Donde pueda verte {Barcedes}

By IrisWangR

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Mercedes decide huir por un tiempo a Santiago para descubrir más sobre sí misma y los sentimientos que ha est... More

Capítulo 1: Algo dirán los sueños
Capítulo 2: Preámbulos
Capítulo 3: Cobarde
Capítulo 4: Actuación de tres actos
Capítulo 6: Derrumbe
Capítulo 7: Distancia

Capítulo 5: La maldita hostería

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By IrisWangR



— Así que donde tu tía...

Nicanor se acarició el mentón con expresión pensativa mientras miraba la carta. La carta total y enteramente falsa que había creado hace un par de horas atrás. Durante esa tarde había estado tan concentrada creándola que ni se le había ocurrido pensar en qué pasaría si algo saliera mal. Cosa que ahora hacía mientras miraba a Nicanor leer la carta por segunda vez.

Sentía el corazón a mil por hora y el tiempo pasar muchísimo más lento de lo común, veía cómo los ojos de Nicanor se movían de izquierda a derecha, un poco más lentos que el sonido del segundero del reloj de pared.

Había algo en contra y algo a favor; lo primero era que su marido era comisario de la policía nacional y si había alguien en el pueblo que pudiese darse cuenta de que la carta era falsificada, sin duda era él. Pero por otro lado, a su favor tenía el simple hecho de que era su esposa y naturalmente no desconfiaría de ella, por lo que bajaría sus defensas y habría detalles que pasaría por alto.

¿Cuál de las dos cosas influenciaría más si las ponía en la traicionera balanza del azar? 

Nicanor dejó la carta sobre la mesa y la quedó mirando con una mueca de decepción, Bárbara dejó de respirar en ese instante. Apoyó la espalda en la pared y enfrentó su mirada sin cambiar la expresión tranquila que tenía antes. Su marido bajó la cabeza y dejó escapar un suspiro. El silencio se hizo largo y tan denso que se podía cortar con un cuchillo.

— ¿Qué pasa? —Preguntó Bárbara después de un rato.

— Estaba pensando. —Contestó él.

— ¿Qué pensabas? —Se le acercó y se sentó a su lado con precaución.

— Mira, Bárbara...—Comenzó con voz seria—Me vas a tener que perdonar.

— ¿Por qué? ¿Qué pasa?

— Tengo demasiado trabajo, creo que lo sabes. —Ella asintió con la cabeza lentamente— Yo no puedo aceptar esta invitación tan apresurada de tu tía y simplemente irme a Santiago. Aun así puedo ver por lo escrito en la carta que de verdad necesita urgente que vayamos... pero creo que contigo sería suficiente. —Se encogió de hombros, excusándose—Yo no estaría tranquilo allá sabiendo cómo están las cosas aquí. Lo siento tanto Bárbara, tendrás que ir sola.

El alivio que sintió calmó completamente la tensión que apretaba sus músculos y ladeó la cabeza para dejar escapar discretamente un suspiro. 

  «Bien, perfecto». Pensó aliviada, sin aparentarlo.   

Con eso, la primera parte estaba lista, su plan había funcionado, era tan buena como para engañar al comisario de la ciudad, era tan buena como para engañar a su propio marido en su propia cara. Se sentía tan poderosa que la culpa no la encontraba por ninguna parte, pero aun así se concentró en mantener la cabeza fría, porque no estaría ni tranquila ni bien hasta el momento en que se encontrara con Mercedes frente a frente.

Le sonrió a Nicanor y mientras seguían conversando se levantó para invitarlo hasta el comedor y en un ambiente muy tranquilo ambos cenaron. Él sin sospechar nada y ella ya armando su próxima estrategia.

Un par de horas después, una vez que la adrenalina del momento desapareció, Bárbara rememoraba la conversación con miedo. Estaba en su habitación terminando de ordenar las cosas que se llevaría para el viaje, era cerca de medianoche y Nicanor se había marchado a la policía para seguir trabajando durante la noche. Esa vez no le dijo ningún comentario venenoso, a pesar de lo mucho que odiaba que se fuera y la dejara sola,  sentía que esa noche estaba bien si permanecía fuera; ya que ella necesitaba pensar y organizarse, y para eso necesitaba estar sola. 

Además así su marido no tendría más tiempo para pensar en la carta o en su tía de Santiago.

