El timo generacional

By AndrsPinedo

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Historia sobre las pretensiones y los nuevos negocios que abordan los actuales jovenes. Sobrevivir en la era... More

Capítulo 1.-
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4 --- 1/2
Capítulo 4 --- 2/2
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7 --- 1/2
Capítulo 7 ---2/2
Capítulo 8 --- 1/2
Capítulo 8 --- 2/2
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15 -- 1/2.
Capítulo 15 -- 2/2.
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18.-
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27

Capítulo 19.-

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By AndrsPinedo




Hay algo que siempre me he preguntado: ¿qué hacen las hormigas cuando no las estamos viendo? Siempre las veo pasar muy ocupadas en lo suyo, pero pronto, cuando desaparecen al ir a su hormiguero o de nuestra vista... pienso yo que se divertirán (más allá de todo rigor científico). Hay películas célebres sobre "trabajar como hormiga", con todos los rigores, como El puente sobre el río Kwai, esto debiera ser la base con que se mide lo trabajoso del hombre, lo empecinado. Pero, y si quisiéramos entretenernos y, la verdad, tenemos demasiadas alternativas... no sería más sensato reducir la zona o geografía de entretenimiento, tratar de no "estar en todas". Eso me pregunto: las hormigas parecen omnipresentes como especie, pero uno no puede: es demasiada la consciencia que uno posee: debe uno hacer las cosas bien; está en nuestra educación. O mejor no hacerlas; eso decía mi abuelo.

De principio al partir uno en la mañana (no lo hago pero me pasa a veces) que me subo al Metro y veo mujeres hermosas con quizás qué pechos desnudos apetecibles. Dan ganas de tocarlas. Pero, de pronto, viene algo a la mente: es la ética, que está "enchufada" en todas y cada una de las mentes de los hombres civilizados del hoy. Lo otro es auto-engaño.

Ah la consciencia: siempre tendremos aquella voz que nos dice qué hacer y qué no. Por ello somos limitados, pues, todo lo debemos "cerrar" para lograr nuestro cometido: irnos –digo jocosamente- con una mujercilla cualquiera en el Metro a, por ejemplo, un bar y sí: disfrutar va en contra de cualquier objetivo que nos propongamos. De esta forma un tanto somera describo el cercar el "área de juego" de cada uno.

Intuición. Esa palabra es el "saco de cosas" que nos guían día a día, como si fuese un cordón imaginario del que tiramos y nos deja –sin descontar el arte que usa para sus efectos- en buen puerto, al menos casi siempre, por ello vale la pena usar aquella buena palabra y capacidad.

Pero algunos la usamos la intuición para fines perversos. Para dominar más. Para quién sabe qué.

Ella seguía conmigo. Aquella niña conocida recientito. Era blandita y todavía encajaban bien en ella mis caricias (algo) insistentes (por mucho exceso de humildad que manifieste). Cada vez que la veo "en línea" en el chat la deseo hermosamente. Siento que de sus pechos salen flores hermosas, gusanillos de seda entretejidos por quizás habilosos macacos dorados. De pronto, de tanto soñar me sorprende ahora Javiera. Me coscorronea y me obliga a darle un beso. La amo –sí, sin duda- : pero necesito variedad.

De pronto, ella me contesta. Emito respuesta casi inmediatamente: no estoy seguro de salir, se lo explicito verbalmente. Me arguye que debe estudiar, tiene 5 horas, y, saliendo de aquellas 5 podemos vernos y seguir conociendo Santiago. Uf. Esta mujer tiene el entusiasmo de un verdadero atleta. La sigo, la sigo: me digo efusivamente para conmigo mismo, es mi destino: necesito auto-conocerme, saber hasta dónde llegan mis límites, estar con la adrenalina de la infidelidad (hacia Javiera) al menos una vez en la vida: jamás antes fui algo infiel, mi vida ha sido un ejemplo de pureza salvo por mis acciones como empleado (quién, en sí, se salva me pregunto). Pronto, me evado, digo que voy a pagar la cuenta del internet, que sé yo, algo con Javiera que la hace sentir segura pese a mis ausencias. Me voy.

