Mi huésped, Ayden (Mío #1)© D...

By leluMuzzi

2.6M 128K 15.8K

Disponible en físico por Nova Casa Editorial ❤️ Mackenzie Probbet solo quería alejarse, olvidar, volver a emp... More

Prólogo ❤
MHA en FISICO😍📚📚
PORTADA DEFINITIVA (Libro en fisico)📚❤️🌚
Segundo Libro- Mio #2
Capitulo 2 ❤
Capitulo 3 ❤
Capitulo 4 ❤
Capitulo 5 ❤
Capitulo 6 ❤
Capitulo 7 ❤
Capitulo 8 ❤
Capitulo 9 ❤
Capitulo 10 ❤
Capitulo 11 ❤
Capitulo 12 ❤
Capítulo 13 ❤
Capitulo 14 ❤
Capitulo 15 ❤
Capitulo 16 ❤
Capitulo 17 ❤
Capitulo 18 ❤
Capitulo 19 ❤
Capitulo 20 ❤
Capitulo 21 ❤
Capitulo 22 ❤
Capitulo 23 ❤
Capitulo 24 ❤
Capitulo 25 ❤
Capitulo 26 ❤
Capitulo 27 ❤
Capitulo 28 ❤
Capitulo 29 ❤
Capítulo 30 ❤
Epílogo ❤
📚3x2 de LIBROS en FISICO📚🎄
Mi vecino, Jaxon en FISICO
PRE-VENTA de Mi vecino, Jaxon 📚💕
Firma en *Buenos Aires, Argentina*

Capitulo 1 ❤

152K 6.4K 1.2K
By leluMuzzi

Tres días después, el domingo, todo estaba casi completamente en su lugar. Tan solo faltaban algunas cosas de la sala de estar, como los cuadros de la familia y los jarrones de mi madre, y la cocina, como rellenar los estantes con los platos, los cuencos y los vasos.

En mi habitación hacía ya un día que estaba todo listo y bien ordenado. En sí, la casa no era gigantesca; solo de un tamaño normal. De dos pisos con varios cuartos disponibles, en donde, para nuestra desgracia, no se encontraban baños en ninguna de estas. Dos en el piso de arriba, uno en el pasillo y otro en la habitación de mis padres, y luego en la planta baja otros dos.

Al entrar, me había sorprendido enormemente del tamaño de mi cuarto, porque era el más grande de la casa. En estos momentos agradezco ser la más grande, eso a veces me da privilegios espectaculares, de los que Kyle se queja constantemente. Las paredes se encuentran pintadas en un color crema que no me disgusta para nada, en el centro de la habitación hay mi cama gigante con la colcha azul que tanto me gusta y que es tan calentita como para pasarme todo el día y toda la noche bajo ella. Junto a la ventana hacia la derecha se encuentra mi escritorio con todos los libros del colegio, que fui a comprar ayer junto con mi hermano y mi mamá para el comienzo de lo que resta del período de clases después de Navidad y Año Nuevo, y luego mi armario, en donde todas las prendas se ubican perfectamente. Para cubrir el frío suelo de madera, una alfombra de piel blanca, que vaya a saber de qué animal es, en las paredes colgué las fotos que más me gustaban y que tenía guardadas hace años. Son de cuando era bebé y de cuando tenía no más de siete años.

Y la parte más importante de mi querida habitación es mi pequeña biblioteca, que está muy bien remodelada: unos estantes de madera a cada lado de una ventana medianamente grande al costado izquierdo de la habitación, llenos con mis libros favoritos y, frente a ellos, a pocos centímetros, un columpio improvisado de madera que cuelga del techo, y que, para mi suerte, el asiento tiene respaldo para leer cómodamente frente a la ventana.

Es ahí donde me paso la mayoría de las horas libres. No solo porque mi pasión es leer, sumergirme en ese mar de palabras que te crean un mundo alrededor que tiene mucho más sentido que la propia realidad, en donde puedo visualizar a los personajes por las descripciones y enamorarme de ellos completamente, con la certeza de que él, el personaje principal masculino más adelante también lo hará conmigo, sino porque el resfriado que se me pegó me impidió salir y conocer la ciudad. Ayer de suerte pude ir a comprar los libros que se requieren para el comienzo de las clases sin caerme de bruces al suelo.

Por lo que ahora, bueno... tengo la nariz roja, y sorprendentemente ese rubor cubre toda mi cara pálida, los ojos hinchados, el pelo revuelto y el pijama puesto desde que me levanté. Varios pañuelos de papel están esparcidos por el suelo alrededor de la cama y el columpio, mientras que varias cajas de Kleenex están a la espera de ser atacadas.

Tendría que recogerlo todo y tirarlo a la basura, pero por ahora me mantendré calentita en el calor espectacular de mis frazadas. El frío viento no hace más que empeorarme. Por más que las ventanas estuviesen cerradas, la habitación está más que congelada, o puede ser que la fiebre se me haya subido completamente.

Las nubes grises cubren completamente el cielo y lo bañan en sombras oscuras, creando la ilusión de que ya son horas tardías, pero la verdad, apenas son las cuatro o cinco de la tarde. Las gotas de lluvia se estampan con rapidez, una tras otra, contra la ventana y crean el único sonido de la habitación. Cuando pensé que ni bien tocara Miami el clima estaría soleado y con un calor sofocante, me desanimé mucho por encontrarme con el cielo avisando de que una tormenta llegaría. Maldita sea, amo el frío, pero un par de meses con calor y muchas horas de playa no me hacen daño. Y en tres días ese clima no paró ni un segundo.

