Una Pésima Broma

By Di-San

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En un mundo donde algunos hombres tienen la capacidad de engendrar y embarazarse y traer vida al mundo, los s... More

CAP. 1 AMOR DE DOS
CAP. 2 TE CONOCI
CAP. 3 AMARTE Y PERDERTE
CAP. 4 TE RE-CONOCI
CAP. 5 VOLVER A AMARTE
CAP. 6 EL DESPLAZADO
CAP. 7 MALA BROMA, BUENA MENTIRA
CAP. 8 ¿POR QUÉ TE PIERDO OTRA VEZ?
CAP. 9 DOLOR E HISTERIA
CAP. 10 PADRE Y MADRE
CAP- 11 YOGURT CON PICKLES
CAP. 12 FAMILIA
CAP. 13 PREOCUPACIONES MATERNALES
CAP. 14 AMARGA DULZURA
CAP. 15 TRISTE DESESPERACION
CAP. 16 HERMANO
CAP. 17 TODO IBA BIEN, HASTA...
CAP. 18 CRISIS
CAP. 19 DECISIONES
CAP. 20 KIOTO
CAP. 21 CONVERSACIONES AMARGAS
CAP. 22 LIBROS SHINODA
CAP. 23 ¿EN DONDE ESTAS?
CAP. 24 UN NUEVO NOMBRE
CAP. 25 UN AMOR HERMOSO
AVISO URGENTE
CAP. 26 LAS PEQUEÑAS COSAS
CAP. 27 ¿QUÉ HACER?
CAP.28 SOLO
CAP. 29 LA CULPA
CAP. 30 CUANTO TE AMO
CAP. 31 NO DIRÁS QUE NO
CAP. 33 BESOS Y RISAS (PARTE 1)
CAP. 33 BESOS Y RISAS (PARTE 2)
CAP. 34 A TU LADO
CAP. 35 TIENES UN E-MAIL
CAP. 36 TENEMOS QUE HABLAR
CAP. 37 UNA CARTA
CAP. 38 "GASTRITIS"
CAP. 39 UN ADMIRADOR INQUIETANTE
CAP. 40 REGRESA A MI
CAP. 41 EL SIGNIFICADO DE LA BELLEZA
CAP. 42 VIAJE DE NEGOCIOS
CAP. 43 ECO
CAP. 44 CAFÉ AMARGO
CAP. 45 5 AM.
CAP. 46 VISITAS Y SORPRESAS
CAP. 47 UN LUGAR
CAP. 48 LA CENA
CAP. 49 CONVERSACIONES DE UN HOMBRE Y UN GATO
CAP. 50 SOSPECHAS INFUNDADAS
CAP. 51 NIÑO CONSENTIDO
CAP. 52 SECRETOS
CAP. 53 CHOCOLATE
CAP. 54 LA ÚLTIMA COSECHA
CAP. 55 CRÓNICA DE UNA TRAICIÓN
CAP. 56 PLANES DESCUBIERTOS
CAP. 57 TENSA ESPERA
CAP. 58 AQUÍ ESTOY
CAP. 59 VIAJE
CAP. 60 ENCUENTRO
CAP. 61 ANGUSTIA
CAP. 62 TAN CERCA, TAN LEJOS
CAP.63 METAS
CAP. 64 VISITAS DESCONOCIDAS
CAP. 65 INESPERADA REDENCION
CAP. 66 SILENCIOSA ESPERA
CAP. FINAL FELICIDAD
EPÍLOGO
NOTAS AL CIERRE

CAP. 32 FLOTAR EN TU AMOR

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By Di-San


Seguimos acompañando a nuestra querida pareja Trifecta en su viaje de mini-vacaciones.

Espero que lo disfruten.

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Eran pocas las veces que recordaba haber soñado algo, y aún menos las veces en que se daba cuenta que estaba soñando; sin embargo, ese momento era una de esas ocasiones, sabía que estaba soñando. Había salido del pozo oscuro de un sueño profundo que le había hecho descansar como pocas veces antes, como si todo lo que había pasado la noche anterior hubiese sido sólo una ilusión; sin embargo, en medio de la oscuridad del sueño, sabía que ya era de mañana, sentía la tibieza del sol acariciar su piel y calentar el ambiente, hasta que de pronto sintió que algo más lo acariciaba, había otro calor cerca de su piel, y conocía esas sensaciones, amaba esas manos que rozaban suavemente su piel en ese sueño, amaba el calor que abrazaba su espalda.

Un beso. Otro beso. Otro más. Más besos suaves y gentiles recorrían sus hombros, sentía la tibieza de una mano apartando la tela del yukata, amaba esos besos en su espalda, en su cuello, amaba esa nariz que rozaba su piel, olfateando como un perrito buscando ese olor que más le gustaba. Un beso. Otro beso. Otro más. Esos dedos grandes de yemas calientes como lava que recorrían su piel por todas partes dejando rastros de electricidad conocían bien cada centímetro de su cuerpo, los amaba junto a las sensaciones que dejaban. Un beso. Otro beso. Otro más. Un brazo apretando su cuerpo a otro cuerpo, rodeando su cintura, y una mano desatando la cinta del yukata, removiendo suavemente la tela de la prenda, explorando por su pecho y su abdomen, creando caminos de calor por donde pasaban. Esa presencia pegada a su espalda, brindándole un calor lleno de afecto, y a la vez cargado de lujuria. Un beso. Otro beso. Otro más. Ese sueño era tan agradable, que no quería despertar. Quería vivir en ese sueño para siempre. Otro beso más.

