La seducción del príncipe

By Itsbeautifulove

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Puedes seducir a un príncipe en la cama, pero jamás tendrás su corazón.Complacer, jugar y satisfacer los dese... More

La seducción del príncipe
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte

Capítulo nueve

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By Itsbeautifulove


9



Si hubiéramos establecido aquella conversación en su despacho, Kenneth se encontraría inclinado en la silla a la vez que alzaba la copa y saboreaba del licor más caro de la colección que tenía escondida en uno de los armarios que había entre los libros. Siempre encontraba la palabra perfecta para hacerte sentir mal; su posición social se lo permitía. Pero no estaba hablando con una persona que hacía una reverencia ante él cada vez que pasaba por delante. Tenía que mantenerme fuerte en cada golpe verbal.

—Ni en tus sueños más húmedos —no tuvo una de esas sonrisas fingidas marcadas en el rostro. Mantuvo un espacio entre nuestros cuerpos, pero el suficiente para darme cuenta que se puso tenso al oírme reír. Sus estupideces, y más viniendo de un hombre de veintiséis años, llegaban a ser mi propia diversión. —¿Qué te parece tan divertido?

Me miró fijamente y adentró las manos en los bolsillos del pantalón oscuro. Los labios arqueándose en un pequeño gesto fue su forma de celebrar una victoria; tenerme en silencio, pensando cada palabra que saldría de mis labios mientras que pasaba el tiempo, me hacía parecer débil. Pero tenía que empezar a conocer a la verdadera mujer que tenía delante.

—No toleras que me haya fijado en tu amigo. Que mi posición social sea de clase media —entonces me permití marcar una amplia sonrisa como él solía hacer. —Esa noche estaba borracha, Kenneth, pero no lo suficiente como para olvidar la forma en la que me mirabas y deseabas ser tú el que se encontraba detrás de mi cuerpo. Pero aunque las cosas fueran distintas, y entre ellas no estuviera la que sirvo a tu familia, jamás, jamás en mi vida estaría con un arrogante gilipollas como tú. ¿Le queda claro al señor?

Él gruñó ante mis palabras.

Era difícil comprender si algo llegaba a molestarle. Solía mantenerse callado, mirándome con una expresión poco sutil. Pero acentuó su ceño al apartarme un poco más de su lado.

—Siento vergüenza ajena de toda aquella persona que suele soñar despierta. Jamás llegan a ser vencedores. Sus metas nunca se cumplen —él miró de nuevo la habitación. —Puedes follarte a Philippe, pero no olvides nunca a quien sirves. Un error por tu parte, y tu madre y tú estaréis fuera de aquí en cuestión de minutos. ¿Amenaza? No lo creo. Necesito un servicio que ejecute su trabajo y sea fiel por encima de todo. Zorras de la corte hay demasiadas. No lo olvides, Thara.

Sacó las manos de los bolsillos del pantalón y se cruzó de brazos.

Una fuerza casi sobrehumana evitó que mi mano impactara en su mejilla. Podía haberme arrojado contra él, pero lo único que hice fue mirarlo y evitar que mi expresión cayera.

—¿Tengo que estar preparada para la reunión, cierto? —cambié de tema.

Abrió la puerta, obligándose a sí mismo a salir de esa habitación que tanto le asqueaba pero le incitaba a sentir el calor que desprendía de ella cuando pasaba la noche entre las sabanas que tocó al sentarse.

Antes de responder, ya con una mano en el pomo para cerrar la puerta lo más rápido posible, se giró hacia a mí.

—¿No vas a querer seguir discutiendo? —me acomodé en el silencio que él marcó anteriormente. —Está bien. Sí. Intenta estar presentable en la reunión. Habrá gente importante —al ver el nerviosismo que no pude controlar, soltó el nombre de uno de los asistentes. —Philippe estará. Ya puedes irte a hacer lo que sueles hacer aquí.

Hice un gesto y asentí.

Pasé rápidamente por su lado y dejé que él mismo cerrara la habitación que compartiría con Judith.






—Buenos días, mamá —saludé después de posicionarme junto a ella.

Cruzada de brazos observaba el trabajo de Judith. Se mantuvo firme en todo momento y me sonrió a través del cristal. Su cabello negro, el cual solía llevar en un recogido alto, le caía sobre los hombros del uniforme blanco. Sus ojos escurecieron, y su perfil enrojeció.

—¿Quién la autorizó?

—Kenneth.

—El príncipe Kenneth no suele contratar al personal. Ni siquiera ha pasado el examen médico.

