Donde pueda verte {Barcedes}

By IrisWangR

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Mercedes decide huir por un tiempo a Santiago para descubrir más sobre sí misma y los sentimientos que ha est... More

Capítulo 2: Preámbulos
Capítulo 3: Cobarde
Capítulo 4: Actuación de tres actos
Capítulo 5: La maldita hostería
Capítulo 6: Derrumbe
Capítulo 7: Distancia

Capítulo 1: Algo dirán los sueños

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By IrisWangR



Despertó con una respiración ahogada, agarrándose con fuerza al cobertor cómo si se estuviese salvando de una caída. Miró hacia todos lados, incorporándose confundida y alerta, siendo una densa oscuridad todo lo que podía ver. A su alrededor las voces se fueron desvaneciendo hasta quedarse en un silencio solamente interrumpido por su jadeo arrítmico.


Había tenido una pesadilla tan real que le costó unos segundos asegurarse de su mera existencia. Pestañeó varias veces, aun temblando. Se quedó varios minutos observando la oscuridad que la envolvía, intentando de a poco calmar su respiración.

Estaba en un estado entre alerta y adormecida, se pasó la mano por la nuca perlada de sudor y suspiró, estirándose para encender la luz. Su cama era un enredo de telas en donde más de la mitad del cobertor se hallaba en el suelo. Se quedó un momento mirando la nada con la vista difuminada, le dolía la cabeza. Intentó acordarse de lo que había estado soñando pero le fue imposible, por más que intentaba le resultaba imposible evocar alguna imagen, alguna cara, nada, ni siquiera un pequeño sonido, todo se iba poco a poco desvaneciendo en su cabeza.


Quizá era para mejor, pensó. Aunque si sentía algo, mínimo; una sensación de extraña incomodidad que se quedó acompañándola a pesar de ser incapaz de recordar su origen.

Estiró su cuerpo tenso y agarró lánguidamente el reloj de pulsera que descansaba a su lado en la mesita de noche, le costó un par de segundos enfocar bien su vista y poder fijarse en las manecillas con nitidez.


Eran las cuatro y media de la madrugada. Giró la cabeza en dirección hacia la ventana, dónde se podían escuchar a un par de grillos cantar y varios sonidos de pájaros que comenzaban a despertarse.

Se levantó y fue al baño a paso lento y aletargado, masajeándose con una mano la sien derecha, donde tenía una fuerte punzada de dolor.

Usualmente dormía muy tranquila, casi sin moverse. Independientemente si tenía un mal sueño o no su cuerpo no solía moverse, se mantenía quieto y despertaba siempre en la misma posición en la que se había dormido, pero no fue ese el caso.

Se apoyó en el lavamanos y se miró un par de segundos; estaba hecha un desastre, su castaño cabello estaba enredado y parecía un nido de aves, no podía tener los ojos completamente abiertos, sus labios se encontraban secos y agrietados y su tez estaba pálida.

Se quedó varios minutos frente al espejo sin hacer nada, le costaba trabajo poner a trabajar su cabeza, intentó buscar qué era lo que la había puesto así, a qué se debía esa brusca interrupción de su sueño profundo que la había obligado a ascender de un tirón desde el fondo del mundo onírico. Pensó y pensó, pero no encontró respuesta. Después de lavarse la cara se inspeccionó las leves ojeras que marcaban levemente sus ojos enrojecidos y decidió salir del baño, no le parecía un lugar donde podría encontrar respuestas.


Se encontraba en la disyuntiva de si volver a la cama a intentar dormir o simplemente desvelarse lo que quedaba de madrugada. Y la verdad es que el sueño la había abandonado por completo y todavía sentía algo de temor, por lo que decidió quedarse en pie.

Abrió levemente la ventana, con sigilo para no hacer ruido y no despertar a nadie y seguidamente ordenó la cama que seguía hecha un desastre. Luego se dio un par de vueltas, intentando pensar en algo pero sin lograr hilar nada. Finalmente decidió cepillarse el cabello enredado y sentarse en la mesa circular al frente de su cama que a veces usaba de escritorio. Encendió la lámpara que tenía allí y de inmediato le llamó la atención una libreta que había dejado allí, de un tono tan parecido a la mesa que en la oscuridad se lograba mimetizar casi perfectamente con ella.

Era uno de los regalos que había recibido en Navidad; una agenda personal de cuero bastante elegante y bella. Dejó el cepillo de lado y la tomó con ambas manos, acariciando la suave portada antes de abrirla.


