𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)

By _arazely_

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DISPONIBLE EN FÍSICO Y KINDLE «Dave creció creyendo que el amor era dolor. Nunca imaginó que la persona que m... More

¡YA EN FÍSICO!
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· p e r s o n a j e s ·
Booktrailer
· d e d i c a t o r i a ·
1. Dave
2. Por su culpa
3. Casualidad
4. Un problema personal
5. Otro corazón roto
7. Un mal sueño
8. En los huesos
9. Mientras ella no estaba
10. Enfrentar los recuerdos
11. Ángel guardián
12. Pasado, presente, futuro
13. En el mismo infierno
14. Escala de grises
15. El vacío del dolor
16. Venganza
17. Habitación 216
18. Y si fuera ella
19. Volver a casa
20. Entonces lo entendió
Extra 1
21. El fin de la guerra
22. Miedo
23. De cero
24. Escapar
25. Condenado
26. En las buenas y en las malas
27. En el ojo de la tormenta
28. Cuando la esperanza muere
29. Perdóname
30. Pausar la vida
Extra 2
31. Correr el riesgo
Extra 3
32. Hasta cuándo
33. Por siempre. FINAL
AGRADECIMIENTOS
IMPORTANTE
Especial 50K

6. Egea

3.2K 310 336
By _arazely_

Era un hombre alto, fuerte, de espalda ancha, brazos de gimnasio y camiseta ajustada, ojos pardos y cabello chocolate rapado a los lados de la cabeza.

Bajo la barba de tres días, un par de puntos de sutura cortaban su barbilla. Guapo y serio.

Se llamaba Tribuno Egea y apuntaba a una relación estable.

Cristina y Dave lo conocieron a principios de febrero, cuando un día cualquiera llegaron a casa para encontrarse con que Egea estaba instalándose en la casa.

Cristina sonrió; Dave resopló.

Pero al mirar a su madre, la vio feliz. Por primera vez en mucho tiempo.

Aquella tarde comieron juntos en el comedor para presentarse.

Según su madre, se habían conocido durante las vacaciones de Navidad, ya que Egea trabajaba en el Mercadona como guardia de seguridad, y llevaban tres meses de novios. Para una mujer tan necesitada y desesperada como Lorena Legido, tres meses superaban la normalidad.

Egea tardó cuatro minutos en conquistar a Cristina, que lo contemplaba como si nunca hubiese visto un hombre de ese tamaño.

Dave, en cambio, rodaba los ojos cada vez que se encontraba con los pardos del otro.

—Vamos a vivir juntos —anunció su madre, como si no fuese obvio— porque pensamos casarnos.

Entonces Dave cesó de remover la comida en el plato. Incluso Cristina se enserió.

Y cuando se enteraron que su madre había dejado el trabajo porque Egea se había ofrecido a mantenerlos, Dave sintió el estómago retorcerse de angustia.

—¿Y nosotros estamos pintados? —inquirió indignado—. ¿No te importa que nos afecte?

—Eso vamos a discutir, Dave —tomó la palabra Egea, sentado en frente del muchacho—. Por mí no hay problema.

—Por mí tampoco.

Dave soltó los cubiertos y calcinó con la mirada a Cristina, quien había hablado. Lo estaba traicionando al ponerse de parte de Egea.

Aunque quizá era egoísmo.

Dave detestaba a todos los hombres que pisaban la casa porque le recordaban que él no bastaba. Además, su madre le echó en cara que no se alegrase por ella.

—Lo hago por vosotros —dijo—, para que tengáis un padre decente, no como el inútil de Ángel.

—A mí me gusta —intervino Cristina sin captar el mensaje en los ojos de Dave—. ¡Tiene muchas cosas buenas, no lo niegues!

Dave apartó el plato y se levantó hacia la escalera.

No quería que se casaran, no quería un padre. Él ya no lo necesitaba. Quería que ese hombre se largara, igual que Óscar, que su padre real, que todos.

Atónita, Cristina lo observó marcharse, sin entender de dónde sacaba el coraje para ofender así a su madre. Se volvió a Tribuno Egea, avergonzada.

—Es un amargado —murmuró.

Esperaba un poco de resentimiento, pero, para su sorpresa, el hombre echó la cabeza atrás y se rio.

