Radne

By any12Potter

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Entre las pesadillas de Harry Potter persiste un sueño, un sueño que le roba la razón en su anhelo de que no... More

Sueños, fantasías y fotografías
Ideas nefastas
Precioso, adorable e inocente.
Impulsos
Delfines y tiburones
Nada va a hacerte daño, cariño
Entrega total
Hedeon Kuznetsov
El niño que amó
Epílogo

Cautivado

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By any12Potter

Lo sé, lo sé... estoy siento muy pesada con éste fic cuando, en realidad, tendría que estar escribiendo y actualizando otros. Pero, por favor, concededme el capricho. Aunque casi nadie le haya dado una oportunidad (gracias, muchísimas gracias a las personas que sí se la han dado) a este fic a mí me divierte y me alivia escribirlo ^^

El susurro del agua taponándole los oídos, meciendo su cuerpo, las burbujas de oxígeno emergiendo huyendo de su nariz, abandonando su cuerpo, el peso del agua hundiéndolo, eso era lo único que Harry podía sentir mientras la consciencia lo abandonaba, esperando con ello, que pronto lo hiciera también la vida y con ello, que ese lacerante ardor que lo consumía desde dentro desapareciera de una vez. Después nada, sólo frío, tranquilidad, oscuridad, placidez. Pero el sosiego fue interrumpido de pronto por unos ligeros golpes que escuchó a lo lejos.

Pum... Pum... Pum... Pum...

Constantes, cada vez más sonoros, más cercanos, resonando primero en sus oídos y después en todo su cuerpo, como la maza contra un yunque. Y, de pronto, el yunque quebró, sobre su pecho, contundente y dolorosamente. Harry abrió los ojos, giró sobre uno de sus costados y vomitó entre toses, jadeando, luchando por tomar aire aunque le doliera a rabiar el torso y, una vez que hubo expulsado toda el agua que había tragado, gimió de dolor y alzó la cabeza; los troncos y el follaje del jardín de Hogwarts fue lo que sus ojos contemplaron a través de las gotas en el cristal de sus gafas, la tierra húmeda y arenosa de la orilla del lago adherida en su cara y bajo las palmas de sus manos, sus ropas empapadas y chorreando, sus piernas hundidas hasta las rodillas en el agua.

Se palpó desesperado en busca de su varita con miedo a haberla perdido, pero no, ahí estaba, a buen resguardo en el bolsillo interior de su túnica. Harry volvió la cabeza a uno y otro lado, intentando razonar cómo había ido a parar allí; a esa orilla alejada del embarcadero, el último lugar donde recordaba que estuvo, lo único verdaderamente claro que aún conservaba en la mente hasta antes de comenzar a beber.

No lo entendía, cómo había logrado salir de entre los cimientos y vigas de madera que sostenían la pasarela y paredes del embarcadero sin hacerse ni un rasguño, sin haber muerto... Pero entonces, Harry giró la cabeza hacia el lago en una corazonada absurda y loca, y, a escasos metros, sobresaliendo en la superficie, Harry lo vio. Una cabeza, de pelo blanco y piel pálida, asomando escuetamente; hundido hasta la nariz, observándolo con esos ojos asombrosa y perturbadoramente hermosos.

- Radne – resolló asombrado.

Era tan... increíble. Estaba ahí, frente a él, y Harry a penas podía creerlo. Había soñado tanto con ese rostro y ansiado tantísimo volver a verlo, que ahora estaba paralizado, no sabía ni qué hacer. Simplemente se quedó sin palabras, estático, con miedo a moverse por si lo asustaba, no quería que se fuera, que lo dejara solo, únicamente con sus recuerdos y sus sueños de nuevo, pero era inevitable hacer algún movimiento, algún tipo de acercamiento suave, pues el impulso era intenso, casi imposible de controlar; Harry necesitaba aproximarse, verlo de cerca. Y se arrastró unos centímetros, percibió un escozor escurriendo por su gemelo derecho al roce de la gravilla contra su pierna, algo a lo que no le dio verdadera importancia, su atención estaba totalmente centrada en el tritón, que no había dejado de mirarlo ni un solo segundo. Se introdujo lentamente en el agua hasta que ésta le llegó al esternón, mientras Radne lo observaba sin quitarle sus penetrantes ojos de encima, sin moverse un ápice, simplemente contemplando con curiosidad cada movimiento que Harry ejercía, hacia él, cada vez más cerca, cada vez más...

