❝ El Trino del Diablo ❞┆» ❪ D...

By Xxblood-YxX

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❝Una sonata maldita, la cual perdura hasta hoy en día; un sueño tramposo, el cual aún es recordado, y una obs... More

OO┆» Espectáculo tortuoso

O1┆» Paralísis del sueño

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By Xxblood-YxX


 
  Su día había comenzado bastante normal. Ella creyó que sería otro día más totalmente corriente y monótono..., pero, en su vida jamás creyó, ni mucho menos se le pasó por la cabeza que las notas que provenían de aquella bella y más preciada posesión suya atraerían a un visitante nocturno a altas horas de la noche, el cual llegó deleitado por tal sonata producida por su persona.

  Antes de lo inesperado, cuando ya no tenía nada más qué hacer, luego de su trabajo, decidió visitar a un viejo amigo de confianza para tomar una taza de té juntos.
Su transcurso no tardó mas de treinta minutos de la pequeña escuela en donde trabajaba hacia el hogar de aquel que llevaba semanas insistiendole por una de sus visitas.

  Cuando estuvo frente al lugar, tomó la fina cuerda que colgaba en la parte inferior de la pequeña campana que estaba junto a la puerta. Al no recibir respuesta alguna por el dueño de la morada, soltó un pequeño suspiro y optó por dar cuatro golpes, marcando un ritmo en especial. Tan sólo unos minutos más tarde recibió una respuesta desde el interior: el quinto golpe que completaba el ritmo de una canción que sólo ellos conocían.

  La puerta ante ella se abrió repentinamente, dejando a la vista a un muchacho alto, con varias pecas que simulaban constelaciones en su pálido rostro por la falta de sol.

  Al verla, sus brazos se extendieron hacia su dirección y la envolvieron un fuerte y cálido abrazo, en el cual se sintió bastante sofocada por tanto cariño por parte de su amigo de la infancia.

—Ya era hora de que llegaras, Lettice —soltó con felicidad en su voz mientras apretaba el agarre, ignorando los intentos de la menor por separarse de él.

—Buenas tardes a tí también, Elijah —habló educadamente a pesar de la confianza, mas si quitar aquel tono serio tan característico de ella. Comenzó a removerse entre los brazos del castaño con ciertas tonalidades rojizas en su cabellera, esperando a que la soltara, pero al notar que el contrario no tenía tales intenciones, soltó un segundo suspiro—. Bien, bien. Ya puedes soltarme —dijo a la vez que daba un par de palmadas en la espalda del de lentes en señal para terminar con aquella muestra de afecto tan tortuosa para su persona.

  Luego de acomodar sus prendas y saludarse correctamente, como debieron haberlo hecho de un principio si no fuera por la aniñada actitud del mayor, éste por fin la invitó a pasar al interior de su morada. Al entrar, notó por un momento lo pequeña que era, ya que el lugar en el cual se encontraba era muy espacioso, demasiado para sólo una persona habitará allí, pero recordó que, por el trabajo de su amigo, el gran espacio sí que era bastante necesario.

—¿Cómo haz estado, cariño? —preguntó, sacando a la castaña de sus pensamientos y devolviéndola a la realidad.

—He estado bastante bien, gracias por preguntar —contestó sin mirarlo al rostro, ya que su atención había sido atrapada por un extraño artefacto en una de las tantas mesadas llenas de "basura" como solía decir.

—Tan educada como siempre —comentó con gracia—. Los años sí que no te han afectado... Sabes, aún pareces aquella niña educada y silenciosa —al notar la mirada que estaba dedicándole la menor, soltó una risa bastante sonora—. Y aún conservas un humor de los mil demonios. Dime, ¿tu ego ha llego a nivelarse con tu estatura?

—No digas esas cosas como si no nos hubiésemos visto antes; la última vez que nos reuníamos fue hace tres semanas atrás —dijo con un tono irritado ante todos los comentarios que soltaba el varón.

