A la Máxima (completa)

By AlexDivaro

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«Salir con un hombre como él está mal. Máxima lo sabe, su lógica se lo dice, su mejor amiga se lo recuerda. A... More

Nota para nuevos lectores
Nota para galletas
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Uno, primera parte (Libro 1)
Uno, segunda parte
Dos
Tres
Cuatro, primera parte.
Cuatro, parte dos.
Cinco, primera parte
Cinco, segunda parte
Seis, primera parte
Seis, segunda parte
Siete, primera parte
Siete, segunda parte
Ocho
Nueve, primera parte
Nueve, segunda parte
Diez, primera parte
Diez, segunda parte
Once, primera parte
Doce, primera parte.
Doce, segunda parte
Trece, primera parte
Trece, segunda parte
Me lleva la 🍆🍆🍆
Catorce, primera parte
Catorce, segunda parte.
Quince
Dieciséis
Diecisiete, primera parte
Diecisiete, segunda parte.
Dieciocho, primera parte
Dieciocho, segunda parte
Diecinueve, primera parte.
Diecinueve, parte dos
Veinte
🍆🍑🔥🌶
LIBRO DOS: Veintiuno, parte uno.
Veintiuno, parte dos
Veintidos
Veintitrés, primera parte
Veintitrés, segunda parte.
Veinticuatro
Veinticinco, parte uno
Veinticinco parte dos.
Veintiséis, parte uno
Veintiséis, parte dos
Veintisiete, parte uno
Veintisiete, parte dos.
Veintiocho, parte uno
Veintiocho, parte dos
Veintinueve, parte uno
Veintinueve, segunda parte
Treinta, primera parte
Treinta, parte dos
Treinta y uno
Treinta y dos, parte uno
Treinta y dos, parte dos
Treinta y tres, primera parte
Treinta y tres, segunda parte
treinta y cuatro, primera parte
Treinta y cuatro, segunda parte
Treinta y cinco, parte uno
Treinta y cinco, segunda parte
Treinta y seis, primera parte
Treinta y seis, segunda parte
Treinta y siete, primera parte
Treinta y siete, segunda parte
Treinta y ocho
Treinta y nueve
Cuarenta, primera parte
Cuarenta, segunda parte
Cuarenta y uno.
✨👩🏻‍🦰✨
LIBRO TRES: Cuarenta y dos
Cuarenta y tres, primera parte
Cuarenta y tres, segunda parte
Cuarenta y cuatro, primera parte
Capítulo cuarenta y cuatro, segunda parte
Cuarenta y cinco
Cuarenta y seis
Cuarenta y siete
Cuarenta y ocho
Cuarenta y nueve
Cincuenta
Cincuenta y uno, parte uno
Cincuenta y uno, parte dos
Cincuenta y dos
Cincuenta y tres
Cincuenta y cuatro
Cincuenta y cinco
Cincuenta y seis
Cincuenta y siete, primera parte
Cincuenta y siete, segunda parte
Cincuenta y ocho, primera parte
Cincuenta y ocho, segunda parte
Cincuenta y nueve
Sesenta, primera parte
Sesenta, segunda parte
Sesenta y uno
✨Nota para lectoras✨
✨💍 👉🏻👌🏻 🔪✨
Sesenta y dos
Sesenta y tres
Sesenta y cuatro
Sesenta y cinco, primera parte
Sesenta y cinco, segunda parte.
Sesenta y seis, primera parte
Sesenta y seis, segunda parte
Sesenta y siete
Sesenta y ocho
Sesenta y nueve
Setenta, primera parte
Setenta, segunda parte.
Setenta y uno
Setenta y dos
Setenta y tres
Sobre el siguiente libro + sobre el final de A la Máxima.
Flashback narrado por él, parte 1
Flashback narrado por él, parte 2

Once, segunda parte.

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By AlexDivaro

Lo miré anonadada, mientras que él, impasible, levantó la vista hacia Oscar. Su respuesta me pareció que tenía algo de doble sentido, o tal vez solo eran ideas mías. 

Guardé mi teléfono en mi bolso, para indicarle que no estaba dispuesta a seguirle el juego y me levanté de mi puesto. Me senté detrás de Juan que apenas se dio cuenta, giró hacia mí y me sonrió. Me puse mi suéter de capucha para taparme la cabeza y no tener la tentación de mirar sobre mi hombro, para verlo.

Noté que mi teléfono vibraba en mi bolso, pero no lo tomé hasta varios minutos después que otro alumno terminó su exposición y el profesor empezó a hacerle preguntas.

