La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente

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By DeyaRedfield

El tiempo fluye, nadie lo sabe.
Los años pasan ¿hacia dónde vamos, solos desde aquí?

"Acceptance" - Akira Yamaoka.

~

—¿Qué? —cuestionó extrañado John.

—¡Es él! —exclamó Sherlock alterado—. ¡Es él, es él! ¡Soy un completo imbécil!

—Eso me queda muy claro, pero, ¿a qué te refieres con "es él"?

El detective sintió como la adrenalina fluía por su cuerpo a la par que escuchaba las notas de un desafinado violín, siendo estas, una terrible bofetada a su pensar. John comenzó a preocuparse por su amigo, su bien formada actitud frívola y seria se habían desvanecido para mostrarse ido, pálido y nervioso.

—Soy un imbécil —se susurró el detective.

—¿Sherlock? —insistió John preocupado.

El gran Sherlock Holmes había sufrido un quiebre interno. No podía maldecirse más, lo único que cruzó por su mente era que todo esto fuera un error. Si, un error. Que esto fuera el más grande de los errores cometidos en su carrera como detective. Hoy estaba permitido cometer errores, hoy Sherlock aceptaría la equivocación. 

Teresa, quien se encontraba en la rutina diaria de la limpieza, llegó al pasillo y asombrada notó aquella escena.

—¿Qué pasa aquí?

En una envidiable sincronización Sherlock y John voltearon a ver a la empleada.

—¡Tú! —exclamó furioso el detective.

John abrió los ojos de par en par.

—¿Ahora qué? —cuestionó la mujer al mismo tono.

—¡Sherlock —llamó John— ¿qué te pasa, por qué le hablas así?!

El detective ignoró a su amigo y lleno en rabia se acercó a Teresa, tomándola con cierta brusquedad de su brazo.

—¡¿Qué te pasa Shezza?! —exclamó. Al escuchar ese apodo John quedo más sorprendido de lo que ya estaba.

—¿Quieres saber lo que me pasa? —cuestionó con una sonrisa alocada.

—Con esa expresión, por supuesto que no.

—Espera —interrumpió John—. ¿Te acaba de llamar Shezza?

Sherlock y Teresa movieron sus ojos para verle.

—Si —respondió ella.

—¿Por qué?

—Porque así lo conocí.

John por unos momentos parpadeó perplejo luego posó sus ojos en su amigo.

—Sherlock —habló sereno y apuntó a Teresa—. Lo que ella me está diciendo, es que, ¿forma parte de tu red de vagabundos?

El detective aún bañado en furia movió sus ojos rápidamente, en lo que parecía ser una respuesta que si bien, ya había sido contestada con anterioridad, John quería confirmarla.

—Si... —respondió momentos después.

John bajó su brazo y una sonrisa burlesca se dibujó en su rostro.

—¡En serio! —chilló—. ¡¿Me estás diciendo, no, me acabas de confirmar que todo este tiempo, has tenido a una mujer de tu red trabajando en esta casa?!

—Si —respondió Teresa con obviedad.

John observó a la mujer, luego a Sherlock, y siguió así por unos momentos hasta que una enorme carcajada se detonó. La casa se había inundado en la más aterradora risa sarcástica de John Watson. En la sala de estar Elizabeth y Bell habían detenido la sesión de violín debido a la impactante risa y Sarah salió de su habitación al escuchar qué era lo que estaba pasando. El sonido de unos tacones se hizo combinación con la risa de John, y Sherlock rápidamente bajó el brazo de Teresa y lo escondió detrás de él.

—¡¿Qué demonios pasa aquí?! —demandó Sarah.

John bajó el tono de su risa y volteó la mirada.

—Discúlpeme Sarah... —respondió mientras su risa se ahogaba— es solo que... —Sherlock observó desesperadamente a su amigo mientras Teresa se mostraba confundida—. Es solo que, Teresa nos contó una broma y... estuvo demasiado buena que no pude evitar la risa.

Por la entrada de la estancia Elizabeth y Bell seguían mirando desconcertadas. John trató de controlar su risa mientras todos los ojos se posaban en él; logró calmarse y con una enorme sonrisa miró a todos.

—¿Ya está mejor Doctor? —cuestionó Sarah.

—Sí, discúlpeme.

Sarah suspiró amargamente, se dio la media vuelta y retomó al segundo piso. Liz y la niña se mantuvieron contemplando el momento.

—¡Oh sí! —Exclamó John—, interrumpí la clase. Lo siento, lo siento por favor prosigan.

Ambas extrañadas retornaron a la estancia y la clase prosiguió. Teresa logró zafarse del agarre de Sherlock y masajeó su brazo.

—¿Qué diablos le pasa? —preguntó al detective.

—¿John?

—Sherlock, ¡oh Sherlock! —Exclamó aun con leves risas—. He notado que, últimamente, existe poca comunicación entre nosotros.

—¿Está celoso o perdió el juicio? —cuestionó Teresa curiosa.

—John —ignoró Sherlock a la mujer—, la mala comunicación no tiene nada que ver con que ella este encubierta.

—¿Desde cuándo has estado aquí Teresa? —preguntó mientras se cruzaba de brazos y le observaba.

—Una semana antes de que llegara la niña.

—Ok... ¿Algo más que no me contaras?

