Haber oído esas palabras de Kem sobre mí hizo que por fin pudiera ver claro todo. Realmente él estaba arrepentido, realmente estaba enamorado de mí y realmente me amaba. No era algo de palabra o un simple capricho. Kem sentía cosas por mí así como yo también. Cosas reales que hacían mi corazón hincharse con sólo la mención de su nombre.
Lamentablemente las cosas no eran fáciles entre nosotros, sino todo lo contrario.
Ese día salí del hospital junto con mi mamá con un pensamiento en mente. Así que cuando llegué a casa, lo primero que hice fue encerrarme en mi habitación, específicamente en el balcón, cogí la caja donde se encontraban los libros que Kem me había regalado hacía algunos meses atrás. Los cogí con una sonrisa en el rostro. Recordar ese día me ponía agridulce.
Dejé la caja a un lado y me recosté en el asiento de mi balcón con la concentración en un lugar. Había dejado a Kem, su familia y la de Amber en el hospital luego de saber que Ada estaba bien. No tenía mucho que hacer ahí así que no le encontraba sentido seguir ahí. Cuando Amber intentó hablar conmigo ni siquiera la miré. No valía la pena.
Pasaron muchos minutos en los que estuve concentrada en mi celular hasta que la luz en el piso de arriba se prendió, iluminándome. Con una mueca guardé mi celular en el bolsillo y me armé de valor para lo que tenía que hacer. Decidí usar las escaleras de emergencia a subir por el balcón como usualmente Kem lo hacía. No quería morir intentando verlo. Una vez que estuve en su balcón, sana y salva, vi por las ventanas de vidrio que estaba sentado en su cama con la cabeza gacha. Con sigilo me acerqué y abrí la puerta de su balcón sin querer tocar y esperar una respuesta.
Kem ni siquiera levantó la cabeza cuando me planté frente a él.
—Ey —dije observándolo nerviosamente—. ¿Podemos hablar?
Con lentitud levantó la cabeza para mirarme. Sus ojos estaban llorosos y algo rojos, su semblante serio me sacudió por lo que hice una mueca sintiéndome repentinamente intimidada.
—Sé que nos oíste —habló él con voz ronca desde su lugar en la cama. Me sonrió de lado—. Te vi correr alejándote.
Sentí mis mejillas arder por aquella atrapada de él.
—Lo siento, no quería...
Kem se levantó y se paró frente a mí, bajando la cabeza para mirarme.
—No te preocupes, Ruby. No estuvo bien, pero me alegra que escucharas aquello.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Porque no podría decírtelo cara a cara.
Apreté mis manos nerviosamente y mirando sus ojos verdes traspasarme.
—¿Qué cosa?
—La parte en donde te dejo ir.
—Acerca de eso...
—No —murmuró cortando lo que estaba diciendo—. No quiero repetírtelo. Cuando decidí aquello me mató, pero sé que así debe ser. Así tú podrás ser feliz. Sin mí, pero al fin y al cabo feliz.
La determinación en sus palabras me dejó muda. Había venido aquí para hablar de aquello y él ya lo había dicho todo en solo un par de oraciones. Oraciones que decían tanto sobre nuestro futuro y que hacía mi corazón romperse más. Tal vez era lo correcto, pero no se sentía así.
—¿Y tú? —me atreví a preguntar.
—¿Yo? —Kem se señaló el pecho mientras fruncía el ceño—. ¿Qué hay de mí?
—¿Tu felicidad?
Kem se inclinó a mí, invadiendo mi espacio, pero no hice nada para retroceder o alejarme.
—Eres tú, Bizcochito. A estas alturas ya deberías saberlo.
Decidí sentarme porque cuando Kem decía cosas como esas mis piernas se ponían temblorosas, como ahora. Así que para escapar de su escrutinio y sus ojos verdes me senté en el borde de su cama y esperé a que él me siguiera para hablar.
—¿Cómo estás? —pregunté mirándolo fijamente. Quería una respuesta real porque lo conocía. Y sabía que no estaba bien.
Kem se encogió de hombros.
—Lo estoy llevando.
—Honestamente... luego de escucharte con Ada, no creo que estés bien, Kem. ¿Quieres hablar de ello?
No sabía qué estaba haciendo o porqué quería consolarlo y ser su soporte pero una necesidad en mí me lo pedía.
—No sé si quiero hablar de eso, Ruby. Y menos contigo.
Alcé mis cejas.
—¿Menos conmigo? —repetí un tanto dolida con aquello.
—No me refiero a eso —respondió pasándose las manos por su cabello—. Pero no quiero hablar de Ada contigo. No me siento cómodo con eso...
Me quedé en silencio unos segundos antes de hablar.
—Bueno... imagina que soy tu amiga y cuéntame.
—Es difícil imaginarme a ti como una amiga. —Su tono coqueto no pasó desapercibido. Solté un suspiro exasperado que él notó porque hizo una mueca—. Está bien, te lo diré. Me siento como una mierda.
—Kem...
—No, Ruby. Déjame terminar. Me siento la mierda más grande. No sólo por lo que hizo Ada, sino también por lo que te hice. Todas estas semanas tratando de seguir adelante fueron lo peor. Nunca en mi vida estuve tan arrepentido de algo como lo estoy ahora.
—Lo que hiciste fue un error —comenté sin saber qué más decir.
—El error más grande, porque te perdí.
Asentí.
—¿Sabes algo, Kem? Si las personas no cometieran errores no serían humanos.
—Bizcochito... —dijo Kem con una sonrisa como si lo que estuviera diciendo fuera disparates.
—No. Es cierto lo que digo, Kem. Los humanos cometemos errores. Está en nuestra naturaleza, por Dios. Pero está en cada uno arrepentirse de ello y pedir perdón. Tú ya lo hiciste, Kem. Me pediste perdón y te perdoné. Le pediste perdón a Ada y ella te perdonó. Sólo falta que te perdones a ti mismo, porque si no nunca vas a avanzar. Te vas a quedar atorado en el error que cometiste y no vas a ver tu vida por delante. —Me acerqué a él y puse mi mano en su suave mejilla mirándolo a los ojos para que me entendiera realmente—. Kem, tienes que perdonarte.
Los ojos de Kem se aguaron, pero aun así no derramó ninguna lágrima.
—¿Cómo me perdono por hacerte daño, Ruby? ¿Cómo? No puedo...
—Shh —sonreí por sus palabras—. Sólo tú puedes darte cuenta, Kem. Pero lo harás. Y cuando lo hagas, realmente podrás ser libre de tus acciones.
—Bizcochito...
Me acerqué a él y besé su mejilla dejando mis labios varios segundos sobre su piel antes de alejarme y sonreírle.
—Yo ya te perdoné, sólo faltas tú.
Apreté su mano esperando que realmente entendiera y me fui de ahí, rogando para que en serio pensara en mis palabras. Kem aún tenía esperanza, si es que se perdonaba y aprendía de sus errores. Porque era de humanos equivocarse muchas veces y aprender de aquello.