«¿Podemos hablar? Por favor, quédate al finalizar la clase».

No le respondí.

Otro estudiante comenzó con su exposición. Todas eran cortas, de unos diez minutos. La primera mitad de los alumnos expondríamos en esa clase y el restante, en la siguiente. Yo estaba justo en el medio de la lista, por lo que no sabía si me daría tiempo de presentar o tendría que hacerlo el jueves.

Cuando Juan pasó a explicar su proyecto, me quedé impresionada de lo bueno que era. Se desenvolvió muy bien hablando en público. Expuso con un carisma tremendo que me hizo pensar en que debía hacerlo igual de bien.

Una hora y media después escuché al profesor Roca dirigirse a mí.

—Señorita Mercier, ya es casi el final de la clase. ¿Le alcanza el tiempo para exponer o prefiere hacerlo el jueves?

Él, ¿dándome opciones en vez de ser un déspota como cuando me daba clases de ecuaciones? Joder, lo que hacía el interés.

—Prefiero hacerlo hoy —dije y me puse de pie.

Dejé mi trabajo en el escritorio junto a los de mis compañeros y coloqué mi dispositivo de almacenamiento en la computadora para buscar mi presentación. El profesor se encontraba de pie contra la pared del fondo del salón. Supuse que se había cansado de estar sentado.

Me miró y cruzó el brazo izquierdo sobre su pecho y apoyó en su mano el codo derecho, para formar un ángulo recto. Movió sus dedos hasta su barbilla y con el índice comenzó a rozarse los labios de la misma manera que había hecho ese día que lo llevé a su casa. Al parecer, era un tic, un gesto que hacía, probablemente, inconsciente cuando estaba ansioso.

Empecé mi exposición. A diferencia de mis compañeros que se habían enfocado en mega proyectos y grandes estructuras, yo me fui por lo pequeño. Hablé de hacer minicentrales capaces de generar hasta 5000 kW para así electrificar comunidades rurales. Expuse con la atención de todos y en especial la suya. Al terminar, pregunté si alguien tenía una duda, pero mis compañeros estaban demasiado desesperados por salir, así que dijeron que no.

—Yo tengo unas —dijo el profesor y todos los presentes hicieron ruidos de fatiga, faltaban escasos cinco minutos para que finalizara la clase—. Está bien, pueden irse, continuaremos el jueves, quédese, señorita Mercier, para evaluarla.

—Max, te espero abajo —dijo Juan al pasar junto a mí. Asentí y lo seguí con la mirada hasta que salió del salón.

El profesor comenzó a aproximarse a mí, a la vez que el resto de los alumnos salían del salón que continuaba en penumbras, pues nadie había encendido el resto de las luces después de que terminó mi exposición.

—Me ha gustado mucho su proyecto, señorita Mercier. La felicito.

—Gracias, profesor.

La puerta se cerró y nos quedamos a solas. Lo miré expectante, pero él no me hizo ninguna pregunta, solo metió las manos en sus bolsillos. Negué con la cabeza y me di la vuelta hacia la computadora y cerré mi presentación. Seleccioné quitar mi dispositivo de almacenamiento de forma segura y luego apagué el equipo. Noté como caminaba hacia mí, pero pretendí que no me había dado cuenta y retiré la pantalla del proyector que estaba sobre el pizarrón.

Él se situó a mi espalda y yo me quedé petrificada sin saber qué hacer, mientras mi respiración se alteraba ante su mera cercanía. La tensión era palpable.

Transcurrieron varios segundos sin que ninguno hiciera nada, era como si él estuviese esperando que me girase hacia él o analizando si debía avanzar.  Miré sobre mi hombro, él permanecía detrás de mí en silencio. Su expresión de ansiedad no me animó a encararlo, así que volví a mirar al frente, al pizarrón que tenía un ejercicio de geometría de una clase anterior.

—¿Max?

—¿Mmm? —contesté.

Noté sus dedos en mi hombro izquierdo y la sensación de parálisis se acentuó en mi cuerpo. Con suavidad, retiró unos mechones de cabello, que cayeron sobre mi espalda y se acercó más a mí. Su aliento caliente me erizó la piel del cuello y yo cerré los párpados con fuerza a la vez que me mordía el labio inferior, nerviosa.

Un beso simple y húmedo se posicionó sobre la piel que dejaba al descubierto el cuello de mi camiseta y solo eso le bastó para estremecerme.