Me voy hacia la fuente de la vida. Hacia la fuente de la existencia con toda mi poesía loca. Pétalos de ansiedad roja y rosada, como lo sanguíneo, el alma de la ansiedad me rodea, que son las inexistentes hojas que caen (en realidad revolotean) de los árboles de la Ilustre Comuna de Providencia acá en invierno, justo cuando no hay muchas más hojas, y sí, la gente me mira, me ve, trata de dilucidar por qué saco mis dinerales para contarlos una y otra vez, como si fuesen fuente de felicidad real (nadie lo cree, ni siquiera la mujer con panty-medias oscuras que parecen suciedad, con un i-reloj falso, con chapas ordinarias, y ella, con un lunar bizarro, con chapes artificiosos y vulgares, ella no es ni siquiera ella). Veo gente entusiasta como yo, somos los menos, somos las minorías que protestan en la calle porque vieron un posteo en Facebook que les interesó y era una causa. Salto: estoy alegre mezclado con satisfacción, una curiosa mezcla. Sólo mis libertades morales son mortales: no las seguiré y avanzo por la calle principal mientras mujeres transexuales y algunas otras arrugadas me ven con asco quizás susurrando algo y metiéndose a las galerías eternas con peluquerías exóticas.

Y ahí está ella de nuevo. Esta vez me dijo que fuéramos a la pizzería italiana de allí, un local exquisito y lujoso como ninguno otro donde hay mozos que revolotean con los naipes que llevan, en pos, de hacer magia e impresionar, hacerlo todo más agradable, más suizo (más reservado quizás, estoy muy poeta hoy). Y ese lugar, le comento, es impresionante, he pasado a un lado pero nunca he entrado... me toma del brazo y me lleva con violencia.

Entramos y nos deslumbramos con el ambiente; el caminar por ahí daba la sensación de reconstruir la historia de la humanidad, pasando por el corredor, de la forma tan ilustre italiana, tan íntegra como la de ellos, posters de Fellini (el director de cine) pasaban por nuestros ojos viendo hacia abajo un paisaje de gentes revoloteando en explanadas hechas de cemento, fruto del hombre laborioso, por donde compraban de manera esquizofrénica, y nos, relajados.

Veo la cocina. Lo poco que se admira está demasiado limpio y radiante. La gente lleva platos con pizzetas pequeñas adornadas con rúcala y otras ensaladas. Exquisito. Ella me regala una dulce sonrisa luego de que vuelve la cara hacia mí. Pronto llegaría el sujeto de la carta y yo no lo puedo atender, le digo a ella que lo haga. Mientras yo sostengo mi celular y veo un mensaje de Mark que está preocupado por la empresa, de todas maneras, me envía una foto con pasajes de bus a mitad de precio, tiene que cobrarlos... para esto de la pesca: le digo que es grandiosa idea. Cruzo mis dedos armando "un huevo" con mis manos y nos ponemos a charlar.

-Maravillosa tarde- le digo amenamente- ¿Cómo te fue...?

-No digas eso... hablemos del tiempo o algo así, por favor- me expresa manteniendo esa sonrisa dulce.

-Muy bien, no hablaremos de estudios. Es lo mejor ¿Te gusta el restaurante? ¿Era tu ilusión venir a este ambiente?

-Y sí... ¿Ambiente? ¡Vengo por la comida!

-Es genial, sí- y allí vuelve el sujeto con la carta (que se había ido).

Pedimos yo fetuccini y ella unos tallarines con albóndigas cuyo nombre no recuerdo bien... cerveza sí, obviamente importada: la más exquisita. La más placentera pues, con ayuda de ella entiendo mejor su femineidad. Me llegan más mensajes, no puedo contestarlos todos. Ella toca el tema de si mi trabajo es divertido. Le digo "¿mmmh?" (Para indicarle incidiosamente a dónde se fue el tema). Ella me responde lúdicamente "¿mmmh?". Quedo un poco descolocado y cedo a hablar.

-Es el trabajo más fascinante sobre el planeta. Es el mejor emprendimiento. Si supieras de dónde nació. Estamos orgullosísimos de nuestra empresa.

-¿Nuestra?

-Sí, tengo un socio.

-¿Es simpático?

-No lo sé, no es importante: esta empresa es radical, es revolucionaria.

-Así suena... -dijo mientras bebía un trago de su cerveza importada- eeehm... ¿y es informática?

-Usamos esa herramienta. Navegamos por datos inmensos de las personas...

-Uhm... suena poco ético.

Desde ese punto seguimos hablando banalidades que, si bien hicieron entretenida la charla, las ilusiones añadidas, sí, porque estuvieron, nos masajearon el cerebro que, tan machacado lo teníamos.

Luego, después de unos espectáculos dentro del restaurante y, vitorear ciertos goles de equipos que nos gustaban mostrados por una pantalla gigante, salimos.