Calor. Piel. Amaba esa piel que le brindaba ese calor a su espalda. Ese calor hacía que su corazón tomara un ritmo diferente, expectante, feliz. Aquella mano traviesa seguía explorando su propia piel, buscando rincones inexplorados, como si quedara alguno a esas alturas, electrizando cada milímetro, dibujando líneas imaginarias como si fuera un lienzo delicado. Calor. Sintió algo arder rozando su espalda baja, pero lejos de temer quemarse, lo ansió dentro suyo; no lo diría nunca en voz alta, pero amaba ese calor en especial, lo deseaba, soñaba con él cuando no lo tenía. Deseaba que ese calor quemara sus entrañas. Lejos de apartarse, trató de acomodar su cuerpo para ofrecerle una morada a esa llama ardiente.

Humedad. Un sueño húmedo. Casi nunca había tenido sueños húmedos antes, ni siquiera en la época de la vida de toda persona cuando las hormonas dirigen sus impulsos, en ese tiempo su mente había sido un pozo oscuro en el que alguna que otra vez soñaba con el trabajo o la escuela. Todos los sueños húmedos que había tenido hasta el presente habían iniciado cuando esa persona entró a su vida y se adueñó de sus sentimientos. Desde entonces, tenía sueños húmedos casi cada noche, incluso cuando compartía el lecho junto a esa persona. Y lejos de odiarlo, lejos de asquearlo, lejos de hartarse de tener a esa persona tan presente en su vida y en su mente hasta para soñar con ella incluso cuando le tenía aferrada a su cuerpo en la misma cama, lo amaba, amaba soñar con esa persona, amaba amarle hasta en sueños.

Humedad. Calor. Dolor. Tres sensaciones que por sí solas no dejarían a nadie tranquilo, harían huir hasta al más valiente; sentir húmedo en cualquier parte del cuerpo es incómodo, sentir algo caliente acercarse a la piel es inquietante, sentir dolor, aunque sea mínimo, nadie lo quiere. Él tampoco querría sentir esas sensaciones por separado. Pero combinadas, lo sabía muy bien, eran el anuncio de una sensación más poderosa, algo que no deja indiferente a nadie, algo que todos desean. Placer. Sabía que aquella humedad permitiría que esa llama ardiente que buscaba refugio lo encontrara más fácilmente. Sabía que el calor de esa llama no consumiría sus entrañas, no le dañaría, y que, aun así, haría arder todo su cuerpo. Sabía que ese dolor sería momentáneo, y rápidamente se transformaría en placer, un placer que lo consumiría todo, que lo haría sentir más vivo que nunca, que lo haría sentir amado, amado en cuerpo y alma cuando fuera esa persona quien le brindara esas sensaciones. Y las deseaba, las aceptaba, rogaba por ellas. Las disfrutaba.

Movimiento. Un movimiento se empezó a apoderar de su cuerpo, un movimiento suave y gentil, como el oleaje en el mar de su infancia, pero ese movimiento no era de agua sino de fuego, y, sin embargo, extremadamente placentero. Ese sueño húmedo se empezaba a volver quemante, como esa llama que empezaba a consumir y encender sus entrañas, presionando puntos en su interior que invocaban placeres que no se pueden describir de alguna forma. El calor estaba haciendo presa de su cuerpo, las caricias de esas manos seguían creando caminos de fuego en su piel, los besos en su espalda borraban su cordura. Y lo estaba disfrutando, lo disfrutaba mucho.

Zen. Su nombre se dibujó en la esquina de su mente, mientras su cuerpo se consumía en el placer de ese sueño. Sólo Zen podía generar esas sensaciones y llevarlas al extremo dentro suyo. Lo amaba, lo amaba mucho, más de lo que alguna vez imaginó que podía llegar a amar, mucho más. Amaba todo de él, todo.

Zen. Un jadeo en su cuello. Unos dedos enterrándose en su cadera. Un "te amo, Takafumi" en su oído. No era un sueño. Era Zen. Zen atacándolo mientras dormía. Era Zen tomando su cuerpo y usándolo, dándole placer. Era Zen haciéndole el amor mientras aún dormía. Ahora estaba despierto. Y sentía demasiado placer como para enojarse por estar siendo atacado antes de despertar, así que se olvidó de todo y sólo siguió su ritmo, sólo siguió recibiendo placer.

Aferró la mano que se enterraba en su cadera con su propia mano, recogió sus piernas y cruzó las rodillas mientras arqueaba su cuerpo para ofrecerle mejor acceso a esa vara de carne ardiente que los conectaba. Se dejó llevar, se dejó hacer, comenzó a llamar el nombre de la persona que le estaba haciendo sentir todo ese placer, lentamente, dulcemente, sin pausa, sin prisa, y, sin embargo, con tanto amor que no creía posible que cupiera en su pecho, toda su sangre gritaba su nombre, todo su cuerpo gritaba "Zen".