Abrí los ojos en reacción y vi que su mano derecha se había apoyado en el pizarrón acrílico junto a mi cabeza y noté como los dedos de su otra mano presionaban con sutileza en mi cintura, lo que me hizo contener la respiración.

La punta de su nariz rozó mi cuello, mientras sus labios se arrastraban por mi piel con una delicadeza tan deliciosa que tuve que esforzarme para no jadear.

«Esto está mal», pensé, pero fui incapaz de moverme.

Sus besos eran leves, pequeños roces y aun así, todo se sentía demasiado. Él era demasiado. Su toque, por muy sencillo que fuera, me resultaba apabullante. Mi cuerpo volvió a traicionarme, simplemente reaccionaba al suyo de forma instintiva. Mi sexo se contrajo sin que pudiera hacer algo para evitarlo. No entendía cómo podía sentir odio y deseo a la vez.

Me moví despacio y me giré para encararlo, pero fui incapaz de hacerlo, bajé la cabeza. Él alzó su otro brazo y apoyó ambas manos a los lados de mi cuerpo, sobre el pizarrón, lo que me dejó sin escapatoria.

—Mírame —dijo en un susurro ronco junto a mi oído que se me coló en lo más profundo.

Su mano se posó en mi mejilla con delicadeza, me la acarició con el pulgar y luego me alzó el rostro. Me miró, lucía nervioso. Se me acercó despacio. Era como si quisiese darme la oportunidad de que lo detuviese, pero no lo hice y fue tan vergonzoso. No pude disimular que mi respiración se aceleraba conforme se aproximaba.

Me besó con suavidad y yo temblé de nuevo ante el contacto. Sus labios rozaron los míos de forma benévola, pero no su lengua. De un segundo a otro, Diego pasó de besarme con dulzura a lamerme los labios con premura con su lengua tibia. Jadeé en reacción y él me silenció con un nuevo beso.

Sus dientes se hincaron en mi labio inferior tembloroso y mi respiración se volvió audible, estaba como en un trance, paralizada, porque quería huir y al mismo tiempo, ansiaba que continuara con esa caricia dentada, que escaló con rapidez en una ávida succión. 

Su lengua flexuosa acarició la mía de manera decadente. Su aliento se fundió con el mío. Lo deseaba, quería que siguiera besándome. Aquello estaba mal, muy mal, pero joder, qué bien se sentía.

Sus besos eran moderados, lentos, estudiados al igual que el toque de sus manos. Sin embargo, todo se sentía... Sustancial. El cuerpo me temblaba y notaba una rara presión en mi nuca, estaba horrorizada de lo excitada que me encontraba.

—Me encanta besarte —dijo contra mi boca.

—Esto está mal... —rebatí en un hilo de voz, sin resuello.

—No digas eso.

—Además, podría venir alguien.

—Un beso más. 

Volvió a juntar sus labios con los míos y yo, estúpidamente, no protesté y pronto entendí que no sería solo uno.

Con cada beso que me daba, a mí se me iban olvidando todos los motivos que tenía para querer asesinarlo. Mi raciocinio era apagado por las hormonas que inundaban mi torrente sanguíneo. Me gustaba como sabía, reconocía el sabor en su lengua. Tic tac de naranja, mis favoritos. Él conocía ese dato. Era un bastardo aprovechado.

Me separé de él y abrió los ojos con lentitud. Se veía turbado... Embobado.

—Me tengo que ir —Hice una pausa para recobrar el aliento—. Juan me está esperando abajo y se ve raro que yo siga aquí, a solas contigo, por tanto tiempo.

—¿Juan? —Frunció el ceño.

—Sí, Juan, ¿no oíste que me está esperando abajo?

—¿Estás saliendo con él? —Me miró desconcertado, tal vez un poco ¿celoso?

Me encogí de hombros.

—Es mi compañero de clases y... Lo dejé tirado el viernes en su fiesta por ir a verte al hospital.

Busqué en mi mesa mi bolso, para irme del salón.

—Pero Máxima, no pensaras irte con él, ¿verdad?

Me encogí de hombros una vez más.

—Me está esperando, me tengo que ir.

Tenía que admitir que verlo confundido y celosos me gustaba. Era como una especie de venganza. Le hacía sufrir por todas sus estupideces y mentiras.

Salí del salón, pero él me alcanzó, segundos después, en la escalera.

—Señorita Mercier —me llamó, pues había alumnos cerca. Venía cargado con las carpetas de los trabajos.

