Para mi alumna, la más guapa

By Sofiaamarillito

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Ya te lo dice hasta el vecino del quinto cuando te acercas a los cuarenta: «no te acuestes con niños que vas... More

Sinopsis
Como Cenicienta, pero más puta
Disculpa, es que soy de izquierdas
Viejos amigos, nuevos problemas
Fracasos del Tinder

Treinta y ocho años de malas decisiones

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By Sofiaamarillito

          

Hay dos cosas que son imprescindibles para mí a la hora de corregir exámenes: un vaso de bourbon y varios bolígrafos rojos de repuesto para que los "cero-uno" se vean más bonitos en el papel blanco con letras negras impresas. No es que yo sea una zorra descorazonada, pero si de verdad vas a mover tu culo hasta mis exámenes, al menos ten la decencia de intentar que no sea una completa pérdida de tiempo para ti ni para mí. Si sabes que no te vas a comer una mierda, no te presentes; y si te presentas, joder, no llenes quince hojas a letra pequeña hablando de la influencia de Napoleón en el concepto de líder posmoderno y cómo eso influyó en tus traumas del preescolar.

«Yo soy tu profesora, no tu puta psicóloga». Me dan ganas de estamparme una camiseta con esa frase y llevármela todos los días que me toque hacer parciales a ver si hay algo de suerte.  

«Los actores políticos en el Medioevo... blablablá... La iglesia como grupo que detenta el poder...  blablablá... Predecesores a los Estados Confesionales...»

Chasqueo la lengua y niego con la cabeza. Cojo el bolígrafo rojo y le marco una equis que va desde el inicio hasta el fin de su escrito. En estos momentos en los que llevo más de tres horas leyendo a un montón de niñatos desesperados por salvar su culo de una mala calificación a costa de palabrería barata soy menos cínica y más católica. «Dios mío, dame paciencia que me falta solo uno», me repito mientras la siguiente víctima se abre paso en mi campo de visión.

Bueno, en realidad no está mal para ser el último examen. Es un escrito redactado con decencia y muy asertivo. Casi todo bien dicho, le hace falta algo de trabajo al discurso (tampoco puedo pedir que me escriban el próximo Pulitzer en solo una hora académica), pero tiene potencial y, por lo que veo, va a resultar la prueba con mayor puntaje de todo el salón. ¿De quién será? Ninguno se ve muy inteligente.

De todas formas, misterio no tarda en desvelarse.

Tengo la costumbre de pasar las notas a la nómina al terminar de corregir, siento que el riesgo de error disminuye así, manías mías. Leo el nombre en la primera página y no puedo evitar alzar las cejas. «Ah, Riley, la que se emborracha con dos cervezas». La verdad, me pincha un poco el orgullo. Vale, la nena es una lista, bien por ella, pero la pobre no sabe tomar y casi tiene la internacional socialista tatuada en la frente. Esos son los que más disfruto reprobar; qué lástima.

Por lo menos estoy libre de trabajo antes se que anochezca. Apenas son las ocho, tengo una hora de ventaja antes de que Diego llegue, así que me voy a poner guapa. No tanto para él sino para mí. Si le gusté el día que nos conocimos, cuando terminó sosteniéndome el cabello mientras vomitaba hasta el alma en el baño de atrás de la casa de mi padre, le voy a gustar de cualquier forma.

En especial ahora que estoy en mi mejor momento. Me veo al espejo y me encanto. Dicen que el blanco no te queda bien cuando pasas de los treinta, pero lo cierto es que a mí me sienta fabuloso. Qué buenas tetas tengo, modestia aparte. Además, también cocino y compro buen vino. No se me puede pedir más nada.  

Diego al fin toca la puerta a las nueve y media, tarde como siempre. Lo hago pasar y lo invito a que se siente. Está sorprendido y no es para menos, hasta encendí unas velas de olor en el centro de la mesa y puse algunas flores artificiales alrededor de los platos de comida.

―Vaya, ¿y toda esta demostración de feminidad opresiva a qué se debe?

Ruedo los ojos y me dejo caer en la silla que está frente a él. Capaz tiene razón y mi subconsciente se ha esforzado en hacer este momento lo más trillado posible.

―Quiero que hablemos ―le digo.

―Eso estamos haciendo.

Lo malo de Diego es que nunca se toma las cosas en serio. Lo bueno es que yo tampoco lo hago. Excepto hoy. Esto me ha sentado de culo y, para ser sincera, espero que a él le pase lo mismo, así que decido soltarlo sin más. 

―Estoy embarazada. ―Le doy un trago a mi copa de vino y dejo que el gusto amargo se asiente en mi boca de la misma manera en que las palabras lo hacen en la cabeza de Diego: de mala gana, con reticencia―. Espero que no tengas la desfachatez de preguntarme si es tuyo.

―¿Cómo? ―me dice y deja caer los cubiertos sobre su plato.

