𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)

By _arazely_

136K 12.1K 11.5K

DISPONIBLE EN FÍSICO Y KINDLE «Dave creció creyendo que el amor era dolor. Nunca imaginó que la persona que m... More

¡YA EN FÍSICO!
· a d v e r t e n c i a ·
· antes de leer ·
· p e r s o n a j e s ·
Booktrailer
· d e d i c a t o r i a ·
1. Dave
2. Por su culpa
3. Casualidad
4. Un problema personal
5. Otro corazón roto
6. Egea
7. Un mal sueño
8. En los huesos
9. Mientras ella no estaba
10. Enfrentar los recuerdos
11. Ángel guardián
12. Pasado, presente, futuro
13. En el mismo infierno
14. Escala de grises
15. El vacío del dolor
16. Venganza
17. Habitación 216
18. Y si fuera ella
19. Volver a casa
20. Entonces lo entendió
Extra 1
21. El fin de la guerra
22. Miedo
23. De cero
24. Escapar
25. Condenado
26. En las buenas y en las malas
28. Cuando la esperanza muere
29. Perdóname
30. Pausar la vida
Extra 2
31. Correr el riesgo
Extra 3
32. Hasta cuándo
33. Por siempre. FINAL
AGRADECIMIENTOS
IMPORTANTE
Especial 50K

27. En el ojo de la tormenta

2.1K 262 203
By _arazely_

Nunca supo cuánto tiempo transcurrió. Había golpeado furioso los costados de su padre, tratando de liberarse de su agarre en un súbito ataque de pánico y su padre lo sujetó más fuerte. El muchacho gritó que lo soltara, forcejeó y lo insultó, pero Ángel continuó hablándole en voz baja, asiéndolo firme por los codos.

Y cuando se dio cuenta de que la ansiedad estaba consumiendo en llamas a su hijo, lo sentó de golpe y se agachó frente a él.

—En vez de llorar, dime qué ha pasado para arreglarlo.

Los dientes de Dave castañearon. Poco a poco, el muchacho recuperó el control de su respiración, pese al gimoteo. El agua le había emborronado la visión; traía las mejillas ásperas del agua seca.

—Jill...

Su padre le enjugó las lágrimas de los ojos con un pulgar y Dave, al sentir su mano, se sorbió la nariz.

—¿Quién es Jill? ¿Una amiga?

Dave asintió repetidas veces y otra lágrima ardiente rodó por su mejilla, quemándosela. Casi clavaba los dedos en los brazos de su padre.

—La han violado, papá. Los tres. Y en una iglesia.

Dave apretó los ojos cerrados hasta que le dolieron. Le ardían los pulmones de contener el oxígeno para llorar.

—Jill no, papá. Ella no...

Se inclinó hacia delante, hecho jirones por dentro, y a su padre se le trenzó un nudo en la garganta. Era su carne, su sangre, un pedazo de sí mismo. La única razón por la que no rompía a llorar con él era por sus compañeros de trabajo, parados a cierta distancia de seguridad.

—¡Todo lo hago mal! —exclamó Dave de repente, entre gimoteos e hipo húmedo, y le rasgó el alma—. ¡Todo esto es por mi culpa, por imbécil, por inútil!

Ángel apretó los antebrazos del chico.

—Estás muy cansado, Dave —dijo en voz baja—. Aquí no hay inútiles.

—¡No he sido capaz de cuidar de ninguna de las mujeres que me dejaste! ¡Ni de Cris, ni mamá, ni...!

—Nunca te pedí que las cuidaras, no era tu trabajo —lo interrumpió su padre, acercándose más a su rostro—. Tienes dieciséis años, por Dios, jamás te encargaría una responsabilidad tan grande.

—Mátame —soltó Dave, desesperado—. Quiero que alguien me mate, por favor, que...

—Dave, mírame.

Lo había tomado de la cara para forzarlo a mirarlo, casi rozando su frente con la de su hijo, y, a pesar del remolino de voces que le estaba descuartizando la consciencia y la vergüenza que le daba llorar ante él, Dave obedeció.

—Estoy aquí, yo me encargo. Tranquílizate, yo estoy contigo.