—Dígame, profesor Roca —respondí, encarándolo en el rellano de uno de los pisos.

Su expresión era de fatiga total.

—Podemos ir a algún lugar para hablar. Por favor —rogó en un susurro para que nadie más pudiera oírlo.

—No, Juan me está esperando. —Me di media vuelta y bajé los escalones con rapidez.

«Ahí tienes, Leo, jódete».

Al llegar a la planta baja lo miré de reojo. Para mi buena suerte y mala para la suya, le estaba esperando la Polly Pocket con el tomo de la tesis y un café. Giré a mirarlo, le sonreí como el gato de Cheshire y luego seguí con mi camino.

—¿Y esa sonrisa? —preguntó Juan al verme y me sonrió de vuelta.

—Nada, estoy de buen humor porque salí bien en la exposición.

—¿Te hizo muchas preguntas?

—Claro, ya sabes cómo es, la tiene tomada conmigo —Rodé los ojos—. Oye, disculpa por irme así de tu casa, fue una emergencia.

—¿Está bien tu primo?

—Sí, está todo bien, gracias por preguntar.

Odié tener que mentir por su culpa.

Juan me ofreció su brazo y tras tomarlo, comenzamos a andar por el largo pasillo. Giré a mirar a Diego con disimulo. Se veía de muy mal humor, mientras la Polly Pocket le hablaba, por lo que para fastidiarlo más, fingí estar de lo más a gusto con mi amigo.

—¿Quieres ir a comer a algún sitio?

—Mmm... Hoy no es un buen día para eso.

Caminamos hasta un banco cercano y tomamos asiento.

—¿Mañana será un buen momento?

Vi que Diego se acercaba, se veía molesto. Lo ignoré y giré el rostro para mirar a Juan al que le dediqué una sonrisa amable.

—Depende, me invitas a comer en plan amigos o...

—No, cero amigos —dijo interrumpiéndome y me miró a los ojos.

—Entiendo —expresé con pesar—. Mira, eres un chico genial y...

—¿Tan rápido me vas a friendzoniar? —preguntó atónito.

Hice una mueca.

—Sí me hubieses invitado a salir hace meses atrás, te habría dicho que sí sin pensarlo. —Hice una pausa—. Pero ahorita tengo unos rollos emocionales con alguien y no te mereces que eso te salpique. Así que sí, prefiero que solo seamos amigos, porque no me gusta hacerle perder el tiempo a nadie.

Me miró desilusionado.

—Entiendo. Qué mal.

—Sí...

—Igual podemos salir por ahí sin compromisos —soltó coqueto.

—No creo, porque tú vas a querer que yo cambie de opinión y eso no va a suceder de la noche a la mañana. Prefiero que solo seamos amigos.

—Entiendo.

—No quiero que veas esto como un rechazo feo, como que no me agradas, o no te encuentro atractivo. No es el caso. Es que para esto soy muy blanco y negro. Sí voy a salir con alguien y, perdona si me estoy adelantando, pero si capté bien, insinuaste algo en plan romántico y si es así, me gustaría poder brindarte toda mi atención, cuestión que no sería el caso en este momento. ¿Comprendes?

Juan suspiró y asintió haciendo una mueca de fastidio.

—Respeto eso, prefiero que seas clara.

—Qué bueno que lo veas de esa manera, porque lastimosamente muchos chicos no.

—Porque son idiotas, yo no soy así —Sonrió—. Cuando resuelvas tus problemas, si yo sigo libre, invítame a salir, ¿no?

—No lo dudes —dije con una sonrisa que él correspondió.

Nos despedimos con un abrazo y caminé hacia la salida de la universidad. Algo me decía que Diego debía haber visto, desde algún lugar, toda mi conversación con Juan en la que estuve extra sonriente, solo por joderlo. No se lo pondría fácil.

Recorrí el campus a la espera de que se me acercara de nuevo, pero no lo hizo. No obstante, cuando iba a medio camino hacia mi apartamento me alcanzó. Su camioneta se posicionó paralela a la acera y bajó la ventanilla.

—Max, por favor, sube.

—A esto en mi pueblo le llaman acoso y está penado por la ley.

Continué caminando, lo que lo obligó a conducir muy despacio, para seguirme.

—Por favor, Máxima, hablemos... No puedes besarme así y pretender que no insista.

Giré a mirarlo anonadada.

—¡Tú me besaste! Y ese es el problema, tú no quieres hablar, solo quieres meterme la lengua en la boca —dije tajante.