Sí, estoy enferma, pero de igual manera estoy completamente aburrida. Quiero leer, pero hace más de una hora que mis ojos están medio abiertos y medio cerrados. Estoy peor que ayer, aunque no quiera admitirlo.

La sopa de pollo que mi madre me trajo en el almuerzo me ayudó a dormir, ya que en la noche no pude pegar ojo. Tuve mucha fiebre y el dolor de cabeza no paraba. Era como si me estuviesen pegando en la cabeza con millones de martillos gigantes.

Ahora, de vez en cuando, la habitación me da vueltas y la vista se me nubla, efectos que me hacen saber que los estornudos están por venir. Hasta que ocurre. Todos esos microbios salen de mí con un simple estallido de saliva y un «¡Achís!».

Mierda, odio estar en este estado tan deprimente en donde lo único que puedo hacer es rezar para que se me pase. Mi piel logra tener un tono rojizo que ni con maquillaje podría tener. Pero en estas ocasiones no necesito maquillaje, tan solo resfriarme. Estar malditamente enferma y parecerme a un zombi.

El sonido de la puerta siendo tocada llega a mis tapados oídos en un leve y bajo sonido. ¡Oh, vamos! ¡Maldito resfriado!

La incito a pasar con otro estornudo, seguido de otro y luego otro. Mi madre entra junto con una taza de algo que no puedo ni ver ni oler. Acorta la distancia con pasos largos y se sienta en mi cama. Mi madre es una de esas mujeres que, por más que tengas lepra, se te acerca para ayudar. Es solidaria con los enfermos y los ayuda con todo lo que puede para que mejoren. Por lo que no le presta atención a que le haya estornudado casi en la cara, ya que no pude llegar a tiempo de taparme la boca.

—Lo siento. —Me disculpo limpiándome con lentitud la cara con un pañuelo. Mis defensas están bajas y no tengo fuerzas para moverme casi nada. Me pasa la taza y tomo un sorbo de té.

—No hay problema. ¿Cómo te sientes? —pregunta con cariño tiñendo su voz mientras lleva una de sus finas y delicadas manos a mi frente. Hago el intento de encogerme de hombros y hacer una broma sobre mi estado, pero el ardor que tengo en la garganta y la poca fuerza me lo impiden.

—Lo mejor que puedo... —respondo con la voz ronca y casi inaudible. Ella hace una mueca graciosa, pero evito reírme.

—Bien. ¿Estás segura de que te podrás quedar aquí sola por un par de horas? Si pudiese faltar, lo haría, pero soy su esposa y no puedo... —Es ahora cuando me acuerdo de qué habla. La fiesta de presentaciones de proyectos de mi padre es hoy. Las familias tienen que ir para ver cómo progresa la empresa y bla, bla, bla. En esta ocasión, mi padre va para conocer a los socios y los comités. Presentará el proyecto que viene preparando hace más de dos meses y hoy lo expondrá frente a todos. Por suerte, Jamie O'Melley le dio el visto bueno a su trabajo, por lo que está más que confiado, lleno de esperanzas de que lo aceptarán.

Dios, le deseo suerte. Hasta yo estoy nerviosa y emocionada por él. —Tranquila, lo único que necesito es descansar. Creo que no despertaré hasta que ustedes lleguen —aseguro.

—Bien, pero llámame si pasa algo. Lo que sea. Yo volveré lo más rápido que pueda —asiento y bostezo con cansancio.

—Que la pases lindo.

—Eso espero, estoy muy nerviosa. ¿Sabes qué? ¡Vendrá a buscarnos una limusina! ¡No lo puedo creer! —Aplaude con emoción, dando un gritito agudo de felicidad junto con una sonrisa amplia. Me alegro mucho por ella.

—Qué envidia. —Siempre quise estar en una limusina, por lo que sé es espectacular.

—Tranquila, algún día irás en una a algún lado, puede que en tu graduación te consiga una.

—Bien.

—Iré a cambiarme. Antes de irme te traeré un poco más de sopa —avisa levantándose de la cama y yendo a la puerta, desde donde me tira un beso antes de salir.

Por más que odie estar enferma, la mejor parte de esto es la sopa de pollo de Tessa. Es simplemente perfecta. Creo que son las únicas veces que como esas delicias. Puede que a mucha gente no le guste, pero es mi segunda comida favorita.

Media hora después, mi hermano entra por la puerta, llevando consigo un vaso lleno de Coca-Cola. En ese momento ya había terminado mi deliciosa taza de té, tomándola poco a poco, disfrutando su calor y sabor que había pasado por mi garganta. Por fin calentándome, pero ahora que ya la terminé, estoy comenzando a enfriarme de nuevo.

—¿Qué haces todavía en pijama? —pregunto sin notar ninguna mejora en mi voz.

—Los hombres tardan cinco minutos en arreglarse, todo lo contrario a las mujeres. Mamá hace media hora está metida en el baño y apenas terminó de pintarse un ojo. Creo que no nos iremos de aquí en una hora y media. Me queda tiempo todavía. —Se burla tomando un sorbo del líquido oscuro que hay en su vaso.

—Quiero verte en traje... —murmuro con cansancio reflejado en las palabras. Cierro los ojos mientras lo escucho aproximarse a mí.

