𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)

By _arazely_

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DISPONIBLE EN FÍSICO Y KINDLE «Dave creció creyendo que el amor era dolor. Nunca imaginó que la persona que m... More

¡YA EN FÍSICO!
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Booktrailer
· d e d i c a t o r i a ·
1. Dave
3. Casualidad
4. Un problema personal
5. Otro corazón roto
6. Egea
7. Un mal sueño
8. En los huesos
9. Mientras ella no estaba
10. Enfrentar los recuerdos
11. Ángel guardián
12. Pasado, presente, futuro
13. En el mismo infierno
14. Escala de grises
15. El vacío del dolor
16. Venganza
17. Habitación 216
18. Y si fuera ella
19. Volver a casa
20. Entonces lo entendió
Extra 1
21. El fin de la guerra
22. Miedo
23. De cero
24. Escapar
25. Condenado
26. En las buenas y en las malas
27. En el ojo de la tormenta
28. Cuando la esperanza muere
29. Perdóname
30. Pausar la vida
Extra 2
31. Correr el riesgo
Extra 3
32. Hasta cuándo
33. Por siempre. FINAL
AGRADECIMIENTOS
IMPORTANTE
Especial 50K

2. Por su culpa

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By _arazely_

Ciro Santos Monreal se creía peligroso, misterioso e inexplicablemente atrayente. Surtía efecto, porque todas las niñas se le acercaban, creyéndose capaces de reparar a un chico malo.

Tenía dos años más que Dave y medía diez centímetros más, pero Dave no le tenía miedo. Por desgracia, nunca había tenido la oportunidad de llegar a las manos con Ciro Santos porque siempre estaba rodeado. Además, de haber querido pelearse, habría necesitado no solo a Sergio, sino también a Álvaro.

Álvaro Valencias era el otro amigo en el que más confiaba, el que lo defendió en su primer año de secundaria de los matones de la escuela, que lo ayudaba a copiar e incluso había repetido a propósito cuarto de la ESO para que Dave no estuviera solo.

Si había alguien a quien le debía su reputación, era a Álvaro.

Dave agarró sus auriculares. Quería olvidarse de su hermana y de la escuela.

Se dejó caer sobre el colchón y, con sus propios pies, se quitó las deportivas, las únicas que tenía. Se las había regalado Álvaro, que no tenía dinero para comprarle unas nuevas, de modo que le dio unas suyas hacía dos años.

Y aunque Dave hubiera crecido, no se quejaba de que le quedaban pequeñas porque su madre necesitaba pagar el alquiler de la casa. Nunca sobraba para zapatillas o ropa nuevas.

La manutención no bastaba. O quizá su madre no sabía organizar el dinero.

Dave no quería cuestionarlo.

Hasta las siete no se dio cuenta que su madre había vuelto. El muchacho, que se había quedado dormido mientras la estruendosa base de Simple Plan se filtraba en su cabeza a través de los auriculares, despertó gracias al olor de comida.

Su madre estaba sofriendo verduras, y aunque él las detestaba, se movió hasta la cocina para verlo con sus propios ojos.

—¿Estás cocinando? —preguntó, sorprendido.

Su madre se apartó el delgado flequillo de la cara con el dorso de la mano y lo miró.

—Sí, ¿por qué? —respondió desganada—. Tengo tiempo. Mañana iré a buscar trabajo otra vez.

Dave no supo qué decir. Su madre no solo había terminado con su última pareja, sino que también había finalizado el contrato en la cafetería.

Hacía meses que Dave no escuchaba el aceite freír, ni el crujido del tocino al saltar en la sartén, ni olía pan tostado. Lo único que comía eran patatas fritas de bolsa, pizza y fideos instantáneos.

—Agarra un plato —le dijo ella sin mirarlo—. No eres manco para que siempre te sirva yo.

Dave, sin despegar los labios, abrió la alacena y tomó un plato.

—¿Dónde está Cristina? —preguntó su madre.