Acariciaba sus mejillas con los pulgares.

Pero Dave sentía tanto que no sentía nada. Había dejado de llorar, aunque seguía jadeando como si se asfixiase, por lo que su padre lo tomó por la nuca y lo estampó contra su hombro.

Toda la tensión en el cuerpo de Dave se descargó y él respiró, mentalmente agotado. Había calidez en el pecho de su padre, en su voz, en sus manos.

Cerró los ojos y la ansiedad escapó.

Debió de quedarse dormido sobre la clavícula de su padre, porque no se dio cuenta de cuándo se subió al auto. Tan solo se percató de que la noche estaba negra, que las luces de la calle refulgían naranjas en la acera y teñían el interior del auto, y de que su padre le acarició varias veces la cabeza de regreso a casa.

Medio dormido, se deslizó fuera del coche, una vez en los aparcamientos; arrastró los pies hasta el portal y subieron en ascensor. Sentía el brazo de su padre sobre los hombros, sosteniéndolo, pues el agotamiento le había debilitado las rodillas, y sin saber cómo, despertó a la mañana siguiente en su cama, cubierto con la manta.

Bajó la escalera hacia la cocina, despeinado y bostezando, y vio a su padre ya en pie y uniformado.

—Papá.

Aun con la voz seca y ronca, su padre se volteó y le señaló su taza de café; luego se secó las manos antes de prepararle dos tostadas.

De pie, Dave probó despacio su café: el dulce se deshizo, dando paso a lo amargo. Recordaba la noche anterior como un sueño lejano. Consciente de que se había quedado dormido en comisaría y en el coche, se preguntó cómo había alcanzado la casa.

Su padre le avisó que pondrían una denuncia en comisaría y luego irían a casa de Jill.

—Un compañero me averiguó dónde vive tu amiga.

Dave lo miró, somnoliento, y bostezó.

—¿Y el instituto?

—Hoy no vas —respondió su padre, parado a su lado, contra el mostrador—. Hasta que no detengamos a esos monstruos, no volverás al instituto.

Dave lo observaba, cansado.

—Tengo miedo.

Su padre lo analizó de arriba abajo. Vio las marcas rojizas de dedos en los antebrazos de Dave, el rasguño en su cuello, la herida oscura en el labio y el hematoma amarillento alrededor del ojo. Parecía recién rescatado de un campo de concentración.

—No tienes de qué —respondió—. Haremos lo que haga falta hacer, Dave. Y te prometo que no descansaré hasta que todo esto se haya resuelto.

Y Dave le creyó.

Porque su padre estuvo junto a él mientras ponía la denuncia, aunque Jill Ros ya había puesto la suya. Como aquella mañana patrullaba, Ángel lo llevó en el coche policial hasta el Juzgado, donde el médico forense revisó al muchacho y rellenó un parte médico para la próxima citación.

Luego dejó al muchacho en el barrio donde vivía Jill.

Le dijo que lo llamara cuando quisiera ser recogido y Dave, que se había mantenido callado todo el viaje, separó los labios entonces.

—¿Qué le digo?

—Que lo sientes —respondió su padre.

—No sé hablar con la gente —admitió Dave con torpeza; le costaba expresarse porque nunca había habido comunicación en su familia—. No sé... tratar a los demás.

—Aprenderás, yo te ayudaré con eso. Pero por ahora no quieras arreglarla; intenta entenderla.

Dave no respondió. Mantuvo la mirada clavada en sus propias manos, aparcados en el barrio de apartamentos de ladrillo pegados unos a otros, en una calle larguísima por la que apenas transitaba nadie.

—Por si no lo sabes, estoy orgulloso de ti.

Despacio, Dave alzó la cabeza hacia su padre. Se le había acelerado el corazón al oírlo, principalmente porque su padre nunca estaba orgulloso de nadie.

—El orgullo es pecado —dijo él sin pensar, y su padre suspiró.

—¿Siempre eres así de amargado?

Y Dave, por primera vez en cuarenta y ocho horas, se rio. Lo hacía a propósito, pero para su sorpresa, su padre nunca se lo tomaba a mal. De hecho, aquella vez también lo vio sonreír.

