𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)

By _arazely_

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DISPONIBLE EN FÍSICO Y KINDLE «Dave creció creyendo que el amor era dolor. Nunca imaginó que la persona que m... More

¡YA EN FÍSICO!
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Booktrailer
· d e d i c a t o r i a ·
1. Dave
2. Por su culpa
3. Casualidad
4. Un problema personal
5. Otro corazón roto
6. Egea
7. Un mal sueño
8. En los huesos
9. Mientras ella no estaba
10. Enfrentar los recuerdos
11. Ángel guardián
12. Pasado, presente, futuro
13. En el mismo infierno
14. Escala de grises
15. El vacío del dolor
16. Venganza
17. Habitación 216
18. Y si fuera ella
19. Volver a casa
20. Entonces lo entendió
Extra 1
21. El fin de la guerra
22. Miedo
23. De cero
24. Escapar
25. Condenado
26. En las buenas y en las malas
27. En el ojo de la tormenta
29. Perdóname
30. Pausar la vida
Extra 2
31. Correr el riesgo
Extra 3
32. Hasta cuándo
33. Por siempre. FINAL
AGRADECIMIENTOS
IMPORTANTE
Especial 50K

28. Cuando la esperanza muere

2.3K 244 195
By _arazely_

Aquella noche, Dave no pudo dormir. La patrulla nocturna de su padre comenzó a las diez de la noche y Dave, hasta las dos de la mañana, estuvo sollozando, como un bebé, sentado a la orilla de la cama.

Detestaba no poder controlar sus emociones, ni conciliar el sueño, ni concentrarse.

Delante de los demás podía mostrarse insensible, pero a solas necesitaba desatar la rabia sobre su piel. Esa noche agarró el cúter de su mesita de noche y deslizó la hoja en trazos cortos por sus hombros y pecho.

Uno por cada grosería hacia su madre, cada burla contra su hermana, cada año sin su padre.

La sensación afilada lo sedaba; el sudor le humedecía las manos.

Delante de su padre se callaba, bajaba la cabeza y, apático y desinteresado como siempre, aparentaba no sufrir. Luego se deshacía los pulmones de noche porque no sabía acercarse a su padre y decirle que lo necesitaba.

Despertó a las siete y diez de la mañana; lo primero que hizo fue asomarse al dormitorio de su padre y, no encontrándolo, entró sin camiseta al baño a lavarse la sangre seca de las cortadas y limpiar el cúter.

Tras frotarlo con sumo cuidado bajo el agua, Dave contempló la hoja resplandeciente y su ritmo cardiaco se aceleró.

Lo llevaba pensando varios días, pero su padre siempre estaba en casa.

Sin pensarlo se hundió la afilada cuchilla en el antebrazo sano y reprimió un quejido. Ardía como el mismo infierno. Vio el oscuro líquido rojo fluir y el pánico se apoderó de él. Su respiración se aceleró, comenzó a jadear.

No podía.

Jill.

Metió el brazo debajo del grifo abierto y, sin previo aviso, la puerta entreabierta se abrió del todo.

—Papá.

Dave resolló. Casi se le detuvo el corazón.

Había creído que su padre estaba de patrulla, pero en realidad llevaba en la cocina media hora; ahí, sin el cinturón del uniforme y despeinado, de pronto se vio como un castillo ante el escuálido muchacho.

—Dave, suelta eso.

Temblando, el chico dejó caer el cúter en el lavabo y su padre, raudo y veloz, lo tomó y agarró de inmediato la pequeña toalla colgada junto a la encimera y se la presionó contra el brazo.

—¿Se puede saber qué haces? ¿En qué estás pensando?

Llegaba de una patrulla que le había destrozado los pies, de discutir en la calle con gente intoxicada de alcohol, de controlarse para no resolver las cosas a disparos. Estaba más enojado de lo que Dave lo había visto nunca, y al chico se le llenaron los ojos de lágrimas.

Que le alzase la voz le paralizó todos los músculos del cuerpo.

—No me pegues, por favor. No...

—¡Contéstame! ¿Te estás cortando a propósito?

Su padre veía perfectamente las cicatrices blancas en su pecho y hombro, pero quería oírlo de sus propios labios; por desgracia, el miedo congeló las cuerdas vocales de Dave.

—No saldremos de aquí hasta que me contestes.

Dave regresó la mirada a la toalla empapada de sangre y agua, y, atrapado, asintió.

—¿Y te parece normal?

—¡Lo necesito! —dijo el muchacho al final.

—¿Cómo vas a necesitarlo? —replicó su padre, exasperado—. ¡Esto es destructivo, no necesario! ¿Cómo aprendiste a hacerlo? ¿Y cuándo?

—¿Por qué siempre tienes que estar jodiendo? ¿Tanto me odias?

Le contestó con asco porque se cansaba de luchar, de ponerle cara a la vida, de tener miedo. Si su padre no lo interrumpiese siempre, ya se habría suicidado.

Sus pupilas vibraban, nerviosas, candentes. Estaba tan cerca de su padre que distinguió cada marca de cansancio en su rostro, desde las ojeras hasta el rasguño en la mejilla.

