No me conoces, pero soy tu me...

By CataKaoe

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Sinopsis
. . .
1. Día Cero
2. ¿Qué está pasando?
3. Ley del hielo
4. Disculpas
5. Investigación
6. Evidencia
7. Trampa
8. Búsqueda
9. Entrando en calor
10. A prueba
11. La excusa perfecta
13. Retirada
14. ¿Más que amigos?
15. Apariencias
16. Tomando la iniciativa (primera parte)
16. Tomando la iniciativa (segunda parte)
17. Persona non grata
18. Leña al fuego
19. Efectos secundarios
20. Desolación
21. Elefante en la habitación
22. Reacción Química
23. Trinidad (primera parte)
23. Trinidad (segunda parte)
24. Reacción Física
25. Día Cero
26. Levántate (y anda)
27. Punto ciego (primera parte)
27. Punto ciego (segunda parte)
28. Verdad o consecuencias
29. Número desconocido (primera parte)
29. Número desconocido (segunda parte)
30. Café con leche
31. Beneficio de la duda
32. A escondidas (primera parte)
32. A escondidas (segunda parte)
33. Deseos ocultos
34. Despertando sospechas
35. Miradas indiscretas (primera parte)
35. Miradas indiscretas (segunda parte)
36. Pensamiento recurrente (primera parte)
36. Pensamiento recurrente (segunda parte)
37. Opuestos equivalentes
38. Gran hermano
39. Fashion Emergency
40. El Tri
41. Ruleta rusa
42. Déjate llevar
43. Lo que me hiciste hacer (primera parte)
43. Lo que me hiciste hacer (segunda parte)
44. Pieza oscura
45. Ahora o nunca
46. No te vayas
47. ¿Dónde estás? (primera parte)
47. ¿Dónde estás? (segunda parte)
48. Revelaciones
49. Lo que nunca te dije
50. Todo lo que siempre quise oír
51. Cuenta regresiva
. . .
52. Reset (primera parte)
52. Reset (segunda parte)
Epílogo
Fanarts I
Fanarts II
Fanarts III
Fanarts IV
Fanarts V
* ¡NMC SE PUBLICARÁ EN FÍSICO! *
Fanarts VI y Recomendaciones
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12. Encuentros cercanos

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By CataKaoe

Historia publicada en papel por Penguin Random House. Puedes comprarla en las mejores librerías de Chile


Pagué las papas fritas (no sin sufrimiento), junto con mi parte de los demás comestibles que compramos y retomamos el camino a la casa de Solae, que era donde veríamos la serie. Mientras caminábamos le mandé un mensaje a Paula, avisándole a donde iría y que llegaría tarde a casa. En general, era a ella a quien le informaba sobre este tipo de cosas, ya que mi madre rara vez estaba en casa y probablemente ni notaría mi ausencia.

—"¿¡En serio vas a salir con la chica del otro día!?" —me escribió, acompañando su mensaje de una cara exageradamente sorprendida y un par de caras pervertidas. Había olvidado que mi hermana ya no recordaba mi amistad con Solae, ni lo normal que había sido siempre que me juntara con ella.

Para callarla, tuve que aclararle que también estaba Anton con nosotros, pero eso no impidió que siguiera burlándose de mí, ahora mencionando ideas sobre los tres, que prefería ni imaginar.

Cuando llegamos a casa de Solae, esperaba ver a su hermana Tamara para saludarla. Estuve a punto de preguntar por ella, cuando me acordé que no me reconocería y, dadas las nuevas circunstancias, yo debería estar fingiendo no conocerla, ni a ella ni a su hogar.

—Qué linda casa. —comenté, simulando estar asombrado lo mejor que pude. Tampoco era mentira. Solae vivía en una casa muy acogedora y grande.

—¡Gracias, Alex! Me gusta que te guste. —respondió. Todos reparamos en que sobre el comedor estaba la mochila de su hermana y había una taza servida con chocolate caliente a medio tomar.

—¡¡Taaam, llegamos!! —gritó Solae a viva voz, llamando a su hermana. Esta tardó un momento en responder.