—Por favor, Máxima, entra a la camioneta.

Suspiré y miré al cielo mientras pensaba qué hacer. Unos segundos después, crucé la calle solo para fastidiarlo. Recorrí un par de metros y entré a un minimarket. Hice la fila y pedí varios gramos de unas galletas recién horneadas que me gustaban mucho, eran de chispas de chocolate con almendras fileteadas.

Leo siempre decía que era muy ordenado con su auto, odiaba las migas de comida y la basura. Un hombre común en realidad. Lo vi ingresar a la tienda unos minutos después y me siguió hasta la caja sin hablarme. Lo ignoré, mientras pagaba y salí del establecimiento.

Crucé la calle y antes de que pudiera retornar mi paso hacia mi edificio, le sentí tomarme del brazo. Me llevó con él y me hizo entrar a su camioneta.

—A esto en mi pueblo le llaman secuestro y está penado por la ley —dije, mientras él me colocaba el cinturón de seguridad con una mueca en la cara de obstinación—. Hablaremos en mi casa —le expliqué cuando tomó asiento—. Estás muy equivocado si piensas que me vas a llevar sabrá Dios a dónde.

Asintió y se reincorporó al tráfico. Abrí la bolsa de galletas, saqué una, le di un mordisco y después moví los dedos para soltar las migas por todos lados. Incluso dejé caer algunos pedacitos. Él me miró de reojo, horrorizado por mi conducta. Me mordí las mejillas para no reírme y manipulé su equipo de reproducción con los dedos sucios.

—Ten una galleta.

Le metí una en la boca de mala gana y el pecho se le llenó de migas. Él apartó la vista del camino un instante para mirarme incrédulo y yo aproveché de limpiarme los dedos con su corbata.

—Máxima, —dijo con la boca aún llena—. ¿Puedes comer como una persona decente?

—No. Quiero llenar todo de migas solo por fastidiarte.

—Te estás comportando como una inmadura.

—Exacto, es que eso soy ¿recuerdas? Esa fue la excusa que me diste, ¡Soy mayor que tú! Tengo novia... Y yo de imbécil pensé que eras un buen tipo por no querer lastimarla. ¿Algo de lo que me dijiste fue real?

Me miró de reojo un momento y luego movió la vista hacia el tráfico.

—No te mentí tanto como crees... —Hizo una pausa y yo no dejé de estudiarle el perfil—. Solo quería ser tu amigo... De verdad. Si yo hubiese deseado algo más, habría buscado las fotos de alguno de mis amigos que entrenan mucho y en definitiva, te habría dicho todos los pensamientos subidos de tono que se me ocurrían.

—Eres un cretino —dije y giré a mirar hacia la ventana de mi puerta, mientras en mi mente había una voz que gritaba: «¡¿Los pensamientos subidos de tono que se le ocurrían?!»—. Y deja de excusarte con eso. Nadie te va a dar un premio por no haberme pedido que te enviara una foto desnuda.

Me tomó la mano, esa que estaba llena de migas de galletas y comenzó a besarme los dedos con dulzura. Lo miré conmocionada. Me perturbaba la confluencia de emociones que generaba en mí.

—Lo siento, Max —dijo en un tono tan compungido que me costó ignorarlo.

Aparté mi mano de la suya y lo miré de mala manera. Diego condujo unos cuantos metros más hasta estacionarse frente a mi edificio. Bajé de la camioneta y él no dudó en seguirme. Ninguno habló durante el viaje en el ascensor.

Cuando llegamos a mi apartamento, yo estaba muy molesta. Con él me sucedía eso, sentía como una vorágine de sensaciones me consumía.

Le hice pasar y cerré la puerta. Me giré hacia él y nuestros ojos se encontraron, excepto que los míos, se deslizaron hacia su boca. Me dije que no debía mirarlo así, porque él podría interpretarlo como una invitación para besarme. Tal vez lo era, no lo tenía claro, porque aunque el rencor y la ira estuviesen muy presentes, el deseo también. Todo era tan raro.

Y de nuevo, su acercamiento fue pausado, como sí quisiera darme la oportunidad de rechazarlo. Él me tomó de la nuca y yo esperé un roce lento que nunca llegó, porque Diego me dio un beso muy distinto a los que me había dado hasta el momento.

Natalia

No suelo usar modelos para inspirarme en los personajes, pero con esta novela me he dado a la tarea de buscar gente parecida, igual se los pueden imaginar como quieran.

#ComentenCoño

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