𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)

By _arazely_

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DISPONIBLE EN FÍSICO Y KINDLE «Dave creció creyendo que el amor era dolor. Nunca imaginó que la persona que m... More

¡YA EN FÍSICO!
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Booktrailer
· d e d i c a t o r i a ·
1. Dave
2. Por su culpa
3. Casualidad
5. Otro corazón roto
6. Egea
7. Un mal sueño
8. En los huesos
9. Mientras ella no estaba
10. Enfrentar los recuerdos
11. Ángel guardián
12. Pasado, presente, futuro
13. En el mismo infierno
14. Escala de grises
15. El vacío del dolor
16. Venganza
17. Habitación 216
18. Y si fuera ella
19. Volver a casa
20. Entonces lo entendió
Extra 1
21. El fin de la guerra
22. Miedo
23. De cero
24. Escapar
25. Condenado
26. En las buenas y en las malas
27. En el ojo de la tormenta
28. Cuando la esperanza muere
29. Perdóname
30. Pausar la vida
Extra 2
31. Correr el riesgo
Extra 3
32. Hasta cuándo
33. Por siempre. FINAL
AGRADECIMIENTOS
IMPORTANTE
Especial 50K

4. Un problema personal

3.8K 361 441
By _arazely_

Cuando Dave se despertó por el estridente tono de llamada, su hermana ya había salido. Estiró el brazo hasta alcanza el móvil del suelo y lo desconectó del cargador sin cuidado.

—¿Qué quieres, Sergio? —preguntó ronco.

—Te he escrito diecisiete mensajes y no me contestas.

Dave se frotó los ojos, todavía cansado. Se había logrado dormir a las dos de la mañana a causa del frío y la preocupación.

Le costaba conciliar el sueño desde hacía cinco años, cuando su padre se fue de la casa.

—Estoy en el parque con Álvaro —oyó que Sergio proseguía— y Santos se está comiendo a tu hermana.

—¿Qué?

Dave se incorporó de golpe en la cama, retiró la manta y se colocó como pudo su gorro de invierno con una sola mano.

A pesar del cansancio y la somnolencia, bajó torpemente la escalera para revisar rápidamente la cocina; se sorbió la nariz y revisó el cuarto de su hermana.

Cristina no estaba.

—¿Qué hace con él? —preguntó, molesto.

—Querrá tener la reputación de tu madre.

—Cállate, imbécil —le soltó enérgico—. Dime dónde estás, que voy a arrancarle un brazo o dos a...

—Relájate, Dave. Solo quería que lo supieras. Tu hermanita se cree que sabe con quién se está metiendo, pero no tiene ni idea de cómo juega Santos.

Dave se calló. En ese momento, una parte de él tuvo miedo.

Porque Sergio tenía razón.

Colgó la llamada, subió las escaleras y entró al baño.

Apoyado en el lavabo, se miró el arañazo del pómulo. Ya era solamente una diminuta cicatriz bajo el ojo.

Ahí frenó para pensar en Cristina.

Su hermana le había dicho muchas veces que su amiga Merche lo consideraba guapo. Pero nunca lo habían piropeado a la cara.

Tomó aire y agachó la cabeza. Era serio, como su padre. Escondía su cabello castaño por él, porque odiaba que su madre lo comparase, que le recordara que tenía sus mismos defectos. Que era un inútil, un flojo, lento para pensar.

No se lo decía directamente, pero se lo hacía sentir cada vez que apuntaba que era solo un niño.

Ahora su madre había elegido a Óscar. Entre él y Dave siempre había tensión, porque el otro lo miraba por encima del hombro y se burlaba de él.

Dave lo soportaba por su hermana, porque prefería ser él el blanco a que molestara a Cristina.

Su madre llegó sobre las doce de la compra y preparó pasta; una hora después, su hermana regresó a casa.

Dave y ella comieron a las dos, porque sabían el novio de su madre llegaría a las tres y preferían evitarlo.