La culminación llegó pronto, suave y tranquilamente, y, aun así, de una forma poderosa. Ambos cuerpos, al mismo tiempo, temblaron en la electricidad del momento, ambos cuerpos se derramaron, uno entre sus piernas, el otro en el fondo de ese lugar que los conectaba no sólo en la carne, sino también en el alma.

Respirar. Había que respirar. Eso quizás era lo único pesado de todo, el aire se volvía imprescindible en esos momentos, y, sin embargo, se sentía como una nube de ácido corroyendo sus pulmones. Si fuera posible respirar su nombre solamente, si fuera posible respirar su piel, su carne, su amor, entonces bien podía joderse el aire.

Ambos hombres se acostumbraron lentamente a llenar y vaciar sus pulmones de oxígeno, mientras las revoluciones de sus corazones alborotados bajaban hasta normalizarse. A horcajadas sobre su amado oso, Kirishima le dio los buenos días con una gran sonrisa en el rostro, mientras Yokozawa le contestaba un "sátiro idiota" con una cara sonrojada que no acompañaba para nada el intento de ceño fruncido que debería demostrar algo así como molestia. Luego de un beso cariñoso, Zen se levantó y fue al baño, para salir momentos después con el cabello mojado y trayendo una toalla húmeda que le entregó a Yokozawa; le hubiera gustado hacer él mismo el trabajo de limpiar el cuerpo de su amado, pero ya lo conocía y sabía que intentarlo era buscarse una discusión, aunque de todos modos le preguntó si quería ayuda, a lo que Yokozawa declinó, diciéndole que mejor se encargara de pedir el desayuno.

Después de limpiarse un poco, lo suficiente como para no sentirse incómodo, Yokozawa se metió al baño. Bajo la lluvia cálida de la ducha, luego de limpiar a cabalidad su cuerpo, se quedó un momento con las manos en su abdomen, recordando todo lo que había sucedido desde que llegaron a ese hotel, mientras en un suave murmullo rogaba "por favor, por favor, por favor", lo cual fue interrumpido por la voz de Zen desde el otro lado de la puerta avisándole que el desayuno había llegado.

Desde que comenzaron a salir, a Yokozawa siempre le había llamado la atención el que Kirishima pidiera comida para tres personas en los restaurantes, aunque casi siempre terminaba llevándose el plato de más a casa para Hiyori, pero otras veces se lo comía todo y aún pedía uno que otro entremés aparte. Esta vez no había sido la excepción, así que además del desayuno típico japonés para cada uno, había sobre la mesa varios platillos más entre dulces y salados. Recién entonces se dio cuenta de que en verdad estaba hambriento, el día anterior solo había almorzado un sándwich y un café, y luego habían cenado algo ligero, y con todo el "ajetreo nocturno" que tuvieron, realmente habían gastado una enorme cantidad de energías, así que el que Zen hubiese pedido esa cantidad de comida casi se le hacía poco.

Se sentaron a la mesa y durante varios minutos no cruzaron palabra alguna, dedicándose sólo a comer como si sus vidas dependieran de ello. Ya una vez que sus estómagos se sentían algo más compensados, pudieron charlar relajadamente; Zen le contaba a Takafumi que Hiyori le había llamado mientras él estaba en la ducha, contándole de cómo le había ido en el colegio y pidiéndole permiso para salir en la tarde al cine con su amiga Yuki, y que por favor se lo confirmara a su abuela, pues la mujer quería llevarla a donde unos conocidos suyos que quería que la niña conociera a pasar la tarde y le quería hacer ponerse un vestido que no le gustaba para nada, por lo que Zen le pidió que le pusiera al teléfono y le dijo a su madre que le dejara ir al cine con su amiga, a lo que la mujer accedió refunfuñando. Cuando Zen le dijo ese asunto de los conocidos de su madre, Yokozawa casi perdió el color del rostro, pero logró recomponerse antes de que su pareja se diera cuenta.

Después de terminar su desayuno, la pareja salió al pequeño patio privado de la cabaña a disfrutar del sol, el cual era mayormente ocupado por una pequeña porción de la fuente termal. No había mucho espacio para caminar, salvo un pequeño sendero que bordeaba la piscina hasta cierto punto, pues por los lados estaba separada del resto del complejo por un grueso murallón de piedra que en cierto punto dejaba filtrar el agua de la fuente termal; dieron una vuelta, caminando muy juntos por el estrecho sendero, a veces uno detrás del otro, y luego volvieron a la pequeña terraza, donde Yokozawa tomó asiento en un lugar donde llegaba una buena cantidad de sol, y Kirishima aprovechó esto para recostarse y apoyarse en su regazo. A ratos conversando, a ratos en silencio, pasaron la mañana allí, con Yokozawa sentado y apoyado en un pilar de madera, jugando con el cabello de su amante, y Kirishima tendido en el suelo usando su regazo de almohada, disfrutando del buen clima y de las caricias de su amado oso.

