La Niña que llegó al 221B de...

DeyaRedfield által

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... Több

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 33 Gajes del Oficio

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DeyaRedfield által

—Necesito tu ayuda... —con un nudo formándose en su garganta, Sherlock repitió suplicante ante Irene.

Sin poder creer la misericordia del detective, ella tragó difícilmente y le observó fijamente.

—Debe ser algo muy serio para que vinieras a buscarme.

—¿Interesa saber el trasfondo de ello?—cuestionó petulante.

—Puede... Pasa, no te quedes ahí.

Irene se hizo a un lado y veloz Sherlock se adentró al apartamento. Dentro del lugar el detective observó lo curioso que era aquel sitio, no había elegancia ni lujos, como cuando ella vivía en Belgravia; tenía un departamento que podría considerar simple, común y eso no le gustaba, no era parte de ella pero entendía los motivos.

—Solo déjame cambiarme y hablamos, ¿sí?

Sherlock volteó a verle y le prestó más atención. No había notado que Irene se encontraba en bata de baño y con el cabello humedecido, había irrumpido la rutina matinal. Él se encogió de hombros, como si no la hubiera visto ya desnuda. Irene sonrió suavemente y se dirigió hacia el cuarto del baño. Sherlock le observó por el rabillo del ojo hasta que entró a la recamara y se encerró. Suspiró amargamente y tomó asiento en el sillón individual. Sabía que sería una larga mañana.

Bell desayunaba tranquilamente, su tía no se dispuso acompañarle y eso le alegraba, un desayuno en paz era satisfactorio para ella pero, mientras saboreaba los biscuits que la señora Hudson le había dado el día de la misa (y que cuido celosamente), al comedor llegó Richard con su maletín en mano y ajustando su corbata.

—Buenos días Bell —saludó algo agitado.

—Buenos días Richard —respondió sería.

—¿Qué tal tu desayuno? —preguntó mientras tomaba asiento.

Bell le observó curiosa.

—Normal.

—Me alegró —dijo con una sonrisa. Bell frunció el ceño—. Bell, ¿sabes? Hay algo que me gustaría hablar contigo.

La niña siguió mirando curiosa a Richard.

—¿Qué pasa? —cuestionó sin ánimos.

—Bueno, lo primero que me gustaría hablar es sobre tu educación. Sabemos que el señor Holmes estuvo dándote clases particulares pero, tú tía y yo hemos pensando en que es mejor que volvieras a la escuela.

Bell quedó pasmada ante ello.

—¿A...? —Tartamudeo— ¿A la escuela?

—Así es —dijo mientras le daba un trago al jugó de naranja—. Sarah y yo creemos que sería algo bueno para ti, más que nada para que te desenvuelvas con los niños de tu edad —terminó con una sonrisa. Bell le miró casi en pánico, y él lo notó—. ¿Pasa algo?

—¿A la escuela? —insistió.

—Ah, sí... ¿No te agrada la idea? —cuestionó preocupado. Con una terrible dificultad la niña sonrió y negó con la cabeza. Richard sonrió y dio otro trago al jugo—. Me alegra que te guste la idea, Bell. También ya estoy buscando un tutor para que te imparta clases de piano.

Bell se mantuvo mirando a Richard con una falsa felicidad, tan falsa que no entendía cómo es que él no lo veía.

—Bien —respondió amargamente y retomó su desayuno.

Sherlock llevaba cuarenta y cinco minutos esperando en la sala a Irene. El detective comenzaba a impacientarse, tenía el conocimiento que una dama tomaba un tiempo para prepararse, pero Adler había abusado de ese tiempo y él no podía desperdiciar más de ese amado tictac del reloj. Sin importarle el respeto ajeno, se alzó del sillón y se dirigió hacia la recamara de baño.

—¿Irene? —llamó alterado.

—¿Si? —respondió mientras asomaba su cabeza por la puerta.

—¿Aun no estas lista? —Preguntó furioso—, sabes que no vendría a verte si no fuera algo serio, así que, no puedo perder tiempo.

—Lo siento, ya casi termino —mencionó al cerrar la puerta.

Sherlock suspiró amargamente y sin mucha dificultad empujó la puerta del baño. Irene abrió sus ojos y le observó, ambos se observaron. Irene se encontraba, tal vez para des fortuna, vestida con un pantalón de campana y talle a la cintura color azul marino y una blusa del mismo color que su pantalón, su rostro estaba cubierto con un maquillaje ligero, no excesivo como el recordaba, y su cabello era aún un desastre, aun trataba de arreglárselo.

—Sí que es muy, pero muy serio el asunto. ¿Qué es lo que pasa?

—¿Podrías ir al living room? —dijo, volviendo en sí.

—Me falta el cabello.