—Ha tenido a varios de nosotros vigilando esta zona y Hampstead.

John arqueó una ceja.

—Gracias Teresa —respondió Sherlock molesto.

—Tú y yo tenemos que hablar.

—Después John.

—No, ya.

—¿Puedo irme? —interpuso Teresa.

—No —mencionó Sherlock—. John, más tarde hablaremos sobre nuestra confianza, ¿de acuerdo? —No obtuvo respuesta—. Necesito hacer algo más importante.

—¿Cómo qué?

—Necesito averiguar algo sobre Richard, y tú —dijo mientras volteaba a ver a Teresa— vas ayudar con ello.

—¿Y yo por qué?

—Porque no por nada te tengo aquí —respondió mientras se daba la media vuelta—. Los dos síganme.

Sherlock caminó hacía el fondo del pasillo, Teresa y John se observaron y decidieron seguirle. Llegaron a la parte final del pasillo y Sherlock se posicionó frente a la puerta del estudio de Richard.

—¿Qué haces? —impactada cuestionó Teresa.

Él ignoró la pregunta y colocó ambas manos en las perillas, las movió y notó que estaban cerradas.

—Abre —ordenó Sherlock al momento que volteaba a ver a Teresa.

—Pero es...

—Abre —repitió molesto.

Sin insistir más, Teresa sacó las llaves de su bolso y se acercó a las puertas a remover el seguro. John escéptico contempló toda la escena hasta que el clic de la cerradura lo hizo volver en sí. Sherlock se adentró a la oficina, John se fue detrás de él y Teresa no tuvo más opción que seguirles.

—¿Se puede saber por qué demonios estamos allanando la oficina de Richard?

Sherlock alzó su mano hacia la cara de John, un leve "shh" provino y el doctor obedeció a mala gana. El detective analizó a su alrededor, examinó con recelo cada rincón del lugar cuando movió sus ojos hacia Teresa. Ella se mostró alerta. Sherlock, sin dejar de mirarla, apuntó hacia el enorme librero de la oficina y ella obedeció.

Una vez acomodada, Sherlock volteó con John y su única acción fue que le siguiera. Sin comprender ya nada él le siguió.

—Cámaras... cámaras —susurró el detective.

—¿Qué? —cuestionó John. Él insistió con guardar silencio—. ¡Dime que es lo que está pasando Sherlock! —exclamó John en voz baja.

—Moriarty —respondió.

—¿Cómo?

—Teresa —ignorando a John, llamó con la mayor suavidad. Ella volteó a verle—, revisa el librero. Busca, ya sea cámaras de seguridad, micrófonos o cualquier cosa que sea de origen sospechoso.

—Si.

La joven mujer obedeció. Sherlock se mantuvo analítico con el lugar, había ignorado por completo la extraña situación en la que John se encontraba; el detective posó la mirada sobre el estante detrás del escritorio y veloz palmeó el pecho de John.

—¿Qué, qué pasa? —preguntó desesperado.

—Ponte tus guantes —dijo—, revisa el estante y busca lo que dije.

John también se dispuso a obedecer a su amigo, sacó sus guantes de su bolsillo, se los colocó y se dirigió al estante en busca de lo solicitado. Cumpliendo todos con sus órdenes, Sherlock se acercó al escritorio y encendió la computadora. Quedó sorprendido al descubrir que el aparato no contaba con contraseña para acceder, pero decidió no confiarse. En momentos John volteaba para saber qué era lo que él hacía, lo único que podía apreciar era el veloz tecleo y varias pantallas abiertas.

—Todo está normal —habló Teresa.

—Abre y revisa los libros.

—¡¿Qué?! ¡Son demasiados!

—Revisa los de pasta dura, esos son los más fáciles para esconder algún micrófono.

Teresa suspiró con amargura y siguió las órdenes del detective. John, exhausto de no obtener respuestas, paró su búsqueda y miró a Sherlock.

—¡¿Me puedes ya decir que está pasando?!

—Ya te dije.

—No. Solo mencionaste "Moriarty".

—¿Necesitas más contexto? —preguntó incrédulo.

—¡Si! —exclamó.

Sherlock detuvo su búsqueda en el computador y volteó. Teresa, quien se mantenía revisando todos los libros, les observó por el rabillo del ojo.

—Richard es quien maneja la red de Moriarty —soltó molesto Sherlock.

La mirada de John se abrió de par en par.

—¿De dónde sacas esa conjetura tan loca?

—¿Recuerdas lo que te dije, qué Richard era quien nos seguía a Bell y a mí en el London Eye?

—Sí, ¿pero en que te estas basando?

—En su abrigo.

La cara del Doctor Watson detonó una gran interrogante.

—¿Por su abrigo? —cuestionó sin creerlo.

—¡Si! —Exclamó Sherlock—. Recuerdo al sujeto que nos seguía, y con gran razón, el abrigo color caoba que llevaba puesto.

—¿Por el abrigo? —insistió.

Sherlock rodó sus ojos, se alzó del asiento y se posó frente a su amigo.

—Si John, por su abrigo.

—Hay miles de abrigos color caoba en toda Inglaterra.