—Estoy orgulloso de cómo reaccionaste anoche —insistió su padre—, porque sé lo difícil que es pensar bajo tanto estrés. Y para tener dieciséis años, hiciste lo correcto.

Silencio.

Dave mantuvo los labios sellados y, tras dudar, asintió varias veces. Abrió la puerta del coche y se acercó al apartamento de ladrillo. Presionó el timbre y esperó.

Por primera vez pisaría el portal de mármol donde vivía Jill. Cuando subió la escalera, se encontró con que la madre de la muchacha lo estaba esperando.

No se parecía en nada a Jill.

Era más joven de lo que se había imaginado, tenía el cabello tan oscuro como los ojos, corto, y poseía unas caderas anchas que Jill no había heredado.

Lo hizo pasar sin necesidad de presentarse.

La mujer se limpió la nariz y avisó que la llamaría; temblaba tanto que sus pendientes de aro sonaban sin cesar.

Dave, hundidas las manos hasta el fondo de los bolsillos, entró en la pequeña sala de estar. Las cortinas blancas, traslúcidas, cubrían la vista a la calle; los sofás de estampado floreado estaban contra las ventanas. Era un lugar acogedor, cómodo, de colores cálidos y tenues.

Nadie había dormido esa noche: después de ser trasladada al hospital para que la evidencia fuera recogida, Jill volvió a casa a las cinco de la mañana. Se duchó dos veces y se acostó con el cabello húmedo; no apagó las luces del dormitorio.

Tampoco dejó de llorar. Le suplicó a su madre que no la dejara sola y no cayó rendida de cansancio hasta las seis.

Por suerte, el padre de Jill trabajaba por la mañana. Dave no hubiera soportado la presión de enfrentarse a otro hombre más. Y mientras suspiraba para relajar el pulso, la madre de Jill regresó.

—Ya viene —informó, y el muchacho se volvió.

—¿Qué pasó anoche? —preguntó, preocupado—. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué...?

La señora, apoyándose en la puerta de la salita, guardó silencio unos segundos. Luego tomó aire y procedió a explicarle que había quedado en la puerta del instituto para darle sus apuntes a una amiga que resultó ser uno de los muchachos, no sabía cuál.

—No era la primera vez —continuó—. Muchas veces ha ido a casa de sus amigas a esa hora. ¿Cómo pensaría que se habían hecho pasar por otra persona, que le harían esto?

Dave había clavado la mirada en sus deportivas blancas.

Estaba seguro que había sido Álvaro, porque en varias ocasiones le había pedido prestados sus apuntes a Jill. Sin embargo, lo que más le dolía era que se habían atrevido a tocarla, a perforarle el alma, a hacerle el interior cristales. Los tres.

—Gracias por ayudarla anoche.

Dave la miró. En el fondo, se martirizaba por no haber hecho más, por no haber llegado antes, por no haberla cuidado mejor.

A través del corredor resonaron los pies arrastrándose de Jill. La señora se giró y los dos vieron surgir a la muchacha, abrazada a sí misma, en un gran suéter gris y viejos pantalones de pijama rojos que no se habría puesto de saber que él vendría.

Él contuvo el aliento. Ella entreabrió sus delicados labios.

Su madre no le había dicho que Dave, tan delgado, con sus ojos castaños y cejas finas, era quien la esperaba. Si la señora no hubiese estado delante, el muchacho se habría lanzado a hacerla olvidar la boca de otro.

—Dave...

Jill dio un paso al frente y él la abrazó. La estrechó en sus brazos, hundiendo los dedos en su cabello recogido para apretarla contra su pecho. Sintió su delgado cuerpo temblar contra el suyo y supo que estaba llorando.

Se le partió el corazón.

Sin que se hubiesen dado cuenta, la madre de Jill se había esfumado antes de echarse a llorar también. Dave, en cambio, estuvo allí de pie los minutos que hicieron falta, sin despegar los labios, hasta que ella se apartó.

Él la ayudó a alcanzar el sofá, ya que Jill se movía como si fuese un muñeco de madera, y se sentó junto a ella. La muchacha, plegando las rodillas, permaneció recostada sobre el hombro de Dave.