—Yaaa. ¡Que bueeeno! —se escuchó su grito de vuelta desde el segundo piso, cargado de un tono irónico, sin aparecerse a saludar.

—Alex, tendrás que perdonar a mi hermanita. Quizás más tarde se digne a saludarnos y te la presento. —dijo guiándonos hacia la cocina.

Luego de organizar los snacks y juntar vasos para tomar las bebidas, subimos a la habitación de Solae que estaba ubicada en el segundo piso. La pieza de Tam, que estaba inmediatamente al lado, estaba cerrada, pero se escuchaba la televisión desde adentro. ¿Acaso estaba enojada? Cuando con Solae éramos mejores amigos, siempre se daba el tiempo de venir a saludar.

Al entrar a la pieza de Solae, se apoderó de mí un sentimiento de nostalgia. Aunque a lo sumo había pasado un poco más de una semana desde la última vez que había estado ahí, ahora me parecían años. Todo se veía igual, pero tan distinto a la vez.

—Es cierto, es primera vez que vienes acá. –dijo Anton al verme observar el cuarto tan atentamente. Su comentario no me causó ninguna gracia.

Sobre el respaldo de su cama seguía colgado el collage de fotos que había ido armando con los años, amarrado de hilos y decorado con autoadhesivos, pulpos, unicornios, pulpicornios, por supuesto, y otras chucherías, pero ahora, entre las múltiples fotos de amigos y amigas, donde antes prevalecían selfies de nosotros dos (la mayoría tomadas sin mi consentimiento), ahora aparecían otras, incluso mejor tomadas, con Anton en mi reemplazo. Nuestras fotos juntos se habían esfumado al igual que las fotos del anuario. Desvanecidas al igual que sus recuerdos.

—Mira, hoy nos tomé una foto juntos. ¿Quieres que la ponga en mi mural? —me preguntó, al ver mi interés en su collage, mostrándomela desde su celular. Volví a ver la imagen, en la que apenas se apreciaba que era yo quien estaba junto a ellos. Si se observaba el mural desde lejos, prevalecía un patrón con la cabeza rubia de Anton. Así que no veía cómo mi foto fuese a destacar en lo absoluto.

—Como quieras. —le respondí sin entusiasmo. Aún intentaba encontrar algún error, alguna falla entre las nuevas fotos, pero el trabajo de Anton en reemplazar cada recuerdo de la vida de Solae, había sido tenebrosamente impecable.

Anton, que había terminado de acomodar los cojines donde nos sentaríamos y las bolsas con picoteos sobre la mesita de Solae, se levantó a cerrar la puerta. Nunca, en todos los años que conocía a Solae, habíamos estado en su habitación con la puerta cerrada. Sus padres, que eran súper conservadores y estrictos, a pesar de saber que solo éramos amigos, nunca nos habrían permitido encerrarnos los dos solos. Incluso si estaban ausentes, Tam, o la misma Solae se encargaban de que aquello se cumpliera, pero esta vez que Anton la cerró, nadie dijo nada.

Nos acomodamos encima de su cama reclinados sobre los miles de cojines y peluches que tenía Solae. Siempre me había preguntado dónde encontraba espacio para dormir entre tanto almohadón y animal esponjoso, entre los que predominaban los pulpos y los unicornios (y su pulpicornio, que era la abominablemente tierna mezcla de ambos: un pulpo bebé con un cuernito coronándole la cabeza). Y es que Solae amaba todo lo relacionado con cosas tiernas, y qué mejor si estaban combinados.

Abrimos los snacks, optando (por comodidad, no porque fuésemos unos malditos flojos sin ganas de lavar platos) por mantenerlos dentro de sus bolsas originales, mientras que la bolsa de papas Premium que compré yo, la aparté para más tarde.

—¿Les parece si empezamos desde el capítulo diecinueve? —preguntó Solae, repasando la lista de capítulos con el control, mientras se sentaba entre nosotros sosteniendo un felpudo corazón con ojos en su regazo—. Yo creo que bien alcanzamos a ver cinco capítulos.