—Con Merche —mintió él.

No tenía por qué cubrirla, pero Dave no quería añadir otra preocupación más al estrés de su madre.

—Ojalá salieras tú también —dijo de pronto su madre, y Dave frunció el ceño—. Estoy harta de que te encierres y te quejes de todo como tu padre. Eres demasiado joven para ser tan maniático.

—No quiero salir —protestó él, que se había perdido en la primera frase.

—No quieres nada —combatió ella, mirándolo a los ojos—: ni estudiar, ni trabajar, ni nada. ¿Pretendes vivir en casa toda la vida, como un mantenido? No pienso pagarte Bachillerato para que lo desperdicies. Si vuelves a repetir curso, te sacaré del instituto y te pondré a trabajar. ¿O quieres que te mande con el inútil de tu padre?

Dave negó rápidamente. Tomó su plato tras servirse la cena y subió a su cuarto. Deseó que su hermana estuviera en casa.

Cristina había sido la más rápida en superar el divorcio de sus padres. Para Dave aún era un recuerdo fresco: el de su hermana llorando en la escalera y su madre desgarrándose el alma junto a la ventana del comedor.

Ese día hubiera dado todo por haber sido la persona fuerte que las levantaría, pero se encerró en su cuarto sin derramar una sola lágrima y pretendió que nada había pasado. En ese entonces tenía once años.

Se acordaba de su padre cada vez que veía los coches patrulla, por lo que evitaba salir y escuchaba música cuando las sirenas cruzaban la calle.

Su padre había sido un hipócrita. Decía querer servir a los demás y a Dios, pero cuando llegaba a casa, estaba demasiado cansado como para pasar tiempo con su familia.

La única vez que recordaba Dave fue cuando le enseñó a hacer un avión de papel. El resto del tiempo su padre dormía o veía partidos de fútbol repetidos. Había pasado muchas Navidades y Semanas Santas fuera de casa, y muchos cumpleaños patrullando.

Su padre había jurado lealtad, entrega y servicio a los desconocidos, con niños de otros padres y mujeres que no eran su esposa.

En casa había vivido un hombre agotado que prefería dormir a llevar a sus hijos al colegio, que trabajaba en Nochebuena y que un día decidió volverse religioso.

A partir de ese día, las discusiones en casa se hicieron rutina. Si no era respecto a finanzas, era a causa de las escuelas públicas. Hasta que un día cualquiera su padre se fue.

Entonces Dave se dio cuenta que, para su padre, él nunca fue suficiente.

・❥・

El martes, cuando Dave regresó del instituto, el olor a masa caliente y orégano lo golpeó al entrar a la casa. Su madre, que estaba revisando el horno, se giró para sonreírle.

—¿No vienes con Cristina?

—Ella ya se sabe el camino. —Resoplando, dejó la mochila deshilachada sobre la mesa del comedor y hundió las manos en los bolsillos de su sudadera gris—. ¿Has encontrado trabajo?

—Algo mucho mejor —respondió ella, radiante de alegría, y Dave arqueó una ceja—. Te lo diré cuando llegue Cristina.

En lo que terminaban de cocerse las pizzas, Dave subió a su dormitorio a colocarse los auriculares y escuchar por lo menos una canción que lo aislara de sus pensamientos. Sentado en la cama, apoyó la espalda contra la pared y plegó las rodillas.

Su madre no se había dado cuenta de la herida en su labio y el rasguño en la mejilla.

Había tenido que romperle la cara a uno de los amigos de Ciro, pero su madre no se preocupaba.

No le importaba.

Álvaro Valencias había grabado la pelea mientras Sergio le gritaba a Dave movimientos desde la derecha. Ninguno ganó porque Álvaro y dos chicos más los separaron.

Se rociaron a insultos; luego, Sergio recogió la mochila de Dave, la multitud se disolvió y cada uno se fue a su casa.

Dave ni siquiera sabía el nombre del muchacho al que le había roto el labio.