Pero entonces, justo cuando el muchacho podía extender una de sus manos para llegar a la cara del tritón, éste, de un potente y rapidísimo impulso, emergió hasta la cintura, erguido frente a Harry, con los brazos arqueados a los costados del cuerpo, con los dedos tensos, dedicándole una expresión desafiante, amenazador en toda su plenitud.

- ¡Por favor! – suplicó Harry, desde su posición débil, indefenso, con toda la parte trasera de su cuerpo pegada al musgo y la arena de la orilla, sumergido hasta el pecho, casi tendido – Por... por favor... sólo quiero constatar que... – dijo balbuceante mientras extendía su trémula mano derecha hacia el rostro de Radne.

No sabía si el tritón lo había comprendido, pero Harry apreció un significativo cambio en la expresión que le dedicaba, como si le permitiera el acto, por lo que acercó su mano, acortando la distancia que separaba la punta de sus dedos del níveo rostro de Radne, quien lo dejó hacer, confuso, curioso y desconcertado. Las yemas de los dedos de Harry alcanzaron la mejilla del tritón, el cual ladeó un poco la cabeza, como si aun viendo lo que iba suceder esperara que no ocurriera.

- Tibio – murmuró Harry, fascinado por la inusitada calidez de la piel de Radne, la cual esperaba fría al tacto – Eres tan real, tan patente... No puedo creerlo. Te tengo en frente de mí pero... – balbuceó falto de aliento, le dolía mucho el torso y, en un acto reflejo, se llevó la mano izquierda al pecho, acto que asustó al tritón, el cual volvió a impulsarse, esta vez hacia atrás, alejándose de Harry – Espera, espera, por favor – pidió, incorporándose hasta lograr ponerse de rodillas, pero eso inquietó aún más a Radne que, de un brinco, se zambulló para huir, salpicando a Harry con el potente batir de su aleta – ¡Por favor, espera, no te vayas! – gritó estranguladamente, poniéndose en pie trabajosamente – ¡No quiero hacerte daño! – jadeó, sentía su pecho oprimido, apenas sacaba fuerza para gritar – ¡Regresa, por favor! ¡Radne!

Distinguió las primeras luces del alba destellando bajo el agua en las resplandecientes escamas de la cola de Radne, las olas que provocaban sus aleteos en la superficie, las cuales mermaron gradualmente hasta extinguirse, señal inequívoca de que el tritón descendió a las profundidades. Aun así, Harry aguardo, esperando ansiosamente que regresara, deseándolo en silencio, anhelando verlo de nuevo pues en la emoción de ese encuentro no había tenido oportunidad de apreciar cada detalle como le hubiera gustado. Ni siquiera pudo apartar los ojos del rostro de Radne, pero es que era tan hermoso, de facciones tan delicadas y bellas, tan atractivo, parecía una escultura hecha con mimo y cariño, tallado suave y tiernamente, dotado de fuerza y vida. Era real, tan real como cualquiera, existía, lo había sentido en la yema de sus dedos, lo había visto con sus ojos.

Encontró la prueba más contundente al salir del agua, cuando le dio por investigar qué era ese escozor que sentía en la pantorrilla derecha, descubriendo que la tela de su pantalón estaba rasgada y tenía una herida por la que aún fluía sangre. Por lo tanto, lo que Dumbledore le había dicho era cierto, Radne había olfateando la sangre – supuso Harry – y acudido, encontrándolo, por suerte, antes de que fuera tarde. Pero había algo en lo que Dumbledore se equivocaba; según lo que dijo el director y, aún más importante, cómo lo dijo, insinuó que a Radne no le importaba hacer daño, que, de hecho, temía que el tritón atrajera a los inocentes estudiantes con su belleza para ahogarlos y, posteriormente, devorarlos. Según esta conclusión de Dumbledore, Harry podría haber sido la primera víctima, una víctima que se presentó voluntariamente y que le dejó a Radne todo el trabajo hecho, listo para que, simplemente, lo devorarse.