—¿No quieres que me quede contigo y te haga compañía? —La esperanza suya se hace evidente. Al parecer no le agrada la idea de salir.

—Ve y diviértete lo que más puedes, Ky. —Escucho cómo bufa—.

Aparte, seguro habrá mucha comida allí. No te perderás eso, ¿o sí? —No.

—Entonces, ve. Come el doble por los dos, ya que como verás yo no puedo comer más que sopa de pollo.

—Como si para ti fuera la muerte comer esa sopa... —Se burla. Sonrío ligeramente.

—Mmm.... Amo esa sopa...

—Lo sé, ¿quieres que te traiga más? —pregunta justo cundo siento que su peso de la cama se va.

—Mamá me traerá cuando se vayan, no te preocupes.

—Bien.

—Al menos ve a bañarte, lo necesitas urgentemente y es mejor que te prepares pronto, sabes cuánto se desespera mamá cuando hay alguna fiesta importante. —Escucho cómo gruñe.

—Maldita sea, tienes razón. Se vuelve toda una bruja...

—Sip, ahora vete. —Lo echo mientras me acurruco en una mejor posición en la cama y me sumerjo en un profundo sueño. Como tantas veces me pasó, sueño con unos ojos avellana que me miran pidiendo auxilio, con un terror inmenso reflejado en su mirada mientras el dolor va cubriendo sus aureolas.

Hace unas cuantas semanas, de alguna manera que no sé explicar, esos ojos me persiguen. En cada uno de mis sueños su estado de ánimo y sus sentimientos varían. Pero lo único que no veo es felicidad. Es como si la alegría nunca estuvo en aquellos ojos. La frialdad con la que mayormente la veo y la imagino hace que un escalofrío me recorra completamente. No puedo ver su cara del todo, pero algo me dice que es muy atractivo. Una sensación tan rara me invade el cuerpo cada vez que lo intento imaginar con una cara fea y toda llena de granitos. Pero es por eso por lo que estoy completamente segura de que no es feo, sino que es una especie de hombre espectacular nunca visto por mis ojos. Lo que sí puedo distinguir a través de toda esa neblina que le cubre la cara y el cuerpo es su pelo castaño oscuro revuelto que dan ganas de despeinarlo mucho más, y en el cuello un lunar en su lado izquierdo. Ni muy grande ni muy pequeño.

Pero cada vez que me acerco a tocarlo, o siquiera a hablarle para preguntarle por qué siempre sueño con él y su mirada penetrante, me despierto.

Y esta no fue la excepción, solo que cuando abrí los ojos, sobresaltada, mi madre se estaba aproximando a mí, vestida con un muy lindo vestido elegante negro hasta el suelo, con un escote en V que le hace parecer tremendamente sexy y en la cintura una franja de tela, haciendo como si fuese un cinturón, solo que este tiene muchos diamantes brillosos azules que lo decoran por completo.

El pelo se lo recogió delicadamente en una cola de caballo. La juventud que no veía en mi madre hace varios años, en los que ella se escondía en ropas no dignas de su cuerpo esculpido, aparece ante mí con esta imagen de una diosa. El maquillaje sutil y fino hace que sus ojos iguales a los míos brillen con satisfacción.

Le intento sonreír, pero en vez de eso, me sale una fea mueca. Ella se sienta junto a mí y deja un cuenco con olor a sopa en la mesita de noche que tengo a mi lado y un vaso de agua, los cuales nunca vi desde que entró.

—Te traje sopa y una pastilla para que tomes —dice. Junta sus manos en el regazo, pero luego me tiende una pequeña pastilla blanca. Mis ojos siguen pesando y puedo asegurar que están mucho más rojos que antes de dormirme.

Con lentitud, intento ponerme en la mejor posición para tomarme la pastilla que espero que me cure rápido. No me gusta estar enferma. Me enfermo tan fácilmente que más de veinte veces al año estoy en este estado. Es tedioso.

Me tomo la pequeña cápsula milagrosa junto con unos pocos sorbos de agua para luego volver a mi anterior posición en la cama.

—Gracias —le digo.

—Cuando quieras puedes tomar la sopa, la calenté mucho para que no se te enfríe muy rápido. Descansa y cuídate. No te levantes. Hace frío y el suelo está congelado. De igual manera, cerré todas las ventanas y prendí la chimenea en la sala. ¿Quieres que te traiga un libro para que leas o descansarás?

—No, voy a descansar, que la pases lindo. Y procura que Kyle no se muera atragantado por la comida... —bromeo aun en este estado miserable.

—Está bien. Me iré a buscar el abrigo y ya nos iremos. Le diré a Connor que te venga a saludar. Sácate los anteojos para dormir porque ya rompiste muchos dejándotelos puestos —avisa parándose y alisando las pocas arrugas de su vestido, causadas por sentarse de tal manera en la cama. Me río. Sí, muchos lentes fueron destrozados por dormir con ellos. Pero no es mi culpa no darme cuenta antes de tirarme en la cama y dormirme al instante de que llevo los malditos lentes puestos.

—Ok, me los sacaré ni bien salgas por la puerta. Dile también a Kyle que venga, quiero verlo en traje.

—Bueno, vendrán todos para saludarte, pero no les estornudes en la cara, no quiero otro enfermo por aquí —se ríe.

—Ok.

