejaba deslumbrar por la luz que entraba en su ventana. Los sonidos a su alrededor eran lejanos y el de aquellos tacones no fueron la excepción. Sintió una presencia a su lado y movió la cabeza para descubrir a hermosa mujer, cabellera rubia, un elegante traje negro y blusa blanca y unos enormes anteojos de sol adornando su rostro.

—Sebastian —saludó con una maternal sonrisa.

El niño no pudo responder ante la pronunciación de su segundo nombre, cerró sus ojos y respiró profundo. Aquella mujer llevó su delicada y suave mano sobre su frente y le acarició con ternura.

—No te preocupes mi pequeño. Ahora estarás bien —La visión de Eric era borrosa, los colores dorado y negro se difuminaban de manera violenta, sin poder identificar quien era la dueña de esa voz—. Yo voy a cuidarte, se lo prometí a tu padre —el niño entre frunció el ceño, al notarlo ella sonrió—. Mi Sebastian, tu padre murió —ante ello las respiraciones del niño se volvieron violentas pero ella trató de controlarlo. Se sentó en la camilla y llevó su mano a la mejilla del pequeño—. No tienes por qué preocuparte.

—Señorita —interrumpió la enfermera. La mujer, de largos cabellos dorados, volteó severamente a mirarle—.

La hora de visitas está a punto de terminar.

La mujer clavó su mirada azul en aquella joven enfermera, nunca parpadeó, solo le miró con una cólera indescriptible. La enfermera sintió como sus piernas flaqueaban, no dijo nada más y se retiró de la habitación. Ella le siguió con su mirada hasta que desapareció y retomó su cálida sonrisa al pequeño Moran.

—De ahora en adelante yo te cuidare, tú serás mi niño y juntos vengaremos a tu padre, mi hermano. Tal vez Jim no te lo dijo pero no solo Sherlock tiene una hermana secreta —sonrió y débilmente Eric llevó su mano a la de ella—. Tú y yo nos esforzaremos en hacer arder a los Holmes, los quemaremos en vida como tú padre siempre quiso.

Una media sonrisa se posó en el rostro de Eric Sebastian Moran, acompañando la de aquella mujer, la que de ahora en adelante llamaría tía.

La niña se abrazó a sus piernas y recargó su mentón en sus rodillas, con ojitos tristes miró a sus tíos, ambos le había explicado la historia de sus padres y el cómo Samara Jones decidió convertirse en su madre. Los dos trataron de contarle todo de la mejor manera que ella pudiera entender.

—Esto que te hemos dicho —habló Sherlock después de un incómodo silencio—, tal vez te tome mucho tiempo en asimilarlo, aceptarlo como debe ser pero, quiero que sepas, que no porque Eurus sea tu verdadera madre debes de olvidar a Samara.

—Samara fue mi mamá.

—Así es —continuó Mycroft—, Samara fue una maravillosa madre para ti. Te crío de la mejor manera que pudo. Y estamos agradecidos por ello.

—¿Entonces tengo dos mamás?

—Sí, Enola —respondió Sherlock con una sonrisa.

—¿Así me llamó? —inquirió curiosa ante ese nombre.

Ambos hermanos afirmaron.

—Emma Enola Sophie Holmes.

—Es muy bonito.

—¿De verdad?

—Si. Pero prefiero Bell.

Los dos dejaron escapar unas leves sonrisas.

—De acuerdo, te seguiremos diciendo Bell —dijo Sherlock.

—Aunque Enola también será pronunciado.

—Está bien.

Las sonrisas levemente desaparecieron y la incomodidad del silencio llegó; para evitar que eso sucediera la niña volvió hablar:

—¿Iremos a verla? —preguntó y los dos le miraron extrañados—. A mamá.

—Pronto visitaremos a Eurus.

—¿Siempre estará ahí?

—Me temo que si —dijo Mycroft con un suspiro amargo.

—¿Por qué? ¿Mamá hizo cosas muy malas?

—Eurus, es alguien especial y necesita un cuidado ser atendida de una manera.... especial.

La niña dejó escapar el aire por su nariz y luego miró a sus tíos.

—Ella me dijo que yo fui su mayor error.

Una sensación de incomodidad les abrumó. Sherlock y Mycroft se observaron con dolor ante la pronunciación de esas palabras.

—Enola —habló Mycroft—, comprender a tu madre es algo complicado.