Bárbara sabía que lo que pasó fue simplemente tema de azar; cómo el lanzar una moneda y esperar que salga un lado en vez del otro; el hecho de que Nicanor cómo comisario no se hubiese dado cuenta fue sólo la suerte de que la moneda cayó a su favor. Estaba pisando terreno peligroso, lo sabía, pero tenía el presentimiento de que todo iba a ser aún más peligroso mientras más se acercara a Mercedes.

Había sacado del armario la valija que había ocupado para mudarse a Villa Ruiseñor y tenía casi todo listo sobre la cama. Sólo le faltaba lo principal: confirmar mediante un telegrama si su tía estaba en casa y no de vacaciones, pero eso tendría que hacerlo la mañana siguiente a primera hora.

Otra cosa que le faltaba era convencerse de que lo que estaba haciendo era lo correcto.

Tenía una sensación extraña, una mala intuición, un presentimiento preocupante. No podía darle un nombre ni moldearlo en alguna forma, pero era algo malo respecto a Mercedes y a ese viaje hacia la capital.

Bárbara se sentía arrastrada por hilos invisibles que la empujaban de a poco a acercarse a su amiga, no sabía si era por la enorme determinación que había surgido espontáneamente para ir tras ella se debía a ese presentimiento abstracto o solo a sus ganas tremendas de protegerla y estar con ella.

Conocía la sensación de estar en el lugar equivocado, y en ese momento el lugar equivocado era lejos de Mercedes, pero no soportaba pensar que su amiga la odiaría por perseguirla y ser tan insistente, pero luego recordaba que la que estaba enojada era ella -y con justa razón- por haber sido abandonada de una manera tan cobarde; así que todo eso no hacía más que alimentar sus ganas de ir por ella. 

No solía equivocarse en cuanto a su intuición, lo mismo le había pasado durante los primeros días en los que se habían mudado a Villa Ruiseñor con Nicanor; sabía que para bien o para mal iba a cambiar radicalmente durante la estadía en ese pueblo, y ahora lo sabía, bastaba con rememorar esos ojos verdes para asegurarse que sí, todo era totalmente distinto. Pero mientras que ese presentimiento era neutro el que tenía en esos momentos era negativo, y eso la asustaba.

Tenía que apresurarse, y para eso debía seguir mintiendo e inventando cosas. Porque si para encontrar a Mercedes tenía que fingir lo iba a seguir haciendo, sin importarle las consecuencias. Además, aunque no le gustase, poseía un talento innato para mentir, una especie de creatividad ligada a la lógica que la ayudaba a sobrevivir en esas situaciones.

Era una estratega, y el resto debería temerle por eso.



  ♦  





Santiago era un lugar agradablemente ruidoso. Por fin, después de varias horas de viaje que le parecieron eternas, había llegado a la capital. Descendió del tren con los músculos un tanto acalambrados y salió de la estación a buscar un taxi, cosa que no le costó mucho; en medio de su camino un señor bajito con sombrero y corbata le acercó y ofreció llevarla, Aceptó con una sonrisa y él con un movimiento experto tomó su valija llena cómo si fuese lo más ligero del mundo y se la llevó en dirección al auto.

Durante el trayecto no le preguntó su nombre, ni quién era ni de dónde venía, se le había olvidado esa extraña pero cómoda sensación de ser una anónima. Lo único que preguntó fue la dirección hacia donde se dirigía y si la música de la radio estaba muy fuerte.

Mercedes se quedó mirando por la ventana la cantidad de autos, la gente que caminaba en distintas direcciones, las tiendas y locales de todo tipo. Reconocía algunas cosas por los años que había vivido allí mientras estudiaba, pero no dejaba de sorprenderse por la vertiginosa velocidad en que cambiaban o se inauguraban nuevas construcciones y calles. De todas formas, conocía de memoria las calles principales así como las tiendas principales, también sabía perfectamente cómo usar el transporte público y qué rutas preferir al caminar. Su sentido de orientación que solía ser muy ineficiente antes, ahora estaba bastante refinado, aunque debía que admitir que era bastante fácil al tener la cordillera tan encima.

Igual como le había pasado con veces anteriores, no sabía lo ahogada que estaba en Villa Ruiseñor hasta que salía de allí. El aire lo notaba distinto; sentía que podía respirar tranquila, que estaba a salvo solo por el hecho de no tener identidad al menos hasta que alguien le preguntara. Extrañamente ese mismo pensamiento también la inquietó un poco, porque las cosas no deberían ser así, entre sus seres queridos era donde debía sentirse segura, ¿no? Entonces... ¿Por qué le sucedía exactamente lo contrario?