—Entre más capítulos mejor —aprobé con entusiasmo. Aún era relativamente temprano y quería quedarme la mayor cantidad de tiempo posible junto a ellos.

Empezamos la maratón relajados, comentando lo que íbamos recordando a medida que pasaban las escenas. Aunque al comienzo me costó concentrarme por estar aún pendiente de Solae, Anton y la situación en la que me encontraba, tardé poco en meterme en la trama. Desde ese instante, el tiempo empezó a volar.

Vimos varios capítulos de corrido, y ya anochecía cuando terminó el tercero. Sin encender la luz, Anton se disculpó para ir al baño, dejándonos a solas, en penumbras y con la puerta semicerrada.

—¡Me encanta la escena cuando escapan de EON, Pero mi escena favorita siempre será la del concierto cuando Mía detiene el tiempo y rescata a Sebastián.—comentaba entusiasmada Solae, que aún tenía su cabeza metida en la trama.

Asentí distraído, y es que para mí, encontrarnos de pronto a solas en su habitación (y además con la puerta cerrada) tomaba un significado totalmente distinto a las otras veces que había estado ahí con ella. En un intento por pensar en otra cosa, recordé que aún no abría las deseadas papas fritas que tenía a mi lado. Aunque iluminados tan solo por la pantalla pausada de la televisión, era luz suficiente para apreciar la cara de emoción de Solae, cuando se dio cuenta que estaba a punto de abrir aquel delicioso y esperado manjar.

—¡¡Mmmmm, Alex!! ¡Estas papas sí que son lo mejor que existe en el mundo mundial! —exclamó luego de darle un crujiente mordisco a la primera—. Ni que hubieses sabido que eran mis favoritas. —añadió, echándose un par más a la boca.

—Es que sí lo sabía. —le dije mirándola con seriedad, procurando hablarle de cerca y en voz baja para que Anton no pudiera oírme. La pantalla de la televisión se reflejaba en sus ojos, otorgándole un brillo especial a su mirada. En todos los años que fui amigo de Solae, siempre había sentido que era ella quien tomaba la iniciativa en todo y que era ella quién le ponía finalmente las reglas a nuestra amistad (y por mucho que yo me quejara, siempre terminaba haciendo lo que ella quería). Constantemente me sentía pasado a llevar y era una de las cosas que me provocaba rechazo cuando estábamos juntos. Pero ahora, aunque sabía que no me recordaba y que era Anton quien llevaba realmente el control de nuestra situación, me sentía por primera vez empoderado. Yo quería tomar la iniciativa. Yo quería decidir qué hacer y sorprenderla; y aquel repentino cambio de roles no me estaba molestando.

—¿Y cómo podrías saberlo? Eso no lo sabe nadie más que yo y... —Solae se quedó callada. No estoy seguro si no quería decírmelo o simplemente no lo recordaba con claridad.

—¿Tú y Anton? —pregunté con curiosidad al ver que las palabras no salían de su boca.

—No. Anton tampoco. —respondió algo contrariada, luego de meditarlo un momento—. Estoy segura que en algún momento las comí junto a alguien, pero ahora no logro recordar bien con quién.

Se rascaba detrás del cuello, como si romperse la piel le ayudara a recordar mejor.

—No, parece que nadie más lo sabía. —concluyó confundida.

¡Solae estaba dudando! ¡Quizás sus recuerdos junto a mí no estaban totalmente perdidos!

A pesar de no recordar que fue conmigo, me aliviaba saber que tampoco lo asociaba a Anton. Quizás aún no me recordaba, pero quería creer que si insistía un poco más, lograría encontrar la forma de desbloquear su memoria.

—Yo sabía que te gustaban porque fue conmigo que las probaste por primera vez. —me aventuré a confesarle—. Solae, antes éramos amigos. Es solo que ahora no lo recuerdas. —añadí.

«Pero te haré recordarlo» pensé mientras la contemplaba. No era normal verla tan callada y al quedarme mirándola con mayor detención, caí en cuenta que nunca antes había reparado en su pequeño lunar, justo bajo la comisura de sus labios.