Ángel apretó los labios.

—¿Qué pretendías? —masculló—. ¿Matarte?

Dave tensó la mandíbula. Pararse desnudo, golpeado, herido y frágil delante de su padre lo aterraba hasta cortarle la respiración.

Pero cuando Ángel notó que Dave tiritaba como una hoja, que lucía tan delgado que se podían contar sus huesos y que traía un cardenal negro en la cintura, asomando del chándal, liberó un hondo suspiro:

—¿Qué pasa, Dave? ¿Por qué te cortas?

Dave clavó los ojos en el lavabo, tragando fuerte.

Porque le dolían las llagas del corazón y prefería ocultar el dolor a admitirlo. La ira relampagueó en sus ojos castaños. Su padre no le soltaba el brazo y él estaba demasiado asustado como para atreverse a retirarlo. No podía contarle a su padre la vergüenza que cargaba en el alma.

—Déjame, papá —suplicó—. Déjame en paz, por...

—No te dejo. Hoy arreglamos esto.

Dave chasqueó la lengua.

Su padre cerró el grifo y con cuidado limpió todo resto de sangre del brazo del muchacho. La carne estaba rasgada.

Todavía agarrando su muñeca, Ángel alcanzó el antiséptico y un apósito del mueble bajo el lavabo, y le desinfectó la cortada.

—Dime qué pasa, hijo. No voy a regañarte.

Dave sacudió la cabeza.

—Tú no lo entiendes. No entiendes cuánto duele.

—Entiende tú que los corazones rotos no sanan solos. Dave, me doy cuenta de tu actitud, de tu depresión, tu agresividad... y no es por mí. Es por todo lo que te ha pasado y no me cuentas por vergüenza. O por culpa.

Dave apretó con tanta fuerza los dientes que la mandíbula comenzó a dolerle. Odiaba que le leyera el alma como si fuese transparente, que sacara a relucir sus debilidades. Si hubiese sido más valiente, lo habría golpeado.

Sin embargo, optó por morderse el labio inferior.

—Si esperas a superarlo para hablarlo, vas a pasar la vida esperando —lo oyó insistir—. El tiempo no sana. Solo sana hablar. Así que sácalo, Dave. Aunque sea con groserías. ¿Qué te duele?

Dave soltó el aire contenido en un ruidoso jadeo. Se le había atrancado un nudo en la garganta.

—Jill —confesó, rígido—. Cris. El puto cuerpo. Y él me... Papá, no puedo.

—Sí puedes, sigue. Lo estás haciendo bien. ¿Qué te hizo él?

Dave alzó la vista hacia el techo y su respiración retembló. Su pecho se había incendiado como si la vergüenza, asfixiante como el musgo, le inundase los pulmones.

—Pegarme —murmuró— hasta que no podía moverme. Me gritaba que era una mierda, me tiraba al suelo para... darme con...

Le picaban los ojos del agua. Sonaría más humillante si lo decía en voz alta.

—Para agredirte.

Dave asintió. Su padre le preguntó si había algo más y el chico, liberando un tembloroso suspiro, volvió hacia él sus resplandecientes ojos castaños.

—Mamá —confesó—. Papá, él la forzaba todas las noches. Y yo la oía. La oía llorar, oía la cama. Las paredes se movían. Pero no podía hacer nada. Solo eso me calmaba.

Al verlo señalar el cúter, un impulso indomable de querer borrarle la memoria abrasó el pecho de Ángel.

—Lo necesito.

—¿El dolor?

—Sí.

A su padre se le había secado la garganta. No tenía ni idea de cómo procesar toda la información que el muchacho le había soltado, no había protocolo ante el caso de un hijo con el corazón roto.

—En la vida sobra dolor, nene —replicó, despacio—. Puede que te hagan daño, porque la gente es mala. Si crucificaron a Cristo, nos crucificarán a los demás mucho más. Lo que no tiene sentido es que te crucifiques tú mismo. No vivimos para sufrir; vivimos para amar.

—Amar duele —interrumpió Dave—. Mamá te amaba y te fuiste. Amaba al tipo que le jodió la vida. Jill ha pagado por mis pecados. ¿Amar destruye?

Durante unos segundos no obtuvo respuesta. Su padre, sin quitar los ojos de él, no se arriesgó a acariciarle la mejilla.

—Enséñame tu espalda.

Dave negó. Le daba rabia ser tan cobarde, estar tan roto.

—No te burles de mí.

Con delicadeza, su padre le tomó el otro antebrazo para girarle el cuerpo, pero Dave lo tensó. No se descubriría el torso, aunque Ángel ya hubiera visto las cortadas.

—Nunca me burlaría de algo que te tiene mal, Dave. Enséñamela.

Dave cerró los ojos, pero relajó el brazo. Entonces Ángel rotó su cuerpo flacucho y lastimado, y le revisó la espalda desnuda. Contempló las señales marrones y rosadas, su piel erosionada y las quemaduras de los correazos. Al chico se le caía el pellejo como se deshojaba un diente de león.