—¿Y? —Interrogó—. Yo recuerdo lo que vi, lo recuerdo como si hubiera sido hace un par de minutos. El abrigo de Richard, es el mismo de aquel hombre —en ello Sherlock alzó su manos y comenzó a moverlas por la desesperación que se surgía—. Su forma, el diseño de cada botón... ¡Por el amor de Dios, John! La forma del cuello... ¡es tan reconocible!

—Yo no estaba con ustedes ese día, así que no puedo argumentar en contra, pero da más motivos Sherlock. ¡Encuentra la razón de que Richard es quien maneja la red de Moriarty!

—¿Razón? —preguntó con una sonrisa burlona—. ¡Oh John!

Sherlock se dio la media vuelta, retomó el tecleo y la búsqueda en la computadora.

—Oye —habló Teresa y John alzó la vista para verle—, ayúdame con los libros. Son muchos.

El Doctor Watson suspiró desganado, continuó apoyando a la joven mujer pero fue interrumpido por el detective.

—¿Por qué un hombre, de la clase de Richard, se comprometería con una mujer como Sarah?

John frunció el ceño.

—A veces, pasan esas cosas.

—¿Y cómo es que le otorga todo el poder a ella? —Continuó, ignorando la inútil respuesta—. ¿Cómo un hombre se deja manipular por las garras de una mujer adicta al control?

—¿Es necesario una respuesta?

—Sabemos lo que es obvio, genio —mencionó Teresa. Sherlock le miró seriamente.

—¿Y por qué una actitud tan atenta hacia Isabelle?

—Sherlock, en serio, no empieces con celos.

—¿Perdón? —preguntó mientras volteaba, y apuntó de responder Watson se vio interrumpido—. ¡No empieces con esas cosas John! Observa lo que está pasando. Hemos arriesgado a Isabelle, la mandamos a la boca del lobo. Sabía que no debía alejarla de mí, ¡lo sabía! —exclamó con gran arrepentimiento.

John quedó impactado ante aquellas últimas palabras. No podía creer lo que su amigo había pronunciado. Por primera vez, desde que llegó la niña a sus vidas, John vio y escuchó como Sherlock, el fantástico Sherlock Holmes, había mostrado un sentimiento por la niña.

—Bien —habló John—, continuaré ayudándole a Teresa con los libros... Tú, sigue con la computadora.

El detective frunció el ceño por ese repentino cambio y en el fondo sintió un gran alivio. John posó una media sonrisa y caminó hacia donde Teresa se encontraba para poder ayudarle. Sherlock mantuvo los ojos en John hasta que llegó y apoyó a la mujer. Él retomó la vista en la computadora y siguió tecleando en busca de algo que inculpara a Richard.

John y Teresa no encontraron nada sospechoso en los estantes y libros, se habían agotado, en cambio Sherlock no parecía cansarse de indagar en el computador.

—¿Algo?

—No. ¿Ustedes?

—Se ven libros simples y comunes. Nada fuera de lo usual.

Sherlock detuvo el tecleó, se alzó agotado de la silla; de solo ver archivos y consultas en economía, y se acercó a ambos, quienes acomodaban los libros en el orden que debían de estar. Teresa conocía bien ese orden y, si por alguna extraña razón, había un libro que no estuviera como Richard deseaba, ella obtendría un terrible regaño.

—Todo parece normal —dijo John con un suspiro amargo.

—Debe haber algo —continuó Sherlock—, lo sé. Sé que es él. John, estoy seguro.

Teresa rendida en la insistencia comenzó a caminar para salir del lugar.

—No duren mucho aquí o sino Lady Sarah los va a matar —mencionó al estar en el marco de la puerta. Ella les dio una veloz mirada y salió de ahí, en continuación de sus deberes.

—Tal vez —siguió John— no tiene nada aquí. En su oficina puede que se maneje, no aquí.

Sherlock suspiró.

—No lo creo...

En ello Sherlock miró de reojo los libros y notó algo curioso en ellos. Los libros no estaban acomodados en una manera perfecta, los libros grandes y chicos; de diferente grosor en tapa blanda o tapa dura, estaban acomodados de manera insatisfactoria. Eran hileras que formaban una tediosa montaña rusa. Ni siquiera los libros tenían un acomodo por base a su color hasta que Sherlock observo los títulos, probablemente estaban así por el orden del abecedario.

—¿Qué pasa? —cuestionó al ver a su amigo tan enfocado.

—John —llamó preocupado—, ¿así es el orden de todo esto?

—Según Teresa, sí.

—Esto no es normal.

—¿Eh?

—El acomodo no coincide por tamaños, tampoco por color, menos por autores o títulos. A menos que... 

Sherlock guardó silencio y John observó pasmado.

—¿A menos qué...?

El detective observó el primer libro, su título era: ¿Qué inversiones son importantes en el campo de negocios de Inglaterra? El segundo título era: "Mercado industrial de la Inglaterra victoriana". El tercer libro, su título: "El libro negro del emprendedor". Sherlock siguió analizando con recelo los libros. John observó y esperó una respuesta de su amigo, hasta que, como si una inyección de adrenalina hubiese sido inyectada en sus venas, el detective tomó los primeros 14 libros de la hilera principal.

—John, despeja el escritorio.

—¿Qué encontraste?

—¡Despeja el escritorio!

Sin más que reclamar John obedeció, movió las cosas y Sherlock lanzó todos los libros. Él comenzó a ver cada uno de los lomos.