Todo había empezado a la salida, cuando chocaron sin querer y el chico insultó a su madre. Ahí Dave perdió el control y le estrelló el puño en la cara.

Un portazo lo sobresaltó y se retiró un auricular. Su hermana debía haber llegado.

Sin embargo, en lugar de su voz, a través de las paredes oyó una voz masculina.

¿Su padre?

Los latidos de Dave se aceleraron. Imposible. Reconocería la voz de su padre incluso después de cinco años.

Estaba a punto de saltar de la cama cuando la puerta se abrió y Cristina apareció.

—¿No sabes tocar? —preguntó de malos modos.

Su hermana hizo un puchero, bajando la vista. Se retorcía inquieta la camiseta entre los dedos.

—Mamá ha vuelto con su novio —murmuró.

Los huesos de Dave parecieron volverse plomo de pronto, porque él quiso moverse y no pudo. Había sentido su corazón derramarse como agua entre sus costillas.

—¿Qué?

No era cierto. Tragó con fuerza. Una parte de él quiso preguntar con cuál de todos, pero no pudo.

—¿Es broma?

—No, tonto —se molestó Cristina, acomodándose un mechón de cabello tras la oreja—. Mamá me ha dicho que van en serio y quieren casarse.

—No.

Dave se levantó de la cama y salió del dormitorio. Echaría él mismo a la miseria que había estado aprovechándose de su madre de ser necesario. Cristina se quedó arriba, mirándolo desde lo alto de la escalera, tan nerviosa que comenzó a morderse las uñas.

—Vete de mi casa, Óscar.

Dave había llegado a la planta baja y, sin temor, se había parado delante del novio de su madre, que le sacaba una cabeza.

El hombre, riéndose, se apartó del mostrador de la cocina para mirar al chico.

—No es tu casa.

Se remangó el suéter verdoso para dejar a la vista sus tatuajes, desde la muñeca hasta el codo, y trató de esquivar a Dave, pero el muchacho le cortó el paso sin rozarlo.

—Te lo estoy pidiendo por las buenas —dijo. La sangre le burbujeaba en las palmas de las manos—. Vete, que se te da bien.

—Dave, no digas tonterías. —Su madre, que había estado ocupada sacando las pizzas del horno, intervino entonces—. No supimos llevar bien las cosas hace dos meses, pero...

—¿Otra vez este tío en casa, mamá? ¡Hace una semana tiraste sus cosas!

—No te atrevas a levantarme la voz.

Que sonara firme reventó el interior de Dave, que señaló al hombre como si fuera la maldad encarnada.

—¡Este enfermo se larga! —exclamó—. ¿Quieres que vuelva a meterse con tu hija?

—Quiero que saques las cervezas de la nevera —lo contrarió su madre, con la sangre tan fría que Dave tuvo que resistirse para no darle un puñetazo al frigorífico— y que llames a Cristina. Vamos a comer.

—No tengo hambre.

Siempre que se enfadaba contestaba así. Se volvió a las escaleras y subió tan rápido como pudo hasta su dormitorio. Cristina seguía al pie de la escalera, entre el baño y la habitación de su hermano, entrelazadas las manos frente a sus flacas piernas.

—Dave...

—¡Déjame, tonta!

Le cerró la puerta en la cara. Durante medio minuto permaneció inmóvil, pegada la frente a la puerta, esperando que el corazón dejara de palpitarle en la garganta.

No quería hombres en la casa, él era el único. Odiaba sentirse frustrado, impotente. Así que golpeó la pared con un puño y el nudillo herido volvió a sangrar.

La única razón que se le ocurría para justificar que su madre hubiera buscado a su ex era que él no bastaba. Nadie estaba orgulloso de él.

Se derrumbó agotado sobre la almohada. Ya había tratado con Óscar dos meses y sabía que solo le interesaba su madre porque, con ella, vivía bajo un techo y comía gratis. Pero una madrugada acorraló a Cristina en el salón.