Y cuando vio a su hijo apretar los labios para no llorar, Ángel suspiró con pesadez.

—Ve a vestirte.

Dave obedeció. De aquella manera, su padre dispondría de tiempo suficiente para enfriar la mente y meditar en una solución; por su lado, Dave pudo secarse los ojos, aunque se muriese por romper a llorar.

Estaba planeando todo lo que diría al regresar cuando su padre lo oyó arrastrar los pies y se enderezó.

—Ven aquí, campeón.

Y lo abrazó.

Como si nunca hubiera pecado.

Dave contuvo el aliento, inmóvil, contra el cálido cuerpo de su padre. Olía a vainilla, a la casa que conoció de pequeño, al coche familiar, al verano. Durante al menos un minuto, sintió la gran mano de su padre posarse en su nuca, invitándolo a descansar la cabeza sobre su hombro, y lentamente rindió los hombros.

—Mi padre me echó de casa cuando embaracé a tu madre —le dijo su padre—. Me enseñó a conducir solo para mandarme a Ávila y que me apañara solo. Y años después, la mujer que amaba con locura me hizo lo mismo. ¿Crees que no sé cómo duele perder a quien más quiero? ¿No sé de insomnio, de depresión, de chantajes, de amenazas? Dave, he mirado todas las noches durante tres años el cajón donde guardo la pistola y pensado en pegarme un tiro porque vivir no vale la pena.

El nudo en la garganta de Dave dolía. Su padre había subido el tono de voz y él, que se apartó de su cuerpo, perdió el valor de sostenerle la mirada:

—Mi mejor amigo murió delante de mí en un servicio —agregó, casi con molestia—; me traicionó un compañero de patrulla, mi esposa me rechazó, asesinaron a mi hija, agredían a mi hijo. He sobrevivido a una puñalada y a dos accidentes de tráfico. Mírame a los ojos y di que no entiendo cómo duele.

Dave no movió la vista de las losas del suelo.

Él no era tan fuerte, él estaba hecho ruinas por dentro. Y sin previo aviso su padre lo agarró por los hombros.

—Sé que te han pasado cosas que no has asimilado, pero estoy aquí para escucharte y superarlas contigo.

Dave pestañeó varias veces para disolver el agua. No sabía que existía otro tipo de amor al que había conocido, pero su propio padre se lo estaba enseñando. Entonces su padre lo soltó y tomó el cúter del lavabo. Se lo confiscaría, igual que la cuchilla.

—Te llevaré a un programa de terapia —dijo, y el chico bufó—. Tienes dos opciones, Dave: o aceptas la ayuda o te meto en un internado, porque con insultos, golpes y cortadas no vas a arreglar nada. Decide.

Si lo metía a un internado, lo que él creía un centro para menores que en realidad era un colegio católico, no saldría vivo. Dave no soportaría vivir en un lugar así. Así que negó con la cabeza y logró romper el nudo en su garganta:

—Quiero arreglarlo.

La voz salió débil, entrecortada por la tensión; supuso que aquella sería la respuesta correcta para que no lo sacara de la casa.

Su padre se cruzó de brazos y Dave, que temblaba asustado, volvió a sentirse como un delincuente ante la autoridad.

—Una universidad de la ciudad ha puesto en marcha un programa para ayudar a víctimas de violencia —lo informó su padre—. Es una hora, los sábados por la mañana. Conocerás gente, aprenderás cómo lidiar...

—Vendrás conmigo, ¿verdad?

Su padre, que lo observaba resoplar de angustia como un toro embravecido, sintió mil puñales incrustársele en el alma.

—Voy contigo adonde quieras, nene.

Dave tragó saliva, aliviado. Y cuando su padre lo vio así, tan delgado, con la dolorosa muñequera todavía puesta, los nudillos despellejados, los moretones del pómulo y la herida en el labio, regresó a los tristes ojos de Dave y suavizó su expresión.

—No vuelvas a hacer esto, campeón.

Se refería a las cortadas. Y aunque hubiera podido irse, Dave le preguntó si estaba enojado con él.

—Soy un puto desastre, papá. Lo hago todo mal, solo causo proble...

—Eh.

Su padre lo interrumpió tan bruscamente que Dave alzó la vista.

Y se le volcó el estómago.

Donde había esperado encontrar decepción halló misericordia, intensa, palpable, como nadie lo había mirado en mucho tiempo. Como si le importase, como si lo quisiera.

—No eres ningún desastre —contrarió su padre, firme—. Eres un guerrero. Eres mi hijo, ¿no te lo he dicho? Con todo lo que te han obligado a soportar, te has levantado de la cama todos los días, sin ganas de vivir, para ir al instituto. Eso, para mí, es más difícil que detener a una banda armada de terroristas.

No había rencor, ni odio, ni resentimiento. Su padre había sonado más estricto que nunca y Dave, por primera vez, sintió que valía.

—¿De verdad lo crees?

Aquella mirada de nuevo. Su padre asintió.

—Lo sé, Dave.

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