—¿Qué encontraste Sherlock? —insistió John.

—¡Qué idiota fui! —se exclamó—. Por momentos llegué a pensar que aquí habría cámaras o micrófonos para mantener vigilancia en el área y es cierto. Richard no sería tan estúpido para manejar "sus negocios desde casa", pero si dejar mensajes para cuando lo descubriera.

—¿Qué mensajes?

—Lee cada letra y signo inicial de estos títulos.

John se acercó y comenzó a tomar cada uno de los libros:

—Un signo de interrogación, la letra M, la E, otra E, una X, T, R, una A... —siguió susurrando hasta que formó las palabras deseadas—: ¿Me extrañaste? ¡Por Dios!

—Si —dijo en tono frívolo.

—Entonces... Richard si... —mencionaba el doctor a trabas— Richard está en la red de Moriarty.

—Fuimos unos tontos —dijo mientras tragaba difícilmente—. He arriesgado la vida de Bell —susurró para sí, aun así, John logró escucharlo.

—Tenemos que hacer algo, avisarle a Lestrade o a Mycroft...

—¡¡No!! —gritó. John se quedó perplejo—. No avisaremos a nadie, si lo hacemos estaremos arriesgando a todos en esta casa.

—¿Qué sugieres?

—Actuaremos normal, como si nada de esto pasara. Aumentaré la vigilancia aquí en Belgravia, porque me estoy temiendo que nuestro amiguito, con fetiches de Margaret Thatcher, puede que esté involucrado con el tío Richard.

—¿Lo crees?

—¿Lo dudas? —cuestionó con falsa credulidad.

—Es que, Sherlock, ya estoy muy perdido en todo esto. Necesito que me aclares las cosas.

—Lo haré John. Ahora, acomodaremos los libros y al salir de esta oficina, nada pasó.

—Bien, ¿y hablarás con Teresa?

—Ella sabe que tiene que quedarse callada. Así que, John, ayúdame y después de terminar, vayamos a Baker Street. Necesito ir por unas cosas.

Sin protestar John obedeció.

De camino a Baker Street, John insistió que se le explicara de la situación. Sherlock empezó hablar.

—Si atamos los cabos sueltos: Richard fue quien heredo la red de Moriarty. Este debió ser un subordinado fiel para haber obtenido tal recompensa, pero, debían de existir más perros fieles a Moriarty y uno de ellos es Moran. A pesar de retirarse, en algún punto debió servir a su amo, aun así, con la muerte de este todo se derrumbó y Richard, al tomar el cargo, lo mató junto a su familia.

—¿Pero porque matar a los Moran?

—Obvio. Eran rivales por el amor del amo. 

—¡Ah! —exclamó—. ¿Pero, dónde entran las Jones aquí?

—¿Recuerdas el tercero en discordia en la relación Casey-Jones?

—Si.

—Richard pudo ser ese tercero. Yo te dije que Casey no tenía el valor de atarse una bomba al cuerpo y hacerla explotar en una estación del metro. Casey era un depresivo fácil de manipular, Samara una chica linda de la cual estaba enamorada; en un punto conocieron a Richard y este, por órdenes de Moriarty, hicieron el atentado. Solo buscaron a dos inocentes que siguieran sus demandas.

—¿Entonces, cómo Samara fue una sobreviviente, la mataron?

—Sí y no. Aquí es donde creo que entra Mycroft.

—¿Mycroft?

—Sí, pero esto es una teoría: Tal vez Mycroft se apiado de Samara, si le daba el nombre de la otra persona involucrada. Samara, por obtener su libertar, le dice que fue Richard y este lo conecta a Moriarty. Sabemos que Mycroft jamás pudo meter a la cárcel a nuestro Napoleón, pero en un atentado tan grave como este, tuvo casi, y digo casi, a Jim. El tiempo pasó y Richard se está cobrando por todo.

—Mataron a Samara por informante.

—Si. Y como Samara aún tiene familia viva...

—Matará a Sarah y Bell.

—Correcto.

—¿Y sobre Magnussen...?

—Él supo que Samara formó parte de "esa banda de terroristas", y como era su costumbre, la amenazó con delatarla ante Richard.

—Vaya...

—Hemos deducido todo este caso John, esto es solo una venganza por Jim Moriarty.

Llegaron a Baker Street. Sherlock se sintió acogido por su living room y se dispuso a buscar ciertas cosas que necesitaría para vigilar la residencia Jones en Belgravia. John se mantuvo pensativo ante toda la información dada. No podía creer que, un hombre tan amable como lo era Richard, fuera una mente criminal.

—Sherlock —llamó John—, pero dime otra cosa. ¿Él tipo de los bustos de Thatcher?

—Es una distracción por parte de Richard —respondió Sherlock desde su habitación—. ¿Quién en su sano juicio allanaría una casa solo para destruir bustos de esa Margaret?

—Buena pregunta.

—Exacto.

—¿Pero crees que ataquen primero en Belgravia o Hampstead?

—Hampstead. Dudo que Richard sea tan obvio para dejar que primero ataquen en su casa.

—¿Y qué haremos? Digo, creo que sería bueno avisarle a Lestrade que refuerce la zona, y atrape al cómplice.

—Ya te dije que no diremos nada. Dejemos creerles que seguimos siendo ignorantes en el tema y que ataquen en Hampstead.