—¡Y esas tres semanas se han sentido como una eternidad! —exclamó fuertemente, exagerando su acción poniendo una de sus manos sobre su pecho, simulando indignación. Por su lado, Lettice quedó aturdida por el repentino grito—. En esas semanas te has perdido dos de los mejores seminarios que he hecho —agregó mientras ponía expresión triste, la cual era totalmente falsa.

—Sabes que lo mío no es eso —dijo—. No me atrae esos seminarios improvisados tuyos; además, no me es muy atrayente la astronomía.

  Ante lo último dicho, un sonido de indignación se escapó de la boca de Elijah, ocasionando una leve sonrisa en el rostro de Lettice.

  Ambos adultos se adentraron más por la casa hasta llegar a la parte trasera, donde había una puerta que daba al patio trasero. Salieron sin más y en silencio, admirando la tranquilidad del lugar. Lettice fue la primera en tomar asiento por insistencia del anfitrión mientras que él traía las tazas y el té.

  Al llegar con las últimas cosas restantes, ambos se sentaron y comenzaron con la merienda. Hablaron de diversos temas, y los debates entre la utilidad sus trabajos no faltaron; como era de costumbre, siempre terminaban enseñándose el uno al otro algo nuevo del área en la cual se especializaban, aunque los comentarios de mal gusto no faltaron por parte de ambos.

—Oye, Lettice —llamó el castaño a la mujer frente a él. Ésta despegó la vista de su taza y la plantó en los ojos cafés detrás de sus lentes—. ¿Has dado algún concierto en los últimos días?

—Sí, aunque uno pequeño... Oh, cierto. Olvidé decírtelo —dijo mientras bajaba con delicadeza la taza—. Me he encontrado con un músico extranjero luego de un recital cerca de la plaza central —contó con cierto entusiasmo en voz—. Fue algo bastante interesante. Llegué a aprender nuevas cosas y demás sobre su música y cultura.

—Un extranjero... —habló de repente para sí mismo, interrumpiendo accidentalmente a la mujer—. Eso es raro. No muchos extranjeros se hospedan por aquí.

—Primero que nada deben de saber cómo llegar para hacerlo —acotó con algo de gracia.

—Cierto —dijo—. Y luego saber cómo volver sin regresar al punto de salida o perderse por ahí.

  Una risa sonó al unísono de ambos y volvieron con sus charlas, hasta que, esta vez, fue el hombre quien cambió el tema.

—Sabes, he escuchado ciertos rumores de que llegará una gran inmigración de Londres, y que llegarán varios por estos lados—contó con una expresión indiferente, la cual causó cierta intriga y curiosidad—. Y junto a aquellos rumores, también se cuenta en boca en boca que, hay cosas raras de noche.

—¿Qué quieres decir? —preguntó algo confundida y curiosa a la vez.

—Que los monstruos han llegado desde las montañas y los rincones más oscuros de Europa hasta nosotros... —el silencio dominó entre aquellos jóvenes adultos. Ambos se miraban fijamente a los ojos: la de cabellos castaños con ciertas tonalidades rubias en las puntas observaba seriamente al de cabellera castaña, el cual la miraba con el ceño fruncido—. Ah... Al parecer no ha funcionado.

—Si ese fue un intento de asustarme, créeme, haz fracasado totalmente—soltó sin más ante la expresión en el rostro de su amigo—. No pongas esa expresión, por favor. Es molesta.

—Bien, bien —dijo a la vez que bufaba sonoramente—. Creí que podría asustarte como antes con eso. No te vendría mal un cambio de expresión en ese rostro tuyo —dijo, alzando los hombros. No era mentira lo que decía sobre el de la fémina rostro. Elijah no podía descifrar nada en ella: sí estaba felíz, triste o diciendo la verdad sobre algo. Era un gran detalle ese que él había notado a lo largo de los años junto a la castaña: era tan seria a veces que no podías descifrar fácilmente o siquiera buscar un indicio de qué pasaba por su mente—. ¿Es que acaso no le temes a nada?

—No —contestó rápidamente, bajando la mirada hacia su pecho, observando el collar que descansaba sobre la tema entre sus pechos—. Si pienso en él, siento que no le tengo miedo a nada.