—¿Y esa chaqueta? —preguntó Dave, que notó de repente la cazadora negra de su hermana.

—Me la ha regalado Merche —contestó ella con una sonrisa tan amplia que cualquiera la habría creído—. ¿Te gusta?

—Parece de tío.

Cristina chasqueó la lengua. Su sonrisa se había disuelto de pronto en una mueca de disgusto.

Se levantó para dejar el plato en el fregadero y dirigirse a la escalera; él, que aún no había terminado, se olvidó de la comida y la siguió, llamándola.

Y al llegar al piso superior, antes de que su hermana entrase al baño, se lo dijo claro y sin preámbulos:

—Andas con Santos, ¿verdad?

Cristina se paralizó bajo el marco de la puerta del baño, de espaldas a Dave, y contuvo la respiración. El corazón se le había volcado.

—¿Quién?

Dave rodó los ojos.

—Tu niñero.

—¡No le llames así! —se enojó Cristina, girándose. Había palidecido, pero la furia comenzaba a teñir de rojo sus mejillas—. Es mi novio, ¿vale? Llevamos un mes y...

—No jodas, Cris. Tienes trece años y ese tío es mayor de edad —replicó él—. Deja de jugar.

—No estoy jugando, imbécil.

—Lo conozco desde primero y sabes perfectamente que me revienta. ¿Quieres que le rompa la cara?

—¡Atrévete! —lo retó Cristina, que alzó la mano para mostrarle su dedo anular. Dave tardó un minuto en darse cuenta que quería mostrarle el brillante anillo de plata, que de hecho lo confundió más—. Va a meterse al ejército después de Bachillerato y yo me iré con él.

—¿Qué mierda dices, Cris? ¡Ese tío no te quiere!

—¡El que no me quiere eres tú! —exclamó Cristina, exasperada, y un puñal invisible se hundió en el vientre de Dave. Ver los ojos verdes de su hermana centellear lo desmontaba—. Para ti no existo, no me haces caso, nunca me ayudas, me hablas lo justo, estás siempre pendiente de ti... ¡No te importo!

Dave se había helado.

Incapaz de reaccionar por el enorme nudo que le hinchó la garganta, contempló los hilos de lágrimas rodar por la carita de su hermana hasta gotear.

Dolía como cortes en el alma.

—¡Y él me trata bien! —lloró Cristina—. ¡Él sí me escucha, me dice que valgo! Yo quiero un hombre así conmigo. Y quería que fueras tú ese hombre, pero tú no quieres serlo. ¡Así que déjame elegir por una vez en mi vida con quién estar!

Le cerró la puerta del baño en la cara y Dave la escuchó sollozar con fuerza. Estaba tan aturdido que no pudo hacer más que meterse a su dormitorio, insultándose mentalmente. Sintió sus mejillas vibrar.

・❥・

Aquella noche no cenó. Prefería pasar hambre a encarar a Cristina en la cocina.

Cristina estaba enamorada, pero Dave era consciente de que Ciro no cambiaría por una chica. No era ese tipo de chico y Dave lo sabía porque él tampoco lo era.

Ciro Santos tenía el cabello negro y unas zapatillas Nike que Dave envidiaba. Cuando chocaban miradas, una repentina ola de calor hervía la sangre en las venas de Dave.

Dave no recordaba cuándo se dividieron la escuela, pero durante al menos tres años, él había estado con sus chicos en el área inferior, donde estaba la araucaria rodeada por un murito, mientras que Ciro Santos y los suyos se quedaban en el área superior, ocupada por la cancha de fútbol y el jardín.

El lunes se cruzaron, pero se controló para no arrancarle un brazo. Apretó los puños dentro de los bolsillos de la sudadera y pasó de largo, sosteniendo los ojos oscuros de Ciro.

Más que odio, le tenía rabia.

Porque Ciro Santos Monreal era el problema que no quería que su hermana tuviera.