Cuando sale de la habitación, tomo otro trago de agua. El frío líquido pasa rápidamente por mi garganta y una picazón comienza a aparecer. Tal y como siempre me pasa cuando me enfermo. Mi garganta se cierra y no permite que casi nada de comida o líquido pase. Agradezco mucho que le dé el visto bueno a la exquisita sopa de pollo de mi mamá y al agua. De eso sí que no me salvo, la picazón siempre va a estar allí si sigo enferma. Aun así, me termino gustosa la sopa.

El resto de mi familia se despide de mí a una distancia considerable para no enfermarse, excepto Tessa y Kyle, quienes siempre fueron inmunes a mis resfriados y enfermedades. Mi padre y Mía no tienen mucha suerte.

Con las pocas fuerzas que me quedan, me burlo de mi hermano y su vestimenta, sin querer admitir que le queda de muerte ese traje negro sin la corbata. No puedo creer que, por más que le lleve dos años, él sea más alto que yo y más corpulento. Bueno, eso último también se debe a que hace como cinco años comenzó natación y fútbol americano. Mi madre ahora que ya sabe que en la nueva secundaria a la que entraremos en unos días hay ambas cosas, se ahorró mucho dinero y también tiempo, ya que antes ella lo llevaba a todas las prácticas.

Mi hermanita me tira un beso mariposa, de esos que juntan los dedos pulgares entrelazados y mueven todos los otros dedos sobrantes de cada mano, creando así una ilusión de una mariposa en movimiento. Ella se vistió tal y como le gusta, con una falda rosa pastel con brillos, una remera de La Cenicienta metida debajo de la falda y unas botas muy lindas y tiernas. Lo que a ese atuendo no tenía que faltarle es la tiara de princesa con plumas pequeñas en la base y diamantes en las puntas. Se ve totalmente adorable.

Mi padre va vestido perfectamente como un empresario ejemplar y serio, con un traje negro igual que el de mi hermano, solo que él sí tiene una corbata.

Mi madre llega a los minutos con toda una pila de abrigos en los brazos y se los pasa a cada uno el correspondiente. Vuelvo a despedirme con un «Adiós» y veo cómo salen por la puerta de mi habitación antes de escuchar cerrarse la de entrada. La tentación por dirigirme a la ventana y asomarme para ver la limusina que los lleva a la fiesta es enorme. Pero las reprimo cuando me doy cuenta de que apenas puedo moverme.

Me estiro lo más que puedo para agarrar mi celular de la mesita de noche, el cual sonó ni bien mis padres salieron de mi habitación, y veo el mensaje de mi prima, Michelle.

«El maldito hijo de puta me dejó por la zorra de mi mejor amiga. Mejor dicho, exmejor zorra-amiga. Estoy tan enojada que, si no hablo con la mejor prima que tengo, estallaré e iré a partirle la cara al cabrón de Jackson.»

Me río un poco hasta que la tos me supera. El carácter de mi querida prima es... muy... explosivo. No hay que meterse con ella si no quieres quedarte rengo por toda tu miserable vida. Por más que por fuera ella sea todo un ángel caído del cielo, por dentro es toda una diabla en ebullición. Pero es la única a quien puedo considerar amiga.

Ella vive en Italia, por lo que nunca la veo. La extraño tremendamente y la necesito la mayoría de las veces cuando no tengo nada que hacer ni con quien hablar. Los mensajes son nuestra solución.

Por lo que hace unas semanas me dijo, su novio se estuvo comportando distante y extraño. Ahora las dos sabemos por qué lo hizo. Y ni hablar de su "mejor amiga", que es una zorra en vida. Pobre chico el que se acostó con ella, por lo que me dijo Michelle todo aquel que esté una noche con esa chica se lleva una gran sorpresa al poder contraer sida. Es mejor no acercarse. Aunque no sé si ella lo dice por el enojo que tiene por lo que ella hizo o lo dice en serio. No quiero preguntarle porque sinceramente no me importa.

«Ve y patéale el culo si no quieres que lo haga yo», le respondo. Con ella puedo bromear, hacer chistes y también contar secretos íntimos sin tener ni mínima sensación de que ella los dirá.

¿A cuál de los dos? ¿A la zorra o al puto?

«Mmm... Los dos se merecen la furia de mi prima. Creo que tendrás que hacerlo doble. No estoy contigo para mandarlos a la mierda. Así que descárgate por dos. Con la zorra y el puto. Oh, también grítale todo lo que quieras a esa pendeja. No te dejes nada guardado.»

«Lo haré ya que tú me lo dices, señora conciencia. Siempre la necesito en las decisiones importantes.» Carcajeo cuando leo ese mensaje. Sip, ella dice que soy su voz de la razón. Lo más gracioso es que si tuviera a su exnovio y exmejor amiga, yo no podría siquiera tocarles un pelo, ya que tengo miedo de pegarle a la gente. Pero me gusta hacerme la fuerte cuando estoy hablando con mi prima. «Y ahora, ¿cómo estas con todo esto de la mudanza?»

«Bien, creo. Con la mudanza estoy muy feliz, lo malo es que estoy enferma y en la cama. ¿Puedes creer la mala suerte que tengo?». Ella sabe que ya quería mudarme de una vez por todas y alejarme. Sabe todo sobre lo que sufro en la escuela y lo que causo sin querer a los demás.