—No —dijo—, solo está celoso.

Ni Dave mismo sabía por qué se comportaba así. Simplemente no podía evitarlo.

Echado en su cama, se golpeó el estómago para que no gruñera.

Planeaba no cenar, pero a las ocho de la tarde subió Cristina con un zumo y dos pedazos de pizza a tocar a su puerta.

—¿Y esto? —preguntó sorprendido al abrir.

—Idea del novio de mamá. —Cristina se cruzó de brazos cuando él lo tomó—. No debería habértelo traído después de lo mal que te has portado.

—Ese tío me da asco.

—Ni siquiera le conoces.

—No necesito conocer a Santos para saber que es un cerdo.

—¡No compares! —se horrorizó ella—. Es la pareja de mamá. ¡Déjala vivir!

Dave cerró la puerta.

No tragaba a Tribuno Egea y durante días tuvo que soportar que Cristina se riera de todo lo que decía él; su hermana y el novio de su madre hablaban tanto de patinaje como de ballet, siempre estaban de acuerdo, él aceptaba el punto de vista de la niña, la escuchaba.

Lo que su padre real nunca hizo.

Dave se callaba, comía y se iba sin mirarlo. Odiaba que su madre los obligara a comer juntos si no se habían criado así.

Un día, después de que Cristina hubiese resumido su mañana en el instituto, Tribuno se giró a Dave y le preguntó por su día.

Dave no lo miró.

—No te importa —murmuró, paseando el tenedor por los macarrones.

Egea se rio, como siempre.

—A ti te educaron a medias, ¿verdad?

Fue una especie de indirecta que logró calentar al muchacho.

—Y una mierda. A mí me educó mi madre —replicó el chico— porque a mi padre se le hizo tarde.

—Para cambiar nunca es tarde.

Fue Dave quien se tuvo que callar.

・❥・

El sábado, Dave se quedó en su habitación como siempre mientras que su madre llevó a Cristina de compras y a inscribirla en clases de ballet.

Gracias a que Tribuno Egea trabajaba también los fines de semana, la economía de la casa había dejado de ser un preocupación.

Un par de horas después, la niña subió loca de contenta y con más de diez bolsas en las manos al cuarto de su hermano.

—¡Sal de aquí! —gritó él cuando Cristina entró a punto de tropezar y matarse.

—¡Mira lo que he comprado!

Sacó presurosa cada blusa, sudadera y vaquero, y dejó las prendas una a una sobre la cama de Dave.

Entusiasmada, le dijo que nunca había comprado tanto en su vida y Dave ni siquiera entendió de qué marcas de ropa le hablaba.

—Vale, ya lo he visto, vete.

Cristina, tan feliz hacía unos segundos, no pudo evitar cambiar el semblante.

—Solo quería enseñártelo —murmuró, bajando la cabeza, y lentamente empezó a recoger.

Dave respiró por la nariz con fuerza.

—¿Para qué, Cris? ¿Quieres que vea cuánto dinero tiene ese tío?

—Quiero que veas que está pendiente, tonto —respondió su hermana, brusca—. ¿Alguna vez me ha comprado papá ropa? ¿Sabía si me hacía falta? ¿Y tenis para ti? Siempre los tenías rotos y él nunca se daba cuenta. ¡Así que ahí tienes!

De malos modos arrojó la caja de zapatillas de deporte sobre la cama y Dave se mantuvo rígido. La sangre se le había puesto mala de pensar en su padre.

—Sal de aquí, Cris.

Cristina agarró sus cosas y se marchó, molesta.

Su hermano se quedó contemplando fijamente el cartón con el símbolo de Adidas.

Cristina había hablado demasiado rápido, pero comprendió que las había comprado con el dinero de Egea, así que no las usaría. Las lanzó bajo la cama y pegó la espalda a la pared.

Se le daba bien hacer sentir mal a los demás. Igual de mal que su padre le hizo sentir al irse.

・❥・

—Tu madre se casa, ¿no?

Dave no estaba de humor para las preguntas de Álvaro.

Era una fría mañana a finales de febrero y los tres estaban apoyados contra una de las viejas paredes del patio de recreo; sin decir nada, sus amigos ya se habían enterado de la noticia.

