Estaba nerviosa.
No sabía por qué. Es decir, había pasado más tiempo con Horus que con otra persona (sin incluir a mis padres, Emma y Trevor) e incluso había dormido en mi casa— hecho que todavía no podía creer— y para colmo, seguía tratándome como una persona normal.
Increíble.
Emma me había escrito que después de su clase de poesía tenía que hacer tarea, así que a la noche vendría a mi casa, junto con Trevor. Eso me daba un poco más de paz mental, porque no quería quedarme sola, y si le decía a Horus de volver a venir creía que lo iba a espantar.
Probablemente me reportaría por intensidad.
De igual manera, estaba cansada. El sofá no era para nada un buen lugar para dormir y la compañía de Horus provocaba sensaciones desconocidas en mi cuerpo que me dejaban agotada.
Bostecé por tercera vez, mientras esperaba a que Horus terminara de cambiarse para reunirse conmigo. Estaba sentada en su— ¿nuestro?—sitio en la pradera, contemplando el paisaje como siempre hacía. Este día, para mi mala suerte, estaba nublado y fresco, así que no se podía apreciar mucho el paisaje.
—Vaya, eres puntual.
Giré la cabeza hacia su dirección. Estaba vestido con una chaqueta de jean que no sabía cómo, pero lo hacía lucir aún más hermoso.
Su voz hizo que mi corazón se acelerara. ¿Esto era normal?
—Sí, no me gusta llegar tarde—dije, y me encogí de hombros.
Se sentó al lado mío y rio entre dientes.
—Me alegro. A mí no me gustan las personas que llegan tarde—me guiñó el ojo y se recostó contra un árbol.
No podía creer que pudiese guiñar bien el ojo y hasta incluso resultar sexy. Si yo lo hacía, parecía que estaba teniendo contracciones oculares.
—¿Crees que hay vida en otros planetas?
Lo miré, incrédula. Ese era un raro arranque de conversación. Aparte, habíamos hablado de esto la vez pasada, y según parecía ser, Horus no tenía mala memoria.
—Ya hablamos de esto...—dije con cautela.
Él asintió y siguió mirando el cielo.
—Lo sé. Pero no es lo mismo creer que hay otros mundos que creer que hay vida en ellos.
Hm. Buen argumento. Mi cabeza empezó a dar vueltas.
—Sí, creo que hay vida en otros planetas.
Me miró, y fue tan profunda su mirada que hizo que mis mejillas se sonrojaran. Su ojo azul hoy estaba más oscuro que de costumbre y el gris parecía ser de otra persona. Ambos se complementaban a la perfección, pero la individualidad que tenían era lo que los hacía únicos.
—¿Por qué?
Suspiré. Este chico tenía una obsesión con estos temas.
—A ver, sería raro pensar que en un universo infinito, los habitantes del planeta Tierra seamos los únicos seres vivientes. Hay millones de galaxias que no conocemos—respondí y dejé de mirarlo, porque comenzaba a parecer una psicópata.
Las nubes cada vez eran más oscuras y el viento más fuerte. Cerré la cremallera de mi chaqueta y me recosté a su lado, para ver si desde ese ángulo el viento me daba menos.
—Exacto. Pienso lo mismo que tú. O más bien, lo afirmo—dijo, y se puso de costado. Me miró y frunció el ceño—. ¿Tienes frío?
Me sorprendió que nuestras mentes sean tan parecidas. Me alegré por dentro.
—Sí, pero no pasa nada.
Negó con la cabeza y se sentó. Desde este ángulo parecía un dios. Realmente. No sabía que fuera posible tener estos pensamientos, pero vaya, eran devastadores.
—Sí, sí que pasa. Vamos, te invito un helado—dijo señalando su lugar de trabajo, cerrado y calentito.
Sonreí y tomé asiento nuevamente.
—Horus...—. Por favor, hasta su nombre era el de un dios—. Creo que tu lógica te abandonó un poco.
Inclinó su cabeza y me miró fijo.
—¿Acaso estas insultando a mis maravillosas neuronas?
Reí.
—Solo un poco—añadí. Su mirada me estaba intimidando de nuevo, así que comencé a mirar mis manos—. Es que...tomar un helado cuando hace frío no sé si es la mejor opción.
Pasaron unos instantes y rio.
—Cierto. Pero escuché por ahí que a los terrícolas les encanta el helado, sin importar el tiempo que haga.
Levanté mi mirada, con el ceño fruncido. Horus me miraba con los ojos abiertos.
—¿Los terrícolas?—repetí, sin poder creer lo que había escuchado—. Vaya. ¿Y tú que eres?—pregunté, con ironía.
Sonrió y sus ojos parecieron brillar.
—Ah, si te lo contara rompería las reglas. Es demasiado asombroso como para que cualquiera lo sepa—. Se levantó y me tendió una mano—. Vamos, que te vas a congelar.
Reí. Sus palabras eran cada vez más extrañas, pero me divertían. Y su forma de preocuparse por el frío que mis huesos sentían despertaba emociones en mi panza, cálidas y agradables.
Alargué la mano, tomé la suya y me ayudó a levantarme. Su contacto se sintió como si una mariposa se apoyara en mi palma: impactante y sobrecogedora. Nos quedamos agarrados unos segundos, mirándonos, y juro que mi sangre tembló.
¿Qué? ¿Mi sangre tembló? Vaya. Estaba a punto de convertirme en una poeta.
Horus soltó mi mano lentamente, haciendo que me sonroje por alguna extraña razón—o mejor dicho, hormonas—y nos dirigimos a la heladería. El lugar estaba con bastantes personas. La mayoría estaban sentadas en las mesas, pero unas cuantas se encontraban pidiendo.