Al igual que ella, no comprendía que de la noche a la mañana el señorito contratara a una completa desconocida que ni siquiera entendía el cuidado que necesitaban las flores de la reina. A unos metros de los tulipanes, se rascó el cabello con un tenedor de jardinería.

—Es mi nueva compañera de habitación —solté más tranquila que cuando había recibido la noticia. —Enfádate conmigo, mamá, pero pienso que ambos se conocen.

—¿A qué te refieres? —su expresión no era serena.

—Kenneth no debería salir de aquí. Básicamente suele vivir de noche. Sexo, alcohol —intenté suavizar cada palabra, ya que estaba delante de mi señora madre. —El primer día que llegó vino acompañado por una mujer. Imagino que Judith hará el mismo favor que la anterior. Lo que cambia es que quiere darnos a entender a todos que es una de los nuestros.

Pero aun así no estaba del todo convencida; ella no parecía el tipo de mujer que Kenneth se llevaba a la cama. El traje de criada no era algo que llegaba a excitarle, ¿por qué el de jardinera si?

—¿Puedes vigilarla?

Al soltar una risita mi madre le dio la espalda a la ventana para mirarme.

—¿Lo estás diciendo en serio? Me dijiste que no me metiera en problemas.

—No me fio de ella.

—¿Por qué cuidas a Kenneth? Él no es tu hijo.

—Tú hazlo, Thara.

A veces esa situación, en la que mi madre me daba a entender que daría su propia vida por la del principito, me enfurecía. ¿Celos hacia él? Era algo que tenía que controlar antes de que me consumiera.

Ella se marchó, y yo seguí allí, de pie, observando a la chica nueva hasta que las fuertes pisadas de unos enormes zapatos llamaron mi atención. Al darme la vuelta me encontré con la enorme figura de Philippe que aceleraba sus pasos a un ritmo que no podía alcanzar pero mi voz llegaría a frenarlo.

—Hola —llegué hasta él con calma. Me hubiera gustado que diera media vuelta y me mirara con esa bonita sonrisa que solía compartir con todos. —No te esperaba tan pronto. Faltan tres horas para la reunión que ha organizado Kenneth.

—Buenos días, Thara —su expresión atenta desapareció. —Tengo que dejarte.

Antes de que desapareciera sin dejarme explicarme por lo que había sucedido la noche anterior, lo retuve por el brazo.

—¿Te sucede algo, Philippe?

Y cuando estaba a punto de responderme, llegó el menos indicado.

—El presidente llegará en cualquier momento, Philippe. Pensaba que me ayudarías con esto -le sonrió.

El francés siguió serio.

—Yo no tengo la culpa que decidas de la noche a la mañana hacer una reunión con el presidente y otros empresarios para darle la espalda a tu hermano. He llegado lo más pronto posible.

—Estupendo —le dio una palmadita en la espalda. —Sírvete una copa. Ahora llegaré yo.

Emití un pequeño temblor con la cabeza y me estremecí.

Las uñas se me enterraron en la piel mientras Kenneth se acercaba.

—¿Debería disculparme por interrumpir una conversación de enamorados?

Al preguntar y no tener respuesta me giró lentamente.

—¿Esto te divierte? ¿¡Te divierte!? —no debí de gritar tan fuerte. Pero Kenneth llegaba a ponerme histérica.

—Me parece gracioso que ni siquiera te des cuenta que no le interesas.

—Mientes —dije.

—¿Segura? —bajó la cabeza para susurrármelo en el oído. —Fuiste nuestra diversión por una noche. ¿Qué tienes tú que no tengan otras mujeres?

Respondí cuando debería de haberme mordido la lengua.

—¿Lo quieres averiguar? —le di la espalda, pero antes de desaparecer lo miré a sus azulados ojos. —Pues sígueme.

Y no sé qué me puso más nerviosa. Que Kenneth siguiera mis pasos, o que él mismo escogería la habitación donde estaríamos encerrados.

No sabía si quedarme o huir. Si debía permitirle que me tocara o seguir peleando con él.

—¿Cómo me lo vas a demostrar? —abusé de la confianza, dejando que sus labios tocaran mi oreja, lo que no esperaba es que mi cuerpo brincara ante el cálido roce. Inhalé una fuerte bocanada. —Debería de comenzar por quitarte la parte de arriba del uniforme. De observar detalladamente esos pechos que Philippe sostuvo cuando te tuvo a cuatro patas.