Sus ojos me miraban atentos, intentando ver a través de mí a pesar de la oscuridad. Trataban de evocar algo, aunque esta vez más seguros que la vez anterior.

—Alex, ahora que lo dices... —alcanzó a musitar, justo en el momento que la luz del pasillo nos iluminó repentinamente, eclipsada por la sombra de Anton regresando a la habitación.

—¿Me perdí de algo? —preguntó desde el umbral de la puerta, en voz bien alta para asegurarse que lo escuchábamos. Maldije tanto su interrupción, que hubiese tirado todos los peluches y snacks al suelo. Al entrar, su vista se fijó en las papas y mi corazón se aceleró de solo pensar que nos hubiese escuchado. ¿Y si Anton modificaba aquel recuerdo? No podía permitir que se apoderara de otra de nuestras vivencias.

En un acto reflejo, y sin que él se diera cuenta, alcancé la mano de Solae y presioné ligeramente mi dedo pulgar sobre su palma como señal de que guardara silencio. Aquella señal, inventada por mí hacía unos años, la usábamos cada vez que alguno de los dos necesitaba indicarle al otro que por favor fuera discreto respecto a algún tema frente a un tercero, que le siguiera la corriente a alguna mentira, o que guardara un secreto.

Era un recurso bastante útil cuando nos encontrábamos entre más gente (sobre todo considerando su personalidad), aunque tenía serias dudas de que fuese a resultar en esta ocasión. Pero enorme fue mi emoción al sentir que Solae me respondía presionando su dedo contra mi mano, de la misma forma, confirmándome así que lo comprendía y que no diría nada. ¿Había sido solo un reflejo involuntario o...?

—Nada importante. Ya estábamos aburridos de esperarte —dijo ella, simulando voz de niña quejumbrosa, mientras se echaba otra de nuestras papas secretas a la boca.

Anton se hizo espacio para sentarse, esta vez interponiéndose entre nosotros. Sin darnos cuenta, con Solae seguíamos tomados de las mano y rompimos el enlace automáticamente para evitar que se sentara sobre nosotros. Rogaba que no se hubiese dado cuenta de nada. Estaba seguro que aquello sería provocarlo y eso arriesgaba demasiado.

—Parece que están buenas esas papas. —dijo Anton, notando el entusiasmo con que ella las consumía. Luego llevó su mano derecha hacia la cara de Solae y con el pulgar comenzó a acariciar suavemente su mejilla hacia sus labios. Aunque la luz era tenue, pude notar como ella se sonrojaba ante su repentina expresión de cariño. Los segundos en que se quedaron contemplando se me hicieron eternos y creo que, al igual que yo, Solae también imaginaba que lo siguiente que él haría sería besarla.

—Mira Sol, tenías esto pegado en tu boca. —le indicó, mostrándole adherido a su dedo pulgar el pequeño trocito oscuro que había removido de su cara. El mismo que yo estúpidamente había confundido con un lunar.

Solae lo miró y con su propio dedo índice lo tomó para poder verlo mejor, pero Anton no le dio tiempo. A continuación, agarró la mano de Solae e introdujo su dedo directamente en su boca. Lo degustó como si se tratara del manjar más delicioso, con una inequívoca expresión de placer en su rostro. Solae no se movía de la impresión y yo, aturdido, no sabía dónde esconderme. Sentí como me subía bruscamente la temperatura, en una mezcla de estupor e ira. A pesar de verlos siempre tan unidos, no me había imaginado que su relación fuera así de cercana.

Luego de aquel espectáculo y como si nada hubiese sucedido, Anton soltó la mano de Solae, sacó un par más de papas fritas, las untó en salsa y las comió tranquilamente.

—En verdad están deliciosas. Deberíamos comprarlas de nuevo, Sol. —dijo mientras se relamía los dedos. Luego, tomo el control de la televisión y reclinándose sobre su puesto y sin siquiera preguntarnos, reanudó la serie en donde la habíamos pausado, dejándonos a los dos en estado de shock.

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❤️
¡Gracias por seguir leyendo!
He amado sus reacciones y comentarios 
El jueves vuelvo a actualizar y trataré que sea más de un capítulo ;)

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