«Recupérate. Mantente en la cama y aprovecha estos días para comer toda la sopa de pollo de Tessa. Con respecto a lo de la mudanza y querer cambiar para no causar problemas, quiero que te saques de la cabeza eso. Eres como eres, Mackenzie.

«Las cosas que hago me avergüenzan. Soy tonta e idiota. Arruino todo lo que toco, Miche.»

«Y amo todas tus locuras. Me encanta que hagas la vida de las personas más interesante. Tendrás amigos a los que no les importarán tus imperfecciones o tu idiotez, que sinceramente tienes mucha y de igual manera te quiero. Hazme caso, no finjas ser alguien que no eres.» Aconseja y me derrito ante sus palabras. Sé por lo que ella pasó al querer ser alguien que no era. Por suerte, lo superó y ahora es totalmente ella misma.

«Gracias, lo tomaré en cuenta.»

«Ok, descansa todo lo que quieras y come hasta reventar. Yo me encargaré de que mis puños lleguen a su destino. La zorra y el puto se llevarán una buena... TE QUIERO, PERRA. Saluda a mis tíos.»

«¡Nos hablamos luego!» Y, con eso, silencio mi celular para poder descansar sin interrupciones hasta que mis padres lleguen y me quito los lentes.

Con el pensamiento y la esperanza de poder sentirme mejor al día siguiente, me quedo dormida de nuevo. Aquellos ojos aparecen de nuevo en mi sueño, solo que ahora los siento mucho más cercanos. Su mirada quema mi piel y me calienta de todas maneras. Quiero acurrucarme en él, olerlo y sentirlo contra mi piel pálida y fría. Tenerlo a mi lado para verlo, fijarme en si es tan lindo como pienso que es, tocar aquel lunar que tanto me tienta cuando sueño con él.

Sentir que es real y no solo alguien que inventé.

Un ruido. Luego otro y otro más. Fuertes y a la vez diminutos sonidos provenientes desde abajo me despiertan. Son ruidos que apenas puedo escuchar con mis oídos tapados. Primero pienso que es la lluvia que hay fuera, esa tormenta que no para desde hoy y que choca con la ventana con aires repentinos y estruendosos silbidos. Los truenos que ahora se sienten cercanos antes no estaban tan pronunciados, solo eran lejanos y silenciosos, algo muy extraño en Miami.

Otro ruido. Otro más. Y luego otro más. Parecen desesperados. Y es allí cuando me doy cuenta de que es la puerta de entrada. Los golpes son de ahí. Quiero gritar para que mi mamá vaya a abrir, pero luego me doy cuenta de que estoy sola en casa y que todos se fueron a la fiesta del trabajo de papá. Por lo que con lentitud y mucho cuidado, me levanto de la cama, meto los pies en mis pantuflas de pato, las cuales cada vez que doy un paso suena con el sonido típico de los patos, y me coloco los anteojos.

Bajo uno por uno los peldaños de la escalera, con mi postura encorvada y desanimada, sin ningún rastro de felicidad porque alguien interrumpió el sueño tan preciado que tenía hace unos segundos. Solo espero que no sean esos niños insoportables que van de casa en casa tocando las puertas para luego salir corriendo sin que los descubras. Malditos sean ellos.

Los golpes siguen escuchándose hasta que llego frente a la puerta. Me debato entre abrir o ir de nuevo a mi habitación a dormir, pero luego me digo a mí misma que si elijo volver a mi habitación la decisión de bajar fue tonta si no abro la puerta. Justo cuando otro ruido, ahora mucho más silencioso y desanimado, resuena en la puerta, la abro.

Un trueno resuena al momento en que la puerta se abre y me sobresalto. Frente a mí, una silueta de un muchacho encorvado en una postura incómoda aparece parado con la mano en alto, listo para tocar otra vez. El susto que me da es tremendo, pero luego me doy cuenta de que no hace nada por moverse. Frunzo el ceño al notarlo y estiro la mano hacia el interruptor de la luz que está junto al marco de la puerta de entrada.

Y la luz se enciende.

—Ángel... —murmura el chico, que ahora se puede distinguir entre las sombras de la oscura noche. Entonces, él cae. Su cuerpo se abalanza contra el mío como un peso muerto, con pocas fuerzas. Como acto reflejo, lo agarro lo más rápido que puedo e intento mantenerme en pie. Su peso para mi cuerpo enfermo es como millones de rocas gigantescas intentando tirarme hacia abajo, pero no quiero dejarlo caer.

—Oh, Dios mío... —murmuro por el susto, el terror y el asombro, queriéndome paralizar.

Él deja salir un gemido de dolor y yo lo intento agarrar de otra manera en la que mi cuerpo no estuviese a punto de caer con el peso de este chico. Ahí es cuando me doy cuenta de algo.

Sangre. Espesa y roja.

Me asusto al verla, pensando que me habrá acuchillado o lastimado, pero no es así, él está herido. Mucho. La sangre mancha su cuerpo, haciendo que el miedo en mí crezca y que la gripe y el resfriado que tengo se esfumen en cuestión de segundos.

Intento pensar qué hacer, pero solo actúo con la mente en blanco al sentir el pánico abordarme con fuerza.

Mierda, necesito llevarlo al hospital con urgencia. La sangre mancha la alfombra de la entrada y yo respiro hondo para darme valor y seguir con mi plan de salvarlo. Recuerdo lo que me dijo mi madre cuando de chiquita fui con ella al hospital en el día de llevar al hijo al trabajo. Por desgracia, ya no es enfermera. Su voz clara resuena en mi cabeza, haciéndome saber qué es lo que debo hacer en un caso donde esto vaya a suceder y sea yo la única que pueda salvarlo.