Sonrío y me paso una mano por el pelo. Llevo planeando hacer esto desde hace varios días. No sé ni siquiera cómo he podido mantener la mente fría para esperar tanto tiempo; con lo impulsiva que soy me costó la vida no mandarle un mensaje de texto tirándole la bomba. Supongo que esta vez sí me he cagado del miedo y ver su expresión de desconcierto no hace más que aumentar mi intranquilidad.

―Me habías dicho que no me preocupara, que estabas con la píldora desde hacía más de dos años. Miranda...

―Ya sé, carajo, pero es que tomé antibióticos a principios de mes y lo había olvidado. Tampoco era probable que fallara porque los anticonceptivos hormonales tienen un periodo refractario de varios meses. ―Chasqueo la lengua―. ¿Qué quieres que responda? Apenas me acuerdo de lo que desayuné, no soy buena con estas mierdas.

Diego suspira y se lleva una mano al rostro. Se queda en silencio. Mientras tanto, la comida se está enfriando. Tengo muchas ganas de golpearle la puta cara de consternación que trae, pero me contengo porque sé que no es una información fácil de digerir.

Creo que hemos cruzado la línea. 

Además, volvimos con el asunto de los roles. Fue mi idea, sí, pero eso no significa que haya sido una buena idea. La verdad él es la única persona a la que le he tenido suficiente confianza para que me haga daño. El problema es que, mientras pasan los días, cada vez me hago más exigente: golpéame con más fuerza, asfíxiame hasta perder el conocimiento; jódeme, pero jódeme de verdad. Y a Diego no le va gustando nada. Fue por eso que lo dejamos la primera vez, parece que me negara a aprender de mis errores pasados.

―¿Y qué quieres hacer? ―pregunta con un deje de resignación marcándole la voz.

―No lo sé. ¿Qué quieres hacer tú?

Diego se queda en silencio y me dedica una media sonrisa. Sabe que le pregunto eso por mera cortesía, que me importa una mierda lo que él quiera hacer porque al final voy a tomar la decisión que me salga del culo. Ha sido así incluso cuando yo era una cría que estaba apenas terminando la universidad y él un señor con mucho dinero e influencias.

No hubo nada qué objetar cuando le dije que me iba a recorrer el mundo y no podía guardarle fidelidad; tampoco cuando, cinco años más tarde, lo volvimos a intentar y yo conseguí una buena oportunidad de trabajo al otro lado del país; y mucho menos en el momento en el que rechacé la propuesta de llevar la compañía a su lado. Jamás he cambiado por él y mucho menos lo haré ahora, a mis casi cuarenta y a sus casi cincuenta. Sin embargo, y por más que nos conozcamos de memoria, siempre tenemos esperanzas de que alguna vez las cosas funcionen.

En el fondo, somos todavía unos niñatos que se niegan a perder la ilusión de que el amor verdadero existe, si es que a lo que nosotros tenemos se le puede llamar amor.

―Te quiero, Miranda. ―Se me revuelve el estómago solo de escucharlo. Casi nunca me dice eso―. Te quiero muchísimo y te quiero como siempre has sido: libre. Sabes que los niños nunca han estado en mis planes, pero contigo... contigo es diferente. Eres la única persona a la que he amado de verdad.

―Espera. ―Frunzo el ceño e inclino ligeramente la cabeza―. Tú... ¿tú hablabas en serio la otra noche? Me refiero a lo de establecerte en la ciudad, pensé que estabas de broma.

―No, qué va, llevo meses con esa idea. ―Se encoje de hombros―. La sede de la compañía está aquí y podríamos... Bueno, me refiero a que yo podría; sé que tú no quieres tener nada que ver con eso, que por tu cuenta trabajas bien...   

            ―Ya, ya ―lo corto―. ¿Pero tú quieres hacerlo? Digo, ¿estarías feliz de vivir así?

            ―Estaría feliz viviendo contigo, guapa. Para qué te miento: me encanta viajar, pero me ilusiona que por fin podamos establecernos. Ya tenemos cierta edad, igual y esto es una señal del destino.

            No puedo evitar echarme a reír. Echarle la culpa al destino de tus cagadas siempre es la salida fácil y él lo sabe. De todas formas, me sabe bien en este momento imaginarme que todo lo que nos está ocurriendo está rodeado de un aire místico. Relegar mis decisiones, pensar que no soy yo la responsable de mi propia vida me gusta de vez en cuando.

En la cama, por ejemplo, me encanta. Y a Diego, aunque intente convencerse de lo contrario, también le encanta.  

            ―Qué cosas se te ocurren. ―Niego con la cabeza y me levanto de la mesa―. Anda, ven. Al menos puedes seguir follándome sin condón y viniéndote adentro, ¿te parece un buen plan?

            Él también se pone de pie, dejando la escena de la cena romántica con un montón de comida que luego habrá que echar a la basura y dos copas de vino medio vacías.

―Me parece algo por dónde comenzar.

            Luego de eso pasa lo típico: me besa, me desviste y me hace venir.

Siete veces.

            Tal vez ocho.
Diego es el hombre perfecto.

.

Ok, es uno de los capítulos más importantes de la historia, así que agradecería que me dijeran qué les parece. O sea, no es obligado, pero sería lindo

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