Apoyó la frente en la ventana y se fijó en las calles, extrañaba estar en el centro de lo moderno y de la última moda, pero lo más importante; de la sabiduría. Miró todas las librerías que vio en el trayecto y anotó mentalmente las direcciones.

Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando se bajó del taxi. El amable y callado chofer le dejó su valija de viaje en la recepción de la hostería que sería su nueva casa durante los próximos días y se despidió con un gesto de cabeza.

Le embargó la paradójica sensación de que había pasado mucho tiempo y a la vez de que no había pasado ni un solo día desde que había abandonado ese lugar. Mercedes caminó lentamente, con los músculos de las piernas aún resentidos por el viaje en tren y avanzó hacia la construcción grande e imponente que estaba al frente de ella. Como siempre, le parecía tan extraño encontrarse entre calles pavimentadas llenas de ruido y altos árboles formando filas simétricas y totalmente antinaturales.

El edificio poseía una arquitectura simple pero elegante, se notaba que habían repintado la fachada porque el blanco inmaculado de las murallas brillaba y el enorme cartel de madera que rezaba "Hostería" había sido barnizado hace poco.

Pero además de eso, no había nada nuevo qué ver. Ya conocía ese lugar antes, de hecho había vivido varios años ahí de forma intermitente mientras estudiaba en el Instituto Pedagógico. A medida que avanzaba volvía a sentir que habían pasado décadas desde que había dejado ese lugar por vez definitiva, pero en realidad sólo había sido un par de años atrás.

Subió las escaleras con lentitud y la mirada baja, cuando estaba acercándose al umbral escuchó a alguien aclararse la garganta y levantó la vista; la dueña estaba esperándola con mirada severa, justo en la entrada. Eso era algo que no extrañaba de Santiago.

Señora Virginia, así debía llamarla, ni más ni menos. Era la dueña y administradora del lugar; una mujer de edad avanzada, viuda hace un par de años, de gestos tan extremadamente elegantes que llegaban al punto de ser fastidiosos para el que no está acostumbrado. Pálida como una hoja de papel, con arrugas que solo resaltaban su mal genio, Virginia solía portar una expresión seria y de superioridad y normalmente miraba con altanería por sobre sus gafas en forma media luna. Usaba unos tacos que la hacían quedar altísima, su figura era delgada y algo encorvada por la edad. Tenía el cabello corto ondeado y dorado, vestía la última moda y sabía por lo que había escuchado que tenía un hijo pero nunca lo había visto.

Su padre y la dueña eran conocidos en el negocio y gracias a ello había podido hospedarse por tanto tiempo sin ningún problema en absoluto. De vez en cuando Ernesto le enviaba algún presente a la dueña y ella gozaba de un extraño e inusual buen humor que beneficiaba su estadía.

Mercedes prefería no pensar mal de la gente o tener pensamientos negativos respecto a ellos, pero honestamente Virginia era una vieja jodida y amargada que varias veces le había causado problemas totalmente evitables. La jodía por todo, por la ducha, por las comidas, por el orden, por su horario de salida, de entrada, y un sinfín de cosas más, y la Moller por su parte, había simplemente aprendido a ignorarla y a topársela lo menos posible. 

Por esa y varias cosas más no se alegraba de verla, y en su apuro tampoco había pensado en la posibilidad de irse a otra parte; su padre le había prometido que él se encargaría de esas cosas y eso implicaba volver a quedarse allí. En ese edificio elegantemente simple ubicado en una calle residencial en la comuna de Providencia muy cerca de los principales puntos de encuentro del sector adinerado de Santiago.

— María Mercedes —La saludó ella sin ninguna emoción en su voz.

— Señora Virginia. —Le sonrió aunque no le apetecía hacerlo.

— Me sorprende lo inesperada de su visita. —Le comentó mirándola por encima de los lentes— Su padre me telefoneó esta mañana para informarme de su visita.

— Sí, vengo a hacer unos trámites. —Se excusó. — ¿Qué habitación tiene para mí?

No quería seguir mirándola así que simplemente avanzó y caminó por el vestíbulo, mirando los adornos, cuadros y detalles de la decoración de lugar. Quería darse cuenta de cuántas cosas habían cambiado durante su ausencia, pero la verdad es que solo tenía imágenes vagas de ese lugar, por lo que no podía decidir si todo era nuevo o si había sido siempre de esa forma; tal como le sucedía consigo misma.