A mediodía llegó una mucama a retirar la ropa sucia y las toallas mojadas y reponer lo que hiciera falta; la recibió Kirishima, y apenas entró la menuda mujer y vio a Yokozawa, quien estaba picando unos dulces que sobraron del desayuno, se puso pálida y sacó todo tan rápido como pudo, y se retiró rauda, cosa que no pasó desapercibida para ambos hombres, que, aunque no dijeron nada al respecto, si cruzaron un par de miradas extrañadas. Un rato más tarde hizo su aparición la camarera con el almuerzo que Zen había dejado solicitado cuando pidió el desayuno, quien también entró a la habitación, siendo recibida esta vez por Yokozawa que le ayudó con las bandejas, bajo la atenta y extrañamente seria mirada del castaño, retirándose la mujer también fuertemente sonrojada.

Disfrutaron de su almuerzo relajadamente, y luego de eso se tendieron a dormir una pequeña siesta; ya a media tarde decidieron meterse a la piscina. El agua temperada estaba deliciosa, se acomodaron bien sentados en un lugar donde el agua les cubría casi hasta los hombros, con Kirishima apoyado en una roca y Yokozawa entre sus brazos. Al principio el oso había querido negarse, pero Zen le recordó su promesa de precisamente no negarse a nada mientras estuvieran en ese hotel, así que aceptó un tanto a regañadientes, más que nada por costumbre, pues en su fuero interno se sentía bastante emocionado y avergonzado al mismo tiempo de sentirse como chiquilla enamorada por ese tipo de cosas.

Rápidamente la conversación fue haciéndose más íntima, las grandes manos de Kirishima fueron haciendo sus caricias más prolongadas y dulces en el cuerpo de Yokozawa, quien sólo se dedicaba a sentir; había muchas cosas que nunca diría en voz alta, sobre todo de lo que le gustaba de su pareja, sabiendo que sin duda él ocuparía esa información para su provecho más mezquino, y una de esas tantas cosas era cuánto le gustaban esas manos grandes, curiosas e inquietas que recorrían sin pudor su cuerpo generando sensaciones desesperantemente deliciosas.

No pasó mucho rato antes de que también las caricias se volvieran aún más íntimas, hasta convertirse simplemente en obscenas pero cargadas de amor; Yokozawa giró un poco su cuerpo para quedar de costado a Kirishima, abriendo las piernas y dándole mayor acceso a sus partes privadas, mientras se besaban a cada segundo con más ansias. El agua algo más que tibia de la piscina ayudaba a acelerar el proceso de sus erecciones, pero también los estaba mareando, así que, cortando ese beso asfixiante, Yokozawa tomó la iniciativa y se puso de pie, acción que fue secundada por su amante, y luego de un nuevo beso en el que sin tapujo alguno se acariciaron mutuamente, Kirishima le hizo dar media vuelta y apoyarse en el borde empedrado, lubricó la entrada de su amado con un poco de saliva, y lo penetró lentamente, quedándose un momento sin moverse para que Yokozawa pudiera acomodarse a la intromisión.

Como siempre, el gran cúmulo de sensaciones que Kirishima le hacía sentir cada vez que hacían el amor lo tenían a punto de explotar, sus piernas metidas en el agua temblaban y su corazón parecía a punto de salir volando de su pecho; de pronto, Kirishima comenzó a moverse, metiendo y sacando su miembro lentamente, y las sensaciones se dispararon aún más, no quería dejar que su voz se escuchara, pero se sentía tan bien que era difícil quedarse callado, así que Yokozawa mordió su mano para acallar un poco los urgentes gemidos que salían de lo más profundo de su garganta. Rápidamente Kirishima comenzó a marcar un ritmo que sabía que lo enloquecía, con el cual, tanto la dura intromisión del miembro de Zen en su cuerpo, como el suave golpeteo de sus testículos contra su perineo, el agua que rodeaba sus piernas que comenzaba a hacer un pequeño oleaje, el cual iba bañando su propio miembro erecto que bailoteaba libremente entre sus piernas abiertas, las grandes manos de Kirishima recorriendo su cuerpo y retorciendo suavemente sus pezones, todo eso y más, terminó haciendo que se corriera en medio del incesante movimiento al que lo estaba sometiendo su pareja, dejando caer su semen al agua, mientras Zen seguía clavándose en ese trasero que le ponía a mil por hora, hasta conseguir su propia culminación dentro del ardiente agujero que apretaba su miembro como si fuera a arrancárselo.

Después de que Kirishima sacó su pene del turgente trasero de Yokozawa, saliendo éste acompañado de un poco de su simiente, Takafumi se dejó caer en el agua, agotado de tantas sensaciones, pero Zen no le dejó quedarse así, pues seguramente terminaría desmayándose por el calor, así que le hizo levantarse y le guio hasta el borde de la terraza, donde extendió una toalla y le ayudó a salir del agua. Yokozawa se tendió sobre la suave tela y dejó que el aire de la tarde enfriara un poco su cuerpo desnudo, mientras que Kirishima, luego de salir también de la piscina, fue a buscar un par de botellas de agua al pequeño refrigerador de la habitación, y volvió para extender otra toalla al lado de su amante y tenderse allí, luego de entregarle una de las botellas.