Harry se sentó frente a la orilla, el agua le rozaba los zapatos pero no le importaba, quería comprobar algo, por ello se quitó la túnica empapada, se aflojó la corbata y se desabrochó los primeros botones de la camisa; la piel de su pecho tenía impresa las huellas de los puños de Radne, marcas rojas en su torso que pronto adquirirían tonos violáceos y morados. El tritón pudo dejarlo morir, pero en vez de eso, decidió sacarlo de debajo del embarcadero, sorteando las rocas y guijarros del risco donde se erigía Hogwarts, llevarlo a la orilla más cercana y hacerlo respirar. Había sido guiado por su sangre – razonó Harry, totalmente sumido en sus pensamientos –, sí, correcto, pero eso no demostraba que la visión que Dumbledore tenía sobre Radne fuera cierta. También pudo haber aprovechado ese momento en el que el muchacho se encontraba débil, falto de aire y, prácticamente, indefenso ante la virulencia de su reacción y el poderío de la inesperada posición agresiva que adoptó Radne sobre él, para empujarlo bajo el agua y ahogarlo, ya que, después de todo, el agua cubría a Harry hasta el pecho y a Radne le habría resultado más que fácil tomar ventaja. Pero no fue así. No era violento, no era la bestia que todos creían, era un ser atormentado y desconfiado, diferente, hermoso, misterioso, confuso... Simplemente eso, nada más, sólo alguien que había sufrido, alguien que estaba solo, alguien al que habían rechazado y maltratado en base a una razón absurda.

Viendo que Radne no iba a regresar, que el tiempo pasaba y el sol cada vez se alzaba más, brillando con más fuera a cada minuto que pasaba, Harry se levantó y, dolorido aunque agradecido, puso rumbo al embarcadero para recuperar su capa de invisibilidad y el mapa del merodeador. Esperaba que, por muy borracho que hubiera estado, condición que ahora se manifestaba en forma de malestar, hubiera tenido las suficientes luces como para dejar la capa y el mapa sobre la pasarela y no haberse tirado con ellos al agua. Por suerte, así había sido, aunque por la forma en que los encontró juraría que simplemente los dejó caer sin pensar, como también se dejó caer él; en el borde de la pasarela, en las tablas desgastadas y astilladas del filo, al agacharse a recoger sus cosas, vio la sangre que dejó atrás al rasparse sin querer cuando cayó. Que oportuno que fuera así, pues sino, Radne no lo habría rastreado.

Regresó al castillo con la firme y sólida intención de ir en busca de Radne cada noche, aunque eso significara derramar su sangre para llamar la atención del tritón. Pero, por el momento, lo que más necesitaba era su cama, y poco le importó a Harry ir dejando un rastro húmedo por los pasillos que delatara su salida (aunque esperaba que, para cuando todos despertasen, las huellas que había ido dejando ya se hubieran secado y desaparecido, o los elfos las hubieran limpiado, pues, inevitablemente, también iba sangrando), ni acostarse sin siquiera quitarse la ropa. Nada podía importarle menos que eso, nada, ahora que por fin había visto a Radne después de tanto tiempo, después de ese confuso, vago y difuso primer encuentro entre las algas.

Estaba preparado para enfrentar cualquier contratiempo, ya fuera la ira de Dumbledore por haberlo desobedecido o la indignación de sus compañeros por haber aprovechado el momento en que ninguno estaba en sus cabales para detenerlo, pero – por suerte – cuando Harry se despertó, no fue nada de eso lo que encontró. Al bajar de su habitación y llegar al rellano que separaban las escaleras que llevaban al cuarto de los chicos del de las chicas, y mirar desde ahí a la sala, se dio cuenta de que casi nadie era capaz de mirarse a la cara, de que Fred y George aparentaban una normalidad en realidad tensa y cortante que amenazaba con venirse debajo de un momento a otro, se percató también de que Ron apenas levantaba la mirada del suelo y Hermione se mantenía apartada de todos, y entonces recordó algunos fragmentos de la velada; un vaso detrás de otro, cada vez menos inhibición, chicas levantándose las faldas para enseñar sus bragas, besos robados, carcajadas, los secretos que habían salido a la luz, la excitación, la (des)vergüenza, las insinuaciones, la obligación impuesta por el hechizo que había lanzado George y que los cargó a todos con el compromiso de cumplir la provocación lanzada, lo que Ron le había ordenado a Hermione que hiciera, lo que ocasionó en ambos.