—Pero de lo que estamos seguros es que no fuiste un error, ni para ella ni para nosotros.

La niña dejó caer sus piernas y miró tristemente a ambos.

—¿No lo soy?

—Claro que no —dijo Sherlock con una sonrisa.

—¿Un error? ¡Bah! —Continuó Mycroft—. Ese lo mejor que le ha pasado a la familia Holmes, desde que Sherlock y yo hicimos Hamlet en la escuela.

La niña dejó escapar una leve risa, se alzó del sillón y corrió a abrazar a su tío Mycroft, quien al tener a su sobrina sobre su espacio personal quedó sorprendido. Sherlock miró la escena con diversión y con una mirada le dijo a su hermano que de dejará llevar. Mycroft obedeció y llevó sus manos alrededor de ella, brindándole unas leves palmadas en su espalda.

—Te quiero, tío Mycroft.

—Y... Y yo a ti, Enola.

Mycroft observó a su hermano y descubrió una sonrisa en él.

—Te acostumbraras —susurró, dándole unas leves palmadas en el hombro.

El anochecer cubrió de majestuosidad a Londres y ya era la hora de dormir. Sherlock y la señora Hudson se encontraban en la habitación de la niña, el detective yacía sentado en la orilla de la cama, esperando a que la niña se cubriera con las sabanas, mientras la señora Hudson miraba la escena con enorme ternura.

—A dormir —dijo Sherlock—. Hoy fue un largo día y hay que descansar.

—Si.

—¡Oh, se me olvido! —exclamó de golpe él.

—¿Qué sucede cariño?

—Señora Hudson, podría ir a mi departamento y buscar en mi habitación al señor conejo.

—¿Señor conejo? —cuestionó divertida.

—Sí, es el peluche de Bell y necesita dormir con él.

—¡Claro querido! No tardo.

La señora Hudson se dio la media vuelta y salió de la habitación.

—¿Señor conejo? —cuestionó curiosa la niña.

—Sí, lo necesitas para dormir.

—Si pero... se lo di a Rosie.

El detective alzó ambas cejas.

—¿A Rosie?

—Aja, cuando estábamos en la casa de... —se detuvo y miró asustada a Sherlock— se lo di. Lo adora.

—Oh, ya veo. Bueno, es probable que John y Rosie vengan mañana, y así, le das al señor conejo.

La niña movió veloz su cabeza y se recostó en la cama, Sherlock se alzó y arropó a la niña hasta el cuello. Ella sonrió, nada había cambiado.

—Descansa, lo necesitas.

—¡Espera!

—¿Qué pasa?

—Quiero preguntarte algo, ¿puedo?

—Claro, dime, ¿qué pasa?

La niña apretó sus labios mientras miraba al detective, parecía que pensaba lo que quería decirle.

—Yo... ese hombre, Moriarty, dijo que él era mi papá —Sherlock suspiró tristemente—. Pero él no es mi papá, ¿verdad?

—Bell... me temo que...

—Porque mi papá, eres tú —Sherlock observó sorprendido a la niña—. Tú siempre fuiste mi papá.

—Bueno, Bell —habló algo nervioso—. Soy tu tío, soy tu familia. No cambia nada en sí.

—Quiero llamarte papá.

El detective miró con mezcla de asombro y maravilla a la pequeña. Dentro de él sintió como una alegría invadía su cuerpo, regocijándolo de una manera que jamás había sentido.

—B-bien... cl-claro —respondió, evitando ensanchar sus labios—. Está bien, llámame papá.

—¿Estás seguro?

—Por supuesto, mi niña.

La nena sonrió, se dio la media vuelta y cerró sus ojos para caer en el mundo de los sueños. La sonrisa que Sherlock trató de evitar, poco a poco aparecía, y así dejó la habitación.

La señora Hudson llegó con el señor conejo, Sherlock le dijo que ya no era necesario y que la niña ya estaba durmiendo. Sin ocultar su felicidad la señora Hudson pellizco las finas mejillas del detective, adorándolo por su nuevo lado paternal. El agradeció con un gesto poco amigable, pero en el fondo se sentía bien. La señora se retiró a su habitación y Sherlock prosiguió a lo mismo; llevando al señor conejo en manos. Dentro de su amado living room, respiró y exhaló agradecido de que todo esto al fin terminara. Miró hacía su pared y notó todos los papeles del caso Jones.