—Así estas bien —confesó, ahogando la voz. Irene sonrió pícaramente—. ¿Al living room, por favor? —cuestionó mientras hacía la seña caballerosa que le acompañara.

—Usted gana, señor Holmes —mencionó sin desaparecer su sonrisa.

Irene dejó de lado sus utensilios de maquillaje y peinado y caminó a la puerta con esa picardía en su rostro, Al verle Sherlock desvió la mirada pero mantuvo la misma posición hasta que Irene salió al pasillo. Él cerró la puerta y se fue detrás de ella.

—¿Café?

—Negro con dos de azúcar —respondió, aun sin mirarle.

—Lo supuse —continuó con esa sonrisa. Irene se dio la media vuelta y se adentró a su pequeña cocina—. Bien, cuéntame, ¿cuál es el asunto y que tengo que ver en ello?

—Sarah Jones —soltó. Irene se detuvo de golpe.

Irene se dio la media vuelta y le observó de una manera frívola y severa. Ante esas emociones plasmadas en ese rostro, Sherlock descubrió que abrió una caja de pandora.

—Habla —demandó ella—. Y no omitas ningún detalle.

Sherlock posó una media sonrisa sobre su rostro y de los bolsos de su abrigo comenzó a sacar puños y puños de papeles. Irene realizó que el día sería largo, pero interesante en saber cómo le iba en la vida de su antigua colega.

Isabelle estaba en la sala principal observando, como se había vuelto costumbre, aquel busto de Margaret Thatcher. Tenía una intuición con respecto a esa pieza y bien Sherlock le había dicho que debía seguir aquellos presentimientos, nunca ignorarlos y averiguar su porque; pero por más que la niña buscaba ese porque, no lo lograba y eso le frustraba demasiado. Ella suspiró y se alzó del suelo para estirar un poco sus entumecidas piernas, y mientras lo hacía llegó la mucama, Teresa.

—¿Señorita Bell? —cuestionó un tanto nerviosa. Ella volteó—. Le busca su tía, quiere hablar con usted.

—Ya voy —dejando caer las manos respondió fastidiada. Se dio la media vuelta y camino hacia ella—. Teresa ¿ya devolviste la pieza del adorno en la estancia? —Tragando saliva difícilmente, ella cabeceó afirmando ante la interrogante—. ¡Qué bueno! Ahora devuelve el reloj de Richard —continuó seriamente y Teresa empezó a temblar.

—Señorita Bell...

—Solo hazlo —interrumpió mientras se encogía de hombros—, yo haré que te despidan, para que ya no te molestes en "robar" —mencionó con irónico énfasis.

Bell dejó de lado a una espantada Teresa y se fue rumbo a donde su tía se encontrará. Después de unos minutos la encontró en el estudio de Richard, sentada sobre el escritorio leyendo varios papeles.

—Adelante —habló sin mirarle—, sin miedo querida.

Ella se adentró, tomó asiento en una de las sillas y observó a su tía.

—¿Pasa algo?

—Necesitamos hablar —mencionó con un suspiro—, sobre la escuela.

—¿Si?

—Supongo que Richard te comentó sobre la escuela —Bell cabeceó—, muy bien. Hemos pensado mucho al respecto y queremos que entres lo más pronto posible.

Ella se mantuvo en silencio pero siguió observándole, con el ceño frunciéndose lentamente.

—¿Qué es tan pronto?

—Si se puede, esta semana.

La niña no pudo ocultar su sorpresa, sus ojos se abrieron de par en par y observó a su tía, y ella, al notar esa expresión, se extrañó.

—¿Está semana?

—Si —respondió curiosa—. Esta semana.

—Pero apenas van a mitad de periodo escolar, ¿no es algo apresurado?

—Es lo mejor, créeme —dijo guardando los papeles en un cajón—. Será bueno para que aprendas a socializar y hagas cosas productivas. Me deprime verte todos los días en la sala de estar viendo esa escultura de Thatcher.

—A veces tocó el piano —defendió. Sarah se cuestionó unos momentos.

—Es verdad, pero solo te sabes una pieza e incompleta. Richard también te dijo sobre una tutoría para el piano ¿verdad?

—Si...

—Bueno, él se encargará más de ello pero yo, por el momento, me pondré a buscar la mejor escuela del país para que ingreses a más tardar el jueves —Bell parpadeó perpleja y Sarah arqueó su ceja—. ¿Algo que objetar?

—¿Debería?

—No —dijo seriamente—. Puedes retirarte.

Sarah con una sonrisa victoriosa en su rostro, observó cómo su sobrina se alzaba de la silla y salió con un pánico recorriendo su cuerpo. Ya en el pasillo Bell meditó sobre este asunto de la escuela, toda la información había llegado de golpe y, por más que lo intentaba, no lograba procesarla. Ella detestaba la escuela. A su mente llegó que, antes de que pasará lo su madre, su situación en la escuela era demasiado espantosa. Bell no congeniaba con ninguno de sus compañeros, es más, le molestaban, la consideraban "rara" y sus maestros la consideraban "especial". Ir todos los días a ese lugar era sufrir, y volver ahí sería el mismo tormento. Ella suspiró tristemente por todos esos recuerdos, no quería volver, no estaba lista para afrontar ese mundo, pero debía ser valiente tal y como Sherlock alguna vez le dijo.