- Mierda – masculló, incómodo.

Por muy injusto que fuera, no hay victoria sin sacrificios, y Harry había dejado tras de sí una hilera de mártires por los que ahora se sentía culpable, sobre todo por Ron y Hermione. Si él no hubiera dado el dinero para el alcohol nada de eso habría pasado, por otro lado, ya era hora de que alguien les llamara la atención a esos dos para que se dejaran de tonterías, pero quién era él para haberlos expuesto de esa manera, aunque no fuera él el responsable absoluto de lo sucedido. Ron y Hermione no merecían lo que había ocurrido y Harry entendía que necesitaban tiempo para asimilarlo y volver a la normalidad, esperaba que pronto, pues ya había aguantado estar de un lado a otro cuando ambos se habían dejado de hablar y prefería que fueran tres en relativa armonía, que dos, a ratos y en continuo caos. Pero ese domingo, en Gryffindor se gestaba una tormenta y todos lo habían percibido, sólo esperaban que la amenaza fuera vana y no acabara explotándoles en la cara.

Harry se había levantado muy tarde ese día, por lo tanto, se había perdido el desayuno y contemplar los estragos que el alcohol había causado mientras esperaba a la hora del almuerzo no es que fuera de su agrado, así que volvió a la habitación y se metió en el baño para tomar una ducha y cambiarse de ropa. Al salir, encontró a Ron sentado en su cama, esperándolo.

El muchacho alzó la cabeza, serio, le dedicó una reacia mirada que Harry debería haber respondido de primeras con la verdad, pero en lugar de eso se hizo el tonto:

- ¿Qué ocurre?

- ¿Te crees que soy idiota? – cuestionó Ron a la defensiva – Fred y George han invertido todo el dinero que les diste en sus invenciones, y de repente y porque sí aparecen en la sala común cargados hasta el techo con botellas de alcohol... ¿Era ese tu plan? – inquirió enfadado – ¿Emborracharnos a todos para provocar una situación en la que poder escapar de Hermione y del capullo de McLaggen para ir al lago?

- Sí – suspiró, dándose cuenta después de lo que Ron había dicho – Espera... ¿McLaggen es quien...?

- Pues te has lucido – lo interrumpió Ron, sin dejarlo acabar su pregunta.

- Lo siento, de veras – se disculpó, arrepentido hasta la médula – Mi plan era emborracharos, no pensé que... Bueno, que Fred y George... Ya sabes.

- Sí, lo sé – coincidió Ron, poniéndose en pie mientras tanto – Y sé que lo sientes, – dijo a continuación mientras se acercaba a Harry, de una manera parsimoniosa que a éste le dio muy mala espina – pero eso no es suficiente – concluyó para, acto seguido, darle un bofetón que por poco derribó al muchacho al suelo – Ahora sí, ya estamos en paz – masculló dolorido, sacudiendo la mano con la que le había pegado.

Ron ayudó a Harry a incorporarse y lo llevó a la cama, donde ambos tomaron asiento y guardaron silencio, uno frotándose la mano y el otro la mejilla. Las retribuciones de Ron no solían ser tan dolorosas aunque Harry admitía – y por eso mismo no había quejas de su parte – que se lo tenía bien merecido, sin embargo, habría preferido un poco más de delicadeza, no obstante, Ron había ejercido la misma ternura con él que la que había tenido Hermione la noche anterior. Aún podía verse en la mejilla de Ron la marca de los dedos de la chica grabados.

- ¿Y qué tal? – preguntó Ron, de pronto, en un tono amistoso y normal que descolocó a Harry.

- ¿A qué te refieres?

