PROHIBIDO

Rierac द्वारा

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Vera ha tenido dos hombres en su vida, uno es el padre de su hija, el otro alguien en quien no debería de hab... अधिक

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25

CAPÍTULO 7

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Rierac द्वारा

—Tienes que sacar a tu hija de ese internado.

—Pero, Shelly. ¿Cómo es...

Shelly detuvo su ir y venir sobre la alfombra del salón de su casa, y se enfrentó a Vera colocando sus manos en jarras.

—¿Crees que estoy en esto por ser una perfecta inútil que se dedica a hacer lo que le mandan sin más, Vera? –sonrió sin ganas. — Te creía mucho más lista.

A Vera le temblaban las manos y un sudor frio cubría sus palmas.

—Intentas decirme que todos ellos saben de la existencia de mi hija y donde se encuentra.

Shelly, suspiró y dejó caer sus brazos a los costados. Estaba cansada de todo aquello. Había pasado demasiados años al mando y quería dejarlo, pero... Caminó hasta el sofá de estilo francés del siglo XIX y se dejó caer sin intentar ocultar su hastío.

—Ven, — le dijo palmeando el asiento a su lado. — Ahora que ya has tomado tu posición, tenemos que hablar tú y yo.

Vera le siguió en silencio, con los ojos picándole por las lágrimas que se negaba a derramar. Podía soportar cualquier cosa, al menos creía que se había preparado para ello. Cualquier cosa menos que le hicieran daño a Enya.

Shelly esperó a que tomara asiento a su lado y le pasó un brazo por encima de los hombros, en una postura tan maternal que Vera se preguntó hasta qué punto Shelly era capaz de fingir. Después de todo, era la maestra del engaño, y la había instruido muy bien.

—Ellos lo saben todo, cariño. –le susurró atrayendo hacia sí con un apretón de su brazo. — Puedo imaginarme por lo que has pasado todos estos años, intentando mantenerte alerta, y al mismo tiempo fuera de su alcance. Pero... las dos sabemos que nadie puede escapar de su radar. Y si estos años has tenido la suerte de tener un poco de paz en tu vida, sabes muy bien a quien se lo debes.

Que Shelly lo mencionara fue el detonante para que sus lágrimas comenzaran a caer, aun así, mantuvo su compostura esperando que lo que su mentora le contaba, pudiera valerle de alguna forma para seguir manteniendo a los suyos protegidos.

—Por desgracia, —Shelly la soltó y se repantigó en el respaldo del sofá, dejando su mirada perdida en la pared frente a ellas. — él ya no está para protegeros.

—¿Quieres decir que todo este tiempo, Finn estuvo amenazándoles para que nos dejaran en paz a mi hija y a mí, y que esa es la única razón por la que no me han llamado hasta ahora?

Vera se hizo la sorprendida, intentando aparentar delante de Shelly que no sabía nada sobre los contactos que Finn tenía con el Club, y esperaba poder engañarla. Manteniéndose al margen, ella cumplía con las indicaciones que él mismo le dio para intentar protegerse de represalias y también así a Enya.

—Chica lista, —le dio una palmaditas en la rodilla y se levantó del sofá caminando hasta la barra de bar de mármol de carrara que decoraba una de las esquinas. — veo que empiezas a recuperar el sentido. ¿Quieres una copa? Te vendría bien.

Shelly agitó una botella de Macallan hacia ella.

—No gracias, lo último que necesito en estos momentos es adormecer mis sentidos.

Shelly sonrió abiertamente y se sirvió un poco del licor en un vaso de cristal tallado.

—Finn, —continuó sentándose esta vez en un sillón frente a Vera— no era un hombre al que le gustase aparentar. Él era mucho más... todo, de lo que dejaba ver a los demás. Había heredado su negocio, tal y como lo ha hecho ahora su hijo, – Shelly arqueó una ceja mirando a Vera, y esta sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. "También sabían lo de Aelric". — junto con su posición. Era parte de esta sociedad antes incluso de nacer, pero eso no significaba que estuviera de acuerdo con ellos. De hecho, los ignoraba. Nunca asistía a las reuniones, ni participaba en sus intrigas. Pero sabía que, si se volvía en su contra, tendría más problemas de los que era capaz de resolver. Así que, Finn por su lado, y la sociedad por otro, decidieron que las cosas estaban bien así. Luego, Finn se casó.