—Hmp... Ya veo... —dijo sin tantos ánimos por las palabras de su amiga por su Dios. Aquel sentimiento ante esa persona inexistente para él era algo absurdo, aunque no podía juzgarla por pensar de aquel modo; alguien como él y su mentalidad jamás llegarían a comprender, ni mucho creer en eso.

  Continuaron con su merienda hasta que la temperatura descendió sin previo aviso y el sol se ocultó. Ya había llegado la hora en que Lettice debía volver, mas cierto hombre con actitud de niño la entretuvo por un tiempo más hasta que decidió dejarla ir.

  Ambos se despidieron con otro abrazo asfixiante, y la castaña tomó rumbo hacia su hogar.

  Por el transcurso de allí hasta su casa saludó a varios conocidos, y se cruzó con ciertas personas que era mejor olvidar que existían.

  Al momento en que sus ojos divisaron su vivienda, tomó la perrilla de la puerta principal y entró. El lugar era bastante espacioso, casi tan grande como el hogar de su fiel amigo, mas el lugar completo no suyo, sino de todos.

  El edificio contaba con varias habitaciones, en las cuales vivían hasta familias enteras, y una de esas habitación le pertenecía totalmente a ella.

  Al caminar por el pasillo y saludar a algunas personas que se encontraban allí tendidos con sus pertenencias y tapados con cualquier prenda, notó lo deteriorado que estaba todo: la humedad en las paredes, el piso de madera que alguna vez estuvo pulido (aunque jamás logró presenciar tal cosa), y algunas ventanas que daban a las calles rotas. Y no sólo observó el deterioro en los objetos y edificio mismo, sino en las mismas personas, incluyendola. Quizás aquello era algo por el crudo invierno en el cual se encontraban, o quizás por los años que pasaban sin piedad, malgastando sus cuerpos.

  Al llegar a la habitación 33A, metió la llave que correspondía con su cerradura y entró. Miró todo a su alrededor, notando que todo se encontraba tal y como lo había dejado a excepción del ventanal abierto, permitiendo que el frío entrara y enfriara la habitación.

«Al parecer la señora Hudson se le ha olvidado nuevamente cerrarla...» Pensó a la vez que se despojaba de aquel grueso abrigo y lo depositaba sobre la cama. Al hacerlo, por causalidad vio el estuche perfectamente acomodado entre su cama y el mueble en donde apoyaba o acumulaba algunas de sus pertenencias. Al verlo allí, estiró sus dedos y los flexionó, tratando de resistir la tentación de tomarlo y sacar el instrumento dentro de él. Era conciente de que si lo hacía, corría el riesgo de que algunos de sus vecinos se quejaran nuevamente por el escándalo, pero también quería, por lo menos, tocar un poco.

  Antes de que darse cuenta acerca de sus acciones, sus manos ya se encontraban sacando el violín de su estuche.

—Sólo será un poco... —se dijo a sí misma como consuelo. Poco después de que adoptara una pose cómoda para comenzar, una melodía llenó el silencio de la fría habitación; mientras que la cerda tocaban con cierta fuerza las cuerdas, la música inundaba sus oídos, dándole una sensación de satisfacción y cierto orgullo.

  Poco a poco, el silencio que alguna vez hubo en aquel deteriorado edificio fue reemplazado por una tranquila melodía, la cual poco a poco fue cambiando.

  Todo se esfumó por un momento: ya no sentía aquella sofocación que la acompañaba junto a la angustia del día a día. Las paredes desaparecieron por un momento, al igual que sus preocupaciones y obligaciones. Únicamente estaba ella meditando (escapando) a su manera.

Magnífico.

  Eso es lo que pensaría cualquiera al oír los sonidos provenir de aquel instrumento, y más halagos podrían venirse a la mente de cualquiera al ver a la causante de tal bello espectáculo mover sus dedos con agilidad.

  Una vez que todo terminó, el ambiente volvió a ser el mismo de siempre, aunque con una notable diferencia para la castaña: todo parecía estar más relajado.
Se oían varios murmullos desde el otro lado de la habitación; varios de ellos los reconoció al instante, ya que eran las voces de sus vecinos soltando varios halagos al aire por tal concierto, así como ciertas quejas por parte de otros.