Cómo recién empezaba el año, apenas tenía escrito en un par de días de enero, pero en general no era nada importante, sólo qué hacía en su rutina, en su trabajo, o algún recordatorio de algo que tenía que hacer.

Con seriedad y cómo si estuviese buscando algo inexistente, deslizó las yemas de los dedos por la suave hoja en donde aún no tenía nada escrito. Al segundo, y cómo si hubiese despertado de repente de un estado de trance, dejó el objeto de lado y se levantó con prisa en dirección hasta la mesita de noche que reposaba en medio de ambas camas y se agachó, permaneciendo unos momentos así, abriendo cajones y buscando.

« Hasta que finalmente aparecieron». Pensó la castaña y se reincorporó, dejando sobre su cama parte de sus antiguas pertenencias.


Eran las cinco agendas personales que había tenido hasta ese momento. Las alineó siguiendo un orden cronológico; la primera, que era de un rojo oscuro desgastado y dos que eran color azul marino pertenecían a su época escolar, las otras agendas, una negra y otra de un color verde eran las que había usado en Santiago mientras estudiaba en la Universidad de Chile.

Obviamente, a esas dos últimas le había dado mucha más utilidad. Se les notaba el uso, estaban gastadas, con grietas y además, entre tanto papel que había colocado entre las páginas ambas se veían a punto de reventar.

Las abrió y las revisó, pasando las páginas con rapidez, sólo encontrándose con apuntes de clases, hojas y guías de pedagogía y de castellano. Ahogó un suspiro angustiado con la palma sobre su boca mientras pasaba de forma desordenada su otra mano por el papel, ya sin seguir un orden en específico.


Intentó buscar su última libreta, la del último año, pero luego recordó que no había escrito nada allí. Solo había colocado su nombre, pero no había podido continuarla, era incapaz de escribir, no podía tomar el bolígrafo y anotar algo. Estaba rodeada de tragedias, de nuevas cosas, de asuntos difíciles de tratar. Durante ese tiempo lo interpretó como una especie de bloqueo. Ya ni tenía deseos de organizarse en su rutina, de dejar algún tipo de registro, pese a que profesionalmente se manejaba sin ninguna falla y en su escritorio del colegio tenía una libreta profesional, aquello no era lo mismo.

Pestañeó varias veces y se quedó escuchando el sonido de los pájaros, inconscientemente apretó con fuerza los puños y cerró los ojos. Todo era muy difícil. ¿Había superado todo eso? ¿Estaba lista para avanzar? Porque si acaso la vida era una travesía para encontrarse con uno mismo, sin querer había dado la vuelta y abandonado aquel plan divino.

1957 estaba impregnado de tragedias, lo sabía. No podía escribir algo con lo que se toparía inocentemente después, teniendo que revivir mediante recuerdos todas esas cosas por las que aún le costaba dormir en las noches. Aunque a fin de cuentas, no era un método de defensa muy efectivo; los recuerdos seguían ahí en su cabeza, preparados para asaltarla en cualquier momento del día. Ese año estuvo plagado de momentos donde solo quería dejar de sentir y cerrar los ojos hasta que pasara el mal rato, aunque fuesen unas horas, quizás un par de días, o tal vez unos meses.


Apretó los labios y movió ligeramente la cabeza, intentando detener el torrente de angustiosos pensamientos. Se levantó buscando despejarse, y después de dar un par de vueltas y de estirar los músculos volvió a lo que estaba haciendo.

Llegó a las últimas páginas de cada libreta, dándose incluso el tiempo de revisar las que tenía del colegio, pero nuevamente, sólo encontró rutinas. "Almorzar con Elsa", "Salida familiar al campo", a veces encontraba nimiedades cómo "discusión con Carlos" o "se desgastó tal vestido". Pero nada de importancia, nada que excediera una línea. Todo era banal, mínimo, insustancial.


Era una bitácora superficial y vacía de su propia vida. ¿Esto significaba que ella misma era de esa manera? Le desesperaba no poder encontrarse en las páginas. Nada que la definiera, nada en lo que pudiese sostenerse, nada con lo que lograr establecer un punto en común entre ella y lo que tenía dentro, algo con lo que comparar lo que fue hace un par de años y lo que era en ese mismo instante. No había nada.

A fin de cuentas nunca había tenido un diario de vida, no lograba transformar la formalidad y distancia con la que trataba las libretas en una confidencialidad íntima en donde pudiese expresar sus sentimientos.