Shelly agitó el líquido ambarino y dio un largo trago, pero para Vera no había pasado desapercibida la expresión de rabia que había tenido su rostro ante aquella confesión.

—Su esposa era una flor delicada. Hija de uno de los profesores de música más famosos del país, incluso dirigía la orquesta nacional. Tenían buena posición, pero no les gustaba la política. Sin embargo, ella era por naturaleza demasiado humanitaria. Creía que todo el mundo tenía derecho a las mismas cosas, y que las diferencias sociales eran una lacra que estrangulaba no solo al buen desarrollo del país, sino a la evolución humana. Intentó que su marido cambiara la política de empresa, como un ejemplo de lo que en realidad podía conseguirse si los recursos se distribuían equitativamente. Por supuesto, él no llevó a cabo tal reforma, aunque intentó contentarla haciendo algunos cambios, y eso causó un cierto desencuentro en su matrimonio. Finn tuvo muchos problemas tratando de evitar que la sociedad se hiciera cargo de ella, y hasta tuvo que enfrentarse a una acusación de traición dentro del círculo, pero consiguió que fuera desestimada. Afortunadamente para él, ella murió al dar a luz a sus gemelos, y eso terminó con los recelos y sospechas que caían sobre él, y Finn volvió a dedicarse en cuerpo y alma a su empresa.

—Pero precisamente... ¿no fue eso lo que les molestó? Ellos querían un trozo del pastel, no estaban de acuerdo con sus beneficios. – volvió a hacerse la ingenua. Quería saber hasta qué punto Shelly conocía todo lo que Finn y ella habían hecho para protegerse.

—Así es, después de todo, los cambios que había realizado para contentar a su esposa le convirtieron en líder del sector, haciendo que sus beneficios subieran como la espuma, superando con creces al resto de empresas de la competencia. Pero Finn hizo un pacto con ellos y mantuvo un justo margen dejando su propia empresa en el estancamiento, compartiendo con la Sociedad todos sus proyectos, los cuales no fueron muchos en estos años. —Shelly agitó su mano en el aire. — Hasta que su hijo se marchó y Finn perdió un poco el norte.

—¿Crees que el que su hijo desapareciera desencadenó de nuevo su carácter?

A Vera le costó mucho mantener su expresión de inocencia al recordar el remordimiento que atormentó a Finn hasta su muerte, por haber provocado que su hijo se marchara.

—Sí, es evidente que así fue. Él había mantenido los proyectos discretamente aparcados. La sociedad estaba al tanto de todos ellos, Finn cumplía su promesa, pero les llegó una filtración que decía que el proyecto solo estaba a un paso de ser aprobado. Le llamaron para desmentirlo y él los tranquilizó. Las cosas permanecieron así por unos años más, hasta que alguien les fue con el cuento de que habían creado un prototipo y que el proyecto ya estaba poniéndose a prueba.

—Fue cuando me encargaron su caso.

Shelly asintió.

—El resto ya lo conoces. Por eso te digo que saques a la niña del internado, esta gente no se toma a bien las negativas, están acostumbrados a salirse con la suya, y después de lo de hoy, no tengo que decirte que no están contentos contigo.

—Pero yo tengo las pruebas. – le respondió en un intento por defenderse.

—Sí, pero eso no les impedirá buscar la forma de llegar hasta a ti, y sin el respaldo de él, no hay nada que les impida terminar contigo. Si quieres salir bien de esta, vas a tener que usar bien tus cartas, sin dejar de lado ninguna...

—Sé lo que estás insinuando, Shelly, y no voy a meterle en esto. Finn le dejó fuera, y no voy a ser yo quien cambie eso.

—Piensa bien antes de descartar nada, Vera. ¿Y de verdad crees que él no forma parte de la Sociedad?

—No me gusta tu tono sarcástico, Shelly. Y sí, estoy segura de que no forma parte de ella, Finn se encargó de que así fuera. Me doy cuenta de que por alguna razón no te caía bien la esposa de Finn, pero tienes que admitir que, a él no parecían molestarle tanto sus ideales, después de todo.