  El triste silencio que hubo varios minutos atrás parecía jamás existido. Todo parecía haber cobrado más alegría, al igual que varias personas. Pero aquello era momentáneo, y lo sabía, porque todos allí conocían de cerca la amargura de la vida.

  Su respiración se encontraba algo agitada. En sus dedos sentía cierto ardor, mas éste era soportable. Sus ojos ya comenzaban a cerrarse sin su consentimiento, y el cansancio por las horas despierta ya comenzaba a hacerse presente en su cuerpo. Ya era hora de descansar.

Volvió a dejar todo como estaba al principio. Hizo un par de movimientos con su cuerpo haciendo que sus huesos sonaran, y luego, de un pequeño salto su cuerpo terminó entre las gruesas sábanas.
Apagó algunas de las velas del candelabro que aún se mantenían intactas, y la habitación se sumergió en una oscuridad casi completa si no fuera por la tenue luz de la calle que entraba por la ventana.

  Fue en ese momento en donde se despojó de su vestimenta y tomó las prendas que usaba habitualmente para dormir.
  
  Al cerrar los ojos, su conciencia fue perdiéndose poco a poco, hasta que ya no percibía su entorno.

  El sonido de los grillos no faltaron, ni las voces de algunas personas que aún rondaban por las calles. Mas, a pesar de aquellos sonidos tan comunes que podría haber en cualquier pueblo como aquel, había uno un tanto inusual.

  Aún estando atrapada entre las sábanas del sueño, era consciente de cierto movimiento a su alrededor a causa del ruido que emitía el mismo, pero sus párpados se resistían a volver levantarse, por lo menos hasta que estuvieran un buen par se horas cerrados, descansando luego de un largo día. Por esto, la mujer continuó durmiendo, ignorando esos pequeños indicios de aquel instinto primitivo que aún quedaba en su ser, rogando que sucumbiera a sus llamados.

Pero era demasiado tarde: había cedido al mundo de los sueños como al de un futuro tortuoso como incierto.

  Cual araña observando a su próxima presa desde su telaraña, un hombre de cabellos rubios —dignos de ser confundidos por oro por el tono del mismo— y ojos como los zafiros más extravagantes y lujosos, mas éstos, al verse atentamente, se podía ver bien un sentimiento de gran vacío del portador.

  Su belleza era natura. Siempre atraía las miradas de los corrientes humanos y los cautivaba, así como inútiles presas, porque, ante sus ojos, ellos eran eso, y cualquier otro individuo perteneciente a su raza (o incluso una mayor) concordaría con él: los humanos no eran nada más, ni nada menos, que su alimento. Seres frágiles, mediocres y arrogantes; creyéndose la raza superior y poderosos, cuando en realidad no eran nada más diminutas existencias insignificantes comparados a ellos, quienes eran perfectos por naturaleza.

  Aún siendo seres que estaban en las palmas de sus manos, par así doblegarlos y sucumbirlos a la deleitosa desesperación y el masoquismo, habían ciertas excepciones: los humanos son inferiores a los vampiros; simples y débiles, pero, en ciertas ocasiones, algunos llegan a resaltar, llamando la atención de aquellos en busca de saciar su inmortalidad.

  Y allí estaba él: observando desde la penumbra, sin saberlo, a su próxima presa.

  Tal parecía para el varón que, en esta ocasión, había sido el insecto que cae en la trampa de aquella araña venenosa: por accidente, al tener que dirigirse hacia una reunión —a la cual se vio obligado a asistir por su padre—, sus desarrollados oídos se vieron deleitaron ante una melodía producida por un instrumento, el cual, él conocía muy bien.

  Fue así como su capricho por huir nuevamente de sus responsabilidades, así como niño, para adentrarse a un nuevo lugar desconocido para el noble vampiro, aunque aquello terminó siendo su perdición de un principio, y tal parecía que los malos hábitos jamás desaparecían.

  La curiosidad lo atrapó, jugó con su mente y lo arrastró hasta el lugar donde yacía la mujer durmiendo plácidamente.
A su característico paso perezoso, el chico terminó por infringir el espacio personal de la fémina recostada, posicionandose sobre la misma, observándola de cerca.