Sherlock informó a Irene de todo lo sucedido en el caso Jones-Moran, y ella le escuchó pacientemente sin interrumpirlo. Adler dio el último trago a su café y tomó la fotografía de su antigua amiga.

—¿Entonces ella está cuidando de su sobrina? —preguntó curiosa.

—Desgraciadamente.

Irene arqueó una ceja ante esa respuesta. Durante la historia del caso, ella apreció como Sherlock hacía mucho énfasis en esa pequeña, y también le sorprendió el hecho de que él tomara riendas como su tutor.

—Y créeme, si la hermana te dijo que no la dejaras con ella, no exageraba —ahora Sherlock arqueó su ceja mientras Irene hacía de lado la taza—. Pero dime, ¿en qué parte entro yo en esta historia? ¿En la parte de Sebastian Moran o en la de Moriarty?

—Tú entras desde que Sarah Jones y tú comparten el mismo trabajo.

—Me disculpas pero entre una dominatrix y una escort, hay una gran diferencia.

—Son lo mismo —soltó con burla.

—¡Por supuesto que no! —exclamó colérica—. Una escort es una acompañante, el sexo es opcional, en cambio una dominatrix —dijo con un tono seductor, Sherlock se extrañó— tiene él encargó de cumplir todas las fantasía de sus clientes —Irene posó sus dedos sobre la mano de Sherlock y comenzó acariciar sus remarcadas venas, logrando que este se quedará perplejo—. He ahí la diferencia.

Sherlock parpadeó veloz, las yemas de los dedos de Irene hacían una sensación eléctrica sobre su cuerpo. Esa sensación era adictiva y peligrosa, pero ahora, no podía dejarse caer en los juegos de la mujer.

—Irene —habló, haciendo de lado su mano. Ella sonrió—. Lo que se haga o se deje de hacer en esos empleos, no es algo relevante. Lo que necesito es que me ayudes con respecto a Sarah Jones.

—¿Qué necesitas?

—Tú hiciste que Sarah y Moran se conocieran.

Irene se cruzó de brazos y observó curiosa a Sherlock.

—Si —afirmó—. Yo los presente.

—¿Por qué?

—Sarah quería jugar en las ligas mayores. Moran era parte de esas ligas.

—Al igual que Moriarty.

—Si.

—¿Sarah y Moriarty llegaron a conocerse?

—No —afirmó dudosa. Sherlock se mostró alerta.

—¿No?

—No... Directamente.

—¿A qué te refieres Irene? —cuestionó molesto.

—Ella jamás conoció a Moriarty, en persona. Lo que si te puedo decir es que, supongo, que al juntarse con Moran, llegó a oír hablar de él, pero nunca hubo un interés de su parte en conocer a Jim.

—¿Ah no?

—No —dijo mientras se acomodaba en la silla—. Sarah quería las grandes ligas. Ella me contó que Moran era un buen partido, pero no lo convencía.

—¿Por qué no lo convencía?

—No lo sé —dijo mientras se encogía de hombros.

—¿Y Moriarty era lo mayor en las grandes ligas?

—Se podría decir que sí, igual ya sabemos las consecuencias de jugar en su liga.

—¿Por qué Moran trabajaba para Moriarty?

—Moran era... —se detuvo y en ello mordió suavemente su labio inferior— complicado.

—¿Por qué?

—Sonará curioso lo que te diré, pero Sarah y Moran tienen algo en común, aman el poder, el sentirse superiores a otros. Creo que por ello Sarah no se despegó de él —Sherlock se cruzó de brazos y se acomodó en la silla, dando a entender que continuará—. Moran era la mano derecha de Jim, y aun así ella no lo conoció.

—Qué interesante.

—Lo es. ¿Si alguien quiere asegurarse una posición económica y un estatus en este mundo criminal, porque no conocer a quien tenía todo esto en sus manos? ¿Por qué no conocer al gran James Moriarty?

—Esa interrogante solo puede ser exclusiva de ti. Tal vez, Sarah fue más lista que tú y solo utilizó a Moran para alcanzar un estatus; tal vez ella no le gustaban las ligas mayores de los criminales más peligrosos de Inglaterra.

Ella sonrió.

—Tú conoces mis razones, y al final, Irene Adler pagó el precio. Ahora Clara Steephens tiene que vivir como cualquier ciudadano común.

—Cosa que aborreces.

—Cierto pero...