—Ten cuidado con lo que dices, Vera. –le siseó entre dientes. — Puede que no te importe soltar algunas verdades ahora que Finn está muerto, pero... sus hijos siguen vivos.

Vera sintió como las palabras de Shelly le sobresaltaban. Parecía estar al corriente de todo.

—Tú no eres tan distinta de mí, cariño, aunque te cueste admitirlo. Las dos tenemos algunas cosas en común y aunque te extrañe, estoy dispuesta a echarte una mano, pero tendrás que tener más en cuenta mis consejos si aceptas mi ayuda.

—¿Quieres convencerme de que vas a arriesgar tu seguridad y tu posición por mí?

Shelly se encogió de hombros y se tomó el resto de su copa.

—Probablemente me siento lo bastante vieja como para darme el gusto de hacer algo por mi cuenta. Y ahora me voy a la cama, estoy demasiado cansada y mañana tengo trabajo que hacer con algunas chicas.

Shelly se levantó y caminó hacia el pasillo que llevaba a los dormitorios. Vera se quedó mirando a su espalda todavía sorprendida por lo último que le había dicho, y entonces, Shelly se volvió para preguntarle.

—¿Vas a quedarte ahí? Supongo que también te vendría bien algo de descanso. Mañana tendrás que viajar si quieres sacar a tu hija del internado.

Vera comenzó a caminar hacia el dormitorio que compartía con Giselle, sin dejar de pensar en lo que Shelly le había dicho, estaba segura de que sus palabras guardaban más de un significado, pero eso solo podía confirmarlo la propia Shelly, y no estaba segura de que fuera a hacerlo.

                                                                                              ******

Kalen llegó a su habitación todavía afectado por la forma en que su hermano y él se habían sincerado, estaba sorprendido por haber sido capaz de hablar de su... "accidente" aunque no había sido capaz de revelarle más, para él suponía un gran paso. Sabía que sus manos enguantadas llamaban la atención y no solo era su hermano el que se había fijado en ellas. Arwen había estado mirándolas en más de una ocasión de forma distraída y él le había pillado haciéndolo, pero ella era lo suficientemente discreta y profesional como para preguntarle.

Recogió rápidamente los papeles de la empresa que tenía esparcidos por la habitación y tras dejarlos sobre la cómoda, sacó su teléfono del bolsillo trasero de sus pantalones y marcó el número sin vacilar. Dos zumbidos más tarde escuchó un acento marcado que reconocería en cualquier lugar.

—¿Ya te has cansado de tu pequeño retiro?

—No he llamado porque te echara de menos.

—Eso puedo imaginármelo. –se hizo el silencio en la línea, tan solo se escuchaban las respiraciones de ambos hasta que Kalen le escuchó preguntar. — ¿Algún problema, hermano?

—El paraíso es tal y como lo recordaba, así que... sí, necesito un favor.

—Lo tienes, habla.

Kalen sabía que su amigo no le fallaría, habían pasado mucho tiempo cubriéndose el uno al otro, y habían aprendido a confiar entre ellos, de lo contrario, los dos estarían muertos hace mucho.

—Necesito que investigues a una mujer.

—Uhmmmm. –una ligera carcajada se escuchó al otro lado de la línea. — ¿Tan pronto, amigo? ¿En serio? No me digas que has conocido a alguien por quien te sientas amenazado y no seas capaz de confiar en ella. Al parecer tu "paraíso" no te ha cambiado lo más mínimo.

—¡Escúchame, Amann, esto es serio!

—Vale, suéltalo de una vez. Sabes que puedes contar con ello.

—Tengo pocos datos. Vera Richman, alrededor de los treinta y tres, hasta ahora con domicilio en esta misma ciudad. Tiene una hija de cinco años, de padre desconocido. Necesito su pasado, así como confirmar todos los datos actuales.

—Hecho. Te llamaré en cuanto lo tenga.

Los dos volvieron a quedarse en silencio, al final fue Amann el que habló de nuevo.

—¿Estás bien?