Se sentía cómo una caja de pandora que temía abrir, le aterraban las consecuencias que traería algo cómo eso. Era un rompecabezas que ni sabía cuál era su verdadera forma una vez armado.

Le tenía terror al papel. Aquella lámina fina aparentemente inofensiva se le presentaba cómo una pared entra ella y lo que sea que hubiese dentro de ella. La idea de expresar sus pensamientos le parecía extraña, ajena, terrible.


Tenía la idea de que cualquier cosa que escribiera podía ser usada en su contra, que los papeles se transformarían en evidencia que podría inculparla de algo, que aunque escribiese y guardase la libreta bajo mil llaves alguien hallaría la manera de encontrarla y leerla, siendo ese su fin.


Quizá estaba ocultándose algo. ¿Pero qué cosa? ¿Cómo llegaba a esa verdad?

¿Existía secretos que permanecen para siempre ocultos? ¿Por qué debía guardar un secreto? ¿Qué secreto tenía oculto en su ser que ni ella era capaz de asomarse a verlo?




Pensó en ella. Fue una breve fracción de segundo, lo que dura un pestañeo. Pero ella no tenía nada que ver con la incómoda sensación que tenía en esos momentos, al contrario, a su lado todo era cálido. No obstante, de existir alguna relación en lo que sentía en ese momento y ella, no logró encontrarla. Presentía que había algo ahí, que entre la mezcla enigmática de dudas y confusiones existía alguna conexión que la llevaba directamente hacia su persona, pero eran suposiciones sin fundamento alguno.


Pero ahora había algo que si sabía; una verdad salía a flote cómo como catapultada por un movimiento invisible, recién siendo capaz de verla después de toda una vida aparentemente a ciegas.

Y era que simplemente no tenía idea de quién era ella misma ni qué sentía realmente.

Suspiró y luego se mordió el interior de la mejilla. Ordenó las libretas, apilándolas de forma ordenada y se agachó a guardarlas en su lugar. Al hacerlo, vio cómo de la libreta verde se escapaba un papel que producto de la brisa que entraba por la ventana flotó unos segundos dando vueltas sobre sí mismo y posteriormente se posaba en el suelo grácilmente cómo una mariposa.


Era un papel viejo, doblado dos veces. Lo levantó y se reincorporó a sentarse en la cama, acercándose a la luz que daba la lámpara, lo dio vuelta para verificar si había algo anotado por fuera y lo abrió con cuidado.

"NUEVO HORARIO

BIBLIOTECA INSTITUTO PEDAGÓGICO

UNIVERSIDAD DE CHILE

9:00hrs – 18:00hrs

LUNES A SÁBADO"


Se leía impreso el papel con grandes letras negras, era un pequeño aviso que le habían dado cuando en la universidad habían acordado extender hasta el día sábado el horario de atención. Bajó la vista y se encontró con apuntes en su propia letra cursiva.

"Investigar tarde de lunes, martes y jueves - mañanas de miércoles viernes y sábado.
Pedir libros jueves antes de cerrar para extender el plazo el fin de semana".

Leyó en voz bajita con una reconfortante nostalgia, dobló el papel y lo dejó sobre la mesita, aunque después de unos segundos volvió a tomarlo y a leerlo de nuevo, y de nuevo. Había algo alentador en ello. Analizó su propia letra y se rió levemente por su esfuerzo desmesurado de pasar casi todos los días en la biblioteca, sin embargo su risa se detuvo cuando apareció una idea fugaz por su cabeza.

Quizá allí podría encontrar respuestas.


Eso era. Tal vez la solución era la primera palabra que ahí había escrito. "Investigar". Reflexionó unos instantes, y esta vez la respuesta le parecía tan clara como el agua, debía intentar confrontar ese enorme vacío que la había desafiado hace unos momentos con la única forma en la que sabía enfrentar lo desconocido. Investigando.

Le picaban las palmas de las manos de la ansiedad, se giró a mirar su valija de viaje que reposaba en una esquina de su pieza y luego el papel en su mano y tuvo un chispazo de determinación inmenso.

— Tengo que irme. —Murmuró, perpleja.

Pestañeó varias veces, quedándose mirando el suelo por un momento, paralizada por una motivación incierta y desconocida, pero tan real que su corazón no dejaba de latir desenfrenadamente. Subió la vista hasta encontrarse con su reflejo en el espejo del ropero y asintió dos veces, decidida.

— Tengo que irme. —Repitió. 

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