Ron se inclinó para mirar a Harry a la cara, con las cejas alzadas y los ojos entrecerrados en una mueca suspicaz que lo hizo sentir como un completo estúpido, no sabía por qué.

- ¡A qué va a ser! – profirió Ron haciendo aspavientos con las manos, pero Harry seguía sin saber a qué se refería – ¡El Sirenito! ¡Pedazo de idiota! – exclamó exasperado – ¿Hay alguna otra cosa con la que te hayas obsesionado últimamente y yo no sepa? – cuestionó sarcástico.

Harry sonrió, negando con la cabeza. Antes de llegar a su relato sobre lo que había ocurrido la noche anterior, le confesó a Ron lo que Dumbledore le había contado sobre Radne, todo, pues no quería tener más secretos, no con él. Y por suerte lo comprendió y, a su vez, él recompensó su sinceridad revelándole algo de lo que Harry no había sido totalmente consciente, y es que Hermione estaba muy preocupada por él; Ron titubeó llegados a cierto punto, pues sabía que estaba traicionando la confianza de Hermione:

- Cuando regresaste esa noche... Harry, tú no estabas bien, no estás bien – recalcó Ron, cabizbajo, con la voz temblorosa y la mirada esquiva, como si temiera ofenderlo – Estás estresado, lo comprendemos. Nos preocupas, ya lo sabes.

- Estás dando muchos rodeos, Ron.

- Lo sé, es que... No sé muy bien cómo debería contarte esto, así que lo soltaré ya. ¿De acuerdo? – Harry asintió, expectante. Ron inhaló profundamente y después soltó el aire de manera lenta, desesperadamente lenta, antes cerrar los ojos apretadamente y decir, rapidísimo y a trompicones –: Hermione fue a hablar con Dumbledore a la mañana siguiente a lo de la fotografía, temprano, para explicarle sus inquietudes respecto a tu comportamiento.

- ¡¿Que qué!? – inquirió Harry, furioso. El muchacho se puso en pie de un brinco y miró a Ron irritado.

- ¡No lo hizo a propósito! – la defendió Ron – ¡No sabía que Dumbledore te pondría vigilancia!

- ¿Que no lo sabía? – replicó Harry, incrédulo y hasta divertido – Por favor... ¡Pero si Hermione es la señorita perfecta a la que no se le escapa ni una, lo tenía todo calculado! ¡Joder! – bramó, furibundo, pateando seguidamente la mesita de noche.

- ¡¿Ves lo que estás haciendo?! – le gritó Ron, al cual Harry devolvió la mirada queriendo fulminarlo con los ojos – Joder, Harry... – suspiró el muchacho, abatido, desesperado – Te pasas enfadado casi todo el día, casi no nos diriges la palabra, nos guardas secretos... ¡No somos nosotros los que estamos en tu contra! ¡Sólo intentamos ayudarte pero, francamente, ya no sabemos cómo hacerlo! – espetó, antes de volver a bajar la vista – Ella no pretendía que Dumbledore te pusiera una escolta, ni tampoco quiere incomodarte cuando saca el tema del tritón albino, ni enfadarte cuando te pregunta sobre tus pesadillas con quien-tú-sabes. Sólo quería ayudarte.

- Lo sé – suspiró Harry, mucho más calmado, tanto que, de pronto, se sintió sin fuerzas, tan agotado que se dejó caer sobre la cama de Ron – Lo sé – repitió, en un murmullo, aunque lo suficientemente alto como para que Ron lo escuchara – Es que... es como si, muy dentro de mí, se gestara a veces una especie de... cólera inhumana e incontrolable, que crece y crece, cada vez más, hasta que me hace estallar y decir cosas, y hacer cosas, que en realidad no quiero.

El muchacho cerró los ojos, oyó el rechinido de los muelles de la cama cuando Ron se levantó, y sus escasos dos pasos acercándose, el peso de su cuerpo al tenderse a su lado, su suspiro.

- ¿Volverás al lago esta noche?

- Esa es la idea – musitó, cansado, muy cansado.

- Te ayudaré – susurró Ron en respuesta.