No podía responder con total sinceridad a la pregunta. Sabía que Amann realmente se preocupaba por él, pero tenía que reconocer que todavía se sentía observado e intranquilo. Así que respiró profundamente y decidió contestar.

—Lo estaré. No te preocupes, espero que no se pasen demasiado contigo.

—¡Bah! – murmuró su amigo restándole importancia a su preocupación. — Saben que no pueden conmigo y al contrario que tú, estoy a gusto con lo que hago.

Kalen no pudo evitar el sonreír. Amann era en realidad un condenado hijo de puta, demasiado fuerte para que nadie le quebrara. Con casi dos metros de altura, sus rasgos mitad árabes mitad austriacos, y su tremendo carácter, era tan aterrador como irresistible, y uno de los mejores hombres de la IPS (Intelligence Personal Service)

—Gracias, hermano.

—No hay de qué, ya sabes... hoy por ti, mañana...

—No tengo que decirte que de esto...

—Ya, ya, ya... ¿por quién me tomas? –Kalen podía imaginárselo poniendo los ojos en blanco— Nadie se enterará. ¿Ok?

—Gracias.

—¡Te llamo, capullo! ¡Cuídate!

Amann cortó la llamada antes de que Kalen pudiera responder nada más.

                                                                                         ******  

Arwen había llegado a casa hacía horas. Salió a correr un rato por el parque que estaba justo frente a su edificio y cuando regresó, un poco más cansada y de mejor humor, tomó una ducha y se vistió con ropa cómoda. Después fue a la cocina a prepararse algo para cenar y mientras lo preparaba encendió el pequeño televisor que ocupaba un pequeño espacio entre los muebles del comedor.

La cocina, de armarios blancos y encimeras oscuras, tenía forma de U, siendo una de las partes, una especie de barra que dejaba abierto el espacio que compartían la cocina y el pequeño comedor.

Sacó los ingredientes del frigorífico para prepararse una ensalada con queso y frutas y se colocó de espaldas al comedor. El sonido del televisor le llegaba con claridad, mientras ella cortaba y lavaba las frutas y las verduras.

Mientras escuchaba el boletín de noticias sin poner demasiada atención, se permitió volver a pensar en Kalen. Después de regresar de la comida a la oficina, aquella tarde había sido más "intensa" de lo habitual. Los dos habían seguido repasando los informes de los proyectos energéticos, que el señor Finn había dejado apartados por alguna razón, tan solo unos cinco años atrás.

Kalen había tomado el ritmo sorprendentemente bien. Había demostrado, que, si bien había pasado varios años alejado de los asuntos de la empresa, tenía los suficientes conocimientos mercantiles y administrativos como para ponerse al día en el poco tiempo que llevaba de vuelta. Tenía una mente inteligente y despierta.

Arwen se preguntaba cual habría sido su formación y en que habría estado trabajando mientras había estado fuera. Pensó que aquello, además de ser algo que estaba fuera de su incumbencia, era algo que ni siquiera su familia sabía, y al mismo tiempo estaba segura de que con el tiempo llegaría a conocer, al menos, algunos detalles de su vida. Se dio cuenta de que por más que lo había intentado desde que le vio por primera vez, no podía dejar de pensar en él. Y el que trabajaran juntos, pasando así la mayor parte del día a día, no le estaba ayudando a quitárselo de la cabeza. Lo que al principio quiso calificar de una simple atracción física, (aunque en el fondo sabía que no era así) se había ido convirtiendo en algo más profundo a medida que le trataba y conocía un poco más de su carácter. La amabilidad y sencillez con que la trataba, el respeto, y su humildad a la hora de que ella le enseñara los diversos aspectos del funcionamiento de la empresa, que ahora dirigía junto con su hermano, no hacían más que aumentar la atracción y el afecto que sentía por él.