— Tuvo suerte. —Le comentó la dueña a sus espaldas. —Es plena temporada de verano, generalmente no tenemos habitaciones disponibles, pero justo ayer se fue un joven estudiante a su pueblo natal así que le dejé esa habitación ordenada y limpia para que usted se acomode.

— ¿Cuál es?

— La habitación 13. —Contestó Virginia mientras le susurraba a unos trabajadores que iban de paso y les apuntaba la valija de Mercedes para que se la llevaran.

— ¿La 13?

Pestañeó varias veces y suspiró. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

Era la peor habitación de la hostería. Eso todos lo sabían, ella que había vivido años ahí siempre lo había escuchado de los trabajadores con los que se topaba; las recepcionistas, los del aseo, la cocinera, todos y cada uno de ellos se lo habían comentado en más de una ocasión, tanto que ya casi sonaba como un chiste.

La hostería inicialmente había tenido 12 habitaciones, y la habitación 13 había surgido de una ampliación. Una mala ampliación bajo la escalera de madera y cerca de la tubería. Tenía pésima fama pero dado la alta demanda siempre solía estar ocupada, al igual que las 19 habitaciones restantes.

Varios trabajadores pasaron a su lado, uno de ellos tomó su valija y desapareció en dirección al pasillo y Mercedes con el ceño fruncido comenzó a caminar siguiéndolo a la distancia y escuchó tras suyo los tacones de Virginia.

— Bueno, supongo que ya la arreglaron, ¿no?

— Nunca tuvo mayores desperfectos, tranquilícese.

Un trabajador robusto que pasaba caminando y había escuchado la conversación se volteó a mirarla, reconociéndola de antes, con cara de complicidad le negó con la cabeza en respuesta a su pregunta, a espaldas de Virginia y luego volvió a darse la vuelta y siguió caminando con normalidad. Mercedes se mordió la pared de la mejilla y suspiró, estaba tan cansada que no tenía ánimos para discutir ni para encontrar una solución. Primero debía ver que tan mala era en realidad la situación, pero francamente estaba tan cansada (y algo irritada) que lo único que quería era sacarse los zapatos de tacón, tirarse en la cama y darse una ducha. Así que le agradeció secamente a la señora y comenzó a caminar rápidamente en dirección a la puerta barnizada con un número trece romano en el costado. Aunque justo antes de poder entrar a la habitación, cuando tenía la mano rozando la manilla y estaba a punto de cantar victoria, la voz autoritaria de la señora la detuvo.

— No veo ningún anillo de compromiso en su mano.

Fue lo que escuchó a sus espaldas. Pestañeó varias veces y respiró profundo antes de girarse a mirarla. La observó en silencio sin saber qué responder, más bien no sabía si tenía que responder algo, dado que no era ni siquiera una pregunta lo que le había dicho. Mercedes sabía que debía ser extremadamente cautelosa porque no quería caer ante lo que intuía que era una provocación.

— Durante todo este tiempo, ¿aún no?

Ahí estaba. Ese maldito tono de decepción, cómo si hubiese fallado en la vida, como si estuviese en el camino erróneo hasta que por fin se decidiera a casarse.

— No es una obligación, ¿sabe? —Le contestó sin subirle el volumen de voz, a pesar de que sentía el enojo comenzar a hervir dentro de ella.

— Por supuesto que lo es.

Lo único que la contenía de gritarle un par de verdades a la cara a esa jodida vieja era que no quería meter a su padre en problemas. Se pasó fuertemente las uñas por el cuello sutilmente para suprimir la rabia y apretó los dedos de los pies dentro de sus zapatos. No perdería el control tan fácil. 

— Vengo muy cansada, voy a descansar. —Murmuró, intentando dar por terminada la conversación. — Usted tendrá mucho qué hacer... supongo. Yo voy a...

— Dado que así son las cosas, señorita Mercedes. —Le cortó ella, sin dejarla terminar—No puedo dejar pasar esta oportunidad.

Mercedes estaba a punto de mandarla a cierto lugar cuando desde las anchas escaleras que envolvían la habitación se escucharon unos pasos rápidos y pesados que bajaron con rapidez. Tanto ella como Virginia dirigieron su completa atención en esa dirección, hasta que unos segundos después apareció un joven alto, elegantemente vestido de cabello negro azabache y ojos claros.

— Justo a tiempo. Mercedes, me gustaría presentarte a mi hijo, Vicente.

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