—Tienes que detener la sangre. No dejes que siga saliendo, eso es lo único que puedes hacer. Si no puede causar su muerte. Encuentra alguna remera si es que estás cerca de algún armario. Cúbrelo con esa tela y apriétalo para que la hemorragia cese. No te alarmes y ve a un médico lo antes posible. Si haces eso con calma y sin rastros de miedo, será mucho más fácil.

Agradezco aquellas enseñanzas que nunca pensé que me servirían ni que tendría que implementar, y vuelvo a tomar otra bocanada de aire para calmarme. Tengo que tranquilizarme y no desmoronarme.

Fuera el miedo, viva la esperanza.

Miro a mi alrededor en busca de alguna prenda que me sirva en estos momentos para detener la sangre que sigue saliendo de su cuerpo, y veo una bufanda de tela blanca colgada en el perchero al lado de las escaleras. Con lentitud y cuidado, dejo boca arriba el cuerpo de este chico en el suelo, quien ahora tiene los ojos cerrados —imagino que por el dolor—, y voy corriendo tan rápido como puedo hacia la prenda que necesito. Paso al lado del tazón puesto sobre una mesita junto al del perchero y me percato de que las llaves del auto están allí. Las agarro sin pensármelo dos veces y me encamino hacia el herido.

Rompo más de lo que ya está la remera que lleva puesta, que ahora es completamente roja, y me doy cuenta de que no solo es una herida de bala, sino que son dos y varios rasguños y cortes, pero no los veo tan trágicos como los de las balas. Corto la larga bufanda en dos con todas mis fuerzas y las coloco en sus heridas. Él gruñe de dolor con los dientes apretados, pero tiene los ojos cerrados, no puedo verlo reflejado en ellos.

—Tranquilo, te llevaré al hospital —le aseguro con voz temblorosa.

Gime nuevamente cuando aprieto de nuevo y luego agarro sus manos para colocarlas donde las mías antes estaban, manteniendo firme las telas en su pecho sangriento. Lo tomo de los hombros con cuidado, pero segura de que el agarre que estoy ejerciendo es suficiente para levantarlo sin hacerle mucho daño. Lo agarro por los hombros, estabilizándolo en sus pies temblorosos y piernas inestables, y luego paso su brazo fuerte y esculpido por mis hombros, dejando que el mayor de su peso se pose en mí.

Salimos al aire frío de la noche y a la lluvia torrencial, realmente inesperada y extraña en esta zona. Con el pie cierro la puerta de entrada y me aproximo con el chico al auto de mis padres lo más veloz posible. Mis piernas tiemblan, pero eso no impide que mis pasos no sean seguros y estables por ahora. La fe que tengo en que lo lograré supera todos los miedos y terrores.

Una vez dentro del auto, tiro el asiento del copiloto hacia atrás y bajo el respaldo para que quede acostado sobre él. Segura de que las manos pesadas de este chico serán suficiente peso como para mantener la tela en el mismo lugar, enciendo el motor y emprendo el camino mientras busco en la lista de los lugares de emergencias que mi madre escribió en un cuaderno y dejó en el compartimiento. El hospital queda a diez o quince minutos. Para mi suerte, las calles están despejadas, por lo que aumento un poco más la velocidad sin importarme nada el clima. La lluvia me mojó todo el pijama que tenía puesto. Ahora estoy yendo con mi pantalón de algodón cómodo y remera de manga larga a un hospital. Sin mencionar que tengo las pantuflas de pato que hacen ruido al caminar. Estoy congelándome. Mis dientes castañean, no solo por el frío, sino por los nervios.

—No te duermas, intenta mantenerte despierto hasta que lleguemos. No falta mucho —le digo con voz rasposa y preocupada.

¿Y si no sobrevive? ¿Quién es? ¿Cómo llegó a mi casa en ese estado? Mis manos tiemblan en el volante y mi corazón palpita fuertemente en mi pecho. Mi respiración agitada me da a saber que estoy temblando. Agradezco a mis padres por haber aceptado irse en la limusina y no en nuestro auto, ya que, si no, no tendría con qué llevarlo a emergencias. —Por favor, ángel. Duele... —Su voz gruesa y entrecortada sale en un susurro ronco de sus labios. Respiro hondo para tranquilizarme otra vez y me digo a mí misma que no se desmayará en el trayecto. Puede hablar, por lo que está bien, por ahora.

Doblo en una esquina y me estaciono frente al hospital. Desabrocho el cinturón con tal rapidez que me sorprende y bajo aún temblando. Corro a toda prisa hacia adentro y miro hacia los lados con la urgencia de encontrar algún doctor o enfermera caminando por allí, pero no veo a nadie, por lo que me encamino hacia la puerta más cercana.

Unos hombres con batas me miran sorprendidos ante las pintas que llevo, pero luego se centran en mi cara de desesperación. No me había dado cuenta de que estaba llorando hasta este momento. Pestañeo varias veces para aclarar mi vista y me digo a mí misma que llorar no va a lograr que el chico se recupere por arte de magia.