—Pero Sherlock...

—No están dañando familias, solo figurillas de pésimo material. Hazme caso John y todo saldrá bien.

—Sí, confió en ti Sherlock. 

Después de un día agitado Sherlock se encontraba en la sala de estar de la casa Jones, meditando toda la situación que acababa de pasar el día de hoy. Habían sido demasiados golpes a su pensar y trató de digerirlos de la mejor manera, sin embargo, necesitaba mostrarse firme, sereno, en especial para mantener a la niña a salvo.

—¿Sherlock? —escuchó esa pequeña vocecita.

El detective volteó y miró a la niña, empijamada y con su apreciado señor conejo en mano.

—Isabelle —llamó desconcertado—, ¿qué haces despierta? Son casi las doce.

—Es que... no puedo dormir —dijo apenada.

—¿Pesadillas?

—No. Solo no puedo dormir.

Sherlock suspiró.

—Necesitas dormir, mañana vas al colegio.

—Ya lo sé, pero de verdad, no puedo. ¿No me quieres contar un cuento?

Él volvió a suspirar, se acercó a la niña y estiró su mano hacía ella.

—Vamos.

La niña sonrió y tomó la mano del detective. Ambos llegaron a la habitación de la pequeña, ella se sentó en la cama y Sherlock tomó asiento a un lado de ella.

—¿Qué tal estuvo tu clase de violín? —preguntó curioso el detective. No sabía porque pero sintió la necesidad de cuestionarlo.

—Bien. Liz es buena maestra.

—¿Liz? —inquirió.

—Sí, bueno se llama Elizabeth pero ella me dijo que le llamara Liz.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—Vaya... ¿Y la escuela? —volvió a sentir aquella necesidad, más que nada, recordó a Irene. Bell le observó curiosa.

—¿La escuela?

—Si...

La niña se quedó en silencio por momentos, pensando si debía de contarle a Sherlock sobre aquel niño Eric que se había autoproclamado su amigo.

—Aburrida —soltó después de un tedioso debate interno.

—Así son las escuelas —dijo curioso ante esa respuesta.

—¿Me cuentas uno de tus casos? —mencionó evasivamente. Sherlock se extrañó aún más.

—Isabelle, ¿hay algo que estas ocultando?

—No —respondió veloz.

—¿Segura?

—Si —finalizó con una enorme sonrisa.

Sherlock no estaba convencido de la actitud de la niña, algo le ocultaba y era obvio.

—Isabelle, hay algo que me gustaría preguntarte.

—¿Qué? —preguntó nerviosa. Sherlock la observó.

—Es con respecto a Richard.

—¿Richard?

—Si. ¿Alguna vez, te ha tratado de un modo que no te gustara? —La niña se extrañó pero luego negó con su cabeza—. ¿Segura?

—Sí, Richard me agrada pero a veces es algo tonto.

Sherlock arqueó su ceja. El pensamiento de la niña era el mismo él que tenía, hasta hoy.

—Ya veo...

—¿Por qué?

—Por nada —dijo con una leve sonrisa—, solo quiero que me prometas que, si llegas a ver algo que no te guste de él, me lo digas al momento ¿de acuerdo? —ella cabeceó—. Bien, ahora, ¿qué caso es el que quieres?

—¡El vampiro de Sussex!

—¡Oh Bell! —Exclamó—, ese caso es demasiado explícito.

—¡Por favor! —suplicó.

—De acuerdo, de acuerdo. Tú ganas, hoy será el vampiro de Sussex.

—¡Si! —exclamó mientras se acomodaba entre las sabanas.

Sherlock comenzó su relato y durante veinte minutos, pudo contemplar como la niña caía en un sueño profundo. 

A la mañana siguiente la niña llegó a su colegio. En la entrada no se topó con Eric, lo cual fue bueno para ella. Se dirigió a su salón y vio a su profesora la señorita Clara Steephens; rubia, ojos color azules, unos labios remarcados con un labial rojo fuego y un traje negro con pequeños encajes sobre su pecho. Ella volteó y vio a la pequeña clon de Sherlock. Así le había apodado de cariño ya que, el primer día que la conoció, se le hizo idéntica a él.

—Buenos días Bell —saludó. La niña se extrañó por ser llamada en su diminutivo.

—Tú fuiste a mi casa, para ser mi maestra de piano.

Ella parpadeó algo sorprendida.

—Sí, yo fui. Y como sabemos, no obtuve el empleo.

—¿Y cómo llegaste aquí?

Irene quedó más sorprendida de lo que ya se encontraba. En serio que esta niña tenía mucho de Holmes sobre ella.

—Busqué el empleo y me contrataron.

Isabelle no dijo nada más, fue a buscar su asiento, casi al final de la hilera junto a la ventana. Irene no le despegó la vista hasta que las demás alumnas llegaron al salón. Las clases, como siempre, fueron aburridas. A veces Irene se sorprendía como es que aun recordaba todos los elementos de la escuela primaria. Era un milagro. El primer receso llegó e Isabelle buscó refugio bajo aquel gran roble en el patio escolar e Irene se enorgulleció de hacer guardia durante el receso. Aprovechó y se dispuso a vigilar a la pequeña, quien comía tranquilamente, en ello, observó como un niño se acercaba a ella. Isabelle identificó una voz familiar.