Hacía dos semanas que Egea vivía con ellos y Dave ya se había hecho a la idea de que no se iría.

—Va al gimnasio en frente de mi casa —advirtió Álvaro con su cínica sonrisa— y te juro que puede romperte el cuello de una hostia. Ese tío no pega, rey: destroza.

—A mí no me toca ni mi padre —repuso Dave.

—Al menos vas a tener un padre y no un violador en tu casa —soltó Álvaro, y Dave se mordió los labios.

Álvaro nunca le había contado qué había pasado con su padre. Dave tan solo sabía que su amigo vivía con su abuela porque su madre se partía la espalda trabajando en Marruecos.

—Sé listo y llévate bien con él —aconsejó Sergio antes de morder su sándwich—. Tiene dinero y a tu vieja feliz.

—Hazle caso —se volvió Álvaro a Dave—. En esta vida, o comes o te comen.

Dave apoyó la espalda contra el muro. Sus amigos no lo entendían: él era el hombre de la casa, o eso se creía, porque en realidad había un chiquillo estúpido muriéndose por vivir detrás de las murallas que él mismo había construido.

No resistiría.

Una parte de Dave esperaba que su madre no volviese a casarse, igual que sucedió con Óscar.

Sin embargo, a finales de mes, su madre ya le había comprado un vestido a Cristina para la ceremonia.

Dave no era consciente de los planes de su madre hasta una fría noche de febrero, cuando bajó a la cocina a calentarse una taza de leche y se encontró que Cristina estaba en el sofá de la sala hablando del vestido de novia con su madre y su novio.

Enojado, azotó la puerta del microondas y se marchó a su dormitorio

Le ahogaba no poder impedir el matrimonio.

No confiaba en nadie desde que su padre los dejó: era un riesgo que le aterraba correr. Y ese pánico lo consumía.

Aquella mañana cuando Álvaro le preguntó si su madre se casaba, declaró que, de celebrarse la boda, él no iría.

—Mi madre es capaz de echarme ella misma de la casa si le digo que no quiero ir —admitió.

Le daba igual que fuese el día más importante en la vida de su madre.

No estaba de acuerdo con ese matrimonio ni aprobaba a Egea. De ser necesario, lo sacaría a patadas de la casa.

—¿Dónde se casan? —preguntó Sergio.

—En San Juan de Dios —respondió Dave—, pero no entraré. Saldré corriendo si hace falta.

—Háblame cuando te escapes —resolvió Sergio— y voy en bici a por ti.

—Tienes que saber cuándo puedes salirte con la tuya y cuándo no —intervino Álvaro, que llevaba un rato callado, meditando el plan de Dave—. Si eres suficientemente listo, puedes fingir que el tío de cae bien desde ahora.

Dave apretó los labios. No entendía en qué le beneficiaría.

Para sus amigos, en cambio, sería más divertido así: solo debía reírse de sus bromas, dirigirle la palabra, darle un codazo de vez en cuando.

—No soy maricón, tío.

—No es ser maricón, es fingir —replicó Álvaro—, porque si sigues tratándolo como hasta ahora, a tu vieja no le harás tanto daño al joderle la boda. Y ella te hizo daño a ti, ¿verdad? Se lo merece.

Dave sopló, resignado.

Si así podía causar más dolor, lo haría.

Empezó saludando a Egea cuando llegó del trabajo y todos se sentaron a comer.

Su madre había hecho croquetas y patatas fritas, y él se lo comió todo. Soportó a Cristina hablar como cotorra sobre su día, pese a ser más aburrido que el de Dave, y cuando la muchacha pidió agua, él abrió la boca:

—Voy a... —Dave buscó en su cerebro algún archivo de las últimas semanas que lo rescatase, pero llevaba tanto tiempo sin socializar que tuvo que inventárselo— quedar con Sergio y Álvaro. Pronto.

Lo dijo sin darle importancia, como si le hubiesen preguntado la hora.

—¿Para qué? —preguntó su madre, extrañada.

—Echar un partido.

Aquella respuesta la desubicó.

—Creía que ya no te gustaba —protestó.

—Porque juego fatal.