Estuvieron un rato así, tendidos en el suelo de la terraza mirando el cielo, uno al lado del otro, desnudos, en un extraño pero agradable silencio, sólo bebiendo agua de vez en cuando; si bien en las últimas semanas apenas y habían podido robarle un poco de tiempo al trabajo para poder estar juntos, y aunque hubiesen muchos temas de los que hablaban habitualmente, parecía que era el contacto físico lo que más les hacía falta, pues desde que llegaron al hotel casi no habían hablado, al menos no tanto como lo hacían en casa, y sin embargo, estaban felices de estar así en ese momento. El clima estaba especialmente agradable en esas fechas, y aunque hacía bastante rato que el sol había dejado atrás su cenit, la temperatura no había descendido, creando un muy agradable ambiente.

Luego de un último sorbo a su botella de agua, Kirishima se quedó recostado sobre su hombro, mirando el desnudo cuerpo de su amado oso; si bien hubo un momento en su vida en el que pensar en desear ver el cuerpo de un hombre le descolocaba por completo, generándole sentimientos nada agradables, ahora no podía encontrar, aparte de la tierna sonrisa de su adorada hija, nada más hermoso que la apolínea belleza del cuerpo de Yokozawa. Pensar que ese cuerpo podía brindarle placeres tan intensos era extraordinario, amar a la hermosa persona en ese cuerpo lo era aún más, que esa persona también le amara, no sólo a él sino también a su hija, eso era celestial; Zen sentía que tenía el cielo entre sus manos, y no lo soltaría por nada en el universo entero.

Yokozawa volteó a mirarlo y Zen aprovechó para darle un beso minúsculo en los labios, mientras le susurraba un "te amo", recibiendo en respuesta un suave "y yo a ti" junto al esbozo de una tranquila sonrisa; si le preguntaran, Kirishima no dudaría en decir que era la mejor conversación que habían tenido ese día. Zen volvió a la carga con un beso más profundo, uno que volvió a encender las pasiones en ambos hombres, que comenzaron a acariciarse mutuamente, hasta que de nuevo sus virilidades pidieron una satisfacción más plena, así que lentamente fueron acomodándose.

Entre caricias y besos, Kirishima pasó su brazo bajo la cabeza de Yokozawa, dejándolo a modo de almohada, mientras tironeaba suavemente de la cadera del oso hacia su propio cuerpo, para luego girarlo a medias, dejando su trasero expuesto justo frente a su propia erección; Zen levantó la torneada pierna de su amante pasando su antebrazo por debajo de la rodilla, pidiéndole que la mantuviera así, mientras tomaba su propio miembro y lo dirigía a la entrada del delicioso agujero de su amado, enterrándose lentamente en él y comenzando de inmediato con un suave vaivén, sin soltar los labios de Yokozawa.

Suavemente, lentamente, sin pausa y sin prisa alguna, fueron entregándose el uno al otro en ese dulce y placentero movimiento de sus cuerpos, Yokozawa sosteniéndose del suelo con una mano, mientras con la otra sostenía su pierna en alto, Kirishima a medias a su lado, a medias detrás de él, besándolo apasionadamente, acariciándolo por todas partes con su mano libre, mientras su miembro se enterraba sin parar en esa ardiente cavidad de su amado.

Pronto los movimientos de ambos hombres comenzaron a ser más urgentes, más rápidos, pero no por eso, menos cargados de sentimientos; Kirishima volvió a tomar la pierna levantada de Yokozawa, mientras él deslizaba su mano ahora libre hacia la cadera de su amante, enterrando los dedos en ella, a la vez que comenzaba a mover su propia cadera en respuesta a aquella que golpeteaba sin cesar su trasero, marcando un ritmo que los iba enloqueciendo más y más. Las bocas dejaron de besarse, pues ya no podían contener los gemidos y jadeos extasiados, los cuerpos comenzaron a perlarse de sudor, y las caricias se habían convertido en firmes agarres para evitar separar ambos cuerpos que ardían de pasión.

El éxtasis llegó sin demora para ambos hombres, que luchaban por no separar sus cuerpos en ese vaivén enloquecido que habían adquirido, pero ya no podían más, así que Zen soltó la pierna levantada de Takafumi y agarró el duro miembro del oso para empezar a masturbarlo con movimientos cortos y rápidos, mientras Yokozawa de alguna manera y pese al cansancio, seguía manteniendo su pierna en alto, mientras marcaba aún más el movimiento de su cadera contra la del castaño, hasta que finalmente se corrieron, Yokozawa en la mano de Kirishima, y Zen en su apretadísimo y ardiente interior.

Jadeando y bañados en sudor, se fueron soltando lentamente, hasta terminar de separar sus cuerpos, pero en seguida volvieron a abrazarse y a besarse brevemente, quedando al final abrazados a medias, cansados y felices. Bromearon un rato acerca de cuantas veces lo habían hecho ese día, riéndose y besándose mientras el relajo iba tomando sus cuerpos. Antes de que la modorra hiciera presa de ellos, decidieron tomar una ducha y pedir algo de comer, pues la hora de la merienda ya había pasado hacía un buen rato y estaban hambrientos de nuevo, así que Zen buscó el portátil que había llevado y dejado sobre la mesita de la terraza, y derechamente pidió que les llevaran la cena, además de algunas cosas extra para picar más tarde, junto a un buen vino.