—Tenías razón—dije, cuando nos acercamos a la barra—. A los terrícolas nos gusta mucho el helado, sin importar el clima.
Sonrió, y en mi panza flotaron dragones.
—Tal como predije—respondió y se dirigió detrás de la barra.
Le dijo algo a uno de los chicos que también trabajaba ahí, que levantó las cejas y sonrió. Horus puso los ojos en blanco, y cuando su compañero habló, le dio una palmadita en el hombro y se dirigió a donde estaba yo, mirando todo confundida.
—¿Estas preparada para probar el mejor helado de tu vida?—dijo, y apoyó sus antebrazos en la barra, en frente mío. Tuve que hacer fuerza para no mirar sus bíceps inflados.
—Ya...—. Dios, eran enormes—.Ya he comido helado de aquí. Y si, es riquísimo.
Negó con la cabeza y sonrió de manera provocativa.
—No, lo que vas a comer ahora es supremo. ¿Sabes por qué?
Negué con la cabeza. Se acercó un poco más a mí.
Mi respiración se entrecortó.
—Porque te lo voy a preparar yo. Saborearas otros mundos, créeme—. Se dio la vuelta y comenzó a buscar un pote.
Me quedé perpleja. ¿Un helado preparado por Horus? ¿Acaso estaba soñando? Porque las últimas semanas fueron demasiado descabelladas.
Pero no, ahí estaba, de espaldas a mí, flexionando muy fuertemente los brazos para sacar el helado del balde. Los músculos le sobresalían de la remera y los de su espalda se marcaban y movían debido al esfuerzo. Cuando lo sacó, se puso de frente a mí, y empezó a sacar el otro gusto. Al terminar, comenzó a moldearlo casi a la perfección con una espátula. Los movimientos eran lentos y fluidos, pero determinantes.
Cuando me lo ofreció, yo estaba envuelta en el agua de las cataratas.
No podía creer lo fuerte—por no decir otra palabra—que resultaba verlo prepárame un helado. ¡Por dios! Me hervía todo el cuerpo y me sentí una depredada sexual. Rayos, alguien me debería haber advertido. Aunque si lo hubiesen hecho, no me habrían preparado realmente para lo que presencié.
Necesitaba dejar de pensar en estas cosas. Si, era normal, tenía diecisiete años y apreciaba al género masculino, pero esto era una barbaridad.
Era solo un maldito helado.
—¿Lo vas a agarrar o tienes miedo?—preguntó y levantó una ceja.
Con mi cara en llamas, agarré el helado y la cuchara que me ofrecía.
Horus me miraba divertido, con los ojos como chispas, y hasta parecía saber exactamente lo que había pensado hacía algunos minutos.
Agh, hombres.
—¿De qué gusto es?—pregunté, para calmarme y pensar en otra cosa.
—De chocolate y frutos rojos. Todo vegano, por supuesto.
Asentí y agarré un poco con la cuchara. Lo saboreé y me sorprendí de lo rico que estaba.
—Está delicioso.
Sus ojos me miraron con intensidad.
—¿Qué gustos sueles pedir?—preguntó, y salió de la barra para sentarse al lado mío.
—De menta granizada y chocolate. Pero el de frutos rojos es mi tercera opción.
Asintió y se me quedó mirando. Le devolví la mirada.
—¿No vas a decir nada?
Lució confundido.
—¿Debería decir algo? Ah sí, trata de no desmayarte cuando lo comas—sonrió.
Sacudí la cabeza.
—Gracias por el consejo, pero... no me refería a eso—lo estudié con la mirada. Parecía estar perdido.—¿Menta granizada? ¿No vas a opinar al respecto?
Parpadeó.
—No sé, nunca la probé.
Levanté las cejas.
—¿Porque te da asco? ¿Cómo al 90% de la población?
Rio.
—Ah, vaya, ya entendí. No, en realidad es que no la probé porque no pued...quiero—se aclaró la garganta.
—La gente tiene un serio problema con este gusto de helado. Aunque supongo que tú ya lo sabes. Es algo global—dije, y volví a llevarme un poco de frutos rojos a la boca—. Entonces, ¿qué gustos sueles pedir?
Hizo una mueca.
—No como helado.
Me atraganté con los frutos rojos.
—¿Trabajas en una heladería y no comes helado? Vaya—dije, y me sorprendí. Eso era nuevo—. Seguro que te cansaste de tanto comer, ¿verdad?
Su mirada encontró la barra muy interesante.
—Nunca he comido helado, en realidad. No me interesa.
Bien, ahora casi me caigo de la silla. Esto era una broma. Una muy grande broma.
—Horus, ¿podrías decirme la verdad y no jugar con mi mente?
Me miró, y a diferencia de hacia un rato, sus ojos estaban duros.
—Es la verdad, Iris. No me interesa probarlo ni comerlo—se encogió de hombros.
Yo estaba estupefacta. Y no por el hecho de que nunca hubiera comido helado, ni probado aunque sea un poco. Si no, porque sumado a que nunca había visto una película, todo era demasiado extraño.
Esas eran dos reglas básicas de la vida, ¿no? ver películas y comer helado. Lo único que me faltaba es que dijera que nunca había comido chocolate y con eso listo, oficialmente entendía por qué nos llamaba terrícolas.
Seguí mirándolo fijo y vi que apretó la mandíbula ligeramente.
Me preguntaba qué otras cosas no me estaría diciendo, y por quinta vez desde que lo conocía, tuve un poco de miedo.
♥♥♥
¿Qué creen que oculta el misterioso de Horus?