  Minutos atrás se llevó la sopresa de que estuviera haciendo todo aquello, todo por querer llegar al humano que pudo complacerlo con música, pero luego recapacitó, y se dio cuenta que no se trataba de eso, no en su totalidad: estaba encaprichado.
Por primera vez en mucho tiempo, Sakamaki Shū quería recordar la sensación de sus colmillos  penetrando, desgarrando la cálida piel humana; abriendo paso mediante a la herida el olor a sangre como el líquido mismo. Sentirlo pasar por su garganta lentamente, disfrutándolo, y de fondo, los lamentos y los gritos de agonía de su presa. Y lo tenía todo servido a su disposición...

  Hizo un pequeño movimiento brusco tratando de posicionarse de una manera más cómoda para comenzar con velada, pues, como se dice: la noche es jóven, y él tenía toda una eternidad que desperdiciar.
Pero el vampiro no tomó un detalle en cuenta antes de empezar con el banquete: la mujer debajo suyo parecía tener el sueño ligero.

  Al moverse de tal manera anteriormente, la de cabellos castaños amenazó con abrir sus ojos y ver a la bestia en busca de saciar su sadismo en frente de ella. Y como el gato que fue asesinado por la curiosidad por buscarla, sus párpados se levantaron, encontrándose cara a cara con su perdición.

  Aún estando somnolienta, vio la imágen de un ángel a solo unos cuantos centímetros de su rostro, pero en sus ojos no había tal cosa como bondad y piedad, sino que, esos ojos claros estaban comiendola en una fija mirada, y una sonrisa sádica, la cual dejaba al aire unos blanquecinos colmillos.

  No tardó demasiado en reaccionar. En cuanto su mente hizo click y el miedo comenzó a esparcirse por todo ser, trató de huir como un gato totalmente asustado para salvarse, pero no pudo: estaba atrapada entre los brazos del que parecía ser un demonio que parecía tener el objetivo de atacarla.

  A Lettice le costaba respirar a causa de la horrible sensación de no poder moverse y por el miedo.
Miedo porque alguien totalmente desconocido estaba arriba de ella, y quién sabía qué sería capaz de hacer, y qué haría, mientras que el temor también se debía a esas dagas que estaban pegadas a sus encías, amenazando con incrustarse en ella.

  Tal parecía que estaba sufriendo una se las tan famosas «Parálisis del sueño», en donde el sujeto experimenta la angustia de no poder moverse por culpa de un supuesto demonio, aunque esta vez, parecía que en verdad estaba siendo torturada por uno...

✧˖°Nota de la escritora:

Bitch I'm on fire today.
Sí, damas y caballeros: por segunda vez en un día, he actualizado. En definitiva, el cielo se caerá.

Como sea: y si has llegado hasta aquí, ¡muchas gracias por pasarte y leer el primer capitulo de esta historia~!

Como puede notarse, he tardado siglos en actualizar, y a su vez, este capítulo sí que fue bastante largo (y aburrido, maybe why not xd) Vayan acostumbrandose a apartados bastante extensos pero sin actualizaciones seguidas (a causa del tiempo que me tomo en escribir + mi vida y tiempo fuera de Wattpad).

Y bueno~. La historia se sitúa en un pueblo alejado de las afueras de Londres, en la Época Victoriana. Comienzos con una introducción a la protagonista (Lettice Llicevert) y a su fiel perro/amigo: Elijah (ahre, ya estaba bordeando a su nuevo personaje xD) junto a su relación.
Y en el primer capítulo, ¡la aparición del perezoso Shū! (el cual se nota que está necesitadoxd)

Admito que, a partir de la parte en donde la narración se centra en Shū, corregí y modifiqué todo el final, y estoy muchísimo más satisfecha que con el primero. ( • ̀ω•́ )✧

Estoy emocionada con este proyecto, no sé. :') Me esforzaré todo lo que pueda para traerles un buen contenido.<3

Nos leemos luego. Gracias por leer. ♡

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