Se levantaron pesadamente del suelo y entre bromas y jugueteos se metieron a la ducha; por alguna razón inexplicable, aquel comportamiento de ambos les parecía de lo más normal, al punto que pasaban por alto el que era muy distinto de lo que solían hacer siempre, con un Kirishima cariñoso sin ser pegote o molesto, y un Yokozawa relajado y bromista, era como si en algún momento hubiesen superado todas las barreras que aún les faltaban derribar en su relación. Algo en sus corazones les decía que eso era momentáneo, pero en ese instante no tenía la menor importancia, sólo se dedicaban a disfrutarse el uno al otro, tal como eran.

Entre caricias y besos se dedicaron a quitarse el sudor de sus cuerpos, pero en un momento dado, Kirishima salió de la ducha para darle privacidad a Yokozawa para que pudiera asearse íntimamente, mientras él iba a buscar otro juego de toallas para dejarle a su amado y a esperar por la cena que ya estaba por llegar. En lo que Yokozawa se demoraba en la ducha, Kirishima se daba una vuelta cerca de la puerta, cuando de improviso escuchó algo así como una discusión afuera; alguien había elevado la voz más de la cuenta en el pasillo, pero solo fue por un momento, así que, aunque aguzó el oído, curioso, no logró descifrar de que era de lo que se trataba la conversación, solo alcanzaba a escuchar unos susurros sin forma.

La curiosidad de Kirishima le hizo acercarse lentamente a la puerta, y estaba a punto de abrir para ver que era lo que pasaba, cuando tocaron. Habían traído la cena, pero no era una mucama quien llevaba el carro, sino un chico; no había que hacer un gran esfuerzo para darse cuenta de que era un doncel, pero como siempre, el efecto de la imagen de Kirishima en yukata con el cabello mojado no se hizo esperar, por lo que apenas el muchacho le vio, se puso fuertemente sonrojado y en modo coqueto. Con lo que no contaba aquel chico era que con apenas caminar unos pasos dentro de la habitación se encontraría con Yokozawa saliendo del baño con una toalla alrededor de la cintura y secándose el cabello; cualquier coquetería que hubiese pensado usar el pobre muchacho con el castaño quedó congelada en el fondo de su garganta ante la visión del escultural cuerpo semidesnudo y con marcas de besos de Yokozawa, que le dirigió una mirada fría como un témpano.

Al ver a Yokozawa en ese atuendo, la celopatía de Kirishima se activó de inmediato, por lo que se le acercó a preguntarle que hacía en esas fachas, mientras le dirigía unas miradas al chico del servicio que parecían gritarle "no lo mires", a lo que el oso le contestó que no había encontrado su yukata, pues sólo le había dejado toallas en el baño, por lo que Zen prácticamente corrió al pequeño armario a rebuscar entre la ropa, hasta que encontró la prenda y volvió a entregársela, sugiriéndole que volviera al baño a colocársela, pero Yokozawa no le tomó en cuenta, y se lo puso allí donde estaba parado, casi como luciendo su bien marcado cuerpo frente a aquel delgaducho doncel que les dirigía una que otra mirada asustada y avergonzada, mientras se apresuraba a poner las bandejas de la cena sobre la mesa y sacar las que habían sido del almuerzo, así como la bandeja con aperitivos que había encargado Zen para después, y una vez terminado eso, salir de la habitación como alma que lleva el diablo.

Después de que el chico de servicio se fue, Kirishima, aún en modo celoso, le preguntó a Yokozawa sobre el por qué había hecho eso de vestirse en frente del muchacho, a lo que el oso le respondió con marcado desdén "para que aprenda a no mirar lo que no es suyo", dejando a Zen sin argumento. Cambiando rápidamente el tema, Yokozawa desvió su atención hacia la cena recién servida, y como estaban hambrientos, decidieron dejar el asunto en pasado.

Cenaron tranquilamente, luego de que a Kirishima se le pasaron los celos, de hecho, estaba bastante feliz por la respuesta que le había dado su pareja, así que dejó el tema en paz, pues no quería joder el resto de la velada hablando más de la cuenta; mientras comían, conversando de cualquier cosa, el teléfono de Zen comenzó a sonar con un tono característico, por lo que supieron de inmediato que se trataba de Hiyori, así que contestó sin más poniendo el altavoz. Ella sabía que ambos hombres estaban juntos, su padre le había contado del viaje y ella estaba feliz de que quisieran pasar tiempo a solas, y cuando Yokozawa sugirió llevarla con ellos, ella puso la excusa de que tenía que hacer unos trabajos para la escuela, lo cual no era del todo verdadero, así que se quedaría con sus abuelos. Les contó acerca de cómo había sido su día y de la película que fueron a ver con su amiga Yuki, y por último, les dijo que tenía que cortar, pues su abuela había invitado a unas personas a cenar, y prácticamente le había ordenado que se vistiera "como señorita", pues eran personas muy importantes y especialmente ella debía dar una buena impresión, a lo que Kirishima le dijo que no se preocupara y que hiciera lo que la abuela decía, pero que no se estresara por eso, pues sólo era una niña, y si esas personas no lo entendían no era culpa suya, a lo que Hiyo asintió con un tono aliviado, cosa que reforzó Yokozawa diciéndole que ella era tan señorita como cualquier niña de su edad, pues una señorita es alguien amable, respetuoso y atento con las personas, que demuestra una buena educación en su forma de hablar, actuar y ser, y no sólo con la ropa, y que ella podía ser igual de señorita con un vestido de diseñador o con un mono de trabajo, porque lo importante era su actitud frente a la vida y para con los demás. Luego de esa conversación, Hiyori se despidió de ambos y cortó la llamada, en tanto ambos hombres siguieron con su comida y su charla, aunque cada uno en su fuero interno quedó un tanto preocupado por ese asunto de la cena de los señores Kirishima, por sus propias y personales razones, pero no dijeron nada al respecto para no preocupar al otro.