—Si no te hubiera salvado en Karachi, Clara Steephens no estuviera aquí, sentada, charlando conmigo.

«Touché» pensó. La sonrisa de Sherlock llegó de oreja a oreja como si hubiera leído su mente.

—Irene —continuó seriamente—, todo esto que te he contado, sobre Sarah y Samara Jones, Sebastian y su familia, Magnussen y Moriarty, me han tenido intrigado por más de un año. Un año en el cual no he podido resolver quien mató a Samara y quién quiere matar a Isabelle Jones.

—Tú preocupación por esa niña es enorme.

Sherlock frunció su ceño.

—¿Perdón?

—Pedí un trasfondo de todo esto pero omitiste lo más importante. La niña.

—¿A qué trasfondo...? ¿Isabelle que...? ¿A qué te refieres? —cuestionó alarmado.

La sonrisa seductiva y peligrosa que Irene daba cambió drásticamente por una sonrisa tierna y delicada.

—El Doctor Watson ya es padre. Una linda niña, ¿verdad?

—Si...

—¿Te interesó la paternidad?

—Nop —defendió veloz.

—Entonces, ¿por qué llevar a la pequeña al London Eye?

—Eso fue porque...

—¿Y comprarle un vestido? —interrumpió.

—Eso lo hice porque las mujeres que conozco tienen pésimo gusto.

—¡Oh! ¿Y componerle una melodía, no te hace quererla?

Fue el colmo. Sherlock miró terriblemente a Irene quien no borraba esa tonta (y primera vez que veía) sonrisa de su rostro.

—¿A qué quieres llegar?

—Solo dilo.

—¿Qué?

—Esa pequeña llegó a tu frívolo corazón—. Sherlock quedó en shock—. Son pocos los que tienen ese privilegio y la verdad, estoy sorprendida. Ese lado tuyo, compasivo y amoroso... es sexy.

El detective rodó sus ojos y se alzó de la silla, fastidiado por la intimidación sexual de Irene y ella no evitó una enorme carcajada.

—¡Lo siento —exclamó alegre—, pero es verdad!

—¿Me vas ayudar, sí o no?

—¿Lo que te conté no era ayuda?

—No del todo. Realmente te necesito.

—¿Qué quieres que haga? —cuestionó extrañada.

—¿Cuánta es tu tolerancia con los niños?

—¡¿Perdón?! —exclamó sorprendida mientras veía al detective.

Era otra típica noche fría en Londres. La ciudad se veía cubierta en tranquilidad y paz pero, en uno de los mejores barrios de la citadina Inglaterra, un curioso merodeaba las calles y veía con recelo a las casas, buscando una en especial. Del bolso de su pantalón sacó un pequeño papel y miró su contenido para rápidamente mirar los números de las casas. Aceleró sus pasos y, unas casas después, llegó a su destino; y como un alma siendo arrastrada a su cruel destino, se acercó a ese caluroso hogar. Posó su rostro sobre el cristal de la sala de estar y comenzó una ardua búsqueda, hasta que sus ojos vislumbraron su anhelada búsqueda. Sin pensarlo más rompió el vidrio de la casa y se adentró por aquello que desesperadamente quería.

A la mañana siguiente Scotland Yard yacía en aquella casa de esa zona prestigiada de Londres. El inspector Lestrade escuchaba atentamente al prestigiado dueño y como su relato era curioso y nada importante a la vez.

—¿Entonces, me dice que el ladrón entró a su casa, tomó el busto de Margaret Thatcher y lo destrozó?

—Así es inspector. No robó nada más, solo destrozó mi pieza de Margaret Thatcher. ¿Sabe el valor que tenía ese busto? —cuestionó alterado. Lestrade se quedó sorprendido y negó con la cabeza—. Era una pieza de gran valor. ¿Sabe cuántos bustos hay? solo cinco en Inglaterra.

—¿Cinco? —cuestionó con falso asombro.

—Sí, cinco. Y ya no hay más reproducciones.

Lestrade siguió escuchando la queja del magnate por un buen rato hasta que le dijeron que harían todo lo posible por atrapar al ladrón de "tan terrible" hecho. Llegó a la estación Donovan tenía demasiados casos en puerta, el estrés se podía respirar en el aire, pero era su deber. Mientras revisaba las listas de casos, en uno de ellos se llevó una enorme sorpresa. No podría creer lo que leía, se quedó estático, Donovan se preocupó.

—¿Pasa algo jefe? —Lestrade no respondió—. ¿Jefe?

—¡Por el amor de Dios! —exclamó dejando caer todos los archivos.  

Todos le miraron sorprendidos.

—¿Qué sucede jefe? —Preguntó nerviosa Donovan

—¿Dime que esto es una broma?

—¿Qué?

Lestrade se agachó, tomó el papel y se lo mostró a Donovan.