Se acercó. Apretó las manos en mi cintura mientras que me guiaba hasta la última estantería de libros. Su intención perversa fue hacerme sentir la dureza de su miembro bajo los finos pantalones del traje. Su sonrisa divertida me avisó que notó el temblor de mi cuerpo. Me estremecí. Así que lo único que pude hacer fue detener sus muñecas antes de que hiciera algún movimiento que me robara el poco aire que circulaba entre ambos cuerpos; él se ocupaba de dejarme sin aliento.

Pero una parte de mí siguió retándolo. Si alguien tenía que detenerse, deseaba que fuera él para proclamarme vencedora en aquel acto de seducción. Mis manos pequeñas no llegaron a detenerlo. Apartó los brillantes botones que estaban en un lateral, y no se dio por vencido hasta que descubrió el color de esa prenda de ropa interior.

Su respiración fue más dura, más rápida.

—No pareces una persona que acaba todo lo que empieza —aunque conseguí retener en mis labios un gemido, el tono de voz fue bajo por miedo a que descubriera mis nervios. Y debí enfurecerle, porque inmediatamente destrozó esa fina prenda que cubría mi pecho y la destrozó entre sus dedos. —Kenneth.

Llegué a mirar hacia arriba para evitar sus claros ojos fijos bajo mi cuello. Tensa por la lujuria, me mordí el interior de la mejilla cuando los nudillos de Kenneth rozaron la clavícula para descender hasta los montículos. Aquello estaba siendo peligroso. Él seguía entretenido tocando mi piel, disfrutando de los cambios radicales que estaba sintiendo por una caricia de un hombre con el que compartía un odio sin razón.

—Tienes una forma de calentarme muy peculiar, Thara.

Los labios se deslizaron por debajo de la mandíbula. Si esperaba que mis brazos rodearan su cuello, era algo de lo que no estaba dispuesta. Pero al igual que me negaba, una fantasía incitó a que mi cuerpo se arrastrara hasta los finos y largos dedos del príncipe. Podía sentir sus labios sobre los míos. La lengua presionando entre ellos para invadir de una forma dura mi boca. Hubiera gemido de necesidad por vivir aquella experiencia. Una parte de mí estaba hambrienta por uno de sus besos.

—Puedo notar tu furia —gruñí.

Y el poco espacio que seguía quedando entre nosotros dos, desapareció. Kenneth se inclinó más cerca. Las manos se ocuparon de agarrarme el trasero y alzarme hasta el punto de obligarme a que cruzara las piernas alrededor de la cintura para tener un acceso más rápido a uno de los pezones que endureció.

Me golpeé la cabeza con el lomo de un libro de tapa dura. Aun así él estaba muy entretenido por sostenerme y bajarme lo suficiente para permitir que el bulto grueso de su erección presionara entre mis temblorosos muslos.

—Ni siquiera he comenzado y ya debes de tener la ropa interior mojada —su voz sonó dura. Tenía que evitar esa mirada intensa.

Si seguía su juego, perdería el control.

—Detente —lo empujé por los hombros.

Esa sensación de pánico me hizo tragar saliva.

—Vamos, Thara, has dicho que descubra que te diferencia con otras mujeres. ¿Por qué parar ahora?

Estaba ganando.

Ese imbécil estaba ganando.

—¡Qué me sueltes, joder! —mantuvo un agarre fuerte, por ello seguí forcejando. Amenazándolo, no fue capaz de dejarme en el suelo. Mantuvo esas fuertes manos en mi trasero mientras que me obligaba a mirarle a los ojos.

—¿A qué le tienes miedo? —¿Cómo podía estar tan tranquilo? —Podríamos divertirnos.

Estalló en una carcajada en el momento que quedé en el suelo y le di la espalda para intentar cubrirme con el destrozado sostén. Kenneth intentó tocar mi cabello pero le retuve antes de que siguiera abusando del espacio que yo misma le permití invadir.

Alguien llamó a la puerta. Y lo único que hizo él, fue posar un dedo sobre mis labios a la vez que descubríamos quien era la persona que lo estaba buscando.

—¿Podemos hablar? —preguntaron.

Seguimos durante un rato más ocultos detrás de esa estantería llena de libros de la historia de sus antepasados.

—En mi despacho, Philippe.

El francés siguió allí, buscándolo.

—Creo que es un tema que podríamos tener aquí.

Asentí con la cabeza para que lo dejara pasar. No me importaba quedarme allí mientras que ellos dos tenían una conversación.

—No lo creo —dijo con firmeza.

Lo fulminé con la mirada.

—Es sobre Thara —la puerta de la biblioteca se cerró.

Antes de que llegara hasta nosotros, Kenneth me susurró algo.

—Quédate callada —me pidió con voz ronca y rasposa. —Esto no ha terminado aquí.

Le respondí.



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