—¡Hola! —ella decidió ignorarlo—. ¿Cómo estás? —Eric tomó asiento junto a ella e Irene se mostró alerta—. ¡¿Qué crees que me pasó ayer?!

Isabelle movió sus ojos.

—¿Qué? —cuestionó molesta.

—¿Sabes por qué no me viste en el segundo receso? Porque mi maestro descubrió mi libro sobre la inquisición y el tipo se indignó por lo que yo estaba leyendo. Tanto fue que tuvieron que hablarle a mi papá —Bell solo comía y se mantuvo escuchando—. Me quedé en la salida hasta que llegó mi padre. Hablaron con él pero, como mi papá es lo máximo, me dijo que no les hiciera caso, que mi profesor era un ignorante. Lo malo de esto es que se quedaron con mi libro y mi papá me prometió uno nuevo con más imágenes —Eric sonrió y Bell parpadeó curiosa. Irene se mantuvo mirando ambos niños, notando la inconformidad de la pequeña—. ¿Y qué comes?

—Un lonche.

—¿Ya le dijiste a Sherlock que soy tu amigo? —cuestionó animoso.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque no lo he visto —mintió.

—¡Demonios! Le conté a mi papá que conoces a Sherlock Holmes y que me enviarías a la cárcel. No paró de reír en toda la tarde —Bell veía como el niño reía, por más que ella buscó alejarse de él, le era imposible—. ¿Sabes? Le conté a mi papá sobre ti, está muy contento de que tenga una amiga.

—Ah...

—Porque... Bueno, yo nunca he tenido amigos, la verdad. Cuando le conté de ti a papá, ¡se mostró tan alegre! Hacía mucho que no lo veía así.

—Qué bueno...

—¡Si! Y me dijo que, en cualquier momento, te invitara a comer a nuestra casa.

La niña observó con curiosidad y sorpresa. Si Eric le causaba mucha incomodidad, hoy había llegado al límite.

—No creo poder ir.

—¿Sherlock no te dejaría?

—No.

—Bueno, no lo culparía. Vivo algo lejos, en Northampton para ser exacto —dijo con una gran sonrisa.

Al escuchar el lugar Isabelle palideció horriblemente. Irene, viendo a la niña, se dirigió hacia allá en busca de ser una ayuda.

—Hola niños —llamó. Ambos le miraron—. Lamentó interrumpir, Bell necesitamos hablar con respecto a tus tareas pendientes —fingió. La pequeña por un momento se confundió pero luego supo que ella había sido su salvación.

—Si profesora Steephens —contestó nerviosa.

—¿Vienes? —preguntó mientras extendía su mano.

Isabelle no lo dudó, la tomó para alzarse y alejarse de ese niño. Los ojos de Eric parecían haberse llenado en unas terribles llamas al ver como esa profesora se llevaba a Bell consigo. Eso no le gustaba y estaría muy seguro de hacer pagar a la profesora por ello. Irene y Bell llegaron al salón. La niña jamás soltó la mano de su profesora y ella concibió como esta temblaba, estaba asustada, casi aterrada.

—¿Bell sucede algo? —cuestionó mientras volteaba a verle—. Sabes que puedes decirme lo que sea —ella no miró a Irene, estaba asustada y la palidez se hacía notar cada vez más—. ¿Bell? —insistió. Sin ninguna respuesta Irene se hincó para estar frente a frente. Isabelle se cruzó con su mirada.

—Estoy bien —soltó. Irene frunció el ceño—. Solo quiero irme a casa.

—¿A tu casa, te sientes mal? —ella afirmó—. ¿Ese niño te hizo algo? —no respondió. Irene comenzó a estresarse—. ¿Cómo se llama ese niño? Si me dices su nombre, podre reportarlo a dirección.

Bell se extrañó y su respuesta fue negar rápidamente.

—Quiero ir a casa... —dijo casi a llanto.

—Bien, hablaré a tu casa —en eso se alzó—. Espérame aquí, me iré a dirección a reportarte enferma y podrán venir por ti.

Irene cumplió su promesa, logró convencer a los directivos que la niña no se encontraba bien y su tía fue por ella, no con alegre humor.

Sarah e Irene se reencontraron después de un largo tiempo. Irene no había tenido la oportunidad de verla cuando fue a su casa, y ahora, ambas se mostraron una mirada retadora. Sarah sintió que había visto aquella rubia en alguna otra parte, pero la maravilla del maquillaje había hecho a Irene irreconocible. Adler sonrió y con un simple, y para su sorpresa, honesto y dulce: "Cuide de la niña", cautivó a todos los oyentes en aquella sala. Irene nunca había simpatizado con los niños, menos con sus florecientes alumnas, le recordaban mucho a ella; aquella época de su hermosa niñez y pre-juventud. Pero Bell se había vuelto especial porque no le recordaba aquellas memorias. Ella le recordaba al detective que le había salvado la vida; le veía en sus ojos marrones, en su cabello castaño ondulado, en sus expresiones, en todo. Isabelle se había vuelto un vivo retrato de Sherlock Holmes.