Era el tipo de chico que pintarrajeaba muros, robaba bicicletas, consumía cocaína y había apuñalado a un guardia civil (o eso se decía, pues nunca le imputaron cargos).

Ciro odiaba al gobierno y a la policía. Y en cuanto supo de quién era hijo Dave, las chispas entre ellos saltaron.

Ese lunes, mientras se encaminaban los chicos de Dave y él a su esquina favorita, donde hablaban de jugar fútbol, vio el muchacho a Jill, la chica que le había hablado durante la clase de gimnasia el jueves anterior. Y le pareció distinta.

Con vaqueros, botines marrones y un abrigo crudo, se veía diferente. Y a Dave le gustó.

La claridad de sus ojos grises lo desubicaron un segundo; luego se percató de que ella le había sonreído sin mostrar los dientes.

Dave hizo un gesto con la cabeza.

・❥・

El martes, su aula y 4ºA coincidieron de nuevo en la clase de gimnasia antes del recreo. Esta vez, en lugar de buscar con la mirada a Claudia Molina, trató de divisar a la chica de ojos grises entre las niñas. Y al voltear a la izquierda, la encontró.

Estaba sentada en el mismo escalón, a unos metros de él. La analizó de arriba abajo: vestía el mismo jersey negro y el chándal gris, y su cabello canela caía perfectamente planchado sobre sus hombros.

Jill vio a Dave de reojo y le sonrió.

—¿Quieres?

Le ofreció de su paquete de Oreos. Entonces Dave se movió hasta ella y tomó una galleta. Después se limitaron a observar el partido de fútbol de los chicos de 4°B.

—¿Crees que la gente puede cambiar?

Dave se giró a ella con extrañeza, sin saber a qué se refería. La muchacha no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, lo confundía.

—¿Por qué lo dices?

—Cuando pasan cosas malas, las personas cambian. La mayoría se vuelve más humana, pero otros dejan de serlo.

Dave se encogió de hombros.

—Entonces todo el mundo cambia.

—Pero... ¿es una persona capaz de acostumbrarse tanto a que le pasen cosas malas que deje de ser humano?

—No te entiendo.

Se miraron y, por un momento, a él le pareció ver desolación en sus ojos, como si una terrible tragedia estuviese a punto de suceder y solo ella pudiese verla.

La chica entreabrió los labios, pero él se le adelantó:

—Por si no sabías, estoy siempre en Jefatura de Estudios —dijo fríamente—. Todos los profes se quejan de mí, estoy seguro de que sabes quién soy. Y seguramente conoces a Ciro Santos, que también vive allí. Viste de marca, tiene seis hermanos, su padre está en la cárcel...

—¿A qué viene todo esto?

—A que ese tío no va a cambiar ni aunque pase veinticuatro horas al día con mi hermana, que es la Virgen encarnada.

El juego de preguntas filosóficas lo había cansado al punto de forzarlo a presentarle su vida a la muchacha.

Le punzaba el corazón de pensar que Ciro mezclaba saliva con su hermana, pero le apuñaló que le hubiese regalado un anillo de compromiso.

—Los tíos como él no cambian —repitió Dave, enojado—. Me da igual que su padre esté en la cárcel y sus hermanos le hayan hecho mil cosas horribles en la vida. Es un cabrón y siempre lo será.

Tragó saliva para relajarse. Los ojos le resplandecían cuando hablaba de Ciro porque el odio corría por sus venas.

No quitó la vista de ella hasta que la vio bajar la suya y asentir débilmente.

—¿Está saliendo con tu hermana? —preguntó ella suavemente.

Dave apretó la mandíbula. Tenía miedo de confiar en ella. No quería descubrir el corazón que su padre dejó en ruinas.

—Sí —admitió entre dientes—, y tiene trece años.

—Pero tu hermana es buena persona.

—Por eso le hacen daño.

Jill se calló. Al final Dave respiró hondo y, vuelta la vista al frente, se crujió los nudillos.

—Está con ella para joderme, porque sabe que mi hermana es lo que más quiero en este mundo.