Según le explicó Ron, había robado algunos productos que Fred y George habían elaborado y que aún estaban probando. Uno de ellos, una especie de "bomba de humo" que, al parecer, tenían que perfeccionar pues dejaba todo tiznado de un azabache escandaloso y difícil de limpiar. El plan era soltar la bomba cuando hubiera oscurecido, ya pasado el toque de queda, y que Harry aprovechará esos instantes de pánico y oscuridad para salir de la sala común. No sabía de qué modo sacaría provecho de todo eso Ron, pero, era evidente, que su amigo quería invertir la oscuridad y el pánico en algo que maquinaba y que no compartió con Harry.

No es que eso molestará al muchacho, al contrario, había pocas cosas que Ron se guardará para sí y todas competían sentimientos complejos y difíciles de manejar; envidia, vergüenza, amor, codicia... Era complicado que Ron mantuviera la boca cerrada, pero al tratarse de alguno de estos temas, seriamente, el muchacho prefería guardar silencio. Así que Harry sospechó que Ron iba a involucrar a Hermione de alguna forma, o eso esperaba, no le gustaba que Ron y Hermione pasaran largos periodos sin dirigirse la palabra, no sólo por la insufrible situación que tenía que aguantar, yendo de un lado a otro como si fuera un maldito idiota, sólo porque Ron y Hermione no podían pasar ni dos minutos en la misma habitación. No, no era sólo por eso, también es que Harry veía cómo, poco a poco, uno de los dos se desmoronaba y era él el encargado de contemplar los pedazos rotos sin poder hacer nada.

Las horas muertas hasta la cena, hasta que subieron y esperaron a que dieran el toque de queda y hasta que los prefectos terminaran su ronda de vigilancia en los pasillos, fueron las más tortuosas que Harry pasó esperando. Pero por fin llegó el momento en que Ron entró en la habitación y sacó el curioso y extraño invento que había tomado prestado de sus hermanos; un polvo negro y pesado que, al parecer, se extendía con rapidez llenando una habitación de una humareda oscura, intensa y pesada en un santiamén. Fred y George aún los estaban perfeccionando, por lo que el efecto duraba apenas unos segundos y la inevitable consecuencia era, salir todo sucio, algo que a Harry no le preocupaba ya que, por seguridad y prevención, llevaría puesta la capa de invisibilidad.

Una vez que el muchacho se puso encima la capa sólo dejando su cabeza al descubierto, Ron abrió la puerta cautelosa y silenciosamente, empujando el picaporte hacia arriba y con ello haciendo peso contra la puerta para que las bisagras no rechinaran. De cualquier manera, aunque no había mucha gente en la sala común, sí se escuchaban voces que amortiguaron el poco sonido de sus pasos en las escaleras y, al llegar al rellano, ambos asomaron las cabezas por encima del pasamanos; ahí estaban, Hermione frente al fuego, terminando una redacción que Ron y Harry ni siquiera se habían tomado la molestia de comenzar, y McLaggen sentado a su lado, susurrándole quién sabe qué cosas mientras ella le respondía con una cortés ignorancia que, al parecer, él no captaba o no le interesaba aceptar.

Ron señaló a un tipo de séptimo curso que Harry sólo conocía de vista, ni siquiera sabía su nombre, pero por las señas de Ron, supuso que era el otro chaval al que Dumbledore había encomendado la misión de vigilarlo junto con McLaggen. Ambos contaron hasta tres, bajo, muy bajo, casi tenían que leerse los labios pues no se escuchaban el uno al otro. Cuando Ron dijo «tres» alzó por encima de su cabeza la mano donde oprimía los polvos de oscuridad, la sacó por encima de la balaustrada de piedra y la abrió. Esos segundos que el polvo tardó en descender hasta entrar en contacto con el suelo fueron los que Harry ocupó en cubrirse por completo con la capa y, una vez que todo se tiñó de negro, siendo Ron la última cosa que vio antes de que dieran inició los gritos, Harry salió corriendo escaleras abajo.