—¿Acaso tienes amigos? —inquirió Egea por fin; tenso, Dave clavó los ojos castaños en aquellos pardos.

No sabía si lo preguntaba para provocarlo o por pura curiosidad, de forma que tomó aire lentamente.

—Sí, aunque no sé cómo.

Después de comer, Dave se encerró en su habitación a deliberar cómo acercarse a Egea sin verse sospechosamente desesperado.

El ayuntamiento tardaría bastante en informarles sobre el acta de matrimonio, así que le sobraba tiempo para cambiar su actitud paulatinamente.

Rebuscó en su mochila y halló su libreta naranja de matemáticas: simple.

Sacó los apuntes y, por primera vez en todo el curso, se sentó en la cama a hacer ecuaciones de segundo grado. Luego bajó al salón.

Su madre estaba viendo la televisión sola. Estaba preguntándose si valdría la pena siquiera intentarlo cuando oyó la nevera cerrarse.

—¿Qué buscas?

El muchacho se volvió hacia la cocina.

Aquel hombre tan corpulento, con un jersey ajustado a cada parte de su torso, acababa de abrir una lata de cerveza diminuta en su mano.

Entreabrió los labios, pero no salió ninguna palabra.

Tardó un minuto en darse cuenta de que había venido a presentarle la tarea, así que le tendió el cuaderno sin cuidado alguno.

—No sé si está bien.

Qué falso, se dijo, se iba a dar cuenta.

Lo observó dejar la lata en el mostrador de la cocina y tomar las hojas como si supiera de matemáticas, pero un nivel de secundaria no lo tenía un culturista que dejó la ESO para tomar suplementos, monitorear un gimnasio y cobrar dos mil euros por pasearse entre los estantes del supermercado.

Dave lo miraba de reojo, inseguro.

Egea era guapo, como todos los anteriores hombres que habían pisado la casa, pero había algo distinto en este.

Egea había consentido a Cristina desde el primer día, tenía sentido del humor y, aunque la gente en el supermercado lo sacara de sus casillas, era capaz de controlarse en casa por respeto a su madre.

—¿Vas a ser ingeniero? —le preguntó de repente, y Dave arrugó el entrecejo.

—No, ¿por qué?

—Porque esto es ingeniería aeronáutica. —Egea le devolvió el cuaderno con tal sequedad que a Dave le alcanzó una ola de arena—. No pierdas el tiempo haciendo algo que no te servirá de nada en la vida. Métete a un gimnasio o a bombero, que no necesitarás matemáticas.

Le dio una palmada en el hombro y tomó su cerveza antes de irse de la cocina.

Dave se quedó allí, quieto; sabía que había hecho las actividades mal, pero en ese momento se preguntó si aquel hombre tenía razón.

Si le serviría de algo estudiar.

Si servía de algo vivir.

・❥・

Durante el transcurso de los días, el espíritu triunfante de Dave fue decayendo. Llegaba de la escuela a casa para escuchar a Egea hablarles de su trabajo, interrumpía a su hermana un par de veces, se terminaba su plato y hacía la tarea de vez en cuando para que se la revisase.

Estaba reviviendo lo que había hecho algunas veces con su verdadero padre, aunque le repitiese hasta la saciedad que tenía sueño.

Su recompensa fue engañar a su hermana.

—¿Te cae bien el novio de mamá? —le preguntó Cristina una noche, parados frente al dormitorio de la niña.

Se había puesto pesada para que Dave le pegase una pegatina con su nombre en la puerta, ya que ella no era suficientemente alta.

Él volvió a pasar la mano por las relucientes letras negras para evitar burbujas.

—No me cae mal —dijo.

—Se casan el once de marzo.

Dave tragó fuerte y Cristina esperó en silencio, incapaz de ver la piedra atascada en su garganta. Parecía haberlo dicho para ver la reacción de su hermano.

—En San Juan de Dios, ¿verdad?

—Sí. Mamá quiere que tú vayas con los hombres porque nosotras llegaremos más tarde. ¿No te hace ilusión? ¡Es la primera boda a la que vamos!

Dave no se inmutó. Simplemente asintió, como si no tuviese importancia, y regresó a su cuarto a informar a sus amigos.

El día no quedaba tan lejos.

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