Tía y sobrina llegaron a casa, la pequeña fue llevada a su habitación y examinada por Teresa, quien al ver la piel palidecida de la niña, un susto la inundó. Ella agradecía que el detective no se encontrara en casa, porque si no, se hubiera alterado por el estado de la pequeña. Teresa logró calmarla, pero sin ningún éxito en saber qué era lo que le había pasado. La niña quería descansar y Teresa la dejó para que tomara una siesta. Más tarde Sherlock llegó a la residencia con la noticia respecto a la niña. Veloz subió al segundo piso y fue a ver a la pequeña quien dormía tranquilamente.

—¿Qué fue lo que pasó? —demandó Sherlock. Teresa se estremeció.

—Supe que se sintió mal en el colegio y fueron por ella.

—¿Mal?

—Sí, es lo único que supe. Pregúntale a Lady Sarah.

Sherlock rodó sus ojos, salió de la habitación y del bolso de su abrigo sacó su celular y marcó un número familiar. Al tercer tono la voz de Irene le recibió calurosamente:

Ya te enteraste.

—¿Qué fue lo que pasó?

No lo sé, yo...

—¿Cómo que no lo sabes? —interrumpió molesto—. ¡Solo tienes un trabajo, Irene!

¡Déjame hablar, por Dios! —exclamó—. Sí de por si tengo demasiadas tareas en esta mesa por revisar, y con lo que está pasando... Ay no entiendo como acepte esto.

—¿Karachi?

De acuerdo, de acuerdo. Tú ganas.

—Bien, ahora: ¿Qué pasó? —insistió furioso.

La verdad no lo sé bien, solo te puedo decir que me tocó hacer vigilancia en el receso y tu niña estaba tranquila comiendo cuando llego un niño con ella.

—¿Un niño? —cuestionó curioso—. ¿Cómo que un niño?

Si. Un niño de su edad llegó y se sentó, platicaron y repentinamente ella palideció —Sherlock quedó sorprendido ante todas aquellas palabras—. ¿Sigues ahí?

—¿Quién es ese niño? ¿Por qué se acerca a Bell? ¿Con que derecho...?

Por lo que averigüé se llama Eric Worth y, con respecto a lo otro, contrólate papá. No sé porque habla con ella.

Sherlock exhaló furioso cuando escuchó unos tacones acercándose a donde él se encontraba.

—Hablamos luego —colgó, mostró su mejor sonrisa y volteó a dónde provenía aquel sonido—. ¡Señorita Jones!

—Señor Holmes, me alegra verlo.

—A mi igual. Me acabo de enterar que Isabelle se encuentra enferma.

—¡Oh eso! —exclamó indiferente—. No se preocupe, ella está bien —Él arqueó su ceja—. Al parecer solo se le bajo la presión.

—¿Y eso se debe tomar como algo que no importe?

—Ya la revisó el médico, no se preocupe.

El detective fingió una sonrisa.

—¿Y hay algo más que quiera decirme, Sarah?

—Así es señor Holmes. Esta noche Richard y yo saldremos a una cena de negocios...

—Y quiere que vigile la casa —interrumpió.

—¡Correcto! —Exclamó con una enorme sonrisa mientras le palmeaba el hombro—. Es tan listo señor Holmes.

Y Sarah se retiró.

Un extraño ruido hizo despertar a Bell. Había dormido toda la tarde y era probable que no despertara hasta el siguiente día, pero ese curioso ruido la hizo volver. Comenzó a mirar a su alrededor para ver si había alguien en su habitación. Estaba sola. 

Ese ruido volvió a escucharse y la niña se alzó en la cama para observar mejor.

—¿Sherlock? —llamó. No obtuvo respuesta. La niña salió de la cama, abrió la puerta de su habitación y observó el pasillo siendo cubierta en plena oscuridad. Ese ruido extraño volvió y ella empezó a sentir miedo—. ¿Sherlock? —insistió.

Con miedo salió de su habitación para dirigirse a la planta baja y descubrir de dónde provenía ese sonido. Al llegar, trató de adaptar la vista en la oscuridad pero ese sonido; el cual pudo identificar como alguien caminando con cautela y con suelas de zapatos muy chillantes, provenía de la sala principal. Ella se acercó hacia la puerta corrediza, suavemente la abrió para poder ver quien estaba ahí.

—¿Sherlock? —No hubo una respuesta. La niña, mientras su vista se acostumbraba a la oscuridad, vislumbró la silueta de una persona en medio de la sala—. ¡¿Sherlock?!

Esa persona volteó, tratando también de adaptar su vista para ver una silueta pequeña. La niña, asustada por no recibir un llamado, buscó el apagador, lo encendió y con gran terror miró a una persona enmascarada con el busto de Margaret Thatcher en mano. Ambos se miraron petrificados. La niña sintió como sus piernas comenzaron a temblar, ese hombre no era Sherlock, ni su tío John, menos Richard; era un desconocido, un ladrón. Y Bell no lo pensó más y gritó a todo pulmón. El ladrón le pidió silencio a la niña pero ella no paró de gritar y cada momento que podía alzaba más ese chillante grito. Por toda la casa se inundó aquel eco desesperado y Sherlock no se hizo esperar; este se encontraba en su habitación con miles de cosas en su cabeza cuando el grito de la niña lo hizo volver. Se alzó de la cama, salió corriendo de su habitación y al tomar el pasillo observó la luz proveniente de la sala principal. Corrió como cual gacela y al llegar a la entrada vio a la niña y al tipo enmascarado con el busto en mano. Quedó atónito. El sujeto al ver al detective mostró la misma expresión, se dio la media vuelta y buscó huir del lugar por donde había entrado: la ventana.