Todo el trayecto hasta el hueco del cuadro fue una verdadera tortura en la que Ron y Harry no pensaron detenidamente, pues no veía nada, absolutamente nada; derribó sillas y mesas, puede que incluso a alguien con el que chocó y oyó quejarse al caer al suelo; colisionó contra una esquina, la cual imaginó sería la entrada al hueco y, a tientas, logró salir de la sala común, pero, igualmente, la capa había quedado toda teñida por ese polvo negro, así que, antes de seguir su camino, pues no era capaz de distinguir nada, Harry tuvo que sacudirla a conciencia hasta lograr que todo el polvo cayera. Antes de salir del castillo, hizo una breve visita a las cocinas, donde Dobby lo recibió alegre y gustoso de verlo, dispuesto a cumplir cualquiera de sus deseos.

- Necesito un cuchillo pequeño y corto que nadie vaya a echar de menos.

Después de eso, salir no fue algo complicado ya que sólo cerraban todos los candados de las puertas de Hogwarts si se presentaba una amenaza, como tres años atrás con Sirius. Suerte que ese año, la única amenaza verdaderamente peligrosa sólo era el regreso de Voldemort, pero como los únicos que creían que eso fuera cierto eran Dumbledore y Harry, y el ministerio estaba muy pendiente de ambos, el director tomaba medidas discretas. Al menos, y para consuelo de Harry, habían reforzado los hechizos protectores y contaban con la ayuda de algunos aurores, los cuales acechaban a las afueras de los muros.

Al llegar al embarcadero, Harry escondió la capa y el mapa en uno de los botes, tras lo que recorrió la pasarela hasta llegar al final, donde se sentó y meditó un momento con el cuchillo dispuesto en la mano derecha. No sabía cuánta sangre debía derramar para llamar la atención de Radne, lo único que sabía con seguridad, era que la noche anterior sangró, pero no sabía cuánta cantidad requería ahora.

Al poco se dio cuenta de que estaba retrasando el momento por el simple hecho de que le daba miedo cortarse, lo cual era irónico después de todo lo que había pasado en los últimos años, en los que se había roto un brazo, se le habían regenerado dolorosamente lo huesos del mismo, y varias lesiones importantes tanto de quidditch como en sus ilícitas misiones en las que había tenido que proteger Hogwarts o salvar su propia vida. Así que, resuelto y temeroso, Harry aferró la hoja del cuchillo en la mano izquierda y extendió los brazos, tiró del mango con la diestra, provocando que la hoja se deslizara en su palma, produciendo un tajo por el que brotó y chorreó la sangre.

Las gotas escurrieron rápidamente hasta colisionar contra la superficie del agua, desdibujándose, y entonces llegó el momento de esperar. Pensó que las horas que había estado aguardando hasta el toque de queda habían sido las más extensas de su vida, pero no había contemplado la posibilidad de que, estar ahí quieto, mirando el agua mientras anhelaba que algo pasara, iba a ser muchísimo peor. Y Harry hubiera jurado que pasaron horas hasta que por fin vio algo; un destello muy pequeño, seguido de unas burbujas y, a continuación, una cabeza emergiendo. Ahí estaba, Radne, su preciosa cara, sus hermosos ojos de largas pestañas, su sedoso cabello blanco cayéndole en mechones sobre el rostro y sobre los hombros y flotando a su alrededor.

Quedó maravillado al instante por su belleza, tanto que no pudo reprimir el extender la mano izquierda, olvidando por completo que aún manaba sangre de ella. Intentó rozarlo, pero el tritón lo eludió echándose hacia atrás, receloso, incómodo y contrariado.

- No te vayas, por favor – le rogó Harry, echándose boca abajo sobre la pasarela, con medio torso fuera para llegar hasta Radne – Por favor. – repitió, inclinándose.

Las gafas le resbalaron y cayeron al agua, pero Radne acercándose, colocándose debajo de él, clavando sus extraños y cautivadores ojos sobre los suyos, tan cerca que el estar sin gafas no era un impedimento para verlo con claridad, le quitó toda importancia al hecho de haberlas perdido.

Pues nada, wattpad jodiendo otra vez...

Sin nada más que decir me despido ^^

Espero que os haya gustado y que de ser así me dejéis un comentario contándome qué os pareció :3

Nos leemos, en este u otro fanfic <3

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