—¿Él allanamiento a la casa Filburb y la destrucción de una pieza de arte?

—¿Exactamente, un busto de Margaret Thatcher?

—Ah... si —respondió extrañada.

—Bien, porque es el segundo busto que destruyen el día de hoy.

—¡¿El segundo?! —cuestionó impactada.

—¡Si!

Y sin creerlo Lestrade se dirigió a esa nueva residencia en busca de un ladrón destructor de bustos de Margaret Thatcher.

Unos días después Sherlock consiguió un pequeño apartamento para Irene en Londres, pero esta tenía que cubrir su identidad. Irene Adler aún era un peligro para los grandes criminales de Londres, a pesar de que muchos creían que yacía muerta, no conocieron la historia sucedida en Karachi, y que muchos de sus secretos siguen con vida.

—Esto es ridículo —dijo ella mientras se veía en el espejo con una peluca rubia.

—¿Quieres que te descubran y te asesinen? —cuestionó Sherlock con un leve sarcasmo.

—Por supuesto que no —mencionó mientras se quitaba la peluca—. Pero no deja de ser ridículo.

—Lo siento Irene, así debe de ser.

—Además, ¿no crees que no estamos arriesgando mucho con esto?

—No —contesto muy seguro—. He revisado todo con detalle y, estoy seguro de ello porque nunca me equivoco, Sarah no te reconocerá.

Irene arqueó una de sus cejas y le observó.

—¿Cien por ciento seguro?

—¿Acaso dudas de mí, Adler?

—No, para nada. Es solo que ¿aun no entiendo cómo es que sabes que buscan un tutor de piano para la niña?

—Tengo mis métodos.

—¿Poco ortodoxos? —cuestionó con una sonrisa. Sherlock rodó sus ojos—. Así que... te pones a vigilar la seguridad de la niña.

—Alguien tenía que hacerlo.

Irene mantuvo su sonrisa.

—Tienes suerte en que tenga conocimientos en piano, aunque estoy algo oxidada, he de admitirlo.

—Lo sé, es por ello que te he conseguido esto.

Sherlock sacó del bolso de su abrigo varios libros de partituras de piano. Irene solo observó sin saber si reírse o sorprenderse.

—Vaya esto es... interesante.

—De nada. Te aconsejo que practiques todo el día de hoy, para que mañana no cometas ni un error en tu entrevista.

—De acuerdo.

—Y ya una vez que tengas el trabajo, haremos lo planeado.

—Sí, vigilar a Sarah.

—¿Y...?

—Y vigilar a la niña. Ya sé que eso es prioridad.

Sherlock le observó con una mirada pasiva. Todo iba a la perfección.

—Y recuerda Irene, cuando empieces a darle clases a la niña...

—Ya lo sé —interrumpió—, debo llamarle Bell, no hacer menciones sobre su madre, tratar de no aburrirla... no te preocupes ya me aprendí toda la lista de qué hacer y qué no hacer —en ello Irene se acercó a Sherlock y poniéndose en puntas acercó su rostro al de él—. Tu tranquilo —habló en tono seductivo.

Sherlock tragó difícilmente mientras veía a los ojos de Irene. Ella lucía peligrosa y exquisita, como aquella primera vez que la conoció. Irene no dejó de observar a Sherlock, sus labios lucían tentadores y en sus ojos se apreciaba lo nervioso que estaba. A ella le divertía tenerlo así.

—Procura no seducir a la pareja de Sarah.

—No prometo mucho.

—Estás en un caso. Se profesional.

—Touché.

Irene se alejó de su rostro, tomó todas las partituras y estaba dispuesta a estudiar pero Sherlock aún no se iba.

—Irene —ella volteó a verle—, necesito preguntarte algo más.

—¿Si?

—Sobre toda esta mafia, de Moriarty y Moran. ¿Alguna vez mi hermano se metió en donde no debía?

—¿Tu hermano? —él afirmó—. Bueno, cada vez que a Moriarty se le ocurría algo, Moran orquestaba todo para que no hubiera incriminaciones hacia Jim, pero muchas veces tu hermano lograba incriminar a Moriarty. Moran era soldado y trabajaba imparable para que pudiera salir de la prisión. Se llegaron a varios acuerdos con tu hermano para dejar en libertad a Moriarty.

Sherlock suspiró amargamente. Mycroft siempre arruinando todo.

—Bien.

—¿Pasa algo con él?

El detective negó con la cabeza mientras miraba perdidamente hacía un punto en el apartamento.

—Practica. Mañana será el gran día.

Se dio la media vuelta y salió del apartamento.

Bell tenía sus brazos sobre el escritorio de Richard, su barbilla descansaba sobre ellos y observó a su tía y a él mirando un montón de papeles.

—¿Qué opinas de esta? —preguntó Sarah a Richard, este poso los ojos sobre el papel.