Kalen tenía la apariencia de alguien que puede ser intimidante si se lo propone, pero al mismo tiempo, tenía un aspecto sencillo y de un atractivo demoledor. No tenía más que recordar la intensidad de su mirada azul, o esos labios llenos y bien definidos que enmarcaban una boca sensual; o su pelo, rubio y ligeramente largo que casi siempre llevaba desordenado. Tenía un rostro casi angelical, pero al mismo tiempo, había algo en él que te advertía que no era alguien con quien quisieras enfrentarte. Cuando estaba a su lado, en la oficina, a menudo se apoyaba en su mesa, mientras ella le enseñaba algún archivo en su pantalla, y o bien, se colocaba a su lado, haciendo que su olor le dificultara pensar con claridad, o bien, se ponía a su espalda, colocando una de sus manos enguantadas a cada lado de su cuerpo, ligeramente inclinado sobre ella, haciéndole muy consciente de ese largo y esbelto cuerpo, que haría babear a una estatua de piedra. Incluso el misterio de sus manos enguantadas aumentaba su interés.

No pudo negarse a sí misma, la evidencia de que, si no se había enamorado ya de él como una idiota, al menos, tenía un enamoramiento de campeonato con él. Y echaba enormemente de menos a Vera, porque estaba segura de que, si ella estuviera allí, podría ayudarle a superarlo. Vera no se había puesto en contacto con ella desde que se marchó, y estaba muy preocupada. Aunque le había advertido sobre la gravedad del asunto al que tenía que hacer frente, le hubiera gustado al menos, tener alguna noticia suya.

Cenó sola, delante del televisor, y cuando estuvo a punto de quedarse dormida en el sofá mientras veía una serie, decidió que era hora de ir a la cama.

La cubierta de su cama, de intenso color caldera, se iluminó con los focos empotrados del techo cuando le dio al interruptor. Aquel dormitorio le encantaba, su hermana le había ayudado a decorarlo a su gusto cuando compró el piso, y era lo más privado que ella había tenido. Cerró las venecianas que cubrían las ventanas a un lado, y echó un vistazo a las plantas sobre el mueble bajo la ventana. Después fue hasta el armario de puertas correderas que llegaba hasta el techo de la habitación, y sacó un pijama limpio.

Apenas le dio tiempo de apartar los cojines sobre la colcha, antes de caer en la cama y quedar profundamente dormida.

Arwen no podía saber cuánto tiempo había pasado desde que se durmió, pero un sonido extraño la despertó. Abrió los ojos lentamente y se dio cuenta de que la claridad empezaba a filtrarse a través de las cortinas, aunque sabía que era demasiado temprano, ya que no había escuchado sonar el despertador.

Sin moverse, permaneció atenta, pero no volvió a escuchar nada. Ya comenzaba a pensar que lo había soñado, cuando escuchó como la puerta de entrada del piso se cerraba.

Con el corazón golpeando su pecho a toda velocidad, se incorporó, y apartando rápidamente la colcha salió de la cama y se dirigió al pasillo. Sin embargo, todo permanecía en silencio.

Caminó sigilosamente hasta el dormitorio de su hermana Vera. Pensó que quizá ella había regresado, pero cuando abrió la puerta de su dormitorio, se encontró con que la cubierta azul que le había regalado en navidad estaba intacta, los cojines estampados a juego, estaban colocados en la misma posición que cuando se marchó, todo parecía estar en orden.

—¿Vera? – se atrevió a susurrar agarrándose a su última esperanza de que su hermana hubiera vuelto, pero solo escuchó silencio.

Entonces se dio cuenta de que, al otro lado de la cama, había libros y revistas esparcidos sobre la alfombra. "Eso no había estado antes ahí"

Arwen entró sigilosamente en el dormitorio de su hermana, y sin atreverse a encender la luz, solo con la claridad del amanecer que entraba por la ventana, distinguió algunos papeles más sobre la mesilla y por el suelo.

Ahogando un grito se llevó una mano a la boca, y salió corriendo descalza por el pasillo. Recorrió la casa para encontrarse que la zona del salón también estaba revuelta. Sin embargo, lo único que había tirado por todas partes, eran revistas, libros y cuadernos. Comprendió al instante que aquello no era obra de un vulgar ladrón. Alguien había estado buscando algún tipo de documento o información en la casa.

Con manos temblorosas, buscó su teléfono móvil y cuando estaba a punto de marcar el número de la policía, recordó lo que Aelric y su hermana le habían dicho. No estaba segura de quien había estado allí, ni de que era lo había estado buscando, pero necesitaba contar con la opinión de Aelric antes de informar a nadie. "¡Si al menos Vera hubiera estado con ella!"