Pero no era solo Cristina quien le preocupaba.

Después del recreo y de cuarta clase, el profesor de matemáticas llamó a Dave aparte y le dijo que no tendría posibilidades de aprobar el trimestre. Le ofreció la posibilidad de ayudarlo si aprobaba el siguiente examen, pero Dave era consciente de que no aprobaría.

La profesora de inglés le dijo lo mismo. Y Dave, aunque no lo demostró, se sintió humillado.

Lo consideraban un inútil e incompetente. Por eso le ofrecían ayuda.

Sergio le sugirió hablar con la jefa de estudios.

—Esa mujer hace cualquier cosa por ti de lástima que das.

—No te he pedido que me arregles la vida —replicó Dave.

Álvaro, que estaba con ellos, arqueó las cejas.

—Tú no tienes vida.

Y Dave sonrió. No lo admitiría, pero no se sentía vivo. Simplemente tiraba.

・❥・

Aquella tarde, tirado en su colchón, recorrió con la vista las grietas del techo blanco, preguntándose si hacer la tarea de inglés valdría la pena.

No se había decidido cuando unos rápidos golpecitos tocaron a su puerta.

Supuso que sería su madre, pese a que no la había oído llegar, porque Cristina no le hablaba.

—Déjame en paz —bufó.

—Somos nosotros, imbécil.

Álvaro y Sergio.

Al instante, Dave se incorporó, quitó el pestillo y les preguntó qué hacían allí.

—Venimos a sacarte de esta jaula —respondió Álvaro, que entró con toda confianza al cuarto de Dave, metidas las manos en los bolsillos, y se sentó en la cama—. No tienes nada interesante aquí.

—Vete al infierno, tío.

Álvaro se rio.

—De allí vengo, rey.

Dave hizo una mueca.

—No quiero salir. Estoy bien aquí.

—No mientas.

Álvaro llamó a Sergio, que revisaba de pie el escritorio y el armario de la esquina como si esperase encontrar algo más que polvo, y sugirió ir al desfiladero.

Dave, de pie, dirigió sus cansados ojos cafés a los verdes de Álvaro.

Álvaro era el más flaco de los tres; Sergio, en cambio, tenía piernas de luchador de artes marciales y el pelo cortado a lo militar, tan oscuro como sus ojos almendrados. También era el más popular con las chicas y el único de los tres con novia.

Tras años sin salir juntos, ya que Dave detestaba ser visto, se encontró siendo arrastrado por sus amigos escaleras abajo.

Ignoraron a Cristina, que comía Nutella en la cocina, y subieron hacia el cementerio.

Dave los insultó todo el camino hasta que Álvaro dijo que había aprobado matemáticas, igual que Sergio. Él, por desgracia, suspendería al menos cuatro asignaturas, incluso cuando sus amigos lo habían ayudado a copiar.

—La de inglés te la pasará si le entregas la conjugación de verbos —resolvió Sergio—. Copia la mía. Y dile a la jefa de estudios que hable con la tutora para aprobarte este trimestre, que el que viene te esforzarás más.

—Si no hablas con ella, te llevarán a Jefatura otra vez —dijo Álvaro, volviéndose a Dave—. Me dijiste que no querías hacer sufrir más a tu vieja.

Dave apretó los labios secos. Era cierto, pero estaba tan ensimismado que se cuestionó si esforzarse valdría la pena.

—Dile a tu amiga que te ayude —dijo Álvaro, y Dave, hasta entonces callado, torció la cara en desconcierto.

—¿Marta?

—No, la nueva. Jill.

Dave frunció el ceño.

—¿Cómo sabes tú eso?

—Te pasas la clase de gimnasia hablando con ella —observó—. Además, la he visto por el instituto. Tiene buenos apuntes.

—No voy a pedirle nada —zanjó Dave la conversación.

Le enojaba la sola idea de imaginarse tragándose el orgullo para pedir ayuda.