Después de terminar su cena decidieron reposar un rato, era demasiado temprano para acostarse aún, así que se sentaron a conversar en unos sillones bajos en la terraza; habían llevado los entremeses que Zen había pedido y una botella de un vino rojo claro frutoso y dulce del que tenían un buen recuerdo de una de sus primeras citas. En un principio Kirishima quiso que los dos se sentaran en el mismo sillón, pero dada la talla de ambos, no resultó ser una buena idea, era demasiado apretado e incómodo, así que juntaron ambos muebles bien pegados mirando hacia la piscina, con la bandeja en una mesita ratona frente a ellos; conversaron durante un buen tiempo, aunque eludiendo el tema de Hiyori y los invitados de sus abuelos, observando tranquilamente el vuelo de las luciérnagas y el vapor que se elevaba de la piscina, así como el precioso cielo estrellado, a ratos jugando con sus manos entrelazadas, a ratos riéndose de los esfuerzos de Zen por querer besar a Takafumi sin levantarse de su asiento, cosa que era bastante difícil por la posición en que quedaba sentado y por los anchos posabrazos de ambos muebles, estirando las piernas, comiendo de las botanas y bebiendo aquel dulce y engañoso vino.

Cuando ya a la botella no le quedaba más de media copa en su interior y la noche comenzaba a refrescar, decidieron entrar a la cabaña; el efecto del vino se hizo sentir apenas se pusieron de pie, sobre todo Yokozawa se vio bastante mareado y alegre, mientras Kirishima mantenía algo mejor la compostura al tener una tolerancia superior al alcohol. Entraron riéndose de nada en particular, sólo medio borrachos y felices de su tiempo a solas, coqueteando y besándose como adolescentes enamorados.

Ya dentro del dormitorio, los besos fueron volviéndose más intensos, por lo que antes de seguir con lo inevitable, Yokozawa fue al baño a prepararse. Mientras el oso estaba en el baño, Kirishima revisaba su teléfono, cuando estaban en la terraza sintió el timbre de un mensaje entrante, y por alguna razón sabía que era de su hija, y en efecto lo era; lo que le contaba su niña era algo preocupante, las visitas de sus abuelos resultaron ser unos viejos conocidos de la familia, dueños de algunos almacenes, y que, en realidad, no le caían del todo bien. Más que todo, él intuía la razón de tal invitación, la hija menor de aquellos personajes también había ido a aquella cena, y eso era lo preocupante, él ya la conocía, demasiado bien, y no tenía muy buenos recuerdos de eso, y el que sus padres hubiesen insistido tanto en que conocieran a Hiyori y ella a ellos no pronosticaba nada bueno. Sabía que debió haber aclarado eso antes, pero ahora ya era tarde para lamentarse, así que cuando regresaran tendría que tomar cartas en el asunto y darle un corte definitivo.

Zen le envió un mensaje para tranquilizar a su hija, intuyendo que, a pesar de la hora, estaría despierta producto de la preocupación que le hubiese generado la visita de esas personas, y tal como lo pensó, recibió un mensaje de respuesta casi instantáneo agradeciendo sus palabras y dándole las buenas noches, luego de lo cual, puso a cargar el teléfono y se acomodó en la cama a esperar a su amado.

Dentro del baño, luego de prepararse, Yokozawa se quedó unos minutos frente al espejo donde se miró fijamente, revisando su cuerpo y preguntándose si de verdad su deseo se podría realizar; el que ahora fuera algo urgente no significaba que fuera apresurado, en realidad, era una idea que rondaba su cabeza y su corazón desde que empezó a salir con Kirishima, y sobre todo después de haber conocido a Hiyori, en verdad lo deseaba, pero había tomado esos medicamentos durante un buen tiempo, y según lo que le había dicho el médico que se los recetó, el efecto se demoraría más en pasar en la medida que los siguiera tomando, así que si lo pensaba un poco, realmente estaba esperando un milagro. Elevó una plegaria rogando que por favor su deseo se hiciera realidad antes de que su tiempo de gracia se terminara, y luego de eso, salió por fin hacia la habitación donde le esperaba su pareja.

Tímidamente se acercó a la cama y se quedó parado al lado de ésta, con un leve sonrojo y un hombro a medio descubrir; Kirishima se sentó en su lado del mueble y lo miró serio, pero había amor mezclado con deseo en sus ojos castaños. Zen sonrió y extendió su mano abierta hacia Takafumi, quien posó una de las propias sobre ésta. Con tranquilidad, el castaño apartó los cobertores y le jaló suavemente la mano al moreno, invitándole a subirse a la cama. Yokozawa aceptó la muda invitación y subió sobre el firme colchón quedando de rodillas sobre éste, mientras dirigía una mirada dubitativa a su pareja, como intentando adivinar lo que estaba pensando.