Se dio cuenta de que quizá aquello estaba relacionado con los motivos que habían obligado a su hermana a marcharse, y en ese momento comprendió que realmente tenía que decírselo a Aelric.

Se metió en su dormitorio y cerró la puerta sin hacer ruido. No sabía si todavía podía haber algún extraño en el piso. Se apoyó en la cómoda que le hacía las veces de cabecero y resbaló por ella hasta sentarse en el suelo. Miró el reloj en la pantalla de su teléfono y vio que solo eran las seis de la mañana, pero estaba segura de que Aelric ya estaría levantado. Haciendo a un lado sus escrúpulos, marcó el número de su móvil, pero le saltó el buzón de voz. Probablemente lo tendría apagado.

Muerta de miedo y sin saber qué hacer, dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas en completo silencio. Buscó en sus contactos el número del fijo de la casa de él y pulsó sin pararse a pensar. Tras dos tonos, la voz calmada de un hombre al que no conocía le respondió. Arwen supuso que sería alguien del servicio doméstico.

—Residencia de la familia Baum, dígame.

—Ho... hola, bue... buenos días. –Consiguió balbucear en un tono tan bajo que no estaba segura de que el hombre le hubiera escuchado. — ¿podría hablar con el señor Aelric, por favor?

—Lo lamento, señorita, pero el señor Aelric ha salido esta mañana muy temprano para el aeropuerto. ¿Quiere dejarle algún mensaje?

Arwen se mordió los labios mientras pensaba rápidamente.

—¿Y con el señor Kalen, podría hablar? –contuvo la respiración esperando que al menos Kalen pudiera atender su llamada.

—Sí señorita, dígame su nombre por favor e iré a avisarle.

—¡Oh! Dígale que soy Arwen, su secretaria, y que es muy urgente por favor. –respondió más excitada, pero en el mismo tono bajo.

—Enseguida, señorita, no se retire.

Arwen intentó calmarse en los segundos que tardó él en coger el teléfono. Al menos todo parecía estar en calma todavía, aunque no sabía si eso sería una buena señal.

—¿Arwen? –le escuchó llamarla con la respiración entrecortada, como si hubiera estado corriendo, y en un tono que no dejaba dudas de su preocupación.

—¡Kalen! –tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a llorar, pero se le escapó un pequeño sollozo.

—¿Arwen, que ocurre? ¿Estás bien? Dime que ocurre. – sonó realmente alarmado.

—La verdad es que no lo sé, —atinó a decir en voz baja y todo lo rápido que pudo. — alguien ha entrado en el piso y ni siquiera sé si todavía está aquí.

—¿Dónde estás?

—En mi dormitorio, solo me he atrevido a salir para echar un vistazo y he visto todos los papeles revueltos y esparcidos por todos lados.

—¿Has llamado a la policía? –Kalen no podía contener el nerviosismo al darse cuenta de la situación que estaba viviendo Arwen. Sentía que se ahogaba ante la posibilidad de que algo le ocurriera.

—No, no me he atrevido, antes he querido hablar con Aelric, pero...

Kalen la escuchó sollozar otra vez y comenzó a correr hacia su dormitorio con el auricular inalámbrico en la mano.

—No te preocupes, voy para allá, no te muevas de donde estás.

—No lo haré. –Arwen intentaba disimular que estaba llorando, pero no estaba segura de haberlo conseguido.

—Has hecho bien, pequeña. No te preocupes. Escucha, voy a colgar un segundo y vuelvo a llamarte desde mi móvil, no voy a dejarte sola mientras voy para allá, ¿entendido?

—Si...iii. –la escuchó susurrar y tuvo que contenerse para no soltar una retahíla de tacos. Se sentía tan impotente. Cualquier cosa podría sucederle mientras él llegaba hasta su casa. Y ¿Dónde demonios se había metido el encargado de seguridad que su hermano había contratado para ella?

Sin perder un segundo, colgó el teléfono y buscó el número, que afortunadamente había guardado hacía unos días en la memoria de su móvil, para volver a marcarlo, mientras saltaba con una sola pierna intentando vestirse y calzarse al mismo tiempo.

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