Resignado, Álvaro se encogió de hombros.

Estaban en Los Callados, el desfiladero en lo alto del cementerio, desde donde se veía el vasto mar, infinito, y la orilla de la playa, bajo el atardecer; habían tardado una hora en subir desde casa de Dave hasta el cementerio y continuar la cuesta hasta la carretera principal, que llevaba a la frontera y al aeropuerto.

En la primera curva de la carretera se desviaron hacia el desfiladero.

En Los Callados se habían suicidado demasiadas personas, ya que, aun con la comandancia militar a un lado y la de la guardia civil al otro, no había vallas de seguridad ni límites precintados.

Dave se había sentado en una roca lisa, desde donde observaba las olas encallarse contra los pedruscos en una monstruosa obra de arte desgastada al pie del Mediterráneo, junto a Sergio, que se colocó por delante.

Álvaro permanecía de pie, con el sol tiñendo de dorado su revuelto y abundante cabello.

Ahí, Dave dejó de pensar en sí mismo para darse cuenta de que en verdad les importaba.

Les prometió que hablaría con la jefa de estudios de ser necesario, pero se arrepintió cuando, al día siguiente, a la hora del recreo, se vio empujado por Álvaro hacia el murito alrededor de la araucaria del patio inferior.

—¡Ni de coña! —gritó, resistiéndose a la fuerza con que Álvaro lo jalaba, porque su amigo le señaló que, sentada en el murito, estaba Jill, la chica del cabello canela.

—¡Deja las gilipolleces y dile que te apruebe las matemáticas!

Le dieron un violento empujón antes de dejarlo solo. Estarían arriba, cerca de las fuentes del patio superior, para cuando finalizase la conversación.

A Dave no le quedó más remedio que ajustarse el gorro de invierno a la cabeza, hundir las manos en los bolsillos de la chaqueta blanca y encaminarse hacia la chica, que ya lo había visto.

Jill, que estaba comiendo Oreos, le sonrió. Llevaba su abrigo crudo y, al ver su cabello canela perfectamente planchado, Dave se preguntó si sería tan suave como parecía.

La muchacha le tendió el paquete de galletas y él tomó una.

—¿Estás esperando a alguien? —preguntó, pero ella se hizo a un lado, invitándolo a sentarse.

Dave se acomodó en silencio, sin saber cómo iniciar la conversación.

Hacía tanto tiempo que no entablaba conversaciones nuevas que se le aceleraba el corazón de pensar que debía articular palabras. Sus chicos eran su zona de confort.

—Supongo que has estado ocupado —dijo ella dulcemente—. Te he visto mucho con tus amigos.

Dave asintió, tragando saliva.

—Conozco... a Álvaro desde primero —explicó en voz baja, sin quitar la vista de sus nudillos—. Él conocía a Sergio por el fútbol.

Le explicó brevemente que habían repetido año juntos y, poco a poco, se inclinó hacia delante, hincados los codos en las rodillas, para hablarle de sus chicos, de cómo se burlaban los unos de los otros y se defendían a muerte de los otros.

Como Jill le escuchaba pacientemente, él bajó la guardia. Cuando veía sus ojos grises, no veía en ella mentira ni malas intenciones, ni ingenuidad.

Era distinta a Marta. Marta solo le ayudaba a escribir comentarios, le hacía resúmenes para Historia y le traía hielo si sufría esguinces en Educación Física.

—Son unos cabrones —continuó él, refiriéndose a Álvaro y Sergio—, pero los mejores.

Habría seguido si en ese momento no hubiese girado la cabeza, pues vio bajar del patio superior a Ciro Santos, con cazadora y un vaquero negro ajustado.

La brisa fría de invierno le había despejado los mechones rebeldes de la frente; en el fino rostro de Ciro había marcas que indicaban cansancio.

Sus miradas se encontraron. Dave endureció sus facciones; Ciro fijó sus ojos una milésima de segundo sobre la chica.

Y ahí Dave supo que tenía que irse.

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