Ya era la hora de quitarlos y archivarlos, su misión estaba completa, en ello, apretó el estómago del peluche y sintió aquella tercera USB, su caso a un no finalizaba.

Fue en busca de una navaja, deshizo el hilo y sacó el relleno para al fin descubrir la tercera USB en color plata y con las iniciales S.H. marcado en el aparato. El detective dejó al peluche en la mesa de la cocina y corrió a su escritorio, encendió la laptop y conectó la USB, descubriendo que esta no estaba encriptada. En el fondo agradeció por ello. Entró en la carpeta y miró un vídeo, el último mensaje de Samara Jones.  

Señor Holmes, si ha encontrado esta USB, es porque lo inevitable pasó y ya sabe toda la verdad. No quiero que usted y Mycroft sientan una culpa por lo sucedido; sabía mi destino, yo lo escogí y lo acepte.  

El tener a su sobrina como mi hija, fue lo más maravilloso que me paso, el ser madre una niña tan hermosa y tierna como ella, llenó de felicidad mi corazón y vida. Espero que en cuando tenga a nuestra pequeña en brazos le de ese mismo amor, cariño y protección que yo le ofrecí. Admito que no tuve el placer de conocerle, pero sé que usted es un buen hombre al igual que su hermano. Siempre estaré agradecida por la oportunidad y confianza que me fue dada, e hice lo mejor que pude para criar a nuestra niña —Sherlock sonrió—. Durante su investigación espero que mi hermana no fuera un dolor de muelas. Sarah es una mujer dura, ególatra y que cree que puede comerse al mundo de una sola mordida. Me temo que ella, sufrirá el mismo destino que el mío, pero no por mi decisión, sino, por sus acciones del pasado que dentro de ella le han carcomido todos estos años. Lamento que, esto de las USB se volviera algo tedioso para usted, según su hermano, esto podría llamar su atención si nuestra niña llegaba a tocar en su puerta. Aunque su hermano me dijo que no solo las USB atraerían su atención —Samara rió, dando entender la habilidad que la niña poseía, la deducción al igual que ellos—. Después de lo que tenga que pasar, señor Holmes, esperó que la vida para todos ustedes sea prospera y tranquila, que los fantasmas del pasado de ese hombre no vengan contra ustedes y sean felices. Quiero pedirle que me cumpla una sola promesa, que nuestra niña tenga una vida plena y sea feliz con ustedes, su familia —Samara se detuvo y limpió sus lágrimas—. Lo siento... soy muy sentimentalista, tal vez esto a usted no le guste pero me es inevitable... Señor Holmes, gracias por resolver mi caso, gracias por darme la paz que necesitaré. Les deseo lo mejor y que sean felices.

El vídeo finalizó. Sherlock llevó sus manos a su rostro y las arrastró lentamente para finalizar con un suspiró.

—Gracias por todo, Samara Jones... Gracias... 

Dos meses después.

—Cariño, ¿Bell aún no ha despertado? —cuestionó la señora Hudson en lo que dejaba un varios platos y vasos sobre la mesa.

—Apenas son las nueve, deje que duerma un rato más.

—¡Pero ya pronto llegaran los invitados!

—Llegaran a las tres. Tenemos seis horas para preparar todo.

—¡Oh Sherlock! —reclamó—. Solo quiero que la fiesta de segundo año de Bell, en Baker Street, sea perfecta.

—Claro que lo será, señora Hudson, eso no lo dude.

La señora rodó sus ojos y salió de la habitación. El detective, quien se encontraba sentado en su sillón, con sus ojos cerrados y sus manos bajó su barbilla, abrió uno de sus ojos y espió para ya no ver a la señora Hudson. Se alzó de golpe de su asiento y se condujo a la habitación de la niña. Abrió la puerta con suavidad y vio que aun dormía. La noche anterior estuvo despierta hasta altas horas de la madrugada emocionada por su fiesta de segundo año en Baker Street. Sherlock se acercó en silencio y, al ver lo revuelto que estaba su cabello y lo torcida que lucía para dormir, sonrió y del bolso de su bata saco una pequeña carta, la cual colocó a su lado para que fuera lo primero que viera al despertar.

A las diez de la mañana la niña despertó, se sentó en su cama y acomodó lo alborotado de su cabello en una coleta, comenzó a mirar a su alrededor y descubrió la carta color marfil a su lado. Con curiosidad la tomó, se recostó boca abajo y miró la pulcra letra de su papá, disponiéndose abrirla para leer su contenido.  

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