—Esa escuela es muy buena.

—Sí, es de buen prestigió.

Bell no despegó su mirada.

—Ponla en consideración.

Sarah dejó la hoja en el escritorio, Bell la observó. Ambos siguieron con las hojas hasta que la pequeña se animó.

—¿Podría yo escoger la escuela?

Al mismo tiempo los dos posaron sus ojos en ella.

—Es verdad —habló Richard—, no hemos escuchado la opinión de Bell.

Sarah miró seriamente.

—¿Quieres ver las escuelas? —cuestionó.

—Si... —respondió con la misma seriedad a su tía.

Ella le entrego los papeles, la niña los tomó y rápidamente los lanzó al aire dejando a Richard y Sarah sorprendidos. Todos los papeles volaban sobre la oficina mientras ella, con una sonrisa de gran satisfacción sobre su rostro, veía esa lluvia blanca caer en toda la oficina. Sarah sintió como la sangre le hervía y Richard solo pudo reírse. Los papeles terminaron de caer y uno cayó sobre las piernas de Isabelle, lo tomó, lo leyó y se los mostró a Richard y su tía.

—Esta —dijo con su enorme sonrisa.

Richard, igual de sonriente que ella, tomó el papel y miró la escuela seleccionada.

—Badminton School. Nada mal.

Bell con su enorme sonrisa se alzó de la silla y se retiró del lugar.

—¡Esa niña...! —exclamó Sarah furiosa.

—Tranquila querida, es solo una niña.

—¡No, esa niña es una inmadura, igual que Samara!

—Sarah, es solo una niña —dijo mientras tomaba su mano—. Debes comprenderla.

Ella suspiró molesta y posó su mano libre sobre la de Richard, dando a entender que lo comprendía aunque no fuera verdad.

—¿A qué hora es tu primera entrevista para las tutorías de piano? —preguntó. buscando evadiendo el tema.

—En media hora, querida.

—Perfecto —dijo soltando su mano—, preparemos todo para las entrevistas.

Richard sonrió y dejó pasar de lado el enojo de su mujer.

Sherlock llegó a Baker Street, para su sorpresa John se encontraba ahí.

—¿Dónde demonios has estado? —preguntó con una mezcla de preocupación y enojo.

—Por ahí.

—Hasta estado perdió estos días, ¿todo bien?

—Si —respondió mientras colgaba su abrigo en el perchero.

—Ese "si" no me convence.

—Todo bien John. ¿Y Mary y Rosie?

—En casa. Sherlock, llevó cinco horas esperándote.

El detective volteó a verle.

—Si tienes mejores cosas que hacer, puedes retirarte.

—Tenemos el caso Jones parado, vine para ver si podríamos lograr algún avance o seguir entrevistando a la clientela de Sarah Jones.

—Olvidémonos de eso —dijo rápidamente. John le miró sorprendido.

—¿De entrevistar a los militares?

—Si.

—¿Por qué?

—Solo olvidémoslo. ¿Té?

John cambió la sorpresa por extrañez mientras Sherlock llamaba a la señora Hudson.

El primer día de entrevistas llegaron tres jóvenes mujeres a quienes Richard entrevistó. Ninguna de las tres le convenció, algunas aun eran estudiantes en la academia de música y él quería la mejor institutriz para la niña. El siguiente día, entrevistó a otra joven y surgió el mismo conflicto que con las anteriores, su siguiente entrevista, la señorita Clara Stepheens, sería en veinte minutos.

Bell estaba en su horario habitual, observando el busto de Margaret Thatcher cuando el timbre sonó y la hizo volver en sí. Rápidamente se alzó del suelo y corrió para atender el llamado. Bell se había dedicado en recibir a las aspirantes a ser su institutriz, quería conocerlas, fastidiarlas un poco y lo había logrado; abrió la puerta y observó a una mujer (un poco mayor a las anteriores), con unas delicadas gafas, rubia y con un elegante vestido melón.

—¡Hola! —Exclamó con una dulce sonrisa—, ¿es aquí las entrevistas para maestra de piano? —Isabelle no respondió. Ante ese silencio ella comenzó a desesperase pero mantuvo su mejor postura—. ¿Te comió la lengua el gato? —cuestionó sonriente.

—No —contestó seriamente. Bell analizó aquella mujer pero le resultaba peculiar. 

Ella siguió con su mejor sonrisa aunque por dentro sentía una desesperación terrible.

—¿Si es aquí la entrevista, pequeña?

—¡¡Richard!! —Gritó Bell mientras se hacía a un lado—, pase —sorprendida obedeció a la niña y accedió al hogar—. Sígueme.

Bell comenzó a caminar y ella le siguió. Durante el trayecto no dejó de observar a Isabelle, en parte, era como Sherlock le comentó pero también había algo muy familiar en ella. Terminaron el recorrido frente a una puerta corrediza que la niña tocó y un "pase" se escuchó.