Caminando por allí, veo a lo lejos una mujer. Ella se acercaba por la vereda gigante de la calle. Estaba algo distraída y no lo suficiente como para verme. Pareciera ser Javiera. La gordas de la calle insultaban a quien las empujaba, quizás porque les tocaron la cartera y se la hicieron al cuerpo; otros, distinguidos oficinista que, golpeándose en la cara se daban cuenta de que el banco ya había cerrado, algunos con cortes modernos de cabello, otros no, abriéndose hacia los lados con 2 ríos que se bifurcan dan paso a esta mujer, y yo al verla, me introduzco fraudulentamente al pasaje Orrego Luco donde hay muchos bares haciendo rápidamente hacia el lado a mi acompañante. Ella se sobresalta y me dice "espera aquí" y va hacia la librería a un lado del banco en la esquina y yo... me oculto. Ella debe estar asombrada por la variedad allá, la mujer pasa y yo la veo pero sigue distraída. Me doy cuenta que es... otra mujer muy parecida vestida igual. Sí, porque es para asustarse todo esto, si pasara algo, que me pillara: ¡Uf! Que sería malo. Pero poca gente lleva jeans amarillos y blusa blanca con chaqueta beige. Hoy día son sólo 2 personas, una de ella la que pasa y otra, Javiera. Dejo pasar a esta mujer bastante rato... vuelvo así a donde mi acompañante que ya quería comprarse todos los vinilos dentro.

Nos abrimos paso por esas calles tan atestadas y con tantos roticuajos automovilistas insultando a cada quien que se arriesga en una maniobra... ella me dice al rato de contemplar: "podríamos ir ahora a ver las esculturas".

Le dije que no. Cortantemente.

Ella indujo que fue por un tema de hacer "algo mejor". Después me exigió que la llevara a la plaza Perú, allá están haciendo un concierto autorizado. A eso le dije que sí, que podría ser. Avanzamos un tracto a pie y otro en taxi, ya del aburrimiento lo tomamos (y porque no quería pasar por donde ella estaba). Al ir, todo era risas entre la gente, los chicos, que apenas alcanzamos a ver, hacían un espectáculo musical de lujo. La gente allá; muy prudente esta vez, nada de rockeros o cosas particulares; fumaba y se divertía, a veces gritaba. Eran en su mayoría adultos jóvenes, con camisas limpias los hombres, las mujeres se les veía el rostro algo agolpado, cansado, pero animado; eran mujeres que quizás, el rock les quedaba grande. Sus caras apáticas (y otras pocas, muy pocas, sinceramente eran mezcla de inconformismo y desorden propio hacia el sistema que tanto las sojuzgaba como féminas que son).

Empezamos a bailar como muchos otros también hacían (pero no todos, subráyese) y, dejamos el lugar en breve. Luego ella quería hacer otra cosa, pasar por una exposición Tailandesa por ahí, luego a un ciclo de cine por allá, luego al instituto cultural Ruso, luego esto y luego a aquello. Todo lo hicimos, pero he de decir que fue agotador.

Sin embargo, conocimos cada cosa que puede ofrecer una ciudad un día jueves: sus colores, sus sabores, sus esencias, su locura.

Cuando acabamos esta muestra de ciudad le ofrecí llevarla a su casa en Ñuñoa con toda amabilidad.

-No te preocupes, Nicolás Sergio- y me besó; luego soltó sus labios de los míos- fue lindo, este... conocer esos detalles de la ciudad. Me sentí en "todos lados": íntegra diríamos. Ahora soy, otra persona.

-Es decir... ¿te faltaba: yo? – rematé decidido.

-No. O sea: sí. Tú. Más que nadie. Eres tiernito. Un grandote "papá". Un flaco atractivo.

Muy bien: eso me dije sin decirle expresamente verbal. En vez de aquello, le regalé un abrazo, hecho labios, largo, hermoso, inspirado... sobretodo hermoso.

Ella se despidió. Sentí algo que faltaba pero, no, no lo sé, no resultaba ser necesario. Ahora sentía mareo, al moverme de esa cuadro donde la dejé: mareo por estar viviendo toda una vida en un día genial. Pero fue divertido. Fue, quizás refrescante ¡no! Más que refrescante: fue aventurado. Con eso me doy por satisfecho.

La muchedumbre salía de las cafeterías, todas vestidas distintas, un festival diríamos, hacia sus últimas horas en la oficina. A mí no me importaba, porque estaba cerca de aquella que describí como in-cre-í-ble recién. Es la vida: es ser algo contra horarios y nada más. El mismo nihilismo juvenil.

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