Sherlock se puso alerta y tomó a la niña de los hombros, la sacó de la sala de estar y luego se fue detrás del tipo, quien ya se encontraba con un pie fuera de la casa. El detective logró tomarlo de su manga y regresarlo, ambos se miraron por unos segundos, después el ladrón lanzó el busto al sillón y le proporcionó una golpiza a Sherlock, quien no tardó en reaccionar y darle el mismo estilo de golpe en su cara.

Ambos comenzaron a pelear y la niña, desde la entrada, miró aterrada. El sujeto lanzó los puños cerrados al cuerpo de Sherlock y logró esquivarlos buscando devolverlos de la misma manera. El ladrón comenzó a sofocarse y su mejor manera de salir ileso de esto fue buscar algo con que defenderse. Encontró el perchero, lo tomó con las pocas energías que le quedaba y golpeó al detective en su espalda, dejándolo noqueado por unos momentos.

—¡¡Sherlock!! —desesperada gritó la niña.

El ladrón distinguió como el detective iba alzándose poco a poco, y para no dejarse, le brindó un codazo en su espalda. Sherlock exclamó en dolor y volvió a caer al suelo. La niña empezó a llorar y sus sollozos cubrieron toda la habitación. Ese sujeto la observó, pero no fue con ella, volvió hacía su verdadero interés: el busto de Thatcher. Sherlock, con gran dolor, alzó su mirada en busca de la pequeña y ver si estaba bien viendo que ese tipo no había ido hacía ella y su preocupación se calmó un poco al advertir que la niña estaba bien.

—¡Isabelle —exclamó con dolor— busca a Teresa y váyanse!

Ella estaba aterrada, acababa de ver cómo habían lastimado a Sherlock y no quería dejarlo así. ¿Pero cómo podría ayudar? El miedo la había hecho presa y no podía moverse, no podía hablar, solo observaba. El ladrón tomó el busto de Thatcher y esta vez no perdería más tiempo; alzó sus brazos y lanzó con todas sus fuerzas el busto. El eco del mármol resonó por todo el lugar hasta que la pieza quedo hecha en miles de pedazos, logrando que la niña y el detective vieran sorprendidos como entre los escombros una USB con las siglas A.G.R.A se hiciera presente. 

—¡Al fin! —Exclamó con terrible alegría y victorioso cogió el aparato—. ¡Al fin esa perra me las pagará!

Sherlock quedó paralizado. A.G.R.A., aquella USB de su amiga Mary volvía aparecer. No había lógica, él recordaba que John había quemado ese USB y el pasado de Mary se hizo cenizas, y a todo esto, ¿qué tenía que ver con la red de Moriarty? Tal vez ¿esto era una trampa? ¿Un engaño? ¿Cómo fue posible que sus planes se vieran frustrados por ello? ¿Richard lo había descubierto? Tenía que averiguarlo.

—¡¿Dónde conseguiste esa USB?! —Gritó mientras trataba de alzarse—. ¡¿Te la dio tu jefe, Richard?!

—¡¿Qué?! —cuestionó extrañado el tipo.

—¡Si, lo que oíste! Tu jefe Richard, te ordenó atacarnos porque descubrí su mayor secreto: Ser el nuevo líder de la red de James Moriarty —El ladrón estaba extrañado y veía como el detective se alzaba poco a poco—. Me temía que Richard me descubriera, y, ¿por qué usar AGRA en esto?

—¿Moriarty? ¿Richard? ¡¿De qué demonios hablas?! —el ladrón poso su mano en su pasamontaña y la quitó para dejarse al descubierto. Sherlock y Bell vieron a un hombre moreno, entre sus treinta y cinco años; con aspecto demacrado y unas horribles cicatrices en su rostro—. ¡Lo único que quiero es saber ¿dónde está esa perra?!

—¡¿De quién hablas tú?! —cuestionó Sherlock igual de confuso.

—Esa mujer, que ahora se hace llamar Mary Watson.

Y al oír ese nombre Sherlock y Bell quedaron sorprendidos.


**

Creo que estas últimas semanas me la pase navegando en Explorer xD He aquí las noticias tardías: Este su fic ganó los Wattys 2018 en la categoría "Los Revisionistas." Muchas gracias a los Wattys por darle la oportunidad a mi fanfic. Aun no me lo creo. Y deberás, se los he dicho muchas veces y no me cansaré pero, de corazón, gracias por su apoyo. Gracias por leer, comentar, votar etcétera, sin ustedes no hubiera llegado hasta donde lo he hecho. ¡Miles de gracias!

Además, aquí les dejo el como NO deben de escribir un discurso de agradecimiento por un premio obtenido xD. Mi entrevista por los Wattys: https://www.wattpad.com/648288208-wattys-2018-conociendo-a-los-ganadores

Ya para finalizar, como comenté en el capítulo pasado, las actualizaciones de momento irán muy lentas debido a mi martirio personal (escuela) espero poder regresar a principio de diciembre, ya algo mas activa en actualizaciones, no se me desesperen ya saben que si vuelvo.    

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