—Richard —llamó Bell al abrir la puerta—, otra mujer llegó.

—¡Hola! —Exclamó—, buenas tardes soy Clara Steephens.

—¡Bienvenida señorita Steephens!, adelante, tomé asiento —ella obedeció—. Veo que ya conoció a mi sobrina.

—¡Oh, ella es su sobrina!

—Así es, ella Isabelle.

Clara volteó a mirarle con una enorme sonrisa.

—Mucho gusto, Bell.

Ante la pronunciación de su diminutivo la niña se extrañó.

—Pequeña, ¿podrías dejarnos solos un par de minutos? Necesitamos hablar cosas de adultos.

Bell afirmó, se dio la media vuelta y se retiró.

—Bien señorita Steephens, ¿supongo que supo de la vacante por el periódico?

—Así es.

—Perfecto. Como habrá leído, se pedía currículo —Ella sonriente sacó una carpeta de su bolso y se lo entregó a Richard y comenzó a leerlo con terrible curiosidad—. Vaya, graduada de la universidad de artes y música de Londres.

—Con honores —recalcó orgullosa.

—Excelente... excelente.

Richard siguió revisando y ella se dispuso analizarlo. Richard parecía ser alguien que, en un pasado, hubiera conocido pero no lograba identificarlo, por más que excavaba en sus recuerdos no lo lograba.

—Así que —habló después de unos minutos—, tiene conocimientos en piano y clarinete.

—Exactamente.

—¿Y alguna vez ha impartido clases, en especial a niños?

—Sí, hubo un tiempo en que di clases en casa para piano y recientemente tengo un empleo en el museo de arte contemporáneo de la ciudad.

—¿Y por qué quiere dar clases, señorita? Su empleo en el museo suena excelente.

—No crea, últimamente el trabajo ha disminuido y pues se necesita otra ganancia para comer —dijo con una tonta sonrisa.

La entrevista duro un aproximado de veinte minutos entre risas y falsas anécdotas por parte de Clara, si él conociera las anécdotas de Irene Adler, sería despedida sin dudarlo. Ante todo, ella se había ganado a Richard, lo presentía.

—Bueno señorita Steephens, debo ser honesto con usted, de todas las candidatas que he entrevistado... usted es la más apropiada para el puesto.

—¡Oh, muchas gracias señor Richard! —exclamó entusiasmada.

—Pero he de decir que aún me falta entrevistar dos personas más, pero la verdad, dudo que puedan superarla.

Ella seguía sonriente.

—Que amable, señor Richard —dijo mientras ambos extendían sus manos.

—Todo un placer señorita. Y este al pendiente de mi llamada, a más tardar, el día de mañana.

—Por supuesto.

Y así ambos se despidieron. Irene caminó por el pasillo pero, antes de llegar a la puerta principal, posó su mirada curiosa en la sala de estar y observó a la pequeña Isabelle, sentada en el suelo, contemplando una escultura de arte. Le miraba curiosa e Irene recordaba que Bell le resultaba familiar. No tenía nada de Sarah, eso era definitivo, la niña tenía más aspecto a él, a Sherlock. Ella era una pequeña Sherlock. Sonrió y salió de esa enorme casa, la cual le traía recuerdos de cuando vivía en esta zona.

Al pisar la cera sacó el celular de su bolso y marcó un número y mientras esperaba distinguió como al hogar llegaba una nueva chica pelirroja y desaliñada. Irene decidió cruzarse la calle y contemplar quien recibiría a esa chica, y unos minutos después, y para su sorpresa fue atendida por la propia Sarah. Ella quedó extrañada.

¿Cómo te fue? —escuchó al otro lado de la línea.

—Bien —contestó seriamente—, demasiado diría yo.

¿Ya tienes el puesto?

—Aun no pero... me he ganado al novio, así que, es probable que para mañana ya lo tenga.

Perfecto. Te veo en tu apartamento, en media hora.

—Si.

Y ambos colgaron.

Al siguiente día, desde muy temprano en la mañana, Irene y Sherlock esperaban la tan ansiosa llamada y Bell iba a conocer su nueva escuela junto a su tía. Durante el trayecto ambas no se dirigían la palabra, cosa que ya no era una novedad; Bell solo quería que la tortura mañanera acabará y comenzar una nueva con su futura institutriz de piano. Durante toda la noche Bell se había cuestionado quien sería la afortunada en darle sus futuras clases de piano, había pensado en la última que recibió, la tal Clara Steephens, que si bien, había presentido que ese no era su nombre real, no era una mala elección a comparación de las demás. Y las últimas dos que recibieron, no tuvo el placer de "conocerlas".

La mañana fue cruel para la niña, su futura escuela lucía como una prisión elegante, pero ¿qué podría hacer? Tenía que soportarlo. En otra parte de Londres, Irene miró con desesperación al detective quien caminaba de polo a polo en la habitación.