Aunque Cristina detestaba a ese hombre, no era tan valiente de rebelarse contra su madre como Dave.

Su orgullo le impedía bajar a la cocina pese a los rugidos de su estómago, que empeoraban conforme las horas transcurrían.

Cuando dieron las cuatro y Cristina se marchó a patinar, Dave oyó pasos en la escalera.

Tenía solo un auricular puesto, así que se lo retiró y dirigió sus ojos a la puerta para verla abrirse. Era su madre.

—Dave, tenemos que hablar.

—No quiero.

Su madre suspiró. Con esa actitud, Dave solo conseguía empeorar los nervios de su madre, que cerró tras de sí y se colocó frente a él, cruzada de brazos.

—¿No entiendes que necesito una pareja?

Dave la observó fijamente, con incredulidad, sin apenas respirar.

—No la necesitas. Tú sola haces todo mejor.

—Sí la necesito. Y Óscar está enamorado de mí. Me quiere, me respeta y...

—Por eso se metió con Cris.

Sentado a la orilla de la cama, Dave se ajustó el gorro de invierno a la cabeza. Solo tenía tres que iba alternando cada día.

—La tenía contra la pared, mamá —le recordó, y por un instante se le atragantó el coraje—. Si no me hubiera despertado, no sé dónde habría llegado ese tío. ¡Por eso se largó con otra! ¡Porque yo lo eché! Pero tú viste lo que quisiste ver y discutiste con él porque se tiró a otra. Pero te juro que, si vuelve a rozar a Cris, lo encierro yo mismo en la perrera.

Su madre no contestó. Tan solo lo miró a los ojos, tensando el nudo en la garganta, porque nunca había visto los ojos de Dave resplandecer de ira como en aquella ocasión. Había algo que Dave odiaba y era verse de manos atadas.

—¿No me crees?

La estaba cuestionando a propósito, porque ya no sabía qué respondería. Su madre, que se había recogido el fino cabello en una coleta, se acomodó el flequillo tras la oreja.

—Claro que sí —dijo al final—. Lo que necesito que entiendas es que hemos vuelto porque no podemos vivir el uno sin el otro. Esta mañana, cuando hablamos, me dijo que no ama a la otra, que quiere casarse conmigo. Es el amor de mi vida, ¿no lo ves?

Los profundos ojos cafés de Dave se hundieron como dagas en los verdes de su madre, idénticos a los de su hermana. El rostro sin maquillar de su madre, marcado por la vida y el duro trabajo en restaurantes durante cinco años, le aseguró que lo creía de corazón.

—Siempre dices lo mismo —masculló Dave, cansado, sosteniendo aún la mirada oliva de su madre—: que elegirás mejor la próxima vez, que quieres hacer las cosas bien... y a las dos semanas, ya tienes novio nuevo. ¿Cuántos van ya? ¿Seis? En el instituto se meten conmigo por tu culpa, mamá. ¿Sabes lo que te llaman?

—No, ni me importa —lo cortó su madre, Lorena, y se echó atrás—. Nadie tiene derecho de meterse en mi vida. Además, me cuesta creer que te molesten en la escuela cuando eres tú el que se mete con todos. Esta vez es el definitivo. Vamos a casarnos.

—No mientras Cris viva aquí —replicó Dave—. Cuando yo termine la ESO y consiga trabajo, me largaré de esta casa y me llevaré a Cris conmigo. Luego haz lo que quieras.

—¿Tú quién te crees? —lo atacó, enojada—. Tienes la misma manía de dar órdenes que el inútil de tu padre.

Entonces Dave se levantó de golpe para enfrentarla.

—Aquí no va a vivir un hombre que va a hacerle daño a mi hermana.

Su madre apretó los labios, abrazada a sí misma. Hacía frío y el suéter negro que llevaba estaba demasiado viejo y gastado.

—Pues lo siento, porque así va a ser.

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