—¡Por favor, vengan! ¡Tengo a un chico baleado en el auto! —grito, temblorosa, y todos se sobresaltan, pero luego de un segundo se ponen en acción y agarran una camilla de una habitación cercana para luego pasar junto a mí.

Los sigo corriendo hacia el auto y les destrabo la puerta en la que se encuentra recostado el chico herido, quien ahora respira con dificultad. Veo cómo los dos hombres que decidieron ayudarme la abren rápidamente, lo sacan y lo ponen en la camilla antes de entrar de nuevo al hospital. Apago el auto y saco las llaves, aún temblando por completo.

Una vez dentro de la sala de espera complemente desierta, me siento en una silla. Mi mente está bloqueada, no sabe qué pensar de todo esto. No sé qué pasó, tan solo son manchas borrosas de todo lo que hice. Todo en pocos segundos, maldita sea. ¿Quién iba a imaginar que esto ocurriría hoy, en mi puerta, en mi casa y a mí?

Nunca pensé que las palabras de ayuda que mi madre me decía cuando iba con ella al trabajo en el hospital me iban a servir de ayuda en algún momento. Pero me alegro muchísimo de que me lo haya enseñado. Si no, ¿qué hubiera hecho yo? ¿Dejarme llevar por el miedo y dejar que el pobre chico se muriera? No puedo hacer eso.

En algún momento mis lágrimas se convierten en sollozos estruendosos. Menos mal que la maldita sala está vacía, si no sería bochornoso que me vieran en este estado, llorosa y toda constipada, resfriada y con los ojos rojos. Algunas mechas de mi cabello caen sobre mi cara húmeda y yo las aparto y las escondo detrás de mis orejas. Pero siguen cayendo sobre mi cara y la única forma de pararlo es haciéndome un moño sin una gomita elástica.

Dejo que el llanto salga de mí. Me dejo llevar por la tristeza de lo sucedido con este chico. Me temo que no lo conozco, pero lloro por todos los familiares que no se enteraron de que está aquí, por lo que le pasó y lo que está sufriendo ahora. Como dije antes, soy muy sensible.

Me desahogo hasta ya no tener fuerzas. El cansancio que se había ido cuando el chico apareció en mi casa aparece como una avalancha sobre mí. Hago una mueca. Los estornudos regresan y me siento temblar más que antes. El aire acondicionado no hace nada para mejorarme. Estoy congelándome, mucho más con el pijama mojado. No entiendo por qué con un clima como este prenden el aire acondicionado. Están todos muy locos.

Me levanto de la silla y me aproximo a la recepcionista que recién veo llegar a su puesto de trabajo tras el escritorio de color caoba. Con cada paso que doy el sonido de los patos en mis pies resuena por el lugar carente de personas.

—¿Disculpe, tendrá pañuelos de papel por algún lado? —pregunto cruzando los brazos en mi pecho para mantener el poco calor que tengo, y también para no dejarle ver que no llevo brasier.

—Claro —responde asintiendo y buscando algo en un cajón debajo de su mesa. Me tiende unos cuantos luego de buscar en los otros dos cajones sobrantes debajo del primero.

—Muchas gracias... —me despido de ella y me doy la vuelta para ya irme de nuevo a mi asiento, pero su voz me detiene.

—¿Necesitas llamar a tus padres para avisarles de que estás aquí? Puedo prestarte el teléfono si quieres. Veo que no trajiste nada contigo y eres chica para estar sola aquí...

—¿En serio? —pregunto esperanzada. Oh, Dios, estoy ansiosa por hablar con mamá. Estar entre sus brazos consoladores y oírla decir que todo irá bien. Contarle todo lo que pasó y pedirle ayuda.

—¡Claro! Ven aquí. —Hace un ademán con las manos perfectamente arregladas hacia el teléfono que hay junto al monitor de la computadora de su escritorio y me sonríe. Veo pequeñas arrugas formándose en los bordes de sus ojos y en su frente mientras lo hace. —¿Quieres que te prepare un café mientras llamas? —Asiento, muy agradecida por su amabilidad—. Bien. Se nota que te estás congelando, dulzura.

Se aleja con pequeños pasos gracias a su poca altura. Por lo visto no debe tener más de cincuenta y cinco años.

Marco el número de mi mamá y, mientras espero, las lágrimas siguen derramándose por mis mejillas. La preocupación por una persona desconocida puede que no afecte a muchas personas, pero a mí sí. Es como si yo sintiese que me lo hacen a mí, y más con este chico. Es como si yo estuviese sintiendo esas balas dentro de mí. Desgarrando mi piel y marcándome dolorosamente.

Me atiende luego de tres tonos. Algo de música resuena en el fondo, ni muy alta ni muy baja. Linda, lenta, pero no deprimente. La voz de mi madre parece alegre cuando contesta, puedo notar su sonrisa cuando mi padre le dice algo y ella se ríe antes de saludar con un «Hola».

—Ma...

—Hola, cariño, ¿cómo te sientes? —Me atraganto con un sollozo cuando habla. Quiero soltarle todo lo que tengo atragantado en la boca y decirle todo lo ocurrido, pero sé que, si le digo todo eso, tiene que ser lenta y tranquilamente para que lo entienda. Por lo que respiro una gran bocanada de aire antes de hablar.

—Estoy en el hospital... un chico...

—Espera, espera un segundo... ¿Por qué estás en un hospital? ¿Estás bien? ¿Te sientes peor? ¿Fuertes vómitos? Me hubieras llamado y así hubiera ido a casa para estar contigo...