—Sherlock...

—Calla —ordenó. Ella suspiró amargamente.

Durante el camino a casa, Isabelle miró la hora en el big ben, era medio día, suspiró agotada pero fue interrumpida por el timbre del celular de Sarah. Ella sacó el móvil y miró que era Richard quien llamaba, contestó alegre y escuchó lo que tenía que decirle. La nueva tutora de piano de Isabelle ya estaba en casa, lista para la primera lección. Al darle la noticia a su sobrina, ella no se molestó en fingir, ya estaba cansada.

—Te agradará tu nueva maestra de piano —dijo Sarah al ver su expresión.

—No lo creó.

Y así ambas forjaron el silencio.

Llegaron a casa siendo recibidas por Teresa y afirmando la llegada de la nueva tutora, quien se encontraba en la sala de estar, así ambas fueron a darle la bienvenida.

Pero en el momento en el que Bell se disponía a ver a su maestra, por otro lado en un departamento, Sherlock exageró de impaciencia e Irene no toleraba el verle así.

—¿Podrías calmarte? —cuestionó nerviosa.

—Ya es medio día y no te han hablado.

—Él me dijo que en el transcurso del día me hablaban, no desesperes.

—¿Y si encontraron a otra persona?

—Por Dios, me gane a ese tipo y no tuve que seducirlo. El trabajo es mío y todo saldrá de acuerdo al plan.

—Esto no me esta gustado Irene, no me gusta para nada.

Irene ya no supo que decir y mejor se dispuso a preparar café para poder controlar al detective.

Al llegar a la sala de estar Bell miró sorprendida el quien sería su nueva tutora. No era la rubia de ayer, era una joven mujer con cabellera castaña rojiza larga, unos claros ojos azules; vestía un enorme vestido con diferentes colores y una chaqueta de cuero guinda. Al ver a las dos ella sonrió de oreja a oreja y se percibió como una tensión se había formado en la habitación.

—Isabelle, querida —habló Sarah para hacer desaparecer el ambiente tenso que se había generado—, quiero que conozcas a tu nueva profesora de piano. Ella es la señorita Elizabeth Walsh.

—Muchas gracias señorita Jones —dijo la joven castaña mientras que con torpeza se alzaba del sofá—. Es un gusto al fin conocerte Isabelle.

La pequeña observó con gran descaró a su nueva tutora.

—Isabelle, saluda. No seas irrespetuosa.

Ella ignoró el comentario de su tía y analizó, de pies a cabeza, a la joven mujer. A leguas se veía que era torpe y descuidada, sufría un extraño tic nervioso en el labio inferior y era de esas típicas mujeres que con una sonrisa buscaban solucionar hasta la muerte. Sí que Sherlock la había entrenado bien, pero aun así, había algo, algo que no cuadraba en esta deducción.

—No se preocupe señorita Jones —mencionó con esa torpe y fastidiosa risa—, su esposo me comento que venían del colegio. Isabelle ha de estar algo cansada y estresada.

—No señorita Walsh, mi sobrina aun no ingresa al colegio, ella es así de sería—. Ante eso Bell dio un paso hacia atrás, tenía todas las intenciones de irse del lugar, pero Sarah le tomó del hombro y evitó que esta huyera hacia su habitación—. ¡Isabelle, saluda! —exclamó suave pero sintiendo el tono furioso.

—Buenas tardes, señorita Walsh —mencionó horrorizada.

—¡Oh —exclamo con la irritante risa—, que hermosa voz! El tono perfecto para una linda niña como tú.

Bell miró extrañada a su tutora, en cambio Sarah sonrió a la par de ella.

—Isabelle —interrumpió Sarah las risas—, la señorita Walsh te dará clases los lunes, miércoles y viernes después de la escuela. Como le habíamos comentado señorita, mi sobrina tiene casi un año y medio que no ha practicado, pero ella absorbe rápido cualquier información. No tendrá tanta dificultad en ello.

—Me parece perfecto.

—Solo un detalle señorita Walsh. Sí, durante el periodo de clases, siente que mi sobrina es algo petulante o habla de más, no quiero que se moleste por lo que pueda llegará decir, y, con confianza, dígame lo que esta periquita pueda hacer.

Elizabeth volvió a reír pero esta vez esa risa no era irritante era de merecedora de miedo.

—Señorita Jones, no se preocupe. Estoy segura que Isabelle y yo nos llevaremos muy bien. Tengo un buen presentimiento de ello —La niña observó con pavor a su nueva tutora. Ella sabía que la niña tenía temor pero, con una mezcla de calidez y a la vez perturbarte sonrisa, observó a su nueva alumna—. Seremos muy buenas amigas, Isabelle. Ya verás que sí.

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