Zen acarició tranquilamente la mano que tenía tomada de Takafumi, para luego soltarla y acariciar su rostro, delineando sus rasgos con un roce suave y tierno, en tanto Yokozawa se dejaba hacer, cerrando sus ojos ante las suaves caricias; en seguida, Zen volvió a tomar su mano y lo atrajo hacia sí, hasta dejarlo sentado a horcajadas sobre su propia cadera, mientras le daba un suave beso en los labios. Kirishima fue echándose hacia atrás lentamente, mientras continuaba besando y atrayendo el cuerpo de su amado, hasta tenderse por completo con Yokozawa encima suyo; se besaron sin prisa, jugando con sus lenguas y acariciándose con marcada ternura, con más amor que lujuria.

Poco a poco la temperatura de sus cuerpos fue elevándose, mientras ellos se besaban y se acariciaban, hasta llegar a un punto en el que el yukata de Yokozawa comenzó a ser una prenda sofocante y estorbosa. Volvió a sentarse a horcajadas sobre la entrepierna de su amante, que lentamente había comenzado a despertar, y guio las manos de Zen hacia el nudo de la cinta que mantenía cerrada la prenda. Kirishima fue deshaciendo el nudo, con una mezcla de amor y temor, pues no quería romper el ambiente que se había creado entre ambos con su impaciencia por hacer suyo a aquel hombre, ya habían gozado desatando su lujuria, pero en ese preciso instante quería amarlo como de verdad lo hacía, quería amarlo profundamente, con todos sus sentidos, con todo su corazón.

La cinta fue por fin desatada, y el yukata de Yokozawa se entreabrió ligeramente, Kirishima volvió a sentarse y depositó un beso dulce en los labios de su amado, para luego volver a tenderse en la cama, tirando de los bordes del yukata de Takafumi. Volvieron a besarse, enredando sus lenguas y acariciándose dulcemente; de pronto, Yokozawa volvió a sentarse, y en un movimiento lento y sensual, se abrió el yukata por completo, dejando a la vista su delineado cuerpo y su creciente erección, para en seguida volver a recostarse sobre Zen y volver a besarlo.

Los besos iban subiendo en intensidad, sobre todo de parte de Yokozawa, pero Zen tenía otra idea, así que le pidió que se calmara, pues no irían a ningún lado esa noche, sólo estarían allí, juntos. Las caricias y los besos volvieron a ser suaves y gentiles, ambos hombres saboreándose y deleitándose el uno en el otro; Yokozawa otra vez volvió a sentarse, esta vez para quitarse el yukata de una manera muy sensual, mostrándole su cuerpo a su amante con total descaro, para en seguida tomar la cinta de la prenda de Kirishima y desatarla, mientras movía lentamente su cadera frotando su entrepierna contra la ya endurecida erección del castaño, que casi no podía creer la manera en la que su oso se estaba comportando.

Antes de perder la cordura, Kirishima tomó a Yokozawa del brazo y tiró de él hasta dejarlo tendido en la cama, mientras él se posicionó entre sus piernas abiertas, y acto seguido se abrió el yukata descubriendo su cuerpo y, sobre todo, su erección en toda su plenitud, la cual Yokozawa alcanzó y acarició con deseo, empujándola hacia abajo hasta rozar su entrada. Al ver tal acto tan libidinoso, Kirishima se agarró la cabeza con ambas manos para no perderla irremediablemente, se quitó el yukata y lo lanzó lejos, lubricó su miembro con un poco de saliva y líquido preseminal y lo enterró con lentitud en aquel caliente agujero. Cuando ya se sintió hasta el fondo de ese estrecho y ardiente pasaje, se recostó sobre su amado y lo besó con toda la dulzura del mundo, al tiempo que comenzaba a mover sus caderas en suaves y cadenciosas embestidas, y a acariciarse y abrazarse mutuamente, llenándose ambos de un dulce placer que mantuvieron por un largo tiempo, sin prisa, sin pausa, pues todo lo que necesitaban lo tenían allí mismo, se tenían el uno al otro, tenían el amor que los unía y lo hacían real en esa dulce entrega mutua, hasta llegar a la culminación casi religiosa de dos seres que se aman más allá del cuerpo y el alma.

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¡¡UWAHH!! ¡¡TIEMPO, NECESITO TIEMPO!!

Oficialmente estoy mordiéndome la cola en este fic, mientras publico este capítulo aún estoy escribiendo el siguiente, por lo que les tengo que pedir tiempo para poder publicarlo. Además de que seguimos revisando los días de "descanso" de la pareja Trifecta, y como se puede deducir, aún quedan dos días de este suculento fin de semana largo, y escribirlo no es una tarea fácil, por lo que les pediré unos diez días de gracia antes de continuar.

Muchas gracias como siempre por todo el apoyo que le brindan a esta historia con sus comentarios y votos, y espero no defraudarles con lo que sigue.

Espero que les haya gustado el capítulo, y si Dios quiere, les estaré entregando la continuación de esta historia en diez días más, vale decir, el 25 de este mes.

Desde el sur del mundo, con una agradable temperatura de 0° a las 00:40 de la mañana, les agradece su apoyo y su comprensión

Di-San

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