—No, mamá, no es eso, yo no soy la herida. —Sorbo la nariz y me seco las mejillas con el dorso de mi mano.

—¿Entonces quién es? —pregunta, y la confusión se nota en el otro lado de la línea. La voz de papá se nota entusiasmada detrás de la de mi madre. Al parecer está hablando con sus nuevos socios de sus planes del nuevo hotel.

—No lo sé, es un chico que tocó la puerta y se me tiró encima... —¡¿Qué?! ¿Estás bien? ¿Qué te hizo? —me corta.

—Ma, déjame terminar, por favor... —le pido respirando hondo—. Tocó la puerta y se cayó encima de mí por lo mal que estaba. Lo balearon... —Lloro con esa última parte, cada vez más fuerte, y escucho cómo mi madre empieza a tranquilizarme con palabras gentiles y llenas de esperanza.

—Estará bien, Mackenzie. Tranquila. Mándame la dirección del hospital e iré.

—No, tienes que estar con papá. Es su día especial. Es importante para él y te necesita... —murmuro con tristeza antes de gritarle por impulso que quiero que venga ahora mismo y me envuelva en sus brazos. —Lo sé, pero eres mi hija y...

—Y papá es tu esposo —la interrumpo—. Te necesita más que yo. Solo me quedaré sentada aquí y esperaré para saber qué es lo que tiene. Diviértete, ven cuando terminen. Solo quería avisarte dónde estaba.

—Está bien, cariño. ¿Quieres que le diga a Kyle que vaya? Está muy aburrido aquí, aparte puede pasar por casa y llevarte lo que necesites.

En media hora te toca tomarte el medicamento.

—Bien, pásame con él, por favor. Yo le diré qué traerme.

—Está bien. ¡Kyle! ¡Tu hermana está al teléfono! ¡Tendrás que ir a casa e ir al hospital! —Escucho cómo le grita a mi hermano y luego este le responde: «¿Por qué al hospital, qué le pasó?». Tessa le cuenta lo sucedido, resumiéndolo, y luego me pasa con él.

—Bien, ¿qué necesitas? —contesta él cuando está al teléfono.

—Ropa. Estoy toda mojada. Necesito zapatillas y un abrigo, me estoy congelando. Oh, y las pastillas que mamá tiene en la cocina, sobre la mesada. Trae todo eso.

—Ok. En media hora estoy allá —confirma como si fuese una misión en donde es necesaria su presencia urgentemente.

—¿Cómo vas a llegar?

—En taxi.

—Bien. Te mando la dirección por mensaje.

—Claro.

—Te tengo que cortar, este no es mi teléfono... adiós.

—Nos vemos en un rato, adiós.

Corto la llamada justo cuando la recepcionista llega a mi lado con una taza de café. Me la tiende con una sonrisa y yo se la devuelvo de una manera triste.

—Espero que sirva el café, es lo único en lo que puedo ayudar...

—Claro, esto está perfecto. Gracias. —Tomo un sorbo de café. Agradezco que solo le haya puesto dos de azúcar, ya que con más no me gusta—. Gracias por dejarme llamar, de tanto apuro me olvidé mi celular.

—No hay de qué. ¿Quién va a venir?

—Mi hermano menor. Me traerá un poco de ropa. ¿Tiene usted su celular por allí? Necesito mandarle un mensaje con la dirección.

—Claro. —Asiento en agradecimiento, le mando el mensaje al número de mi madre, el cual sé de memoria, y me encamino a la silla en la que antes me había sentado.

Todo esto que está pasando me tiene muy confundida, y, tengo que admitirlo, muy intrigada. ¿Cómo alguien puede llegar así a un lugar y luego caerse sobre esa otra persona? ¿Cómo alguien puede balear a alguien? Puede que tenga motivos y puede que no. Pero, ¿no le carcomerá la culpa después de matar o herir a una persona, fuera inocente o no?

Ciertamente, cuando hago algo mal —siempre lo hago— me quedo toda la noche pensando en qué podría haber cambiado para que eso no pasara. No sé cómo alguien puede apuntar a otro ser humano con un arma y arrebatarle la vida, para luego seguir como si nada hubiese pasado. Obviamente sin pensar que el muerto podría haber dejado a su familia sin ninguna explicación y nunca volver a verlos. Sin dejar rastro ni huellas para, al menos, decir cómo fue su muerte y avisar a su familia —confirmarle, mejor dicho— que no se perdió, sino que murió, que lo mataron.

Y así es como me deprimo más: con pensamientos que toda persona con cerebro puede tener hasta que viene mi hermano.


Cojo.

Sostén.

Continue Reading

You'll Also Like

3.5K 162 19
Tn es una chica famosa es modelo y cantante muy guapa y con mala fama de infidelidad-tom Un chico apuesto con fama de mujeriego que podía pasar ?
177K 3.8K 6
Componer una imagen ficticia para la clase alta, era por demás, una necesidad. Presumir de un acompañante para el exterior, mucho más. El casting de...
768K 39.2K 35
Melody Roberts es una chica muy sencilla, no es muy sociable y solo tiene una mejor amiga. Vive sola en un pequeño departamento, el cual debe de paga...
4.1M 265K 57
Un hermano desparecido, una red oscura, un enemigo con más poder del imaginable y un aliado con un carácter poco recomendable. El juego ha empezado. ...