Cada sollozo de ella era una puñalada en el abdomen de él.

Jill había perdido la dulzura con que antes lo habría recibido y ahora se leía dolor por toda su cara; le ardía cada músculo del cuerpo como si estuvieran en llamas, se le habían enrojecido los labios de tanto llorar.

Y él hubiera dado cualquier cosa por hacerla sentir mejor, pero nada la consolaría.

Jill parpadeó para limpiarse las pestañas de agua.

—Creía que no ibas a venir —susurró, y Dave frunció el ceño.

—¿Por qué no lo haría?

Jill se lamió los labios y suspiró tan profundamente que él supo a qué sonaba el dolor.

—Por todo lo que te ha pasado —murmuró—. No me imagino todos los papeles que tienes que rellenar, las citaciones en el Juzgado... Debes estar muy ocupado.

Dave volteó la cara hacia ella para responderle y se le secó la boca. Notó su mejilla sonrojada y la comisura rosada, porque sería un mordisco, pero fueron los chupetones en el cuello de la muchacha los que le aceleraron el corazón.

No entendía cómo Jill, con el alma hecha trizas, era capaz de ponerse en su lugar.

Deseó que le hubieran pegado a él.

Y cuando sus miradas se encontraron, Dave vio en sus ojos grises una tormenta oscura, cargada de lágrimas, tan bella que hipnotizaba, y, conmovido hasta las entrañas, le plantó un beso a un lado de la frente.

—Me gustaría ser hombre.

La voz de Jill salió en un finísimo hilo que Dave escuchó de milagro. Parpadeó desubicado, porque el corazón se le había desatado en el pecho.

—Así esto no volvería a pasarme —susurró, y él pegó los labios para no contestar.

Quizá no era del todo cierto, pero tenía razón. A él lo habrían apuñalado.

Jill había vomitado aquella mañana y, aunque se había duchado y olía a champú de naranja, no conseguía quitarse la sensación de dedos fríos sobre la piel. Tampoco había comido.

—Me duele todo —la oyó murmurar—, hasta respirar. No siento el corazón.

Dave le frotó el brazo sobre la tela del suéter gris. Era la chica más hermosa que había visto en su vida y no sabía decírselo.

—Lo siento —musitó al fin—. A mí me duele el mío por ti.

Daba igual cuánto lo intentase: no lograba ponerse en su lugar.

Se revisó las heridas rojas que no cicatrizaban en sus nudillos, y bufó para soltar el estrés.

—Por esto te pedí que no te enamoraras de mí —confesó bruscamente.

—Y por esto yo te dije que no creía en las casualidades.

Dave elevó el rostro y sus ojos castaños chocaron con los grises de Jill. No recordaba que le hubiese dicho nada; ella se limpió la barbilla húmeda.

—Desde el primer momento me lo propuse —murmuró.

—¿El qué?

—Que te enamoraras de mí.

Dave se echó contra el respaldo del sofá. Había subido las cejas a causa de la sorpresa.

—Estoy seguro que no eres la primera en proponértelo —rebatió.

—Pero sí soy la única que rezó todos los días por ti.

Dave arrugó la cara.

—Pensaba que no creías en Dios.

—Si Dios no existiera, tú no estarías vivo.

Continue Reading

You'll Also Like

9.7K 669 10
"Me gustas, y sé que yo no te gusto y estoy perfectamente bien viviendo con ese dolor." 🎋Idea original 🎋Prohibida su copia y/o adaptaciones 🎋Títu...
36.4K 5.3K 31
Durante 30 noches John tendrá que subir por la ventana de la casa de su amigo Paul para poder verlo. -Fecha de inicio: 08-11-2019 -Fecha de conclus...
6.5K 1.1K 57
Dohyun y Minho son dos estudiantes con vidas completamente opuestas que se ven obligados a trabajar juntos en un proyecto de Química. A medida que se...
261K 20.7K 23
La familia Miller, nueva en la ciudad de Wellsbury. Se mudó tras el fallecimiento de Kenny, esposo de Georgia Miller. Una nueva ciudad para empezar...